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29 octubre 2022 6 29 /10 /octubre /2022 14:36

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PERIÓDICO "LA COMARCA" 281022

Parece que fue Napoleón quien dijo “Cuando China despierte, el mundo temblará”. Se  necesita un talento premonitorio casi milagroso para profetizar  en aquella época algo tan escasamente probable. Pero ya en el siglo XX era más comprensible que Lenin repitiera el aforismo napoleónico. El ensayista y político gaullista francés Alain Peyrefitte, tituló con esa frase uno de sus libros en los 70 del pasado siglo, después de una visita al país en 1972. En aquellos días se sabía que algo importante iba a pasar en China. Ni idea de lo qué sería, dado el hermetismo del país, pero seguro que sería motivo de preocupación para el mundo.

China ya lleva años despierta, sobre todo económicamente. Son más de 1.300 millones de habitantes bajo la mano férrea del imperturbable Xi Jimping, que acaba de ampliar su tercer mandato en el XX Congreso del PC Chino, no solo fortaleciendo su figura hasta extremos solo comparables a Mao, sino enmendando la Constitución del partido para liderar la cúpula y colocar a sus fieles en los lugares de más responsabilidad y poder. Occidente no parece tener ni idea de lo que China puede hacer y no presta mucha atención a los detalles que logran traspasar la Muralla. Se ha limitado a asegurar sus inversiones en el negocio lucrativo del desarrollo imparable chino en la industria, las manufacturas, el acaparamiento de materias primas, las finanzas y los suministros a los mercados  de todo el mundo. Se ha creado una dependencia de los productos made in China y la deslocalización industrial manufacturera y de materias primas afecta ya al codicioso occidente.

¿Hay un plan de Pekin prodigiosamente activo en el tiempo, desde hace decenios, ambicioso y hegemónico, mantenido a veces a trancas y barrancas y ahora ya a toda máquina  bajo la unánime obediencia del país al nuevo Gran Timonel, inteligente y astuto? De momento Xi Jinping tiene cinco años más de liderato y todo el poder controlado, desde la cúpula del Partido a la Comisión Militar Central. Se ha movido de una manera maquiavélica en estos diez años que lleva como líder, acumulando poder y cargos, manipulando a su favor el personalismo político y sucesorio creado por Mao, vigente hasta ahora. Xi ha creado su propio liderato unipersonal y para consumo y advertencia al mundo, permitió la humillante expulsión del Congreso del ex presidente Hu Jintao, escoltado por conserjes. En China las purgas políticas se hacen en silencio y sin testigos. Pero se atreven incluso a instalar comisarías policiales ilegales y secretas en países democráticos para controlar a posible disidentes que viven en el extranjero. En España hay nueve de éstas. Con el citado incidente interno en el Congreso, frente a las cámaras del mundo, Xi parece advertir “voy a obligar a ciertas potencias a salir de la sala del poder en el mundo. Terminemos con las máscaras de amistad”. Ante esto, ¿Quiénes tienen motivos para temblar? Pues, la verdad, todos. A China no le preocupan demasiado Rusia ni Estados Unidos. Y tampoco Europa, África o Asia.

Pero para analizar lo que supone China para la actual situación geoestratégica y económica del mundo hay que empezar por no confundir la época de Mao con la actual, ni el poder potencial de la China del siglo XX con la supremacía económica del XXI,  ni ceder a la inercia y pereza mental de comparar a Xi con Mao. Aunque lo que Xi busca parece ser muy parecido a lo que ansiaba Mao: aumentar de forma absoluta el control centralizado, para lograr optimizar los recursos humanos y naturales del país sobre las demás naciones, sin problemas de oposición interna, bajo la disciplina única y jerarquizada del Partido. Pero la forma de lograrlo es prácticamente lo contrario de lo que hizo Mao, aunque más parecido al segundo gran líder moderno, Deng Xiaoping, con el cual está más cercano Xi, pero con elementos diferentes. Xi es una combinación de Mao y Deng más eficaz y ajustada a esta época: mantiene al Partido como la viga maestra del poder, el centro neurálgico de la sociedad, la milicia y la economía. No olvidemos que el Ejército del Liberación Popular depende orgánicamente del Partido. Sumen a esto que Xi rechaza todo tipo de revisionismo o crítica interna (recuerden la reciente expulsión  física del expresidente Hu Jintao de la Asamblea) ya que eso es la base de  la legitimidad del Partido: no se puede renegar de la propia historia porque eso podría ser el fin del país, como ha ocurrido en Rusia (con Kruschev, Gorbachov y Yeltsin). Y como colofón, Xi remite incesantemente al pasado glorioso de China, antes de la colonización occidental. Quieren que renazca el ancestral Imperio autónomo, temido y respetado.

Xi Jinping es un líder paciente y un buen estratega, no tiene ningún tipo de miramientos y siempre barre para casa, una casa que tiene bien controlada. Como dice el ancestral libro sagrado del taoísmo “Un buen cerrajero no necesita cerraduras/y nadie puede abrir lo que él cerró/ quien ata bien no utiliza cuerdas ni nudos/ y nadie puede desatar lo que él ató”. Xi está lejos del Mao, capaz de dejar morir de hambre a 45 millones de personas en un bárbaro y demencial “Gran Salto Adelante” (de 1958 a 1962: por un ridículo gesto de  desafío al crecimiento ruso) o de la Revolución Cultural (otro error maoísta que estuvo a punto de terminar con la tradicional pasividad de la población china ante el poder). Xi Jinping es un implacable gestor que domina con guante de hierro su enorme país, revestido con el guante de seda de la prosperidad económica y el orgullo de volver a ser un gran país en el mundo. Xi no es un revolucionario comunista como Mao. Carece de ideología o la subordina a los objetivos económicos y al poder. Es un político pragmático que aplica fórmulas occidentales, tipo Thatcher o Reagan, para vencer a occidente en su propia salsa, el capitalismo neoliberal, pero sin el obstáculo interno de la democracia. Además, en la actualidad, no hay enfrentamiento en el mundo entre dos ideologías y formas de vida opuestas; son dos formas de capitalismo, en el fondo no tan distintas, aunque en la superficie lo parezca. Ambas buscan objetivos semejantes.

 

El mensaje de Xi ha sido muy claro en el Congreso: “en décadas anteriores –la época de Hu- se han ignorado las leyes y se han permitido patrones de conducta erróneos como el culto al dinero, el egocentrismo, el hedonismo y el nihilismo”. Aviso de navegantes para los funcionarios “no tengan la tentación, la audacia o la oportunidad de volverse corruptos”, cosa que ya se está controlando desde la llegada al poder de Xi en 2012 con la temida Comisión Central de Disciplina que ha abierto más de 4,6 millones de expedientes de casos de corrupción, entre ellos el ex ministro de Seguridad Pública, Zhou Yongkang, condenado a prisión perpetua.

¿Qué criterio analítico hay que seguir? ¿El “Pensamiento Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era”, que es el ampuloso título del nuevo “Libro Rojo” de un líder chino? No. Hay que observar lo que hace el camarada Xi Jinping, más que lo que dice. Por ejemplo, eliminar el límite constitucional de dos mandatos en la Jefatura del estado. Xi tiene vocación de eternidad y el poder para acallar cualquier oposición o resistencia. El Politburó y el Comité Permanente – los seis hombres más poderosos con Xi al frente- están unidos al nuevo Gran Timonel. Ni una sola mujer en los círculos más altos del poder.

Una frase de Xi en el discurso de cierre del Congreso disuadiendo “a los separatistas que buscan la independencia de Taiwán” nos puede alertar sobre movimientos futuros. Las directrices del camino que va a seguir China están marcadas cuidadosamente hasta 2049 en que se celebrará el centenario de la República Popular. Pero no se ha filtrado ni una sola línea de tales directrices. En principio lo único que sabemos es que los Siete Grandes Dirigentes, presentados al mundo el pasado domingo,  seguirán celosamente la trayectoria política marcada para los próximos cinco años. No hay previstos “posibles sucesores” como se acostumbraba en otros tiempos. Ahora podría ser un puesto peligroso. Y más  teniendo en cuenta que Xi ha alertado de un próximo periodo “convulso” para el que el país debe prepararse. Quizá se refería a Taiwan, o lo que es más preocupante, al papel de Estados Unidos en la cuestión. Ni Hong Kong ni Taiwan deberían ser un problema: su estatuto de autonomía va creciendo y Pekin lo acepta. Pero sin provocaciones, como la visita de la Pelosi en agosto. Otra vez es Washington, “el amigo americano”, el que puede causar el estropicio.

¿Quiénes son los “Siete magníficos” además de Xi? El número dos es Li Qiang, secretario del PC de Shanghai, que será primer ministro tras sustituir al actual, Li Keqiang, en marzo próximo, en  la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular. Y ello a pesar de su mala gestión de la Covid, puesto que lo que le premia Xi es su dureza. Zhao Leji, el tercero, fue responsable de la Comisión Disciplinaria (ha eliminado a numerosos rivales de Xi). El cuarto es Wang Huning, ideólogo del régimen. El quinto es Cai Qi, secretario del Partido en Pekín. El siguiente es Ding Xuexiang,  jefe de Gabinete de Xi. Y el último Li Xi, secretario del Partido en Cantón y amigo personal de Xi, se ocupará ahora de la Comisión Disciplinaria, azote de cualquier oposición interna.

Estos hombres son los encargados de llevar a China a ser la primera potencia internacional del segundo tercio del siglo XXI. Gracias a un éxito económico sin precedentes –ahora muy dañado por la Covid y  la crisis inmobiliaria- para un país donde la disciplina más rotunda y unánime en todos los ámbitos, por encima de todo tipo de libertad y de derechos humanos, constituye la marca diferencial respecto a cualquier otro país, incluidos países autoritarios y filo fascistas como Rusia, Brasil, India, Turquía (o los EE.UU. de Trump) y algunos otros.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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7 octubre 2022 5 07 /10 /octubre /2022 09:42

Curiosamente la simple lectura de un clásico del siglo XX, sir Arthur Conan Doyle, una novela de su ciclo del profesor Challenger -un personaje a la altura de Sherlock Holmes y de algunas figuras de Dickens o de Wilkie Collins- me ha puesto en la pista para entender a la pasión anglosajona científica por explicar los fenómenos, sus teorías y axiomas, a partir de los datos que ofrece las experiencias a un observador bien motivado. Extrapolando esta observación do es aventurado suponer que en eso está el secreto de los descubrimientos que esa cultura ha realizado con el manejos de datos a nivel de la economía de los algoritmos (y su subsiguiente empleo en ingenios como Google, Apple o Amazon.

