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29 octubre 2021 5 29 /10 /octubre /2021 09:45

PANDORA  EN GLASGOW

(Publicado en “La Comarca” 291021)

Más de 120 jefes de Estado y de Gobierno es reúnen en Glasgow la semana que viene (Conferencia COP26), nadie sabe si para tratar de arreglar las cosas del desbarajuste climático o para confesar que la caja –o ánfora más bien-  de Pandora ya está abierta y que sólo quedan dos alternativas: o trabajamos juntos para poner algo más que parches donde la cosa esté peor (limitar el calentamiento a 1,5º) o cada uno tira por donde quiera (casos de Rusia, Brasil, México, Australia o Indonesia) y que algún dios o diablo recoja los restos del planeta antes de que acabe este siglo.

Todo empezó con Prometeo, que robó el fuego para darlo a los hombres con gran disgusto de Zeus, el dios jefe. Para castigarle, Zeus ordenó a Hefestos, el dios de la forja y la metalurgia, que creara la primera mujer, Pandora. La dio en matrimonio al hermano de Prometeo y como regalo de bodas un ánfora sellada con la orden expresa de no abrirla hasta que él diera permiso. Preveía la curiosidad de Pandora (¿recuerdan a Eva y la fruta prohibida?) que no tardó en abrir el ánfora y liberar su contenido: todos los males, desde la enfermedad hasta la muerte, mas la peste, la guerra y los desastres naturales. En el ánfora sólo quedó la esperanza.

Este mito refleja de forma escalofriante lo que ocurre hoy día con la llamada “emergencia climática”. Los excesos del capitalismo salvaje – beneficio creciente a costa del aumento salvaje de la producción y el consumo--, nacido a partir de la Revolución Industrial, está esquilmando los recursos naturales y provocando una contaminación letal en el planeta. La “caja” de Pandora la abrimos entre todos los humanos, a pesar de los avisos de los científicos y de constatar el aumento de las catástrofes naturales.

Inundaciones brutales en Asia y Europa occidental, incendios en todas partes, alzas de las temperaturas, pandemias globalizadas, deforestaciones que causan la desaparición de especies y el agravamiento de los problemas sanitarios y ecológicos, aumento de la acidez de los océanos, impacto sobre la pesca, deshielo de los lugares polares que causará el aumento del nivel de mar, la pérdida ingente de agua potable y el vertido de más metano en la atmósfera, sequías inclementes, reducción de las cosechas y extensión de las hambrunas que están devastando muchos países africanos (con la consiguiente exacerbación de las inmigraciones masivas).

En menos de 30 años, si no ponemos remedio, se sobrepasarán los 2º grados C de aumento de la temperatura asociada a la actividad humana y el escenario catastrófico planetario resultante superará las visiones del Bosco o de Pieter Brueghel, el Viejo.

De la COP26 sólo debería salir la declaración (bien justificada) de un estado de emergencia climática global, mejor y más eficaz que la de la pandemia. Y ya no basta con una declaración de intenciones, como la de Paris, ni la concienciación social y política: ¡medidas contundentes y coordinadas en todo el mundo (a pesar del rechazo de Rusia, países árabes del Golfo y otros vendedores de CO2)! Teniendo en cuenta que ya hay tantos gases de efecto invernadero en la atmósfera que aun si se redujera la emisión a cero, hasta mediados de siglo la temperatura global no empezará a revertir. Y eso sólo si en los próximos ocho años se reduce el CO2 a la mitad.

La caja de Pandora abierta por la actividad humana ya está mostrando su veneno: nuevas enfermedades, olas de calor alternando con sequías o inundaciones imposibles de prever. Comienza una década prodigiosa: el fin gradual e inevitable  o que la humilde esperanza del fondo de la vasija de Pandora, salga a luchar con sensatez y perseverancia. La ONU dice: “sobrepasar las metas marcadas nos conduce a un mundo inestable y a un sufrimiento sin fin”. Más claro…

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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16 octubre 2021 6 16 /10 /octubre /2021 11:13

JUEGOS, CALAMARES Y “NIÑOS PERDIDOS”

(publicado en La Comarca el 15 de oct. 2021)

James Matthew Barrie, en su celebérrimo “Peter Pan” (una historia infantil más oscura que la versión juguetona de Disney), nos habla de los “niños perdidos”, niños abandonados en las duras calles del Londres de finales del siglo XIX  y recogidos por Peter y su hada diminuta “Campanilla”. En estos días ha habido dos noticias que me ha hecho reflexionar sobre los “niños perdidos”: la popularidad de un execrable juego digital coreano llamado “El juego del calamar” y una reforma legal que permitirá a los padres de los alumnos acceder a los exámenes y pruebas, y a  las evaluaciones de los profesores.

¿No estaremos “perdiendo” a nuestros niños (incluidos adolescentes)? No soy un pensador vetusto y severo con la mirada nostálgica enganchada en esa falacia de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Me considero un ciudadano de este tiempo (que también es “mi” tiempo). Me encantan las nuevas tecnologías y la dinámica irresistible de nuestra época, pero eso no quiere decir que no vea sus defectos, tema sus derivas y analice apasionadamente, pero también de forma seria, intensa y desprejuiciada, la cara y el envés de todo lo nuevo y de lo mejor de lo antiguo, que aún sería útil aplicar aquí y ahora. Tener una mente que se abre camino hacia lugares y metas ignoradas es algo excelente y constructivo, pero si esa mente no sabe también mirar hacia atrás y no ignorar lo que funcionó bien en su día, es una mente obtusa y fanática, aunque quizá brillante..

Nuestros “niños” se pierden más por falta de límites, vacío de autoridad razonable y exceso de tolerancia que por abandono físico (fíjense que saco de la ecuación el otro tipo de abandono: el ético y emocional). Parafraseando a Chesterton podría decir que la gran herejía de esta época digital y cibernética es alterar el alma del hombre para adecuarse a sus condiciones de vida, en vez de alterar sus estilos de vida para adecuarlos a su alma.

Nuestra ética está dirigida por la “moral” que emana de la pantalla de nuestro móvil, de la tablet, de la omnímoda Red de redes o del televisor y sus excesos. Regalamos a nuestros niños, incluso muy pequeños, aparatitos que les enseña a “encerrarse” en sus pantallas, como hacen papá y mamá con las suyas. Vivimos entre algodones de sueños y emociones de pesadilla. Lo real y contingente ha dejado paso a lo virtual y brillante, pleno de acción, color y placer. Los adolescentes consumen pornografía y sagas de violencia y poder. En los colegios e institutos triunfan las tendencias que dictan las empresas de consumo y entretenimiento. La demanda es tan insaciable como la oferta inabarcable. Nuestros niños están perdidos ante un poder que nos supera a todos, pero ellos son víctimas propiciatorias y cargadas de futuro…pero, ¿qué futuro?

Un borrador de decreto de currículo de secundaria está a punto de aprobar el “derecho” de los padres a acceder a los exámenes de evaluación de sus hijos. ¿No sería más justo y útil que se aprobara el derecho de las autoridades académicas a examinar a los padres sobre si hacen su labor de una manera correcta y si están preparados para ella? ¿Resulta lógico cargar al profesorado, ya bastante marcado por unas leyes educativas cambiantes y erráticas, con la presión de unos padres que no ven claro las condiciones e importancia de su labor -que está articulada con la de los profesores-, sumado todo ello a una dejación de responsabilidades propias sobre los docentes? Los tres elementos básicos de la ecuación formativa son la familia, el colegio y la sociedad. No parece justo para la educación  que la familia (aprendizaje vicario) se desatienda, la sociedad (aprendizaje de impregnación) la socave con sus ejemplos y los docentes (aprendizaje escolar) queden como responsables finales. ¿De verdad creemos que el mundo de la enseñanza, así hilvanado, resiste la rotura ante una tensión?

Y un ejemplo palmario de esto lo tiene ustedes en el lastimoso y execrable “juego del calamar” (un distopía de sello coreano, surgida de una serie de tv., que banaliza la muerte violenta y los castigos corporales, como parte del juego). Ya ha sido denunciado por educadores y policías. Lo cierto es que parece que arrasa en las escuelas y entre adolescentes y niños de pocos años (a través de una red social-comercial “dedicada” a ellos, TikTok). Aquí la familia y la sociedad se han encogido de hombros y las escuelas están tratando de evitar que se juegue en los momentos de recreo. Pero, ¿estaría conforme la sociedad (y su brazo activo, la política) en prohibir la promoción mercantil de ese juego y otros semejantes (de empresas que además se lucran con ventas de artículos relacionados)? ¿Y la familia, en impedir que sus niños tengan los medios y las ocasiones para jugarlo?

Ay, con los “derechos” ciudadanos hemos topado. Estamos en una sociedad “libre y democrática” donde son más importantes los supuestos derechos que las obligaciones. Eso les enseñamos a nuestros niños. Y quitarles de las manos un juego absurdo y atroz sería un atentado contra sus sacrosantos derechos. Pero eso sí, cuestionamos a sus profesores y no somos capaces de poner límites a nuestros “niños perdidos”, dejándolos ante luminosas pantallitas que nos libran del trabajo de dedicarnos más profundamente a ellos.

 ALBERTO DÍAZ RUEDA

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11 octubre 2021 1 11 /10 /octubre /2021 17:41

(Trabajo publicado en la revista "Compromiso y Cultura")

Los intelectuales europeos ante la eclosión de las dictaduras fascistas

 

“La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en el cual vivimos es la regla. Debemos ajustarnos a un concepto de historia que se corresponda con este hecho”. Walter Benjamin (Berlín 1892-Porbou 1940) escribe esa frase en la primera mitad del más sangriento siglo de la historia, el XX, pocos meses antes de suicidarse en España y unas horas antes de recibir el permiso de estancia en el país. Un siglo en el que tantas cosas, costumbres, ideas, formas de vida, empezarían a desaparecer. A la espera de la misma época del siglo actual, donde quedarían barridas para no volver jamás.

