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1 diciembre 2023 5 01 /12 /diciembre /2023 12:19

LAS BIBLIOTECAS QUE  SUEÑAN LOS LECTORES

RECORRIDO LIBRESCO POR BIBLIOTECAS IMAGINARIAS, LIBROS PERDIDOS O PROHIBIDOS, BIBLIÓFILOS, BIBLIÓPATAS, INCENDIARIOS, COLECCIONISTAS, LADRONES Y LECTORES CONSUMADOS

COMPROMISO Y CULTURA ,diciembre 2023

 

 

En “El Quijote” de Cervantes, una de las fuentes de sabiduría popular  y literaria del castellano, se lee sobre el protagonista don Alonso Quijano, no más empezar: “Se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.  Lo cierto es que este modesto comentarista, en algunos momentos pensó que no había que desdeñar lo que al Caballero de la Triste Figura le acaeció, por el mucho frecuentar los libros. Pero después de leer –apasionadamente- “El gabinete mágico” o “Libro de las bibliotecas imaginarias” (Editorial Siruela), uno piensa que su autor, Emilio Pascual,  a tenor del extenso, detallado y erudito contenido de su libro,  parece estar muy sano de mente y cerebro tras haber dedicado, como es lógico, cientos y cientos de horas a leer, si no todas, gran parte de las minuciosamente investigadas bibliotecas imaginarias que pueblan algunos libros de todas las épocas. Si Emilio P. ha llegado sano y salvo a la cima de tal obra, yo no debería tener el temor de que, tras el mucho leer cotidiano, aunque en tiempo no llego a emular a Pascual, me dé por salir a las calles de este mundo de hoy para desafiar en singular combate a los gigantes de la IA, es decir contra los molinos de viento de la incultura digital. Y, por tanto, defender la necesidad de leer libros, como si a esta afición la llamáramos Dulcinea.

Una vez hecha la salvedad, pasemos a esta joya de libro (y a otros que están dispuestos para ser presentados) con el que la diversión, el encanto y la sorpresa bibliófila está asegurada. El “pollo” libresco  tiene 565 páginas, unas 76 entradas a las más pintorescas, extrañas, misteriosas y arrebatadoras bibliotecas,  citadas a través de un número igual o parecido de autores examinados. Se completa con notas, preludios y codas, una bibliografía  de 20 páginas, un  apéndice dedicado al ‘elogio a la biblioteca escolar’ y un índice onomástico de más de 50 páginas. Como dijo nuestro clásico predilecto: “Voto a Dios que me espanta tanta grandeza y que diera un doblón por describilla”.

Empieza el autor diciéndonos modestamente que este libro “sólo pretende ser una breve biblioteca de bibliotecas”. Ahí es nada, don Emilio. Quizá por eso nos recuerda la frase de Víctor Hugo que aseguraba que una biblioteca es un acto de fe. Y más adelante, en un gesto de humildad, el autor escribe que se “ha limitado” a registrar  sólo las bibliotecas y libros que le parecen de “felice recordación” por su rareza, su capricho, su simpatía o su obviedad. Por lo tanto, justo es que comience por informarnos de la Biblioteca de Alejandría y de los bulos, falacias y realidades históricas que la han convertido en el símbolo de todas, las bibliotecas que han existido, las que existen y las que serán.

No hay acuerdo entre los especialistas sobre el número de ejemplares que atesoró. Los libros como los conocemos hoy no existían. Eran pergaminos enrollados con rodillos de madera en cada extremo para facilitar la lectura. La cantidad de rollos que pudo tener Alejandría en sus estanterías oscila  entre los 54.800 de Epifanio y los setecientos mil de Aulo Gelio. Seguramente deberíamos entender que la Biblioteca de Alejandría está en todas partes donde se halle un libro. Fue incendiada dos veces, una durante las Guerras Alejandrinas de César (48 a.C.) y otra por los sarracenos en 640 dC).  Se convirtió, desde su fin en cenizas humeantes, en una metáfora del deseo de leer, de saber, de conocer.

El libro de Emilio Pascual es eso, una metáfora de lecturas entrelazadas: la de los autores que cita, los libros a los que se refiere, es decir el argumento libresco, el erudito y a menudo jocoso  comentario de don Emilio y el que hace el lector de sus textos, gozando de ello, sorprendiéndose y terminando por transitar por los rincones del libro como Pedro por su casa. Y a estas cuatro lecturas hay que añadir la de las notas, apéndice, elogio, y (sobre todo) índice onomástico  que, en conjunto, seducen al lector más arisco y menos amigo de erudiciones.

El paseo por esas setenta y pico bibliotecas históricas y  literarias,  fabulosas, ignoradas o misteriosas, requiere tiempo, algún esfuerzo y mucha imaginación: de tal potaje sale un ungüento que obra al revés que el de Fierabrás: calienta el estómago de placer, airea el cerebro y estimula la fantasía y el prurito picantuelo y vigorizante del ansia de lectura.

La nómina de citados es prodigiosa, Cervantes, Rabelais, Flaubert, Borges, Conan Doyle, Baroja, Defoe, Verne, Rousseau, Umberto Eco, Vázquez Montalbán, Conrad, Andrea Camilleri,  Pérez Galdós, Wilkie Collins, Evelyn Waugh, Roald Dahl, Pirandello, Dostoievski, Dickens, Voltaire, Sartre, Agatha Christie, Gógol, Fielding, Bellow, Bassani, Musil,  Sterne, Canetti, Dumas, Ondaatje, Twain y Ruiz Zafon, entre otros. En el bien entendido que no hablamos de las bibliotecas de esos escritores, sino de las de algunos de los personajes de sus novelas. De ahí el subtítulo del libro: “de las bibliotecas imaginarias”.

El viaje ha sido apasionante, desde las míticas, Alejandría o la Babel de Borges, hasta las nacidas de las mentes de algunos autores paradigmáticos para todo amante de la literatura, como la  de fray Guillermo de Baskerville  y su alter ego, Humberto Eco, la de don Quijote, el gran Pepe Carvalho, cocinero y amigo de quemar libros, las de el Gulliver de Swift o el Robinson de Defoe, la de la Kakania en Musil, la de Zafon y sus libros olvidados, la de Tom Sawyer y Huck Finn, de Twain, la de la Villa San Girolamo en “El paciente inglés” de Ondaatje…o las de algunos de los personajes de Baroja, Galdós, Unamuno o Eduardo Mendoza. En fin una gozada de lectura para “lletraferits”.

Como servicio añadido al lector de CyC, he buscado en mi propia biblioteca personal unos libros que tienen como temática común, las bibliotecas, el amor a los libros, la lectura y sus avatares y todo ese mundo lleno de encanto que relaciona estos ingredientes entre sí. Depósitos de papel y cartón donde se atesora la imaginación, ternura, audacia, picaresca y conocimientos sutiles de ese milagro de la cultura humana. La escritura como soporte de la invención y la belleza –sublime, tierna, patética  o tenebrosa- de las emociones, la inteligencia y los sentimientos de hombres y mujeres que han ennoblecido nuestra historia común, desde Shakespeare a Kafka, desde Homero a Rabelais o desde Swift a Melville, incluyendo a Sherlock Holmes o a Hércules Poirot y el inspector Maigret,  para nuestras horas más divertidas.

Hay una serie de novelas, publicadas todas por la editorial Periférica, con su característica encuadernación granate, que tampoco deberían faltar en su biblioteca persona, lector. La librería encantada, de Christopher Morley, continuación de La librería ambulante, donde se nos narran las aventuras de la pareja  Roger y Helen Mifflin, con su perro Bock, libreros de lance que llevan su librería por los caminos del mundo rural del este norteamericano y que venden sus libros siguiendo esta filosofía: “Cuando le vendes un libro a alguien no solo le estas vendiendo papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor, y barcos que navegan en la noche. En un libro de verdad cabe todo, el cielo y la tierra y debe haber un corazón latiendo en su interior. Una historia que es solo cerebro no vale demasiado.” Más tarde abrirán una librería en Brooklyn de libros de segunda mano que se llamará “El Parnaso en casa”.

Del mismo tipo y editorial son Los amores de un bibliómano, de Eugene Field, El bibliótafo de Leon H. Vincent, una desternillante historia sobre los “enterradores de libros” . Y como regalo, una joyita para los amantes de grandes escritores (treinta de ellos) en su casi desconocida faceta de los que fueron también bibliotecarios, El escritor en su paraíso de Ángel Esteban.

En la editorial Podium-Zeus, en un volumen difícil pero no imposible de encontrar, tenemos cuatro libros indispensables para los fanáticos de la lectura; El Filobiblion, nombre que se da en griego a los amantes de los libros, del obispo Ricart de Bury (siglo XIV), La batalla entre libros antiguos y modernos”  de Jonathan Swift (el autor del Gulliver), Los principios de la bibliografía metódica de Theodor Besterman, bibliófilo del siglo XVIII y el bastante olvidado Viaje del Parnaso de nuestro don Miguel de Cervantes, un esbozo crítico de los poetas de su tiempo y una alabanza a la dura vocación de escribir y la fortuna de leer. En este volumen se leerán loas a los libros y la lectura como ésta: En el libro, recibe el que pide; halla el que busca; y se abren prontamente las puertas a los que llaman. Sois maestros que enseñan sin varas o castigos, sin gritos ni cólera, sin uniforme ni moneda, nunca esquivan la respuesta a tus preguntas, siempre a tu disposición, si yerras no protestan, si te equivocas no se burlan. Otorgáis la libertad a todos los que os buscan con diligencia…”

Pero un apartado que no hemos de olvidar es el de los que odian, desprecian y destruyen libros, que es una manera perversa y también patológica de sentirse “interesado” en ellos. Los enemigos de los libros de William Blades (Edit. Fórcola), subtitulado Contra la biblioclastia, la ignorancia y otras bibliopatías, con un excelente prólogo de Andrés Trapiello. Blades fue un impresor, ensayista y bibliómano británico del siglo XIX que se dedicó a combatir e identificar a los enemigos de los libros: el fuego; el agua; el gas y el calor; el polvo y el abandono; la ignorancia y el fanatismo; las polillas; los ratones y las lombrices devoradoras de papel (hacedoras de túneles perfectos que atraviesan los libros en diagonal); los bibliófilos, mercaderes de libros y coleccionistas sin escrúpulos; los ladrones de portadas o capítulos; los niños pequeños sin control y los perros y gatos juguetones; los tarados mentales que los consideran producto del diablo por razones “religiosas” o “ideológicas” y los encuadernadores sin tino que aplican la cuchilla o la goma arábiga donde no ha de hacerse.

En el libro de Blades se repasan minuciosamente los ejemplos de destrucción de libros por los medios más importantes sugeridos en la lista anterior. En el siglo XV, por ejemplo, Mohammed II tras la conquista de Constantinopla ordenó a sus huestes que  arrojaran al mar los 120.000 manuscritos que formaban la biblioteca del vencido emperador Constantino.

Cuando escribe sobre los efectos del medio ambiente de las bibliotecas –calor, frío, polvo, humedad-  en los libros, Blades apunta: “La forma más segura de mantener la buena salud de los libros es tratarlos como a los propios hijos. Estos enfermarían si estuvieran confinados en una atmosfera demasiado caliente o fría, o húmeda o seca. Pues los libros, igual.”

Otro de los libros más fascinantes que he leído sobre nuestro tema es Libros malditos, malditos libros” de Juan Carlos Díez Jayo, (Ed.Piel de Zapa), que recomiendo encarecidamente, como  ejemplo de originalidad, humor, erudición imaginativa y una ironía a tamaño “bilbáino”, -vasco es nuestro autor,- que dice “Todo lo que aquí leerás es verdad…te hablaré de volúmenes malvados que no debieron escribirse y otros que nunca existieron …de cosas con forma de libro, pero que no lo son…y de algún texto magníficamente pésimo que ha alcanzado la posteridad”. Y añade: “hay libros que no merecerían existir… te presentaré los monstruos de la especie, sin faltar a la verdad…hay libros que han cambiado la vida de sus lectores…otros han dirigido naciones…porque no todo puede sentirse: por eso hay libros”.

En la misma línea reivindicativa de los libros y su larga lucha contra la ignorancia y el fanatismo, el alemán Werner Fuld ha escrito su “Breve historia de los libros prohibidos” (Edit. RBA), donde no sólo se nos habla de la cadena de opresión, de obras destruidas y autores asesinados, también nos deleita con algunas de las victorias de la palabra sobre el poder político o económico. En esencia la historia de las prohibiciones de libros es también la historia de la supervivencia de la memoria humana almacenada en los libros. Como decía Borges “Basta que un libro sea posible para que exista”.

Otro alemán,  Alexander Pechmann en “La biblioteca de los libros perdidos” (edit. Edhasa) nos reseña los libros que nunca han existido en una biblioteca imaginaria. Buena dosis de imaginación la de este escritor que nos habla de las supuestas obras de Hemingway, Mann, Flaubert, Cooper, Byron, Kafka, Pushkin, Melville o Safo que las circunstancias, el descuido, un accidente o una borrachera, impidieron su materialización en un volumen.

Y para terminar, casi como un eco del libro reseñado en el párrafo de encima, “Historia de los libros perdidos”, (Edit. Pasado&Presente), del italiano Giorgio Van Straten,  que nos habla de la apasionante historia y anécdotas de libros inexistentes pero que podían haber sido. Como los del contenido de la célebre “maleta negra” de Walter Benjamin que se suicidó en la frontera española en Portbou por temor a que la policía franquista  le entregara a los nazis. Son ocho los libros imposibles de los que nos habla amenamente Van Straten: uno del escritor italiano Romani Bilenchi, cuyo manuscrito leyó Van Straten antes de que fuera quemado por la viuda del escritor. Sigue con la patética historia de la destrucción del manuscrito de “Las memorias” de Byron; la pérdida de una novela de Hemingway que guardaba su primera esposa (que aseguró que la tenía en una maleta que le robaron durante un viaje); “El Mesías” del polaco judío Bruno Schulz, desaparecido y asesinado durante ocupación nazi.  El siguiente, es el ruso Nicolai Gogol  cuya obra “Almas muertas” aún existente, no es más que la primera parte de otra obra mucho más larga que el perfeccionismo enfermizo del autor destruyó. El gran Malcom Lowry (“Bajo el volcán”) un alcohólico impenitente se pasó unos años de su corta vida hablando de una gran novela  de más de mil páginas, “In ballast to the White Sea” que se quemó junto a la cabaña canadiense donde vivía el escritor borrachín. Y para terminar, la poetisa Sylvia Platt, que se suicida metiendo la cabeza en el horno de gas con la cocina precintada. Su obra es administrada por su ex marido y albacea Ted Hugues y en unos años se publican textos de la poetisa y muchos más son destruidos “por razones familiares” (la poetisa dejó dos hijos) o por pérdidas y accidentes.

Y aquí, con esta nota triste, dejamos el amplio recorrido por el mundo del libro. Que ustedes sigan leyendo más y mejor. En los tiempos que corren es casi una obligación…para que sobrevivan los libros.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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2 septiembre 2023 6 02 /09 /septiembre /2023 10:46

 ESTE TEXTO HA SIDO PUBLICADO EN EL NUMERO DE SETIEMBRE 2023 DE LA REVISTA "COMPROMISO Y CULTURA"

El pasado 11 de julio murió en París, donde residía, el escritor checo Milan Kundera, a los 94 años de edad. Como Joyce, Nabokov, Mann, Rilke, Walter Benjamín, Zweig, Leon Felipe, Hanna Arendt, Salman Rushdie y tantos otros, Kundera se vio obligado a buscar un lugar donde poder vivir en paz –y morir, sin pistola intermedia-  ya que en su país de origen estaba proscrito. Al poder político absoluto le fastidia absolutamente que  escritores y pensadores, poetas y artistas se atrevan a opinar libremente sobre ellos. El comunismo de raíz estalinista no solía aceptar de buen grado a los intelectuales críticos. Estaban destinados a ser carne de “gulag” o a “desaparecer” de la forma más discreta posible. Como en la novela de John Le Carré, resultaba incómodo en ambos lados del Telón de Acero, ya fuese espía o intelectual. En los tiempos de la “guerra fría” los intelectuales no tenían buena prensa en general (recuerden la “caza de brujas” en Estados Unidos).

En 1979 las autoridades checas le retiraron la nacionalidad a Kundera y lo convirtieron en uno de los cientos de miles de apátridas que desbordaban las fronteras. En su libro “La vida está en otra parte” el escritor checo reivindicó la libertad como uno de los frutos de la rebeldía vital que caracterizó su existencia. En 2019 Checoslovaquia devolvió la nacionalidad a Kundera, que recibió la noticia con complacida indiferencia. Cincuenta años de exilio le habían blindado contra cualquier veleidad nacionalista. Como Pirron o Epicuro, Kundera se consideraba ciudadano del mundo, un “átopos”, un individuo de ninguna parte y por tanto de todas ellas. En su obra “La inmortalidad”, publicada en 1990, el escritor discurre sobre la identidad, como un proceso más que como una adscripción. Especialmente compleja si la persona vive en un régimen autoritario donde se proclama de igualdad supuesta y aparente de todos bajo la consigna unitaria –a la fuerza- de un régimen político que exige obediencia absoluta y usa de la violencia y la intimidación para lograrla. El novelista conocía la contradicción esencial de los totalitarismos: prometen un paraíso pero imponen un infierno, donde todo el aparato propagandistico del régimen está enfocado en disolver al individuo en una amalgama de ideas homogéneas, primarias y de una simpleza sonrojante en pos de la unidad de las mentes en un objetivo común: el que emana del privilegiado aparato directivo del partido y sus sirvientes más directos. Es decir una sociedad jerarquizada, con una cúpula que disfruta de todos los privilegios, un cinturón de servidores policiales y militares dispuestos a todo y la ingente masa de todos los demás ciudadanos del país sometidos  a los caprichos y directrices –a menudo demenciales- del poder. Es decir el reino del terror de Stalin o Hitler, Mao, Idi Amin, los khemeres rojos del Pol Pot, Ceausescu y tantos otros polichinelas del terror político, ahora encarnados en Trump, Bolsonaro o Putin, sin ir más lejos.

