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29 octubre 2022 6 29 /10 /octubre /2022 14:36

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PERIÓDICO "LA COMARCA" 281022

Parece que fue Napoleón quien dijo “Cuando China despierte, el mundo temblará”. Se  necesita un talento premonitorio casi milagroso para profetizar  en aquella época algo tan escasamente probable. Pero ya en el siglo XX era más comprensible que Lenin repitiera el aforismo napoleónico. El ensayista y político gaullista francés Alain Peyrefitte, tituló con esa frase uno de sus libros en los 70 del pasado siglo, después de una visita al país en 1972. En aquellos días se sabía que algo importante iba a pasar en China. Ni idea de lo qué sería, dado el hermetismo del país, pero seguro que sería motivo de preocupación para el mundo.

China ya lleva años despierta, sobre todo económicamente. Son más de 1.300 millones de habitantes bajo la mano férrea del imperturbable Xi Jimping, que acaba de ampliar su tercer mandato en el XX Congreso del PC Chino, no solo fortaleciendo su figura hasta extremos solo comparables a Mao, sino enmendando la Constitución del partido para liderar la cúpula y colocar a sus fieles en los lugares de más responsabilidad y poder. Occidente no parece tener ni idea de lo que China puede hacer y no presta mucha atención a los detalles que logran traspasar la Muralla. Se ha limitado a asegurar sus inversiones en el negocio lucrativo del desarrollo imparable chino en la industria, las manufacturas, el acaparamiento de materias primas, las finanzas y los suministros a los mercados  de todo el mundo. Se ha creado una dependencia de los productos made in China y la deslocalización industrial manufacturera y de materias primas afecta ya al codicioso occidente.

¿Hay un plan de Pekin prodigiosamente activo en el tiempo, desde hace decenios, ambicioso y hegemónico, mantenido a veces a trancas y barrancas y ahora ya a toda máquina  bajo la unánime obediencia del país al nuevo Gran Timonel, inteligente y astuto? De momento Xi Jinping tiene cinco años más de liderato y todo el poder controlado, desde la cúpula del Partido a la Comisión Militar Central. Se ha movido de una manera maquiavélica en estos diez años que lleva como líder, acumulando poder y cargos, manipulando a su favor el personalismo político y sucesorio creado por Mao, vigente hasta ahora. Xi ha creado su propio liderato unipersonal y para consumo y advertencia al mundo, permitió la humillante expulsión del Congreso del ex presidente Hu Jintao, escoltado por conserjes. En China las purgas políticas se hacen en silencio y sin testigos. Pero se atreven incluso a instalar comisarías policiales ilegales y secretas en países democráticos para controlar a posible disidentes que viven en el extranjero. En España hay nueve de éstas. Con el citado incidente interno en el Congreso, frente a las cámaras del mundo, Xi parece advertir “voy a obligar a ciertas potencias a salir de la sala del poder en el mundo. Terminemos con las máscaras de amistad”. Ante esto, ¿Quiénes tienen motivos para temblar? Pues, la verdad, todos. A China no le preocupan demasiado Rusia ni Estados Unidos. Y tampoco Europa, África o Asia.

Pero para analizar lo que supone China para la actual situación geoestratégica y económica del mundo hay que empezar por no confundir la época de Mao con la actual, ni el poder potencial de la China del siglo XX con la supremacía económica del XXI,  ni ceder a la inercia y pereza mental de comparar a Xi con Mao. Aunque lo que Xi busca parece ser muy parecido a lo que ansiaba Mao: aumentar de forma absoluta el control centralizado, para lograr optimizar los recursos humanos y naturales del país sobre las demás naciones, sin problemas de oposición interna, bajo la disciplina única y jerarquizada del Partido. Pero la forma de lograrlo es prácticamente lo contrario de lo que hizo Mao, aunque más parecido al segundo gran líder moderno, Deng Xiaoping, con el cual está más cercano Xi, pero con elementos diferentes. Xi es una combinación de Mao y Deng más eficaz y ajustada a esta época: mantiene al Partido como la viga maestra del poder, el centro neurálgico de la sociedad, la milicia y la economía. No olvidemos que el Ejército del Liberación Popular depende orgánicamente del Partido. Sumen a esto que Xi rechaza todo tipo de revisionismo o crítica interna (recuerden la reciente expulsión  física del expresidente Hu Jintao de la Asamblea) ya que eso es la base de  la legitimidad del Partido: no se puede renegar de la propia historia porque eso podría ser el fin del país, como ha ocurrido en Rusia (con Kruschev, Gorbachov y Yeltsin). Y como colofón, Xi remite incesantemente al pasado glorioso de China, antes de la colonización occidental. Quieren que renazca el ancestral Imperio autónomo, temido y respetado.