La hipótesis que planteo en el presente artículo es que la serpiente de los totalitarismos, los fascismos, los racismos y la intolerancia agresiva  alimentó su huevo mefítico en esa época y ha eclosionado nuevamente en la nuestra. Estamos viviendo unos tiempos sombríos en los que las diversas crisis sistémicas, de las que luego hablaremos, se ha unido a otra crisis moral sin precedentes en nuestra civilización: un individualismo feroz carcomido por una identidad personal cada vez más diluida, vigilada y manipulada. Situación que ya se apuntaba desde el final de los años veinte del pasado siglo y ahora agravada por la inseguridad que crea el nuevo mundo digital y las tecnologías emergentes. Creo que de aquellas tempestades vienen los huracanes de hoy y las amenazas contra un mañana cada vez más indeterminado y azaroso. Y lo refrendo con dos libros fascinantes escritos por el mismo autor: Wolfram Eilenberger, filósofo y escritor alemán que hizo sus estudios en Heidelberg y Zúrich. Columnista del “Die Zei” berlinés, autor de varios libros de filosofía e historia cultural, entre los que han destacado “Tiempo de magos”  y “El fuego de la libertad”, traducidos en todo occidente.

¿Conocen la paradoja de que las épocas de violencia global y crisis económica generan avances  y logros culturales más valiosos que en los tiempos de prosperidad y paz? El ejemplo que más se cita es el de la República de Weimar, un polvorín con esplendores culturales que acabó arrasado entre la I y la II Guerra mundial, generando una violencia jamás vista. De la lectura de las citadas obras de Eilenberger, no se desprende una certificación de la paradoja sino una prueba clara de que casi todos los filósofos, escritores y analistas importantes de la época, denunciaban directa o indirectamente en sus obras que se estaba fraguando el triunfo de la barbarie fascista con hechos y elementos sociales, políticos y económicos que favorecían la expansión de un pensamiento hegemónico basado en la represión, el adoctrinamiento, el racismo y el hundimiento de la ética, la solidaridad y la dignidad humanas. Weimar, la República española derrotada, los surgimientos de dictaduras y líderes como Hitler, Mussolini, Stalin, surgieron de las condiciones socioeconómicas y políticas de entre los años 20 y los 30 del siglo XX y causaron desastres que se extendieron años más tarde con otros como Mao, Idi Amin, o Pol Pot.  A partir del 2008 hasta el momento,  podría parecer que las crisis habidas no tienen semejanza alguna con las actuales, pero obedecen a la misma trágica dinámica del deterioro constante de los principios y valores que mantienen a la serpiente dormida en su huevo. Hasta que llega el chispazo que rompe la cáscara y permite, en poco tiempo, a la serpiente de la degradación humana volver a imperar.

Tanto en “Tiempo de Magos” (La gran década de la Filosofía 1919-1929) como en “El fuego de la libertad” (El refugio de la filosofía en tiempos sombríos, 1933-1943), Eilenberger nos dibuja a través de la vidas y obras de los ocho pensadores  que ha escogido como analistas de esos momentos históricos, en los que casi todo el mundo podía ver a través de la membrana transparente del huevo de  serpiente, a una indefensa culebrilla, sin prever que una vez eclosione el huevo, la pequeña criatura se transforma en un monstruo capaz de devorar el mundo. El paralelismo existente entre los parámetros negativos éticos de aquéllas épocas con las actuales es lo que la lectura de estos libros nos permite comprobar. Existe un patrón que se repite a través de la historia y que genera violencia, destrucción y sufrimiento: cuando las penurias de unos y la codicia de otros causan el envilecimiento del hombre por el hombre, se olvida la igualdad entre los humanos y renace la fatal dialéctica del amo y el esclavo.

Dividido en ocho  partes y un epílogo, las 383 págs. de “Tiempo de magos”, nos llevan en cortos y enigmáticos y siempre atractivos epígrafes de “mago” a “mago” de la filosofía,  empezando por el misterioso “Ha llegado Dios” que es como califica John Maynard Keines su encuentro con Ludwig Wittgenstein en el Cambridge de 1929. Un genio nacido en Viena, dado a repentinos accesos de ira y con una mente especulativa  y un carácter duro,  desdeñoso, depresivo y distante que se había adueñado del “Círculo de los Apóstoles”, un club estudiantil, al que pertenecían por ejemplo Russell, Moore y otros, deslumbrando a todas esas grandes mentes. “Lo místico no es cómo sea el mundo, sino que el mundo sea” o “De lo que no se puede hablar es mejor callar”.

El “Tractatus lógico-philosoficus” se consideraba a la altura de la Ética demostrada según el orden geométrico” de Spinoza, la “Investigación sobre  el entendimiento humano” de Hume o la “Crítica de la razón pura” de Kant.

Los cuatro pensadores analizados en este libro, Luwig Wittgenstein,  Walter Benjamin, Martin  Heidegger  y Ernst Cassirer, son altamente creativos, impertinentes y revolucionarios. Forman una extraña conjunción mágica del pensamiento especulativo. Son centroeuropeos, tres alemanes y un austríaco y han vivido una época convulsa con la  República de Weimar, la I Guerra Mundial, la llegada del nazismo y la II Guerra mundial. Nuestro autor va intercalando las cuatro historias separadas en capítulos donde de forma simpática e ilustrativa nos define las posturas y actividades de sus biografiados. Por ejemplo empieza en 1919, el año en que "el doctor Benjamin huye de su padre, el subteniente Wittgenstein comete un suicidio económico, el profesor auxiliar Heidegger abandona la fe y monsieur  Cassirer trabaja en el tranvía para inspirarse".

Los cuatro pensadores parecen buscar una respuesta adecuada y moderna a la pregunta de Kant, ¿Qué es el hombre"  y llegar en su análisis a muy distintas conclusiones. Y es aquí en lo que Eilenberger logra su mejor acierto: hacernos inteligibles las difíciles ideas y planteamientos del oscuro Heiddeger, del místico Wittgenstein o del brillante pero enigmático Benjamin y, por supuesto, del casi olvidado Cassirer que tuvo la genialidad apenas reconocida de usar el lenguaje y los símbolos para dar su versión de lo que es la naturaleza humana.

Pero cuando el lector acaba el libro esas cuatro figuras con sus trayectorias vitales tan distintas y sus caracteres antagónicos comparten una terrible sensación: la de la futilidad de la pregunta kantiana en los tiempos convulsos en los que viven, que debe plantearse de otra manera: ¿Por qué lo que hace el hombre no define al hombre sino lo destruye? La tragedia de Benjamin, los errores culpables de Heidegger, el hermetismo acusador de Wittgenstein y el refugio erudito en el silencio de Cassirer, prefiguran la denuncia no escrita de todos hacia el huevo de la serpiente donde se cuestiona la versión humana del hombre.

Todo ese mensaje queda más estructurado en “El fuego de la libertad”, libro en el que Eilenberger sigue el esquema argumental y estilístico de su libro anterior y nos narra la vida, trabajos, sufrimientos y fortaleza de cuatro grandes pensadoras ante el horror de otra de las épocas más lamentables de la historia de la Humanidad, el decenio de 1933 a 1943: Simone de Beauvoir, Simone Veil, la norteamericana Ayn Rand y Hanna Arendt, combatientes de la resistencia, refugiadas judías, mujeres comprometidas con la dignidad del ser humano por encima de su sexo, su religión o sus ideas políticas. En ellas, a pesar de las diferencias,  reluce el principio de la filosofía como compañera vital, una decisión que acarrea muchos sinsabores en un mundo donde el pensar ha sido reducido a obedecer, callar y ocultarse, bajo el caos de la agresividad del fascismo, nazismo y comunismo.

Junto a tanta desesperanza y temores, las cuatro mujeres dan prueba de una energía y una enorme combatividad, incluso la novelista  judía nacionalizada norteamericana Ayn Rand, autora de “El manantial”, cuyo mensaje roza el individualismo más feroz y una crítica al altruismo– una moral de esclavos-- y el patriotismo, como las lacras que permiten los fascismos, se empeña en luchar por la dignidad del hombre, su libertad y su resiliencia  indomable. Y Hanna Arendt cita a su maestro Jaspers para contraponer al estado oscuro de los tiempos, la potencialidad del ser humano en la busca de una vida más digna y libre, en particular a base de la relación y el cuidado a los demás.

En la sugestiva narración de la agitada existencia cotidiana de esas cuatro mujeres, tres de ellas judías - por tanto con la triple marginación de ser mujer, judía e intelectual-, vuelve a surgir en el ánimo del fascinado lector una sensación semejante a la que producía la lectura del otro libro. Ese extraño “dejà vu” en el que la angustia, inseguridad, falta de esperanza en un cambio positivo, la percepción de la tragedia como algo posible e incluso inmediato, la acritud enorme por tener que callar cuando uno quiere gritar a pleno pulmón su indignación (y su miedo), la miseria, falta de recursos y sobre todo la total indefensión y la ausencia absoluta de principios y valores de la civilización humana, presupone un espejo en el que, aún no, pero quizá en un tiempo relativamente corto, nos veamos reflejados. Es la eclosión del huevo de la serpiente que se está incubando por fuerzas muy conscientes de su poder bárbaramente hegemónico y despiadado.

Fuerzas, las del poder capitalista neoliberal, ciego ante las consecuencias de su codicia desmedida, que en esta ocasión tienen mayor alcance y letalidad que las del fascismo, nazismo  y estalinismo de los 30, 40 y 50 del pasado siglo: en esta ocasión también está comprometido el futuro del planeta. Y eso no lo advirtieron, ni siquiera previeron, los ocho grandes pensadores, hombres y mujeres, que analiza Eilenberger en sus dos buenos libros.

