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1 diciembre 2023 5 01 /12 /diciembre /2023 12:19

LAS BIBLIOTECAS QUE  SUEÑAN LOS LECTORES

RECORRIDO LIBRESCO POR BIBLIOTECAS IMAGINARIAS, LIBROS PERDIDOS O PROHIBIDOS, BIBLIÓFILOS, BIBLIÓPATAS, INCENDIARIOS, COLECCIONISTAS, LADRONES Y LECTORES CONSUMADOS

COMPROMISO Y CULTURA ,diciembre 2023

 

 

En “El Quijote” de Cervantes, una de las fuentes de sabiduría popular  y literaria del castellano, se lee sobre el protagonista don Alonso Quijano, no más empezar: “Se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.  Lo cierto es que este modesto comentarista, en algunos momentos pensó que no había que desdeñar lo que al Caballero de la Triste Figura le acaeció, por el mucho frecuentar los libros. Pero después de leer –apasionadamente- “El gabinete mágico” o “Libro de las bibliotecas imaginarias” (Editorial Siruela), uno piensa que su autor, Emilio Pascual,  a tenor del extenso, detallado y erudito contenido de su libro,  parece estar muy sano de mente y cerebro tras haber dedicado, como es lógico, cientos y cientos de horas a leer, si no todas, gran parte de las minuciosamente investigadas bibliotecas imaginarias que pueblan algunos libros de todas las épocas. Si Emilio P. ha llegado sano y salvo a la cima de tal obra, yo no debería tener el temor de que, tras el mucho leer cotidiano, aunque en tiempo no llego a emular a Pascual, me dé por salir a las calles de este mundo de hoy para desafiar en singular combate a los gigantes de la IA, es decir contra los molinos de viento de la incultura digital. Y, por tanto, defender la necesidad de leer libros, como si a esta afición la llamáramos Dulcinea.

Una vez hecha la salvedad, pasemos a esta joya de libro (y a otros que están dispuestos para ser presentados) con el que la diversión, el encanto y la sorpresa bibliófila está asegurada. El “pollo” libresco  tiene 565 páginas, unas 76 entradas a las más pintorescas, extrañas, misteriosas y arrebatadoras bibliotecas,  citadas a través de un número igual o parecido de autores examinados. Se completa con notas, preludios y codas, una bibliografía  de 20 páginas, un  apéndice dedicado al ‘elogio a la biblioteca escolar’ y un índice onomástico de más de 50 páginas. Como dijo nuestro clásico predilecto: “Voto a Dios que me espanta tanta grandeza y que diera un doblón por describilla”.

Empieza el autor diciéndonos modestamente que este libro “sólo pretende ser una breve biblioteca de bibliotecas”. Ahí es nada, don Emilio. Quizá por eso nos recuerda la frase de Víctor Hugo que aseguraba que una biblioteca es un acto de fe. Y más adelante, en un gesto de humildad, el autor escribe que se “ha limitado” a registrar  sólo las bibliotecas y libros que le parecen de “felice recordación” por su rareza, su capricho, su simpatía o su obviedad. Por lo tanto, justo es que comience por informarnos de la Biblioteca de Alejandría y de los bulos, falacias y realidades históricas que la han convertido en el símbolo de todas, las bibliotecas que han existido, las que existen y las que serán.

No hay acuerdo entre los especialistas sobre el número de ejemplares que atesoró. Los libros como los conocemos hoy no existían. Eran pergaminos enrollados con rodillos de madera en cada extremo para facilitar la lectura. La cantidad de rollos que pudo tener Alejandría en sus estanterías oscila  entre los 54.800 de Epifanio y los setecientos mil de Aulo Gelio. Seguramente deberíamos entender que la Biblioteca de Alejandría está en todas partes donde se halle un libro. Fue incendiada dos veces, una durante las Guerras Alejandrinas de César (48 a.C.) y otra por los sarracenos en 640 dC).  Se convirtió, desde su fin en cenizas humeantes, en una metáfora del deseo de leer, de saber, de conocer.

El libro de Emilio Pascual es eso, una metáfora de lecturas entrelazadas: la de los autores que cita, los libros a los que se refiere, es decir el argumento libresco, el erudito y a menudo jocoso  comentario de don Emilio y el que hace el lector de sus textos, gozando de ello, sorprendiéndose y terminando por transitar por los rincones del libro como Pedro por su casa. Y a estas cuatro lecturas hay que añadir la de las notas, apéndice, elogio, y (sobre todo) índice onomástico  que, en conjunto, seducen al lector más arisco y menos amigo de erudiciones.

El paseo por esas setenta y pico bibliotecas históricas y  literarias,  fabulosas, ignoradas o misteriosas, requiere tiempo, algún esfuerzo y mucha imaginación: de tal potaje sale un ungüento que obra al revés que el de Fierabrás: calienta el estómago de placer, airea el cerebro y estimula la fantasía y el prurito picantuelo y vigorizante del ansia de lectura.