El apasionante libro de Laura J. Snyder  nos invita a un recorrido espectacular: el nacimiento e partir del siglo XIX de una ciencia moderna y su consiguiente y omnipresente tecnología, que nos ha hecho la vida más fácil y cómoda, eficiente y fructífera, pero también nos ha esclavizado de alguna manera a su necesidad perentoria y ya no sabemos vivir sin ella.

La ciencia, con su método tradicional, los griegos ya lo empleaban a otro nivel, naturalmente, basado en la comprobación y validación de una teoría a través de experimentos y de los datos que proporcionan. La ciencia actual tiene padrinos más o menos conocidos, una serie de investigadores y científicos  cuyos empeños y clarividencia científica lograron en el siglo XIX  aplicar una serie  de exigencias metodológicas y la praxis subsiguiente que formaron el esqueleto teórico de la ciencia moderna.  De entre esos investigadores, la Snyder escoge a William Whewell, Charles Bagge, John Herschel y Richard Jones  como los profesores Challenger que desgajaron la ciencia  de la charlatanería, del ingenio malicioso, la superstición o la imaginación excesiva e inapropiada.

Charles Babbage  diseñó la primera computadora; William Herschel dio unas herramioentas y principios nuevos a la astronomía; Richard Jones logró que la economía política podía basarse en principios racionales, alejados de los siempre confusos y contaminantes intereses de sectores particulares y William Whewell, un científico con intereses teológicos y filosóficos consiguió que todos los anteriores trabajaron conjuntamente para validar una forma de percepción de los fenómenos de sus propias ramas de la ciencia en un concepto progresivo unitario. 

Los cuatro científicos trataron que sus ideas y datos, unidos a un sistema articular de análisis, comprobaciones y refutaciones lograran un propósito superior: hacer el mundo más comprensible y mejor. Su enorme esfuerzo y su anhelo de entender mejor el mundo los llevó a realizar infinidad de investigaciones impulsadas por una única pasión, una ciencia liberada de la charlatanería, las ideologías, las religiones y las supersticiones. Una ciencia basada en el método inductivo del filósofo británico del s. XVII, Francis Bacon  que superaba el método deductivo tradicional.

Los cuatro miembros del Club de los desayunos filosóficos, “todos ellos lúcidos, fascinantes y eminentes, poseídos por el optimismo de la época”, miembros de la Universidad de Cambridge, se reúnen los domingos por la mañana, entre 1820  y 1870, para buscar conjuntamente un camino  de progreso a la ciencia. De alguna forma fueron los últimos "filósofos naturales" en la estela de los presocráticos griegos. De  ellos surgió una revolución científica. Y de ésta la que actualmente vivimos, la revolución tecnológica y digital, informática, de las Redes, de la I.A. (Inteligencia artificial) y del Metaverso. Lo que está por ver es si, su intención declarada de traducirla en "mejorar la vida de los hombres", ha sido coronada por el éxito. De momento hay motivos para pensar que en parte sí y en parte no. Vivimos mejor que las personas del los siglos anteriores, pero no me parece que seamos mejores personas.

Snyder hace un recorrido no cronológico por la biografía interrelacionada de los cuatro científicos y sus contactos con las grandes figuras científicas y filosóficas de su época, Darwin. Leibnitz, David Ricardo, Stuart Mill o Adam Smith. Su estilo es dinámico, fácil de entender y sumamente riguroso con  los datos y conclusiones.  Voy a citar unos párrafos del epílogo de este excelente libro: “los miembros del Club de los desayunos filosóficos habían visto fructificar al final de sus vidas los proyectos de sus tiempos de estudiantes. Habían conseguido -incluso en mayor grado que sus sueños más optimistas- encauzar a la ciencia en una trayectoria completamente distinta. Y habían ayudado a dar forma, al hacerlo, al mundo moderno, en el que la ciencia desempeña un papel protagonista”.

FICHA

"EL CLUB DE LOS DESAYUNOS FILOSÓFICOS"- Laura J. Snyder. Traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.-636 págs.- Publicado por Editorial Acantilado, mayo 2021.

 

 

 

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14 septiembre 2022 3 14 /09 /septiembre /2022 19:18

 

Montaigne constituye uno de los pensadores de mayor influencia de la historia, sin embargo, se le ha considerado históricamente más como literato que como pensador propiamente dicho, quizás principalmente, por atribuírsele a él la invención del género ensayístico. Y es precisamente ese género, su método al fin y al cabo, el que nos da las pistas para rastrear su pensamiento.

Ensayo… es decir: prototipo, intento, experimento… no hay mejor palabra para acercarse a la figura de Montaigne. Él no escribe un “Tratado” o unos “Principios”, Michel “no sienta cátedra”, no es detentor de la verdad, no persigue certezas, pone en entredicho las verdades de su tiempo y el conocimiento como algo absoluto: es escéptico. Pero escéptico no es negar, es dudar. La duda de Montaigne no persigue refutar ninguna tesis anterior a él, sino criticar el fácil dogmatismo que afecta a todos los aspectos de la cultura (ciencia, filosofía, política y religión) y las consecuencias a las que nos conduce – y de las que él es testigo en la Europa de su tiempo – como el fanatismo y la guerra.

Montaigne descubre que el hombre ha olvidado su situación en el cosmos, al estimarse por encima de todas las demás cosas. La pretensión de Montaigne es la supresión de esa actitud presuntuosa, la prudencia y la tranquilidad en todos los aspectos de la vida. Consideración de la vida como un continuo devenir y del hombre como un ser de naturaleza mutable y cambiante, no fija y monolítica.

Un hombre que valora siempre que se lleven con moderación y mesura los placeres mundanos y corporales. Para Montaigne, el cuerpo y sus placeres no deben ser algo a evitar y de lo que avergonzarse o ser purgado, puesto que Dios no nos ha dado un cuerpo para sentir vergüenza de él o para mortificarlo y reprimirlo. Esta conciencia del hombre nos da lo que para Montaigne es sabiduría. Aboga por la templanza y la prudencia. Apuesta por la moderación en los placeres y en la supresión de los vicios, pero no supresión por ignorancia o miedo, sino por conocimiento y por las consecuencias dañinas que nos puede suponer cualquier cosa en exceso.

Montaigne es un perfecto mediador en muchas cuestiones de su época, como las guerras de religión, puesto que a pesar de ser católico, no duda en recriminar a los suyos sus defectos y fallos y considerar las virtudes y aspectos positivos de los protestantes. Todo ello en armonía, lo que le valió tanto amistades como enemigos en ambos bandos de la contienda, debido a su espíritu crítico, tolerante y templado. “Que sais-je?” es su lema definitorio: un escéptico acerca de las “verdades” que conocemos, por ello un ser tolerante con las opiniones y posturas diferentes a la suya y alguien más preocupado por intentar conocerse a sí mismo y guiarse por la templanza, que de aprender lecciones y dogmas de memoria y caer en fanatismo.

 

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26 agosto 2022 5 26 /08 /agosto /2022 17:45

CONTRA EL DESASTRE TOTAL, SOLIDARIDAD GLOBAL

 

 

Los asuntos del mundo (como los del ciudadano) siguen una dinámica caprichosa en el detalle y cíclica o pautada cuando las observamos desde la distancia que marca el tiempo, pero en ambos casos hay una lógica interna –no lineal- que se ajusta más o menos a eso que llamamos la sabiduría de lo natural. Así, si haces algo mal y en contra de la línea de la armonía o el equilibrio generales, más bien tarde que temprano, las cosas se reajustarán en el sentido correcto. Así lo entendían los taoístas, los estoicos griegos y latinos y ciertos pensadores hindúes´. Es decir los que integran el núcleo de la sabiduría perenne, filosófica y ética. Viene esto a propósito de que la escandalosa y sangrienta guerra de Ucrania, que cumple seis meses, iba a destrozar el equilibrio occidental en unos días, ha entrado en el peligroso cauce de la “normalidad”. Unos y otros van poniendo parches en las heridas que mutuamente se causan y el mundo se acostumbra al goteo de muertes, destrucciones, amenazas y nuclearización del disparate. Las restricciones de energía y alimentos se minimizan con otros servicios y procedencias y todos seguimos con creciente indiferencia y mínima responsabilidad, los problemas de suministros, la inflación galopante o la brutal subida de precios de las energías y carburantes.

Reflexionemos: un análisis razonable de la situación global nos muestra que se están dando los elementos que, unidos, conforman lo que se llama una “tormenta perfecta”. Es una suma  de crisis económica, ecológica, belicista (militarización europea y asiática), climática, alimentaria, de materias primas tecnológicas, política (degradación democrática, eclosión de la extrema derecha) y humanística en sus diferentes niveles: ético-social, familiar y personal, racial, sexual.

El escenario geopolítico se resquebraja y la solución no es la que se está llevando a cabo: agudizar las diferencias, rearmar a los adversarios y afianzar supuestas fronteras ideológicas, que en puridad no existen. En el siglo XX se degradaron las polaridades dialécticas. Ahora hay diversas “tendencias” y un fondo común, capitalista y tecnológico, donde lo humano sólo es un guarismo manipulado por algoritmos y una fuente de ingresos. También se debe controlar el creciente poder de los trust multinacionales, cuyo credo único es el beneficio permanente. El secretario general de la ONU, el portugués Guterres, un político con raro sentido común, lo dijo bien claro: o acción colectiva o suicidio colectivo. El se refería al calentamiento global, yo considero que la contundente afirmación afecta a la lista completa de la “tormenta perfecta” comentada. Las conferencias internacionales, COP27 (clima), OCDE (desarrollo económico), TNP (No proliferación Nuclear) se estancan en la periferia de los problemas y aún así no logran acuerdos, mientras China se retira de la cooperación con Estados Unidos en respuesta a la inoportuna visita de apoyo de los norteamericanos a Taiwan; Rusia hace de “ruso loco” contra la OTAN, manteniendo un rumbo de colisión, e incluso anuncia que se retira del proyecto de la estación espacial internacional. La guerra sigue ante la impotencia de la ONU y las bravatas nucleares de las dos potencias en litigio, como si fuera una carta con la que se puede ganar. El gasto militar mundial se está incrementando a tenor con esa inseguridad  provocada por la falta de diálogo y de control. Pero sobre todo, debido a la emergencia de una nueva fuerza hegemónica, China, que históricamente nunca ha sido dada a la negociación: unos acuerdos como los logrados el siglo pasado en la llamada “guerra fría”, no son probables con China al otro lado de la mesa. Y a los antiguos dos colosos nucleares se han unido, además de Pekín, India, Corea del Norte y, tal vez en un futuro próximo, Irán e Israel.

