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24 junio 2022 5 24 /06 /junio /2022 18:02

OBSERVATORIO POLÍTICO INTERNACIONAL

EL MUNDO VUELVE AL BELICISMO DEL SIGLO XX

(Publicado en La Comarca el 24062022)

En estos penosos días, la guerra de Ucrania que ya cumple cuatro meses, ha entrado en la “rutina informativa” y causado una cierta insensibilidad hacia las cifras de muertos, heridos, desgracias y destrucciones. Hasta el Papa Francisco sugiere con suavidad diplomática que “la guerra de Ucrania ha estado de alguna forma provocada o no impedida”. Y no se justifica a Putin y su responsabilidad genocida, sino se apela a antecedentes políticos recientes y otros que se produjeron tras el final de la URSS y en años subsiguientes. El belicismo expansionista de la OTAN  y los intereses ocultos, desde la venta de armas a negocios de tipo mercantil, financiero y de materias primas -incluidos los alimentos- son tan responsables de esta crisis como los políticos involucrados en el disparate bélico. Incluso el Secretario General de la Alianza, Jens Stoltenberg, un belicista que apuesta por una guerra lo más larga posible, reconoce que la invasión de Ucrania “es una de las operaciones militares más previstas de la historia”. Se venía venir desde 2014, tras la anexión de Crimea. ¿Por qué no se ha evitado? ¿Por qué se ha alimentado el victimismo ruso?

La guerra de Ucrania es un ejemplo de la trágica futilidad  de la barbarie que se ha extendido en pleno corazón de Europa, debido a la lucha de los opuestos intereses geoestratégicos de Rusia y EE.UU. La trivialidad de esta guerra y lo que la hace más abominable, es su carácter de potencial negociabilidad. Pero no ha habido unos políticos responsables a nivel humano o un organismo internacional arbitral no sesgado por intereses hegemónicos. Y tampoco ha habido voluntad de frenar al capitalismo más codicioso e insensible que existe: el que saca beneficios de la guerra. Si se plantean la pregunta ¿quién se beneficia de esto?, entenderán las líneas maestras de lo  ocurrido entre Rusia, Ucrania y Occidente, gracias al tambaleante liderazgo de Estados Unidos y los apoyos cómplices de muchos Estados, entre ellos el del “tigre dormido”, China.

Hablar del expansionismo de la OTAN, de Rusia, de China, Estados Unidos o Europa, sólo explica una parte –y no la crucial- del problema bélico actual. Las secuelas económicas, alimentarias y ambientales serán más importantes aún. Aunque estarán “equilibradas” por los beneficios que se generan por venta de armas, municiones, energía y alimentos en creciente escasez. Sólo que los primeros efectos citados de la situación bélica serán globales y los beneficios, como siempre, sólo para unos pocos. En esta época de naufragios ideológicos,  las grandes teorías político-sociales, que lucharon entre sí en el siglo XX,  se han difuminado en un tipo de sociedad postcapitalista sin principios, ni valores y con un sesgo tecnológico que nos aísla en burbujas individuales. Por eso importa cada vez menos el sufrimiento de las víctimas de la guerra o el cúmulo de intereses rapiñeros de una oligarquía mundial oculta tras la cortina del Mago de Oz…

La ausencia de rivalidad ideológica en esta nueva/vieja guerra fría que nos espera tras este conflicto, tiene una característica inédita: ya no es la lucha entre el capitalismo y el comunismo. Sino la de un capitalismo neoliberal que se pretende democrático y otro similar que se pretende “neosocialista”. Dos perros furiosos luchando por ser el “macho alfa” de la manada. Como dijo Stoltenberg, para unos, “la libertad es más importante que el libre comercio y la protección de los valores más que la de los beneficios.” Sólo palabras. Entre occidente y Rusia o China la única diferencia es que unos “eligen” la supuesta libertad pero sin olvidar los beneficios y el libre comercio y los otros eligen el libre comercio y los beneficios e ignoran el concepto “libertad”.

Sin embargo, la hipocresía de la política mediática sigue insistiendo en que la única manera de terminar con esta guerra es derrotando radicalmente a Rusia. Aunque Macron, presidente francés, apunta que “no deberíamos humillar” a  Moscú, pues a una potencia militar e histórica como es Rusia o fue Alemania tras la I GM, la humillación conduce más tarde o temprano a una revancha más sangrienta. Los antecedentes de las dos guerras mundiales subyacen en estas palabras. Europa está dividida entre los que desean mantener el conflicto hasta la derrota. Cabe preguntarse de quién y a qué precio para Europa y buena parte del mundo, salvo China y Estados Unidos.  También están los que dicen aceptar el “mal menor” con la pérdida de parte de Ucrania y dar seguridades por parte de la OTAN de respetar las fronteras rusas actuales. Esta parece ser la postura del 35 % de los europeos encuestados. El resto duda y sólo el 22% quiere alargar la guerra hasta que caiga Putin. Lo cual convertiría una Rusia humillada en un protectorado de Occidente, léase Washington. ¿Es que alguien cree que Pekín y la mitad de países del orbe, entre neutrales y no alineados iban a aceptarlo?

El mundo se ha metido en un maldito embrollo. De ahí viene la trágica futilidad de esta guerra sangrienta. Muchos apoyan una reconsideración del conflicto de Ucrania como una fuente estocástica (relativa al azar) de la historia de hoy, un proceso de evolución aleatoria, cuyo desarrollo es tan imprevisible como la secuencia de las tiradas de los dados. Por tanto, urge detener la guerra, ya que su evolución es imposible de determinar y mucho menos reconducir. Debería preocuparnos a todos, a los contrarios a Putin (países del Este, Polonia y los Estados bálticos), a los indecisos (Hungria, Bulgaria, Israel, algunos países árabes) y a los que prefieren la paz aunque sea cediendo algo. Todos perdemos, nadie gana, pero evitamos una guerra estocástica, una de cuyas variables nos podría llevar a la guerra total o a una guerra nuclear (postura de Francia, Alemania, Suecia, Italia y España).