La nómina de citados es prodigiosa, Cervantes, Rabelais, Flaubert, Borges, Conan Doyle, Baroja, Defoe, Verne, Rousseau, Umberto Eco, Vázquez Montalbán, Conrad, Andrea Camilleri,  Pérez Galdós, Wilkie Collins, Evelyn Waugh, Roald Dahl, Pirandello, Dostoievski, Dickens, Voltaire, Sartre, Agatha Christie, Gógol, Fielding, Bellow, Bassani, Musil,  Sterne, Canetti, Dumas, Ondaatje, Twain y Ruiz Zafon, entre otros. En el bien entendido que no hablamos de las bibliotecas de esos escritores, sino de las de algunos de los personajes de sus novelas. De ahí el subtítulo del libro: “de las bibliotecas imaginarias”.

El viaje ha sido apasionante, desde las míticas, Alejandría o la Babel de Borges, hasta las nacidas de las mentes de algunos autores paradigmáticos para todo amante de la literatura, como la  de fray Guillermo de Baskerville  y su alter ego, Humberto Eco, la de don Quijote, el gran Pepe Carvalho, cocinero y amigo de quemar libros, las de el Gulliver de Swift o el Robinson de Defoe, la de la Kakania en Musil, la de Zafon y sus libros olvidados, la de Tom Sawyer y Huck Finn, de Twain, la de la Villa San Girolamo en “El paciente inglés” de Ondaatje…o las de algunos de los personajes de Baroja, Galdós, Unamuno o Eduardo Mendoza. En fin una gozada de lectura para “lletraferits”.

Como servicio añadido al lector de CyC, he buscado en mi propia biblioteca personal unos libros que tienen como temática común, las bibliotecas, el amor a los libros, la lectura y sus avatares y todo ese mundo lleno de encanto que relaciona estos ingredientes entre sí. Depósitos de papel y cartón donde se atesora la imaginación, ternura, audacia, picaresca y conocimientos sutiles de ese milagro de la cultura humana. La escritura como soporte de la invención y la belleza –sublime, tierna, patética  o tenebrosa- de las emociones, la inteligencia y los sentimientos de hombres y mujeres que han ennoblecido nuestra historia común, desde Shakespeare a Kafka, desde Homero a Rabelais o desde Swift a Melville, incluyendo a Sherlock Holmes o a Hércules Poirot y el inspector Maigret,  para nuestras horas más divertidas.

Hay una serie de novelas, publicadas todas por la editorial Periférica, con su característica encuadernación granate, que tampoco deberían faltar en su biblioteca persona, lector. La librería encantada, de Christopher Morley, continuación de La librería ambulante, donde se nos narran las aventuras de la pareja  Roger y Helen Mifflin, con su perro Bock, libreros de lance que llevan su librería por los caminos del mundo rural del este norteamericano y que venden sus libros siguiendo esta filosofía: “Cuando le vendes un libro a alguien no solo le estas vendiendo papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor, y barcos que navegan en la noche. En un libro de verdad cabe todo, el cielo y la tierra y debe haber un corazón latiendo en su interior. Una historia que es solo cerebro no vale demasiado.” Más tarde abrirán una librería en Brooklyn de libros de segunda mano que se llamará “El Parnaso en casa”.

Del mismo tipo y editorial son Los amores de un bibliómano, de Eugene Field, El bibliótafo de Leon H. Vincent, una desternillante historia sobre los “enterradores de libros” . Y como regalo, una joyita para los amantes de grandes escritores (treinta de ellos) en su casi desconocida faceta de los que fueron también bibliotecarios, El escritor en su paraíso de Ángel Esteban.

En la editorial Podium-Zeus, en un volumen difícil pero no imposible de encontrar, tenemos cuatro libros indispensables para los fanáticos de la lectura; El Filobiblion, nombre que se da en griego a los amantes de los libros, del obispo Ricart de Bury (siglo XIV), La batalla entre libros antiguos y modernos”  de Jonathan Swift (el autor del Gulliver), Los principios de la bibliografía metódica de Theodor Besterman, bibliófilo del siglo XVIII y el bastante olvidado Viaje del Parnaso de nuestro don Miguel de Cervantes, un esbozo crítico de los poetas de su tiempo y una alabanza a la dura vocación de escribir y la fortuna de leer. En este volumen se leerán loas a los libros y la lectura como ésta: En el libro, recibe el que pide; halla el que busca; y se abren prontamente las puertas a los que llaman. Sois maestros que enseñan sin varas o castigos, sin gritos ni cólera, sin uniforme ni moneda, nunca esquivan la respuesta a tus preguntas, siempre a tu disposición, si yerras no protestan, si te equivocas no se burlan. Otorgáis la libertad a todos los que os buscan con diligencia…”

Pero un apartado que no hemos de olvidar es el de los que odian, desprecian y destruyen libros, que es una manera perversa y también patológica de sentirse “interesado” en ellos. Los enemigos de los libros de William Blades (Edit. Fórcola), subtitulado Contra la biblioclastia, la ignorancia y otras bibliopatías, con un excelente prólogo de Andrés Trapiello. Blades fue un impresor, ensayista y bibliómano británico del siglo XIX que se dedicó a combatir e identificar a los enemigos de los libros: el fuego; el agua; el gas y el calor; el polvo y el abandono; la ignorancia y el fanatismo; las polillas; los ratones y las lombrices devoradoras de papel (hacedoras de túneles perfectos que atraviesan los libros en diagonal); los bibliófilos, mercaderes de libros y coleccionistas sin escrúpulos; los ladrones de portadas o capítulos; los niños pequeños sin control y los perros y gatos juguetones; los tarados mentales que los consideran producto del diablo por razones “religiosas” o “ideológicas” y los encuadernadores sin tino que aplican la cuchilla o la goma arábiga donde no ha de hacerse.

