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19 noviembre 2010 5 19 /11 /noviembre /2010 18:04

200px-TMertonStudy.jpg"El zen y los pájaros del deseo", publicado por Kairós, es una de las obras clave del trapense norteamericano Thomas Merton, cuyos esfuerzos por acercar el cristianismo al budismo fueron claves para que enraizara la disciplina zen en Europa y Estados Unidos y se convirtió casi en un icono cultural para la llamada "revolución de las flores" de los años sesenta. Merton, cuyo nombre de sacerdote catolico, era padre Luís, murió en 1968 en Bangkok, de un accidente, mientras asistía a un congreso entre pensadores budistas y cristianos. Nacido en Prades, Francia (1915) de padre norteamericano, durante la primera guerra mundial, Merton se hizo monje trapense en 1941 e ingresó en el Monasterio de Nuestra Señora de Getsemani (Kentucky), fue profesor  universitario y con su obra autobiográfica "La montaña de los siete círculos" 1948), su primera obra, logró un éxito extraordinario y se convirtió en un referente en el ensayo religioso y la poesía.

He releido esta recopilación de trabajos sobre el zen con un interés redoblado no sólo por el atractivo que para mi tiene la disciplina espiritual que tan bien supo tratar este monje poeta, sino por refrescar la interesantísima y cordial relación que Merton sostuvo con uno de los más reputados maestros teóricos del zen, Daisetz T. Suzuki, un contemplativo japonés respetado por su magna obra. La no siempre comprendida relación entre el cristianismo y el budismo zen es explicitada en estas páginas que atraen por igual al creyente con mentalidad abierta que al simple estudioso de la espiritualidad, en cualquiera de sus formas, como es el caso de quien esto escribe. Así, aunque el lector no se considere una persona religiosa, la dialéctica entre las formas místicas del cristianismo (no siempre aprobadas por la jerarquía religiosa y a veces rechazadas o incluso anatematizadas) y la sencilla, intuitiva y directa experiencia zen, se perfilan como una fascinante sincronía espiritual en sus manifestaciones más extremas, es decir las que suponen la iluminación, el nirvana o la llamada experiencia trascdendetal.

Aunque Merton se muestra muy cauto en ver excesivas similitudes o una igualdad básica entre, por ejemplo las experiencias de un maestro Eckhart , una Santa Teresa, Tauler o los Padres de Capadocia y Alejandría frente a los maestros zen y sus descripciones del satori o iluminación subita,  lo cierto es que hay un parecido innegable y lo que es más importante, entre sus formas de entender la existencia y ejercer su espiritualidad en la vida cotidiana.

Inmerso en una época donde la espiritualidad parece llegar a l pueblo al margen de las iglesias, las jerarquías y las órdenes religiosas (los "felices sesenta") y toma la forma pánica del amor a la naturaleza y la glorificación del amor físico, Merton advierte muy poéticamente de que el zen no es el invento pasota de la generación "hippy", y para ello crea la metáfora de los  "pájaros del deseo". En el prólogo de su obra dice: "Allí donde se alborota en torno a la 'espiritualidad', la 'iluminación'...a menudo no hay más que buitres bajando sobre un cadáver...un zen practicado como una ganancia de algo...enriquece a los pájaros del deseo. El Zen nada enriquece...las aves `pueden venir y volar en círculo en torno a ese cadáver...Cuando ya no están, aparece de pronto la nada...esta es el Zen. Lo que no ha cesado de estar allí, todo el tiempo. Sin que se apercibieran las aves devoradoras de carroña, no es el tipo de presa que ellas codician". 

El libro nos presenta el zen como disciplina, con un corpus teórico completamente poético y literario, de una simplicidad directa, "de mente a mente", "de corazón a corazón", al margen de todas linea magistral o teórica, enraizado en la vida cotidiana, rebelde a toda sistematización o estructura religiosa, de alguna manera   al margen del concepto de Dios como es compartido por todas las religiones del mundo, abocado a ir más allá de las palabras, más allá de las ideas y los conceptos y por supuesto más allá de las creencias. Es la soledad del individuo abocado a sentirse inmerso en la nada, en el vacío primordial donde todo nace. Es una sacudida prodigiosa a una visión del mundo basada en el ego de cada uno, separado del resto del mundo y dependiente de un dios que nos juzga y nos premia o nos condena. El zen busca la desnudez total del espíritu, para hacer en primer lugar un viaje hacia dentro que nos lleva a la nada y uno hacia fuera que nos hace partícipes de todo,  hasta que se llega a un punto donde no hay dentro ni fuera. En ese momento inenarrable el zen ha cumplido su cometido y uno puede prescindir de él. Y lo curioso es que para ello no exige el abandono del mundo, de las responsabilidades, de la vida cotidiana. Al contrario, el camino del zen es un camino normal, sencillo, abierto y comprometido con uno mismo y con los  -y lo- demás. Es llegar a ese estado que T.S. Eliot llamó "el punto inmóvil del mundo giratorio".

El hombre que llega a ese punto goza de "la despreocupada libertad de ser simplemente lo que es, aceptando las cosas tal como son, con el objeto de obrar en ellas lo mejor que pueda". Y para llegar a ese punto el Zen proporciona una forma de vivir especial, muy libre, ya que se ocupa de la vida misma, no de ideas sobre la vida y menos aún de plataformas partidarias en terreno político, religioso, científico o cualquier otro.