Los tibios y los románticos rememoran la reunión de Munich en 1938, en la que los aliados creyeron que haciendo concesiones a Hitler, el jerarca nazi iba a cumplir los acuerdos y así evitar la guerra. Parece razonable la estimación “a posteriori” de un error histórico. Pero en realidad es una falacia lógica. Comparar a Putin con Hitler y la situación europea de 1938 con la de 2022, es una licencia que produce un “efecto halo”, un sesgo cognitivo definido así: “una vez expresada y establecida una idea, el entendimiento humano fuerza todo lo demás para darle apoyo y confirmación”. Y hay que forzar la historia de entonces y la actual para considerar que ambas son semejantes. Aunque Rusia sigue siendo en esta ecuación histórica, como dijo Churchill, “un acertijo envuelto en un misterio, dentro de un enigma”.

Además el expansionismo imperialista de Putin está causando un enorme paso atrás en el supuesto progreso político histórico. En primer lugar se ha hundido el sueño de convertir la Unión Europea –con Rusia-  en una fuerza mundial cooperativa y soberana que equilibraría, en un nivel de igualdad, a los dos Imperios hegemónicos que se perfilan, la China que se fortalece y el gigante norteamericano en declive pero aún poderoso.

En segundo lugar, se ha restablecido y adquiere fuerza un modelo que pensábamos periclitado: el de la guerra fría. Nuevamente Europa –que se remilitariza a marchas forzadas-  queda bajo el “paraguas” del brazo armado de Washington la OTAN y ahora, como quería Trump, costeándolo los propios europeos. El único efecto positivo es que hay un tímido reagrupamiento de los países de la UE, cuyas discrepancias comenzaban a cuartear la organización. Aunque también se ha reforzado la hegemonía de Estados Unidos, apartándose a Francia de sus pretensiones de liderazgo y creando un extraño caso de travestismo político con el Reino Unido, que sigue incordiando a la UE todo lo que puede.

Con el nuevo orden internacional que la vieja guerra fría  traerá aparejado, siempre en el caso de que se logre parar la guerra a través de hacer concesiones y poner límites a Putin, la UE podría convertirse poco a poco en el hogar de acogida de los países que habían estado bajo el poder de la URSS, vieja pretensión de Washington, frustrada por Francia hasta ahora. Ucrania sería la primera en recibir todo tipo de ayudas para compensar los sacrificios que la paz exigirá.

En tercer lugar, la política de sanciones canalizada a través de la CE y los bloqueos subsiguientes está provocando la reorganización de las cadenas de suministro de productos energéticos, alimentarios y de materias primas. Y ello acarrea un cambio dramático en los objetivos políticos mundiales de la época neoliberal a la que la guerra está dando la puntilla: es un adiós prematuro y firme a la idea de la globalización, que va a morir antes de haberse depurado de sus residuos mercantilistas e imperialistas. Los Estados-nación vuelven a reforzarse y el sueño de la solidaridad y el progreso internacionales se archiva de nuevo.

Pero resurge el enquistamiento de los problemas económicos de algunos países europeos (entre ellos España), agravados por las dificultades energéticas y de suministros que ha causado la guerra. A los que se sumarán los de los países de la antigua órbita soviética que serán admitidos en la UE por la voluntad geoestratégica del “Tío Sam”.

Y en cuarto lugar, el renacimiento de la carrera de armamentos, que nos hace mirar con nostalgia al lejano 1972, cuando Nixon y Breznev firmaban el primer acuerdo limitando el uso y despliegue de las armas nucleares y la red de acuerdos posteriores que nos permitieron soñar en un mundo sin armas nucleares de corto, medio o largo alcance. Sueño que derribó, tras el hundimiento de la URSS, un tal señor Putin. En el nuevo siglo todo volvió a recrudecerse. En estos momentos, Rusia dedica un 300% de fondos a gastos militares, China un 600%, Estados Unidos se pone a la par y la UE se propone con el acuerdo “Brújula Estratégica”, recién firmado, subir su 20% a un 35 % lo antes posible. Con países como Irán, Israel o Corea del Norte, relamiéndose ante la posibilidad de disponer de una bomba atómica para asustar a los vecinos. Los judíos tienen una maldición que dice: “Dios te haga vivir en una época interesante”. Ciertamente entramos en una era “interesante”.

Todas las exigencias que impondrá el “nuevo/viejo orden global” provocado por la guerra de Ucrania, causarán unos efectos demoledores sobre el momento histórico que vamos a vivir. Ha sido un golpe de timón radical que redirige al mundo hacia atrás, hacia un pasado lamentable. Es la sociedad del siglo XXI obligada a ajustarse a las directrices políticas y sociales de la primera mitad del siglo XX. Ese salto hacia atrás estará agravado por los millones de refugiados que buscarán acomodo en  Europa, con una UE repartiendo fondos de cohesión de una hucha cada vez más exhausta y con un patrón, Washington, al que sólo preocupa que sus objetivos geoestratégicos le repongan en un liderazgo que el siglo XXI ya había cuestionado.  Y no sin razón. ¿Qué podemos esperar de un país que sigue alimentando la idea de una guerra permanente, a fin de debilitar y terminar borrando del mapa a uno de sus enemigos tradicionales, Moscú, tan peligroso y poco recomendable como él mismo?

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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