En el libro de Blades se repasan minuciosamente los ejemplos de destrucción de libros por los medios más importantes sugeridos en la lista anterior. En el siglo XV, por ejemplo, Mohammed II tras la conquista de Constantinopla ordenó a sus huestes que  arrojaran al mar los 120.000 manuscritos que formaban la biblioteca del vencido emperador Constantino.

Cuando escribe sobre los efectos del medio ambiente de las bibliotecas –calor, frío, polvo, humedad-  en los libros, Blades apunta: “La forma más segura de mantener la buena salud de los libros es tratarlos como a los propios hijos. Estos enfermarían si estuvieran confinados en una atmosfera demasiado caliente o fría, o húmeda o seca. Pues los libros, igual.”

Otro de los libros más fascinantes que he leído sobre nuestro tema es Libros malditos, malditos libros” de Juan Carlos Díez Jayo, (Ed.Piel de Zapa), que recomiendo encarecidamente, como  ejemplo de originalidad, humor, erudición imaginativa y una ironía a tamaño “bilbáino”, -vasco es nuestro autor,- que dice “Todo lo que aquí leerás es verdad…te hablaré de volúmenes malvados que no debieron escribirse y otros que nunca existieron …de cosas con forma de libro, pero que no lo son…y de algún texto magníficamente pésimo que ha alcanzado la posteridad”. Y añade: “hay libros que no merecerían existir… te presentaré los monstruos de la especie, sin faltar a la verdad…hay libros que han cambiado la vida de sus lectores…otros han dirigido naciones…porque no todo puede sentirse: por eso hay libros”.

En la misma línea reivindicativa de los libros y su larga lucha contra la ignorancia y el fanatismo, el alemán Werner Fuld ha escrito su “Breve historia de los libros prohibidos” (Edit. RBA), donde no sólo se nos habla de la cadena de opresión, de obras destruidas y autores asesinados, también nos deleita con algunas de las victorias de la palabra sobre el poder político o económico. En esencia la historia de las prohibiciones de libros es también la historia de la supervivencia de la memoria humana almacenada en los libros. Como decía Borges “Basta que un libro sea posible para que exista”.

Otro alemán,  Alexander Pechmann en “La biblioteca de los libros perdidos” (edit. Edhasa) nos reseña los libros que nunca han existido en una biblioteca imaginaria. Buena dosis de imaginación la de este escritor que nos habla de las supuestas obras de Hemingway, Mann, Flaubert, Cooper, Byron, Kafka, Pushkin, Melville o Safo que las circunstancias, el descuido, un accidente o una borrachera, impidieron su materialización en un volumen.

Y para terminar, casi como un eco del libro reseñado en el párrafo de encima, “Historia de los libros perdidos”, (Edit. Pasado&Presente), del italiano Giorgio Van Straten,  que nos habla de la apasionante historia y anécdotas de libros inexistentes pero que podían haber sido. Como los del contenido de la célebre “maleta negra” de Walter Benjamin que se suicidó en la frontera española en Portbou por temor a que la policía franquista  le entregara a los nazis. Son ocho los libros imposibles de los que nos habla amenamente Van Straten: uno del escritor italiano Romani Bilenchi, cuyo manuscrito leyó Van Straten antes de que fuera quemado por la viuda del escritor. Sigue con la patética historia de la destrucción del manuscrito de “Las memorias” de Byron; la pérdida de una novela de Hemingway que guardaba su primera esposa (que aseguró que la tenía en una maleta que le robaron durante un viaje); “El Mesías” del polaco judío Bruno Schulz, desaparecido y asesinado durante ocupación nazi.  El siguiente, es el ruso Nicolai Gogol  cuya obra “Almas muertas” aún existente, no es más que la primera parte de otra obra mucho más larga que el perfeccionismo enfermizo del autor destruyó. El gran Malcom Lowry (“Bajo el volcán”) un alcohólico impenitente se pasó unos años de su corta vida hablando de una gran novela  de más de mil páginas, “In ballast to the White Sea” que se quemó junto a la cabaña canadiense donde vivía el escritor borrachín. Y para terminar, la poetisa Sylvia Platt, que se suicida metiendo la cabeza en el horno de gas con la cocina precintada. Su obra es administrada por su ex marido y albacea Ted Hugues y en unos años se publican textos de la poetisa y muchos más son destruidos “por razones familiares” (la poetisa dejó dos hijos) o por pérdidas y accidentes.

Y aquí, con esta nota triste, dejamos el amplio recorrido por el mundo del libro. Que ustedes sigan leyendo más y mejor. En los tiempos que corren es casi una obligación…para que sobrevivan los libros.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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