El cambio climático es otro de los asuntos pendientes que se nos está yendo de las manos. La devastación provocada en el mundo por sequías e incendios comienza a “no ser noticia” porque la frecuencia adormece el interés, como bien sabemos. Las inyecciones de optimismo por la reciente medida norteamericana de apoyo económico a la transición verde, es importante pero no decisiva, y la guerra de Ucrania ha conseguido entre otras cosas que se volviera a pensar en el carbón y en las nucleares como solución. Y China, por si alguien duda sobre su inexistente solidaridad, anuncia la creación de numerosas  plantas de carbón. Eso supone que aumenta la insuficiencia de las medidas y acuerdos internacionales sobre la reducción de emisiones.

En este contexto de varias crisis concatenadas, que van interactuando entre sí, el ritmo de medidas positivas para lograr un cierto control, es claramente insuficiente. Aparte de que las medidas dependen de los regímenes políticos de cada país. Con el descrédito de las democracias  ante la falta de resultados y el empeoramiento de las crisis globales y el empuje rabioso de los extremistas radicales de ambos lados del espectro, el sentido común y la evaluación justa, rigurosa y lógica de los problemas comunes, brillarán por su ausencia. Menudo mundo estamos legando a las siguientes generaciones.

Las pandemias  -según la OMS, este verano han muerto miles de personas en el mundo debido al covid- ya han demostrado su gran poder de causar daños a todo el sistema social y económico. Según los especialistas, la cuestión climática en crisis estimulará la aparición y desarrollo de pandemias. Ello creará la bomba de tiempo, del aumento de las diferencias entre norte y sur. No sólo en el número de víctimas, sino en la duración de la enfermedad y la falta de vacunas (pero eso sí, que nadie toque las patentes). De hecho, solo la solidaridad mundial podría evitar estos descalabros. Las voces de los que piden una nueva regulación internacional de la salud, sin fronteras y libres de pagos a patentes de las que dependen vidas humanas, claman en el desierto. ¿Se imaginan si el señor Trump vuelve a aparecer en escena, para vergüenza del mundo?

La conflictividad en todos los ámbitos, atañe también al sensible mundo del comercio que se fundamenta en acuerdos  y en la confianza en que van a ser respetados. Es una estructura cada día más global, pero nos estamos polarizando de una forma brutal. Y no hay voluntad política para cambiar esto. En cuanto a la fiscalidad, las grandes corporaciones siguen sin pagar los impuestos que les corresponden. La deslocalización y la “ceguera” del poder político ante los movimientos de capital, les dejan las manos libres y los beneficios íntegros.

Es preciso rediseñar un modelo de globalización que en estos momentos sea viable. Tanto la OTAN, como la UE, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y el G-7 están mandando tarjetas de invitación a sus cumbres a países con los que nunca habían contado. Y eso está creando una polarización clara: el mundo de los valores occidentales y los que se consideran del “otro lado”, ya sean países activos o aspirantes. Se genera un alto índice  conflictivo que dificulta un modelo de  globalización.

Hemos olvidado una obviedad anunciada y denunciada hace 50 años: nos hemos saltado los límites al crecimiento y estamos limitando el desarrollo sostenible. Y no me refiero a la población mundial, que es una de las variables a tener en cuenta, sino al consumo de combustibles fósiles que ha superado en los últimos veinte años lo que se había consumido desde la revolución industrial hasta 2002. Los límites al crecimiento implican límites al consumo y en ese apartado no parece que estemos dispuestos a contenernos. En 1972 se publicó un estudio científico encargado por el Club de Roma (empresarios, científicos y políticos) a un grupo de investigadores del MIT bajo la dirección del profesor Meadows.

Los factores relevantes eran: la industrialización, la contaminación ambiental, la producción de alimentos y el agotamiento de recursos (aún no se hablaba de cambio climático, ni de guerras). Y la conclusión era aplastante: “Nada puede crecer indefinidamente en un medio finito, ni tampoco la explotación de recursos y alimentos”. Eso nos está llevando a una situación crítica para nuestra civilización. Las distancias entre ricos y pobres han aumentado exponencialmente, mientras el agua, el suelo y el aire se degradan de forma manifiesta. Hay que cambiar el estilo de vida de forma urgente y hay que hacerlo de forma solidaria. No hay, ni habrá, una “varita mágica” tecnológica que resuelva un problema que afecta a la propia esencia física y biológica del planeta, del que somos unos inquilinos más. El imperio de una sociedad  asociada al sobre consumo de bienes y servicios ha llegado al límite. El sistema de equilibrio mundial no tiene capacidad para soportar un comportamiento tan conflictivo, egoísta e insolidario y “cuanto más nos acerquemos a los límites materiales del planeta, más difícil será abordar el problema” (eso en 1972). “Se necesita una acción conjunta de largo alcance en una escala y amplitud sin precedentes. Es decir un cambio de valores, objetivos y estilos de vida a nivel individual, nacional y mundial”.  Qué enorme desafío para nuestra generación. Y que escasez de líderes dignos de ese nombre para que lo lleven a cabo. Señores, lo tenemos crudo.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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1 agosto 2022 1 01 /08 /agosto /2022 12:41

CLAVES Y MISTERIOS DEL CLIMA Y DE LOS OCÉANOS DE NUESTRO AGREDIDO  PLANETA

 

 

“La roca que se desintegra, la lluvia que nutre, el sol que estimula, la semilla, la raíz, el ave: todo son uno”.- Nan Sepherd

 

Leer en estos días los dos libros que en esta ocasión les recomiendo es un ejercicio de humildad y casi de reparación ética –si tal cosa fuera posible- para con el planeta que nos cobija y al que estamos, lastimosa pero porfiadamente, destruyendo. Tanto el del aventurero, explorador y naturalista Tristan Gooley (una especie de avatar de Indiana Jones) sobre “El mundo secreto del clima”, como el del biólogo marino Alex Rogers, oxfordiano asesor de las Naciones Unidas y de Greenpeace, “Misterios de las profundidades” (“Las maravillas ocultas de nuestros océanos y cómo protegerlas”), son libros cuya lectura y sola existencia constituyen un valioso testimonio para nuestra historia como especie, en las sombrías horas que están por venir, cuando es más que probable que la huella homicida del carbono y los combustibles fósiles acaben con el clima y los océanos tal como hasta ahora los conocíamos.

Ambos volúmenes editados por Ático de los Libros de una forma sencillamente formidable, profusamente sembrados de fotografías, dibujos e ilustraciones de todo tipo, dejan al lector –al menos a mí me ha ocurrido, mientras leía y, al margen  del libro, veía las imágenes televisivas de los inmensos incendios que asolaban nuestra tierra en ese mismo momento- con una sensación de amarga desolación, de estar asistiendo al principio del fin de una era en la que podían escribirse y publicarse libros como estos porque mostraban algo que aún existía tal como lo conocíamos históricamente….y ante lo que pensábamos que siempre tendríamos la posibilidad de conocerlos en vivo y en persona. Y también nuestros hijos y nietos. Pensar en que ese mundo está desapareciendo provoca tristeza y rabia, culpa como especie y rencor contra los intereses y personas que lo han propiciado.

El gráfico e impactante título del reportaje lo tomo prestado de una vieja, olvidada y deliciosa novela de Sir Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes y del profesor Challenger (el de “El mundo perdido”). En ella se nos describe como un experimento científico logra llegar al “corazón vivo” de nuestro planeta y éste reacciona como un ser ofendido y ultrajado. Y lanzó un alarido de dolor. Metafóricamente la Tierra está lanzando últimamente muchos alaridos: los incendios, la sequía, las pandemias, las tormentas e inundaciones… Como los antiguos griegos con “Gea”, el novelista inglés flirteaba con la idea de que la Tierra era un ser vivo al que se debía respeto y cuidado.

Esa ha sido siempre mi actitud ante la Naturaleza. Llevo medio siglo de dinámico trato con las montañas, los senderos y la vida al aire libre, así que el libro de Gooley ha sido un bello regalo para mí y lo será para cualquier persona curiosa por las cuestiones naturales: aunque quizá estemos viviendo el “Canto del cisne” de la Naturaleza del último siglo: nuestro autor dice al principio de su libro: “el clima se ha desvinculado de su hogar: la tierra”.

Gooley nos enseña a “mirar de cerca el paisaje”, a observar los pequeños detalles, zonas de sombra, vientos y brisas, la orientación de árboles, arbustos, colinas y montes; sin olvidar a los animales presentes en un momento dado, las plantas y las flores, los insectos, riachuelos y manantiales, fenómenos como granizo, lluvia y nieve, hongos y líquenes, la niebla y el maravilloso mundo de las nubes, sus formas, sus claves y la información que llevan consigo.”Cada fenómeno meteorológico puede descomponerse en estos tres ingredientes: calor, aire y agua” Y las nubes nos indican las variaciones del clima si sabes leer sus formas. “Si crecen en vertical, mucho más altas que anchas y no parecen alcanzar un tope, la atmósfera es inestable”. Para facilitarnos las cosas,  Gooley nos habla de los “siete patrones de oro” para conocer los cambios del tiempo a través de las nubes. Y reconocer las tres familias fundamentales: cirros, estratos y cúmulos. Y, naturalmente sus “primas”, cirroestratos, altoestratos, nimboestratos, cumulonimbos.

De vez en cuando Gooley se permite un momento de relajo y nos regala una experiencia propia, como el paseo por el Sahara  con un musulmán en pleno Ramadán y la delicia de los “hoodoos” (chimeneas de hadas)  y el terror (justificado, aunque muy irónico) del autor hacia los osos, que proporciona alguna que otra sana carcajada. Como dice nuestro autor: “el tiempo, sea amable o malicioso, moldea nuestra esencia y lo ha hecho desde el principio de nuestra historia”.

 

Y también nos ha moldeado el agua, el misterio de los mares y océanos. Esa es la materia de los sueños del biólogo Alex Rogers. Y en este libro sale a flote de entrada la necesidad urgente de proteger los océanos del planeta, ante el uso depredador que se hace de ellos, desde la pesca abusiva, a las prospecciones petrolíferas o de gas, o el vertido indiscriminado de tóxicos químicos o de plásticos –auténticas islas flotantes con la extensión de países- y microplásticos que envenenan a los peces y, siguiendo la cadena trófica, a los humanos.

Como se dice en el libro, la parte más profunda del océano es aún menos conocida que la Luna. En realidad no solo vivimos de espaldas a los océanos o usándolos de forma utilitarista sino que sigue siendo un lugar todavía no muy explorado por los científicos y alejado del interés y la atención de la mayoría de los seres humanos.