Xi Jinping es un líder paciente y un buen estratega, no tiene ningún tipo de miramientos y siempre barre para casa, una casa que tiene bien controlada. Como dice el ancestral libro sagrado del taoísmo “Un buen cerrajero no necesita cerraduras/y nadie puede abrir lo que él cerró/ quien ata bien no utiliza cuerdas ni nudos/ y nadie puede desatar lo que él ató”. Xi está lejos del Mao, capaz de dejar morir de hambre a 45 millones de personas en un bárbaro y demencial “Gran Salto Adelante” (de 1958 a 1962: por un ridículo gesto de  desafío al crecimiento ruso) o de la Revolución Cultural (otro error maoísta que estuvo a punto de terminar con la tradicional pasividad de la población china ante el poder). Xi Jinping es un implacable gestor que domina con guante de hierro su enorme país, revestido con el guante de seda de la prosperidad económica y el orgullo de volver a ser un gran país en el mundo. Xi no es un revolucionario comunista como Mao. Carece de ideología o la subordina a los objetivos económicos y al poder. Es un político pragmático que aplica fórmulas occidentales, tipo Thatcher o Reagan, para vencer a occidente en su propia salsa, el capitalismo neoliberal, pero sin el obstáculo interno de la democracia. Además, en la actualidad, no hay enfrentamiento en el mundo entre dos ideologías y formas de vida opuestas; son dos formas de capitalismo, en el fondo no tan distintas, aunque en la superficie lo parezca. Ambas buscan objetivos semejantes.

 

El mensaje de Xi ha sido muy claro en el Congreso: “en décadas anteriores –la época de Hu- se han ignorado las leyes y se han permitido patrones de conducta erróneos como el culto al dinero, el egocentrismo, el hedonismo y el nihilismo”. Aviso de navegantes para los funcionarios “no tengan la tentación, la audacia o la oportunidad de volverse corruptos”, cosa que ya se está controlando desde la llegada al poder de Xi en 2012 con la temida Comisión Central de Disciplina que ha abierto más de 4,6 millones de expedientes de casos de corrupción, entre ellos el ex ministro de Seguridad Pública, Zhou Yongkang, condenado a prisión perpetua.

¿Qué criterio analítico hay que seguir? ¿El “Pensamiento Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era”, que es el ampuloso título del nuevo “Libro Rojo” de un líder chino? No. Hay que observar lo que hace el camarada Xi Jinping, más que lo que dice. Por ejemplo, eliminar el límite constitucional de dos mandatos en la Jefatura del estado. Xi tiene vocación de eternidad y el poder para acallar cualquier oposición o resistencia. El Politburó y el Comité Permanente – los seis hombres más poderosos con Xi al frente- están unidos al nuevo Gran Timonel. Ni una sola mujer en los círculos más altos del poder.

Una frase de Xi en el discurso de cierre del Congreso disuadiendo “a los separatistas que buscan la independencia de Taiwán” nos puede alertar sobre movimientos futuros. Las directrices del camino que va a seguir China están marcadas cuidadosamente hasta 2049 en que se celebrará el centenario de la República Popular. Pero no se ha filtrado ni una sola línea de tales directrices. En principio lo único que sabemos es que los Siete Grandes Dirigentes, presentados al mundo el pasado domingo,  seguirán celosamente la trayectoria política marcada para los próximos cinco años. No hay previstos “posibles sucesores” como se acostumbraba en otros tiempos. Ahora podría ser un puesto peligroso. Y más  teniendo en cuenta que Xi ha alertado de un próximo periodo “convulso” para el que el país debe prepararse. Quizá se refería a Taiwan, o lo que es más preocupante, al papel de Estados Unidos en la cuestión. Ni Hong Kong ni Taiwan deberían ser un problema: su estatuto de autonomía va creciendo y Pekin lo acepta. Pero sin provocaciones, como la visita de la Pelosi en agosto. Otra vez es Washington, “el amigo americano”, el que puede causar el estropicio.

¿Quiénes son los “Siete magníficos” además de Xi? El número dos es Li Qiang, secretario del PC de Shanghai, que será primer ministro tras sustituir al actual, Li Keqiang, en marzo próximo, en  la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular. Y ello a pesar de su mala gestión de la Covid, puesto que lo que le premia Xi es su dureza. Zhao Leji, el tercero, fue responsable de la Comisión Disciplinaria (ha eliminado a numerosos rivales de Xi). El cuarto es Wang Huning, ideólogo del régimen. El quinto es Cai Qi, secretario del Partido en Pekín. El siguiente es Ding Xuexiang,  jefe de Gabinete de Xi. Y el último Li Xi, secretario del Partido en Cantón y amigo personal de Xi, se ocupará ahora de la Comisión Disciplinaria, azote de cualquier oposición interna.

Estos hombres son los encargados de llevar a China a ser la primera potencia internacional del segundo tercio del siglo XXI. Gracias a un éxito económico sin precedentes –ahora muy dañado por la Covid y  la crisis inmobiliaria- para un país donde la disciplina más rotunda y unánime en todos los ámbitos, por encima de todo tipo de libertad y de derechos humanos, constituye la marca diferencial respecto a cualquier otro país, incluidos países autoritarios y filo fascistas como Rusia, Brasil, India, Turquía (o los EE.UU. de Trump) y algunos otros.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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