En el libro uno conoce la vida y la obra del gran Suzuki, las geniales interpretaciones sobre la estructura básica del conciencia del filósofo japonés Kitaro Nishida, el análisis de las llamadas experiencias trascendentales y del nirvana o iluminación búdica,  y acaba con un revelador diálogo de escritos entre Suzuki y Merton sobre la sabiduría del vacío, sostenido en la primavera de 1959, en el que ambos pensadores escriben sobre la obras de los Padres del desierto y la de los maestros Zen que analizan el tema.

A pesar de ser una recopilación de trabajos aparecidos en fechas distintas en diversos medios, el libro guarda una coherencia brillante y para el lector es una fiesta intelectual y espiritual. La editorial Kairós publicó la primera edición en castellano en 1972 y desde entonces no ha dejado de reeditarlo. (He trabajado sobre una edición de 1994). Por algo será.

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15 noviembre 2010 1 15 /11 /noviembre /2010 17:23

En abril del año 95 del pasado siglo (me divierte jugar con el paso de los siglos, quizá porque vivo en una casa construida sobre cimientos y murallas del siglo XV, junto a una iglesia del XIV, bajo la advocación de un escritor del XVI y en unas tierras tan antiguamente pobladas que hay restos iberos por todos lados) comencé a escribir un ensayo sobre budismo zen bajo la óptica del psicoanálisis junguiano. Lo llamé "La flecha sin blanco" y negociaba con  Pániker su posible publicación en Editorial Kairós, que estaba publicando con éxito las obras de mi maestro "in cuore" Taizé Deshimaru, el enérgico introductor del zen soto en Europa. Ya hacía más de diez años que practicaba zen bajo la mirada compasiva y divertida de una monja católica, Berta Meneses, que había recibido recientemente la maestría zen.

Cuando tenía escritas las dos terceras partes del libro, me retiré silenciosamente del proyecto. Cerré las carpetas y pasé a otras ocupaciones, una novela, la critica literaria y el ejercicio profesional en asuntos de politica internacional. ¿Qué había pasado? Hasta ahora no había "desenterrado" las complejas páginas de aquél ensayo y había tratado (muy explicable desde un punto de vista analítico, el reflejo de aquello de "cuchara de palo en casa del herrero") de enterrarlo en el subconsciente. Justo de ahí he sacado estas líneas. Del inconsciente,  terreno de caza del psicoanalista, pero también del poeta o del novelista, donde residen muchas veces la resolución de las contradicciones o la superación de las paradojas, terreno donde no sólo hacen falta ojos para ver, sino conciencia para mirar y humildad para reconocer.

En el prólogo del libro, encabezándolo, había una cita de Carl Gustav Jung, el controvertido pero brillante discípulo "traidor" de Freud. Decía así: "Mis obras...son expresión de mi evolución interior". Por supuesto cuando la escribí estaba impulsado por el daimon de la escritura, que puede llevarte al exito pero también a un fracaso total (y esos dos estados son intercambiables y están tan unidos. inextricablemente, como en el círculo taoísta lo están el ying y el yang) y, sobre todo, a mis ojos de quince años después, es el dictamen psicológico más exacto, el más exasperante diagnóstico lanzado al futuro y comprensible solo en el futuro, del hombre que escribía el libro y aún no sabía que iba a fracasar én el empeño.

Ya que si mi obra, esta obra, debía ser la expresión de mi evolución interior, no podía, ni debía, terminarse en esa época de mi vida. Ya que para escribir una obra zen (no sobre el zen) uno debe mostrar en ella ese estado evolutivo que, ahora lo he entendido, en mí no estaba a la altura del motivo central, del zen como forma de vida, como paradigma de pensamiento y conducta. Sin duda por esa razón, inconsciente, no elaborada, di carpetazo al proyecto, a pesar de estar muy adelantado y casi comprometido con Kairós.

¿Llegué en algún momento a ser consciente de la auténtica razón que se escondía bajo pretextos de mucho trabajo, exceso de responsabilidad, una cierta "humildad" en definitiva? Creo que no. Releyendo el trabajo me percato de la fria erudición que desprende, de una poco disculpable ligereza y, sobre todo, de una disimulada prepotencia que dejaba entrever unos logros espirituales que eran, quiza no lo sabía pero lo intuía, pura imaginación vicaria, traslación literaria pero impostada de otros logros espirituales, esos auténticos, que florecen en muchos textos del maestro Eckhart, Deshimaru, Krishnamurti, Merton...

Han pasado quince años y releo las páginas amarillentas de mi original, lleno de citas, de filosofía, de hallazgos y metáforas literarias, de una cierta poesía...pero con la clamorosa ausencia del espíritu zen, sea lo que fuere tal cosa, no definible, pero sí reconocible. Pura paradoja existencial que requiere una humildad absoluta y una osadía sin límites. Tratar de comunicar lo inefable. Una tarea condenada al fracaso y sólo en pocas ocasiones al fracaso (en último término toda obra que trata de explicar el zen, es un fracaso) y  a la realización.

