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10 agosto 2013 6 10 /08 /agosto /2013 07:18

Como en todo Camino tradicional que se precie, la picaresca hace su aparición con su torva faz disfrazada de amabilidad. El dueño cutre del cutre Hostal de Buñuel trata de timarnos con el nada económico precio de su cuchitril. Nos negamos a aceptar y nos vamos algo disgustados pero estoicamente conformes. Es lo que hay. Y siempre, gracias a Dios, son una minoría. Lo habitual es amabilidad sin disfraz, eficacia y ganas de facilitarte las cosas. Los caminantes merecen un trato cortés, siquiera sea por el fatigoso medio de acercarse a los pueblos y su afán de conocerlos mejor.

En esta jornada el Camino mantiene su tónica de mala señalización durante el trayecto, tramos perdedores y trazado irregular, abandonado o desaparecido (hay que atravesar campos de labor y buscar donde continúa el sendero o pasa por sitios invadidos por la maleza y las cañas que parecen no haber sido nunca hoyados). No obstante, con paciencia y bastante suerte, acabamos llegando a Gallur, primer pueblo aragonés, donde nos espera un hotelito, El Colono, coqueto y servicial. Una comida excelente cierra el trajín del día. Cuando la tramontana desaparece el sol ruge. Las primeras horas de la tarde la dedicamos a la lectura en el frescor de la habitación. Ambos leemos (yo releo) las novelas de Robertson Davies. Eso me evoca algo curioso: desde muy joven mis vacaciones han estado marcadas por un libro o un autor que han prefigurado el plus de placer --el literario o filosófico-- que ha aumentado el valor de mis días de asueto veraniego. Y asi, Henry Miller en Grecia con "El coloso de Marusi", Durrell en Egipto con "El cuarteto de Alejandría", Cervantes en Castilla, Delibes en Valladolid, Baroja en el País Vasco, Salter en los Pirineos andorranos, Irving en Sierra Nevada y ahora Davies en el Camino del Ebro. Entre decenas y decenas de antiguos viajes y viejas lecturas.    

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9 agosto 2013 5 09 /08 /agosto /2013 07:27

Desde Tudela a Buñuel la caminata sigue bajo las coordenadas típicas en este Camino Natural: escasas señalizaciones, postes nada indicativos o aclaratorios de dónde estás, hacia donde te diriges o los kilómetros por recorrer o los recorridos y los nombres de los pueblos.De tarde en tarde un panel amplio donde si es posible hacerse una idea de conjunto de lo que estás haciendo. ¿Tanto costaba poner en las fitas de madera algún dato específico del lugar donde estás? Ya sabemos de sobra que estamos haciendo el Camino del Ebro. Nos interesan datos locales. En fin, como suele suceder en este país, los encargados de llevar a término las infraestructuras de este tipo de actividades, suelen ser gentes de despacho y política más que caminantes experimentados o geógrafos con sentido común.

A una hora de Tudela nos encotramos con el paraje protegido de El Bocal Real, donde nace el soberbio Canal Imperial de Aragón. Lugar donde un geógrafo e ingeniero del siglo XVIII, Ramon de Pignatelli diseñó una presa de compuertas para forzar al Ebro a dividirse en un canal que llevaría el agua a lugares secos de Aragón y que aun se conserva en todo su esplendor. Fue diseñado como navegable y debía llegar hasta el mar (una idea del rey Fernando el Católico) aunque terminó su viaje mitico en Fuentes del Ebro tras 110 Km de andadura a finales del siglo XIX. En el mismo paraje se ecuentra el Palacio de CarlosV (siglo XVI y reformas del XVII) y otra presa y casa de compuertas que fue destruida por una riada en 1722. Todo el conjunto rodeado de jardines a la moda fracesa y paseos umbríos a la vera del río. Allí nos extasiamos ante un roble majestuoso de más de 15 metros, el milenario Roble Yayo.

En Buñuel damos con una Fonda que parece surgida de alguna película del ilustre director maño de ese apellido. La fonda podría ilustrar la cansina vetustez ramplona de "El oscuro objeto del deseo" y uno podría encontrarse en uno de los oscuros pasillos con el barbado caballero rijoso que interpretaba un genial Fernando Rey. Una minihabitación con dos camas con colchas floreadas, un enorme armario de melamina hortera, un televisor empotrado y eso si, servicio de wi-fi. Para ducharse es preciso estar en buena forma, ser medio contorsionista y confiar en el sentido del equilibrio. El precio (nada barato) fue acordado con aires de chalaneo con el propietario, un tipo de pelo grasiento ensortijado con aires de gitanillo astuto. En el fondo estamos encantados. Todo es, como diría el bueno de Silvestre Paradox (personaje de Baroja), "muy auténtico" o el gran Max Estrella de "Luces de Bohemia", "profundamente estupendo".