Ninguno de ellos vaticinó que habría una época en que se darían los elementos para una “tormenta perfecta” planetaria, la colusión de ocho crisis al mismo tiempo, entrelazadas entre sí: la climática, la energética, la de materias primas, la del agua y los alimentos, la de la bio-diversidad  y su consecuencia, la liberación de plagas y la sobrepoblación y su resultado, las emigraciones desatadas de personas desesperadas en trance de sobrevivir. ¿Comprenden por qué  hay que evitar que la serpiente salga del huevo? Un pensamiento hegemónico de signo totalitario y fascista sería en esta situación como tratar de apagar las llamas de un incendio con chorros de petróleo.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

FICHA

TIEMPO DE MAGOS.- Wolfram Eilenberger - Ed. Taurus.- 383 págs.- 22,90 EUROS.- ISBN 9788430622085

 EL FUEGO DE LA LIBERTAD.- Wolfram Eilenberger Trad. ambos por Joaquín Chamorro.- 377 págs.-Ed Taurus. 22,90 euros.ISBN 9788430623884

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9 octubre 2021 6 09 /10 /octubre /2021 15:47

En los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial, el mundo asistía perplejo a la transformación radical de todo cuanto se conocía. En apenas una década, la civilización occidental derrumbó los cimientos que la habían sostenido durante centurias y de esas cenizas emergió una nueva sociedad. La aparición de los regímenes totalitarios y su “nueva” forma de hacer política y de modular el comportamiento social obligó a pensadores y a artistas a replantearse la esencia de la naturaleza humana. La locura desencadenada por Hitler y por Stalin, que arrastraría al mundo a una guerra sin cuartel, supuso el aniquilamiento de una forma de vida. A pesar de la victoria aliada, la quiebra del orden social había alcanzado tal magnitud que los valores previos no servían para explicar el sentido de la vida, vistos los horrores de la contienda y la muerte indiscriminada de millones de personas.

Pocos de cuantos vivieron aquel drama salieron indemnes. Muchos sufrieron en primera persona sus consecuencias, ya sea con la pérdida de alguien cercano o con el abandono forzoso de sus hogares. Otros padecieron, de forma algo más indirecta, los efectos del conflicto bélico, pues la práctica totalidad de los países hubieron de reconducir sus sistemas productivos para hacer frente a la guerra. Incluso en las naciones que permanecieron neutrales casi ningún ciudadano pudo vivir al margen de cuanto acaecía a su alrededor.

Prueba de la importancia de aquel período son los incontables libros que lo han tratado, de los que últimamente hemos reseñado Apaciguar a Hitler. Chamberlain, Churchill y el camino a la guerra (puedes leer la reseña aquí), Berlín, 1936. Dieciséis días de agosto (aquí), La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia (aquí) o La fractura. Vida y cultura en Occidente 1918-1938 (aquí). Las biografías de los protagonistas de aquella época o los trabajos sobre la Segunda Guerra Mundial se cuentan por millares y, casi cien años después, seguimos fascinados por cómo se transformó el mundo en apenas un pestañeo. Se siguen estudiando los prolegómenos de una lucha que, más allá de la mera conquista de territorios, supuso una batalla ideológica en la que los vencedores se repartieron el control del planeta durante el resto de la centuria.

El filósofo y divulgador alemán Wolfram Eilenberger se aproxima a estos años, de una forma original, en su obra El fuego de la libertad. La salvación de la filosofía en tiempos de oscuridad. 1933-1943*. Sus protagonistas son cuatro de las grandes pensadoras del siglo XX: Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand y Hannah Arendt. Las cuatro fueron testigos de los cambios que se estaban produciendo en Occidente y algunas sufrieron en primera persona la persecución nazi. Sus escritos recogen las impresiones generadas por los acontecimientos que se producían y, si bien no participaron de forma directa en la toma de decisiones, su pensamiento influyó en la postguerra hasta alcanzar un lugar preminente en el mundo académico e intelectual. Muchos de sus textos están inspirados y reflexionan, precisamente, sobre lo sucedido en la década de los treinta y principios de los cuarenta.

Wolfram Eilenberger ya empleó un esquema similar en su anterior obra Tiempo de magos. La gran década de la filosofía: 1919-1929. En la que ahora ve la luz adopta distintos enfoques para analizar al cuarteto protagonista. El suyo es, por un lado, un trabajo de historia de la filosofía, en el que se exponen de forma general, y accesible para el lector no especializado, los principales presupuestos filosóficos de las cuatro pensadoras. Por otro lado, esboza las vivencias de Weil, Beauvoir, Rand y Arendt durante los diez años objeto de estudio, mostrando el contexto personal en el que se desenvuelven, su entorno y los hitos más relevantes de sus biografías. Finalmente, a medida que explora las vidas de las cuatro escritoras, recrea el mundo que les tocó vivir. Ni siquiera Rand, que pasó gran parte de la guerra en Estados Unidos, pudo abstraerse de lo que estaba sucediendo, pues su familia permaneció en Leningrado durante el asedio alemán.

No hay constancia de que, en la década de los treinta, nuestras protagonistas se conociesen en persona y hubieran leído nada de las otras. Nacidas con una diferencia de apenas cuatro años (Rand, la mayor, nació en 1905 y Weil, la más joven, en 1909), en el período que abarca el libro rondaban la treintena y no habían alcanzado la fama que tendrían posteriormente. De hecho, casi todas tuvieron problemas para editar sus escritos. Aun cuando sus experiencias vitales difieren notablemente, cuentan un denominador común: fueron mujeres cuya inteligencia les permitió romper los moldes de la época. Es cierto que, para eso, hubieron de superar numerosos obstáculos, afrontar adversidades y sobreponerse a ellas. Quizás, la historia más trágica (y a la vez la más peculiar) sea la de Simone Weil, fallecida en 1943, cuyo pensamiento solo trascendió tras su muerte, gracias especialmente a la labor realizada por Albert Camus.

Aunque la obra sigue un eje cronológico (cada epígrafe abarca uno o dos años) al narrar la vida de cuatro personalidades tan diferentes, los saltos en la narración son constantes. Eilenberger pasa de los cafés de París o del Hollywood de los años treinta a la Palestina inglesa, siguiendo los avatares de las protagonistas. Un cierto caos narrativo refleja, en paralelo, la confusión que reinaba durante aquellos años, pero no es obstáculo para darnos a conocer cómo los vivieron cuatro de las mujeres más importantes de la centuria pasada.

Wolfram Eilenberger (Freiburg, 1972) estudió filosofía, psicología y filología románica en Heidelberg, Turku y Zúrich. Colaborador habitual en los periódicos Die Zeit y Tagesspiegel, fue editor en jefe de la edición alemana de la revista Philosophie Magazine. Su trabajo periodístico y divulgador se caracteriza por la aplicación de perspectivas filosóficas a cuestiones de política, vida cotidiana y deporte. Entre sus obras destaca Tiempo de Magos. La gran década de la filosofía: 1919-1929.

El fuego de la libertad es la emocionante historia de cuatro iconos mundiales, Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand y Hannah Arendt, que diseñaron un mundo nuevo en una época oscura.

El escritor Wolfram Eilenberger regresa a las librerías tras el éxito que le otorgó su primer ensayo Tiempo de magos, considerado una obra imprescindible dentro la divulgación histórica.

El fuego de la libertad. El refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933-1943, escrita por el prestigioso periodista alemán Wolfram Eilenberger, que también publicó en 2019 Tiempo de magos. La gran década de la filosofía: 1919-1929. Una obra que se convirtió en todo un éxito dentro de la no ficción que la crítica y el público celebraron con gran entusiasmo. Así, no es de extrañar que con su nuevo ensayo, El fuego de la libertad, haya conseguido en muy poco tiempo el aval de la prensa internacional. Puedes consultar al final de esta convocatoria algunas de las reseñas que ya acompañan a su último libro.

La década de 1933 a 1943 marcó el capítulo más triste de la Europa moderna. En medio del horror, Simone de BeauvoirSimone WeilAyn Rand y Hannah Arendt, cuatro de las figuras más influyentes del siglo XX, mostraron lo que significa llevar una vida verdaderamente emancipada y, al mismo tiempo, desarrollaron sus ideas visionarias sobre la relación entre el individuo y la sociedad, el hombre y la mujer, el sexo y el género, la libertad y el totalitarismo y Dios y la humanidad.

Fue una época oscura en la que los intelectuales se vieron obligados a posicionarse políticamente ante los totalitarismos que arrasaron Europa y a reflexionar sobre la libertad del individuo frente al destino de la comunidad. En aquel ambiente de campos de concentración, persecución de disidentes y supresión de las libertades, Arendt, Beauvoir, Weil y Rand crearon los principios rectores de su futuro trabajo y, aunque lo hicieron cada una de un modo distinto a las otras, las cuatro se comprometieron con la libertad del individuo frente a la dictadura del líder opresor.

Con gran habilidad narrativa y un equilibrio magistral entre el relato biográfico y el análisis de las ideas, Eilenberger nos ofrece la historia de cuatro vidas legendarias que, en medio de la convulsión, como refugiadas y combatientes de la resistencia, condenadas al ostracismo e ilustradas, cambiaron nuestra forma de entender el mundo y sentaron las bases para una sociedad verdaderamente libre.

Sus aventuras las llevaron del Leningrado de Stalin a Hollywood, del Berlín de Hitler y el París ocupado a Nueva York; pero, sobre todo, dieron lugar a sus ideas revolucionarias, sin las cuales nuestro presente, y nuestro futuro, no serían los mismos. Sus trayectorias muestran cómo la filosofía también puede vivirse y son un testimonio impresionante del poder liberador del pensamiento.

En 1933, ninguna tenía más de 27 años y, una década después, la sangría de la Guerra Civil española, el Holocausto de la Alemania nazi y las grandes hambrunas del estalinismo soviético habían pasado por encima de sus biografías. Algunas de ellas acabaron convertidas en refugiadas políticas, otras se unieron a la resistencia armada, varias terminaron condenadas al ostracismo… Pero todas encontraron la forma de demostrar que seguían siendo mujeres libres. Y esa libertad tenía su base en la escritura. La expresión de sus pensamientos a través de los libros fue lo que evitó que fueran vencidas por los totalitarismos y, con su valentía, salvaron al mundo del desastre absoluto.