En otras novelas, como “La fiesta de la insignificancia” o “La ignorancia”, Kundera  analiza esa imposibilidad de conocer nuestro propio yo debido a la influencia enajenadora y falaz que tienen los demás o los medios de comunicación influidos por el poder y, proféticamente, las redes sociales y la tecnología social en todas sus manifestaciones. Es la soberanía absoluta de la imagen, de las pantallas, como indicativo de la ausencia de intimidad para propiciar la creación de “yos” que solo son avatares, muñequitos,“likes” o emoticones que conforman personalidades fulgurantes, simples, esquemáticas, efímeras y vulnerables hasta el suicidio.

En cierta forma todo esto daría sentido al perfil-cero social que Kundera adoptó en los últimos años de su vida. Lejos de la voracidad de los medios, centrado en su propia existencia y en su obra, el escritor checo renunció voluntariamente a cualquier atisbo de vida pública. Tanto es así que muchos de los que amamos su obra pensábamos que había fallecido en secreto, como una versión muy paradójica y sarcástica de su primera novela “La broma” en la que un simple chiste acaba arruinando la vida de un hombre (en el régimen estalinista checo, los chistes estaban oficialmente prohibidos y castigados).

Esa es una constante de la obra de este autor, el juego perverso que el humor mantiene con el horror, el pesimismo con la ironía, la carcajada liberadora con las lágrimas de frustración, la rigidez de lo autoritario y lo fanático con  la salida ingeniosa y ridícula del hombrecillo asustado que busca una aceptación del otro que nunca es atendida. La fuerza liberadora del humor, la carcajada, estaba presente en la narrativa y los ensayos de Kundera, como una confirmación de aquella frase, creo que era de la Arendt o de Simone Weil, dos víctimas directas o indirectas de los nazis: lo primero que desaparece de las calles en un régimen  totalitario es la risa, la jovialidad, el trato amable. Los sustituye el miedo, la desconfianza, la inseguridad, la tristeza y el silencio. Ese es el trasfondo de la huida de un desengañado Kundera de su país tras la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968.

Para poder trabajar en esa dialéctica entre el horror y el humor, Kundera echa  mano de la filosofía, no sólo del existencialismo de Sastre o de la fenomenología de Heidegger, también del Nietzsche de la angustia del yo o el Kafka del absurdo, del Musil del hombre sin atributos o del Hermann Broch (el de “La muerte de Virgilio”) que bucea en la inconsistencia de las motivaciones de las acciones humanas. Sin olvidar a un Rabelais o un Diderot. Por tanto Kundera acaba reconociendo que sus novelas “no examinan la realidad, sino la existencia”, es decir la variabilidad y absurdo de las actitudes humanas que muchas veces se enfrentan auto destructivamente a la realidad. Lo cual nos lleva a “La insoportable levedad del ser”, la novela best-seller de Kundera, donde el escritor nos apunta que la única salida posible y digna a esa situación es el ejercicio de la ironía y el humor, única arma para afrontar la unamuniana condición o “sentimiento trágico de la vida” y la naturaleza del desarraigo vital que instauró el siglo XX, espíritu de una época que hoy padecemos aún más, en el declive de las ideas y los valores de vigencia universal. Ese es el nihilismo y la negatividad del siglo XXI, un malestar existencial que Kundera trata de sobrellevar con su narrativa y su ironía dura y sarcástica.

Para un amante de la novela cervantina, Kundera es como un efecto lógico del realismo desengañado y pleno de humor irónico de don Miguel trasplantado al siglo del Gran Hundimiento Humanista, el XX, con sus dos guerras mundiales y más de un centenar de conflictos armados y genocidios en el resto del mundo. Quizá por eso no le importó demasiado que se le negara la opción al Nobel por una supuesta delación cometida en su juventud contra un compañero escritor durante la época estanilista dura. Kundera negó siempre esa noticia y la  atribuyó a maniobras de desprestigio orquestadas por el comunismo activo en Occidente contra un “traidor” de la Causa.

Lo cierto es  que Kundera al final de su vida trató de aceptar el reconocimiento de su país natal sin acritud o amargura. Recibió el Premio Nacional de Literatura checo en 2008 y el Premio Kafka en 2021. Como muestra de reconciliación, Kundera donó su biblioteca y sus archivos personales a la Fundación que lleva su nombre en la ciudad de Brno, donde nació. Siempre había dejado bien claro que él era un escritor no un político o ideólogo: “No me siento cómodo en el papel del disidente. No me gusta reducir la literatura y el arte a una lectura política. La palabra disidente significa suponerle a uno una literatura de tesis, y si algo detesto es precisamente la literatura de tesis. Lo que me interesa es el valor estético. Para mí, la literatura pro comunista o la anticomunista es, en ese sentido, lo mismo. Por eso no me gusta verme como un disidente”, declaró a “El País” en 1982, en una de sus últimas entrevistas, tras su rechazo total al “despotismo” manipulador de los medios de comunicación. A partir de 1986 el escritor checo exiliado en Paris decidió “beckettizarse”, es decir, seguir el ejemplo de Samuel Beckett y dar por cerrados sus contactos con los medios. La respuesta no se hizo esperar. Muchos rechazados empezaron a buscar la forma de desacreditarle. En el “cafarnaum” de los medios negarse a hablar y aparecer se convierte en una ofensa de lesa majestad: el público y el ruido lo es todo. Dejamos el tema. La picota pública es demasiado visible en las redes y ha realizado auténticas canalladas y provocado incluso el suicidio de algunas personas.

Pero pasemos a su obra y dejemos al escritor celoso de su privacidad y su libertad. Un rápido paseo por algunas de sus novelas y luego nos detendremos en una en particular “La fiesta de la insignificancia”. No porque sea la mejor, pero si es la que, de alguna forma, resume en cierta forma el personal ideario social y ético, estético y literario de Kundera. Es una carcajada triste que resume nuestra época mejor que un ensayo político. Su humor, como en Rabelais, como en Cervantes, arranca de la profunda desdicha, la ignorancia, la insoportable levedad del ser…como en Don Quijote, la tozuda y mezquina realidad mostrenca convierte a los gigantes en molinos, al bálsamo de Fierabrás en un brebaje inmundo, a los ejércitos en rebaños de ovejas y corderos, a un palacio almenado en una venta miserable, a una doncella en Maritornes, una puta del partido, al caballero de la Blanca Luna en el vengativo Sansón Carrasco, a los Duques señoriales en nobles burlones, despiadados, ignorantes y mezquinos y, ay, a la sin par Dulcinea del Toboso en una aldeana sin encanto alguno, zafia y despreciativa. Kundera a través de su obra, empezando por “La broma”, juega ese mismo -burlón, pero triste y a veces patético- juego cervantino (no en vano es un fanático de don Miguel) y lo hará en casi todos sus libros, navegando entre la sátira, el ridículo, el humor grotesco, el absurdo, el realismo mágico, la humillación, el esperpento y el erotismo desmadrado y un poco sórdido. En esa novela, Kundera revela el aciago destino  que puede tener un simple chiste o frase ingeniosa escrita imprudentemente en una postal en la Chescoslovaquia comunista. La frase era “El optimismo es el opio del pueblo” y  le cuesta la ruina en vida a su protagonista. La sensibilidad ante la crítica, aunque sea una simple chispa de ingenio, es una de las debilidades vengativas ridículas de los regímenes totalitarios.

El libro de la risa y del olvido

En 1979 sale a  la luz un libro cajón-de-sastre: nuestro autor era muy aficionado a las digresiones, reflexiones, autocríticas, relatos caprichosos y textos entre el ensayo y el guiño social. Le encantaba despistar al lector con su búsqueda incesante de nuevos cauces narrativos y fórmulas literarias con afán de novedad. En muchos de estos textos ya se vislumbra con cierta claridad el pensamiento y la mirada crítica del escritor en torno a la sociedad en la que vive. Era jugar con fuego.

La insoportable levedad del ser

En 1984 se publica la que muchos consideran mejor obra de Kundera. Hubo versión cinematográfica de gran éxito y quedó establecido el talante irredento y mordaz del escritor, así como su visión lúdica, trágica y sensual de la existencia. La Praga del 68 (un año histórico para el país) la visión que de ella tiene el autor, con todas las connotaciones críticas  sociales y políticas, la represión y la estupidez de la burocracia oficial comunista, son los ingredientes de una novela existencial excelente, en muchos momentos rozando el absurdo de Kafka o el ridículo surrealista y sexualmente procaz de “Tristram Shandy”.

El arte de la novela 

En 1986, Kundera, escribe uno de los textos más logrados y felices sobre la novela como género literario. Ya desde su definición “La novela es un arte nacido de la risa de Dios”, como una especie de territorio mágico imaginativo y de conocimiento cuyo proceso continuo a través de los tiempos es el epitome y el curso caudaloso de todas las grandes novelas de todos los tiempos que se van enriqueciendo en cada nueva aportación. Para quien esto escribe, el capítulo dedicado  a “La desprestigiada herencia de Cervantes” es uno de los textos más interesantes que he leído dedicado al inabarcable Cervantes.

Los testamentos traicionados 

En 1992 da una vuelta de tuerca a la obra anterior y escribe un ensayo sobre la novela como si fuera en sí mismo otra novela. Utiliza la música como vehículo comparativo y las obras y presencia de otros autores, como Hemigway o Kafka y aprovecha para lanzar su cuarto de espadas sobre la mesa de la naturaleza del autor y de los peligros que le acechan. Eso se convertiría en una de las “bestias negras” de Kundera, por su temor a ser mal interpretado o manipulado (en las traducciones era casi patológica la firmeza y cuidado con la que sometía a sus textos y a los traductores). La cuestión de confundir al autor con sus criaturas y vivencias novelescas se estaba convirtiendo en un complejo de rechazo que le duraría hasta el final de su vida.

El telón. Ensayo en siete partes 

En el nuevo siglo, Kundera vuelve a la historia de la novela y comienza con la revolución narrativa que supuso “El Quijote” y todos los temas y cuestiones relacionados con la creatividad y las grandes figuras de la literatura mundial.

Y tras este apresurado y selectivo, por tanto no completo,  paseo por la obra del escritor checo, nos detenemos un poco más en su último libro publicado:

La fiesta de la insignificancia

En 2014 sale a la palestra pública esta novela  donde se juega, en uno de sus capítulos, con el cuento metafórico del nuevo traje del rey, supuestamente realizado en telas tan sutiles que parece que el rey va desnudo (lo que en verdad ocurre). Es el engaño, la broma que deja de ser algo cómico para convertirse en tragedia. El “rey” del cuento de Kundera se llama Joseph Stalin. El siniestro dictador, al final de su vida, ya irremediablemente delirante, cuenta un relato que parece cómico. Tiene que ver con la caza de unas perdices. ¿Qué hacer? Si te ríes y no era cómico para Stalin, te cuesta la vida. Si, por el contrario, trataba de que soltaras la carcajada y no lo haces, es un insulto para el monstruoso ego del dictador. Y también lo pagas claro. Parafraseando, apropiadamente,  a Lenin, uno se pregunta una y otra vez “¿Qué hacer?”. Nuevamente transitamos por el resbaladizo terreno de la broma, el chiste, el sarcasmo surrealista, donde se recurre constantemente al destino dramático del ser humano, entre el absurdo, lo erótico (siempre rozando lo escatológico) y la sordidez y el miedo enquistado como una lepra en el cuerpo social.

Con momentos de absurdo surrealista, como el episodio de la pluma que sobrevuela una reunión mundana y se pasea en torno al dedo levantado de una de las invitadas con más glamour,  entre los aplausos de los aburridos asistentes o el juego retórico que se llevan tres amigos sobre la moda juvenil femenina de pasearse mostrando el  ombligo y la sabia disquisición sobre los elementos más atractivos de las mujeres, las caderas, los pechos o las piernas. “La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento.” Dice uno de los cuatro protagonistas. El testamento literario de Kundera me recuerda el talante desafiante, subversivo e iconoclasta de otro grande, éste del cine, don Luis Buñuel. Leyendo “La fiesta de la insignificancia” me parecía estar viendo en una pantalla las escenas que narra Kundera con un Fernando Rey o un Francisco Rabal o una Silvia Pinal interpretando a los personajes del escritor checo.

Decididamente, y que los incondicionales de Kundera me perdonen, me quedo con sus ensayos “El arte de la novela”, “Los testamentos traicionados” y “El Telón”. Y, claro, su novela paradigmática, “La insoportable levedad del ser”.

FICHA

Todas sus novelas y ensayos  están al alcance de todos los españoles –como el NODO-  en cualquier buena librería. Están editados por Tusquets, con excelentes traducciones, revisadas por el autor.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

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27 agosto 2023 7 27 /08 /agosto /2023 18:32

MILAN KUNDERA , EL AUTOR QUE SURGIÓ DEL FRÍO

 

El pasado 11 de julio murió en París, donde residía, el escritor checo Milan Kundera, a los 94 años de edad. Como Joyce, Nabokov, Mann, Rilke, Walter Benjamín, Zweig, Leon Felipe, Hanna Arendt, Salman Rushdie y tantos otros, Kundera se vio obligado a buscar un lugar donde poder vivir en paz –y morir, sin pistola intermedia-  ya que en su país de origen estaba proscrito. Al poder político absoluto le fastidia absolutamente que  escritores y pensadores, poetas y artistas se atrevan a opinar libremente sobre ellos. El comunismo de raíz estalinista no solía aceptar de buen grado a los intelectuales críticos. Estaban destinados a ser carne de “gulag” o a “desaparecer” de la forma más discreta posible. Como en la novela de John Le Carré, resultaba incómodo en ambos lados del Telón de Acero, ya fuese espía o intelectual. En los tiempos de la “guerra fría” los intelectuales no tenían buena prensa en general (recuerden la “caza de brujas” en Estados Unidos).

En 1979 las autoridades checas le retiraron la nacionalidad a Kundera y lo convirtieron en uno de los cientos de miles de apátridas que desbordaban las fronteras. En su libro “La vida está en otra parte” el escritor checo reivindicó la libertad como uno de los frutos de la rebeldía vital que caracterizó su existencia. En 2019 Checoslovaquia devolvió la nacionalidad a Kundera, que recibió la noticia con complacida indiferencia. Cincuenta años de exilio le habían blindado contra cualquier veleidad nacionalista. Como Pirron o Epicuro, Kundera se consideraba ciudadano del mundo, un “átopos”, un individuo de ninguna parte y por tanto de todas ellas. En su obra “La inmortalidad”, publicada en 1990, el escritor discurre sobre la identidad, como un proceso más que como una adscripción. Especialmente compleja si la persona vive en un régimen autoritario donde se proclama de igualdad supuesta y aparente de todos bajo la consigna unitaria –a la fuerza- de un régimen político que exige obediencia absoluta y usa de la violencia y la intimidación para lograrla. El novelista conocía la contradicción esencial de los totalitarismos: prometen un paraíso pero imponen un infierno, donde todo el aparato propagandistico del régimen está enfocado en disolver al individuo en una amalgama de ideas homogéneas, primarias y de una simpleza sonrojante en pos de la unidad de las mentes en un objetivo común: el que emana del privilegiado aparato directivo del partido y sus sirvientes más directos. Es decir una sociedad jerarquizada, con una cúpula que disfruta de todos los privilegios, un cinturón de servidores policiales y militares dispuestos a todo y la ingente masa de todos los demás ciudadanos del país sometidos  a los caprichos y directrices –a menudo demenciales- del poder. Es decir el reino del terror de Stalin o Hitler, Mao, Idi Amin, los khemeres rojos del Pol Pot, Ceausescu y tantos otros polichinelas del terror político, ahora encarnados en Trump, Bolsonaro o Putin, sin ir más lejos.

En otras novelas, como “La fiesta de la insignificancia” o “La ignorancia”, Kundera  analiza esa imposibilidad de conocer nuestro propio yo debido a la influencia enajenadora y falaz que tienen los demás o los medios de comunicación influidos por el poder y, proféticamente, las redes sociales y la tecnología social en todas sus manifestaciones. Es la soberanía absoluta de la imagen, de las pantallas, como indicativo de la ausencia de intimidad para propiciar la creación de “yos” que solo son avatares, muñequitos,“likes” o emoticones que conforman personalidades fulgurantes, simples, esquemáticas, efímeras y vulnerables hasta el suicidio.

En cierta forma todo esto daría sentido al perfil-cero social que Kundera adoptó en los últimos años de su vida. Lejos de la voracidad de los medios, centrado en su propia existencia y en su obra, el escritor checo renunció voluntariamente a cualquier atisbo de vida pública. Tanto es así que muchos de los que amamos su obra pensábamos que había fallecido en secreto, como una versión muy paradójica y sarcástica de su primera novela “La broma” en la que un simple chiste acaba arruinando la vida de un hombre (en el régimen estalinista checo, los chistes estaban oficialmente prohibidos y castigados).

Esa es una constante de la obra de este autor, el juego perverso que el humor mantiene con el horror, el pesimismo con la ironía, la carcajada liberadora con las lágrimas de frustración, la rigidez de lo autoritario y lo fanático con  la salida ingeniosa y ridícula del hombrecillo asustado que busca una aceptación del otro que nunca es atendida. La fuerza liberadora del humor, la carcajada, estaba presente en la narrativa y los ensayos de Kundera, como una confirmación de aquella frase, creo que era de la Arendt o de Simone Weil, dos víctimas directas o indirectas de los nazis: lo primero que desaparece de las calles en un régimen  totalitario es la risa, la jovialidad, el trato amable. Los sustituye el miedo, la desconfianza, la inseguridad, la tristeza y el silencio. Ese es el trasfondo de la huida de un desengañado Kundera de su país tras la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968.