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8 agosto 2013 4 08 /08 /agosto /2013 07:15

Tudela se ha convertido en una especie de sucursal cutre de Los Ángeles. Quizá estábamos muy cansados tras varias hora de caminar por pistas polvorientas bajo un sol inclemente. Esperábamos llegar a un hotel delicioso y tranquilo, situado en un barrio residencial cerca del centro. Nada más lejos de la realidad. El hotel es una especie de Bed and breakfast, con esa limpieza de quirófano y materiales plastificados, brillantes e impersonales. Pero lo peor es el lugar donde está situado: en un polígono industrial y de servicios de lo más tecnócrata, lleno de grandes superficies y multicines, franquicias de comida basura made in uSA y enormes restaurantes temáticos (como un "wok" chino donde hemos recalado solo porque está a una manzana del hotel). La jornada senderista se ha desarrollado a la vera del Ebro, una amplia corriente de agua lenta y de color amarronado, con riberas de arboles y malezas formando inextricables muros, ocasionales playas inaccesibles de blancos cantos rodados y alargadas isletas de arena sembradas de ramas y árboles varados por la corriente. Para el recuerdo: una de esas playas a las que la senda permite llegar, soledad y silencio. Comemos fruta a la sombra de una enorme higuera, cerca de la orilla. Anna lo está pasando tan bien que se permite dar unos pasos imitando los andares de Charlot, mientras con la mano derecha hace molinetes con un bastón imaginario y se encasqueta su blanco sombrero de excursionista como si fuera un bombín. Mis carcajadas y su sonrisa crean un momento mágico, ayuda el murmullo incesante del río, el chillido en sordina de unos pájaros, el viento susurrando entre las ramas.

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7 agosto 2013 3 07 /08 /agosto /2013 07:19