Wolfram Eilenberger traza la trama filosófica que dibujó unos de los períodos más convulsos y sombríos de nuestra historia. El fuego de la libertad descifra los enigmas de cuatro intelectuales universales que marcaron el rumbo del pensamiento occidental: Simone de BeauvoirSimone WeilAyn Rand y Hannah Arendt.

A finales de 1942 una francesa "preparada para matar alemanes", se embarcó en un carguero que de Nueva York iba a llevarla de regreso a Europa de donde había escapado al exilio con su familia tan solo unos meses antes. Nada más llegar a Inglaterra, en el instante decisivo de la Segunda Guerra Mundial, Simone Weil se presentó en las instalaciones de la Francia Libre y se ofreció para lanzarse inmediatamente en paracaídas -aseguró haber estudiado los manuales al respecto- sobre suelo francés para combatir. No hace falta decir que quienes recibieron atónitos la propuesta de aquella mujer menuda, cegata y claramente enferma, la despacharon al instante. "Pero, ¡si está loca!", habría comentado el general De Gaulle. Le propusieron a cambio que preparase un informe para esbozar la fase posterior a la victoria sobre Hitler y Weil, filósofa, políglota y una de las inteligencias más luminosas del siglo XX, se aplicó a ello con su obsesión habitual, dejando prácticamente de comer y dormir. Un día la encontraron en el suelo de su cuarto y fue llevada al hospital donde murió el 24 de agosto de 1943. Tenía treinta y cinco años.

 

Simone Weil es una de las cuatro protagonistas de 'El fuego de la libertad. El refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933-1943' (Taurus), de Wolfram Eilenberger. Las otras son la también gala Simone de Beauvoir, la alemana Hannah Arendt y la estadounidense de origen ruso Ayn Rand. El autor sigue aquí el modelo de su 'Tiempo de magos' (2018), su primer y fascinante libro en torno a Heidegger, Wittgenstein, Cassirer y Benjamin: coges a cuatro cerebros privilegiados en su momento de formación y en un tiempo concreto limitado -una década- que coindide por lo demás con un momento captal de la historia reciente, y te ocupas de explicar sus ideas en conexión directa y esencial con sus vidas. El resultado vuelve a exhibir todo un espectáculo de la narración filosófica, tal vez aún más sugestivo que en la primera entrega por tratarse de cuatro mujeres no tan conocidas.

finales de 1942 una francesa "preparada para matar alemanes", se embarcó en un carguero que de Nueva York iba a llevarla de regreso a Europa de donde había escapado al exilio con su familia tan solo unos meses antes. Nada más llegar a Inglaterra, en el instante decisivo de la Segunda Guerra Mundial, Simone Weil se presentó en las instalaciones de la Francia Libre y se ofreció para lanzarse inmediatamente en paracaídas -aseguró haber estudiado los manuales al respecto- sobre suelo francés para combatir. No hace falta decir que quienes recibieron atónitos la propuesta de aquella mujer menuda, cegata y claramente enferma, la despacharon al instante. "Pero, ¡si está loca!", habría comentado el general De Gaulle. Le propusieron a cambio que preparase un informe para esbozar la fase posterior a la victoria sobre Hitler y Weil, filósofa, políglota y una de las inteligencias más luminosas del siglo XX, se aplicó a ello con su obsesión habitual, dejando prácticamente de comer y dormir. Un día la encontraron en el suelo de su cuarto y fue llevada al hospital donde murió el 24 de agosto de 1943. Tenía treinta y cinco años.

 

Simone Weil es una de las cuatro protagonistas de 'El fuego de la libertad. El refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933-1943' (Taurus), de Wolfram Eilenberger. Las otras son la también gala Simone de Beauvoir, la alemana Hannah Arendt y la estadounidense de origen ruso Ayn Rand. El autor sigue aquí el modelo de su 'Tiempo de magos' (2018), su primer y fascinante libro en torno a Heidegger, Wittgenstein, Cassirer y Benjamin: coges a cuatro cerebros privilegiados en su momento de formación y en un tiempo concreto limitado -una década- que coindide por lo demás con un momento captal de la historia reciente, y te ocupas de explicar sus ideas en conexión directa y esencial con sus vidas. El resultado vuelve a exhibir todo un espectáculo de la narración filosófica, tal vez aún más sugestivo que en la primera entrega por tratarse de cuatro mujeres no tan conocidas.

P. Antes he dicho que sus historias son corales pero, en fin, no del todo. Si en 'Tiempo de magos' el personaje más desconocido y entrañable resultaba ser Cassirer, ¿muestra predilección en ‘El fuego de la libertad' por la fascinante Simone Weil?

 

R. Todas son gigantes y pensadoras olvidadas que, en mi opinión, deberían ser leídas y enseñadas de forma mucho más amplia que en la actualidad. Sus voces tienen mucho que darnos, especialmente ahora. Y en el caso de Simone Weil, bueno, ¿qué hay que decir? El hecho de que este ser humano absolutamente extraordinario, una vez descrito por Albert Camus como el 'el único gran espíritu de nuestro tiempo', haya sido ignorado de manera tan consistente y completa por la filosofía académica dominante, por no hablar de la filosofía analítica desesperadamente fimótica de la actualidad, atrapada en su narcisismo de distinciones demasiado finas, dice mucho. Por otro lado, hay de hecho, dentro y fuera de la academia, un creciente interés en la profundidad y el poder transformador del pensamiento y el ejemplo de Simone Weil. Una tendencia que sin duda aplaudo.

P. Es curioso porque en Weil se mezclan una lucidez asombrosa con rasgos de locura, desde el éxtasis religioso al desequilibrio físico y mental. Fue por ejemplo de las más tempranas en señalar algo que hoy se da por hecho: la equivalencia básica entre el totalitarismo nazi y el soviético. ¿La lucidez y la locura pueden retroalimentarse?

 

R. Por supuesto que pueden. De hecho, así es como una vez comenzó la filosofía, continuó a través de las edades y también volverá a comenzar. El concepto español de “loco” y “locura” captura esta eterna ambivalencia mucho mejor que la mayoría de los otros idiomas. Piense en Sócrates como la figura fundadora de nuestra tradición: un vagabundo y un bicho raro muy conocido que escuchó voces extrañas en su cabeza y, sin embargo, fue el más sabio de todos los tontos humanos. Por supuesto, no fue considerado como tal por la mayoría de sus semejantes, sino por los siglos venideros y el oráculo de su comunidad. Especialmente en los momentos más oscuros, cuando el mundo entero "se ha vuelto loco", ser absolutamente lúcido, honesto y sobrehumanamente intrépido te hará parecer necesariamente una loca o un loco a los ojos de los demasiados. En este sentido, la mente y la capacidad de comprensión de Weil sólo pueden calificarse de "proféticas", ya que evidentemente se nutren de fuentes y voces que no son sólo de este mundo. Pero dar tal respuesta en una entrevista en el año 2021 de Nuestro Señor, y respaldarla plenamente, hace que uno mismo parezca un loco, ¿no es cierto?

P. De hecho, aunque intente disimularlo,diría que no logra esconder usted cierta animadversión por Ayn Rand. En varias ocasiones confronta su egoísmo con su vida personal, tan necesitada de amor como cualquiera. Es curioso, Rand tal vez sea la filósofa menos profunda y compleja de las cuatro pero probablemente es la que más influencia ha tenido después, al menos en EEUU. ¡Y la que más libros ha vendido!

 

R. Es interesante que lo lea usted de esta manera. Permítanme decir esto: Ayn Rand es una filósofa y escritora mucho mejor de lo que se le atribuye, especialmente en Europa. Además, no es menos extremista y de carácter profético que Simone Weil. Pero donde Weil ve la celebración del Ego como la raíz del mal de la modernidad, la autocanonización de ese mismo Ego, sin compromisos ni restricciones, marca para Rand el primer y decisivo paso hacia todo lo bueno y bello de este mundo. Es el primer paso en el camino hacia la verdadera libertad. Por lo tanto, le dio a la "Tierra de los Libres" una filosofía de un tipo particular, y de manera muy influyente. Es difícil sobreestimar su importancia para la cultura de la posguerra en Estados Unidos. Y, por lo tanto, una irresponsabilidad intelectual de no perder tiempo en sus fundamentos filosóficos: "Conoce a tu enemigo", si es que ella tiene que ser un enemigo.

P. Simone de Beauvoir se reía de Weil por su fugaz lucha en la guerra civil española pero ella, Sartre y la mayoría de los intelectuales de su círculo parisino no vivieron nada mal durante la ocupación nazi pese a su teórica beligerancia política. Uno no puede dejar de sentir cierto malestar observando a estos tipos que copulaban, escribían y leían a Hegel en aparente despreocupación mientras el mundo ardía. ¿Nace con ellos la ‘gauche caviar’?

 

R. Bueno, es un hecho que los intelectuales franceses de cierto medio tenían, y todavía tienen, un talento especial para marcarse a sí mismos como intrépidos anti-sistema y proto-revolucionarios. Al mismo tiempo, pueden y están dispuestos a disfrutar plenamente de las comodidades de los líderes de opinión financiados por el estado, así como a usar y abusar de los privilegios sexuales que parecen surgir "naturalmente" de este estado. Beauvoir y Sartre son ejemplos estelares de esta constelación y sirven como modelos a seguir para las generaciones venideras. Sin embargo, Beauvoir sigue siendo una persona extremadamente inspiradora y estimulante desde un punto de vista filosófico: no nació como filósofa y reformadora social, tenía que convertirse en una. Fue una lucha muy dura ya que el camino hacia "el Otro" fue especialmente largo para ella. Para seguirlo, tuvo que conquistar sus intuiciones y miedos más profundos. Se conquistó a sí misma pensando en sí misma. ¿Qué mejor se puede decir de un filósofo?

 

P. Al lado de Beauvoir, Arendt parece de verdad valiente, tanto filosófica como vitalmente. Judía, víctima, apátrida, es la que vive el peligro más cerca, logra escapar y nunca le vence la desesperación ni reniega a su independencia. Tampoco en el amor... ¿Amar en condiciones de igualdad, sin subordinación, como busca Arendt, no es en realidad una quimera, no va, desgraciadamente, contra la realidad esencial del amor?

