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12 enero 2023 4 12 /01 /enero /2023 16:03

LOGOI 284

CHATGPT-HAL9000

Publicado en La Comarca el10012023

¡Menuda ensalada de siglas y números! Los aficionados al cine ya estarán a la expectativa. Han reconocido en Hal9000 la computadora obstinada y letal de la película de Kubrick, “2001, una odisea espacial”, basada en un relato de Arthur Clarke. El célebre autor profetizó la existencia de computadoras que, aunque facilitaban grandemente el trabajo humano y nos sustituían con eficacia en las actividades rutinarias, podrían llegar a convertirse en un problema agudo que cuestionaría si debían seguir siendo usadas o desconectadas.

Como en tantas ocasiones ocurrirá en el mundo de las nuevas tecnologías, eso ya ha sucedido. La ChatGPT es un “chatbot” creado por la empresa OpenAI (Inteligencia artificial en abierto) que mantiene conversaciones con los humanos, realiza tareas escolares, crea textos, simula trabajos de examen y da respuestas rápidas a las preguntas y dudas que se le consultan. Genial para cualquier estudiante que no quiera esforzarse demasiado. ¿Cuál es el problema? Varios, en realidad. Desde que dificulta la generación y desarrollo del pensamiento crítico en el alumno, hasta que da respuestas fáciles pero erróneas, la corrección de los contenidos generados no es segura, ni la privacidad del usuario tampoco.

Las autoridades educativas de la ciudad de Nueva York han sido las primeros en prohibir el uso del ChatGPT en los centros de enseñanza porque “incentiva el abuso, la falsedad y la desinformación en los alumnos y tiene un impacto negativo en el aprendizaje, ya que puede generar una información incorrecta, tendenciosa o falsa”.

El periodista de La Vanguardia, Enric Sierra, ha preguntado al robot si  considera los riesgos de su uso. Éste respondió que admitía la posibilidad de producir desinformación, contenido inapropiado y problemas de privacidad. Pero que no debía prohibirse su uso, sino más bien fomentar la educación en los usuarios en la que se les aleccione sobre el uso responsable de esta tecnología, con medidas de seguridad adecuadas. Sin olvidar la ética precisa, principios y valores humanos que exige el interactuar con una máquina. No le falta lógica a ChatGPT.

Quizá va siendo hora de   que los expertos diseñen un código deontológico para regir no sólo las relaciones entre los individuos y las máquinas, sino la responsabilidad de los seres humanos en el uso de la tecnología informativa y performativa (que induce a una acción determinada) de las Redes y Sistemas, las cuales ya nos influencian de múltiples maneras a través, por ejemplo, de logaritmos.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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5 enero 2023 4 05 /01 /enero /2023 18:37

OBSERVATORIO POLITICO INTERNACIONAL

 

“…Y DIOS PARECÍA DORMIDO.”

Los que nos dedicamos a analizar el pulso vital de nuestro mundo no nos ponemos de acuerdo, como suele suceder. Hay quienes, no sin motivos, hacen sonar las trompetas del  “Armageddon”  apocalíptico; están los profesionales del optimismo humano-tecnológico,  que reconocen  la cosa va mal, pero que hay que confiar en el “efecto resiliencia” humano y en la “varita mágica” de la alta tecnología. Y quedan los que llevamos décadas usando los razonamientos de Pirrón, el escéptico, para intentar comprender el alcance y efectos de la deformación más común y visible en los asuntos humanos, la estupidez.

Este comentarista es poco dado a entrar en cuestiones eclesiásticas y religiosas, pero con  Benedicto XVI, el recién fallecido Papa emérito, se produjo - “a posteriori” de su renuncia- un “descubrimiento” de la calidad humana y ética del estricto obispo alemán. Una significativa frase de su escrito de renuncia me parece  adecuada para definir el pasado 2022: “Hubo días de sol y ligera brisa, pero muchos otros en los que las aguas bajaban agitadas, el viento soplaba en contra  y Dios parecía dormido”. El caso es que a tenor de lo que se nos anuncia para este 2023, “Dios parece seguir dormido”. Y está claro que cuando los dioses duermen, los humanos hacemos locuras.

Recordemos aquello que decía John M. Keynes, “Lo inevitable nunca sucede y lo inesperado ocurre constantemente”. Y si no que se lo pregunten a los directores de grandes medios de referencia, como el “Financial Times”, el “The Economist” o el “Washington Post”. En sus predicciones sobre 2022, la realidad ha sido más catastrófica que sus pronósticos: desde la guerra de Ucrania, considerada improbable por sesudos analistas, que simplemente aplicaban el sentido común, (claro que Putin se guía por otro tipo de sentidos),  hasta la invasión de las criptomonedas o que la covid  sería controlada y no habría mutaciones mortales del virus. Lo que sí ha quedado claro es la vulnerabilidad y escasa eficacia de las instituciones internacionales para prever y hacer frente a los grandes desastres, sean económicos, bélicos o naturales.

La conferencia por la crisis climática de Egipto demostró que no se respeta la regla de oro de la economía política internacional: los riesgos son mensurables y es preciso prevenirse contra ellos en cuanto empiezan a ser evidentes. Se apuesta por la “varita mágica” de la tecnología, olvidando lo que repetía a menudo el filósofo y científico Karl Popper cuando le hablaban de los grandes avances técnicos en su rama de conocimientos, “los  avances no pueden predecirse pues, de ser así, los próximos inventos ya se habrían inventado”. Puro sentido común. No hagamos pues previsiones. Examinemos sin ánimo exhaustivo algunos de los problemas que tenemos planteados este 2023, un año con cierta “mala sombra”.

La crisis climática es uno de los mayores fracasos de la gestión política internacional de la ecología ambiental. Nos acercamos inexorablemente al límite del aumento de temperaturas, aunque incluso los niños de primaria saben lo que puede llegar a suceder: se ha priorizado la lógica capitalista del beneficio y se trata de evitar el enorme desafío social, económico y político que supone cambiar el estilo de consumo sin límites al que nos han acostumbrado en los últimos decenios a los ciudadanos de las sociedades “que cuentan”, es decir, la de los países del occidente rico, a los que ya se unen China y la India, por ejemplo.

No hablemos pues de hambrunas, de las veinte y pico de guerras locales que siguen desatadas, de los millones de refugiados,  de la brutal contaminación de mares y ríos. Pasemos de refilón por la peligrosísima y enquistada  guerra de Ucrania. Con tan posible solución y tan difícil arreglo: aplicar una lógica política y territorial del “todos perdemos algo” e imponer unos acuerdos y seguridades donde se ceda por las partes en conflicto (Rusia y Estados Unidos, los verdaderos rivales, la UE y Ucrania) y se olviden las rivalidades hegemónicas (China), en un concierto común para afrontar los problemas de todos. ¿Política ficción?  Tal vez. Pero piensen que desde 1945 nunca una guerra ceñida a un único Estado ha tenido tantas y variadas repercusiones negativas para el resto del planeta: todos los problemas existentes ya antes, se han agravado y…por añadidura, se pueden agravar más o, en un salto al vacío, hacer intervenir la baza nuclear.

Ya estamos padeciendo aquello que “The Economist” ha calificado con el neologismo de “permacrisis”:  “un prolongado período de inestabilidad e inseguridad” en todos los sectores. Parece que Dios, más que dormirse, se ha ido de vacaciones, hastiado del griterío ensordecedor de los humanos, rabiosos y asustados. Debe articularse un nuevo orden mundial que ponga las piezas en su sitio: lo malo es la poca clase que tienen los líderes que padecemos.