Hemos actuado de tal manera que en lugar de aprovechar la capacidad oceánica de ayudar en la lucha contra ese cambio, absorbiendo los excesos carbónicos  incompatibles con la vida, estamos provocando el agotamiento de esa capacidad, lo cual acelerará el proceso. Rogers nos informa de la sorpresa alarmante de haber encontrado microplásticos en lugares de las profundidades marinas que  han sido descubiertos recientemente por la nueva tecnología exploratoria. Lugares a los que jamás había llegado la criatura humana. Como escribe Rogers, “Dado que el conocimiento humano disminuye con la distancia a la costa, existe la tentación de creer que estas aguas profundas y oscuras no tienen vida y que podemos hacer lo que queramos con pocas perspectivas de daño. En los últimos 30 años he oído a los gobiernos y a las empresas vender esa tontería una y otra vez. Nada más lejos de la realidad, y cuanto más descubrimos sobre el océano, más comprendemos la importancia de la vida que contiene para el mantenimiento de nuestro ecosistema planetario, del que dependemos para sobrevivir”.

Desde las pozas irlandesas donde un niño, que luego sería un famoso biólogo marino, observaba la maravilla diversa de las criaturas marinas que vivían en una humilde charca rocosa junto al mar, hasta la defensa activa de la supervivencia de los corales (con éxitos tan sonados como detener las prospecciones petrolíferas de la Shell en aguas escocesas donde había colonias coralinas), la carrera profesional de Rogers se concentró en una defensa en distintos foros de la integridad de los océanos y la defensa de su variadísima fauna propia.

 Todo ese formidable currículum queda reflejado en los interesantísimos capítulos del libro. En el dedicado a la pesca de altura, donde condena inexorablemente los excesos salvajes de la industria pesquera mundial (sobre todo por el sistema de arrastre), pregunta irónicamente “¿Talarías un bosque para atrapar a los ciervos?”. En cuanto a su numantina defensa de los arrecifes, le dedica el capítulo 5 y lo titula “¿Cómo evitar la destrucción del ecosistema más emblemático del mundo?” Lo cierto es que el lector ni siquiera sospechaba la extraordinaria riqueza que atesoran los arrecifes, así como su labor en el vulnerable equilibrio homeostático del ecosistema marino.

 Quizá lo más alarmante es algo que ya nos es dolorosamente familiar: la premura, la urgencia y la escasez del tiempo que nos queda para tomar medidas antes de que el mal sea irreversible. Rogers nos cuenta cómo se va reduciendo el nivel de oxígeno en los océanos y una acidificación del mar que ya es 10 veces mayor que la peor registrada históricamente hasta el momento.

 

Pero el mundo sigue con la codiciosa ceguera neocapitalista al mando de la nave, mientras las temperaturas han subido 2,2 º C, sigue disminuyendo las capas de hielo en los Polos, aumenta el nivel del mar (9 centímetros desde 1993), se pierden millones de litros de agua potable por el deshielo, la sequía aumenta y se extiende, al igual que los incendios incontrolables y devastadores…¿Hasta cuando no nos percataremos que ya no se trata de encontrar remedios circunstanciales a estos problemas sino de cambiar radicalmente el estilo de vida que los ha causado?

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

FICHAS

EL MUNDO SECRETO DEL CLIMA.-Tristan Gooley.- Trad, Luz Achával Barral.- Ático de los Libros.- 399 págs.

MISTERIOS DE LAS PROFUNDIDADES.- Alex Rogers.- Trad. Joan Eloi Roca.-Ático de los Libros.- 335 págs.

 

 

 

 

 

 

 

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24 junio 2022 5 24 /06 /junio /2022 18:02

OBSERVATORIO POLÍTICO INTERNACIONAL

EL MUNDO VUELVE AL BELICISMO DEL SIGLO XX

(Publicado en La Comarca el 24062022)

En estos penosos días, la guerra de Ucrania que ya cumple cuatro meses, ha entrado en la “rutina informativa” y causado una cierta insensibilidad hacia las cifras de muertos, heridos, desgracias y destrucciones. Hasta el Papa Francisco sugiere con suavidad diplomática que “la guerra de Ucrania ha estado de alguna forma provocada o no impedida”. Y no se justifica a Putin y su responsabilidad genocida, sino se apela a antecedentes políticos recientes y otros que se produjeron tras el final de la URSS y en años subsiguientes. El belicismo expansionista de la OTAN  y los intereses ocultos, desde la venta de armas a negocios de tipo mercantil, financiero y de materias primas -incluidos los alimentos- son tan responsables de esta crisis como los políticos involucrados en el disparate bélico. Incluso el Secretario General de la Alianza, Jens Stoltenberg, un belicista que apuesta por una guerra lo más larga posible, reconoce que la invasión de Ucrania “es una de las operaciones militares más previstas de la historia”. Se venía venir desde 2014, tras la anexión de Crimea. ¿Por qué no se ha evitado? ¿Por qué se ha alimentado el victimismo ruso?

La guerra de Ucrania es un ejemplo de la trágica futilidad  de la barbarie que se ha extendido en pleno corazón de Europa, debido a la lucha de los opuestos intereses geoestratégicos de Rusia y EE.UU. La trivialidad de esta guerra y lo que la hace más abominable, es su carácter de potencial negociabilidad. Pero no ha habido unos políticos responsables a nivel humano o un organismo internacional arbitral no sesgado por intereses hegemónicos. Y tampoco ha habido voluntad de frenar al capitalismo más codicioso e insensible que existe: el que saca beneficios de la guerra. Si se plantean la pregunta ¿quién se beneficia de esto?, entenderán las líneas maestras de lo  ocurrido entre Rusia, Ucrania y Occidente, gracias al tambaleante liderazgo de Estados Unidos y los apoyos cómplices de muchos Estados, entre ellos el del “tigre dormido”, China.

Hablar del expansionismo de la OTAN, de Rusia, de China, Estados Unidos o Europa, sólo explica una parte –y no la crucial- del problema bélico actual. Las secuelas económicas, alimentarias y ambientales serán más importantes aún. Aunque estarán “equilibradas” por los beneficios que se generan por venta de armas, municiones, energía y alimentos en creciente escasez. Sólo que los primeros efectos citados de la situación bélica serán globales y los beneficios, como siempre, sólo para unos pocos. En esta época de naufragios ideológicos,  las grandes teorías político-sociales, que lucharon entre sí en el siglo XX,  se han difuminado en un tipo de sociedad postcapitalista sin principios, ni valores y con un sesgo tecnológico que nos aísla en burbujas individuales. Por eso importa cada vez menos el sufrimiento de las víctimas de la guerra o el cúmulo de intereses rapiñeros de una oligarquía mundial oculta tras la cortina del Mago de Oz…

La ausencia de rivalidad ideológica en esta nueva/vieja guerra fría que nos espera tras este conflicto, tiene una característica inédita: ya no es la lucha entre el capitalismo y el comunismo. Sino la de un capitalismo neoliberal que se pretende democrático y otro similar que se pretende “neosocialista”. Dos perros furiosos luchando por ser el “macho alfa” de la manada. Como dijo Stoltenberg, para unos, “la libertad es más importante que el libre comercio y la protección de los valores más que la de los beneficios.” Sólo palabras. Entre occidente y Rusia o China la única diferencia es que unos “eligen” la supuesta libertad pero sin olvidar los beneficios y el libre comercio y los otros eligen el libre comercio y los beneficios e ignoran el concepto “libertad”.

Sin embargo, la hipocresía de la política mediática sigue insistiendo en que la única manera de terminar con esta guerra es derrotando radicalmente a Rusia. Aunque Macron, presidente francés, apunta que “no deberíamos humillar” a  Moscú, pues a una potencia militar e histórica como es Rusia o fue Alemania tras la I GM, la humillación conduce más tarde o temprano a una revancha más sangrienta. Los antecedentes de las dos guerras mundiales subyacen en estas palabras. Europa está dividida entre los que desean mantener el conflicto hasta la derrota. Cabe preguntarse de quién y a qué precio para Europa y buena parte del mundo, salvo China y Estados Unidos.  También están los que dicen aceptar el “mal menor” con la pérdida de parte de Ucrania y dar seguridades por parte de la OTAN de respetar las fronteras rusas actuales. Esta parece ser la postura del 35 % de los europeos encuestados. El resto duda y sólo el 22% quiere alargar la guerra hasta que caiga Putin. Lo cual convertiría una Rusia humillada en un protectorado de Occidente, léase Washington. ¿Es que alguien cree que Pekín y la mitad de países del orbe, entre neutrales y no alineados iban a aceptarlo?

El mundo se ha metido en un maldito embrollo. De ahí viene la trágica futilidad de esta guerra sangrienta. Muchos apoyan una reconsideración del conflicto de Ucrania como una fuente estocástica (relativa al azar) de la historia de hoy, un proceso de evolución aleatoria, cuyo desarrollo es tan imprevisible como la secuencia de las tiradas de los dados. Por tanto, urge detener la guerra, ya que su evolución es imposible de determinar y mucho menos reconducir. Debería preocuparnos a todos, a los contrarios a Putin (países del Este, Polonia y los Estados bálticos), a los indecisos (Hungria, Bulgaria, Israel, algunos países árabes) y a los que prefieren la paz aunque sea cediendo algo. Todos perdemos, nadie gana, pero evitamos una guerra estocástica, una de cuyas variables nos podría llevar a la guerra total o a una guerra nuclear (postura de Francia, Alemania, Suecia, Italia y España).

Los tibios y los románticos rememoran la reunión de Munich en 1938, en la que los aliados creyeron que haciendo concesiones a Hitler, el jerarca nazi iba a cumplir los acuerdos y así evitar la guerra. Parece razonable la estimación “a posteriori” de un error histórico. Pero en realidad es una falacia lógica. Comparar a Putin con Hitler y la situación europea de 1938 con la de 2022, es una licencia que produce un “efecto halo”, un sesgo cognitivo definido así: “una vez expresada y establecida una idea, el entendimiento humano fuerza todo lo demás para darle apoyo y confirmación”. Y hay que forzar la historia de entonces y la actual para considerar que ambas son semejantes. Aunque Rusia sigue siendo en esta ecuación histórica, como dijo Churchill, “un acertijo envuelto en un misterio, dentro de un enigma”.

Además el expansionismo imperialista de Putin está causando un enorme paso atrás en el supuesto progreso político histórico. En primer lugar se ha hundido el sueño de convertir la Unión Europea –con Rusia-  en una fuerza mundial cooperativa y soberana que equilibraría, en un nivel de igualdad, a los dos Imperios hegemónicos que se perfilan, la China que se fortalece y el gigante norteamericano en declive pero aún poderoso.

En segundo lugar, se ha restablecido y adquiere fuerza un modelo que pensábamos periclitado: el de la guerra fría. Nuevamente Europa –que se remilitariza a marchas forzadas-  queda bajo el “paraguas” del brazo armado de Washington la OTAN y ahora, como quería Trump, costeándolo los propios europeos. El único efecto positivo es que hay un tímido reagrupamiento de los países de la UE, cuyas discrepancias comenzaban a cuartear la organización. Aunque también se ha reforzado la hegemonía de Estados Unidos, apartándose a Francia de sus pretensiones de liderazgo y creando un extraño caso de travestismo político con el Reino Unido, que sigue incordiando a la UE todo lo que puede.