 

R. Al comienzo de la lucha totalitaria, Arendt, como Rand y Weil, se encuentra en una situación de marginación triple: mujer, intelectual, judía. La consecuencia es el exilio, tanto física como mentalmente. Entonces, la pregunta para ella es la siguiente: ¿Cómo amar al mundo a pesar de todos sus abismos y oscuridades demasiado obvias? Y su primera respuesta, su principal intuición es esta: atreverse a amar el abismo más obvio y oscuro que todos, todos los días de nuestra vida social, encontramos. Amando la vista y el rostro de otro ser humano. Una vez que lo logras, sin perderte por completo en el abismo sin fin que el otro es, el mundo se convierte en un lugar para vivir, la existencia se convierte en algo para ser apreciado y celebrado. El concepto de amor de Arendt se basa en una igualdad que aprecia las diferencias que nos hacen únicos. El ideal totalitario, en cambio, consiste en borrar con fuerza las mismas diferencias que nos permiten amar al mundo y a nosotros mismos, que es una forma más de decir que es ontológicamente maligno.

 

P. Se ha escrito que su libro trata de cuatro filósofas contra el nazismo pero a mí me parece que no es ese en realidad el auténtico objeto de ‘El fuego de la libertad’. Diría que el asunto esencial que se plantean estas cuatro mujeres es el problema de la comunidad humana: ¿cómo podemos relacionarnos con los demás?, ¿es eso siquiera posible?

 

R. Me alegra que lo vea de esa manera. Sí, la cuestión del otro, me parece la cuestión central del libro. El nazismo es sólo una forma política de responder o más bien negar esa pregunta, esa búsqueda, ya que busca borrarla con su fuerza. Lo cual, al final, solo se puede lograr aniquilando toda alteridad, destruyendo todas y cada una de las cosas que son o parecen encarnar esa misma cuestión.

 

P. Las "sociedades de esclavos" totalitarias fueron finalmente vencidas por las "sociedades libres" (salvo en el caso del comunismo que años después también acabaría cayendo). ¿El fuego de la libertad es más poderoso que el de la opresión o fue sólo cuestión de suerte?

 

R. No necesariamente es así. Al menos es una cuestión que no puede ser abordada, y mucho menos definitivamente respondida, solo por la historia. Preguntarnos de dónde brota este fuego de libertad, quién lo creó y cultivó y quién lo guardará para nosotros en el futuro, es en el fondo una tarea metafísica. Y junto con Simone Weil y su lectura del mito de Prometeo, debería pensar que nosotros, es decir, los humanos, no iniciamos este incendio. Pero si no nos cuidamos adecuadamente unos a otros, así como a su verdadera fuente, bien podríamos ser capaces de matarlo de una vez por todas en el futuro previsible.

 

Hay mucha energía oscura en estos días y parece canalizarse hacia colectivismos de uno u otro tipo

 

P. Comparamos mucho actualmente el periodo de entreguerras con su auge autoritario, nacionalista e identitario con el actual pero, ¿toca ahora farsa o tragedia?

 

R. Sí, y estas comparaciones no carecen de fundamento. Hay mucha energía oscura en estos días, y gran parte de ella parece canalizarse hacia colectivismos de uno u otro tipo. El retorno político del "yo" al "nosotros", en otras palabras, está en pleno apogeo. Al mismo tiempo, siempre existe el peligro de caer en la trampa de la exculpación política cuando se trazan estos paralelos demasiado de cerca. El más aterrador de todos los pensamientos políticos, después de todo, sigue siendo que la historia en realidad nunca se repite, porque es ontológicamente abierta y que, además, nunca está completamente en nuestras propias manos. Pensar de otra manera significa caer en una farsa filosófica. Y esto, entonces, con demasiada frecuencia termina en tragedia. La pregunta sigue siendo: ¿cómo salimos responsablemente de este círculo vicioso?

 

P. Auge, caída y reconstrucción. Me parece que le falta un tercer libro. ¿Quiénes serán sus cuatro protagonistas?

 

R. Sí, el proyecto continúa. Pero buscará nuevos caminos, tanto formal como cronológicamente. Desafortunadamente, estos caminos permanecen todavía muy a oscuras para mí. O, dicho de manera más positiva, permanecen al descubierto. Veremos.

 

 

 

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2 septiembre 2021 4 02 /09 /septiembre /2021 15:55

Entérense ustedes: vivimos en el Antropoceno, nombrecito popularizado – que no creado-  por el holandés Paul Crutzen, Nobel de Química a principios del 2000, con el que definía la época en la que las actividades y la codicia del hombre comenzaron a provocar cambios geofísicos, climáticos y ecológicos a nivel planetario.

Cada vez hay más voces de científicos, periodistas, biólogos, ingenieros, expertos en geología, botánica, filósofos y políticos honestos, asociaciones de defensa de la naturaleza, bioquímicos, incluso expertos en biotecnología, medicina, geógrafos, paleontólogos, biocientíficos en zoología terrestre y marina, ornitología, climatólogos y economistas no abducidos por el sistema o personas de diversos oficios y profesiones que ansían un mundo sostenible, que consideran que nuestra especie ha alterado el planeta desde su atmósfera al espacio exterior más próximo, desde la corteza terráquea hasta el fondo de los mares existentes y dañado ríos, lagunas y hábitats marinos en toda nuestra superficie e incluso sectores explotados de las profundidades de la tierra. El Antropoceno (de “antropos”, hombre y “kainos”, actual) debería ser conocido como “Antropoidioceno”  ya que la especie más abundante de homínidos vivientes siguen los pasos de sus congéneres más activos desde el principio de los tiempos: los idiotas. Es un tipo de naturaleza humana proclive a hacer consciente o inconscientemente todo el daño posible a sus semejantes, al entorno y  a sí mismos, pudorosamente investidos de “principios” religiosos, económico-codiciosos, tradiciones absurdas cuajadas de hipocresía y prejuicios, intereses bastardos o nacionalistas, “progresismo” mal entendido, fanatismos varios y pura y supina estupidez, a veces con el sello de la “ciencia” reinante, que conjuntamente han causado una tendencia progresiva e imparable de acumulación de desastres progresivos  con efectos dañinos para el equilibrio climático y la salud de cuanto vive sobre la tierra, así como el irreversible daño que el consumo irresponsable de los recursos naturales está provocando en el hábitat natural. El Antropoidioceno podría ser la última era de la especie humana, aunque seguramente no del planeta, que podrá recuperarse con el tiempo como lo hizo en las cinco extinciones globales del pasado remoto.

Para ilustrar este duro y punzante discurso y sin ánimo de ser apocalíptico, de entre la abundancia pesimista de libros científicos o de divulgación publicados desde los años 90, les recomiendo la lectura de dos libros actuales, ambos de la misma autora: “LA SEXTA EXTINCIÓN” Y “BAJO UN CIELO BLANCO”, debidos a la pluma de una periodista norteamericana especializada en temas científicos, Elizabeth Kolbert. Lo hago no sólo con el ánimo de mostrarles una vez más la peligrosa deriva de estos asuntos que a todos nos conciernen- de la que tienen abundantes pruebas en artículos y filmaciones en diarios y televisión o internet- sino porque la Kolbert nos da “una de cal y otra de arena” en estos libros. El primero es demoledor por su denuncia histórica y el segundo es una búsqueda periodística, honesta y valiente, de razones por las que cabe un rayo de esperanza en este negro futuro que nos devora de forma progresiva.

Los científicos definen las extinciones en masa  como eventos que eliminan “una fracción significativa de la biota (biosfera) del mundo en un periodo de tiempo geológicamente insignificante” (desde un punto de vista de la existencia humana).  Como dice Michael Benton, un paleontólogo que ha estudiado algunas de las cinco extinciones  globales anteriores, “la historia de la vida  consiste en largos periodos de aburrimiento ocasionalmente interrumpidos por el pánico”. Según el último informe de la Plataforma Intergubernamental de la ONU sobre el Cambio Climático (IPCC), estamos navegando a plena vela hacia uno de esos momentos de pánico, el sexto para ser exactos. En las “Cinco Grandes” extinciones anteriores, desaparecieron casi todas las especies vivas del planeta, animales, vegetales, desde el más humilde escarabajo hasta los diplodocus o mastodonte. El hombre no había aparecido, lo cual fue de agradecer, ya que en lugar de durar cada era millones de años en el sistema de conteo humano, con el hombre y a las vistas de esta presumible sexta extinción que nos amenaza y la velocidad de crucero que lleva, el planeta habría contabilizado mucho más de seis o, simplemente, no existiría como lugar habitable.

La característica más notable de esta Sexta extinción, nos dice Kolbert es que el hombre es el único y casi total responsable Lo que constituye un aporte de humildad y pesar es el conteo de especies que la autora nos pone sobre la mesa, aniquiladas por el depredador progreso humano, principalmente desde el siglo XVIII. A finales de ese siglo James Watt diseña una nueva máquina de vapor que abre las puertas a la era de la industrialización, al uso abusivo de los combustibles sólidos y la emisión de dióxido de carbono (CO2) unido a la destrucción del mundo vegetal causado por la cadena “producción excesiva-consumo irresponsable”, que provoca la ruina de ecosistemas vegetales (uno de los factores que reducían el índice de calentamiento global). En cada capítulo de su primer libro, Kolbert, nos habla de la desaparición de alguna especie emblemática como el alce gigante, el mastodonte americano, los dinosaurios, los corales de la Gran Barrera (un mundo de especies en sí mismo): en total, para finales de este siglo,  el 50% de la especies que existían en el planeta (en un pronóstico optimista, dados los últimos datos sobre la situación de la emergencia climática). Como dijo el ecólogo Paul Ehrlich: “al empujar a otras especies a la extinción, la Humanidad está cortando la rama que la sostiene”.

En “Bajo un cielo blanco”, Kolbert da un giro copernicano a su trabajo y nos habla de los esfuerzos que los hombres y su alta tecnología están haciendo no sólo para preservar ciertas especies en peligro de extinción sino para tratar de frenar o incluso revertir el proceso suicida en el que estamos metidos.