Pero volviendo a las amenazas vigentes con componentes catastróficos, escojamos una, por falta de espacio material: la falta de agua. Un célebre analista francés escribió  en “L’Express” un profético artículo sobre un tema que entonces –años 70 del pasado siglo- podía considerarse una especulación de ficción futurista: las próximas guerras no serían por el dominio de los pozos petrolíferos de Oriente medio o Asia, sino por la supremacía en el control de un recurso vital: el agua. En aquellos años nadie imaginaba –a no ser en pesadillas- que la contaminación de los gases con efecto invernadero llevaría a una crisis climática. Y que uno de los efectos de dicha crisis serían olas de calor tan duraderas y arrasadoras que extenderían la sequía por zonas cada vez más amplias en los cinco continentes.  ¿Quién podía pensar entonces que veríamos derretirse los glaciares y los hielos ancestrales del polo Norte? Los pantanos se vacían. Las cosechas se pierden y de vez en cuando se producen lluvias torrenciales que devastan cultivos y arrasan infraestructuras.

La crisis hídrica es otro de los fantasmas que –como en el “Cuento de Navidad” de Dickens—nos visitan para recordarnos que somos unos Scrooge  sin conciencia planetaria y nos merecemos lo que nos viene encima. Aunque la Asamblea General de la ONU propone que el año 2023 sea declarado Año del Agua y convoca para los días 22 al 24 de marzo una Conferencia Mundial del Agua. Dado lo visto en Conferencias internacionales anteriores, no es precisamente algo esperanzador. En la de Egipto sobre el Cambio Climático se reunieron miles de delegados que llegaron al país desde todo el mundo en casi 500 contaminantes aviones, para discutir hasta la última madrugada un acuerdo que aplazaba de nuevo cualquier medida efectiva sobre control de emisiones de gases nocivos –como los de los aviones y automóviles-  hasta la próxima reunión.

Es preciso comprender algo que desde los egipcios y los griegos antiguos se consideraba una de las verdades básicas para la supervivencia humana: todo está conectado. Decía Heráclito que “todo está lleno de dioses” y, por tanto, debemos  respetar el agua, el suelo, el aire, los animales, los vegetales, las montañas y las profundidades de la tierra y los océanos. Por tanto, la crisis climática, la energética, la alimentaria, las guerras que libramos, las agresiones a los bosques, las aguas y sus peces, los animales todos, incluidos pájaros, insectos y hasta lombrices y gusanos, forman parte de la agresión a un Todo que arrasamos con nuestras actividades y nuestra codicia. Ello supone que ese Todo y nosotros formamos parte de un mismo sistema en red, tan interrelacionado entre sí, que cualquier devastación de cada uno de esos elementos de la Naturaleza, repercute de una manera directa o indirecta, aunque difícil de evaluar en muchos casos, en el resto, causando aniquilaciones de especies enteras, como en un desolador efecto dominó de demolición planetaria. Si falta agua y hay sequía, disminuirá la energía hidráulica, producirá falta de alimentos, hay que recurrir a las energías fósiles que agravan el problema climático. Y si la sequía se agudiza, habrá dificultades progresivas de acceso al agua potable de poblaciones enteras. Comprendamos que urgen medidas de optimización de infraestructuras y saneamientos (es escandalosa la pérdida diaria de millones de litros de agua potable debido a malas canalizaciones urbanas y rurales)  y un control riguroso de los acuíferos y aguas subterráneas para evitar su contaminación y mal aprovechamiento.

Ante un panorama como el que les he mostrado –sin analizar otros problemas, por falta de espacio y de ánimo- hablarles de las expectativas de este lamentable Patio de Monipodio que es la política española, sería un poco masoquista, por lo que seré breve. Además de los males propios de nuestra catadura política y su mala educación y agresividad, están los problemas sobrevenidos por las anteriores crisis analizadas. El señor Sánchez habla de un 2023 “intenso”, no sólo por la suma de elecciones en el país, municipales, autonómicas y generales, sino por el hecho de que existe una descalificación total mutua entre el Gobierno y la oposición (a río revuelto, ganancia de los pescadores ultras). Y se puede objetar racionalmente que las más de 190 leyes y 3 presupuestos aprobados no nos aseguran más eficacia operativa, aunque sí más demagogia populista y acoso y derribo en el Congreso. Y eso a pesar de que con dos acontecimientos como la pandemia y la guerra de Ucrania, el país está aguantando bastante bien, si no fuera por el sobresalto permanente al que se somete a menudo a la democracia en España: desde la reforma por la malversación, el vergonzante caso del Constitucional o los “arreglos” que no han deshecho el nudo gordiano de Cataluña y su fallido “procés”, que aún colea. Eso sin mencionar el asunto de la valla de Melilla o del “donde dije digo, digo Diego…” del Sáhara. Y para aumentar el despropósito político, sin  que exista una oposición digna de ese nombre, dedicada a labores de derribo y descrédito, en lugar de diseñar y presentar una alternativa lógica, preparada y racional, sin insultos ni descalificaciones, para hacer política de verdad dentro de un marco institucional democrático y respetuoso, sin rupturas de la cohesión del país y sin cataclismos políticos y sociales. ¡Vaya con el 2023! Quizá éste logre despertar a Dios.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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2 enero 2023 1 02 /01 /enero /2023 15:21

Este artículo se ha publicado en la revista "Compromiso y Cultura" de 1 de enero de 2023

Vamos a empezar este año azaroso y mal encauzado en muchos –demasiados- aspectos, con un canto enamorado a la lectura y a los libros, como un guiño a los dioses caprichosos que rigen el destino de los pueblos y el azar de los acontecimientos. Mantengo con tesón la idea de que no hay mal que no alivie una hora de lectura intensa o, por lo menos, que endulce un poco la amargura de ciertas situaciones personales o públicas o que destense y distraiga a la mente del agobio de las crisis concatenadas que nos afligen – guerra en Europa, cambio climático, economía, resurgencias epidémicas, violencia y agresividad…- en fin, como diría Mafalda, el “principióse” del “acabóse”. No hablo a humo de pajas: soy uno de esos sujetos más o menos memorables (por años, que no por méritos)  o “memoriable”, que ha ido sumando decenios y a través de su dilatada vida ha comprobado personalmente –y en amigos, conocidos y en la casi totalidad de los del gremio de la pluma, el libro y el pensamiento- que el citado aserto sobre la bondad salutífera de la lectura, entre otros efectos “casi mágicos”, es verdadero y comprobable incluso científicamente.  

 Cuando leemos se activan dos rutas cerebrales, la fonético-fonológica y la léxico semántica que se unen en el lóbulo temporal superior de nuestro cerebro y posibilitan el milagro evolucionista de la lectura, decodificando los signos y dándoles un significado y un sentido que les insufla el hipocampo (sede de la memoria) y la amígdala (emociones). Como escribe  Sebastià Serrano en “El regal de la lectura” (Arallibres): “leer es un ritual mediante el cual los textos creados por un autor se convierten en un narrador interno, el lector, en su propia voz dentro del  cerebro”. Y más adelante: “La lectura permite conocer y aprender estrategias cognitivas y emocionales capaces de ayudarnos al auto diseño de la propia personalidad y la mejora de muchos de sus aspectos”.