Quizá sea el momento de volver a ese texto, reformarlo, pulirlo, librarlo de la hojarasca erudita, de la pretenciosidad...tal como el arquero zen lanza su flecha... sin pensar en obtener el triunfo, el blanco, pendiente tan solo de la tensión justa del arco y apenas del liviano peso de la flecha, absorto en que el cuerpo se ajuste a la postura correcta, en que se sitúa donde debe estar y reciba del corazón la indicación insoslayable en el momento correcto: suélta la flecha  y si lo has hecho todo como es preciso, la flecha dará en el blanco (aunque no acierte al blanco). ¿Obtuso? ¿Un texto surrealista? No, esto es el zen. Hay que leer más allá de las líneas. De mi espíritu a tu espíritu. Directamente.

 

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12 noviembre 2010 5 12 /11 /noviembre /2010 16:11

PICT8470.JPG Y es un lugar común en el mundo de la literatura perderse por los cerros de Úbeda (mejor de La Mancha en este caso) en la cuestión de cuál fue en realidad la patria del buen Alonso Quijano, bien llamado por la posteridad, Don Quijote. Desde Argamasilla del Alba hasta las cercanías a la Sanabria o en los aledaños de Zamora, los sabios discuten y proyectan sus propias sinrazones en buscar una razón que justifique razonablemente la razón de ser del lugar quijotesco (y perdonen el juego de palabras aliterativo), muy al gusto de quien creó todo este lío, el gran don Miguel. Y es que Cervantes se cuidó muy mucho -de forma intuitiva- de revelar tal extremo (el del lugar donde "nació" don Quijote -que bien claro está para quien quiera entender: nació en la mente de un escritor-soldado, aventurero y desdichado llamado Miguel de Cervantes-) pero fue dejando aquí y allá datos "casuales" que harían como él mismo predijo que "ciudades y naciones se disputaran en el futuro por ser la patria de tan afamado y preclaro caballero".

Pues bien, estoy en condiciones de echar mi cuarto de espadas a la trifulca: la patria de don Quijote está en un pueblo o lugar del Matarraña, comarca del bajo Aragón, de cuyo nombre si quiero acordarme: La Portellada.

Hay en las cercanías de este recoleto pueblo, recogido como un rebaño de casitas en torno a la torre de la iglesia, ubicado en el centro de un valle en forma de L, rodeado por montañas de relieve suave cubiertas de pinos, carrascas y nogales, una colina en cuya cima se ha aposentado una vieja ermita del siglo XVII consagrada, ya es ilustrativo, a san Miguel. Junto a la ermita los vecinos del lugar han creado un lugar de esparcimiento y recreo, jugando creativamente con elementos decorativos muy originales: grandes tocones de árboles como asientos, cuerdas de grosor enorme como nexos de unión de columnas en porticada, adornadas con piedras de río, todo limpio y recogido como en pocos lugares he visto.

Pues bien, en ese lugar apacible, se han puesto a modo de ancestral juguete infantil, dos grandes caballos de madera, fijos al suelo, uno rígido y otro en balancín, realizados con maestría ancestral y rudimentaria. De pronto, al encontrarme de súbito con el más sencillo y efectivo de ellos, dióme la mente un nombre y una situación que encajaba en el momento como una llave en la cerradura: "he aquí el caballo Clavileño, "el Aligero", sobre cuyo lomo de madera, de forma harto mágica para ellos,don Quijote y Sancho Panza surcaron los cielos en pos del gigante Malambruno cuyas malas artes encantaron a la dueña Dolorida y sus otras acompañantes, dueñas todas en el Palacio del rey, proporcionándoles a todas unas muy pobladas barbas".

Se trataba, recordarán ustedes, del famoso episodio del capítulo XLI de la parte segunda de "El Quijote", el viaje a lomos del caballo Clavileño, en realidad una burla más de los Duques, esos abochornantes nobles que dedican su tiempo y dinero a buscar argumentos para reirse de la credulidad del buen caballero y su escudero, inocentes pero no lerdos, que logran hacer de los nobles y toda su parafernalia únicos depositarios del ridículo y el rechazo.

Pues bien, ahí tienen ustedes una foto del bueno de "Clavileño", llamado así como explica la dueña Dolorida, porque lleva en la frente una clavija para ponerlo en marcha y está hecho de puro leño, "Clavi (ja)-Leño". Salvando ucronías y en uso de un juguetón sentido de la  llamada erudición cervantina, podríamos proponer La Portellada como posible patria de don Quijote, habida cuenta además del amor que sentía Cervantes -y por ende- don Quijote, por las tierras aragonesas, que transitó a modo en la Primera Parte de la novela, cultivando algunas amistades y buenos recuerdos.

Cervantes, aventuro, debió pasar por estas tierras en sus épocas de recaudador de impuestos y quedaría sin duda fascinado por la agreste belleza de estos lugares, moraría de paso en algunos de los sitios poblados, aldeas o pueblos de mayor enjundia, Valderrobres quizá, y al pasar por La Portellada visitaría la ermita de su nombre, como buen cristiano viejo que era, (permítanme la ucronía, la ermita tiene constancia documental de 1766, por lo que el escritor que murió en 1616, mal pudo estar allí, pero si non e vero e ben trobatto) y allí tal vez columbrara el  caballo de madera y acercándose a verlo diera en la invención de la broma y riera complacido de las razones de Sancho, tan llenas de sentido, y de la credulidad interesada de don Quijote "si yo creo en tus visiones desde Clavileño, Sancho, habrás de creer tu en las mias de la cueva de Montesinos, y no digo más". De igual manera yo pido la complicidad del lector.