A pesar de ese planteamiento optimista, la autora tiene una visión realista de la situación: los 8.000 millones de humanos sobre la Tierra no sólo somos demasiados, en términos de equilibrio vital ecológico, sino que somos una enorme fuerza destructiva para cualquier otra especie que habita el planeta y el propio ecosistema de éste, con lo cual se está produciendo una respuesta tan o más destructiva que la nuestra y que nos afectará de lleno.

Sin embargo el libro es una narración periodística de los viajes y entrevistas que la autora ha realizado por todo el mundo, en los ámbitos científicos, para hablarnos de las especies que tratamos de preservar por todos los medios cuando ya están a punto de extinguirse. Y así nos habla del pez más raro del mundo que sólo existe en pleno desierto de Mojave; de la Gran Barrera de los corales, arrecifes que están muriendo y cuya desaparición alterará brutalmente la vida en los océanos; de la labor titánica de unos ingenieros islandeses que están convirtiendo el CO2 en piedras, mineralizándolo al inyectarlo en rocas volcánicas submarinas; O un estudio sobre la plantación en todo el planeta de billones de árboles. Un billón de árboles logra absorber doscientos gigatones (una gigatonelada son mil millones de toneladas) de carbono de la atmósfera; la geoingeniería solar que propone esparcir en la estratosfera una cantidad inimaginable de partículas reflectivas de diamante que cubrirían la tierra, provocando no sólo que llegara menos luz a la tierra y mucho menos calor, lo que bajaría las temperaturas en el planeta y nos rodearía un cielo blanco: se acabarían los maravillosos amaneceres y puestas de sol. Un mundo de sombras permanentes, como en “Blade Runner” o en “Matrix”; Y en fin experimentos de ingeniería genética para manipular el mundo a favor de la supervivencia, en un paradójico ciclo que trataría de recomponer todo aquello que hemos destruido.

La pregunta clave, a pesar de la cada vez más precaria postura de los negacionistas contra el cambio climático, es: ¿Por qué seguimos negándonos a ver y apreciar lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir? ¿Por qué en el fondo de nuestra mente lo seguimos considerando una exageración, casi una “fake news” creada por una ciencia conspiratoria y vendida a ocultos intereses? Paradójicamente es que en el fondo de nuestra mente tenemos una fe ciega en unas fuerzas, héroes o descubrimientos, en una tecnología capaz de revertir los errores cometidos con el toque mágico de un invento salvador y que nos permitiría seguir en la senda del progreso y el desarrollo que no cesan de prometer los muchos demagogos populistas que están actuando en el mundo.

Somos incapaces de ver los intereses que sacan ganancias ingentes de esta situación aplicando grandes presiones mediáticas para adormecer nuestro espíritu crítico, colonizando nuestras mentalidades con promesas de consumo incesante, comodidades y distracciones.

No nos creemos a los expertos que nos advierten que la huella ecológica humana (huella es sinónimo de destrucción) ya sobrepasa en un 50% la capacidad regenerativa y de absorción del planeta y que el 80 % de la población mundial vive en países donde se ha roto el equilibrio ecológico y la huella supera a la capacidad de regeneración. Y si esto es a nivel individual, la situación no mejora al nivel de los Estados y las sociedades del mundo. Aún no se ha declarado el estado de urgencia mundial en el que todos los países estén obligados a trabajar juntos para salvar el planeta, nuestro hábitat de vida. Y nadie ha pensado y propuesto tal cosa. Seguimos, globalmente creyendo en el hada madrina de la Tecnología. En que su varita mágica va a detener los huracanes, las inundaciones, los fuegos, las sequías, el hambre, la sed, las grandes inmigraciones, la violencia de guerras y levantamientos populares en un mundo cada vez más clasista, insolidario, racista y violento.

En nuestra época los humanos hemos transformado de manera directa más de la mitad de las tierras emergidas y no heladas del planeta (unos 70 millones de km2) y de manera indirecta el resto. Hemos embalsado o desviado la mayoría de los ríos, otros se han secado. Nuestros sistemas de megacultivos y abonos globales, han fijado más nitrógeno que todos los ecosistemas y los aviones, coches y plantas de energía emiten unas cien veces más dióxido de carbono que todos los volcanes juntos. Hay veintidos veces más biomasa en forma de seres humanos y animales domesticados que todo el resto de los vertebrados de la Tierra. Y en cuanto a los mares, el calentamiento de las aguas, la acidificación de los océanos (por la emisión de combustibles sólidos), los deshielos, las subidas del nivel de las aguas y la paradójica desertificación están agudizándose día a día. Desde los tiempos de Watt la temperatura media global ha subido a 1,1ºc. La fusión de los hielos de la Antártida se ha multiplicado por tres desde 1990. El umbral de la catástrofe planetaria es que la temperatura media global suba a 2º. Y esto puede ocurrir a finales de los 30 de este siglo.

 Deberíamos recordar la frase de Einstein: “”No podemos resolver nuestros problemas con la misma forma de pensar que usamos para crearlos”. Hay que cambiar el paradigma. Si seguirnos actuando como si el mundo fuera de nuestra propiedad y sus recursos inextinguibles, la lectura de lo que nos ocurre no tiene ningún valor práctico. Parece que no absorbemos realidades como que en nuestros días las tasas de de extinción de especies son cientos o miles de veces más rápidas que las denominadas del tiempo geológico. Las pérdidas se extienden por todos los continentes, los océanos y todos los grupos taxonómicos. De hecho es mucho más fácil arruinar un ecosistema que mantenerlo.

En las últimas palabras de su libro sobre la Sexta Extinción, nuestra autora deja esta sensata, y me temo que premonitoria, frase: “En este momento estamos decidiendo, sin realmente quererlo,  qué vías evolutivas permanecerán abiertas y cuáles se cerrarán para siempre. Ninguna otra criatura ha conseguido algo así y por desgracia este será nuestro legado más duradero. La Sexta Extinción seguirá determinando el curso de la vida mucho tiempo después de que todo lo que alguna vez alguien haya escrito o pintado o esculpido o construido haya sido reducido a polvo y una ratas gigantes (los animales posiblemente más preparados para sobrevivir, a base de ingenio y crueldad) hayan heredado (o no) la Tierra”.

ALBERTO DIAZ RUEDA

 

FICHAS

LA SEXTA EXTINCIÓN. Una historia nada natural. Ed Crítica,  337 págs. //BAJO UN CIELO BLANCO. Cómo los humanos estamos creando la Naturaleza del futuro. Ed. Crítica.-212 págs.- Ambas de la misma autora, Elizabeth Kolbert y el mismo traductor Joan Lluís Riera

 

 

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11 agosto 2021 3 11 /08 /agosto /2021 12:24

“ES LA ECONOMÍA, ESTÚPIDOS”

(Artículo publicado de ‘Heraldo deAragón’ el 100821)

Escribía nuestro Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, allá por los años 1330 o 1340 en su “Libro del Buen Amor”, «Como dize Aristótiles, cosa es verdadera, / el mundo por dos cosas trabaja: la primera, / por aver mantenencia; la otra cosa era / por aver juntamiento con fembra plazentera». Aquí nos vamos a referir a su “haber mantenimiento” o sustentamiento, es decir, al equilibrio económico de un país y de las necesidades de sus habitantes. La economía es la savia del árbol que sustenta nuestra civilización, nos guste o no. Nunca como hasta ahora el slogan interno de la campaña electoral de Clinton en el 92, “es la economía, estúpido” toma toda su grosera relevancia. En estos años veinte del siglo XXI las relaciones población-consumo y producción-degradación del sistema, sometidas al factor multiplicativo “crecimiento permanente”, arroja un resultado “alarmante” para los más optimistas y “desastroso” para lo informados.

Con el crecimiento codicioso del sistema económico capitalista está ocurriendo como con la pandemia. Se avisó de ambos peligros con bastante antelación. En los  años 70 y 80 hubo proclamas científicas sobre lo que podría ocurrir si no se cambiaba de rumbo, como el informe del Club de Roma. Pero a pesar de la seriedad de las amenazas a las que nos íbamos a enfrentar, a pesar del griterío de los medios, de los informes alarmantes, todo siguió igual: el crecimiento exponencial de la producción, el consumo y la degradación del ecosistema por sobreexplotación, la deslocalización de empresas en busca de mano de obra barata, el consumo irresponsable alentado.

Ya no es posible el desarrollo sostenible, pero en cambio se sigue manteniendo un desbordamiento insensato de búsqueda y adquisición de posibles fuentes de beneficios (deforestación, prospecciones de minerales en tierra y en el fondo del mar, agricultura invasiva, explotación desmesurada) sin ningún análisis previo de sus efectos nefastos a medio plazo. Se maximiza el beneficio en los mercados financieros y energéticos, a pesar de los serios avisos del sesgo suicida de mantener tal crecimiento expansionista y depredador. Los que dirigen esa élite financiera no se percatan todavía de que si la savia de la riqueza solo llega a las ramas más altas y escasas del árbol de la vida, éste se volverá cada vez más frágil en sus raíces y tronco, hasta colapsar y derrumbarse como leña muerta.

Desde la escasez de materias primas, minerales estratégicos, componentes de los chips –su falta provocaría un “blackout” en la esencial área tecnológica —a los problemas del cambio climático, sequías como en el Brasil desforestado, incendios e inundaciones en otros países o el coronavirus cuya expansión sólo la evitaría la vacunación mundial, todavía lejana a pesar de algunos gestos solidarios…

Todos esos problemas tienen una relación directa o indirecta con la economía y la manera neoliberal de aplicarla. Y, por supuesto, con la actitud que siguen manteniendo casi todos los políticos de occidente: la de los tres monos que no oyen, no ven y no hablan de ello. Y conste que hay que valorar las medidas internacionales adoptadas por la UE y los Estados Unidos post-Trump. Pero…no es suficiente.