Por tanto este panegírico a la lectura vamos a transformarlo en un ameno e instructivo paseo por los libros y autores que han mostrado en sus textos la convicción común a todos nosotros de que el mundo del libro, las librerías y las bibliotecas no desaparecerán jamás, porque es un invento que cumple una función humana de primerísimo orden, tanto que es una de las que nos hace propiamente humanos: el vehículo de expresión del pensamiento, la belleza, la dignidad y los anhelos de nuestro género, ay, por otro lado, tan censurable y problemático como nos cuenta la historia y vemos cada día.

Ha sido la lectura de “El fantasma de las palabras” de  la encantadora septuagenaria Louise Erdrich (Editorial Siruela), la que me ha ofrecido la imagen nutricia de la idea que subyace en este artículo: la perennidad del libro, de los lectores y de los sueños que los enlazan a ambos a través de las palabras. Y el diálogo de Umberto Eco y Jean Claude Carriére (“Nadie acabará con los libros”, Ed. Lumen) el argumento complejo que anida en el corazón de los amantes de los libros: es uno de los inventos humanos-llave, como la rueda, las tijeras o la cuchara, destinados a sobrevivir por encima de cualquier cambio tecnológico en el mundo histérico, líquido y sin pausas, descansos  o respeto, bajo un ritmo no asimilable, que se nos está imponiendo a causa de la falta de orientación de lo humano. Como a ese personaje central (y fantasmal)  de la novela de Erdrich,  Flora, a la cual la pasión por el libro y la lectura – y algo más, que no les desvelaré- ha rescatado de la muerte y le permite deambular de forma irritante por los pasillos de la librería que visitó muy a menudo en  vida molestando  recalcitrantemente a la librera. A muchos de los personajes y autores de los libros que les voy a recomendar les alimenta esa misma pasión que algunos de ustedes, lectores de estas líneas, conocen bien y, si acaso, empiezan a conocerla, persistan en ella, porque es uno de los “alimentos terrestres” que nutre el alma como si fuera el “soma” de Huxley: la lectura.

Ese es precisamente el encanto que produce la lectura de las novelas que en norteamericano Christopher Morley dedicó a su tema favorito: “La librería ambulante” y “La librería encantada” (Ed. Periférica) situadas en un época ya algo lejana pero cuyo humor y fuera literaria evocativa, les hará pasar un gran rato. Asegurado. En la siguiente época, tras la II Guerra Mundial, Mary Ann Clark Bremer con su “Una biblioteca de verano”  y Petra Hartlieb con “Mi maravillosa librería” (ambas en Ed. Periférica) ambientada en Viena en nuestros días, evocan el poder de atracción que suscitan las librerías y el mundo que ellas contienen, como aglutinador humano.

En otro registro, el francés David Foenkinos escribe “La biblioteca de los libros rechazados”, (Ed. Alfaguara), que es una especie de “thriller” literario sobre un “best seller” con un autor fantasmal, donde el amor a las palabras se mezcla con el amor entre las personas.

Tampoco un clásico como Aldous Huxley se libra de fantasear sobre este mundo dinámico y mágico que rodea a los libros, y así nos deleita con “Si mi biblioteca ardiera esta noche” (Edhasa), que es un conjunto de artículos sobre la lectura. Con un dato sorprendente: años después de publicar este libro, la biblioteca personal de Huxley en Los Angeles se consumió por un incendio fortuito. Para aligerar un poco la lectura, una recomendación amable y divertida: “La pequeña librería de los corazones solitarios” de Annie Darling (Ed. Titania) sobre una lectora compulsiva de novelas de amor que lucha por sacar adelante, en Londres, una pequeña librería muy especial.

En otro orden de cosas, cuestiones  menos amables, como las dificultades familiares de una librera japonesa en “Hôzuki, la librería de Mitsuco” (Nordica libros) de la canadiense de origen japonés Aki Shimazaki. O como las relaciones a través de los libros entre una madre muy enferma y su hijo, de Will Schwalbe, “El club de lectura del final de tu vida”, (Arallibres). O, a propósito de Zweig, una deliciosa narración “La pequeña librería de Stefan Zweig” (Ed. Berenice) de Francisco Uría, que es el arte de convertir un detalle biográfico real, la escala en Vigo del barco que llevaba al escritor alemán al exilio en 1936, en una deliciosa cita imaginativa entre un librero gallego –preocupado por la guerra civil española, recién declarada- y un escritor alemán que temía por su vida, con la sombra homicida de Hitler a sus espaldas. El mismo escritor que más tarde, durante su exilio forzoso (que terminó en suicidio), escribió: “Los libros son mejor compañía que los humanos…son entidades físicas que median entre este mundo y otro superior”. Y, en un texto escrito poco antes de morir, recordaba su gran biblioteca perdida en Alemania: “Ahí estaban mis libros, esperando, en silencio. Mudos, se alinean  en sus estantes a lo largo de la pared…ni te llaman, ni te suplican… esperan a que te muestres receptivo hacia ellos, solo entonces se te abren. Primero tenemos que sentir la paz en nuestro interior: entonces es cuando estamos listos para ellos”. Y por esas incesantes lecturas, Zweig encontraba en su vida cotidiana lo que Aristóteles llamaba “anagnórisis”, “el más enigmático de los deleites estéticos”, cuando “reconocía” lugares, personas, caracteres o situaciones del mundo real que parecían reflejos de su memoria literaria.

Y para terminar, no se pierdan (hablando de las virtudes terapéuticas de la lectura) la novela de Elizabeth Noble, “El grupo de lectura”, (Ed. Roca) donde un grupo de damas casadas, en general con maridos insoportables e hijos incomprensibles, forman un pequeño club de lectoras donde las novelas y los personajes que analizan, acaban constituyendo no sólo una forma de aprendizaje psicológico de resistencia y de mejora, sino una percepción diferente de sus vidas y de sí mismas. Y como broche, el ensayo del zaragozano Ángel Esteban que en “El escritor en su paraíso” (Ed. Periférica) nos cuenta la vivencia, poco conocida, en las biografías de treinta grandes autores que, en algunos periodos de su existencia, fueron bibliotecarios.  Con un delicioso prólogo de Mario Vargas Llosa, Esteban nos cuenta las cuitas libreras de figuras como Georges Bataille, Borges, Lewis Carroll, Richard  Burton, el gran ensayista del siglo XVII, autor de “Anatomía de la Melancolía”,  Casanova, Rubén Darío, Goethe, los hermanos Grimm, Hölderlin, Musil, Onetti, Proust (éste no se estrenó en el oficio) y, por supuesto, el prologuista Vargas Llosa, entre otros.

La diversión está asegurada. Son quince libros que tienen como temática y motivo argumental a los libros, las librerías y las bibliotecas. Por esa razón, me excusan de la habitual lista bibliográfica. Tienen el autor, el título y la editorial, de cada uno de ellos. Si además tienen humor y ganas de pasarlo bien, ya saben. Contribuyan a que no cierren las librerías y las bibliotecas se queden sin socios y se conviertan en lugares fantasmales (para dolor de muchos de nosotros y desamparo y ruina intelectual de nuestros descendientes).