Para poder trabajar en esa dialéctica entre el horror y el humor, Kundera echa  mano de la filosofía, no sólo del existencialismo de Sastre o de la fenomenología de Heidegger, también del Nietzsche de la angustia del yo o el Kafka del absurdo, del Musil del hombre sin atributos o del Hermann Broch (el de “La muerte de Virgilio”) que bucea en la inconsistencia de las motivaciones de las acciones humanas. Sin olvidar a un Rabelais o un Diderot. Por tanto Kundera acaba reconociendo que sus novelas “no examinan la realidad, sino la existencia”, es decir la variabilidad y absurdo de las actitudes humanas que muchas veces se enfrentan auto destructivamente a la realidad. Lo cual nos lleva a “La insoportable levedad del ser”, la novela best-seller de Kundera, donde el escritor nos apunta que la única salida posible y digna a esa situación es el ejercicio de la ironía y el humor, única arma para afrontar la unamuniana condición o “sentimiento trágico de la vida” y la naturaleza del desarraigo vital que instauró el siglo XX, espíritu de una época que hoy padecemos aún más, en el declive de las ideas y los valores de vigencia universal. Ese es el nihilismo y la negatividad del siglo XXI, un malestar existencial que Kundera trata de sobrellevar con su narrativa y su ironía dura y sarcástica.

Para un amante de la novela cervantina, Kundera es como un efecto lógico del realismo desengañado y pleno de humor irónico de don Miguel trasplantado al siglo del Gran Hundimiento Humanista, el XX, con sus dos guerras mundiales y más de un centenar de conflictos armados y genocidios en el resto del mundo. Quizá por eso no le importó demasiado que se le negara la opción al Nobel por una supuesta delación cometida en su juventud contra un compañero escritor durante la época estanilista dura. Kundera negó siempre esa noticia y la  atribuyó a maniobras de desprestigio orquestadas por el comunismo activo en Occidente contra un “traidor” de la Causa.

Lo cierto es  que Kundera al final de su vida trató de aceptar el reconocimiento de su país natal sin acritud o amargura. Recibió el Premio Nacional de Literatura checo en 2008 y el Premio Kafka en 2021. Como muestra de reconciliación, Kundera donó su biblioteca y sus archivos personales a la Fundación que lleva su nombre en la ciudad de Brno, donde nació. Siempre había dejado bien claro que él era un escritor no un político o ideólogo: “No me siento cómodo en el papel del disidente. No me gusta reducir la literatura y el arte a una lectura política. La palabra disidente significa suponerle a uno una literatura de tesis, y si algo detesto es precisamente la literatura de tesis. Lo que me interesa es el valor estético. Para mí, la literatura pro comunista o la anticomunista es, en ese sentido, lo mismo. Por eso no me gusta verme como un disidente”, declaró a “El País” en 1982, en una de sus últimas entrevistas, tras su rechazo total al “despotismo” manipulador de los medios de comunicación. A partir de 1986 el escritor checo exiliado en Paris decidió “beckettizarse”, es decir, seguir el ejemplo de Samuel Beckett y dar por cerrados sus contactos con los medios. La respuesta no se hizo esperar. Muchos rechazados empezaron a buscar la forma de desacreditarle. En el “cafarnaum” de los medios negarse a hablar y aparecer se convierte en una ofensa de lesa majestad: el público y el ruido lo es todo. Dejamos el tema. La picota pública es demasiado visible en las redes y ha realizado auténticas canalladas y provocado incluso el suicidio de algunas personas.

Pero pasemos a su obra y dejemos al escritor celoso de su privacidad y su libertad. Un rápido paseo por algunas de sus novelas y luego nos detendremos en una en particular “La fiesta de la insignificancia”. No porque sea la mejor, pero si es la que, de alguna forma, resume en cierta forma el personal ideario social y ético, estético y literario de Kundera. Es una carcajada triste que resume nuestra época mejor que un ensayo político. Su humor, como en Rabelais, como en Cervantes, arranca de la profunda desdicha, la ignorancia, la insoportable levedad del ser…como en Don Quijote, la tozuda y mezquina realidad mostrenca convierte a los gigantes en molinos, al bálsamo de Fierabrás en un brebaje inmundo, a los ejércitos en rebaños de ovejas y corderos, a un palacio almenado en una venta miserable, a una doncella en Maritornes, una puta del partido, al caballero de la Blanca Luna en el vengativo Sansón Carrasco, a los Duques señoriales en nobles burlones, despiadados, ignorantes y mezquinos y, ay, a la sin par Dulcinea del Toboso en una aldeana sin encanto alguno, zafia y despreciativa. Kundera a través de su obra, empezando por “La broma”, juega ese mismo -burlón, pero triste y a veces patético- juego cervantino (no en vano es un fanático de don Miguel) y lo hará en casi todos sus libros, navegando entre la sátira, el ridículo, el humor grotesco, el absurdo, el realismo mágico, la humillación, el esperpento y el erotismo desmadrado y un poco sórdido. En esa novela, Kundera revela el aciago destino  que puede tener un simple chiste o frase ingeniosa escrita imprudentemente en una postal en la Chescoslovaquia comunista. La frase era “El optimismo es el opio del pueblo” y  le cuesta la ruina en vida a su protagonista. La sensibilidad ante la crítica, aunque sea una simple chispa de ingenio, es una de las debilidades vengativas ridículas de los regímenes totalitarios.

El libro de la risa y del olvido

En 1979 sale a  la luz un libro cajón-de-sastre: nuestro autor era muy aficionado a las digresiones, reflexiones, autocríticas, relatos caprichosos y textos entre el ensayo y el guiño social. Le encantaba despistar al lector con su búsqueda incesante de nuevos cauces narrativos y fórmulas literarias con afán de novedad. En muchos de estos textos ya se vislumbra con cierta claridad el pensamiento y la mirada crítica del escritor en torno a la sociedad en la que vive. Era jugar con fuego.

La insoportable levedad del ser

En 1984 se publica la que muchos consideran mejor obra de Kundera. Hubo versión cinematográfica de gran éxito y quedó establecido el talante irredento y mordaz del escritor, así como su visión lúdica, trágica y sensual de la existencia. La Praga del 68 (un año histórico para el país) la visión que de ella tiene el autor, con todas las connotaciones críticas  sociales y políticas, la represión y la estupidez de la burocracia oficial comunista, son los ingredientes de una novela existencial excelente, en muchos momentos rozando el absurdo de Kafka o el ridículo surrealista y sexualmente procaz de “Tristram Shandy”.

El arte de la novela 

En 1986, Kundera, escribe uno de los textos más logrados y felices sobre la novela como género literario. Ya desde su definición “La novela es un arte nacido de la risa de Dios”, como una especie de territorio mágico imaginativo y de conocimiento cuyo proceso continuo a través de los tiempos es el epitome y el curso caudaloso de todas las grandes novelas de todos los tiempos que se van enriqueciendo en cada nueva aportación. Para quien esto escribe, el capítulo dedicado  a “La desprestigiada herencia de Cervantes” es uno de los textos más interesantes que he leído dedicado al inabarcable Cervantes.

Los testamentos traicionados 

En 1992 da una vuelta de tuerca a la obra anterior y escribe un ensayo sobre la novela como si fuera en sí mismo otra novela. Utiliza la música como vehículo comparativo y las obras y presencia de otros autores, como Hemigway o Kafka y aprovecha para lanzar su cuarto de espadas sobre la mesa de la naturaleza del autor y de los peligros que le acechan. Eso se convertiría en una de las “bestias negras” de Kundera, por su temor a ser mal interpretado o manipulado (en las traducciones era casi patológica la firmeza y cuidado con la que sometía a sus textos y a los traductores). La cuestión de confundir al autor con sus criaturas y vivencias novelescas se estaba convirtiendo en un complejo de rechazo que le duraría hasta el final de su vida.

El telón. Ensayo en siete partes 

En el nuevo siglo, Kundera vuelve a la historia de la novela y comienza con la revolución narrativa que supuso “El Quijote” y todos los temas y cuestiones relacionados con la creatividad y las grandes figuras de la literatura mundial.

Y tras este apresurado y selectivo, por tanto no completo,  paseo por la obra del escritor checo, nos detenemos un poco más en su último libro publicado:

La fiesta de la insignificancia

En 2014 sale a la palestra pública esta novela  donde se juega, en uno de sus capítulos, con el cuento metafórico del nuevo traje del rey, supuestamente realizado en telas tan sutiles que parece que el rey va desnudo (lo que en verdad ocurre). Es el engaño, la broma que deja de ser algo cómico para convertirse en tragedia. El “rey” del cuento de Kundera se llama Joseph Stalin. El siniestro dictador, al final de su vida, ya irremediablemente delirante, cuenta un relato que parece cómico. Tiene que ver con la caza de unas perdices. ¿Qué hacer? Si te ríes y no era cómico para Stalin, te cuesta la vida. Si, por el contrario, trataba de que soltaras la carcajada y no lo haces, es un insulto para el monstruoso ego del dictador. Y también lo pagas claro. Parafraseando, apropiadamente,  a Lenin, uno se pregunta una y otra vez “¿Qué hacer?”. Nuevamente transitamos por el resbaladizo terreno de la broma, el chiste, el sarcasmo surrealista, donde se recurre constantemente al destino dramático del ser humano, entre el absurdo, lo erótico (siempre rozando lo escatológico) y la sordidez y el miedo enquistado como una lepra en el cuerpo social.

Con momentos de absurdo surrealista, como el episodio de la pluma que sobrevuela una reunión mundana y se pasea en torno al dedo levantado de una de las invitadas con más glamour,  entre los aplausos de los aburridos asistentes o el juego retórico que se llevan tres amigos sobre la moda juvenil femenina de pasearse mostrando el  ombligo y la sabia disquisición sobre los elementos más atractivos de las mujeres, las caderas, los pechos o las piernas. “La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento.” Dice uno de los cuatro protagonistas. El testamento literario de Kundera me recuerda el talante desafiante, subversivo e iconoclasta de otro grande, éste del cine, don Luis Buñuel. Leyendo “La fiesta de la insignificancia” me parecía estar viendo en una pantalla las escenas que narra Kundera con un Fernando Rey o un Francisco Rabal o una Silvia Pinal interpretando a los personajes del escritor checo.

Decididamente, y que los incondicionales de Kundera me perdonen, me quedo con sus ensayos “El arte de la novela”, “Los testamentos traicionados” y “El Telón”. Y, claro, su novela paradigmática, “La insoportable levedad del ser”.

FICHA

Todas sus novelas y ensayos  están al alcance de todos los españoles –como el NODO-  en cualquier buena librería. Están editados por Tusquets, con excelentes traducciones, revisadas por el autor.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

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5 agosto 2023 6 05 /08 /agosto /2023 13:48

Texto publicado en la revista Compromiso y Cultura 082023

Pues en lo que a mí respecta se trata de un novelista japonés de 74 años, altamente controvertido, con partidarios apasionados y detractores furibundos, que ha estado algunas veces en la lista de los “Nobelables” y que este año ha recibido el premio Princesa de Asturias de las Letras. Durante muchos años (desde los ochenta del pasado siglo) este escritor personalísimo ha logrado crear un universo literario sin parangón no sólo en su propia cultura –en Japón no logran entender el éxito apoteósico de Murakami en el extranjero, desde Estados Unidos a Europa, incluida Rusia, donde es idolatrado, sino también en la nuestra en la que, a estas alturas, muchos todavía nos preguntamos, dónde está la clave del universo propio  murakamiano, repleto de ignotos planetas en los que deambulan un sinfín de personajes, anécdotas, sucesos, diálogos entre el absurdo y lo onírico y una corriente subterránea de magia, misterio y supersticiones que irritan a unos y fascinan a otros. Y lo más admirable es que hay que rendirse a una evidencia: la realidad cotidiana donde todo eso acontece está tejida de detalles, circunstancias y paisajes que todos reconocemos como los propios de nuestro tiempo y nuestra cultura. El efecto que produce esa constatación es francamente hipnótico. Tal vez en eso radique la clave de su éxito: Murakami nos seduce con su bizarra osadía. Creo que hay adictos, en el sentido clínico del término, murakamianos, como los hay a las anfetaminas, al tinto de verano o a las series de la tele.

Rodeado de muchos de sus libros y las reseñas que a lo largo de los años he ido escribiendo en diversos medios, me he puesto a la tarea de explicarles de qué hablo cuando escribo sobre Murakami. Como banda sonora de mi trabajo empecé con Mahler, pasé a Rachmaninof  y me he quedado con el Don Juan de Mozart que, por instinto, me parece la más adecuada para situar a Murakami en su contexto musical. Don Giovanni es, con su audacia, su desparpajo y su capacidad de seducción, imaginación y gran confianza seguridad en sí mismo, el molde donde se cuece la figura literaria del escritor japonés que es, aparentemente, la contrafigura del conquistador mozartiano.

“Kafka en la orilla”, “1Q84” (las dos primeras partes, la tercera hay que excusarla), “Tokio Blues.Norwegian Word”, “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, “Alfter Dark”, “Sauce ciego, mujer dormida” (relatos), “Los años de peregrinación del chico de color”, “Escucha la canción del viento”, “Pinball 1973” ( los primeros que publicó Murakami)  y los dos libros titulados como homenaje al Raymond Carver de “De qué hablamos cuando hablamos de amor” –por cierto, uno de los autores norteamericanos traducidos al japonés por el escritor- y que son, “De qué hablo cuando hablo de escribir” y “De qué hablo cuando hablo de correr”.  Prácticamente toda su obra en castellano ha sido publicada por Tusquets, que ya anuncia para 2024 su última novela: “La ciudad y sus muros inciertos”. Mientras, sus fans se multiplican como las ediciones en más de 50 idiomas. ¿Estamos hablando de un Flaubert, un Dickens, un Tolstoi, un Proust, un Joyce? No, por Dios, estamos hablando de un fenómeno popular, un producto de nuestro siglo XXI que se despertó en los dos últimos decenios del XX (de ahí su explosivo atractivo), llamado Murakami.

De la relectura de esos dos ensayos autobiográficos citados se desprenden –a veces de forma reiterada- los detalles que pueden explicar no sólo el “duende” del estilo de Murakami, sino también las virtudes, defectos y artimañas seductoras del escritor japonés, un joven setentón que sigue corriendo, nadando y montando en bici casi cada día y ha sido un participante modesto, pero pertinaz y cumplidor, en maratones, uno cada año durante veintitantos, triatlones y pruebas deportivas de todo tipo.

En el polo opuesto del escritor bebedor, neurótico, adicto a todos los paraísos de alcohol y drogas,  con sus infiernos oníricos, hasta rozar la psicosis, Murakami, es disciplinado, laborioso, deportista, mantiene un matrimonio de medio siglo, al margen de escándalos sexuales y deslices. Es cortés y decididamente solitario y esquivo a entrevistas y reportajes, cámaras y tertulias literarias o sociales, por timidez y convicción. ¿Cómo conjura los paraísos artificiales que son casi un tópico vital en la vida de muchos escritores? Muy sencillo: los convierte en alter egos literarios. Es como si detrás de la figura de Don Giovanni estuviera el cerebro rector de un monje franciscano, la estoica figura de fray Guillermo de Baskerville.

El otro elemento a tener en cuenta para saber de qué hablo cuando analizo la figura de Murakami, es la música. Concretamente la música pop, el soul y el jazz. Él mismo ha confesado en diversas ocasiones,  “Al principio de mi carrera de escritor se me ocurrió que podía construir frases como si tocara un instrumento y esa idea no ha cambiado hasta hoy. Mientras aprieto las teclas del teclado del ordenador, me impongo un ritmo determinado, me esfuerzo por buscar un sonido y una resonancia adecuadas”.

Pero no crean ustedes que nuestro autor es un  monje trapense escondido tras su obra, una gran incógnita cubierta por un velo de misterio y rodeado por una nube de enigmas. Nada de eso. Murakami, desde su primera obra, nos cuenta –al margen, pero reiteradamente- qué canales cotidianos, ordinarios y también de vez en cuando misteriosos y casi místicos, posibilitan y enriquecen su labor de escritor.

Precisamente en el prólogo a la primera edición en castellano de sus dos primeras novelas (“Escucha la canción del viento” y “Pinball 1973”), a las que llama “mis novelas de la mesa de la cocina”  por haber sido el lugar donde las escribió, a altas horas de la madrugada, después de trabajar en su local de copas y música de jazz, nos habla de la génesis de su oficio de escritor, inducido por dos “fenómenos” o “epifanías”. Forman parte del anecdotario personal de misterios o sincronicidades (término junguiano que Murakami usa a menudo: “a lo largo de mi vida me han ido sucediendo cosas misteriosas de ese tipo”) que florecen en su historia y fidelizan a sus fans (y alarman y enojan a sus críticos).

 Murakami estaba viendo un partido de béisbol, “una radiante tarde de abril de 1978”, en el estadio Jingû-Kyujo de Tokio, cerca de su domicilio, “yo estaba solo en un área adyacente elevada sobre el terreno de juego, mirando el partido mientras me tomaba una cerveza…de pronto escuché el sonido limpio del bate golpeando la pelota, que resonó por todo el estadio…en aquel instante, sin antecedente ni fundamento alguno, pensé de pronto: ‘si. Quizá también yo pudiera convertirme en novelista…’.Mi vida cambió por completo a raíz de aquello. “. Escribió trabajosamente su novela en japonés, después la tradujo al inglés –que no dominaba- y la retradujo al japonés. Ese trabajo le convenció de que había encontrado su estilo propio: “no hacía falta poner una palabra complicada tras otra, ni utilizar expresiones hermosas para despertar la admiración de la gente”. Consiguió un ritmo poderoso al combinar frases cortas; un lenguaje directo, sin circunloquios; unas descripciones precisas, sin aspavientos.”  La terminó y la envió a un concurso para autores noveles. Y se olvidó de ella.