Con el nuevo orden internacional que la vieja guerra fría  traerá aparejado, siempre en el caso de que se logre parar la guerra a través de hacer concesiones y poner límites a Putin, la UE podría convertirse poco a poco en el hogar de acogida de los países que habían estado bajo el poder de la URSS, vieja pretensión de Washington, frustrada por Francia hasta ahora. Ucrania sería la primera en recibir todo tipo de ayudas para compensar los sacrificios que la paz exigirá.

En tercer lugar, la política de sanciones canalizada a través de la CE y los bloqueos subsiguientes está provocando la reorganización de las cadenas de suministro de productos energéticos, alimentarios y de materias primas. Y ello acarrea un cambio dramático en los objetivos políticos mundiales de la época neoliberal a la que la guerra está dando la puntilla: es un adiós prematuro y firme a la idea de la globalización, que va a morir antes de haberse depurado de sus residuos mercantilistas e imperialistas. Los Estados-nación vuelven a reforzarse y el sueño de la solidaridad y el progreso internacionales se archiva de nuevo.

Pero resurge el enquistamiento de los problemas económicos de algunos países europeos (entre ellos España), agravados por las dificultades energéticas y de suministros que ha causado la guerra. A los que se sumarán los de los países de la antigua órbita soviética que serán admitidos en la UE por la voluntad geoestratégica del “Tío Sam”.

Y en cuarto lugar, el renacimiento de la carrera de armamentos, que nos hace mirar con nostalgia al lejano 1972, cuando Nixon y Breznev firmaban el primer acuerdo limitando el uso y despliegue de las armas nucleares y la red de acuerdos posteriores que nos permitieron soñar en un mundo sin armas nucleares de corto, medio o largo alcance. Sueño que derribó, tras el hundimiento de la URSS, un tal señor Putin. En el nuevo siglo todo volvió a recrudecerse. En estos momentos, Rusia dedica un 300% de fondos a gastos militares, China un 600%, Estados Unidos se pone a la par y la UE se propone con el acuerdo “Brújula Estratégica”, recién firmado, subir su 20% a un 35 % lo antes posible. Con países como Irán, Israel o Corea del Norte, relamiéndose ante la posibilidad de disponer de una bomba atómica para asustar a los vecinos. Los judíos tienen una maldición que dice: “Dios te haga vivir en una época interesante”. Ciertamente entramos en una era “interesante”.

Todas las exigencias que impondrá el “nuevo/viejo orden global” provocado por la guerra de Ucrania, causarán unos efectos demoledores sobre el momento histórico que vamos a vivir. Ha sido un golpe de timón radical que redirige al mundo hacia atrás, hacia un pasado lamentable. Es la sociedad del siglo XXI obligada a ajustarse a las directrices políticas y sociales de la primera mitad del siglo XX. Ese salto hacia atrás estará agravado por los millones de refugiados que buscarán acomodo en  Europa, con una UE repartiendo fondos de cohesión de una hucha cada vez más exhausta y con un patrón, Washington, al que sólo preocupa que sus objetivos geoestratégicos le repongan en un liderazgo que el siglo XXI ya había cuestionado.  Y no sin razón. ¿Qué podemos esperar de un país que sigue alimentando la idea de una guerra permanente, a fin de debilitar y terminar borrando del mapa a uno de sus enemigos tradicionales, Moscú, tan peligroso y poco recomendable como él mismo?

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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19 junio 2022 7 19 /06 /junio /2022 19:14

Durante años he leído, analizado y escrito sobre Hannah Arendt, la filósofa y politóloga alemana y judía que revolucionó el mundo de la filosofía política a partir de mediados del siglo pasado.  De vez en cuando sigue apareciendo algún libro, ensayo o conjunto de artículos de la Arendt, inéditos en español. El presente título fue publicado en inglés en Estados Unidos a finales de los sesenta y toda su casuística referida a la libertad y a la necesidad de mantener la libertad "de ser libres" está teñida con la vocinglera y animada política de aquellos dorados años en los que los idealismos corrían a la par de las razones más profundas y visibles, políticas, económicas y sociales para no sostener dichos ideales. Hasta el 2028 no ha llegado a las librerías españolas.

En esta ocasión, las reflexiones de la Arendt sobre las revoluciones, particularmente la francesa y la norteamericana,  en las cuales el concepto y la práctica de la libertad eran una exigencia y un deber, resultan de una asombrosa pertinencia en las reflexiones políticas de nuestros días. Mientras la revolución francesa supuso un punto de inflexión en la historia pero fracasó de forma desastrosa, la norteamericana de los Padres Fundadores se desarrollo de una forma triunfal pero se enceró en sí mismas y se convirtió en un asunto no exportable y sumida en sus propias contradicciones (la guerra civil, el racismo, las diferencias sociales). Pero justamente la época en la que la Arendt escribe, los norteamericanos han tratado de exportar su historia y modo de vida, de una forma espectacular tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial y de forma nefasta y absurda desde los sesenta con la guerra de Vietnam, la primera equivocación de prepotencia y soberbia bélica que luego, a través de los 80,90, y el nuevo siglo, se ha repetido una y otra vez.

La idea de la revolución resultaba atractiva como laboratorio de la libertad en la época en que Arendt escribe su libro. Ahora su lectura ya no es ilustrativa de algo deseable políticamente, pero sí como advertencia y motivo de reflexión para las jóvenes generaciones de hoy, que tienen ante sí motivos de alarma sobre la decadencia de la idea y la práctica de libertad en una sociedad super tecnificada donde el individuo sólo cuenta como consumidor.

Y así reflexiones como la que cito a continuación, lanzan el foco de la duda sobre cuestiones en las que la Arendt ni siquiera soñó: la llegada de una nueva guerra fría tras la guerra de Ucrania y el empeño de la OTAN y de Putin se resolver problemas de libertad a través de la intervención militar: " éstas aun cuando triunfan se han revelado notablemente ineficaces  a la hora de restaurar la estabilidad y de llenar el vacío de poder, de instaurar la estabilidad en lugar del caos, la honestidad en lugar de la corrupción, la confianza en el Gobierno en lugar de la decadencia y la desintegración. "

El caldo de revoluciones populares de la segunda mitad del siglo XX  fue un rosario de barbaridades y errores, brutalidad y genocidios y un regreso a la represión aún más dura que la colonialista puesto que venía de una minoría corrupta y armada de  los propios ciudadanos del país. Y es que, como decía Condorcet, "el adjetivo revolucionarias solo puede aplicarse a las revoluciones cuyo objetivo es la libertad", justamente lo que menos interesada a las élites que se aprovecharon de ellas. Como recuerda la autora, ninguna revolución se ha iniciado nunca por las masas de " los  oprimidos, los desdichados, los miserables y los condenados de la tierra" como cantaba la Revolución francesa. La revolución sólo es posible allí donde se desmorona la autoridad política, falla la estructura misma del poder. La revolución parece ganar siempre al principio, porque recogen los pedazos del poder que había, pero  éste no tarda en volver a estructurarse ( el poder es una alianza entre la economía y la política) y acaban con la revolución bajo un nuevo orden, casi siempre tan o más represivo que el anterior. Ya que la liberad de ser libres significa ante todo ser libre no sólo del temor, sino también de la necesidad. Y eso solo está en la mano de una minoría.

Como decía Sant Just, nos recuerda la Arendt,  "Si queréis fundar una república, debéis encargaros primero de sacar al pueblo de un estado de miseria que lo corrompe. No se tienen virtudes políticas sin orgullo. No se tiene orgullo en la indigencia".

Y para los idealistas, la Arendt recuerda las palabras de Maquiavelo:  "no hay nada más difícil de realizar, ni de resultado más dudoso, ni más peligroso de gestionar, que iniciar un nuevo orden". Y eso sirve de aviso para navegantes de esta autora para la que estuvo claro ya en aquellos años de las dificultades que causaría el resurgimiento del Estado nacional en un mundo dominado por procesos económicos globales. " Es decir, hoy.

FICHA

LA LIBERTAD DE SER LIBRES.- Hannah Arendt. Trad. de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda.-87 págs. Ed. Taurus

 

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8 junio 2022 3 08 /06 /junio /2022 12:19

El fascinante mundo privado de una amistad entre dos genios más o menos parejos, en realidad dos de las plumas en lengua alemana más leídas en el mundo, Hermann Hesse y Stefan Zweig, es un enorme placer no sólo para los amantes de los ensayos y novelas de ambos, sino para cualquiera que quiera entrar en la convulsa época en la que ambos vivieron, dos guerras mundiales, la persecución y el exilio y, en el caso del austriaco un suicidio inducido por la desesperanza y el miedo a los nazis. 

Es Hesse el que "rompe el hielo" y manda a Zweig un libro de poemas que acaba de publicar -costeándose con apuros la edición- y pidiéndole a cambio un ejemplar del "Verlaine" de Zweig, que ya es un escritor consagrado. Pero es la amable, cortés y extensa respuesta de Zweig la que realmente impulsa un epistolario que se extenderá por un periodo de 35 años. Hesse no era muy amigo del trato con escritores  y de formar parte de esa  " Liga secreta de los melancólicos" que según Zweig debería instituirse para los poetas y escritores en lengua alemana. Pero  el peculiar poeta y novelista alemán comprende de forma prematura que se encuentra frente a un "hermano" austriaco que, como él, será uno de los baluartes literarios de la razón, el bien y la solidaridad en los tiempos más sombríos que había conocido la humanidad.

Este precioso libro editado por Acantilado es un semillero de sugerencias y datos de los dos escritores que permiten lanzar una mirada furtiva a las maneras de pensar y de ser de las dos enormes figuras de la literatura del siglo XX.  Hesse era cuatro años mayor que Zweig y le sobrevivió 20 años. No solo se nos ofrecen ciertas claves que nos ayudan a comprender mejor a estos autores y sus obras sino  que, a través de las cartas,  nos regalan los testimonios de una época convulsa y la maduración intelectual de ambos a tenor de los acontecimientos. La relación epistolar empieza en 1906 y durará prácticamente hasta el suicidio de Zweig en Brasil en 1942.

Zweig, perteneciente a la burguesía austriaca, cultivado, viajero por medio mundo se considera a sí mismo y a Hesse  "afines del alma", aunque éste apenas tiene estudios, es poco sociable, vive solitario en plena naturaleza, junto a un pueblo de menos de 300 habitantes y no le gusta viajar. Quizá debido a ese fuerte contraste su relación es casi totalmente epistolar  y sólo se verán en dos ocasiones. Pero ambos mantienen una postura racional y pacifista en una época en la que eso era considerado poco menos que una traición.