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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30 diciembre 2022 5 30 /12 /diciembre /2022 13:06

OBSERVATORIO POLÍTICO  INTERNACIONAL

 

Son muchos los pensadores de finales del siglo XX y de la primera mitad del actual que, seducidos por el rápido e imparable progreso tecnológico digital que nos está cambiando la vida cotidiana, apostaban por el fin de las guerras, al menos las generalizadas. Y que el complejo bélico que llevamos en los genes se iría apagando ante el limpio, aséptico, rico  y entretenido mundo que se vaticinaba, a tenor de los avances tecnológicos. Claro que los problemas que genera o agudiza esa tecnología se han enquistado en forma de cambio climático, escasez de determinados productos, contaminaciones de aguas y tierras en todo el globo, sequías y hambrunas sobrevenidas, movimientos de personas que abandonaban sus países por el ansia de mejorar sus vidas o incluso de sobrevivir. Y la eclosión generalizada de una forma de vivir en la que habían desaparecido las viejas, quizá defectuosas pero efectivas, jerarquías de valores familiares, sociales y generales. Ellas disminuían  la sensación de aislamiento, fortalecían los lazos de familia, pueblo, vecindad, relaciones entre sexos y entre clases, con aquellas obsoletas fórmulas que se basaban en la cortesía, el respeto, la educación, la  moralidad y el sentido ético entre las personas (con todos los fallos, errores o excesos inevitables).

Pero lo que no ha desaparecido -y en algunos sectores  se ha agudizado- es la estupidez que es, como se sabe, una de las mayores fuerzas destructivas existentes en el género humano y tan repartida y subestimada que es imposible encontrar a una persona que, en algún momento de su vida –los menos-, y de forma generalizada –los más-, no tengan a la estupidez, en una u otra de sus múltiples formas, apareciendo en sus actos, palabras o motivaciones. Naturalmente los  efectos de dicha estupidez generalizada aumentan  exponencialmente cuando se trata de líderes políticos, empresariales o mediáticos  (incluso los más racionales de entre ellos acaban haciendo alguna cosa muy estúpida). Ya sea que los catalizadores de esa estupidez sea el poder o la codicia (sin olvidar la vanidad, el orgullo, la mezquindad o la simple maldad). Y todas ellas disfrazadas de algún concepto noble y elevado: ya sea la nación, la raza o la supuesta seguridad: la estupidez es la fuerza motriz de la historia.

En 2022 se exacerbó esa estupidez compleja, con tantos frentes abiertos,  que nos han dejado su herencia de desequilibrio mundial y sistémico: lo menos apropiado para afrontar  el año 23 de este siglo, el  XXI, al que creíamos el inicio de la mejora de una Humanidad  hastiada por la violencia y el horror del siglo anterior. Pues bien, me temo que el año que nace este domingo, vamos a vivirlo “peligrosamente”. Resulta algo inoportuno (no les quiero amargar el fin de año), hacer de Casandra, la pitonisa infausta que anunció la ruina de Troya y no fue creída. Así que analicemos por encima la situación, sin  cargar las tintas.

El 24 de febrero de este año, cuando aún coleaba en algunos lugares  la demoledora pandemia de la Covid 19 y comenzábamos a  sacarnos la mascarilla y a darnos la mano y a difundir por todas partes  el “carpe diem” del sobreviviente, al señor Putin se le ocurre la muy calculada (sólo los tontos o los fanáticos adoctrinados  piensan que Putin es un psicópata)  pero poco realista idea de invadir Ucrania, llenando de estupor al mundo. Comenzaron las huidas de refugiados y los bombardeos a ciudades. Desde 1945 no se había visto algo así en Europa. Con ello se inicia una previsible cadena de efectos negativos que atañen no solo a rusos y ucranianos, sino que se expande como otra mortífera  pandemia por el resto del planeta, agudizando brutalmente los problemas sistémicos que la Covid  había despertado y añadiendo otros nuevos. Como decían en mi tierra “éramos pocos y parió la abuela”.

Pero como al aprendiz de brujo, a Putin le ha salido mal la atrevida jugada, no  ha medido bien reacciones y consecuencias y ha entrado en una dinámica donde ya es posible la psicopatía. Ahora es difícil y arriesgado hacer predicciones: el arco de posibilidades va desde un tiempo más o menos largo de inseguridad bélica con acuerdo final (costoso para todos) hasta, en el otro extremo, que a alguien se le afloje el gatillo nuclear y abra para la Humanidad un regreso desde los misiles a la garrota y la honda de pedruscos (más o menos al estilo del Kubrick de “¿Teléfono rojo?  Volamos hacia Moscú”).

Desde el final de la II Guerra Mundial no se había producido un enfrentamiento de tal magnitud entre grandes potencias que se disputan la hegemonía. Con el agravante de que se ha destruido el viejo orden bipolar, con un tercero en discordia, China,  y el reforzamiento de regímenes problemáticos como Turquía, India, Arabia, Saudí, Irán o Israel.  Envueltos en una, digamos, “ideología” que no tiene muchas diferencias entre sí. No se trata de socialismo- comunismo y de capitalismo más democracia. Sino de capitalismo “democrático” o capitalismo “autoritario y dictatorial”  y en los márgenes, los regímenes teocráticos. El resultado es el mismo: en todos los casos el poder lo ejerce una minoría económica, con una clase operativa muy bien pagada. En unos, esa clase está formada por políticos y funcionarios y se permiten las elecciones. En los otros, está formada por miembros del poder, jerarquizados. Y el brazo militar o policial está al servicio de dicha clase. Y, en un bando aparte, los Estados fanatizados religiosos.  La malla de seguridad de los sistemas capitalistas está formada por los ciudadanos, las poblaciones, subyugadas por la tecnología, las comunicaciones digitales y un cierto bienestar y seguridad, que es un subproducto del capitalismo, excepto en casos de crisis total. Para las dictaduras religiosas ni siquiera eso: lo cual significará su fin. La libertad y la opinión crítica, son entelequias para uso de intelectuales, a los que en algunos países se les permite ejercer de tales, en la creciente seguridad de que casi nadie les entiende y lo que es peor, a casi nadie les interesa. Y en los demás se les silencia o elimina.

El problema del incierto porvenir que nos espera en 2023, es que si nadie detiene la sangría Rusia-Ucrania (pero sin humillar a los rusos, por favor), los autócratas y líderes populistas de muchos otros países sentirán que se ha abierto la veda y las guerras de conquista de territorios vecinos vuelven a ser toleradas. Se habrá destruido ese débil pero creciente estado de opinión que consideraba a la larga más fructífera la paz y destinar parte de los abultados presupuestos de defensa de otros tiempos, a la Sanidad, la Enseñanza y el progreso científico, como estaba ocurriendo a principios del XXI. Ahora las naciones vuelven  a rearmarse y no hay dinero para hospitales, escuelas e investigación. La vulnerabilidad se convierte en una sensación global. Los populistas y los extremos políticos alientan un nacionalismo corto de vista: el patriotismo no consiste en odiar a los extranjeros, sino en amar a tus compatriotas; no consiste en amar tanto a tu terruño que debas odiar a muerte y poner fronteras a los de al lado, sino en llegar algún día a comprender que el único patriotismo válido es el de la Humanidad y el cuidado del planeta que habitamos.

Un hogar cósmico  donde sin unos valores éticos básicos universales y unas instituciones globales no será posible afrontar las enormes y titánicas dificultades que se han ido formando durante siglos por desconocimiento, ignorancia, mala voluntad, codicia, tendencia a la agresividad y a la violencia a través del  racismo, guerras de religión, depredadores económicos, inconsciencia ecológica, abusos, genocidios y guerras absurdas que pierden mucho más de lo que creen ganar. Como apuntaba Yuval Harari en un artículo donde se quejaba de que estábamos perdiendo el logro humanitario de este siglo: “teniendo en cuenta las guerras civiles, las insurgencias y el terrorismo,  sus víctimas han sido bastante menores que las que suman los suicidios, los accidentes de tráfico o las enfermedades cardíacas o producidas por el exceso alimentario.”  Las guerras no eran útiles para nadie y sí una pérdida brutal en vidas y bienes.