Unos meses más tarde le llamaron por teléfono para decirle que estaba entre los cinco finalistas del premio. No había guardado ni una copia de ella. Ese día salió a dar un  paseo con su esposa, cuando descubrió una paloma mensajera herida acurrucada detrás de unos arbustos.  La llevó hasta un puesto de policía para entregarla y mientras lo hacía, con la paloma palpitando entre sus manos, se le ocurrió de pronto que ganaría el premio  y que sería un escritor profesional con cierto éxito. Como sabemos, se quedó corto: su éxito es considerable y tras el Premio Princesa de Asturias, no sería de extrañar que obtuviera el Nobel. Como escribe en su prólogo (estas anécdotas premonitorias han sido publicadas reiteradamente por el escritor cada vez que le ha parecido oportuno), “Para mí, estos recuerdos muestran que creer en algo que debe de existir dentro de ti y soñar con la posibilidad de cultivarlo y seguir conservando todavía esas sensaciones, es maravilloso”. Lo cierto es que esa sensibilidad por lo mágico, lo misterioso y lo extraordinario, cuaja toda su obra, en personajes, eventos y circunstancias.

Para comprender la figura de Murakami y su originalidad indudable hay que añadir otra clave a nuestro análisis: el aspecto bifronte del escritor que, como un centauro, muestra una parte física potente, el corredor de maratones y otra, también potente, de tipo intelectual, el creador de ficciones que alcanzan de forma natural e inmediata un eco en sus lectores, generalmente jóvenes (pero los hay también entre gente madura, quizá porque añoran su lejana juventud) y un atractivo ambivalente entre otros escritores y gente de letras, artes y libros, que admiran el osado desparpajo seductor (literario) de este Don Juan de ojos rasgados y maneras de monje.

Así, querido lector de CyC, que puede comenzar el periplo murakamiano leyendo los dos ensayos con el título tipo Carver. En el primero, De qué hablo cuando hablo de correr, las descripciones de los apuros y angustias físicos del escritor mientras corre los 42 kms y 195 metros de la dura prueba maratoniana, (que ha cubierto en unas 30 ocasiones en años sucesivos) adquieren  momentos de gran emoción literaria. Pero lo fascinante es la traslación de las características del corredor de esa especialidad, ritmo, velocidad, aguante, persistencia, confianza en si mismo, capacidad de generar fuerza a partir de una convicción y de un sueño, espartana administración de esfuerzo y resistencia…a las dificultades que crea la redacción de una novela de más de trescientas páginas. El paralelismo es seductor y Murakami lo muestra con gran lujo de detalles y una sencillez y respeto casi zen.  Murakami habia empezado a correr en otoño de 1982 (a los 33 años) y ha corrido casi sin interrupción –distancias variadas- hasta estos momentos (no tengo noticia de que haya cesado de hacerlo). Para él carece de importancia ganar o no, sólo le preocupa no dejar de cumplir los parámetros que él da por buenos. “Mis únicos puntos fuertes –escribe- son la diligencia, el aguante y la fuerza física. Si habláramos de caballos, estaría mas cerca de un percherón que de un caballo de carreras”. Y añade, guasón, “el tabique que separa la sana autoconfianza de la insana arrogancia es realmente muy fino”. Murakami nunca ha sido arrogante (en eso se distancia de Don Juan). Así que reconoce “poco después de dejar de correr, todo lo que he sufrido y lo miserable que me he sentido se me olvidan, como si jamás hubiera sucedido y ya vuelvo a estar decidido a hacerlo mejor la próxima vez”.

Pero Murakami no sólo nos habla de sus deportes favoritos en ete libro bastante crucial para conocerle, también nos va contando detalles de su carrera literaria y reflexiones sabrosas sobre el arte de escribir. Tres son las cualidades del buen escritor, nos cuenta, el talento (cuya cantidad y calidad deben ser controladas), capacidad de concentración y la inevitable e imprescindible constancia.

En el segundo ensayo, De qué hablo cuando hablo de escribir, Murakami se ve como un  boxeador que ha de luchar contra la desidia, la falta de confianza y las críticas en un ring literario donde nadie tiene piedad de nadie. Son muchos los que suben al ring, pero pocos los que logran resistir la lucha y los ataques. Escribir novelas es parecido a ese duro deporte. Hay que aprender a encajar los golpes y luchar con denuedo para mantenerse. La escritura tiene sus trucos y uno ha de tratar de ser él mismo en todo momento. Desconfía de las facilidades supuestas de la inspiración y cree en un trabajo serio y persistente. Como Hemingway, mantiene que  “tras una larga jornada, dejo de escribir en el preciso momento en que siento que podría seguir escribiendo”.

En este libro Murakami se muestra a sí mismo y a su oficio de escritor con ojos realistas, sinceros y poco autocomplacientes. “En esencia los escritores somos seres egoístas, generalmente orgullosos y competitivos…seres necesitados de algo innecesario” Nos habla de su vida, sus pesares y dificultades y otra vez de sus “epifanías”; de su enorme amor a la lectura y a la música. Con gran sencillez confiesa: “Soy incapaz de asumir la idea de escribir a fuerza de sufrimiento. Para mi, escribir me da momentos de felicidad…y no me considero un genio, ni me atribuyo un  talento especial, aunque no niego tener algo…me gano la vida con esto desde hace más de cuarenta años” Murakami sabe que es un caso aparte en el panorama literario japonés y se justifica ante los ataques recibidos historicamete con esta frase: “Solo pretendía escribir algo  mi manera y reflejar con ello el estado de su corazón. Nada más”. Nunca ha padecido el “writer’s block” porque “cuando no tengo ganas de escribir, simplemente no lo hago, nada ni nadie me obliga…para mi escribir es un alivio psicológico”. ¿Más claro? “Es un camino que se empieza solo, por el que se avanza solo y que se puede perfeccionar a sí mismo”. Y para los demás escritores, oído al parche: “El proceso de escribir queda al margen de los reconocimientos. Es la carga que uno debe soportar en soledad y en silencio”. “Me da igual lo que digan sobre lo que escribo, por muy tremendo que resulte. Lo importante es escribir lo que yo quiera y como yo quiera.”

Las constantes temáticas de las obras de Murakami son variadas pero reiterativas (según una lista publicada por The New York Times): la mujer plena de misterio, el fetichismo de las  orejas femeninas, los pozos secos y profundos, la desaparición súbita de algo o de alguien, la sensación de persecución, inesperadas llamadas de teléfono o móvil, gatos por todas partes, música de jazz en discos de vinilo, urbanita que se siente perdido, intervenciones o poderes por encima de lógica y quizá mágicos, pasadizos secretos, espacios abrumadoramente abiertos, trenes y estaciones, presencia del pasado histórico en detalles llamativos, precocidad adolescente, cocinar, mundos paralelos, sexo explícito, Tokio y sus noches, nombres originales y llamativos, malvados sin identificar, más gatos (que hablan o desaparecen), el amor con signos de tragedia y de intensidad excesiva, la capacidad del arte para trascender las miserias del sujeto (tema del ultimo libro de Murakami “La muerte del comendador” (otra coincidencia entre don Giovanni y nuestro novelista) …

Bien, el viaje en torno a lo que quiero decir cuando hablo de Murakami, toca a su fin. No voy a entrar en valoraciones una por una de sus obras, me parece poco pertinente. Es un escritor muy característico que se dirige al corazón de sus lectores, sin importarle demasiado la forma y el estilo. Por tanto, cuatro datos sencillos de las, para mí, sus obras más interesantes, prescindiendo de las cuatro que ya he tratado aquí: las dos primeras, “Escucha la canción…” y “Pinball 1973”, más los dos ensayos del “De qué hablo…”.

TOKIO BLUES.-

Se trata de una buena novela del género “Bindungsroman”, es decir de iniciación. Por ejemplo, válido para este caso, nuestro “Lazarillo de Tormes”, el “Wilhelm Meister” de Goethe, el Marcel de “La recherche…” de Proust, el “Retrato del artista adolescente” de Joyce o “La montaña mágica” de Mann. Es decir, novelas donde el lector acompaña el largo, tortuoso y a veces muy duro sendero en el que un joven se inicia en la vida de adulto.

Murakami borda las vicisitudes de sus jóvenes protagonistas, el amor, la felicidad, la soledad, la incomprensión, las rarezas de la existencia. El trayecto de Toru Watanabe, estudiante de primer año de la Universidad de Tokio, encuentra ecos en muchos lectores en parecidas circunstancias. Con esta novela H.M. logró convertirse en alimento literario de fanáticos en medio mundo.

1Q84.-

Esta es una novela-piedra de toque. Si la lees, rendido al texto a pesar de su larga extensión y gran exigencia, es que eres un murakamista irredento. No la juzgaré de ningún modo. Recomendarla, si. Aunque sea una prueba difícil y no recomiende la tercera parte. Está ambientada en Tokio en 1984, y propone un acto de fe desde el principio: debes aceptar con naturalidad que uno de los protagonistas se da cuenta de que ha ingresado en un universo paralelo, y que otro, una aspirante a escritora, propone a la credibilidad del lector que practica un misterioso proyecto de escritura fantasma.

KAFKA EN LA ORILLA.-

Viniendo de la anterior lectura, no es probable que te sorprenda demasiado ésta. Aunque creas que el realismo mágico acabó con García Márquez, Borges y Onetti, lo cierto es que en esta obra Murakami te convence de que todavía tenías mucho que aprender. Aquí además gozarás de la novela tipo “baúl de historias interrelacionadas”. El argumento  nos muestra a Kafka Tamura, un joven de 15 años que acaba de huir de su casa acuciado por el complejo de Edipo  y se propone vivir en una biblioteca. Y conocemos a Nakata, un anciano que sufrió daño cerebral cuando era niño y ahora tiene la poco sorprendente facultad de hablar con los gatos. La pérdida de uno de sus más amados animalitos le hace emprender un viaje inesperadamente psicodélico. La soledad es el caldo de cultivo de los personajes que se suceden a un perezoso ritmo de siesta indigesta y un estado casi permanente de confusión vital.

 

CRONICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO.-

Aquí nos encontramos con aquel aserto que afirma que todo novelista tiene un reformador moral en la barriga. Dadas las especiales características de Murakami, cabía esperar que no se cumpliera ese aserto en su caso. Pero no ha sido así. Su protagonista de “Crónica del pájaro…”, Tooru Okada, inicia un viaje de auto descubrimiento pateándose las calles de Tokio en la busca improbable de su gato. Esos animalitos son para H.M., auténticos totems hogareños, dioses penates, lares o manes de este escritor, como si fuera un ciudadano de la Roma imperial. Rara es la novela de Haruki M. en la que no se cita a los gatos.

AFTER DARK.-

El mundo de Murakami está lleno de enigmas y vías alternativas que alternan con los tiempos por vías misteriosas: cerca de medianoche, una chica, Mari, está sentada sola a la mesa de un bar. Toma un café y lee. Es interrumpida por un joven músico. Lo conoce ligeramente. Le ha visto hace tiempo y acompañaba a su hermana. El nudo argumental comienza a abrirse. Nadie sabe qué va a pasar. Sospecho que ni Murakami cuando lo escribía…En otra de sus novelas decía: “todo empieza siempre con alguien contando algo de sí mismo”. Pues ahí lo tienen,,,

 

AL SUR DE LA FRONTERA, AL OESTE DEL SOL.-

El dueño de un club de jazz, Hajime, tiene un encuentro inesperado y misterioso: Shimamoto, su mejor amiga de la infancia está frente a él, con su carga de pasado y posibilidades de nostalgia y futuro. Pero…

 

LOS AÑOS DE PEREGRINACION DEL CHICO SIN COLOR.-

Aquí Murakami hace gala de sus mas queridas técnicas temáticas: un personaje femenino alucinado y trágico (eso si con hermosas orejas), espectros bidimensionales, el ayer como línea de tiempo bifurcada , trenes, místicos gastronómicos, apellidos de colores en los amigos del héroe, Tsukuro Tazaki, diseñador de trenes. Su historia y la de la novela, están condicionadas por una anécdota de su pasado: dieciséis años atrás, el grupo de cuatro amigos al que pertenecía, le expulsan  sin razón o motivo aparente. Eso constituye un golpe psicológico que le obsesiona y casi le empuja al suicidio. Ahora pretende averiguar las razones de tal catástrofe personal. Pero hablamos de Murakami. Por tanto, dilucidar eso nos llevará a un nuevo enigma. Como escribe Rodrigo Fresán, no hay nada de extraño, Murakami tiene una lógica perfecta y la mayoría de sus personajes también. El único problema es que tal lógica pertenece a otra dimensión: la del planeta Murakami.

 

FICHA

Todas las novelas citadas están publicadas por la editorial Tusquets. Son fáciles de encontrar en cualquier librería.

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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12 julio 2023 3 12 /07 /julio /2023 17:38

NUCCIO ORDINE, DONDE  LO “INÚTIL” SE REVELA ÚTIL

Un autor indispensable para conocer la crisis de la  enseñanza en la sociedad capitalista tecnodependiente

El 10 de junio pasado murió Nuccio Ordine con 64 años, a causa de un derrame cerebral. Nació en un pequeño pueblo de Calabria que ni siquiera tenía librería. En una entrevista declaró: “Nacer en una casa sin libros y de padres sin estudios, vivir en una ciudad pequeña sin librerías ni bibliotecas, sin teatros ni espacios culturales, no significa estar condenado a la ignorancia”.  Ordine estudió,  fue a la Universidad y se hizo profesor e investigador  en temas de filología, literatura y filosofía. Vivía en Cosenza, en una casa de campo con más de 20.000 libros en su biblioteca personal. Era profesor de Literatura italiana en la Universidad de Calabria y dictó clases en las universidades de Yale, la Sorbona,  Berlín y  Harvard, como profesor invitado. Era miembro de honor de la Academia rusa de ciencias.  Publicó eruditos trabajos sobre Giordano Bruno y el Renacimiento. En 2013 dio la campanada de la popularidad, fuera del mundo académico, con la publicación de un librito  (lo subtituló “Manifiesto”) de 170 enjundiosas páginas, llenas de pasión, sentido común y profundo conocimiento de la literatura y la filosofía:   “La utilidad de lo inútil”, que en un tiempo récord se publicó en más de veinte lenguas. En España fue publicado por la editorial Acantilado y ya lleva casi treinta reimpresiones. El ya desaparecido maestro del ensayo, George Steiner, dijo de este libro “Una pequeña obra maestra de la originalidad y la claridad”.

Su fallecimiento me entristeció, nadie está preparado para una noticia así. Le seguía fielmente desde que apareció ese libro. Por eso, aunque ya tenía medio preparado un trabajo sobre Murakami, decidí dejarlo para el mes próximo y dar a los lectores de C&C la oportunidad de conocer a este brillante ensayista –los que no tenían ese placer- o de recobrarle, los que ya lo habían leído. Ordine me parece uno de los pensadores más proféticos en torno al binomio interactivo sociedad-cultura. Precisamente en octubre próximo debía recoger el Premio Princesa de Asturias de  la Comunicación y Humanidades 2023.

Nunca como hasta el momento presente ha resultado más adecuado un título como “La utilidad de lo inútil” que está rozando los grandes titulares críticos de una actualidad  - en concreto de la educación y la enseñanza- , condicionada por las leyes del mercado, la prisa, la superficialidad y los efectos indeseables de las tecnologías bajo la hegemonía  dictatorial de las pantallas y el mundo digital. En España vendió más de 80.000 ejemplares de su inteligente libro.

Para complementar el mensaje del citado texto, recobré otro gran volumen de este pensador, comprometido con la “dignitas hominis”: “Clásicos para la vida”, también editado por Acantilado en 2017. En este libro Ordine nos lleva por un apasionante viaje por la literatura de todos los tiempos: acompañados por Shakespeare, Mann, Goethe, Zweig, Borges, su amado Giordano Bruno, Platon, Margaritte Yourcernar, Maquiavelo, Cervantes, Dickens, Rilke, Primo Levi, Boccaccio, Defoe, Rabelais, Saint Exupéry, Baltasar Gracián, García Márquez. Flaubert, Swift, Montaigne, Balzac, Rostand, Cavafis, Pessoa, Calvino, Einstein… en citas que precisamente nos conciernen directa y críticamente en la cuestión, no sólo ética, de saber comprender cuál es el auténtico fin de la enseñanza en escuelas y universidades: preparar a los hombres y las mujeres del mañana para vivir plena, correcta y satisfactoriamente en un mundo atenazado por la codicia, la prisa, la desorientación y la ausencia de valores, todo aquello que alegremente archivamos en el baúl de lo “no útil”.

Precisamente tras una lectura del libro, repleta de emociones literarias –su elección de la obra reseñada de cada uno de ellos, es aleatoria pero modélica-  se termina con una figura sorprendente: Albert Einstein. ¿Qué hace Einstein en un libro dedicado a genios de la literatura?  El Nobel alemán de física, un genio en otra órbita, la científica, hace unos razonamientos sobre la educación que, viniendo de él, resultan reveladores, por su adecuación al mensaje primordial de Ordine y de los autores a los que convoca. En su texto hace gala de su lógica racionalidad humanística y un sentido común fuera de lo corriente en la enrarecida atmósfera científica. “La escuela –escribe Einstein-  siempre debe plantearse como objetivo que el joven salga de ella con una personalidad armónica y no como un simple especialista. Incluso en la enseñanza técnica…lo primero debería ser siempre, desarrollar la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y no la adquisición de conocimientos especializados”.

