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3 noviembre 2010 3 03 /11 /noviembre /2010 15:49

Digamos que un escritor es como un cocinero experimentado. Una persona que conoce los ingredientes que conforman un plato determinado, sabe dónde adquirirlos (o tiene una nutrida despensa donde ha ido almacenándolos), domina más o menos las técnicas de cocción, ensamblaje de elementos y orden de colocación, sabe acudir a su instinto profesional (educado por mucho tiempo de vivencias, lecturas y aprendizaje)  y aplica un tempo que es distinto para cada plato.

Pues bien, en mi despensa ya existe una modesta representación de platos únicos que han salido al mundo (siete novelas, un libro de relatos, dos de ensayo), un reservorio de platos acabados  que solo esperan la sanción definitiva del autor para lanzarlos a la palestra, entre los que hay novelas (tres), relatos (los suficientes para formar dos o tres volúmenes), dos ensayos (budismo zen y psicoanálisis más otro sobre ética) y casi un centenar de poesías que seguramente nunca me decidiré a publicar. Únase a este bagaje un limbo de novelas frustradas, proyectos en diversas fases de realización y el material inclasificable que suele tapizar el suelo y las paredes de todo grafómano que se precie, escribidor obsesivo, pensador en esencias y poeta  de la vida fascinado por la belleza, el drama, el humor y la tragedia de la existencia.

Precisamente es esa existencia incontrolable, sorprendente y  sabia, la que ha dado un giro copernicano y me permite, tras un largo paréntesis de décadas, volver a mi ocupación primordial, la escritura, la creación literaria, la crítica de libros y el desenfadado placer de mis actvidades deportivas, el montañismo esencialmente.

Vivo a caballo entre la gran urbe, Barcelona, madre putativa de mi carrera literaria y mi profesión periodística y mi refugio matarrañense, Torre del Compte. Un periodismo activo durante cuarenta años  en uno de los grandes diarios del país me ha enriquecido formalmente en vivencias y conocimientos, política internacional, critica literaria y de cine, páginas de opinión, entrevistas con escritores, políticos y pensadores, amén de dotarme a través de los años de práctica en la técnica de la escritura dirigida a otros, el reportaje, la crónica, el editorial, la reseña...

Ahora mi despensa está bastante llena, mis proyectos abundan, mi disponibilidad es considerable y mi energía está a niveles óptimos.

Sigamos, pues. Me pongo manos a la obra, como un humilde artesano dispuesto a doblegarse ante la exigente hydra literaria, dejando que toda esa acumulación intelectual y vital destile, si los dioses y las musas de los escritores me son propicios, un néctar literario que puede, o no, decantarse en esa obra única que conmueva a alguien y justifique en la alquimia maravillosa de la lectura, todos los trabjos, esfuerzos y desvelos implícitos a este oficio.

 

 

 

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2 noviembre 2010 2 02 /11 /noviembre /2010 17:38

Esta mañana cuando mi amigo David y yo recorríamos las pistas forestales al este de Peñarroya de Tastavins, un cielo gris con nubes oscuras pasando velozmente de valle en valle, desgajándose en una neblina algodonosa sobre las carenas cercanas pobladas de pinos blancos y carrascas hacía presagiar algun que otro chubasco.

-¿Estás seguro de que es por aquí?

Repasé el viejo libro apergaminado de hojas amarilleadas por el tiempo y los hongos.

--No da localizaciones exactas. Entonces no existían los gps y la cartografía estaba en sus inicios, aun basándose en las  técnicas de Ptolomeo y la lectura de las estrellas. ¿Cómo puedo saberlo? Me guío por esta frase que el oscuro monje benedictino escribió en su códice: "Camina por el este del Tastavins, hacia la larga cadena de rocas cortadas como por el hacha de un gigante, semejante quizá al cuerpo de una nave abierta por el medio". Y aún más claro, "cercano a un gran conglomerado de rocas altísimas que forman como una gran mesa alzada sobre los mares de arboles, cual ancho altar donde comen lo dioses paganos, acompañados por el ruido de aves carroñeras que en lugar abundan".

--Quizá se refería a Masmut.

David me señaló con un gesto los cingles rojizos de la meseta y al fondo la herida blanca de la montaña cortada, una alargada pared gris claro que corría de norte a sur ganando en altura.

--Podría ser.

--Bueno, mientras investigamos podemos seguir el plan B.

--Optimista y práctico David. ¿De qué se trata?

--Bueno, si no encontramos huella alguna de tus bayas, ese pueblo misterioso que crees más antiguos que los iberos, siempre podemos tratar de encontrar algunas setas que luego podemos comer en amigable condumio, bien regadas por un par de botellitas que tengo guardadas para ocasiones como esta.

--Bueno, no creo que haya especímenes de los bayas ya en estos días. Pero quizá encontremos alguna huella de su existencia. Según el antiguo pergamino hallado en Cretas,  se dejaron ver por romanos, visigodos, arabes y colonos castellanos y aragoneses que aprovecharon las llamadas y privilegios de reyes y señores. Si es cierto que no son una leyenda, dejaron maravillados  a los que les vieron o trataron con ellos por su avanzadísima cultura y una tecnología entonces inexistente y casi inimaginable.

--Oye, no se si te das cuenta que todo esto suena a la búsqueda del Santo Grial, los caballeros de la Mesa Redonda y una mezcla de Benitez el de los misterios y un hispano Indiana Jones.

--Eres un genio, David. Así es, una especie de Santo Grial pero mas digno de nuestra época que de aquellos remotos tiempos.

Mi amigo detuvo el 4x4. Se volvió lentamente hacia mi y me espetó:

--¿Qué es...exactamente...lo que estamos...buscando?