 Sólo en el capítulo bélico piensen que la guerra de Ucrania está rompiendo un estado de equilibrio en el mundo que era un freno efectivo a favor de la paz gracias a la contención de las armas nucleares que evita un suicidio colectivo. Pero aunque la guerra en Ucrania copa la atención política mediática por su importancia geoestratégica y económica, el resto del mundo no está en seráfica paz. Decenas de millones de personas están viviendo en condiciones espantosas afligidos por conflictos  con parecido impacto humano brutal, aunque sin la amenaza del Aramagedon nuclear.

En Etiopía, que había firmado una paz precaria en su guerra civil de dos años –cientos de miles de muertos y millones de desplazados- , se comienza a luchar en otra zona, la de Oromia.  En Yemen, una de las mayores crisis humanitarias del mundo, pueden recomenzar en cualquier momento unas hostilidades que ya han costado 400.000 muertos, un 60% por hambre, sed y falta de médicos y medicinas. En Siria, siguen los bombardeos turcos. En Congo, rebrota la guerra del Sahel con décadas de lucha, tras la retirada de las fuerzas francesas en Mali. En Sudán del Sur y Somalia siguen los combates contra el grupo yihadista Al Shabaab. Hay bombardeos israelíes contra objetivos sirios con presencia militar iraní, mientras los sirios a su vez atacan esporádicamente una zona del país, Idlib, en manos de grupos rebeldes. La ONU calcula que 15 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente en Siria para sobrevivir.

En un mundo tan afligido por las guerras, las amenazas que se ciernen en un futuro cercano, impulsadas por el cambio climático, la contaminación, la crisis económica, las epidemias con vocación pandémica y la desorientación profunda del ser humano ante unas tecnologías que lo superan, configuran el escenario en el que , decíamos, vivimos peligrosamente. Sólo nos queda confiar en la resiliencia humana.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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21 diciembre 2022 3 21 /12 /diciembre /2022 16:09

LOGOI 283

OTRA VEZ, NO

Publicado en La Comarca el 201222

Visitaba al abuelo de un amigo. Había sido periodista y aún conservaba la  “fatídica manía” de la información diaria.  A mediodía, el telediario, lee dos periódicos de cabecera nacional y escucha la radio. Aborrece la agitación mediática de las tertulias y ya no las sigue. Es un hombre pacífico, partidario del diálogo, que olfatea las falsedades interesadas en la vida pública. Ignora y desprecia a los que recurren a gestos chulescos, al verbo agresivo y al insulto como norma. Su memoria es excelente y mantiene una vida activa desde su jubilación. Había nacido en los cuarenta y firmó su primer artículo con  apenas 20 años.

Cuando voy a verle, atiende las imágenes que emite la televisión sobre las sesiones del Congreso de la pasada semana. Hace un gesto de negación con la cabeza y veo, con sorpresa, que tiene los ojos llenos de lágrimas. “Ya empezamos…algo parecido es lo que contaba mi padre que se había vivido en los treinta del pasado siglo. Pero, ¿es que están todos locos? Por favor, otra vez, no.”

Me señala en semanario inglés, “The Economist”, que tiene abierto sobre la mesa. “Dice que los españoles somos demasiado gruñones en política. Pero esto no es gruñir, esto es pedir a gritos un golpe de Estado, otra guerra civil. Deberían ser apercibidos por incitación  al terrorismo contra el Estado, desde los mismísimos altos servidores del Gobierno  hasta su más que desleal oposición. ¿Sabes que la confianza de los españoles en los partidos políticos no sube del 8%, diez puntos por debajo de la media europea? Sin embargo –añade—el índice de felicidad de los españoles es de un 7,8 sobre 10, uno de los más altos de Europa. Cuando los políticos y la política dejan de ser una fuente de soluciones para convertirse en una de problemas, es que vamos muy mal.”

El anciano no toma partido. Reparte sus críticas por todo el espectro político: Vox, Pp, Unidas Podemos, Ciudadanos, PSOE e  independentistas. Todos enlazados en una confusión agresiva de insultos y amenazas. “Unos y otros han perdido la vergüenza y la dignidad de su labor. ¿Sabrán la Ayuso y Feijóo lo que dicen cuando califican a Sánchez de “tirano” y “déspota” y al Gobierno  de falta de legitimidad?  No defiendo ni a los “sociatas” en el asunto de la sedición, ni al PP con el Constitucional. Reflexionen todos y dejen de apelar al golpismo y la dictadura... ¿No hemos aprendido nada de nuestra historia?”. Me miró entristecido.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

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14 diciembre 2022 3 14 /12 /diciembre /2022 13:38

Publicado en "la comarca" 131222

La “Biota” es el término con el que se designa algo tan elemental  como el conjunto de seres vivos y elementos naturales -minerales, agua, aire- que conforman nuestro planeta y están interrelacionados entre sí a modo de una red inmensa, en la que todos somos parte de un todo. Los seres vivos –animales y vegetales- por redes biológicas y los segundos –el resto de la Naturaleza- por los ciclos de desarrollo y los efectos que causan sobre ellos las actividades de los “seres vivos”. Esa estructura de relaciones  se ajusta a los mitos y leyendas de diversas épocas de la cultura humana, en las que se aceptaba la relación conjunta de todo cuanto existe, desde la Gaia mediterránea al panteísmo de culturas tan alejadas entre sí como la de las tribus americanas, las civilizaciones de los aztecas, de los sumerios, los lapones, los nativos australianos o los árabes y sudafricanos.

La Naturaleza, la Biota en su conjunto, no es un simple almacén de recursos naturales de los que podemos hacer uso sin medida ni límites, como mantiene la depredadora cultura capitalista vigente. Aún debemos aprender los humanos  que, como el resto del mundo viviente o las tierras, los océanos, los ríos, el clima, incluso la economía en su nivel esencial, buscan la común supervivencia. De ahí, la paradoja de la economía depredadora pues esa palabra procede de “oikos”, hogar, y “nomos”, ley. La Tierra es nuestro hogar, nos falta la ley que la proteja

Formamos parte de un todo indivisible, al que cualquier alteración afecta. Hay dos estructuras sistémicas fundamentales de la vida planetaria: la organización en red y la multiplicación de especies diferentes que están conectadas entre sí y con el resto del planeta, en una trama única. Seguir ignorando ésto es el suicidio de nuestra especie, eso sí, tras haber herido al planeta de una forma quizá irreversible.

Para ahondar en los detalles de los daños que ocasionamos, aconsejo leer el excelente trabajo de Yayo Herrero en la revista digital Ctx en defensa de la biodiversidad. Es decir, del conjunto de seres vivos –animales, vegetales- que habitan la Tierra y sus relaciones con elementos como suelos, agua y aire, que garantizan la protección de la existencia en sí. Una protección tan precaria, que muchos  científicos ya hablan de la Sexta Gran Extinción: hay un millón de especies en peligro y desaparecen varias cada día. Y “diversidad” es igual a “vida” en nuestra Tierra.