Señores funcionarios  del Ministerio de “Educación”, presten atención: es Einstein quien lo dice, no sólo el abrumador  muestrario de genios literarios que aporta Ordine. ¿Para cuándo unos “reformadores” de los planes educativos que se nieguen a ser la “voz de su amo” político? Basta de campañas denigratorias de las humanidades y los clásicos y el énfasis –suicida, a lo largo- en las salidas “profesionales”.

La buena escuela, escribe Ordine  no la hacen ni las pizarras interactivas, ni las tablets y ordenadores en las aulas en vez de libros, o los acuerdos cortoplacistas con empresas y centros profesionales para diseñar una enseñanza práctica a la carta, sino un personal docente respetado y respetable, por sus conocimientos,  y también por sus cualidades humanas e intelectuales. Y el objetivo, además del necesario bagaje técnico indispensable, es hacer de los alumnos  hombres y mujeres capaces  de saber vivir y de gestionar y reclamar su libertad, con espíritu crítico. ¿Suena utópico? Tal vez. Pero es posible.

Vivimos en una época  en la que, según denuncian los propios profesores , las competencias y las capacidades que son objeto de una certificación –indispensables para el mundo laboral y profesional-  son más relevantes que la básica operación de  promover un conocimiento, una actitud  y un enfoque críticos ante lo que se enseña y aprende (y cómo se realizan estas funciones).

Observen que hasta la UE dicta una recomendación sobre el aprendizaje permanente y la empleabilidad y un nuevo sistema de  “microcredenciales”,  poniendo el foco en la paridad práctica entre la enseñanza y la adquisición de  trabajo. Lo cual significa que lo que prima es el mercado y no la formación de ciudadanos instruidos, críticos y autónomos. La sociedad credencialista se impone  y pronto se exigirá un certificado de aptitud  para colgar un cuadro o cortar la rama de un árbol. Así la enseñanza se microparcela y los alumnos deberán esforzarse por objetivos mínimos –es una norma vigente: cada vez se exige menos- , mientras que multitudes  de supuestos enseñantes e instituciones ad hoc devaluarán todavía más las labores educativas y se convertirán en mercaderes de titulitis.

Ordine denunciaba hace unos meses el deterioro de los planes de estudio medios y superiores en la mayor parte de Europa. Las Universidades se han convertido en un mercado complejo que  es fagocitado por las empresas y las exigencias y necesidades de desarrollo de la sociedad de capitalismo avanzado.  De hecho dedicaba uno de sus libros, “Los hombres no son islas” (Acantilado) a “aquellas personas que dedican su vida a enseñar y cambian, silenciosamente, con su trabajo y su sacrificio, la vida de sus alumnos”.

Ordine denunciaba en su país, Italia, la engañosa “efectividad” de la Universidad que se ha convertido en una fábrica de titulados. Raramente se producen deserciones o abandonos de estudiantes y Ordine afirma que la razón está en que se ha bajado muchísimo el nivel de exigencia. No solo en la Universidad, en las escuelas e institutos también. Cita a Rilke con añoranza cuando aseguraba: “Sólo la dificultad te exige hacer el esfuerzo que te hace mejor”. Lo estamos viviendo también en España, donde los exámenes y pruebas acaban siendo un coladero.  Dice Martha Nussbaum que “En casi todos los países europeos parecen orientarse hacia el descenso de los niveles de exigencia para permitir que los estudiantes superen los exámenes con más facilidad”.

Y no solo se trata de materias educativas, también concierne a la formación humana, ética y social de los alumnos. No en vano, como pensaba Ordine, la calidad de ambos niveles esta esencialmente interrelacionadas. A ese respecto, en una entrevista concedida a “El País”, Ordine  señalaba a la tecnología y sus atajos y facilidades como uno de los factores responsables de la decadencia educativa y decía que afectaba también la vida personal de los alumnos: “Es evidente que la sociedad virtual crea nuevas formas de soledad, lo cual es una auténtica paradoja de nuestra época, porque estamos más conectados que nunca pero resulta que estamos solos. Tenemos la ilusión de estar relacionados, pero una relación virtual no puede ser una buena relación, es una forma de relación vacía”.

Para Ordine “escuelas y universidades no pueden ser empresas que se dedican a vender diplomas. Los estudiantes no pueden ser sólo clientes” y critica que la mayoría de los estudiantes acaban creyendo que el éxito en la profesión y la vida se mide por la cuenta bancaria, seducidos por la idea que lo importante es el crecimiento económico y que las universidades y escuelas deben estar al servicio del mercado y las empresas (que se refleja incluso en la terminología usada en la vida universitaria en base a “créditos y débitos”).

Ello no obsta para que reconozcamos que la gestión del conocimiento  a través de la educación y la investigación es un sector que promueve beneficios a corto y largo plazo, por lo que las escuelas y las universidades deben estar relacionadas  con el mundo empresarial, como un requisito básico de la estructura económica de un país. Lo que Ordine sugiere  es un ordenamiento de esa relación, en forma de mecenazgos o inversiones en la generación de conocimiento que luego revertirá en las empresas y el sector económico global. Es preciso un análisis serio del retorno de la inversión en educación y de medidas  que aumentaran su eficiencia y dinamizaría el mercado de trabajo restando preeminencia a la opción funcionarial que suele ser la salida ambicionada por los jóvenes licenciados.

Una de las perlas que se ofrecen a la lectura en los libros de Ordine son sus consideraciones sobre la bondad y necesidad de permitirse las “pérdidas de tiempo” e incluso integrarlas en la vida cotidiana de cada uno. “Reducir la velocidad, hoy en día, significa ‘perder tiempo’. Sin embargo, bien considerado, el conocimiento, las relaciones humanas y nuestro vínculo íntimo y personal con la existencia necesitan sobre todo de una ‘lentitud’ consciente, para mejor saborear lo que vivimos”. A  la larga descubriremos que lo placentero es más útil que lo útil.

 “En el universo del utilitarismo, -escribe Ordine- un martillo vale más que una sinfonía de Mozart, un cuchillo más que una poesía de Neruda, una llave inglesa más que un cuadro de Velázquez: porque es más fácil hacerse cargo de la utilidad de un utensilio, mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”. Como decía Giordano Bruno: “La sabiduría y la justicia empezaron a abandonar la Tierra en el momento en que los doctos, organizados en sectas comenzaron a usar sus conocimientos con afán de lucro”. Kant y Lacan insisten en la idea: “Una vida  sin virtud y sin principios, no es vida”.

Incluso en el reino de la ciencia, la historia científica nos demuestra que muchas investigaciones científicas teóricas consideradas inútiles, por estar privadas de cualquier intención práctica, han favorecido de forma inesperada aplicaciones –desde las telecomunicaciones a la electricidad- que después se han revelado fundamentales para el género humano. Insiste Ordine en que “Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo ‘inútil’, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, solo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de  sí misma y de la vida”.

El filósofo Heidegger afirma tajante: “Lo más útil es lo inútil. Pero experienciar lo inútil es lo más difícil para el ser humano actual. Se entiende lo útil como lo usable prácticamente y de forma inmediata para fines técnicos, con lo que se consigue algún efecto del que pueda yo hacer negocios y provecho. Pero uno debería ver lo útil en el sentido de lo curativo, esto es, lo que lleva al ser humano  a sí mismo, a sus posibilidades y a su realización.”

Tocqueville aseguraba que “el impulso de lo útil y el envilecimiento de las actividades del espíritu podría tener como efecto que los hombres se deslicen hacia la barbarie” George Steiner critica la mala enseñanza, los docentes no motivados o excesivamente invadidos por la burocracia pedagógica que invade las instituciones educativas y escribe: “Una mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y metafóricamente un pecado. Son destructivas las maneras mediocres de enseñar, las rutinas pedagógicas faltas de imaginación y entusiasmo, una instrucción con cínicas metas simplemente utilitarias y siervas de la lógica mercantil del beneficio”. “Hay que resistir, dice Ordine,  a la disolución programada de la enseñanza, de la investigación científica libre, de los clásicos y de los bienes culturales. Porque sabotear la cultura y la enseñanza significa sabotear el futuro de la humanidad”

Y termina su apología citando una simple frase que él mismo descubrió  escrita en un tablón en una biblioteca de un perdido oasis del Sahara: “El conocimiento es una riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse. Al contrario, enriquece a quien lo transmite y a quien lo recibe”. Y  afirma: la primera tarea de un buen profesor debería ser reconducir la escuela y la universidad a su función esencial: no la de producir hornadas de diplomados y graduados, sino la de formar ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de manera crítica y autónoma. Reducir al ser humano a una profesión o tecnología constituye un gravísimo error: en cualquier hombre hay algo esencial que va mucho más allá de su actividad como médico, abogado o ingeniero. Por eso Ordine lanza este mensaje: “Cuando el grado de dependencia de los instrumentos tecnológicos supera cualquier umbral sensato, ¿no sería oportuno convertir la escuela en un sano momento de desintoxicación?”  “¿No es la escuela o la universidad el lugar ideal para que los estudiantes sometan a debate si la amistad puede identificarse con un simple click en Facebook o Twiter o Tic Toc y si enorgullecerse de contar con más de mil “amigos” en un perfil significa tener una visión profunda de la amistad y de las relaciones humanas en general?”

Dejémoslo aquí. Insisto en que Nuccio Ordine ha dejado una obra breve pero llena de sugestivos valores. Su empeño en  promover la lectura de los clásicos , la defensa de las humanidades como algo esencialmente útil  y la mejora de la enseñanza a todos los niveles, me recuerda la frase de Giordano Bruno: “todo depende del primer botón: abrocharlo en el ojal equivocado significa, irremediablemente, seguir cometiendo error tras error”.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

FICHAS

LA UTILIDAD DE LO INÚTIL.-Manifiesto. 172 págs. Y, CLÁSICOS PARA LA VIDA. Una pequeña biblioteca ideal. 178 págs. Ambos traducidos por  Jordi Bayod. Publicados por Editorial Acantilado.

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3 junio 2023 6 03 /06 /junio /2023 19:09

Este trabajo ha sido publicado por "Compromiso y Cultura" de junio2023

El que fue  el “niño malo” de las letras británicas, irreverente, divertido, cáustico y sensible, crítico feroz de la vulgaridad y la decadencia de los valores sociales, entra en el panteón de los grandes literatos ingleses del siglo XX.

Cuando supe que Martin Amis había fallecido, a los 73 años, de un cáncer de esófago, durante la madrugada del sábado día 20 de mayo, en su casa de Florida, mientras dormía, comprendí aquello que él definió en su novela “La información”. “Esa información que recibimos de noche hacia los cuarenta años y que nos dice que vamos a morir y que ya nos queda poco tiempo de vida”. Amis es de mi generación y supongo que esa “información” ya la tenía muy asimilada. Se dio el lujo de morir 33 años más tarde y añadiendo el dato de fallecer de la misma enfermedad que su “alter ego” humano y literario, Christopher  Hitchens - “un amor casi gay, pero sin sexo” como lo definió Amis --, aunque 12 años después de él. Amis estaba casado, en segundas nupcias, con Isabel Fonseca, una bellísima chilena de la que se sentía muy orgulloso.

Los personajes de Amis en su novela “La información”, Richard Tull y Gwyn Barry, no son más que las dos caras del multiforme y camaleónico Amis, el “pope” intelectual que despellejaba a Inglaterra usando los estiletes de un humor despiadado y una ironía salvaje y anárquica. En 2011, tras la muerte de Hitchen, Amis fijó su residencia en Nueva York, en el barrio de Brooklyn (más tarde de mudaría a Florida). Todo en la obra sarcástica y satírica de Amis obedece a una dinámica agresiva entre fuerzas que se contradicen entre sí para prevalecer el reflejo oscuro pero también cómico de un mundo detestable en general, con algún amago de ternura en contados momentos. Amis fue al mismo tiempo el escritor Tull, erudito y minoritario, comido por la envidia y la ira frente al éxito de su amigo Barry, un autor de best seller de mediocre calidad con gran encanto mediático y popular.

La publicación en 1983, en la revista cultural londinense Granta,  de un análisis del grupo de los siete escritores más prometedores y sólidos de Gran Bretaña, entre los que figuraba él, rodeado de nombres del nivel de Salman Rushdie, Julian Barnes, Ian McEwan, William Boyd, Kazuo Ishiguro (que se llevaría el Nobel años más tarde, en 2017) y Graham Swift,  fue el pistoletazo de salida de un prestigio y una fama picante debida a sus escándalos y arrogancia -pasto de su “odiada –amada” prensa amarilla- que habría de acompañarle hasta la muerte.

Los excesos temáticos y argumentales de Amis, el “enfant terrible” díscolo y disoluto, estaban servidos por un estilo bastante elegante y una indudable inteligencia lúcida y crítica de  demoledora contundencia cáustica, servidas con los guantes de seda del humor, la ironía y la sátira moral. Su producción estaba al nivel de su avidez económica, su indudable encanto ante los medios -equilibrado por ráfagas de arrogancia petulante, y un elitismo vanidoso que solía mantener a raya- : Quince novelas, relatos cortos, ensayos y memorias desde “El libro de Raquel”. Esta primera novela, publicada a sus 24 años, recibió en 1974 el Premio Somerset Maugham. En España se editó en 1985. Después vendría “Bebés muertos”, “Éxito” y “Otra gente”. Fue en el año 1984 cuando publica la primera novela de su trilogía de Londres, “Dinero”, una sátira inclemente de una sociedad volcada en el consumismo. Después “Campos de Londres” (1989), donde la sociedad inglesa se acerca al apocalipsis moral y la ya citada “La información” (1995) que sale publicada rodeada de un escándalo de anticipos y cambio de agente; también el fin de la amistad con Julian Barnes, cuya esposa había sido hasta ese momento la agente literaria de Amis. Los críticos suelen opinar que dado el conjunto de la obra de los escritores del “team” de Gramma, tanto Barnes como McEwan eran escritores más sólidos y regulares en la calidad que Amis, algo que a éste le soliviantaba (observe el lector como se repite en la vida real el esquema de los dos escritores simbólicos enfrentados en “La información”).

Sin embargo nadie puede restar mérito y valía a obras como “La flecha del tiempo” (1991) en la que el tiempo corre al revés como posibilidad de anular los terribles errores de la historia reciente (un recurso argumental usado ya por algunos otros escritores) donde comienza a tratar literariamente un tema que le horrorizaba y atraía a partes iguales: las pesadillas nazi e  estalinista. “La viuda embarazada” (2010), “La flecha del tiempo” o “La zona de interés” muestran los horrores nazis y “Koba el conquistador” el estalinista. Justamente el día en que murió Amis, en Cannes proyectaban la película basada en “La zona de interés” donde Amis se atreve a llevar su ironía, sarcasmo y humor negro nada menos que al Holocausto. Ya cuando publicó “La flecha del tiempo” Amis consideraba que ese horror irrepetible de los nazis merece ser narrado y tratado de manera diferente, ya que “los nazis tenía mucho de ridículos” y si se invirtiera el sentido del tiempo (hipótesis de la novela)  también veríamos “cómo se invierten las imágenes y los valores”.

 

Su último libro, “Desde dentro” (2020) es una mezcla de géneros, desde la novela autobiográfica, al ensayo literario y, en el fondo, un homenaje a las personas fallecidas que habían sido importantes para él como creador, su padre el novelista Kingsley Amis (del que heredó su tendencia al humor crítico arrogante, al estilo de Swift o de Sterne), el poeta Philip Larkin, amigo de su padre,  Saul Bellow y su “más que hermano” el también escritor y periodista Christopher Hitchens. Salvando a este último, Amis mantuvo una relación profunda y contradictoria con los otros dos, por lo que su obra postrera –que le costó 20 años escribir-  podría ser una forma literaria del freudiano “matar al padre”. Por cierto, su padre, novelista y profesor universitario  (trabajó una temporada en España) fue un autor de enorme éxito en los 50 y su obra “Lucky Jim” lo convirtió en una celebridad nacional. Los enfrentamientos padre-hijo fueron tan sonados que la prensa amarilla –detestada ferozmente por Amis- se cebó con ellos. Sin olvidar a Vladimir Nabokov, el “padre literario muerto”, escondido en el armario hasta que publicó “Visitando a Mrs. Nabokov y otras excursiones” en 1993. Martin estuvo bien servido de figuras “paternales” más o menos controvertidas (quizá no llegó a superar el estadio freudiano de joven rebelde y airado, impulsado por la frustración del rechazo o el juicio paterno).En todo caso se comportó como tal ante la prensa y la sociedad inglesa durante muchos años.

En “Desde Dentro” Amis narra su `primer encuentro y “descubrimiento freudiano” del premio Nobel Saul Bellow, en 1982, aprovechando el envite para nombrar “padre espiritual”  a Philip Larkin  y “destronar” a su progenitor real Kingsley, mientras rememora las noches de juergas londinenses con Christopher Hitchens, con el que compartía trabajo en el New Statesman. Es una fase más de la construcción-deconstrucción de su personaje real-literario favorito: él mismo. Así que la autobiografía  narrada  en “Desde dentro” se convierte en una ficción donde los personajes reales se confunde y mezclan con los literarios, como la casi protagonista del libro Phoene Phelps, que es presentada como la amante del joven Martin. Nuestro héroe se divierte mezclando personajes, datos y anécdotas. Pero todo se da por bueno ya que el lector también se divierte. Lo más relevante de Amis es su capacidad lúdica para jugar con lo real y lo imaginario. Cuando se le preguntó por su actitud ante “Desde dentro” dijo: “Una de las grandes recompensas de ser escritor y tener amigos es que cuando ya no están vivos, aún puedes acercarte a un simulacro de lo que era estar con ellos simplemente escribiendo sobre ellos y leyéndoles. Hago esto todo el rato con mi padre, que junto a Christopher, son las personas que echo de menos para conversar, ponernos al día, bromear, todas esas continuidades tan amenas que engrandecen una amistad. Simplemente, abres sus libros y están de vuelta.”