Lo cierto es que la ermita, construida de mampostería y piedra de sillería, de planta de una sola nave y un interior de bóveda de medio cañón, debe su existencia a un vecino de la localidad,don Miguel de Vilarroya, 

cuando aún era solo un barrio pedáneo de la cercana localidad de La Fresneda, que la mandó construir en pago a algún favor celestial.  Junto a ella está la vivienda del ermitaño, que debía tocar las campanas en horas debidas y sostuvo la tradición hasta bien entrados los años 60 del pasado siglo. La ermita está cargada de historia y ha llevado una existencia azarosa y difícil hasta convertirse en el actual idílico lugar de recreo (hospital de sangre, de cuarentena durante la epidemia de cólera de 1885 y prácticamente en ruinas tras la guerra civil, hasta ser remozada a partir de los 70 y los 80). Pero a pesar de tanta historia o justamente por ella y sobre todo por el lugar raparador en el que se encuentra y el cuidado con que se mantiene, vale la pena visitarla y vivirla un buen rato, en el silencio y la paz.

Ahora además está Clavileño...y la sombra de don Quijote, quizá apócrifa, pero ¿no son imaginarias casi todas las maravillas que la literatura nos depara?  

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10 noviembre 2010 3 10 /11 /noviembre /2010 17:06

Salida matinal a Peña Galera. Llego a Beceite, atravieso el recoleto pueblo y busco la pista asfaltada que en los altos del pueblo lleva a la Pesquera, lugar donde el torturado cauce del río UlldemóPICT8391.JPG se remansa brevemente en múltiples tolls o pozas., ideales para darse un baño durante los meses de verano (hoy, a seis grados, apetece poco, la verdad). El día está medio nublado, corre un aire frío que se convierte en viento contundente durante el transcurso de la mañana. Una vez atravesado el cauce del río que corre abundante pero permite en ese lugar (poza de Pablet) pasarlo sin mojarse saltando de piedra en piedra, comienza la subida por un sendero bien balizado. El paisaje es bellísimo y el desfile de nubes contra el cielo azul turquesa da al siluetado de las cumbres cercanas una dimensión dramática.

En algo más de una hora supero casi quinientos metros de desnivel, lo que supone un ascenso permanente. Cresteo la Solana de l' estes con vistas deslumbrantes sobre el Valle del Ulldemó, brochazos de sol contra el tapiz verde de los árboles y el blanco ceniza del roquedal. Cuando supero el barranco de Sant Antoni y enfilo el canal pedregoso que me lleva a la última subida antes de la cumbre de ese paquebote de piedra cuya proa parece enfilarse al cielo para emprender un vuelo imposible, la encuentro.

Está echada sobre un espacio de roca viva en fuerte descenso, una especie de canal surcado de hoyas con agua, no puede levantarse aunque lo intenta, no tiene movimiento en las patas traseras, y apenas en las delanteras. Solo mueve el cuello y golpea con la teztuz sobre el suelo, como desesperada por su inmovilidad. El golpe seco de los cuernos al golpear la roca es paradojicamente el unico signo de vida que parece estar a su disposición. Cuando me acerco, le hablo pausadamente, casi cuchicheando, abre unos enormes ojos de liquido azabache y me mira. Es un macho joven. No hay sangre a su alrededor, asi que descarto la acción de un furtivo. El canal de bajada no es nada peligroso y su desnivel para un ejemplar como ese debía ser una bagatela. ¿Qué puede haber ocurrido? Por el tipo de inmovilidad que presenta, parece una lesión en la columna. Está llegando al fin de su vida, su respiración es muy tenue, incluso a pesar del terror con el que mira a ese extraño junto a su cabeza.

Siento una gran impotencia. ¿Qué se hace en estos casos? No tengo alma de cazador y aunque la lógica aconseja aliviar el dolor del animal, soy incapaz de pensar siquiera en terminar con ella. No parece sufrir, ni hay forma de saberlo. Me siento junto a ella, aunque no me atrevo a tocarla. Saco mi botella de agua y echo un poco junto a su hocico. No se inmuta.

Sigo susurrandole un discurso no muy coherente sobre lo mal que me siento viéndola así, sobre cómo admiro su raza y la envidia deportiva que me producen sus saltos y correrías por lugares inverosímiles, le cuento que suelo caminar por los riscos de Montserrat y que allí desde hace unos años viven primos hermanos de ella, ya que se ha repoblado la montaña catalana con ejemplares de cabras hispánicas procedentes de els Ports . Le hablo de mis correrías por estas tierras, mi amor por sus escarpadas sierras, sus valles angostos, sus roquedales, su sequedad austera, y el misterio y belleza de sus sufridos ríos, antes tan caudalosos y ahora tan empobrecidos por mano y obra del ser humano, verdadero peligro ecológico. Le hablo de la magia del Matarraña y de mi miedo a que pierda esa cualidad por la acción depredadora, egoísta y miope de las sociedades humanas y su ansia explotadora.

La joven cabra parece haberse apaciguado con la cantinela monocorde de mi voz. Ya  no abre los ojos, aunque noto que respira y lamento profundamente que ese corazón de acero capaz de gestas físicas increíbles se esté apagando.

Decido no terminar la subida. Dejaré la cima para otro día. En homenaje a este animal soberbio, me vuelvo a casa. Cundo me levanto vuelve a abrir los ojos. Me lanza una mirada breve y quiero creer que ya no aterrorizada. Me despido. Le deseo una muerte rápida. Camino por el sendero de descenso sin mirar atrás. Se ha levantado un viento fuerte, agresivo, helado, que ulula entre los pinares. Un cerezo silvestre levanta la llameante cabellera allá en el fondo del barranco, una nota roja sobre verde, marrón y amarillo. Cuando me despido de la silueta de la montaña donde me dirigía me parece ver recortada contra el cielo la silueta de una cabra hispánica.