ALBERTO DIAZ RUEDA

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13 diciembre 2022 2 13 /12 /diciembre /2022 12:41

Versión completa del articulo publicado

Si en su teatral Dinamarca, Shakespeare glosaba la podredumbre que emanaba de un magnicidio que infestaba al país entero, en la España de nuestros días huele a podrido por otro magnicidio, injusto e incluso estúpido: el asesinato vil y cotidiano de la noble lengua española, una de las más hermosas del orbe, cuyo poder poético, evocativo, enaltecedor, cortés, ajustable, imaginativo, pícaro, amoroso, irónico y sugestivo, al tiempo que afilado como un estilete, capaz de metáforas crueles y de insultos llenos de ingenio, ha dejado huellas indelebles en la historia de la literatura. ¿Y dónde se perpetra ese asesinato diario, sin sangre pero con extremo dolor, vergüenza ajena e indignación sin remedio? Además de en la televisión, las tertulias, las redes digitales y la vida callejera (que tendría un pase, aunque no un perdón)…en el sitio donde más se debía respetar y obligar a que se respetase. En uno de los espacios políticos más nobles de la nación: el Congreso de los Diputados. Me niego a pensar que es el signo de unos tiempos marcados por la incontinencia verbal, en los que la iracundia oral y la dialéctica del puño y las pistolas sea invulnerable ante la ley y jaleada de forma tabernaria por, supuestos, señores y señoras protegidos por la inmunidad parlamentaria  y que además, qué dislate, son los representantes elegidos por millones de votantes españoles.

Quizá opinen algunos que se nota que el autor de estas líneas peina canas, que hay algo antiguo, obsoleto, desusado y algo mohoso en su discurso. Podría ser un elemento cuya ausencia apenas parece inquietar sino a unas pocas personas: educación, cortesía, respeto, corrección, no sólo gramatical y sintáctica, también con cierta estructura argumental que trata de cumplir con las normas de la retórica lógica y comunicativa.

Algo hay podrido en España, no sólo entre los políticos, las tertulias y las programas más populares, allá donde interviene el  llamado “pueblo llano” (que llanos somos todos, igualados por el género animal al que, con mas o menos propiedad  pertenecemos) sino que ha infestado también lo que debería salvarnos de ellos: la educación, desde la guardería a la Universidad, en nombre de una igualdad democrática (no censurable) y de un sesgo tecnológico, utilitarista y miope que ha desdeñado (eso sí es censurable) el preciso y precioso equilibrio de las nuevas tecnologías con  el amor y respeto a la lengua, la comunicación correcta, la cortesía y la educación cívica, el juego limpio en lo social, lo laboral  y lo político.

La podredumbre se genera, se expansiona y se contagia en las dos direcciones, desde la familiar y educativa, a la social, laboral y política. Y la lengua, el lenguaje vehicular corrompido, es el agente infeccioso que la expande. La libertad de expresión no tiene nada que ver con la esencia de lo que exponemos. En todos los ambientes, pero principalmente en el político por ser el reflejo especular de lo que es y debería ser el social, educativo y familiar, todo se puede decir y sugerir, pero hay que tener la preparación para hacerlo, con un poco de ingenio y siempre el debido respeto a las reglas de la cortesía parlamentaria.

Señores políticos, pertenecen ustedes a una tradición venerable de personas que hicieron del discurso un arte y les aseguro que incluso podían ser más duros, eficaces y críticos que con  los vociferados insultos de hoy. Cánovas del Castillo, Práxedes Sagasta, Echegaray, Salmerón, Pi y Margall, Canalejas, Azaña. Y más atrás, Séneca, Ciceron, Pericles, Demóstenes…Y  más acá, Lincoln, Gandhi, Kennedy, Luther King o Churchill. Y no se ahorraban críticas acerbas, excepto en  olvidar el respeto a las formas. Recuerdo haber leído en las Memorias de Churchill una réplica que éste tuvo a un ataque feroz de Lady Astor contra su política. La dama acabó su diatriba con la frase: “Si yo fuera su esposa, le pondría veneno en el té”, A lo cual Churchill, sin inmutarse y con una sonrisa, respondió: “Y si yo fuera su marido, me lo bebería”. Constaten la irónica malicia de la respuesta. Responde a una invectiva con una inventiva feroz pero elegante. Con una corrección  impecable e ingeniosa, ya que no sólo lo dicho parece una cortesía, sino que es una crítica mordaz y global a la persona a la que se le dice, en realidad, que no es sólo insoportable en lo personal, sino censurable en lo político. Ninguno de los políticos de hoy, extremistas en expresiones y en supuesta ideología –de esas ya no hay, murieron todas en el siglo XX- son capaces de comprender que no tiene más razón el que más grita, insulta, amenaza o patalea. Sino tiene el mismo tipo de “razón” que el que se expresa –Dios no lo quiera-  con palizas, pistolas y sangre.

En 1918, Ortega calificaba la grosería en las formas, en algunas intervenciones políticas, como “plebeyismo” o ausencia de la cortesía y las buenas maneras y consideraba que era una consecuencia del rencor impotente de los hombres sin estilo contra los hombres capaces de estilo. Decía que muchos creían que el mal de España es su mala política y sus malos políticos. Ortega no acepta ese diagnóstico y dice: “la política más que engendrar los destinos nacionales no es más que su consecuencia…la fisonomía política de un pueblo  es sólo el resultado de lo que ese pueblo es en el resto de su existencia, de lo que piensa y de lo que siente, de sus amores y de sus odios, de sus ambiciones y de sus inercias…”.  Es decir, el tono general de nuestra sociedad, de la educación, del comportamiento de muchos jóvenes, de los festejos excesivos en las formas y costumbres, de la comunicación tecnológica, de los ambientes familiares y los tratos parentales…se carece en general de ese estilo cortés y educado, tolerante y respetuoso de cuya ausencia nos dolemos. Más de un siglo después, esas palabras de Ortega siguen siendo actuales. Y eso es lo lamentable.

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA 

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8 diciembre 2022 4 08 /12 /diciembre /2022 16:14

(Publicado en "La Comarca", 061222)

En una zona específica de la corteza cerebral, el núcleo estriado ventral, existe un nudo neuronal llamado “núcleo accumbens” que se ocupa de gestionar las sensaciones y motivaciones gratificantes; es un “circuito de recompensa” rico en sustancias relajantes y euforizantes como la dopamina, la oxitocina y las endorfinas. Induce al bienestar emocional del ser humano. Y una de las acciones motoras que lo activa es…una simple sonrisa sincera.

La sonrisa es el micro acto social con la mejor relación coste-beneficio. Es la embajadora de la amabilidad y el entendimiento. Distiende la expresión del rostro, abrillanta la mirada, incluso cambia el tono de voz y relaja las tensiones musculares en el resto del cuerpo. Es una invitación a la empatía y hace funcionar las neuronas-espejo que invitan a la persona a la que va destinada a responder con otra sonrisa.

La sonrisa se ha convertido en un lujo que nadie dilapida  (observen a los políticos) y hacia el que nos volvemos cada vez más cicateros. Y eso no sólo tiene un mal efecto emocional en las personas, sino que provoca un desánimo generalizado, sobre todo entre los jóvenes. ¿Se han fijado que cada vez hay menos jóvenes que usen la sonrisa como una expresión espontánea de cortesía y amabilidad? La Agenda 2030 ha puesto en marcha una campaña, destinada a la población joven, con el lema “Basta de distopías. Volvamos a imaginar un futuro mejor”. Los jóvenes ven, cada vez más, desaparecer sus esperanzas, debido al estado “líquido”, es decir efímero e inseguro, de sus relaciones personales, laborales o familiares y sus expectativas. Las disfunciones mentales y sus correlatos de depresión, suicidios, soledad y adicciones se ven favorecidas por una crisis conflictiva global, económica y política. Y en lo personal, el desconcierto ante las nuevas tecnologías, la falta de formación crítica para evitar el sometimiento voluntario a la exigencias digitales en todos los órdenes de la vida, incluidos los más íntimos y lograr que sean beneficiosas.