El neoliberalismo salvaje, muy vigoroso desde China a Rusia, Estados Unidos o Europa, tiene una lógica suicida de expansión: el cultivo del exceso –de  beneficios, de depredación, de acaparamiento, de codicia, de explotación humana- y por tanto ignoran la gravedad de los problemas y los avisos científicos y fácticos que están recibiendo. A cambio se extiende la lepra del racismo, la xenofobia, los serviles adeptos al poder y al dinero. No se trata de ideologías, aunque las evocan. Esa mayoría se limita a aplicar una praxis de supervivencia o como diría el Arcipreste, de “mantenencia”.

La política, en general, ignora todo lo que no es inmediato. Es cortoplacista. Sus miradas están desenfocadas, olvidan la dimensión del futuro por muy cercana que sea y el influjo que sobre él tiene el presente que realizamos. Un ejemplo: aquí y ahora, el de algunas empresas de energías renovables, las eólicas. No es un negocio de ecologismo, sino un negocio depredador en el que no hay ventajas reales para el mundo rural: se les paga en precario, se les devalúa el territorio y se exportan los beneficios, sin ni siquiera intentar equilibrar primero la relación producción-demanda. Y para contrarrestar todo esto, ya casi sólo nos queda la protesta pública y la de algunos medios que ven los peligros. Tan eficaces como los gritos en el desierto. En fin, como ven, todo acaba siendo  “haber mantenencia”. Lo malo es que sólo beneficia a los “Hunos” y no a la mayoría, los “otros”: usted, yo y nuestros congéneres planetarios, los que no pintamos nada en esta tragedia. Si acaso, el papel de víctima propiciatoria.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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3 agosto 2021 2 03 /08 /agosto /2021 11:44

Rafael Feito, Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, es una persona cualificada para entrar en el espinoso, esencial y descuidado tema de la educación escolar en España. Su título, tan provocativo y original, destaca ya en principio una idea clave: la escuela que tenemos en este siglo no es la que tendría que ser, es el residuo del pasado (en el que tampoco fue la más adecuada) y es, por supuesto, un fracaso en su necesario ajuste con la nueva sociedad y el nuevo mercado de trabajo para el que la escuela debería preparar de forma eficaz.

Particularmente en España, con ocho Leyes de Educación turnándose desde 1980, según quién estuviera en el poder, desde UCD al Psoe o el PP, definir qué cosa es la enseñanza escolar, sus medios, sus fines y objetivos y su forma de ajustarse a los cambios sociales, técnicos y económicos, se convierte en un problema lógico insoluble e insalubre. Feito Alonso, hombre curtido en mil "batallas"- libros, artículos, informes, conferencias- sobre la temática educacional nos revela un talante analítico pirroniano (escéptico) cuando no abiertamente estoico o cínico, según los hechos comentados. El diagnóstico del experto sobre nuestro sistema educativo, aún pendiente de salir del sepulcro del Cid, apegado a fórmulas obsoletas y viejas tradiciones memorísticas que no tienen cabida en un siglo tecnológico donde todo está al alcance de un teclado y el problema a resolver no es la falta de información, sino su exceso unido a un omnipresente defecto de fiabilidad. Y eso que, prudentemente, Feito deja para mejor ocasión el mundo universitario, donde las cosas no brillan precisamente por su eficacia y adecuación.

El autor encadena los temas de una forma crecientemente interesante: Una escuela para la sociedad del conocimiento; el currículum; las metodologías; los deberes; las evaluaciones externas; los itinerarios educativos; el profesorado; las familias; los tiempos escolares; la democracia y la participación. Después de un varapalo de lógica impecable para cada uno de los apartados, no deje el lector de devorar las seis páginas finales, unidas bajo el epígrafe de  “Conclusiones”.

La cuestión es tan compleja que nuestro autor debe dejar a un lado aspectos del tema educativo, del profesorado, la segregación  escolar o la autonomía de los centros, para centrarse en los que considera elementos fundamentales para propiciar una suerte de cambio futuro con más justeza. Apunto que se debería enviar un ejemplar de este libro al político que lidere el Ministerio, sólo para dar ideas y poder reconocer errores:lo cual sería una misión imposible donde las haya, pero deseable y justa)

Sin llegar a ser un documento técnico que aporte un abordaje sistemático y profundo de los asuntos tratados, se presentan estudios y datos que consolidan un análisis que destaca por su sencillez y claridad y actúa a modo de estímulo para la reflexión. Sencillez y claridad que podrían ser muy eficaces en los infatuados cerebros de los políticos de turno. No es un aporte científico, sino una serie de propuestas e ideas del autor basadas en criterios de independencia crítica y sentido común basado en la observación y la experiencia educativas. Y son propuestas e intenciones dirigidas a lograr una regeneración profunda de los modos y sistemas de enseñanza y de sus objetivos (al margen del problema de la mercantilización educativa y las deformaciones interesadas que la tecnología imprime a la formación). Principalmente a la adecuación a los nuevos tiempos y exigencias. Y si el engranaje burocrático de la escuela y el profesorado pueden adaptarse a tales exigencias.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

FICHA

¿QUÉ HACE UNA ESCUELA COMO TÚ EN UN SIGLO COMO ESTE?.- Rafael Feito Alonso.- 269 págs. Ed. CATARATA

 

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12 junio 2021 6 12 /06 /junio /2021 12:16

LA CONEXIÓN SÁHARA-CEUTA

(artículo publicado en La Comarca 110621)

A finales de los 50, mi padre estaba destinado en Marruecos. Yo era un niño de once años que viví la declaración de independencia marroquí, la entronización de Mohamed V  y algunos momentos de tensión  popular sin consecuencias graves. Unos años después comenzó la repatriación voluntaria de la mayoría de los españoles. Volví repetidamente a tierras marroquíes como enviado especial del periódico para el que trabajaba. Eran los años setenta y fui testigo de la osada maniobra política y militar que el Gobierno marroquí preparaba y puso en marcha con el apoyo logístico de Estados Unidos. Se trataba de la “Marcha Verde”, una disciplinada columna  de  300.000 ciudadanos marroquíes, trufados de policías y militares vestidos de paisano, que entró en el territorio del Sahara español violando la frontera y desafiando, (gracias a ir todos –ancianos, mujeres, niños, adolescentes, hombres- supuestamente desarmados) al ejército español desplegado en la zona. Hassan II, el rey de Marruecos, aprovechaba el momento adecuado: el vacío de poder creado por la enfermedad terminal de Franco.

Las presiones internacionales y de la ONU, provocaron el vergonzante abandono del Sahara por las tropas españolas el 27 de febrero de 1976,  (a pesar de las promesas de apoyo y protección que les habían dado a los saharauis los más altos representantes de nuestro Gobierno). Así allanó el camino a la dominación militar marroquí del territorio, cuyas riquezas ambicionaban todos los actores directos o indirectos del drama desde Hassan II, a otros países de Europa y  a Estados Unidos. La razón del apoyo al régimen de la monarquía alauita era su islamismo moderado y dialogante y su amistoso afán por atraer inversores poderosos.

La guerra de guerrillas del Sahara –primero contra los españoles en los 50 y 60  y después contra los marroquíes- se cronificó tras la construcción del vigiladísimo muro marroquí y siguió en estado latente y esporádico pero vivo, durante decenios.

Años más tarde volví al Sahara ex español, junto a otros periodistas, invitados por Rabat para comprobar la “triunfante marroquización” del Sáhara. No se nos permitió adentrarnos en el país y se nos mantuvo en la capital, El Aaiún (adaptación fonética al español del nombre árabe de la zona que significa “lugar de manantiales y fuentes”), amable y férreamente vigilados.  Se nos ofreció una entrevista con varios jefes tribales saharauis que habían cambiado el carnet de Senadores españoles franquistas por la nueva tarjeta de identidad marroquí. Fue un acto cínico que nos avergonzó. Nuestra protesta fue no publicar ni una línea del acto. Los intentos por conectar con saharauis “de verdad”  o con simpatizantes del Frente Polisario,  fueron inútiles. La mayoría de la población era marroquí, de otras partes del reino, que habían sido “convencidos” para asentarse en el territorio, bajo control militar.

Unos dos meses después, el Polisario me invitó a viajar a Tinduf (Argelia) para conocer las condiciones en las que vivían los saharauis de los campamentos en territorio argelino. Conocí la precariedad de inmensos barrios de tiendas de campaña, la escasez de agua y alimentos, el reguero de ayudas de ONG’s internacionales (varias españolas) que apenas mitigaban las necesidades básicas de una población en crecimiento constante. En el plano militar, el hostigamiento intermitente entre los guerrilleros del Polisario y la máquina militar marroquí bien pertrechada que vigilaba el inmenso muro defensivo.

Por todo lo anterior se comprende esa “segunda marcha” de marroquíes que asaltaron la frontera española en Ceuta, con el apoyo y la tolerancia de su propia policía. Así mostraba Rabat su indignación por la hospitalización del líder del Polisario en España, maniobra humanitaria pero no adecuada, ni política, ni diplomáticamente. Para el rey marroquí la penosa maniobra de Trump de “reconocer” los derechos de Marruecos sobre el Sahara, era suficiente razón para no admitir un gesto como el de España. Aunque Trump ya no está, Biden no ha rectificado ese punto por el momento. Marruecos sigue jugando con el “tradicional amigo” español, con cartas marcadas y a veces “de farol”. –

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 https://www.lacomarca.net/opinion/el-desafio-saharaui/

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27 mayo 2021 4 27 /05 /mayo /2021 16:40

LA CONJURA IDIOTA Y EL EFECTO AILANTO

(Publicado enHeraldo de Aragón, 260521)

No hace falta entrar en “la jaula de los locos” en que se han convertido los “espacios nobles” de la política o las tertulias y debates  (más bien aquelarres) de algunas cadenas de televisión, o las revistas que llamábamos “amarillas” o la prensa que calificábamos  de “comprometida” con una determinada  ideología (aunque hoy esta palabra es un oxímoron respecto a los conceptos “idea” y “logos” de los que procede). Ahora que están de moda las teorías de  la conspiración, cuanto más delirantes mejor, hay que destacar una que aporta, por efecto paradójico, coherencia y lógica a la ingente manipulación de los canales informativos habituales y la tendencia creciente del personal a creerse lo que más se ajusta a sus propios intereses y deseos por muy disparatado que sea. Se trata de la conjura idiota, sostenida y fortalecida por el llamado “efecto ailanto”.