Hoy ha apretado el sol. A las 8,30 ya estábamos en el inicio del camino. O lo que pensábamos que era el punto de comienzo. Hemos atravesado campos con arboles frutales, plantaciones de verduras varias, recortados bosquecillos de tilos y chopos, con la promesa del río Ebro como un cinturón verde que se alejaba ¿hacia? ¿el Norte? A una hora de camino tenemos el primer contacto con el Ebro. Mi brújula (un servicio más de mi sofisticado reloj electrónico multiuso) me señala que voy al sureste. Cuando vemos la ancha corriente parda y pacífica del río viene la primera sorpresa: la corriente del río va en dirección opuesta a nuestro camino. Ergo viene la segunda sorpresa: vamos hacia el norte por mucho que mi brújula de reloj me diga que vamos al sureste. Nos miramos muertos de risa y de desconcierto. ¿Dónde ha estado el error? Un cartel del GR99, el Camino Natural del Ebro, nos confirma que vamos río arriba, hacia el origen, no río abajo hacia el Delta. En Calahorra se unen tres señalizaciones, la del GR99, la del Camino de Santiago y la del PR calagurritano que por 54 kms de sendas rodea en un amplio círculo de huertas y  ermitas este feraz rincón riojano. En un punto determinado, ayudado el destino por una brújula mal interpretada (señalaba el norte magnético y el punto opuesto...a condición de que introdujeras los datos de situación del lugar donde estabas, cosa que no había hecho) seguimos una pista que nos llevaba hacia atrás en lugar de hacia delante. Una especie de guasa surrealista se apodera de la pareja de caminantes. Nuestras risotadas atronan el vasto Olimpo. Decidimos dar media vuelta y volver a Calahorra. Llegamos a la ermita de la Virgen del Carmen a las doce y pico. Cae un sol de plomo fundido. Ni pensar en tomar el sendero en la dirección adecuada, El Rincón de Soto, con la que cae del cielo enneblinado. Para reforzar la decisión de "mañana será otro día" aparece Santiago. Un caminante del Camino. Un tipo de media edad, dicharachero y quemado por el sol, con una voluminosa mochila, gafas rayban y bermudas, calzado con dos nikes bastante trotadas y una gorra blanca que cubre una cabeza con el pelo casi al cero. Enhebra conversación identificatoria a pesar de la visible renuencia nuestra. Es la tercera o cuarta vez que hace el Camino (de Santiago). "Es muy pegadizo, ¿verdad? (el Camino dS)". Se sorprende ante nuestras vagas --y contradictorias-- explicaciones. "Vais hacia Zaragoza"..si..."pero venís de San Adrian", si, "¿y antes de San Adrian?", Calahorra, "pero estamos en Calahorra". Asentimos. No se puede negar la evidencia. No entiende nada. Se fija en nuestras exiguas mochilas. "Y llevais todo ahí? " No. En el coche. "Pero vais andando o en coche". Las dos cosas. Las preguntas menudean. Nuestra desgana educada en las respuestas no le desaniman. Nos ofrece datos del Camino. Le aclaramos que no hacemos el de Santiago sino el del Ebro y a nuestro aire. No importa. Pasan los minutos y el incansable Guardian de las esencias santiagueras nos habla de sí mismo. Nos miramos compungidos. Tampoco queremos mostrarnos groseros con él. Parece buena persona. Un ladrillo, pero afable y patéticamente deseoso de hacer amigos. Le recomendamos que visite la ermita donde estamos.  El hombre nos hace caso y se mete en la ermita. Con la intención quizá de aclarar sus ideas y volver a la carga. En cuanto desaparece tras la puerta cogemos nuestras mochilas y corremos hacia el coche. Huimos, vergonzosamente. Conduzco hacia el punto donde debíamos llegar andando  en esta etapa. Hemos circulado en silencio. Al llegar, Anna exclama, "debe ser él". Y me cuenta una historia de cuando hizo el Camino, hace unos años. "Entonces el tipo era mucho más joven, claro". Ella y un par de amigas fueron desde Roncesvalles a Santiago. Conocieron a muchos tipos pintorescos de la peregrinación, estereotipos determinados que son productos peculiares y genuinos de la idiosincracia caminera. Especímenes producidos por el género especial de relación humana que emana de la célebre ruta. "Este era uno de los "solitarios lapas", subespecie de ligones universales, que les da igual carne o pescado, con tal de invadir y apoderarse de la intimidad de otro. Nos previno un grupo catalán de que el tipo iba buscando ansiosamente presa. Ya había sido rebotado de otros dos grupos y de un par de solitarios o solitarias genuinos". Se intentó endosar entre las tres mujeres, que al final optaron por darle carta de despido de una manera clara, amistosa pero firme. ¿Estás segura que es él? Casi, sí. Y al final nos vence la carcajada. Lo bueno es aue no nos reimos del tipo, por supuesto, sino de nosotros mismos y de este día surrealista en el que fuimos adonde no queríamos ir a pesar de que el bueno del Ebro nos avisaba que ibamos en dirección contraria.

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6 agosto 2013 2 06 /08 /agosto /2013 07:19

Ciudad libre desde un ancestral 1076, según consta en un pergamino en forma de rollo jurisdiccional. Aunque antes daría cuna al orador Quintiliano y a un pensador judío al que veneraba Spinoza, el rabí Abraham Ben Mair Ben Ezra. El casco antiguo de Calahorra ofrece toda una gama de estilos artísticos bien conservados, desde los romanos o medievales (como la catedral de Santa María, siglos XIV y XV) renacentista, barroca, modernista, neomudéjar. Aquí se respira historia, aunque cuando llegamos, en un coche sobrecalentado, sólo se respiraba y mal, un calor de horno seco. Aquí comenzará mañana la caminata, por la margen derecha del Ebro, un camino natural restaurado que permite el sistema de conocimiento del paisaje y el medio humano más tradicional que existe. El caminar sosegado y atento, el lento deambular del hombre sobre sus propios pies, es la primordial fuente de conocimiento y sabiduría de ese bípedo absurdo que es la persona. El afán andariego, sin competencia, al ritmo de los latidos del corazón, con los ojos abiertos al lento cambiar del entorno, es delicia sorprendente  para cuerpo y espíritu. Todo funciona al ritmo que le es propio y la Naturaleza se despliega con su inconsciente y arrebatadora belleza para encantar al paseante, ya embriagado por el hipnótico movimiento de sus propios pies, la cabeza alta y flexible, atento a lo que acontece minimamente, con el espíritu abierto y sensible. Mañana, con la amanecida, iniciaremos la singladura. Hoy descansamos mientras aprieta la calor y luego patearemos la pequeña ciudad.