El lector de estas líneas haría bien en acercarse a su libro de memorias “Experiencia” (2000) que, en cualquier caso, es una obra extraordinaria, de una finura y vigor intelectual sobresalientes. Quizá la novela donde Amis se supera a sí mismo en sus virtudes y defectos –por exceso- sea “Lionel Asbo: el estado de Inglaterra” (2012) que le valió el anatema de la sociedad inglesa pero que es –al margen de su tendencia a la sátira cruel- un retrato inclemente de ciertos aspectos de esa misma sociedad. El retrato del delincuente casi psicótico que gana la lotería y se transforma en un héroe de la prensa sensacionalista, es de una crudeza histriónica indudable, pero al mismo tiempo sumerge al lector en una pesadilla moral donde apenas hay atisbos de ternura con algunos personajes. Todo está impregnado de acerba crítica y desprecio, pero al mismo tiempo, de un atractivo malsano cruzado por ráfagas de humor estrafalario.

Tal como dice Laura Fernández, una de sus entrevistadoras, “en las novelas de Amis los hombres son el sexo débil y lo son de una forma cruel, menos ingenua, más fría y autodestructiva. Las mujeres siempre saben lo que quieren y se disponen a conseguirlo”. Eso da una idea de la inteligencia tan afilada como un bisturí de Amis que, cuando presentó su libro “La información” en el Instituto Británico de Barcelona (creo que fue en el 1996), aseguró enfáticamente: “El gran enemigo del escritor es lo políticamente correcto. El escritor debe contar su verdad”. Y su verdad no tiene por qué ser demasiado razonable o moralmente correcta. El prefirió siempre la sátira, la provocación y la ironía. Por eso se define egocéntrico, ambicioso y con un “desdén absoluto” hacia sus rivales. “Es embarazoso reconocerlo, pero Gore Vidal decía que su corazón se alegraba cuando veía los libros de sus rivales en la sección de saldos de las librerías. No es suficiente con triunfar; los otros, además, tienen que fracasar”.

En el 2019, a punto de llegar a los 70 años, Amis que conservaba toda su enorme vitalidad, su mordacidad y su sarcasmo verbal, publica “El roce del  tiempo” (medio centenar de cortos ensayos sobre temas diversos, desde Maradona, a la princesa Diana, Nabokov o Travolta), hace sonoras y desvergonzadas declaraciones contra el presidente Trump, al que detesta, la amenaza del Brexit que le alarma y le hace establecerse en Estados Unidos. En una entrevista admite que es un escritor poco popular, aunque no controvertido. Y deja una frase que termina de dibujar el aspecto polemista de nuestro autor: “No buscas la polémica, pero si te la encuentras tienes que estar preparado y no debes intimidarte. Así que cargas hacia delante. Yo todavía sigo en esto”.

El escritor nos ha dejado un legado literario de bastante valor y solidez. Irregular y a veces por debajo de su calidad habitual. Pero eso queda compensado con la coherencia  entre su obra –novelas, ensayos y  libros inclasificables- y el estilo de vida que mantuvo desde su alborotada y airada juventud hasta su madurez inteligente, provocativa y siempre autopublicitaria. Amis fue un escritor insolentemente triunfador, un Barry, que secretamente quizá envidiaba la figura romántica y angustiada de un gran erudito literario, un Tull, autor de una obra maestra, que sólo se descubriría cuando él hubiera muerto, lejos de todos los focos de la fama y de una sociedad fagocitaria, vulgar e inclemente.

En mi mundo de referencias literarias, Martin Amis fue, desde el principio, “uno de los nuestros”. Me refiero a mi generación. Recuerdo que comentábamos su osadía y desparpajo en el bar de la Facultad de Filosofía y Letras, en el viejo edificio de la Plaza Universidad de Barcelona donde alborotaba el ágora literaria estudiantil de la época. Más tarde, con el paso del tiempo, algunos nos sentíamos más cerca de Barnes o de McEwan. Pero el “grupo Granta” nos atraía más que el “nouveau roman” francés o la disciplinada novela alemana o la vocinglera - y forrada de dólares- pandilla literaria de los USA. E incluso que la cuadrilla hispanoamericana, que ya rompía moldes, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa…

En suma pocos escritores en la historia de la literatura han utilizado un estilo tan brillante, tristemente cómico y agudo para narrarnos las historias sucias, desesperantes de vulgaridad y tan gratuitamente agresivas; ni han dudado en ofrecernos de una manera impecablemente irónica y sarcástica los defectos y lacras de la sociedad --consumista y abducida por las pantallas y el sensacionalismo-- en que vivimos. Como el mismo dijo: “El mundo entero es ‘fast food’, shows y delitos sexuales y revistas y tabloides chabacanos e insultantes”

Por tanto, amigo Martin Amis, descansa en paz. Siempre serás uno de los nuestros.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

FICHAS

Prácticamente todos los libros de Amis se pueden encontrar en la Editorial Anagrama, excepto “El infierno imbécil” (El Aleph editores) o “La invasión de los marcianitos” en Malpaso Ed. La selección que sugiero es: “La información”, “Dinero”, “Experiencia”, “Lionel Asbo”, “La zona de interés” y “El libro de Rachel”. Todos en Anagrama.

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4 mayo 2023 4 04 /05 /mayo /2023 10:45

Ensayo publicado en la revista "Compromiso y Cultura", mayo de 2023

“Si una noche un viajero leyera estas páginas: homenaje al centenario del escritor italiano”

En 1980 la editorial Bruguera editó “Si una noche de invierno un viajero” (1979); en 2023, la editorial Siruela ha reeditado los principales libros de Italo Calvino, incluido el citado, en una nueva colección, la Biblioteca Calvino, que recoge toda la obra de este autor italiano, cuyo centenario se cumple este año. Son libros rediseñados en base a una estética que parece haberse inspirado en el mundo fantástico e intemporal de Calvino, en el que los vizcondes demediados, los barones rampantes o los caballeros inexistentes crean en el lector una curiosa e insistente necesidad de participar y convivir con sus historias.

Calvino nació en Cuba en 1923, donde sus padres, italianos, trabajaban como agrónomos y botánicos. Dos años más tarde la familia vuelve a Italia y se instala en San Remo, donde dirigen una estación experimental de floricultura. En los convulsos 40  Italo realiza una licenciatura en Letras –presenta una tesina sobre Josep Conrad- y durante la ocupación alemana lucha como partisano de la Columna Garibaldi y se inscribe en el PC. Esta vida comprometida tiene un fruto literario “Los senderos de los nidos de araña” (1947) y le lleva a un estilo de vida relacionado con la literatura y los libros (gracias a Cesare Pavese –otro grande de la literatura italiana- , trabaja como editor en la famosa editorial Einaudi). En 1985 murió, con 62 años, de una embolia cerebral.

Así que relájate, lector. Estás leyendo un artículo sobre la nueva colección de los libros de Calvino. Adopta una postura más cómoda, alarga los pies sobre un cojín, regula la luz, en cuanto te hayas sumido en la lectura, ya no habrá forma de moverte. El Cronista te informa de que ha salido la nueva colección de los libros de Calvino y ya  programas una visita a tu librería preferida. Un día, compras tres volúmenes de la nueva colección, que hablan de “Nuestros antepasados”,  una serie de entrevistas realizadas a Calvino con el título de “He nacido en América” y  “Si una noche de invierno…”. Pero  te dispones a leer este artículo y antes de entrar en él, miras si es muy largo, echas un vistazo rápido a las ilustraciones y te preguntas si el Cronista te va a contar algo que no sepas o interesante sobre Calvino, o sobre su novela o alguna novedad que ignorabas en sus entrevistas realizadas desde 1951 a 1985, el año en que el autor italiano falleció. En 1980 el Cronista había leído en una edición de Bruguera  “Si una noche de invierno…” y se había sentido atraído por Calvino. Ahora, en 2023, en el centenario del autor, recupera esas lecturas. Y es que este girar en torno a los libros de Calvino forma parte del placer de los tres libros nuevos que tú, Lector, ya tienes sobre la mesa. Aún en la bolsa de papel de la librería, los libros de Calvino te esperan con sus hermosas portadas, prometiendo unos placeres que han de consumarse con la lectura. Tú, Lector, aún no te has dado cuenta de que el Cronista, que es un admirador de Calvino, está siguiendo contigo el mismo juego que el novelista italiano establece con el Lector y la Lectora de su novela “Si una  noche del invierno…”.  En esa novela, tras el primer capítulo, el Autor provoca consecutivas  inmersiones  en nueve nuevas novelas totalmente distintas a la que el Lector había empezado a leer. Y es que, se produce un problema muy enojoso: tras  leer unas pocas páginas, el Lector descubre que el libro está defectuoso. Va a la librería  para cambiarlo y allí se encuentra con  Ludmilla, la Lectora. Pero el incordio vuelve a aparecer. Una u otra vez, cada vez que comienzan la lectura del nuevo libro engastado en el anterior, se volverá a frustrar la lectura en el momento más apasionante, para iniciar una nueva novela igual o más atrayente. Y así  en nueve ocasiones. El Lector no llegará a completar la lectura de ninguna de ellas. Y este proceso acabará  junto a la Lectora, que le ha acompañado desde la segunda inmersión en esa aventura literaria  --con ecos de “Las mil y una noches” --y con la que más tarde se unirá en matrimonio y descubrirán ambos, en la última página, que hay otra novela que tiene como título la suma de los títulos de las nueve anteriores.

Y ahora añadimos a todo esto una pequeña variación: el Cronista no hará ir al Lector de un inicio de novela a otro -como ocurre en “Si en una noche de invierno…”-  sino de un libro de Calvino a otro. Y para seguir con el paralelismo sólo te dará algún detalle esencial de cada uno de los libros para llamar tu atención y provocarte para que vayas a una librería y te hagas con ellos para leerlos cuanto antes. Así ganamos todos: Italo Calvino, por ser más conocido; el Cronista para que las personas que le lean descubran y gocen de un escritor genial y el Lector, para vivir un tiempo con la obra de un novelista que estimulará su fantasía, su imaginación y su inteligencia. Y, puede que el Lector de estas páginas de “Compromiso y Cultura”, conozca a través de comentarios intercambiados sobre este artículo a una Lectora de dicha revista y se embarquen ambos en leer las novelas de Calvino que vamos a recomendar. Y, tal vez, acabe casándose con ella. Cosas más asombrosas ocurren en las obras de uno de los mejores narradores italianos del siglo XX.

Quizá  la más original obra de nuestro autor sea la trilogía “Nuestros antepasados”, formada por las novelas “El vizconde demediado” (1952), “El barón rampante”  (1957) y “El caballero inexistente”  (1959) –publicadas cada una de ellas en la década de los cincuenta y reunidas por Calvino en dicha  trilogía en 1960-. Las narraciones transitan por los tiempos de Carlomagno en  la Edad Media;  la guerra de Bohemia contra los turcos, en el siglo XV  o el final del siglo XVIII, en la época  de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas. Calvino diseña en la trilogía una genealogía fantástica del individuo contemporáneo a través de tres personajes dotados de características singulares. Estos tres personajes encarnan aspectos de la naturaleza social y política popular italiana que quedaron afectados por el desencanto de la posguerra  que vivió el país. De ahí el juego de preguntas y respuestas que el autor propone a sus lectores, reflejadas en imágenes que sugieren significados sorprendentes. Una dialéctica imagen-palabra que constituye una de las características más llamativas del peculiar estilo poético narrativo de Calvino. Él, dice, escribe y publica la trilogía para “salvar la esperanza”  en el humanismo de la época, a través de tres personajes alegóricos y unas anécdotas surrealistas: una figura partida por la mitad, una armadura deshabitada y un hombre que vive su vida subido a un árbol.

Recordemos: el vizconde  Medardo de Torralba recibe un cañonazo y queda partido en dos. Ambas mitades sobreviven por separado. Y no solo el cuerpo, también su espíritu. De ahí que una de las mitades es malvada y la otra tan buena que parece tonta. Se trata de la dicotomía del mal y del bien en una sola persona, como el doctor  Jekyll  y el malvado señor Hyde de Stevenson. En la fábula, el Lector verá reflejarse nítidamente la naturaleza humana. En “El caballero inexistente”, Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, Caballero de Selimpia Citerior y de Fez, tiene una digna prosapia familiar histórica, pero un pequeño inconveniente: en el interior de su armadura, tras la celada empenachada  no hay ningún rostro y bajo el formidable aspecto de fuerza y poder de su armadura no existe ningún cuerpo. Agilulfo no tiene “ser” pero si una voluntad profunda y una fe intensa en “querer ser”. Calvino derrocha imaginación, humor e ironía en esta parábola que, una vez más, induce al Lector a encontrar paralelismos. Y, para terminar, la historia increíble de Cósimo Piovasco di Rondó, el Barón Rampante, que el día de 15 de junio de 1767, con doce años de edad, sube a un árbol y decide no volver a poner el pie en el suelo. Dotado de una gran inteligencia y de medios suficientes para mantener su decisión, Cosimo se convierte en Enciclopedista, como cabía esperar de un personaje ilustrado en la Europa del Siglo de las Luces. En su atalaya natural, el Barón es testigo del paso de la historia de su tiempo, conoce el amor, la violencia y la muerte y se convierte en una figura dinámica en la guerra y la revolución…sin bajar de su árbol. Todo ello a través de una imaginación poética extraordinaria y un dominio del absurdo filosófico, la alegoría, el simbolismo y la fantasía. Calvino nos ofrece, tras el espejo deformado de su fuerza narrativa, una visión crítica del hombre contemporáneo, de su soledad, sus temores, sus mentiras y la busca de la libertad que justifique su existencia.

Esta misión de intelectual comprometido  con su tiempo es aún más evidente en otra trilogía temática: la que forman las obras “La especulación inmobiliaria” (1957) “La nube de smog (1958) y “La jornada del interventor electoral” (1963). Calvino novela los paisajes disruptivos de una Italia inmersa en un progreso económico que arrasa con su identidad cultural. El asedio inmobiliario de los paisajes y las costas italianas a finales de los 50 y 60, provoca que el talante crítico de Calvino nos muestre los problemas sociales y psicológicos que provoca un crecimiento económico especulativo y fuera de control.  En “La nube de smog”, una novela extrañamente actual, plena de ironía y humor, se nos cuenta los entresijos del problema de la contaminación industrial, la población sometida y los medios de comunicación financiados por el consorcio de industriales. En la época en que Calvino publica estas tres novelas, finales de los 50, el escritor ha perdido su confianza en el comunismo y abandona el partido públicamente, hastiado y confuso, tras la invasión de Hungría por la URSS.Y refleja su estado en “La jornada de un interventor electoral” que se desarrolla en el Cottolengo de Turin y refleja la manipulación electoral que se hace de la pobre y enferma humanidad de la zona. Esas tres obras muestran el compromiso intelectual crítico de Calvino contra la alienación y corrupción de su tiempo.

Dentro del formidable catálogo de la obra de Calvino en Siruela –casi cuarenta novelas y ensayos-  hay algunos dedicados a los libros y los autores en sí mismos, no sólo a la lectura –como el volumen de correspondencia “Los libros de los otros”, “Los cuentos populares italianos”, “Cuentos fantásticos del XIX”  “Mundo escrito y mundo no escrito” o “Por qué leer a los clásicos”.  En este último aseguraba: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Y precisamente eso es lo que ocurre, por ejemplo, con su obra  “Las ciudades invisibles” (1972).  Tengo sobre mi mesa la edición que Minotauro (Edhasa) hizo en el 1983 de esa curiosa y onírica novela, en la que un triste y melancólico Gran Kan o Kublai Kan, recibe a un Marco Polo cansado y crepuscular para que éste le cuente sus viajes a ignotas y extraordinarias ciudades perdidas en la vastedad de los dominios del gran conquistador. En brevísimas descripciones, Marco Polo va desgranando un firmamento de legendarias ciudades inexistentes, todas con nombres de mujer, como estrellas en el cielo impasible del Fin de los Tiempos. En todas ellas pervive algún elemento lleno de belleza y misterio y otros como pesadillas del Bosco, hasta ir conformando la megalópolis informe y monstruosa que como una ameba gelatinosa va cubriendo el planeta. “Creo haber escrito –dijo—algo como un último poema de amor a las ciudades… lugares de trueque de palabras, deseos y recuerdos”. Lugares donde se intercambian los rescoldos de la memoria, del pasado y los reflejos del presente huidizo. Un libro de nostalgia donde flota eterno e inexistente el espíritu de un escritor universal.

Como afirma Calvino en “Seis propuestas para el próximo milenio”: “En ciertos momentos me parecía que el mundo se iba volviendo de piedra: una lenta petrificación, más o menos avanzada según las personas o lugares, pero de la que no se salvaba ningún aspecto de la vida”.  Esa es una lúgubre impresión que más o menos vamos compartiendo todos los que nos dedicamos al análisis y comentario del curso actual de las cosas del mundo y del talante de los ciudadanos sometidos a todo tipo de crisis sistémicas. Pues bien, quizá la obra de Calvino, y la de unos pocos clásicos más, sean un remedio homeopático y casi salutífero para equilibrar un poco a los ciudadanos del siglo XXI. La inyección de optimismo, imaginación y humor irónico pero contagioso que proporciona la lectura es, en sí misma, un suplemento vitamínico espiritual para tiempos de agobio como los que nos infligen y los que nos esperan en un horizonte cercano.

