Publicado en "La Comarca" el 25032022
Son malos tiempos para la lírica de la paz y el diálogo entre las naciones. La guerra imperialista de Rusia contra Ucrania está cambiando el tablero geoestratégico de la política mundial y NO, seguramente, al gusto de nadie, incluyendo a Putin, y con la excepción de China. L os firmes y pacientes dirigentes chinos, encabezados por Xi Jinping, pueden estar aplicando los consejos de Confucio o el Tao a su postura política en este conflicto. Sólo hay que recordar el (supuesto) comentario del líder chino a las presiones de Biden para que condene a Putin: “deberá quitarle el cascabel al tigre quien se lo haya puesto”. Es evidente que el peso geopolítico y económico de China está siendo potenciado enormemente por esta guerra. Pero es posible que ni Putin, ni Biden, ni Europa, perdidos en medio de la tensión bélica y del cuestionamiento del antiguo escenario bipolar, se percaten de que están alimentando al “tigre dormido”, que ya hace más de una década que está dando pruebas –muy suaves y secretas- de que se ha despertado y refuerza sus poderes (un hecho que la pandemia ha evidenciado). Pero esa es una cuestión que analizaremos otro día.
En cuanto al curso de la guerra, este Observatorio está sujeto a la actualidad, aunque debe limitarse a apuntar los elementos más significativos de las últimas horas, consciente de que no serán las del lector. En los momentos en que escribo estas líneas (jueves a mediodía), hay varios aspectos a destacar sobre la situación bélica y su entorno político internacional. Pero sobre todo hay una triste y lamentable percepción: el mundo ha dado un paso hacia atrás. Es un punto de inflexión histórico con polaridades excluyentes y un futuro más incierto del que teníamos. Se da un cúmulo de circunstancias en diversos sectores –climático, alimentario, económico, social, de salud y bélico- que auguran conjuntamente la tormenta perfecta o una dinámica de consecuencias imprevisibles y, en todo caso, muy preocupantes. Ello ha causado la reaparición de la “realpolitik” y el pragmatismo puro y duro en el escenario político mundial.
En este instante histórico nadie puede predecir que el final de la invasión rusa esté próximo. Putin se ha enfangado en una guerra de desgaste, con muchas bajas propias y demasiadas bajas en el factor más inocente de la ecuación bélica: la población civil. Pensar en un posible juicio internacional por crímenes de guerra contra el autárquico (en el sentido de poder absoluto) líder ruso, es una quimera. Y aunque fuera posible, eso no restituye las vidas perdidas.
De momento es imposible saber a ciencia cierta si los 10.000 soldados rusos muertos es una cifra real o lo es la de 500 que reconoce Moscú o los 15.300 que dice contar Ucrania en su haber. La verdad es siempre la primera víctima bélica.
Por otra parte hemos de descartar que se produzca otra hecatombe del aparato del Estado ruso como en 1991. La situación rusa no tiene los elementos precisos, de tipo sociopolítico, para que esto ocurra. No es el momento. Quizá la cuestión económica lo posibilite. Pero eso es a la larga y suponiendo que el actual desgarre bélico no se agrave exponencialmente (por un descuido, por un exceso de soberbia, por un incidente aislado pero oportuno) y se lance sobre la mesa de “juego” la aciaga carta --nuclear, o químico-biológica-- de “triunfo”, que sería la derrota global del mundo actual.
De momento Putin, desesperado por la dilación de su supuesto “paseo militar” hasta Kiev, ha usado algo no aceptable hasta este momento, misiles hipersónicos. Los aliados han protestado verbalmente pero Putin hace oídos sordos, en su prepotencia bélica. El problema, una vez más, es que Putin, como un jugador de póquer acorralado, por encima de toda ética y de la simple previsión de las consecuencias, ceda a la tentación suicida de usar armas químicas y biológicas, aunque lo vista como una respuesta a un supuesto ataque bacteriológico de los ucranianos (a los que ya ha acusado de tener laboratorios secretos donde se almacenan esas armas, financiados por Washington).
Otro factor a tener en cuenta es la falsa idea de que Rusia está luchando sin ningún tipo de apoyo exterior; que está aislada de la comunidad internacional. Eso, además de ser falso, es un error estratégico que los “aliados” no pueden permitirse. En primer lugar hay que contar con China. Xi Jinping, tiene razones ocultas para buscar la ruptura del bipolarismo histórico: cuando la situación se equilibre un poco, Pekín se ocupará de neutralizar a Rusia y “clientizarla” más, para llegar a comandar la hegemonía del Este frente a Estados Unidos y Europa. Además tiene razones estratégicas más inmediatas para evitar que en esta ocasión Rusia sea vencida o quede mal parada, ya que esa debilidad dejaría el campo libre a Washington, no sólo en toda Europa, sino en multitud de zonas repartidas por el mundo en las que Rusia lleva años buscando acomodo e interviniendo de una manera más o menos solapada.