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4 agosto 2013 7 04 /08 /agosto /2013 07:33

Tiene 82 años y esa opacidad en la mirada que habla de cataratas incipientes, desánimo vital, falta de perspectivas, ahogo de ilusiones. Cada nuevo día se contempla como una carga o un desafío de final incierto. Acaba de salir del hospital donde un enfisema le tuvo postrado, quizá barruntando que llegaba el final. Me llamaron los de la empresa municipal de atención a los ancianos que viven solos. La alarma permanente no había sido activada y no contestaba nadie al teléfono. Tampoco contestaba el de su hija. La otra persona apuntada en la lista de emergencias era yo. Al final lograron conectar con él. Había estado hospitalizado y se olvidó de avisar a la empresa. Hacía meses que no nos habíamos visto. Es el padre de una amiga. La relación con la amiga fue deshojándose como una margarita hasta quedar en un leve tronco sin interés que ambos olvidamos entre las páginas del pasado, como esas flores reducidas a una especie de grabado japonés en relieve, prensadas durante años entre las páginas de un libro. Pero la amistad con F. y su esposa se mantuvo, espoleada por una simpatía mutua, un afecto y un cariño cimentado en charlas amables, detalles de consideración y trato especial por ambas partes y ese respeto y comprensión hacia la persona en sí que constituye la urdimbre que da solidez a la amistad. 

Esta tarde he ido a su piso a verle. Me ha abierto él la puerta y me he sentido sobrecogido. En unos meses, el deterioro físico es notable. La viveza de la mirada, la voz firme, el movimiento más pausado pero aún vigoroso del hombre al que acompañé en mayo pasado a visitar a su esposa, internada en una residencia geriátrica, habían desaparecido. Me sonreía un hombre casi desconocido, un anciano medio vencido ya por los años y los achaques, con el rostro afilado y consumido, la mirada vidriosa y un caminar lento, indeciso, como dolorido. "Dios, qué gran bellaco es ese flagelador de cuerpos y almas que se llama tiempo", pensé. Durante una hora y pico hicimos repaso de lo ocurrido, del ayer inmediato y de la nostalgia de lo remoto. Nos reimos de ciertas anécdotas que vivimos cercanamente, añoramos le presencia de su esposa y nos quedamos en silencio, sonriéndonos y mirándonos uno a otro con esa paz serena que sólo existe entre amigos de verdad. "Creo que eres el último amigo que me queda", me dijo con un hilo de voz. Lo importante no es ser el primero o el último, dije yo. Hay un punto en el que el afecto y la incondicionalidad pasa por encima de cualquier orden numeral o de prelación. Solo importa la cualidad especialísima de la relación humana que calificamos de "amigo", tan difícil y laboriosa de conseguir. Y nosotros tenemos esa cualidad el uno para el otro. Y vivirá tanto como vivamos cada uno. Sin merma.

Cuando me despedí de F. nos abrazamos. Es un hombre muy entero, hábil en disfrazar sus emociones con un humor seco y noble. Hoy, evitó la mirada directa en el adios. A ambos nos molestó una repentina picazón en los ojos.

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3 agosto 2013 6 03 /08 /agosto /2013 07:48

excursiones-6371.JPGViento de tramontana. Subo desde Beceite a la Sierra de la Escalera. Un sendero señalizado y montaraz une el río Matarraña --que cruza Beceite-- con las Peaqueras, cañón abierto por el Ulldemó, donde el río se remansa en pozas donde las gentes del lugar y los turistas calman los calores de agosto, en estos lares bastante elevados e implacables. Es muy temprano y el sol aún no está en todo su esplendor. Un viento fuerte, fresco, viene del noroeste. Parece la tramontana y sopla con persistencia. El sendero va por lo más alto, carenando la línea  de cima. En algunos momentos me detengo, de cara al viento, con el barranco del "Llançallisos" debajo. Son segundos de plenitud. Hace un siglo los del pueblo venían a estos barrancos a deshacerse de sus animales muertos. Las aves carroñeras, entonces abundantísimas en los Puertos, se ocupaban de ellos. Ahora un pestilente camión cerrado se los lleva no sé a qué pavoroso lugar. Cuando corono la Sierra y paso a la otra vertiente, con la muralla pétrea de Peñagalera y el cañón del Ulldemó, busco un sendero abandonado que sube a la Mola cuadrada, cerca del fortín del general Cabrera, el Tigre del Maeztrazgo, que se encarama en las rocas para dominar el camino de Beceite junto al Matarraña. Tras mucho indagar por trochas y bancales cubiertos de maleza y arbustos, encuentro una pista del sendero. Lo sigo un rato hasta que es engullido por la vegetación. Abundan las ramas que desgarran la piel y los arbustos intrincados que no se pueden atravesar. Voy solo, la prudencia me hace desistir: el casi desaparecido sendero, apenas una linea abierta entre malezas, arbustos y bosque con trampas imprevistas de barrancos y rocas deslizantes, se dirige empinado hacia las grandes rocas que dominan la ladera. Vuelvo a bajar a la pista y en el lugar donde ésta muere, un calvero apisonado donde reinan aliagas, brezos y ortigas, rodeado de enormes pinos, busco una zona de sombra, fresca y cruzada por el viento. Hay un corral antiguo de piedra seca con la techumbre derrumbada. Me siento y leo una novela de Robertson Davies. Una frase me hace reflexionar: "el rompecabezas del hombre, intentar unir la sabiduría del cuerpo con la sabiduría del espíritu, hasta que las dos sean una". Dejo el libro. ¿No es ese el mayor objetivo posible que tengo planteado en mi vida? Creo que a mi edad no se puede separar el espíritu y el cuerpo sin angustia y destrucción. Pero el camino que conduce a que se apliquen las dos en una...no acaba nunca. Esa es su maldición y su belleza. Hora de pensar.