 

Con esto, amigo Lector y amiga Lectora, este artículo en “Compromiso y Cultura” dedicado a Italo Calvino llega al final. El círculo se cierra con unas palabras del escritor italiano, surgidas del libro de entrevistas “He nacido en América”. Nos dice Calvino: “Requiero de un gran esfuerzo de voluntad para empezar a escribir algo, porque sé que me aguarda la fatiga, la insatisfacción de intentarlo una y otra vez, de corregir, de reescribir…pero lo más importante es dar una impresión de espontaneidad”.  Y esa confesión engrandece la figura de Calvino, ya que la impresión que prevalece  durante su lectura es que uno asiste a un derroche de espontaneidad creativa.  Y se cierra el broche que el Cronista había abierto con “Si una noche de invierno, un viajero”. Porque al igual que Calvino es un Autor dotado de las alas de la fantasía y la imaginación y de un espíritu simbólico y alegórico borgiano, el Lector y la Lectora se han trasmutado de seres de ficción en una novela de un autor italiano de mediados del siglo XX, en unos personajes reales parejos del siglo XXI , lectores de una revista llamada “Compromiso y Cultura”, que casi seguro no conocen la obra de Calvino y a los que el Cronista ha desafiado a que lo hagan, con la confianza en que el Autor nos llevará a todos por buen camino. Es decir: nos contagiará el maravilloso virus de la lectura.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

FICHAS

Casi cuarenta obras de Italo Calvino, editadas en la nueva colección que lleva su nombre por ED. SIRUELA. He trabajado con dos de esos libros  “Nuestros antepasados”, “He nacido en América” y con ediciones antiguas de mi biblioteca particular con el sello de Ed. Bruguera y Ed. Edhasa. “Si una noche de invierno, un viajero”, “Las ciudades invisibles”, “La nube de smog”, “La especulación inmobiliaria” y “La jornada de un interventor electoral”.

 

 

 

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2 febrero 2023 4 02 /02 /febrero /2023 18:09

(PUBLICADO EN LA REVISTA "COMPROMISO Y CULTURA", febrero 2023)

De libros, librerías y bibliotecas (y 2)

El tipo que escribe para ustedes tiene vividos en su cuenta 76 (setenta y seis años), fue un lector precoz y devoraba cuanto material impreso caía en sus manos: fui un asiduo a las bibliotecas desde mi época escolar y surtía de lista de libros a toda la familia, por si llegaban épocas de regalos. Y no era una copia del repugnante niño Vicente, tenía mis pandillas, mis equipos de fútbol y fui descalabrado por alguna piedra bien lanzada en las guerras de guerrillas de los barrios. Pero siempre había un libro esperándome y unos momentos sagrados dedicados a Salgari, Julio Verne, Stevenson, Carroll, Peter Pan, Woogli, Sherlock Holmes, Guillermo Brown, el Guerrero del Antifaz, el Jabato o Roberto Alcázar y Pedrín. El hábito de la lectura ha sido mi compañía íntima toda la vida, me ha dado consuelo, amor, risas, astucia, inteligencia emocional y operativa, sentido crítico, hambre de sabiduría, conocimientos y una inextinguible ansia de comprender, a mí mismo y a los demás y al mundo que me rodea y sustenta. Las tres actividades profesionales que han enriquecido mi vida atestiguan mi pasión por los libros: periodista, psicólogo y escritor. Perdonen estas notas personales, sólo las cito como ejemplo práctico de la hipótesis que se defiende en este escrito: la lectura es una forma de vida, porque la vida como la lectura es ambigua y polivalente: nadie nos puede decir cuál es la forma correcta de lectura, como en la vida tampoco hay señales inequívocas que nos guíen. A veces coinciden en ambas, la lectura y la vida, algún principio operativo que las une. Por ejemplo, lo que Nietzsche y Wittgenstein recomendaban a sus lectores: la lentitud, la morosidad, el permitirse pensar antes que dar por sentado nada. Ni lo leído, ni lo que vives.

Para sustentar lo que antecede, en un principio barajé los nombres de Stefan Zweig, Harold Bloom, Thomas Mann o Virginia Woolf, como compañeros de viaje en este íntimo, interior y apasionante “vicio de la lectura”. Después pensé que en nuestra tierra también hay autores que han escrito libros muy adecuados y originales para mis intenciones y sin demasiada dificultad encontré algunos que no desmerecen en absoluto –en lo que concierne al tema que nos ocupa-  de los grandes clásicos citados.

Se trata de Joan Carles Mélich y Sebastià Serrano, dos catedráticos de la Universidad de Barcelona, el primero de Filosofía de la Educación y Serrano, de Lingüística. He escogido como referencia sus libros “La sabiduría de lo incierto. Lectura y condición humana” y “El regalo de la lectura”. Con ellos comprobé la veracidad de una frase de “La lectura como plegaria” de Mélich: “Hay dos formas de estudiar filosofía, leyendo a Aristóteles y a Kant, o leyendo a Dostoievski y a Kafka.”. Yo también prefiero la segunda. Realmente es más fácil comprender el mundo y las personas que lo habitamos, de una manera filosófica pero también vital y cotidiana, tras haber leído a Shakespeare, Dante, Cervantes, Melville, Proust, Rilke, Sófocles,Thomas Mann, Becket, Musil, Canetti, Pessoa, Virginia Wolf, Tólstoi, Dickens, Zweig, Zola, Flaubert…¿No me creen?

¿Cuántas Madame Bovary o Anna  Karenina ha conocido usted? ¿Cuántos Quijotes, Sanchos Panza, obsesionados capitán Aqab, tolerantes Leopoldos Bloom casados con Mollys quejosas y adúlteras? ¿Cuántas veces se ha visto en situaciones ”kafkianas”, sin sentido, absurdas, inexplicables, burocráticas de pesadilla? ¿O se han sentido como el protagonista de “El hombre sin atributos” de Musil? ¿O han padecido incomprensiones y persecución social como Oscar Wilde? ¿O sufrido el martirio de los celos, como nos cuenta Marcel Proust hasta la saciedad? ¿O desesperado tras el amor y la nada, como el Cónsul de “Bajo el volcán” de Lowry? ¿O enfermo de lucidez como en “La montaña mágica” de Thomas Mann? ¿O preso de la desesperación más atroz como en los libros de Primo Levi o de Jorge Semprún? ¿Cuántos potenciales personajes de Dostoievski deambulan por los juzgados y la prensa  de  sucesos? ¿Cuántas veces le han dicho que alguien tiene unos complejos de tipo freudiano o junguiano o lacaniano? ¿Sabe que la demanda feminista clásica de “una habitación propia” es el titulo de una novela de Virginia Woolf? ¿Se ha dado cuenta que leyendo a Shakespeare, -Ricardo III, Hamlet, Macbeth, el rey Lear-, comienza a entender uno a los dictadores-Putin, Trump, Bolsonaro- que nos rodean cada vez más, sus pasiones y sus miedos y manías? ¿Que leer a Rousseau y su “Emilio” nos da claves para entender el desbarajuste de la educación actual? ¿Que leyendo a Platon se comprenden muchos de los problemas que causan los sistemas religiosos cuando intervienen en la vida politica y social? ¿Cuántas similitudes sería capaz de ver entre Clarisa Dalloway, el personaje de V.Woolf , y muchas señoras casadas que conoce? Se sorprenderá de la agudeza de Dostoievski, cuando en “los hermanos Karamazov” nos narra la historia del Gran Inquisidor: en ninguna parte encontrará una parábola tan inquietante sobre las paradojas del cristianismo.

Estoy citando libros clásicos, los “libros venerables” como los llama Mélich (“ los que tienen un sentido infinito, inagotable, que siempre dicen más y de forma distinta, y que su sentido está en función del estado de ánimo y la experiencia vital del lector”) y que, para mí, tienen la particularidad casi “mágica” de ser increíblemente actuales, de ofrecernos unas ideas, conclusiones y enseñanzas que son pertinentes para nuestra época y para nuestros problemas de hoy. De ahí viene la cruzada que muchos llevamos a cabo para mentalizar a quien debería en las enrarecidas esferas del poder educativo (en el que el poder político mete corrompida baza disgregadora), de la importancia de la lectura, de los libros, de la reflexión calmada y del diálogo creativo y crítico, en la formación de nuestros jóvenes (que hoy ya están casi a la altura del analfabetismo horizontal).

Y corre prisa hacer algo al respecto. La Cultura es un bien de adquisición muy lenta, despaciosa y tan morosa como una abuela. Requiere atención, obstinación y una cierta humildad. Parafraseando a Goethe, “la gente no sabe cuánto tiempo y esfuerzo cuesta aprender a leer. He necesitado casi ochenta años para conseguirlo y todavía no sabría decir si lo he logrado”. El aprendizaje en la lectura es como en la vida: cuesta aprender como cuesta vivir (bien). Pero cuando lo consigues es igualmente gratificante en ambos casos. Y no hablo de “utilidad” o de “beneficios”, que desde luego los hay, pero son consecuencias, no objetivos. No leemos para ser más ricos y poderosos, sino para ser mejores personas y…quizá incluso más felices. Y “en eso estamos, porque vivimos leyendo, porque somos ‘seres con el libro’ y porque leer supone formarse uno mismo entre interrogantes y dudas”.

Como escribe Serrano, “leer es un ritual mediante el cual los textos creados por un autor se convierten en un  narrador interno del lector, en su propia voz dentro del cerebro”. Ese narrador interno –auxiliado, no lo olvidemos, por la memoria (¡ojo con seguir despreciando la memoria en la enseñanza!)- es la instancia mental personal que conecta en nuestro cerebro lo que hemos asimilado leyendo con lo que es un evento real en nuestras vidas y de esa forma articula una respuesta, que siempre será más rica en sentido y significado que si no tuviéramos esa referencia. Nuestras lecturas  forman parte de nuestra memoria episódica, pues somos en gran parte las historias que leemos, que nos cuentan y que nos contamos nosotros mismos. Las neuronas-espejo se ocupan en nuestro cerebro, mientras leemos, de identificarnos con ciertos personajes. Estamos tratando con el concepto del lenguaje (hablado o escrito) que es el “primer artefacto cultural que organiza el mundo y gestiona los sentimientos, designa y clasifica los objetos, dicta órdenes, describe el mundo y hace planes y previsiones”. Recordemos la frase de Wittgenstein, “los límites del lenguaje son los límites de mi universo personal, de mi mundo”. ¿Cómo se puede descuidar la enseñanza y el cultivo del lenguaje y sus herramientas, la lectura, los libros, en una propuesta educativa?

“La lectura permite conocer y aprender estrategias cognitivas y emocionales capaces de ayudarnos en el auto diseño de la propia personalidad y mejorarla si es preciso”, escribe Serrano, y añade “los relatos forman parte de nuestra memoria emocional y de la episódica y integran la historia de la cultura humana. Los efectos emocionales y cognitivos de las lecturas influyen en el comportamiento, la capacidad de tomar decisiones y las competencias comunicativas”. Se ha demostrado que la lectura estimula el correcto funcionamiento de la percepción, la atención, el lenguaje, la memoria, la comunicación, el razonamiento y la creatividad y es también un excelente neuroprotector en procesos de degeneración cognitiva, demencia senil y Alzheimer. Un neurólogo resumió esto con la frase: “Una buena lectura es una caricia, un delicado y delicioso masaje a nuestro cerebro”. Leer, nos lo dicen los expertos, favorece la estimulación cognitiva, la capacidad de centrar la atención, estimula la reflexión, ejercita todos los tipos de memoria (semántica, episódica, procedimental, perceptiva  y operativa de corto y largo término), alimenta la imaginación y la creatividad. Enriquece la reserva cognitiva, como si fuera un “plan de pensiones” neuronal. Lo cierto es que el bienestar personal y la felicidad tienen una gran vinculación cerebral con el lóbulo frontal izquierdo que, oh casualidad, es el que se ocupa precisamente de entender y asimilar lo que leemos,

Mélich nos recuerda que “al venir al mundo no heredamos una historia de hechos sino una gramática de historias”. Y se pregunta ¿quién no recuerda las historias que han marcado su vida? Las historias que nos contaron y nos cuentan y las que nos narramos –sea cual sea el soporte en el que nos lleguen- van modelando nuestra vida, lo queramos o no. Por eso es tan importante que eduquemos cierto sentido crítico que nos permita separar el grano de la paja, por así decirlo. Pues si hay historias que nos forman, también hay, la mayoría, que nos deforman, Y esa es una de las labores de la formación escolar, medio olvidada por el afán competencial y tecnológico que nos ha invadido.

Las materias que va tratando Mélich en su excelente libro, la relación de la lectura con la vida, las religiones “del Libro” y la escritura sagrada, germen de los fanatismos y el terrorismo religioso desde la Inquisición hasta las Cruzadas y el yihadismo o las obras de Montaigne, Descartes, Nietzsche, Cervantes, Rousseau o Freud galvanizan al lector en la primera parte del libro que titula: la herencia de una biblioteca, ya que son esos escritores y sus obras las que van sedimentándose en la sensibilidad del que las lee y con-forman de alguna manera la persona que es.

En la segunda parte de “La sabiduría de lo incierto”, intitulada “La condición lectora”, se entra de lleno en la filosofía del libro y en cómo la lectura va mostrándonos los infinitos matices humanos, el amor, el dolor, la crueldad, el Mal absoluto (encarnado en el capítulo dedicado a la literatura de los “lager”, como Buchenwald) y la necesidad de la compasión como compañía ineludible de la comprensión (al estilo de Hanna Arendt). Para terminar con una ética de la lectura. Nos detendremos en este último capítulo de este libro inagotable y sugerente.

Como escribe Mélich, “la lectura abre una grieta en el mundo, en la gramática heredada”. Le da sentido a la vida del lector, un sentido que siempre está al borde del vacío y el vértigo, porque cuestiona sus impuestas “reglas de decencia” y le arrebata su  historia, ya que es una “experiencia de transformación”. Ante esto, ¿cuáles son los elementos que configuran una ética de la lectura de los libros venerables? Melich enumera cinco: el respeto , no porque el libro no pueda ser cuestionado, eso lo convertiría en sagrado, sino porque puede y debe serlo, ya que en cada lectura nos abrirá un interrogante. El  silencio, la vieja exigencia del buen lector: el silencio propicia la atención, como la lentitud. La  infidelidad, no convertirse en siervo del texto. Contradecirle, buscar otras fuentes, complementarlo, abandonarlo  si es preciso. El desasosiego, uno sale vitalmente más ignorante que cuando empezó su lectura, aumenta su inquietud del no-saber, La sabiduría del clásico desvela mi docta ignorancia. La quinta norma ética es la lectura anárquica, que no tiene fundamento, origen ni finalidad. Ni método de lectura, ni maestro o director de lectura. Como escribe Mélich, “siempre se es un eterno estudiante, siempre se vive un poco a la intemperie, nadie puede vivir detrás de una mesa, protegido del mal tiempo y las tempestades”.

Leer, amigos, es una aventura muchas veces iniciática. Debemos inclinarnos ante la belleza y el privilegio de la lectura. Pertrecharnos de humildad, de silencio y arrinconemos a Kronos, el tiempo. Leamos con lentitud, saboreando el lenguaje, la idea, la imagen y el concepto.  Dejemos que la memoria actúe. No programemos esos momentos, pero sigamos la intuición de que lo hacemos en el reinado de Kairós, el momento adecuado.- ALBERTO DÍAZ RUEDA                    

 

FICHAS

LA SABIDURÍA DE LO INCIERTO.- Joan Carles Mèlich.-Tusquets Editores. 432 págs.

LA LECTURA COMO PLEGARIA.-J.C. Mèlich.-Fragmenta Ed.120 págs.

EL REGAL DE LA LECTURA.- Sebastià Serrano. Ara LLibres. 283págs.

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2 enero 2023 1 02 /01 /enero /2023 15:21

Este artículo se ha publicado en la revista "Compromiso y Cultura" de 1 de enero de 2023

Vamos a empezar este año azaroso y mal encauzado en muchos –demasiados- aspectos, con un canto enamorado a la lectura y a los libros, como un guiño a los dioses caprichosos que rigen el destino de los pueblos y el azar de los acontecimientos. Mantengo con tesón la idea de que no hay mal que no alivie una hora de lectura intensa o, por lo menos, que endulce un poco la amargura de ciertas situaciones personales o públicas o que destense y distraiga a la mente del agobio de las crisis concatenadas que nos afligen – guerra en Europa, cambio climático, economía, resurgencias epidémicas, violencia y agresividad…- en fin, como diría Mafalda, el “principióse” del “acabóse”. No hablo a humo de pajas: soy uno de esos sujetos más o menos memorables (por años, que no por méritos)  o “memoriable”, que ha ido sumando decenios y a través de su dilatada vida ha comprobado personalmente –y en amigos, conocidos y en la casi totalidad de los del gremio de la pluma, el libro y el pensamiento- que el citado aserto sobre la bondad salutífera de la lectura, entre otros efectos “casi mágicos”, es verdadero y comprobable incluso científicamente.  

 Cuando leemos se activan dos rutas cerebrales, la fonético-fonológica y la léxico semántica que se unen en el lóbulo temporal superior de nuestro cerebro y posibilitan el milagro evolucionista de la lectura, decodificando los signos y dándoles un significado y un sentido que les insufla el hipocampo (sede de la memoria) y la amígdala (emociones). Como escribe  Sebastià Serrano en “El regal de la lectura” (Arallibres): “leer es un ritual mediante el cual los textos creados por un autor se convierten en un narrador interno, el lector, en su propia voz dentro del  cerebro”. Y más adelante: “La lectura permite conocer y aprender estrategias cognitivas y emocionales capaces de ayudarnos al auto diseño de la propia personalidad y la mejora de muchos de sus aspectos”.

Por tanto este panegírico a la lectura vamos a transformarlo en un ameno e instructivo paseo por los libros y autores que han mostrado en sus textos la convicción común a todos nosotros de que el mundo del libro, las librerías y las bibliotecas no desaparecerán jamás, porque es un invento que cumple una función humana de primerísimo orden, tanto que es una de las que nos hace propiamente humanos: el vehículo de expresión del pensamiento, la belleza, la dignidad y los anhelos de nuestro género, ay, por otro lado, tan censurable y problemático como nos cuenta la historia y vemos cada día.