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9 noviembre 2010 2 09 /11 /noviembre /2010 20:30

P10401451.jpg Dicen en Aragón, mi patria  más cercana, que en el Turbón nacen algunos de los vientos más duros e inquietos de esta tierra. Creencia que comparte con el Moncayo, aunque en el Turbón se acentúa la versión más inquietante pues es lugar donde la tradición y las leyendas ubican la presencia de brujas, sortilegios y maleficios. Hasta bien cumplido el siglo XIX, casi a las puertas del XX, esas  leyenda y consejas anidaban en el saber popular ya que no quedaban muy lejos los ultimos procesos inquisitoriales contra algunas mujeres de los alrededores  tenidas por brujas y condenadas. Se trata de una injusticia histórica que en  peor de los casos dañaba a una pobre mujer malquista por algunos vecinos y en otros, eran verdaderas sanadoras, mujeres de conocimiento, cuyo saber del efecto salutífero y reparador  de hierbas y productos de la naturaleza, creaban confusión, envidia y codicia en el poder de entonces azuzado por intereses bastardos de médicos y curanderos.

En esta ocasión, finales de octubre, caminamos tres amigos, Jaime, Sergio y quien esto escribe. Salimos de madrugada, cuando aún el sol no había despuntado sobre el macizo y apenas era una promesa de luz sobre el Cervín, una escarpada montaña solitaria que domina e lpueblo de Campo (679 m) donde habíamos pernoctado. Aún oscuro atravesamos el Valle de Lierp, por Aguascaldas y Egea donde nos desviamos hacia Serrate, ya en las laderas cortadas a hachazos de un gigante, formaciones calcáreas que recuerdan un poco al Montserrat catalán, del macizo del Turbón. Una pista de montaña subirá haciendo eses durante más de siete kilómetros hacia el refugio de La Plana, desde  los 1.120 del acceso hasta los 2020 del refugio.. Es una cansina y constante subida, novecientos metros, que nos llevará por la ladera pelada, con pocos árboles y muchos arbustos, piedra caliza y formaciones de granito y solida roca, hasta La Plana, donde se encuentra el refugio. Se trata de una gran pradera ondulada, una enorme extensión herbosa, sin más vegetación, que la hierba de las cumbres, que da accseso al ultimo tramo de subida al Castillo de  Turbón (a 2492 metros). Es una canal pedregosa, un roquedal o ,pedriza, roca viva, tarteras de piedra desmenuzada,  dificultosas y resbaladizas,  en una pendiente constante de más de cuatrocientos metros de desnivel, con tramos delicados y una cumbre aérea de quistes pizarrosos,  aunque poco peligrosa y bastante fácil de superar. La mejor forma de superar la tartera es subir hacia la izquierda del inicio hasta llegar a terreno más sólido y a un estrechamiento que lleva a la cumbre. Tras más de cinco horas de marcha (contando con paradas para hacer fotos y beber) llegamos a la cima, donde admiramos  la soberbia pared  de la Coma de san Adrian que se abre enfrente, creando la particularísima "U" que conforma el macizo. La cresta es fácil de cubrir hasta el vértice geodésico. La vista es soberbia: al norte la Coma o valle de san Adrian, con su forma de frontón rojizo arcilloso inclinado y los valles de Benasque y el Alto Isábena, las cumbres del Maladeta, Posets, Perdiguero  y la punta inevitable del Aneto, al sur los valles de Lierp y Bardaijí y al oeste el macizo de Cotiella.

Tras una media hora de descanso y refrigerio, hicimos el descenso que, como todo buen montañero sabe, es uno de los momentos másdelicados de la excursión. Uno está cansado y puede añadir al cansancio un ciertto descuido. Por ello, nos tommos nuestro tiempo y sólo después de la tartera de decenso, en l  larguísima pista, nos permitimos hacer frecuentes bajadas corriendo, acortando el largo tiempo de bajada. Con un total de nueve horas y pico desde la salida nos encontramo en el rincón donde habíamos dejado el coche, justo junto al final de la carretera y el inicio de la pista.

En la foto, Jaime me sigue a bastante distancia. Sergio se ha atrasado para hacer la foto. Llegamos cansados y felices. El Tubón, a pesar de su leyenda, es una montaña hermosa, de relieves ariscos, agujas inverosímiles y grietas y estrechamientos espectaculares, carenas serradas y precipicios espeluznantes, junto a valles minimos y acogedores, que exige respeto, cuidado y una cierta energía. En realidad, como todas.