Pero además de Pekín, hay toda una franja de países árabes, africanos, hindúes y latinoamericanos que aplauden a Putin, mientras el poderoso Erdogan pone a Turquía en zona segura exhibiendo una falsa neutralidad. En tanto Israel, con un ojo puesto en la puerta noroeste de su país (frontera siria, asegurada por la “protección” rusa) y el otro en la mayoría de israelíes de origen ruso en su Parlamento, procura abstenerse de todo movimiento que disguste a rusos o a norteamericanos: aunque no apoye la invasión rusa, tampoco lo hace a las medidas de castigo.
Tengamos en cuenta que esa mayoría, sobre el panel, de países que votaron contra Rusia en la ONU, representan a menos de la mitad de la población mundial: sumando la abstención de India y China. India hace buenos negocios con Rusia sobre todo en armamento (que paga con rupias y rublos, saltándose el bloqueo económico). Por otra parte India y China pertenecen a la Organización de Cooperación de Shanghai, junto con Rusia, Pakistán, Brasil y Sudáfrica: lo cual “justifica la neutralidad” de todos ellos y sus abstenciones a las medidas contra Putin.
Por lo tanto, ni Rusia carece de apoyos externos, ni Putin es considerado “urbi et orbe” como un loco sanguinario. Muchos, incluso en las filas “aliadas”, sacan a colación el historial de oferta de diálogo y actitudes a favor del desarme mundial que Moscú barajó, a menudo en solitario, desde 1978 cuando se inició el diálogo para el desarme. Después, en 1985, con propuestas muy generosas de Gorbachov y en 1987, con acuerdos para eliminación de misiles de alcance medio y corto (a veces con las reticencias de un EE.UU. disfrutando de una plena prepotencia hegemónica). Y también se recuerda que en 1991 Washington convenció al líder soviético de que aceptara la unificación alemana a cambio del compromiso de la OTAN de no acercarse a las fronteras rusas. Promesa tan ignorada por los aliados que, desde 1990 hasta el 2020, la OTAN incorporó 14 nuevos países y rodeó las fronteras de Rusia. El año pasado en la Casa Blanca se dijo que la entrada de Ucrania y Georgia en la OTAN era un derecho, de cada uno de esos países, que sería respetado. Un par de meses más tarde, Ucrania era invadida.
Sin ninguna intención de justificar ese atropello bélico (que es un absoluto desdichado, falto de ética y de razón) sí que hay motivos para preguntarse: ¿a qué diablos se está jugando en los cenáculos de la política internacional? Quizá deberían jugar a aplicar el término ideado por Otto von Bismarck a finales del siglo XIX, que tanto éxito está teniendo estos días: la “realpolitik”, es decir la política divorciada de la ética también llamada “pragmatismo” . Como si eso no fuera una situación habitual en todos los países, incluido por supuesto el nuestro: Sánchez y el Sáhara, pongamos por caso.
Conviene llegar a un acuerdo con Putin y dejarle los huesos que está royendo; no toda Ucrania, por supuesto, pero si la parte secesionista de habla rusa. Y hacerlo porque hay que aplicar la “realpolitik” en momentos en que no hacerlo puede equivaler a una destrucción generalizada. Deben “salvar la cara” a Putin aunque estén deseando colgarle por crímenes de guerra. Buscar acuerdos de todo tipo, incluida sobre la reconstrucción, avalada por Europa e incluso con la ayuda rusa, de la Ucrania destrozada, que no formará parte de la OTAN, al asumir su neutralidad, pero sí de la UE. ¿Por qué? Porque siguiendo la “realpolitik” a nadie le interesa, a Europa menos que a nadie, otra aniquilación de la dignidad de la “madre Rusia”. Conviene utilizar la economía internacional, no para castigar, sino para reconstruir y afrontar conjuntamente la “tormenta perfecta” que nos viene encima, al margen de la guerra: la crisis climática en primer lugar; la humana de los refugiados por sequías, guerras tribales y falta de agua y paz…; las pandemias que, según algunos expertos, nos esperan a la vuelta de la esquina, generadas por deforestaciones y brutales explotaciones agrarias y ganaderas; la alimentaria; la energética, sujeta a un cambio radical; la social por la eclosión de movimientos xenófobos y racistas, de signo sexual o de violencia política extrema; la desigualdad humana creciente, unida al blindaje de una minoría cada vez más rica que protege la deriva neoliberal de explotación; la pérdida de sentido de una sociedad y un individuo sin principios ni valores, sujetos a una relativa “esclavitud” por los medios digitales de información y comunicación. Y, por supuesto, si no se dan prisa los interesados, la atroz posibilidad de una guerra total.
ALBERTO DÍAZ RUEDA