Pidamos que, como primer paso, vuelva la sonrisa a las relaciones humanas, a los políticos (por favor); que se  racionalice el tiempo y la forma del trabajo,  el ocio y  el cuidado de la salud. Una simple sonrisa puede liberar energías positivas, solidaridad y cooperación. Es el “pequeño empujón” que nos lleva a actuar a favor de alguien de una forma altruista.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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5 diciembre 2022 1 05 /12 /diciembre /2022 19:39

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA "COMPROMISO Y CULTURA" DE DICIEMBRE DE 2022

El 18 de noviembre de 1922 moría el escritor Marcel Proust en su apartamento parisino del número 44 de la Rue Hamelin, 4ª planta. Tenía 51 años y fallecía a causa de una neumonía mal tratada, a la que se rindió sin oponer resistencia. La enfermedad degeneró en una septicemia, a pesar de que su hermano,  Robert, eminente médico, intentó administrarle fármacos (que él se negó a admitir) y le acompañó hasta su muerte, junto a Celeste Albaret, la fiel ama de llaves, enfermera y secretaria del escritor.

Hasta unas horas antes de fallecer, Marcel siguió corrigiendo incansablemente el último volumen de su “En busca del tiempo perdido”, una “opera magna” que no sería publicada en su totalidad (siete volúmenes, en su edición en español) hasta cinco años después de su muerte. En 1919, tras publicar el segundo libro, “A la sombra de las muchachas en flor”, se le concedió el Premio Goncourt, el 10 de diciembre de ese año, generando un escándalo mayúsculo en los periódicos y en las sociedades literarias francesas. Proust era entonces un semi desconocido autor  y estaba considerado un snob lleno de frivolidad y artificios aristocráticos. Hasta el gran Andrè Gide, director literario de la editorial Gallimard, había rechazado el primer volumen “Por el camino de Swann” para su publicación (de lo que se arrepentiría no mucho más tarde: envió una carta a Proust pidiéndole perdón por su “inmenso error”). La obra de Proust había desbancado al gran favorito, Roland Dorgelès, un escritor joven que había combatido en las trincheras devastadas de la I Guerra Mundial y presentaba su novela “Las cruces de madera”, basada en sus horribles experiencias en el frente. Se consideraba su obra como una réplica francesa a “Sin novedad en el frente”, la mejor novela escrita sobre la Gran Guerra, debida a un autor alemán.

Proust, un autor decadente, maduro (viejo para la época: tenía 48 años y estaba crónicamente enfermo)  cuyas obras no se conocían apenas y además era rico  (no precisaba los 5000 francos del premio), era despreciado por muchos periodistas y escritores franceses. Su obra, un “work in progress” que apenas unos pocos conocían parcialmente, era larga, premiosa, detallista, enrevesada, surcada por vetas brillantes de filosofía, poesía, ciencia, lingüística, narrativa pura, erudición literaria, arte, arquitectura y música y un hálito profundo de humanidad, originalidad y complejidad anímica y emocional  en los personajes y en las anécdotas y sucesos que los dominan con su arco iris de pasiones. Es una obra dedicada al paso del tiempo, ese fluir constante en el que los momentos del pasado y del futuro son evocados con la misma exigencia de lo real. Y frente a ellos se explora la más íntima psicología humana, son su irracionalidad y sus causalidades inconscientes que desfiguran las exigencias a veces inaprensibles de las propias emociones.

En la historia de la Literatura (con mayúsculas) hay obras y autores que forman parte del acervo cultural de una determinada época y es tal su valor específico que suelen desbordar la época en que nacieron e integrarse en el “humus” creativo que luego se reflejará no sólo en el “corpus” de los clásicos universales sino en el particular, amado y formativo “corpus” del lector individual, ya sea escritor, poeta, editor o crítico o  el anónimo amante de la literatura. En mi generación, Proust ocupa un lugar preferente, con compañeros y vecinos del calado de Malcolm Lowry, Faulkner, Lawrence Durrell, James Joyce, Hemingway, Conan Doyle, Chesterton, Swift, Dickens, Mann, Lewis Carroll, Melville o Stevenson. Sin olvidar los “permanentes” como Shakespeare, Cervantes, Homero, Platón o Virgilio…

Mi primer acceso a Proust y la “Recherche” fue gracias a Alianza Editorial, cuyos siete volúmenes de bolsillo, traducidos los tres primeros tomos por Pedro Salinas y el resto por Consuelo Bergés, formaron parte  de mi biblioteca imprescindible desde que salieron entre 1966 y 1969. En ellos, entre líneas o en los márgenes de las páginas, aparecen mis nerviosas notas manuscritas, las de un joven veinteañero, glosando una descripción, comentando un juicio, apuntando la emergencia de un personaje que luego será decisivo y numerosos apuntes sobre la técnica del novelista y sus herramientas literarias y de estilo.  Esos libros me han acompañado en todos mis traslados de residencia; algunos de ellos han viajado a lugares remotos, como lectura de relajación de mi trabajo periodístico, y a otros he debido reponerlos por destrucción física debido al mucho uso y a la mala calidad de la entrañable edición, en sus aspectos de encuadernación o tipo de papel. Todos han envejecido conmigo, pero conservan aún ese “no sé qué” que los convierte en objetos valiosos, casi como una proyección en papel de mi yo histórico, que es la versión “joven” del anciano que los conserva y los ama. En el primer decenio de este siglo, mi mujer me regaló la edición de Debolsillo, también en siete tomos, con una primorosa traducción de Carlos Manzano. Ahora, con ocasión de redactar este artículo, he comenzado una nueva lectura. Y sigo “encontrando” joyas en forma de pensamientos u observaciones, como la primera vez que me interné en el mundo proustiano.

Al fin y al cabo, se cumple la profecía del mismo Proust sobre su obra que no parecía tener fundamento, incluso  hasta los años 50 del pasado siglo y que se confirmó a partir de los sesenta: “mi obra –dijo- no es una autobiografía, sino una revolución literaria y artística que influirá en toda la literatura del siglo XX”. Y de la misma forma exacta como un estilete, define la genialidad sin percatarse, seguramente, de que está esculpiendo a su propia persona: “…quienes producen obras geniales, no son quienes viven en el medio más delicado, quienes tienen la conversación más brillante, la cultura más extensa, sino quienes han tenido la capacidad de volver –dejando bruscamente de vivir para sí mismos- su personalidad semejante a un espejo, de tal forma que su vida –por mediocre que fuera, mundana e intelectualmente-  se refleje en ella, pues el genio consiste en la capacidad reflectante y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado” ( último capítulo de “Por el Camino de Swann”. ¿Hay otra definición más justa de su propio genio?