Ha sido la lectura de “El fantasma de las palabras” de  la encantadora septuagenaria Louise Erdrich (Editorial Siruela), la que me ha ofrecido la imagen nutricia de la idea que subyace en este artículo: la perennidad del libro, de los lectores y de los sueños que los enlazan a ambos a través de las palabras. Y el diálogo de Umberto Eco y Jean Claude Carriére (“Nadie acabará con los libros”, Ed. Lumen) el argumento complejo que anida en el corazón de los amantes de los libros: es uno de los inventos humanos-llave, como la rueda, las tijeras o la cuchara, destinados a sobrevivir por encima de cualquier cambio tecnológico en el mundo histérico, líquido y sin pausas, descansos  o respeto, bajo un ritmo no asimilable, que se nos está imponiendo a causa de la falta de orientación de lo humano. Como a ese personaje central (y fantasmal)  de la novela de Erdrich,  Flora, a la cual la pasión por el libro y la lectura – y algo más, que no les desvelaré- ha rescatado de la muerte y le permite deambular de forma irritante por los pasillos de la librería que visitó muy a menudo en  vida molestando  recalcitrantemente a la librera. A muchos de los personajes y autores de los libros que les voy a recomendar les alimenta esa misma pasión que algunos de ustedes, lectores de estas líneas, conocen bien y, si acaso, empiezan a conocerla, persistan en ella, porque es uno de los “alimentos terrestres” que nutre el alma como si fuera el “soma” de Huxley: la lectura.

Ese es precisamente el encanto que produce la lectura de las novelas que en norteamericano Christopher Morley dedicó a su tema favorito: “La librería ambulante” y “La librería encantada” (Ed. Periférica) situadas en un época ya algo lejana pero cuyo humor y fuera literaria evocativa, les hará pasar un gran rato. Asegurado. En la siguiente época, tras la II Guerra Mundial, Mary Ann Clark Bremer con su “Una biblioteca de verano”  y Petra Hartlieb con “Mi maravillosa librería” (ambas en Ed. Periférica) ambientada en Viena en nuestros días, evocan el poder de atracción que suscitan las librerías y el mundo que ellas contienen, como aglutinador humano.

En otro registro, el francés David Foenkinos escribe “La biblioteca de los libros rechazados”, (Ed. Alfaguara), que es una especie de “thriller” literario sobre un “best seller” con un autor fantasmal, donde el amor a las palabras se mezcla con el amor entre las personas.

Tampoco un clásico como Aldous Huxley se libra de fantasear sobre este mundo dinámico y mágico que rodea a los libros, y así nos deleita con “Si mi biblioteca ardiera esta noche” (Edhasa), que es un conjunto de artículos sobre la lectura. Con un dato sorprendente: años después de publicar este libro, la biblioteca personal de Huxley en Los Angeles se consumió por un incendio fortuito. Para aligerar un poco la lectura, una recomendación amable y divertida: “La pequeña librería de los corazones solitarios” de Annie Darling (Ed. Titania) sobre una lectora compulsiva de novelas de amor que lucha por sacar adelante, en Londres, una pequeña librería muy especial.

En otro orden de cosas, cuestiones  menos amables, como las dificultades familiares de una librera japonesa en “Hôzuki, la librería de Mitsuco” (Nordica libros) de la canadiense de origen japonés Aki Shimazaki. O como las relaciones a través de los libros entre una madre muy enferma y su hijo, de Will Schwalbe, “El club de lectura del final de tu vida”, (Arallibres). O, a propósito de Zweig, una deliciosa narración “La pequeña librería de Stefan Zweig” (Ed. Berenice) de Francisco Uría, que es el arte de convertir un detalle biográfico real, la escala en Vigo del barco que llevaba al escritor alemán al exilio en 1936, en una deliciosa cita imaginativa entre un librero gallego –preocupado por la guerra civil española, recién declarada- y un escritor alemán que temía por su vida, con la sombra homicida de Hitler a sus espaldas. El mismo escritor que más tarde, durante su exilio forzoso (que terminó en suicidio), escribió: “Los libros son mejor compañía que los humanos…son entidades físicas que median entre este mundo y otro superior”. Y, en un texto escrito poco antes de morir, recordaba su gran biblioteca perdida en Alemania: “Ahí estaban mis libros, esperando, en silencio. Mudos, se alinean  en sus estantes a lo largo de la pared…ni te llaman, ni te suplican… esperan a que te muestres receptivo hacia ellos, solo entonces se te abren. Primero tenemos que sentir la paz en nuestro interior: entonces es cuando estamos listos para ellos”. Y por esas incesantes lecturas, Zweig encontraba en su vida cotidiana lo que Aristóteles llamaba “anagnórisis”, “el más enigmático de los deleites estéticos”, cuando “reconocía” lugares, personas, caracteres o situaciones del mundo real que parecían reflejos de su memoria literaria.

Y para terminar, no se pierdan (hablando de las virtudes terapéuticas de la lectura) la novela de Elizabeth Noble, “El grupo de lectura”, (Ed. Roca) donde un grupo de damas casadas, en general con maridos insoportables e hijos incomprensibles, forman un pequeño club de lectoras donde las novelas y los personajes que analizan, acaban constituyendo no sólo una forma de aprendizaje psicológico de resistencia y de mejora, sino una percepción diferente de sus vidas y de sí mismas. Y como broche, el ensayo del zaragozano Ángel Esteban que en “El escritor en su paraíso” (Ed. Periférica) nos cuenta la vivencia, poco conocida, en las biografías de treinta grandes autores que, en algunos periodos de su existencia, fueron bibliotecarios.  Con un delicioso prólogo de Mario Vargas Llosa, Esteban nos cuenta las cuitas libreras de figuras como Georges Bataille, Borges, Lewis Carroll, Richard  Burton, el gran ensayista del siglo XVII, autor de “Anatomía de la Melancolía”,  Casanova, Rubén Darío, Goethe, los hermanos Grimm, Hölderlin, Musil, Onetti, Proust (éste no se estrenó en el oficio) y, por supuesto, el prologuista Vargas Llosa, entre otros.

La diversión está asegurada. Son quince libros que tienen como temática y motivo argumental a los libros, las librerías y las bibliotecas. Por esa razón, me excusan de la habitual lista bibliográfica. Tienen el autor, el título y la editorial, de cada uno de ellos. Si además tienen humor y ganas de pasarlo bien, ya saben. Contribuyan a que no cierren las librerías y las bibliotecas se queden sin socios y se conviertan en lugares fantasmales (para dolor de muchos de nosotros y desamparo y ruina intelectual de nuestros descendientes).

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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5 diciembre 2022 1 05 /12 /diciembre /2022 19:39

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA "COMPROMISO Y CULTURA" DE DICIEMBRE DE 2022

El 18 de noviembre de 1922 moría el escritor Marcel Proust en su apartamento parisino del número 44 de la Rue Hamelin, 4ª planta. Tenía 51 años y fallecía a causa de una neumonía mal tratada, a la que se rindió sin oponer resistencia. La enfermedad degeneró en una septicemia, a pesar de que su hermano,  Robert, eminente médico, intentó administrarle fármacos (que él se negó a admitir) y le acompañó hasta su muerte, junto a Celeste Albaret, la fiel ama de llaves, enfermera y secretaria del escritor.

Hasta unas horas antes de fallecer, Marcel siguió corrigiendo incansablemente el último volumen de su “En busca del tiempo perdido”, una “opera magna” que no sería publicada en su totalidad (siete volúmenes, en su edición en español) hasta cinco años después de su muerte. En 1919, tras publicar el segundo libro, “A la sombra de las muchachas en flor”, se le concedió el Premio Goncourt, el 10 de diciembre de ese año, generando un escándalo mayúsculo en los periódicos y en las sociedades literarias francesas. Proust era entonces un semi desconocido autor  y estaba considerado un snob lleno de frivolidad y artificios aristocráticos. Hasta el gran Andrè Gide, director literario de la editorial Gallimard, había rechazado el primer volumen “Por el camino de Swann” para su publicación (de lo que se arrepentiría no mucho más tarde: envió una carta a Proust pidiéndole perdón por su “inmenso error”). La obra de Proust había desbancado al gran favorito, Roland Dorgelès, un escritor joven que había combatido en las trincheras devastadas de la I Guerra Mundial y presentaba su novela “Las cruces de madera”, basada en sus horribles experiencias en el frente. Se consideraba su obra como una réplica francesa a “Sin novedad en el frente”, la mejor novela escrita sobre la Gran Guerra, debida a un autor alemán.

Proust, un autor decadente, maduro (viejo para la época: tenía 48 años y estaba crónicamente enfermo)  cuyas obras no se conocían apenas y además era rico  (no precisaba los 5000 francos del premio), era despreciado por muchos periodistas y escritores franceses. Su obra, un “work in progress” que apenas unos pocos conocían parcialmente, era larga, premiosa, detallista, enrevesada, surcada por vetas brillantes de filosofía, poesía, ciencia, lingüística, narrativa pura, erudición literaria, arte, arquitectura y música y un hálito profundo de humanidad, originalidad y complejidad anímica y emocional  en los personajes y en las anécdotas y sucesos que los dominan con su arco iris de pasiones. Es una obra dedicada al paso del tiempo, ese fluir constante en el que los momentos del pasado y del futuro son evocados con la misma exigencia de lo real. Y frente a ellos se explora la más íntima psicología humana, son su irracionalidad y sus causalidades inconscientes que desfiguran las exigencias a veces inaprensibles de las propias emociones.

En la historia de la Literatura (con mayúsculas) hay obras y autores que forman parte del acervo cultural de una determinada época y es tal su valor específico que suelen desbordar la época en que nacieron e integrarse en el “humus” creativo que luego se reflejará no sólo en el “corpus” de los clásicos universales sino en el particular, amado y formativo “corpus” del lector individual, ya sea escritor, poeta, editor o crítico o  el anónimo amante de la literatura. En mi generación, Proust ocupa un lugar preferente, con compañeros y vecinos del calado de Malcolm Lowry, Faulkner, Lawrence Durrell, James Joyce, Hemingway, Conan Doyle, Chesterton, Swift, Dickens, Mann, Lewis Carroll, Melville o Stevenson. Sin olvidar los “permanentes” como Shakespeare, Cervantes, Homero, Platón o Virgilio…

Mi primer acceso a Proust y la “Recherche” fue gracias a Alianza Editorial, cuyos siete volúmenes de bolsillo, traducidos los tres primeros tomos por Pedro Salinas y el resto por Consuelo Bergés, formaron parte  de mi biblioteca imprescindible desde que salieron entre 1966 y 1969. En ellos, entre líneas o en los márgenes de las páginas, aparecen mis nerviosas notas manuscritas, las de un joven veinteañero, glosando una descripción, comentando un juicio, apuntando la emergencia de un personaje que luego será decisivo y numerosos apuntes sobre la técnica del novelista y sus herramientas literarias y de estilo.  Esos libros me han acompañado en todos mis traslados de residencia; algunos de ellos han viajado a lugares remotos, como lectura de relajación de mi trabajo periodístico, y a otros he debido reponerlos por destrucción física debido al mucho uso y a la mala calidad de la entrañable edición, en sus aspectos de encuadernación o tipo de papel. Todos han envejecido conmigo, pero conservan aún ese “no sé qué” que los convierte en objetos valiosos, casi como una proyección en papel de mi yo histórico, que es la versión “joven” del anciano que los conserva y los ama. En el primer decenio de este siglo, mi mujer me regaló la edición de Debolsillo, también en siete tomos, con una primorosa traducción de Carlos Manzano. Ahora, con ocasión de redactar este artículo, he comenzado una nueva lectura. Y sigo “encontrando” joyas en forma de pensamientos u observaciones, como la primera vez que me interné en el mundo proustiano.

Al fin y al cabo, se cumple la profecía del mismo Proust sobre su obra que no parecía tener fundamento, incluso  hasta los años 50 del pasado siglo y que se confirmó a partir de los sesenta: “mi obra –dijo- no es una autobiografía, sino una revolución literaria y artística que influirá en toda la literatura del siglo XX”. Y de la misma forma exacta como un estilete, define la genialidad sin percatarse, seguramente, de que está esculpiendo a su propia persona: “…quienes producen obras geniales, no son quienes viven en el medio más delicado, quienes tienen la conversación más brillante, la cultura más extensa, sino quienes han tenido la capacidad de volver –dejando bruscamente de vivir para sí mismos- su personalidad semejante a un espejo, de tal forma que su vida –por mediocre que fuera, mundana e intelectualmente-  se refleje en ella, pues el genio consiste en la capacidad reflectante y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado” ( último capítulo de “Por el Camino de Swann”. ¿Hay otra definición más justa de su propio genio?

El ritmo de lectura de la obra gigantesca de Proust no puede requerir una cadencia aleatoria como con “La montaña mágica” de Mann o el “Ulises”  de Joyce –que exige más paciencia que tiempo-, o “El cuarteto de Alejandría” de Durrell, que son cuatro novelas con una relación y un estilo diferentes. A la “Recherche” hay que dedicarle un “tempo” exclusivo y permanente que se mide en semanas o en meses–si es un lector profesional-  o meses (se calculan dos, dedicando a la lectura un mínimo de dos horas diarias), si uno es un amante literario que disfruta de estos libros de forma intensa. Se trata de una novela diferente a todas, que nos envuelve con todo el encanto y la complejidad de una obra única redactada por un escritor que dedicó gran parte de su vida adulta –enclaustrado en una habitación con las paredes forradas de corcho y escribiendo por las noches, en la cama, hasta el alba y por el día con los cortinajes de las ventanas cerrados, para igualar la noche con el día y escribir y corregir sin cesar-  a hilvanar los mil y un detalles, personajes, ambientes, confidencias y análisis respecto  a otras tantas facetas, científicas , artísticas, literarias, psicológicas, de costumbres, moda, arquitectura, pintura, música, fisiología y patología de las percepciones y de la memoria, filosóficas sobre el paso del tiempo, clases de plantas, de flores, de pájaros, tormentos del deseo, de la homo u heterosexualidad, el fetichismo, los automóviles, los trenes, los aeroplanos y dirigibles, la pasión por los libros, los cuadros y las esculturas, los creadores, poetas y locos de todas clases, fetichistas, las clases sociales de Paris, las fiestas sociales y lupanares, bares y restaurantes, la guerra, la crueldad, los vitrales, los cementerios, los caballos y la cocina, los niveles de la nobleza y la alta burguesía, de las grandes damas y de las entretenidas “demi-mondaines”. En su obra, el aficionado a la narrativa, rastrea la presencia de Montaigne, Flaubert, Balzac, Pascal, La Bruyere, Rousseau, Chateaubriand, Todo ello desmenuzado de una forma casi entomológica, persistente, aguda, obsesiva y brillante. Es una enciclopedia borgiana donde todos los saberes de una época tienen su acomodo y su jugoso comentario que, milagrosamente, logra Proust integrar en el corpus de su obra, de tal manera que si eliminamos alguna de estas piezas, el resto se resiente.

Y, ojo, no quiero decir con ello que no habrá momentos de tentación abandonista, un poco de sofoco ante los excesos inevitables de semejante obra, momentos duros cercanos a la deserción. No se dejen amilanar. Persistan. Es la clase de lectura que una vez realizada, nos acompañará toda la existencia y olvidaremos aquellos instantes de abandono para unificar una impresión profunda e inolvidable. Tanto que uno queda marcado por un sello íntimo, una marca indeleble que nos hermana con todos los que han realizado esa gesta lectora. Y algo más: no conozco a ningún lector total de la “Recherche” que no haya repetido la lectura en otro tiempo de su vida.

El estilo es impecable, dado a las frases largas de periodo interminable y a veces alambicado, pero de rotundo sentido y belleza, que logra una cierta perfección en las distintas voces de los personajes, cuyos diálogos reflejan con maestría desde la educación hasta el origen social, sin evitar la tentación de divertirse con parodias, imitaciones o pastiches. Swann tiene una cadencia propia al hablar, como el pedante Bloch o la duquesa de Guermantes; o el chismorreo de Madame de Verdurin o de las tías-abuelas del narrador; la sentenciosa criada Françoise, el complejo y refinado Norpois, la vulgaridad de Odette de Crezy, el obtuso doctor Cottard o el tierno compositor Vinteuil (cuya sonata para violín y piano, de gran importancia en la novela, ha sido identificada como una obra de Saint-Saëns).

Aparte de los siete tomos de la novela-río, les recomiendo vivamente –como colofón y regalo a la perseverancia lectora  de los que cedan a este artículo y emprendan la genial aventura de leer la “Recherche” completa- un libro aparecido hace unos años, “Marcel Proust, la memoria recobrada” de Mireille Naturel, editado lujosamente por Plataforma Editorial y avalado por la familia Proust. En él los futuros fetichistas proustianos (suele ser ese un efecto colateral de la lectura de la gran novela) encontrarán detalles gráficos y documentales poco conocidos sobre la vida y la obra del escritor francés muerto ahora hace un siglo. Desde las notas escolares del joven Proust hasta las fotografías de su fallecimiento, las fiestas a las que asistió o las vacaciones en diferentes ambientes, sus amigos y amigas, los lugares donde vivió,  el pueblo real y los alrededores que describió en su obra, las personas que se encarnaron en sus personajes…todo en conjunto, es una fiesta para los sentidos y para recordar –como la célebre magdalena, en forma de libro- los momentos entrañables de la lectura.

Como escribió en “El tiempo recobrado”, el último volumen de su obra: “La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura. Esa vida que, en cierto sentido,  vive a cada instante en todos los hombres tanto como en el artista, pero no la ven, porque no intentan aclararla”.

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

FICHAS

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO.- Marcel Proust. Traducción: Pedro Salinas, Consuelo Bergés y Carlos Manzano. Alianza Editorial y Delibros.

MARCEL PROUST: LA MEMORIA RECOBRADA.- Mireille Naturel. Trad. Elisenda Julibert. Plataforma Editorial.

 

 

 

 

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