La conexión existencial e intelectual entre ambos escritores se refleja fuertemente en las cartas que leemos. Es reconfortante comprobar el temprano fervor europeísta de ambos y su decidida defensa de una comunión entre la estética y la ética. "Nulle estética sine ética", una vez "se alcanza cierta altura moral".

En la última carta de Hesse resulta impresionante y profética  su frase "En ocasiones la amargura nos impregna como el agua a la esponja". Pues sería esa impregnación de amargura y temor la que empujaría a Zweig a morir junto a su esposa, ingiriendo Veronal, ante la desaparición del mundo que él amaba y el caos que extendían los nazis por Europa. Hesse había entendido sin duda, la extrema decisión de su amigo, ya que el suicidio como vía de escape a situaciones no aceptables, había sido intentado en dos ocasiones por el novelista alemán.

Como escribe el compilador, "en épocas de extravío, en periodos de desorientación, nada es más urgente como las enseñanzas que estos dos autores han extraído de las catástrofes del siglo XX". Mientras leía el libro, me sorprendía la calidad anticipatoria de muchos de los comentarios que Zweig y  Hesse compartían en sus interesantes misivas. En esta época nuestra que parece querer superar los horrores del siglo XX, esta es una lectura evocadora y sugestiva. No se la pierdan.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

CORRESPONDENCIA, HERMANN HESSE Y STEFAN ZWEIG.-Ed. Volker Michels. Trad. José Anibal Campos. Ed. Acantilado.-227 págs.

 

 




 

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5 junio 2022 7 05 /06 /junio /2022 11:35

Artículo publicado en la revista "Compromiso y Cultura" de junio 2022

El espionaje produce montañas de documentos: el 99 % no deberían ser secretos y la mayoría  son irrelevantes

 

Desde John Le Carré a Graham Greene o Ian Fleming en la ficción, pasando por los reales “Pegasus”, el Mossad y la KGB o el MI-6, la peste de los espías sigue contaminando la política exterior e interior de los países afectados (que en general lo son todos, los poderosos y algunos que no lo son). Claro que ese sórdido mundo  que ha excitado la imaginación literaria y la cinematográfica del último siglo, no tiene nada que ver con James Bond, el espía seductor e invencible, ni con el romanticismo elegante y amoral que se suele añadir a historias más bien patéticas como la de Mata-Hari, Christine Keeler (caso Prófumo) los Rosemberg, Kim Philby, Anthony Blunt o Ivanovich Abel (El protagonista de la brillante película de  Spielberg  “El puente de los espías”).

Los “arcana imperii”, los famosos secretos de Estado, cuya defensa o adquisición han sido objeto de incontables ensayos y narraciones desde los tiempos de griegos, romanos o egipcios. Pero lo cierto es que, desde la  modernidad hasta nuestros días, la idea, tan sobrevalorada, de los “arcana”, está a la baja. A través del análisis de los famosos Papeles del Pentágono y la guerra de Vietnam, realizado por la filósofa alemana Hanna Arendt (“La mentira en política”) se desmitifica el valor de los tan preciados documentos secretos. “Uno de los peligros del exceso de la ‘clasificación’ de documentos es que no sólo niega el acceso a los ciudadanos y a sus representantes electos el acceso a lo que deben saber para formarse una opinión y tomar decisiones, sino que los que reciben la autorización para conocer los hechos relevantes, permanecen cómodamente ajenos a ellos. Y no es porque una mano invisible se los oculte deliberadamente, sino porque tienen unos hábitos  mentales que no les facilitan ni la inclinación ni el tiempo necesario para buscar hechos pertinentes  entre montañas de documentos, noventa y nueve por ciento de  los cuales no deberían ser secretos y la mayoría de los cuales son irrelevantes con respecto a fines prácticos”. “Vietnam –concluye la Arendt- es un ejemplo increíble de la utilización de medios excesivos para conseguir objetivos de poca importancia en una región de escaso interés político-estratégico”.

En un mundo global dominado por la ubicuidad y omnipotencia de los móviles, internet, redes sociales, drones y “hackers” el tema de los espías y los “arcana imperii” resulta por lo menos superfluo, aunque se pueden vivir casos tan ridículamente explotados como el sistema “Pegasus” y su uso contra políticos españoles e independentistas. Con el “catalangate” los “indepes” logran una vía más para su victimismo y además el Gobierno les regala el lamentable sacrificio de una ministra –por actividades de seguridad nacional, la mayoría refrendadas por el correspondiente permiso judicial-  y como propina,  obtener paso libre para fisgonear en un organismo que se ocupa de cuestiones más graves que los coqueteos de determinados políticos catalanes con alguna “potencia del mal”, léase los siervos de Putin.

La torpeza y el interesado pactismo gubernamental puede poner en peligro las misiones del Centro Nacional de Inteligencia y la seguridad nacional. Imaginen el clima esquizofrénico que supone que “los enemigos del Estado” a los que se había ordenado vigilar (ERC, Bildu y la CUP) sean los “socios” que garantizan la mayoría parlamentaria. Sería interesante saber qué opinan los socios de España en la OTAN, cuya “cumbre” es dentro de un mes y pico en Madrid. Pero muy abiertos a compartir secretos no creo que estén.

De todas maneras, dejando al margen la presumible falta de lógica del mundo del espionaje en estos tiempos, la dinámica de los recientes acontecimientos sugiere algo alarmante: la previsible vuelta a una nueva “guerra fría” (ojalá no sea “caliente”) y con ello la alarmante tragicomedia psicológica mundial de la segunda mitad del siglo pasado, esta vez con tres actores principales, los EEUU, la Rusia putinesca y China. El régimen chino “prospera” bajo el capitalismo más salvaje y consumista, con el guantelete de hierro de un autoritarismo vestido con la lógica del superviviente y la disciplina férrea del partido pseudocomunista. Pekin pasa a primera línea en la lucha por la hegemonía, mal que les pese a los otros dos.

En el libro de Pere Cardona, “Osos, átomos y espías” (ed.  Principal de los Libros) podrán comprobar ustedes la escasa categoría de los políticos y científicos, espías, prensa y pensadores  que –con honrosas excepciones- habían de auspiciar un nuevo orden tras la Segunda Guerra Mundial. Tensión, miedo al holocausto nuclear, batallas de medios de comunicación y la actividad penosa de los servicios de inteligencia (esos organismos son a la inteligencia lo que la música clásica a la música militar), forman un entramado que muestra la sobrevivencia activa de la estupidez, el orgullo, la vanidad y la codicia de los hombres.

El problema no es que todo ese paquete desvirtuara las cuestiones ideológicas –las más citadas y las menos respetadas- en aquellos tiempos, sino el que  no aprendimos nada y por tanto volvamos a repetir errores semejantes. En cuanto a los intereses financieros, comerciales, nacionalistas o racistas siguen siendo el motor del proceso. Por tanto vamos a volver a la “guerra fría”, con sus hornadas de informantes, negociantes, granujas de toda laya, vampiresas sin traje largo, “frikis” informáticos comprados en subasta o drones de alta AI capaces de destrozar algo con la eficacia de un rayo laser y sin riesgo alguno. Sin embargo, es un ejercicio de conocimiento crítico muy útil leer los errores, arbitrariedades, exageraciones y ridículas tragedias causadas por políticos, militares  y espías en acción durante la anterior “guerra fría”. Sumemos las anécdotas que han sembrado las posteriores “guerras calientes” en Vietnam, Afganistan, Siria, Irak, Oriente Medio (etc.). Pues bien, lo que nos viene encima  amenaza con superarlas. A más medios y parecida estupidez irresponsable, mayor daño.

Lean consecutivamente a Hanna Arendt y a Pere Cardona. A través  de una pedagógica proyección del pasado sobre el futuro en estos textos, veremos la clase de cóctel explosivo que se está preparando. Y aunque sabemos que el azar puede alterar todas las previsiones, es más que probable que algunas de las cuestiones que apuntan esos dos libros las veamos más o menos fielmente reflejadas en eventos futuros, no tanto en los detalles como en las líneas de actuación y su falta de sentido común, coherencia o veracidad.

Analicemos algunos datos del libro de Cardona: Quizá habrá algún caso semejante al de los Rosemberg en Occidente, China o Rusia; el nuevo Powell no será un piloto eyectado sino un empresario tecnológico o alimentario; redes como la de Trigon las esparce la CIA y la KGB por todos los países; será probable que un futuro presidente Trump (si tienen –tenemos- tan mala suerte) o el mismo Putin, pidan a sus perros de presa que atenten contra la vida de cualquier dirigente político incómodo, como con Castro en tiempos de Kennedy. Pero no se dará la jugada de carambolas que provocó la caída del Muro de Berlín. Y menos la de la pequeña Samantha Smith cuya carta dirigida al presidente Yuri Andrópov en 1983 logró frenar un conflicto nuclear.

La conclusión es que, con algunas excepciones, el entramado de políticos mal formados, de militares que van,  a lo suyo y de servicios de “inteligencia” que no son inteligentes, va a causar que en la segunda mitad del siglo XXI (si no nos hemos quedado sin planeta antes) salgan narraciones y anécdotas, quizá no en libros de papel –espero no llegar a ver tal cosa- similares a las que nos cuenta Cardona. Aunque ya no podrán titularse con mención a osos (extinguidos). Pero sí a espías, paradigma del chismorreo interesado, a menudo falaz y casi siempre inútil.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

FICHAS

OSOS, ÁTOMOS Y ESPÍAS.-Historias sorprendentes de la guerra fría.- Pere Cardona. Ed. Principal de los Libros. 428 págs. //LA MENTIRA EN POLÍTICA.- Hanna Arendt.- Trad. Carmen Criado.- Alianza Editorial.-101 págs.

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2 junio 2022 4 02 /06 /junio /2022 18:34

¡ALTO! , ¡EL LIBRO O LA VIDA!

(Charla pronunciada en la Biblioteca municipal de Beceite, el 28 de mayo de 2022)

 

Buenas tardes.  Eso del libro o la vida es una broma destinada a llamar su atención. Les voy a hablar de libros y del acto y función de leer.  Después de más de 70 años de leer de todo, en todas partes y en todos los momentos que podía dedicar a ello y algunos en los que no debía, he llegado a una conclusión. Leer tal vez no te haga más inteligente, pero desde luego te hace menos ignorante. Pero claro piensen que los libros son como los paracaídas, si no los abres no sirven para nada. He aprendido en ellos que un lector puede vivir mil vidas distintas y apasionantes, don Quijote, el mosquetero D’Artagnan, Anna Karerina, el capitan Acab y su Moby Dick, Ulises o Aquiles, sin embargo la persona que no lee vive solo la suya y quizá no la aprovecha del todo. Cicerón decía que un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma. Y tengo claro con mis propios hijos, que un niño que lee será un adulto que piensa. No voy a entrar en la actual batalla entre libros de papel y libros digitales. Un amigo informático me dijo cierto día, qué maravilloso invento el libro: no se cuelga como internet, no hay que enchufarlo, no necesita adsl, es fiable, hermoso y duradero. Su texto no desaparece por un fallo o por la obsolescencia programada, es fácil de hojear, volver atrás o hacer spoiler y mirar el final, no requiere mantenimiento y es mucho más fácil de recordar y de leer sin interrupciones digitales como mensajes y wsaps, no genera basura tecnológica, es resistente a golpes, caídas y un razonable maltrato. Y cuando los tienes juntos forman un escenario, la biblioteca, de lo más hermoso y acogedor. Y aún  así  les aseguro que lo que sigue es una verdad relativa. Quiero decir que lo es para mí y para los que sienten como yo. Así que los que no opinen lo mismo, disculpen y paciencia. Aquí se va a hablar de amor a los libros.