El ritmo de lectura de la obra gigantesca de Proust no puede requerir una cadencia aleatoria como con “La montaña mágica” de Mann o el “Ulises”  de Joyce –que exige más paciencia que tiempo-, o “El cuarteto de Alejandría” de Durrell, que son cuatro novelas con una relación y un estilo diferentes. A la “Recherche” hay que dedicarle un “tempo” exclusivo y permanente que se mide en semanas o en meses–si es un lector profesional-  o meses (se calculan dos, dedicando a la lectura un mínimo de dos horas diarias), si uno es un amante literario que disfruta de estos libros de forma intensa. Se trata de una novela diferente a todas, que nos envuelve con todo el encanto y la complejidad de una obra única redactada por un escritor que dedicó gran parte de su vida adulta –enclaustrado en una habitación con las paredes forradas de corcho y escribiendo por las noches, en la cama, hasta el alba y por el día con los cortinajes de las ventanas cerrados, para igualar la noche con el día y escribir y corregir sin cesar-  a hilvanar los mil y un detalles, personajes, ambientes, confidencias y análisis respecto  a otras tantas facetas, científicas , artísticas, literarias, psicológicas, de costumbres, moda, arquitectura, pintura, música, fisiología y patología de las percepciones y de la memoria, filosóficas sobre el paso del tiempo, clases de plantas, de flores, de pájaros, tormentos del deseo, de la homo u heterosexualidad, el fetichismo, los automóviles, los trenes, los aeroplanos y dirigibles, la pasión por los libros, los cuadros y las esculturas, los creadores, poetas y locos de todas clases, fetichistas, las clases sociales de Paris, las fiestas sociales y lupanares, bares y restaurantes, la guerra, la crueldad, los vitrales, los cementerios, los caballos y la cocina, los niveles de la nobleza y la alta burguesía, de las grandes damas y de las entretenidas “demi-mondaines”. En su obra, el aficionado a la narrativa, rastrea la presencia de Montaigne, Flaubert, Balzac, Pascal, La Bruyere, Rousseau, Chateaubriand, Todo ello desmenuzado de una forma casi entomológica, persistente, aguda, obsesiva y brillante. Es una enciclopedia borgiana donde todos los saberes de una época tienen su acomodo y su jugoso comentario que, milagrosamente, logra Proust integrar en el corpus de su obra, de tal manera que si eliminamos alguna de estas piezas, el resto se resiente.

Y, ojo, no quiero decir con ello que no habrá momentos de tentación abandonista, un poco de sofoco ante los excesos inevitables de semejante obra, momentos duros cercanos a la deserción. No se dejen amilanar. Persistan. Es la clase de lectura que una vez realizada, nos acompañará toda la existencia y olvidaremos aquellos instantes de abandono para unificar una impresión profunda e inolvidable. Tanto que uno queda marcado por un sello íntimo, una marca indeleble que nos hermana con todos los que han realizado esa gesta lectora. Y algo más: no conozco a ningún lector total de la “Recherche” que no haya repetido la lectura en otro tiempo de su vida.

El estilo es impecable, dado a las frases largas de periodo interminable y a veces alambicado, pero de rotundo sentido y belleza, que logra una cierta perfección en las distintas voces de los personajes, cuyos diálogos reflejan con maestría desde la educación hasta el origen social, sin evitar la tentación de divertirse con parodias, imitaciones o pastiches. Swann tiene una cadencia propia al hablar, como el pedante Bloch o la duquesa de Guermantes; o el chismorreo de Madame de Verdurin o de las tías-abuelas del narrador; la sentenciosa criada Françoise, el complejo y refinado Norpois, la vulgaridad de Odette de Crezy, el obtuso doctor Cottard o el tierno compositor Vinteuil (cuya sonata para violín y piano, de gran importancia en la novela, ha sido identificada como una obra de Saint-Saëns).

Aparte de los siete tomos de la novela-río, les recomiendo vivamente –como colofón y regalo a la perseverancia lectora  de los que cedan a este artículo y emprendan la genial aventura de leer la “Recherche” completa- un libro aparecido hace unos años, “Marcel Proust, la memoria recobrada” de Mireille Naturel, editado lujosamente por Plataforma Editorial y avalado por la familia Proust. En él los futuros fetichistas proustianos (suele ser ese un efecto colateral de la lectura de la gran novela) encontrarán detalles gráficos y documentales poco conocidos sobre la vida y la obra del escritor francés muerto ahora hace un siglo. Desde las notas escolares del joven Proust hasta las fotografías de su fallecimiento, las fiestas a las que asistió o las vacaciones en diferentes ambientes, sus amigos y amigas, los lugares donde vivió,  el pueblo real y los alrededores que describió en su obra, las personas que se encarnaron en sus personajes…todo en conjunto, es una fiesta para los sentidos y para recordar –como la célebre magdalena, en forma de libro- los momentos entrañables de la lectura.

Como escribió en “El tiempo recobrado”, el último volumen de su obra: “La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura. Esa vida que, en cierto sentido,  vive a cada instante en todos los hombres tanto como en el artista, pero no la ven, porque no intentan aclararla”.

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

FICHAS

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO.- Marcel Proust. Traducción: Pedro Salinas, Consuelo Bergés y Carlos Manzano. Alianza Editorial y Delibros.

MARCEL PROUST: LA MEMORIA RECOBRADA.- Mireille Naturel. Trad. Elisenda Julibert. Plataforma Editorial.

 

 

 

 

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29 noviembre 2022 2 29 /11 /noviembre /2022 12:03

Logoi 280

SEÑORÍAS, ¡A LA ESCUELA!

Nuevo bochorno parlamentario. Cada vez parece más evidente que estamos en un estado de desecho, no de derecho. Tenemos un ejemplo en las broncas infectas, groseras, insultantes y muy alarmantes y peligrosas que sus señorías del  Congreso se empeñan en protagonizar. Dirán ustedes que eso comienza a ser el pan nuestro de cada día en muchos Parlamentos de nuestro mundo actual. Es un triste signo de que la democracia se pudre por exceso de permisividad, por falta de educación y cortesía política, por instigación de los nostálgicos de dictaduras y totalitarismos populistas. La ley debería sancionar las menciones y llamadas a la violencia, a las pistolas y gestos de matones. No hacerlo, no es por  virtud de la libertad de expresión, sino algo peor que un defecto del sistema: un error involutivo. Vuelve la mierda conspirativa a ensuciarlo todo; en muchos medios y en la red, vuelve el bárbaro “si no estás  conmigo, estás contra mí”, vuelven los insultos soeces, las consignas eliminatorias y en la multiplicidad cotidiana de pantallas las palabras queman con amenazas de muerte y discursos de odio y exclusión, racismo, sexismo cavernario, ninguneo humano de razas y creencias.

¿Es que aún no hemos tenido bastante de todo eso?  Un poco de memoria, humor y amor. Gila llamaba al enemigo por teléfono: “Oiga, ¿es el enemigo? Que se ponga. Oiga, que he pensado que porqué no paramos la guerra y nos vamos esta tarde a la escuela. Dan una clase de urbanidad, cortesía y educación que es la monda. Me dicen que hace reír a todo el mundo. Y ya nos irían bien unas risas, que está la cosa muy chunga. Todos los de nuestros partidos van a venir, tráigase usted  a los suyos. Después habrá un buen vino y chorizo de primera.”

Aristóteles  pedía que los que se dedicaran a la política estudiaran el arte de la retórica y supieran hilvanar discursos como obras de arte de la convicción y la razón (en los que estaban prohibidos insultos, amenazas y groserías). Deberíamos exigir a nuestros gobernantes que antes de jurar el cargo pasaran un curso obligatorio de ética política, oratoria, cortesía y lógica argumental. Y que se expulse  a los que trasforman las Cámaras en asambleas  tabernarias. Los políticos son el reflejo especular de nuestra sociedad. Dijo Churchill, “un político se convierte en estadista, cuando piensa y actúa por y para las próximas generaciones y no por las próximas elecciones”. La política es cuidar del presente de manera que evolucione hacia un futuro mejor.

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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