 

 

 

 

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7 noviembre 2010 7 07 /11 /noviembre /2010 21:57

 

Josep Igual ( (Benicarló 1966) es un narrador con un bagaje de publicaciones respetable y por lo que veo bastante prolífico. Galardonado con abundancia, su mejor tarjeta de presentación es su propia pluma. Las narraciones, estampas, pinceladas y guiños literarios que conforman su ultimo libro “No és el que sembla” muestran un talento creativo, unas dotes de observación y un dominio del lenguaje y de la técnica del diálogo que llaman la atención. Con un desarrollo a veces fulgurante, otras premioso y en alguna ocasión frustrado, su pluma fuerza una lectura siempre sugestiva que a veces deja al lector con la miel en los labios y otras provoca un retorcimiento de la lógica y el ritmo que sorprende. Sus bazas son el manejo de situaciones cotidianas que oscilan entre el realismo más duro, con un tratamiento del sexo siempre áspero y operativo y evocaciones oníricas, sorteadas con humor y un escepticismo nada sentimental aderezado siempre con una ironía sin paliativos. Hay historias resueltas en menos de treinta líneas con un final abierto y otras que cumplen su ciclo y dejan pensativo o satisfecho al lector. La selección de relatos es irregular y junto a relatos redondos como el de la tarotista con marcha o el del profeta que trata de resucitar a un lázaro desternillante, otros tratan de forzar los géneros (ciencia ficción, robótica, abducciones, o la crónica de sucesos desnuda). Pero en esencia en todos ellos hay algo que ennoblece el resultado final: Josep Igual es un narrador de fuste. Sus personajes son creíbles y están llenos de ese duro desencanto de la vida cotidiana, armados con unos diálogos directos y unas situaciones que casi siempre interesan al lector, descritos con un lenguaje austero y sin contemplaciones, aunque a menudo roza el surrealismo y un cierto tremendismo escatológico. La conexión con la historia reciente, la tragedia de los Alfaques o el 11 S, está evocada con agilidad y talento. Y, a veces, como en el relato de los niños y la gitana, ese talento resplandece y tiene un aliento propio, eso tan difícil de hallar que se llama encanto.

En resumen, “No és el que sembla”, ofrece un buen y esperanzador ejemplo de lo que es capaz de hacer un narrador de fuste, con toda su irregular creatividad, entre la ironía, el humor y una cierta crueldad, es decir, y esto es algo importante, tal como el espejo de la literatura refleja la vida de este nuestro desnortado siglo. Recomendable, sin duda.

FICHA:

“No és el que sembla”, Josep Igual, Cossetània edicions, Valls, 2010, 126 páginas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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6 noviembre 2010 6 06 /11 /noviembre /2010 19:57

Ha sido una mañana formidable. Hemos seguido el GR-5 desde Santa Cecilia, el bellísimo templo románico del siglo XV, restaurado con mucho gusto, en el entorno privilegiado de la carretera al Monasterio, con el Cavall Bernat y los Frares Encantats como telón de fondo: El misterio hecho piedra, agujas y vertiginosas paredes rocosas que es Montserrat, festoneado por todas las gamas del verde. A la hora de la cita montañera, las diez de la mañana, una niebla espesa, ríase usted del puré de guisantes londinense, creaba dificultades para circular y hacía imposible adivinar el magnifico escenario natural, a no ser que ya lo conocieras. Tres hombres y dos mujeres reunidos por el común amor a la montaña en general y a Montserrat en particular. Durante las casi dos horas de ascenso suave, la niebla comenzó a esponjarse con claros en los que reinaba un sol primaveral y un cielo límpido, de un tenue azul celeste.

Algo más de tres horas de recorrido, poco más que un  paseo, a pesar de las quejas, simpáticas y poco creíbles,  del novato del grupo, Xavi. A la hora de comer, como es preceptivo, comida fraternal en La Vinya Nova, el tradicional restaurante de masía, carne a la brasa, ensaladas y papas con all i oli, secas y butifarra. Entonces allí ocurrió el milagro. ¿Qué milagro? ¿Los panes y los peces, el vino surgido del agua, Lázaro reclamando su porción de condumio, que los dueños de la Vinya Nova invitaran a comer gratis por un dia? No. Algo más entrañable. La manifestación de una cualidad humana de primer orden, a la altura del amor o la compasión, la presencia súbita e inesperada del ejercicio gratuito, desinteresado, generoso y poderoso de la amistad. Si, la simple y tan manipulada noción, concepto, idea, de la amistad. La amistad hecha carne, identidad y sonrisa, palabra y guiño, brindis y sinceridad, la amistad como colofón a años de compartir vivencias, trabajos, alegrías y algunas penas, confidencias, encuentros, silencios forzados y olvidos rutinarios y sin mala intención. La amistad como emanación del ser humano en su versión más libre, amable y generosa.

El sujeto de tamaña manifestación, el que esto firma. Sus actores principales: amigos, compañeros de trabajo y camino, Domingo, Alfred, Sergi, Xavi, Esther, el gran Brunetti, Albert y la complicidad entrañable de mi propia esposa, Anna. Un hermoso regalo de todos y otro regalo aún más importante y duradero: el testimonio personal, intimo y conmovedor de su cariño.

La caminata hoy, más que nunca, ha sido una fiesta. Me siento orgulloso y al tiempo humildemente agradecido de haber inspirado estos momentos.

 

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3 noviembre 2010 3 03 /11 /noviembre /2010 15:49

Digamos que un escritor es como un cocinero experimentado. Una persona que conoce los ingredientes que conforman un plato determinado, sabe dónde adquirirlos (o tiene una nutrida despensa donde ha ido almacenándolos), domina más o menos las técnicas de cocción, ensamblaje de elementos y orden de colocación, sabe acudir a su instinto profesional (educado por mucho tiempo de vivencias, lecturas y aprendizaje)  y aplica un tempo que es distinto para cada plato.