Pero volvamos a lo de comparar el libro y  la vida…dos términos que parecen muy alejados entre sí, casi opuestos. Cuando uno lee, ¿vive? ¿Puede uno vivir sin leer? ¿Acaso los libros favorecen la vida o más bien la dificultan? Serias preguntas…sin respuesta posible. Depende de a quién y de qué libros. Miren ustedes, el Beatle John Lennon dijo que la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados en hacer otra cosa. Pues bien, cuando esa “otra cosa” es leer, mantener amistosas relaciones con los libros, la vida se vuelve más amable y divertida. La comunidad lectora es una de las más fraternales que conozco y no hay placer más gratificante que dos desconocidos que charlan y de pronto descubren que ambos son  aficionados a un determinado autor o género literario. Apúntense a un Club de Lectura y lo comprobarán.

Mi propia vida ha estado marcada desde muy tierna edad por la convivencia con los libros. La de ustedes lo ignoro, pero el objetivo de esta charla consiste en demostrar que, con independencia de nuestras edades,  formación, familias y entornos sociales, al margen de todo esto, los dos elementos de la ecuación, libros y vida, suelen estar, de forma directa o indirecta en relación causal: a más libros, por supuesto leídos, uno obtiene más datos de lo que es una vida buena; cuantas más lecturas hagamos, quizá haya más posibilidades de apreciar los diferentes aspectos de la vida. O no. Lo cierto es aunque los libros y su lectura no garantizan nada… a cambio de muy poca cosa, el precio del libro y el tiempo de leerlo, no sólo nos concede diversión y amplía conocimientos (lo cual no es poco) sino nos regala algo que se va depositando en nuestra memoria y que crece y se multiplica en forma de ideas, sugerencias, anécdotas, placer y sabiduría. Por leer no seréis más ricos o tendréis una casa  o un coche más valiosos. Aunque quizá la suma de lecturas faciliten indirectamente las circunstancias que favorecen esas condiciones de prosperidad económica o social. Y, en todo caso, lo que suele obtener el lector a menudo, es más sentido común, un poco más de humor, sano escepticismo, paciencia y algunos trucos para sobrevivir en la selva de la vida.

El libro es a la vida lo que la sal al guiso de la existencia. Y para algunos, la cocina y la despensa completas. Ustedes estarán pensando, “qué nos está contando este tipo?. Seguro que vive de los libros, debe ser editor, librero o, Dios nos coja confesados, escritor”. Pues sí, la peor de las suposiciones es cierta. Me nacieron escritor, ante la perplejidad y el desconcierto de mis padres, hermanas y otros allegados. Creo recordar que hubo un remoto escritor en la familia. Fue el autor de un solo libro “El triúnfulo melancólico” allá por el siglo XVIII o XIX. Era un espadachín pendenciero y un truhán además de poeta satírico y burlón. Terminó mal, como era de esperar. Descanse en paz y sigamos.

De entrada sepan que no he publicado muchos libros, ni soy  popular (gracias a Dios), ni acudo a tertulias en Tele5. Ni aspiro a ser un “infuencer” en la Red. Sólo publiqué una decena de títulos hace años y mi formación tiene más que ver con el periodismo, la filosofía y la psicología que con la novela, la poesía o el ensayo. Abandoné la narrativa y me dedique a la crítica literaria, como un trabajo más que me permitía escribir y leer y, por supuesto, lograr libros gratuitamente. A la velocidad que leo y lo exigente que me he vuelto sobre los libros, no hay sueldo y menos pensión de jubilado, que resista una visita semanal a las librerías.

La lectura es algo esencial en la vida de muchas personas, al margen de su edad y de las desdichas y satisfacciones que colecciona en su existencia. Y muchos de nosotros, les diré como confidencia, nos apañamos económicamente en la adquisición de libros gracias a las Re-ready, unas librerías “low cost” que se abrieron en algunas capitales, Lérida, Barcelona, Zaragoza, Madrid y no sé si en Teruel, en las que se encuentran libros muy interesantes por dos o tres euros el ejemplar.

Pero sigamos con la relación entre la vida y los libros. El filósofo griego Sócrates aseguraba que una vida en la que no se piensa en lo que uno hace, lo que desea y lo que ama y se vive de forma casi automática, sin buscar la mejora, el conocimiento, es decir, una vida sin pensar, no merece la pena ser vivida. Pues bien, los libros son una de las herramientas que nos pueden dar esa conciencia de vivir una vida mejor, la vida buena.  Aunque como dije al principio, en realidad, aunque sea sin libros, la vida siempre merece la pena ser vivida. Pero puede ser que  no se viva tan plenamente.

A partir de este momento hay dos caminos a seguir: uno, hablarles de autores y de sus libros, desde los cuentos de hadas a las memorias de cualquiera de los políticos ejemplares que tenemos en este país,  o el último best seller de autoayuda, un tipo de libro de gran acogida. Se trata de recocinar a cualquier clásico en un lenguaje de wasap o de tic-tac o instagram. Prometen mucho y dan poco. También por supuesto puedo hablarles de los clásicos. Pero en estos tiempos de buenismo y denuncias de mala conciencia  se están manipulando elementos y finales de historias clásicas. Así Caperucita Roja llega a un acuerdo con el lobo, antes de merendarse a la abuelita, por supuesto, por aquello de especie protegida. Emma Bovary, Anna Karerina, la Regenta, Helena de Troya, la señora Dalloway, célebres adúlteras, son redimidas antes de su última caída por aquello del feminismo militante; Moby Dick   es amnistiado por un Acab ecologista y proballenas. Lo políticamente correcto –una hipocresía que se extiende sobre el sexo, la raza y la historia - elimina el racismo implícito en Otelo o el sexismo homófobo en Billy Bud o los genocidios de negros e indios. En fin, sería un tema divertido si no fuera penoso.

Ese el camino que dejamos de lado en esta charla. Seguiremos otro, más interesante por ser menos ambicioso, que me lleva a hablar de cómo se escribe un libro desde el punto de vista limitado y humilde de un solo autor, al que conozco bastante bien. Se trata del individuo que tienen frente a ustedes. Yo.

Dada mi escasa relevancia como autor de novelas, me justifica mi amplio historial como hombre de pluma, escribidor experto en artículos, reportajes o comentarios de todo tipo, literario, filosófico, político, social o económico. Les hablaré de una extraña pulsión interna que es la escritura como medio comunicativo por excelencia. Ya sea a través de las efímeras páginas de un periódico, de una revista o las más duraderas de un libro. Salvo que dichos libros sean quemados en autos de fe, incendios involuntarios u hogueras fanáticas. Cosa que ocurre de vez en cuando en algún que otro país.

Sigamos con el rollo: ya sea usted novelista, narrador de relatos o novelas cortas, periodista o crítico, la forma y manera de hacer su trabajo es semejante. Empezamos con el hecho o conjunto de eventos que  tienen categoría para ser noticia y disparan el impulso de la realidad sobre la sensibilidad del que va a escribir. Pero este sujeto debe tener en cuenta  el entorno social, económico y político en el que se desarrolla el acontecimiento, ya sea local o internacional –como la pandemia o la guerra en Ucrania-, que, dada su relevancia,  constituyen una ruptura del proceso rutinario de la vida y marcan un “antes y un después”. Es la colisión entre esos eventos y la imaginación de escritor donde surge la chispa y la interpretación literaria que luego se reflejará en el texto.
Una vez aclarado el proceso –nacimiento de la causa- y el desarrollo: investigación y recreación de dicho elemento, pasemos a ejemplos prácticos para ilustrar la conexión entre la vida, la realidad,  y el texto que surge de la mente del escritor. Para ello, si me lo permiten, hablaremos de mi  propia obra y por qué y cómo escribí esos mis libros.  

Empecemos con “La última noticia”,  la primera novela que publiqué. Su argumento se desarrolla durante un par de días y narra la trepidante jornada laboral en un periódico de alcance nacional que se enfrenta a dos problemas simultáneos: una posible huelga laboral que enmudecería al diario y el estallido de una crisis internacional de graves consecuencias. Comienza con las noticias de una pequeña guerra real muy localizada entre Argelia y Marruecos con respecto al Sahara. Por una suma fortuita de  mala gestión política y pequeños malentendidos y errores entre las partes en conflicto se acaba convirtiendo en un enfrentamiento nuclear entre la URSS y los Estados Unidos. Ello ocurre en un entorno político de guerra fría entre las potencias y el temor popular internacional  a una guerra nuclear en  la sociedad de los 70 y 80 del siglo pasado. Como periodista tenía amplio acceso a los teletipos que informaban cada día y a todas horas de lo que ocurría en las arenas del desierto de El Aaiun. Ese aporte documental me facilitó solucionar los detalles argumentales, haciéndolos verosímiles. No les diré como acaba la historia: el título es suficientemente explicativo. El protagonista ofrecía “la última noticia” a un mundo que estaba siendo destruido.

Ya hemos visto cómo la profesión del autor le proporciona a éste los elementos operativos para llevar a cabo su labor.  A ello debemos unir los elementos de tipo personal y biográfico. Por ejemplo, en otra de mis novelas “Diario apócrifo de un joven seductor”, se narra la vida de un individuo que trabaja en un Banco y se siente explotado en una labor que carece de sentido para él. Siente que su vida se arruina. Mi protagonista, el joven seductor, está basado en un joven real, un compañero de Facultad que por razones familiares y económicas se ve obligado a  abandonar su vocación de poeta y sus estudios de Filosofía y Letras para encerrarse en el estrecho mundo de los empleados bancarios de bajo nivel en los años setenta. Las anécdotas y los sentimientos y emociones que le asaltaban en sus horas de aburrido y rutinario trabajo de oficina, me inspiraron  los detalles psicológicos que daban humanidad a mi protagonista y a sus esfuerzos por huir de ese ambiente. Aquí aproveché las vivencias de mi amigo pero sobre todo me alimenté de los usos sociales de la clase media baja en la Barcelona de la época, la represión religiosa y política, el tímido renacer de la protesta estudiantil y obrera y la exigencia de derechos.