Una conjura consiste en un entendimiento tácito o voluntario de varias personas- o tal vez podrían sumar cientos de millones-  respecto a conceptos, doctrinas o ideas de clase política, racial, sexual o social determinantes, que se refleja en una actitud de respuesta muy semejante. Estas personas siguen un tipo de razonamiento no sólo erróneo y falaz en la forma,  sino profundamente manipulado por sesgos emotivos y emocionales en el fondo, que lo convierten a menudo en actitudes idiotas, memas, estultas o agresivamente cretinas. Hay diferentes clases de conjuras, pero la que aquí nos ocupa es de origen genético y circunstancial y su ámbito de aplicación y ejercicio es el conjunto de países del planeta y el género humano sin excepción. Un ejemplo claro es el autoritarismo antidemocrático (fascismo, neonazismo, etc.) como fórmula política, olvidando los sangrientos fracasos históricos que ha producido en el mundo. Es un esquema que entra dentro de las diversas y generalmente falsas e hipertrofiadas conspiraciones globales. Pero el ámbito de la conjura de los idiotas es preexistente a todas las demás –reales o no- y se mantiene vigorosamente vigente en el planeta. Y se sostiene y vivifica gracias al llamado “efecto ailanto”. Se trata de una especie de arbusto altamente invasiva (se introdujo desde China en el siglo XVIII), resistente a la contaminación y las malas condiciones climáticas. Reduce las especies vecinas con su rápido crecimiento y espeso follaje que priva de sol y unas sustancias alelopáticas que surgen de sus raíces y domina la vida vegetal en el  entorno. Ataca la biodiversidad e incrementa su presencia hegemónica gracias a sus frutos que se expanden por la zona. Su madera no tiene valor alguno. Por debajo del suelo sus raíces se extienden indefinidamente, formando una alfombra letal subterránea donde sólo puede crecer su especie. Un efecto semejante en el terreno de las ideas, de la política, de la convivencia, de las relaciones, sostiene la conjura idiota.

Lo paradójico de dicha conjura internacional y la razón por la que resulta especialmente peligrosa para el futuro de la Humanidad,  es que los integrantes no son conscientes de que forman parte de ella y que, como muestra de su falta de seso, creen que obedecen a sus respectivas “ideologías”, “partidos”, “banderas” o “nacionalismos”, sin ningún tipo de cuestionamiento crítico. Es decir, no hay un líder carismático luciferino, tipo Hitler, Stalin o Trump que esté en la cúspide de la conjura, ni la conjura tiene una única y general estructura. Todos los líderes letales para su propio país y algunos de los demás–como los de antaño-  forman parte, aunque no se percatan de ello, de esa conjura global de idiotas.

Lo cual constituye el verdadero peligro para nuestro futuro planetario: habida cuenta de que estamos en el siglo XXI y en un tipo de cultura, sociedad y tecnología que está inoculada de globalidad y donde una pandemia nos está demostrando de forma dramática que la única manera de sobrevivir es trabajando juntos y colaborando de forma solidaria por simple egoísmo vital. La existencia de la idiotez globalizada hace que muchos no se percaten de que no hay otra forma de defendernos de pandemias, hambrunas, cambio climático, escasez de agua potable e invasiones de refugiados. Ningún país es ya una isla autárquica. Ninguna frontera, por muy armada que esté, impide el paso de los virus y los desajustes climáticos. Y ya que lo irreparable se produce casi siempre por accidente, lo peligroso de la idiotez es  que suele convertir los accidentes en inevitables. Pues bien, esto que es una evidencia histórica fáctica, no lo es para los conjurados.

¿En qué se basa la eficacia, invulnerabilidad y transmisión global de este movimiento tipo “ailanto”? Precisamente en que nadie, ninguno de los integrantes y muchos de los observadores se percatan del ominoso sustrato que les sostiene: ellos piensan que los otros son los auténticos idiotas. Para mayor desdicha recordemos que todos, absolutamente todos, hemos sido dominados por cierto cretinismo en algún momento de nuestra vida. Que los idiotas, como los ailantos, se sostienen unos a otros. Si uno es el idiota de turno, el otro puede ser usted mismo en un mal momento. La tontería de no pensar no es un estado permanente, casi nunca; ni un imperativo categórico, salvo cuando nos aprovechamos de la relativa impunidad de su ejercicio. La idiotez parece ser patrimonio genético del ser humano, es bastante contagioso y da síntomas inesperados en cualquier persona y momento, sin distinción de clase social, color de piel, creencias, poder o riqueza.

Gracias a internet la cantidad de integrantes de la conjura ha crecido exponencialmente: nunca en toda la historia de la humanidad tantos tontos han podido decir tantas idioteces a tantas personas y tan pocas personas han podido librarse de ellas sin pagar el impuesto de pasar por tontos o ser víctimas de un sanbenito público, injusto, anónimo e impune. La única actitud racional que puede aliviar ese regalo envenenado es escuchar y tratar de entender la argumentación, si la hay, y procurar no contagiarse ni perder la paciencia. La ira, el rechazo, la violencia, hace que nuestro idiota interno tome las riendas de inmediato. En algún caso, la huida es una victoria.

Pero, claro, estas consideraciones no despejan la ecuación entre los idiotas y la conjura global que puede acabar con nuestro futuro. No se puede sacar al idiota de la ecuación, ni a la conjura porque forma su urdimbre nutritiva. La supervivencia, que es el otro elemento, podría resolverse si a la “x” que la completaría le damos el valor del cociente entre la masa ingente y dinámica de idiotas del mundo y la dividimos por la multiplicación entre otro tipo de conjura y la supervivencia. Es decir la toma de conciencia de una masa superlativa de ciudadanos conscientes de la supervivencia de la especie y el planeta como valores absolutos, formarían la nueva conjura. ¿Eso es imposible? No. En un mundo como éste solo es improbable. Partamos de la base de que en todo idiota hay una semilla de sentido común y raciocinio.  Sólo hay que fecundarlas. Medios hay. Si nos unimos todos los que creemos en la inteligencia humana, y luchamos por imponer la urgencia y necesidad perentoria de convencer a los “otros” de que dejen fructificar su sentido común, en algún momento podríamos superar la masa crítica que haría “estallar” la idiotez dominante. Maxime Rovere dijo que sólo hay tres estrategias: negociar con los que puedan hacerlo, intentar que evolucionen los que se dejen convencer y olvidarse de los demás. Con suerte esos serán una minoría. La incógnita más dolorosa es: ¿lo podremos lograr a tiempo?

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

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19 mayo 2021 3 19 /05 /mayo /2021 10:02

A finales del siglo XX los héroes dejaron de estar de moda. La gente se inclinaba más hacia los "anti-héroes". En su novela generacional, Douglas Coupland ("Generación X") afirmaba que a partir   de ahora (en siglo XXI) los héroes habían muerto. Lo cual, para cualquiera que tenga ojos en la cara y un cierto sentido de la observación, es una memez desmentida por toda la cultura que nos rodea. Bruce Meyer, el autor del libro que les recomiendo, profesor de Universidad en Canadá, nos asegura que los héroes no sólo nunca dejarán de existir, sino que los necesitamos como referencia en nuestros particulares ritos psicológicos de crecimiento: "El de héroe es un concepto universal que como seres humanos nos fascina e incluso nos llega a acosar constantemente cuando adoptamos la postura de rechazarlo". Aunque cita y aclara los conceptos junguianos de la psicología del arquetipo, Meyer se basa en la literatura, en los héroes literarios clásicos para hacernos comprender la función y la fuerza de esos personajes convertidos en símbolos. Aunque sigue una estructura no demasiado clara y unos desarrollos argumentales a veces incoherentes o banales, el libro se lee con gusto. Y es que de la vitalidad del símbolo heroico nos habla sin cesar el cine popular actual, muchas novelas e innumerables ensayos. Si el héroe como símbolo hubiese muerto y desaparecido, ¿de qué estamos hablando continuamente, qué películas admiramos, qué libros leemos? Más que desaparición asistimos a una metamorfosis del héroe que lo disfraza y disimula pero que mantiene en vigor su potencial "para sacarnos del propio ser" (pág.20) y para "recordarnos nuestras carencias y también nuestra posibilidades" (pag.16). Apoyándose en textos de Campbell, Frye, Goethe, Shakespeare, Arthur Miller, Melville o Dante, el autor nos va hablando de los distintos tipos de héroe desde las páginas de las obras de esos autores, hasta concluir que "los heroes son una manifestación de esos deseos que todos tenemos y que nos hace descubrir algo de nosotros mismos que deseamos tener con mayor abundancia" (pag.47).

Owen, T.S. Eliot, Ezra Pound, Joyce, Becket, nos introducen en el héroe trágico, derribado y consumido por la guerra o el absurdo de una sociedad que amenaza el sentido y la coherencia de nuestra propia vida. Esa sociedad crea sus propios monstruos, pero también sus propios héroes.  Lord Byron, Milton, Marlowe, nos llevan al reflejo demoníaco del héroe y como contraposición al del santo (una forma peculiar del héroe) a través de Graham Greene o William Faulkner (yo añadiría al "Idiota" dostoievskiano). Acaba Meyer su búsqueda analizando figuras tan distantes como Supermán y Hércules, para centrarse en la figura de Jesucristo como mito capaz de responder de forma total e íntegra a las exigencias humanas éticas del héroe. Y como final permítanme citar al autor: "En último término, el héroe sirve al mismo propósito que la literatura, es decir, el de dotar de orden y sentido al caos del tiempo, a la inconmensurable confusión de la historia y a las constantes entradas y salidas de personajes del escenario de la vida” (p. 330).

FICHA.-

HÉROES.-Bruce Meyer.-Ed. Siruela. Trad. Enrique Junquera.341 págs.

 

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