Pues bien, en mi despensa ya existe una modesta representación de platos únicos que han salido al mundo (siete novelas, un libro de relatos, dos de ensayo), un reservorio de platos acabados  que solo esperan la sanción definitiva del autor para lanzarlos a la palestra, entre los que hay novelas (tres), relatos (los suficientes para formar dos o tres volúmenes), dos ensayos (budismo zen y psicoanálisis más otro sobre ética) y casi un centenar de poesías que seguramente nunca me decidiré a publicar. Únase a este bagaje un limbo de novelas frustradas, proyectos en diversas fases de realización y el material inclasificable que suele tapizar el suelo y las paredes de todo grafómano que se precie, escribidor obsesivo, pensador en esencias y poeta  de la vida fascinado por la belleza, el drama, el humor y la tragedia de la existencia.

Precisamente es esa existencia incontrolable, sorprendente y  sabia, la que ha dado un giro copernicano y me permite, tras un largo paréntesis de décadas, volver a mi ocupación primordial, la escritura, la creación literaria, la crítica de libros y el desenfadado placer de mis actvidades deportivas, el montañismo esencialmente.

Vivo a caballo entre la gran urbe, Barcelona, madre putativa de mi carrera literaria y mi profesión periodística y mi refugio matarrañense, Torre del Compte. Un periodismo activo durante cuarenta años  en uno de los grandes diarios del país me ha enriquecido formalmente en vivencias y conocimientos, política internacional, critica literaria y de cine, páginas de opinión, entrevistas con escritores, políticos y pensadores, amén de dotarme a través de los años de práctica en la técnica de la escritura dirigida a otros, el reportaje, la crónica, el editorial, la reseña...

Ahora mi despensa está bastante llena, mis proyectos abundan, mi disponibilidad es considerable y mi energía está a niveles óptimos.

Sigamos, pues. Me pongo manos a la obra, como un humilde artesano dispuesto a doblegarse ante la exigente hydra literaria, dejando que toda esa acumulación intelectual y vital destile, si los dioses y las musas de los escritores me son propicios, un néctar literario que puede, o no, decantarse en esa obra única que conmueva a alguien y justifique en la alquimia maravillosa de la lectura, todos los trabjos, esfuerzos y desvelos implícitos a este oficio.

 

 

 

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2 noviembre 2010 2 02 /11 /noviembre /2010 17:38

Esta mañana cuando mi amigo David y yo recorríamos las pistas forestales al este de Peñarroya de Tastavins, un cielo gris con nubes oscuras pasando velozmente de valle en valle, desgajándose en una neblina algodonosa sobre las carenas cercanas pobladas de pinos blancos y carrascas hacía presagiar algun que otro chubasco.

-¿Estás seguro de que es por aquí?

Repasé el viejo libro apergaminado de hojas amarilleadas por el tiempo y los hongos.

--No da localizaciones exactas. Entonces no existían los gps y la cartografía estaba en sus inicios, aun basándose en las  técnicas de Ptolomeo y la lectura de las estrellas. ¿Cómo puedo saberlo? Me guío por esta frase que el oscuro monje benedictino escribió en su códice: "Camina por el este del Tastavins, hacia la larga cadena de rocas cortadas como por el hacha de un gigante, semejante quizá al cuerpo de una nave abierta por el medio". Y aún más claro, "cercano a un gran conglomerado de rocas altísimas que forman como una gran mesa alzada sobre los mares de arboles, cual ancho altar donde comen lo dioses paganos, acompañados por el ruido de aves carroñeras que en lugar abundan".

--Quizá se refería a Masmut.

David me señaló con un gesto los cingles rojizos de la meseta y al fondo la herida blanca de la montaña cortada, una alargada pared gris claro que corría de norte a sur ganando en altura.

--Podría ser.

--Bueno, mientras investigamos podemos seguir el plan B.

--Optimista y práctico David. ¿De qué se trata?

--Bueno, si no encontramos huella alguna de tus bayas, ese pueblo misterioso que crees más antiguos que los iberos, siempre podemos tratar de encontrar algunas setas que luego podemos comer en amigable condumio, bien regadas por un par de botellitas que tengo guardadas para ocasiones como esta.

--Bueno, no creo que haya especímenes de los bayas ya en estos días. Pero quizá encontremos alguna huella de su existencia. Según el antiguo pergamino hallado en Cretas,  se dejaron ver por romanos, visigodos, arabes y colonos castellanos y aragoneses que aprovecharon las llamadas y privilegios de reyes y señores. Si es cierto que no son una leyenda, dejaron maravillados  a los que les vieron o trataron con ellos por su avanzadísima cultura y una tecnología entonces inexistente y casi inimaginable.

--Oye, no se si te das cuenta que todo esto suena a la búsqueda del Santo Grial, los caballeros de la Mesa Redonda y una mezcla de Benitez el de los misterios y un hispano Indiana Jones.

--Eres un genio, David. Así es, una especie de Santo Grial pero mas digno de nuestra época que de aquellos remotos tiempos.

Mi amigo detuvo el 4x4. Se volvió lentamente hacia mi y me espetó:

--¿Qué es...exactamente...lo que estamos...buscando?

 

 

Bien...la mañana siguió sin grandes descubrimientos, sin sustos ni aventuras, desgraciadamente sin hallazgos. No hubo lluvia y no hubo huellas de los bayas y mucho menos Santo Grial. Encontramos una docena de rovellones, un buen montón de bolets de bestiar y una infinidad de brunetes.