En “El gran apagón”, recreo los acontecimientos, sucesos y accidentes que se producen en la Barcelona de finales de los 80 a causa de una avería del servicio eléctrico que afecta a toda la ciudad. Conté con la ayuda técnica de un conocido que trabajaba en una compañía eléctrica. Me informó de cuáles podían ser las causas accidentales de una avería lo suficientemente grave como para dejar a oscuras a toda la ciudad. Además eché mano de libros y reportajes sobre los grandes apagones de Nueva York de 1965 y 1977. Lo más interesante fue imaginar cómo y dónde se producían los supuestos altercados, delitos y problemas que el apagón creaba en las calles, parques y establecimientos públicos y privados de Barcelona. El apagón me permitía dejar libre juego a mi imaginación. Estaba llena de posibilidades: una gran ciudad asustada, desbocada, a oscuras, difícil de controlar y vigilar, en la que la delincuencia tenía las manos libres y también los movimientos de oposición política o de protesta social o laboral  que abundaban en esa época.

Un mes después de salir a la venta la novela, se produjo realmente un apagón en Barcelona. Un diario de entonces “El Noticiero Universal”, tuvo la idea  de publicar una doble página en la que se contrastaban los sucesos ocurridos en el apagón real con los que yo había imaginado. Para mi sorpresa al parecer me quedé corto. Como dijo un comentarista: “la realidad da sopa con hondas a la imaginación de cualquier novelista”.

Para comprender cómo funciona el engranaje creativo entre la imaginación del escritor y la realidad que la moviliza, hay que percatarse de que dicha realidad suele estar filtrada y a veces condicionada por elementos puramente biográficos y que actúan de forma disimulada, a menudo con tanta habilidad que ni siquiera el autor se percata de ello. Y así, en otra de mis novelas “Cualquier día en la ciudad”, que obtuvo el Premio Ciudad de Gerona 1977, volví a usar el esquema narrativo de hacer que el protagonismo lo tuvieran las calles y barrios de Barcelona –es una ciudad de unas enormes posibilidades literarias creativas- en una fecha arbitraria pero real (11 de octubre de 1976, lunes) novelando los comportamientos cotidianos de una serie de personas durante el mismo espacio limitado de tiempo, un solo día. ¿Era una idea propia, genuina? No. Se trataba de un juvenil y excesivo intento de escribir una réplica  del “Ulyses” de James Joyce, que también transcurre en un día determinado (16 de junio de 1904)  de la ciudad de Dublin, con una serie de personajes que deambulan por los pubs, las calles, jardines, el río, instituciones y domicilios privados de la capital de Irlanda. La obra de Joyce es rememorada cada año desde 1954 en Dublin, con el “Bloomsday”, con bebidas y jolgorio literario en los mismos escenarios de la novela.

En esa novela se pueden ver claramente las influencias literarias. En mi caso, la de Joyce por supuesto, pero también el Cortázar de “Rayuela”, así como Goytisolo o Pérez Reverte. Está claro que, como dice la célebre frase, la mayoría de los novelistas y  poetas de una época somos como enanos subidos en los hombros de los gigantes de las anteriores épocas. La tradición literaria de cada país,y la universal en todos los casos, es el sustrato alimenticio de cada escritor.

En el caso de otra de mis novelas “El mosaico de Perseo”, donde  es evidente la influencia  de John Le Carré, Graham Greene o Somerset Maugham. Se trata de  una novela de espías que se desarrolla en Túnez en torno a los servicios secretos de españoles, norteamericanos y franceses. En esta ocasión usé información real sobre la red de los servicios secretos europeos, americanos y del norte de África, todos ellos intrigando en torno al control de las fuentes energéticas en Argelia, Marruecos y Mauritania. Fue una narración inspirada por mi trabajo de corresponsal en la zona. Fui enviado a Túnez a indagar sobre la posición de ese país en el problema político del Magreb con respecto a la guerra del Sáhara entre el Frente Polisario y las fuerzas marroquíes para controlar las riquezas minerales y energéticas del territorio saharaui. Mi novela trataba de reflejar la complejidad de lo que ocurría, sin recurrir a alimentar temores nucleares.

Sin duda los escritores están siempre bajo el influjo más o menos directo de una forma propia de pensar y percibir el mundo, identificable en casi todas sus obras. Es más evidente en genios de la talla de Cervantes, Dickens o Faulkner. A mi humilde nivel, ese influjo sueles ser un simple cúmulo de circunstancias, no especialmente raras o llamativas, las que me impulsan a escribir sobre ellas, dejando libre mi imaginación. Por ejemplo, tras un cursillo que realicé sobre antropología de las fiestas populares, me sugirió el profesor que  hiciera un estudio de campo sobre el Carnaval como fiesta ancestral, pagana y también religiosa, enriquecida por supersticiones y leyendas. Así que me fui a las Canarias en la época de los Carnavales y tomé notas para escribir el estudio antropológico que se me pidió.  Sin embargo, en lugar de ese trabajo erudito preferí escribir una novela sobre el Carnaval en Santa Cruz de Tenerife: “Bajo la máscara”. Se trataba de una narración que se desarrollaba en torno a un asesinato. Un terrateniente isleño era víctima de un crimen ritual en plenos Carnavales. Los protagonistas eran una periodista, un antropólogo y un policía, junto a algunas personas de la ciudad. Eludiré mi crítica sobre el libro.

Y para terminar, hablemos de “Demasiados verdugos para Albi”, un relato detectivesco muy alejado de los clásicos del género. El protagonista, Albi, un viejo periodista de sucesos muere víctima de una misteriosa enfermedad, sospechosamente en el momento más inoportuno, cuando estaba a punto de aportar pruebas sobre la corrupción de una oligarquía financiera que dominaba de forma brutal la ciudad. Para diseñar el argumento de ese relato policiaco con muerto incluido, confieso la deuda adquirida con la novela “El factor humano” de Graham Greene, de donde “pirateé” la fórmula de un curioso veneno que no deja huellas. Aunque este es un detalle menor. Lo interesante es que Albi usa su propia muerte  y sus artículos por publicar y publicados para mostrar, matemáticamente, las pistas que lleva a la policía a desenmascarar a los delincuentes de guante blanco que él denunció en vida. Ese fue mi adiós a la novela.

En resumen, desconfíen de muchos de los tópicos del escritor. Tanto el que dice que suda lágrimas de tinta para hilvanar sus historias –es raro el escritor que sufre realmente por escribir, salvo gente desequilibrada pero genial, como Kafka, Dostoievski o Malcom Lowry-. Y tampoco son de fiar los que dicen que lo pasa pipa. Lo cierto es que cada libro tiene sus servidumbres. Y que la valía de un escritor suele estar en relación directamente proporcional con el esfuerzo que dedican a escribir. Cada escritor es un mundo en sí mismo y no es justo generalizar. Tengan en cuenta que no sólo el tema, el estilo o el vocabulario son relevantes. El estado anímico del escritor, sus  problemas personales, económicos o sentimentales influyen en su obra. Todo suma. Por eso no es lo mismo Dickens que Proust, Lawrence Durrell, Joyce o Stefan Zweig. Hay quien hilvana ideas y palabras como si fueran las cuentas de un collar, como Henry Miller. Otros se baten con cada frase, como Ernest Hemingway o William Faulkner que siempre dejaban el trabajo diario en el punto en que tenían más cosas que escribir, para así asegurarse que al día siguiente iban a reanudar el trabajo.

Otro de los tópicos literarios que hay que tratar con pinzas es el de la maldición de la página en blanco. La cual sólo consta para escritores del siglo pasado, como yo, aunque en mi caso he superado la transición hacia el ordenador. Ahora es el maldito cursor parpadeante en la pantalla vacía del ordenador el que, como una burla del duende de la escritura, obsesiona al pobre autor que tiene la mente tan en blanco como la pantalla. Tampoco se lo crean demasiado. No hay encantamiento ni duende que valga. Detrás siempre hay una excusa o una constatación. O el tipo se ha equivocado en cómo debe continuar la historia que desea contar o simplemente no tiene ninguna historia que valga la pena narrar. Ese hecho es lo que le deja en blanco.

Sin embargo existe en algunos escritores un elemento indefinible y misterioso. Hablo de escritores como Kafka, Hermann Hesse, Henry James, Saint Exúpery… y de casi todos los poetas. En sus páginas aparece de pronto una frase o una imagen que estremece al lector. Es un detalle, una anécdota, un resplandor que nos asalta de pronto en plena lectura, que resalta como un brillante, un personaje que nos seduce, una reflexión que nos ilumina. Puede ser un diálogo de Hemingway o Mann; la descripción de un paisaje en Zweig; un sentimiento en “El pequeño príncipe” de Saint Exúpery; el final de “Auto de fe” de Elías Canetti…  Todos estos momentos, en sí mismos, forman parte del embrujo de la literatura. Y por esos instantes vale la pena leer, escribir, publicar y comprar libros. Es una emoción sencilla, quizá banal dirán ustedes, pero prodigiosa y reconfortante.

Un crítico célebre dijo que el escritor es más una comadrona que una madre. Su misión es traer al mundo a un niño, es decir un libro, con el menor daño posible: “si la criatura vive, gritará y se librará de cordones umbilicales y sondas alimenticias del ego del escritor” Vivirá por sí mismo, se independizará del autor. Éste sólo tendrá que cuidar las palabras que usa. Y eso se nota en el ritmo del libro y en su capacidad para encantarnos. Con su extraña relación entre el consciente y el inconsciente, la novela implica un proceso que ni los escritores ni los críticos llegan a entender. Imagínense los lectores.

Algunos dicen que el auténtico escritor puede ser un narcisista, pero detrás de eso hay un esfuerzo real y una diversión más o menos permanentes. Es como un estado de alerta  que se activa cuando el escritor ve algo o a alguien que le conmueve y encuentra un eco en su interior. Una semilla que debe fructificar. Eso es lo que define al novelista de raza, al creador de mundos, al hombre que pasea un espejo por el borde de los caminos y las calles de la ciudad y que, como Tolstoi, siente en su alma toda la complejidad de las almas de las gentes que le rodean, que sufren, disfrutan, juegan, aman, laboran y mueren a su alrededor cumpliendo el ciclo inevitable de los seres humanos.

De ahí que les diga, variando un poco la frase maliciosa que les solté al principio ¡Alto ahí! Piensen ustedes: Los libros son parte y espejo de la vida. Son los amigos fieles que nos regalan un sentido más rico a nuestra existencia, una entrada preferente a una vida  más buena, a la excelencia.

Eso es todo. Gracias por su atención.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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