 

 

Bien...la mañana siguió sin grandes descubrimientos, sin sustos ni aventuras, desgraciadamente sin hallazgos. No hubo lluvia y no hubo huellas de los bayas y mucho menos Santo Grial. Encontramos una docena de rovellones, un buen montón de bolets de bestiar y una infinidad de brunetes.

A media tarde  mientras digeríamos el festín de setas a la vera de un buen fuego, compartíamos un licor de hierbas helado y fumábamos dos puros habanos, al estilo Cabrera Infante, puro humo, le conté a mi amigo algo de lo que sabía de los bayas, el estado de mi libro dedicado a ese pueblo maravilloso y desconocido y mi compromiso de llevar esta empresa a cabo como el cumplimiento de una promesa a un personaje misterioso que abrió la puerta de  mi vida a esa apasionante civilización que enraizó en la zona del Matarraña cuando aún no tenía ese nombre y nadie había soñado en dárselo.

Eran los tiempos en que todo era tan nuevo que las cosas, los montes y los rios aún no tenían nombre. Entonces aparecieron...

 

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1 noviembre 2010 1 01 /11 /noviembre /2010 17:39

En los años noventa del pasado siglo,  preparaba un doctorado en psicoanálisis y me sentía fascinado por la neurología y las ciencias del cerebro en general. No olvidéis que habia sido declarada la década del cerebro y los avances en neuroanatomía, neurofisiología y ciencias afines habían sido muy prometedores. Me mantenía al corriente hasta la medida de mis posibilidades (entronces más escasas que hoy dia) sobre tales avances. Y esto lo hacía por dos motivos principales. mi convicción fuertemente intuitiva y también informada  de que en el cerebro se esconde la esencia del ser humano y su relación con el mundo que le rodea y con sus semejantes y las, digamos coincidencias, entre los hallazgos científicos  y las descripciones que de esa relación cosmogónica hacían las disciplinas espirituales de origen oriental y mucho más veladamente las tradiciones religiosas occidentales, tan manipuladas por las iglesias (desde algunos padres del desierto al maestro Echkart,  san Juan de la Cruz o en nuestra época Merton, el padre Enomiya Lasalle o nuestro recién fallecido Pánikkar...

Soy practicante zen, aunque un practicante escéptico, muy disciplinado y nada apegado a maestros y liturgias varias. Mi práctica se debía al convencimiento de que la "sentada" o meditación zen no era más que una disciplina de tipo físico-mental que superaba la paradoja de hacer de la práctica una relación desinteresada y sin objetivos con el ejercicio del silencio de la mente, es decir y con idioma neurológico del hoy, propiciar el silencio del hemisferio izquierdo del cerebro y animar de alguna manera la preponderancia del hemisferio derecho, el intuitivo, el "femenino" (qué gran piropo a las mujeres disfrazado de insulto y menosprecio), el "irracional", el poco disciplinado, el artítstico, el descontrolado. Con una práctica continua y despojada de búsquedas espirituales, de iluminaciones o de adquisiciones de virtudes o propiedades operativas espectaculares, de nuevo de forma paradójica, podía producirse un fenómeno bien documentado por las tradiciones religiosas y esprituales de todo el mundo: la llamada iluminación, satori, visión de Dios, el estallido de la kundalini. 

Ahora, tras la lectura del libro de la doctora Jill B. Taylor, "Un ataque de lucidez" (publicado por la editorial Debate), una neuroanatomista que sufrió un demoledor ictus en el hemisferio izquierdo del cerebro, recibo una noticia alentadora: el descubrimiento de la zona exacta del cerebro donde radica tal experiencia o vivencia, calificada como sentimiento oceánico. El problema está en que tal zona se activa unicamente cuando  disminuye la actividad en los centros de lenguaje del hemisferio izquierdo, lo que provoca el enmudecimiento de la permanente charla mental, se establece uin silencio total, unido a otra disminución de actividad en la zona de orientación y asociación, situada en la circunvalacion posterior del h. izquierdo, lo que hace desaparecer el sentido del yo y los limites fisicos personales, con lo que fluimos con el resto del universo y no nos sentimos ni seres solidos ni separados de lo que nos rodea, y, en fin, desaparecen los miedos, cautelas, estrategias de evitación y huida, recuerdos y aprendizajes que maneja el hemisferio ziquierdo. Resultado total: LA  PERCEPCIÓN DE UNO MISMO COMO UNA PARTE INMENSAMENTE FELIZ DEL COSMOS.  Todo está bien y no hace falta nada más. Estamos completos y en absoluta paz y concordia. Es decir: la iluminación perseguida por santos y gurus y sólo vislumbrada por unos pocos artristas, poetas e intelectuales ol simples hombres sencillos, quiza ignoarntes, pero inmensaqmente sensibles e  intuitivos.

Os preguntareis pues, si es preciso un ictus en el hemisferio izquierdo para ser capaces de vivir esa experiencia totalmente renovadora y revolucuionaria. No, si os fijáis en las condiciones,son las mismas que preconizan las disiciplinas espirtuales de las que hemos hablado. Por tanto, aunque nadie lo puede garantizar, aparte del ictus u otros accidentes cerebro vasculares, las diciplinas de meditación, cuanto más desinteresadas y irreligiosas mejor, nos pueden acercar a las condiciones precisas para que el fenómeno se produzca en algún momento inesperado. No hay progresión sistemática en esto, depende de conexiones nauronales sobre las que no tenemos control: solo facilitamos el caldo de cultivo donde se producen.

Seguiremos con esto en algún momento.

Como artículo de bienvenida a mi blog, creo que es suficiente y tal vez demasiado.

Buenas noches y buena reflexión.

ALBERTO

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