A media tarde  mientras digeríamos el festín de setas a la vera de un buen fuego, compartíamos un licor de hierbas helado y fumábamos dos puros habanos, al estilo Cabrera Infante, puro humo, le conté a mi amigo algo de lo que sabía de los bayas, el estado de mi libro dedicado a ese pueblo maravilloso y desconocido y mi compromiso de llevar esta empresa a cabo como el cumplimiento de una promesa a un personaje misterioso que abrió la puerta de  mi vida a esa apasionante civilización que enraizó en la zona del Matarraña cuando aún no tenía ese nombre y nadie había soñado en dárselo.

Eran los tiempos en que todo era tan nuevo que las cosas, los montes y los rios aún no tenían nombre. Entonces aparecieron...

 

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1 noviembre 2010 1 01 /11 /noviembre /2010 17:39

En los años noventa del pasado siglo,  preparaba un doctorado en psicoanálisis y me sentía fascinado por la neurología y las ciencias del cerebro en general. No olvidéis que habia sido declarada la década del cerebro y los avances en neuroanatomía, neurofisiología y ciencias afines habían sido muy prometedores. Me mantenía al corriente hasta la medida de mis posibilidades (entronces más escasas que hoy dia) sobre tales avances. Y esto lo hacía por dos motivos principales. mi convicción fuertemente intuitiva y también informada  de que en el cerebro se esconde la esencia del ser humano y su relación con el mundo que le rodea y con sus semejantes y las, digamos coincidencias, entre los hallazgos científicos  y las descripciones que de esa relación cosmogónica hacían las disciplinas espirituales de origen oriental y mucho más veladamente las tradiciones religiosas occidentales, tan manipuladas por las iglesias (desde algunos padres del desierto al maestro Echkart,  san Juan de la Cruz o en nuestra época Merton, el padre Enomiya Lasalle o nuestro recién fallecido Pánikkar...

Soy practicante zen, aunque un practicante escéptico, muy disciplinado y nada apegado a maestros y liturgias varias. Mi práctica se debía al convencimiento de que la "sentada" o meditación zen no era más que una disciplina de tipo físico-mental que superaba la paradoja de hacer de la práctica una relación desinteresada y sin objetivos con el ejercicio del silencio de la mente, es decir y con idioma neurológico del hoy, propiciar el silencio del hemisferio izquierdo del cerebro y animar de alguna manera la preponderancia del hemisferio derecho, el intuitivo, el "femenino" (qué gran piropo a las mujeres disfrazado de insulto y menosprecio), el "irracional", el poco disciplinado, el artítstico, el descontrolado. Con una práctica continua y despojada de búsquedas espirituales, de iluminaciones o de adquisiciones de virtudes o propiedades operativas espectaculares, de nuevo de forma paradójica, podía producirse un fenómeno bien documentado por las tradiciones religiosas y esprituales de todo el mundo: la llamada iluminación, satori, visión de Dios, el estallido de la kundalini. 

Ahora, tras la lectura del libro de la doctora Jill B. Taylor, "Un ataque de lucidez" (publicado por la editorial Debate), una neuroanatomista que sufrió un demoledor ictus en el hemisferio izquierdo del cerebro, recibo una noticia alentadora: el descubrimiento de la zona exacta del cerebro donde radica tal experiencia o vivencia, calificada como sentimiento oceánico. El problema está en que tal zona se activa unicamente cuando  disminuye la actividad en los centros de lenguaje del hemisferio izquierdo, lo que provoca el enmudecimiento de la permanente charla mental, se establece uin silencio total, unido a otra disminución de actividad en la zona de orientación y asociación, situada en la circunvalacion posterior del h. izquierdo, lo que hace desaparecer el sentido del yo y los limites fisicos personales, con lo que fluimos con el resto del universo y no nos sentimos ni seres solidos ni separados de lo que nos rodea, y, en fin, desaparecen los miedos, cautelas, estrategias de evitación y huida, recuerdos y aprendizajes que maneja el hemisferio ziquierdo. Resultado total: LA  PERCEPCIÓN DE UNO MISMO COMO UNA PARTE INMENSAMENTE FELIZ DEL COSMOS.  Todo está bien y no hace falta nada más. Estamos completos y en absoluta paz y concordia. Es decir: la iluminación perseguida por santos y gurus y sólo vislumbrada por unos pocos artristas, poetas e intelectuales ol simples hombres sencillos, quiza ignoarntes, pero inmensaqmente sensibles e  intuitivos.

Os preguntareis pues, si es preciso un ictus en el hemisferio izquierdo para ser capaces de vivir esa experiencia totalmente renovadora y revolucuionaria. No, si os fijáis en las condiciones,son las mismas que preconizan las disiciplinas espirtuales de las que hemos hablado. Por tanto, aunque nadie lo puede garantizar, aparte del ictus u otros accidentes cerebro vasculares, las diciplinas de meditación, cuanto más desinteresadas y irreligiosas mejor, nos pueden acercar a las condiciones precisas para que el fenómeno se produzca en algún momento inesperado. No hay progresión sistemática en esto, depende de conexiones nauronales sobre las que no tenemos control: solo facilitamos el caldo de cultivo donde se producen.

Seguiremos con esto en algún momento.

Como artículo de bienvenida a mi blog, creo que es suficiente y tal vez demasiado.

Buenas noches y buena reflexión.

ALBERTO

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