 

FOTO: Desde lo alto de la Sierra se ve el bello pueblo de Beceite, como adormilado bajo el sol. Unos minutos más tarde se pasa a otra vertiente y uno cae bajo el hechizo del roquedal enhiesto de Peña Galera.

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2 agosto 2013 5 02 /08 /agosto /2013 07:33

excursiones-7351.JPGVisita mañanera a Valdeagorfa, un pueblo del Bajo Aragón asentado sobre un promontorio rocoso en pleno valle del Guadalope, rodeado de campos cultivados. Paseo por un casco urbano silencioso y solitario con algunas joyas arquitectónicas, como la bella casa Consistorial, unida a la Iglesia parroquial, típico palacio aragonés del siglo XVII. Un poco más lejos,  el Palacio del Barón de Andillas del XVI, que está siendo remozado, en cuya fachada un reloj de sol señala, curiosamente, la hora exacta (las nueve de la mañana). Desde kilómetros a la redonda se puede admirar la torre de la iglesia, de tres cuerpos poligonales y un chapitel bulboso como remate, con la cruz encima. Un hermoso ejemplo de arquitectura barroca con toques mudéjares. El campanario ha dado la llamada para la misa pero el gran portalón permanece cerrado. Un grupo de vecinas y un hombre mayor están junto a la puerta lateral. Me acerco al grupo, que va engrosándose con la suma de más mujeres, ancianas la mayoría. "El cura se retrasa", me dice una sonriente abuela. "No, el cura está aquí. Falta el capellán", dice el hombre. La abuela me dice en un susurro "No es el cura de aquí. Es un cura amigo de él que viene de las misiones. Está en Camerún". Comento en voz alta, "Con los tiempos que corren, resulta curioso que haya cola para entrar en la iglesia a oir misa". Una de las mujeres, de media edad y muy bien vestida, contesta: "Sí, desde luego, pero fíjese en la edad de las que estamos aquí". En ese momento llega la enviada del capellán, abre la puerta lateral y entramos todos. Hago las fotos de rigor, me siento unos instantes frente a una de las capillas de altares barrocos  que hay en los dos lados del crucero, respiro el recogimiento y la paz del lugar y salgo rapidamente cuando ya el cura se dispone a oficiar.

excursiones-7398.JPGEn las afueras, a unos dos o tres kilómetros de la población, en un alto cerro sobre la nacional de Alcañiz, llego -acalorado bajo el sol- a la ermita de Santa Bárbara. Está remozada y ofrece unas vistas espectaculares. "Alcañiz, Castellserás,/ Calanda y Torrevelilla/ con tu ojo y vista sencilla/ sin catalejo verás./Y tambien divisarás Caspe/Codoñera y Calaceite/Villalba con buena lente/Cretas, Fatarella y Horta/Puebla Masaluca, Almoda/Valdeagorfa y Maella al frente", dice un cartel en verso  colgado en la pared de la ermita. Junto a él, otro cartel rimado reza: "Bárbara virgen gloriosa/valganos tu protección/ahora y en toda ocasión/ de tempestades furiosas/tus virtudes misteriosas/ son nuestro asilo sagrado/Defiéndenos pues del rayo/del trueno y la centella/ y librad santa doncella/nuestras almas del pecado". Luego el anónimo poeta popular ruega a los visitantes que no sean tacaños y den al ermitaño "un realejo y medio pan/verás después de lo cual/ qué pito anda su excelencia". Un pintoresco anciano, tocado con panamá blanco y sonrisa de caballero, acompañado de un perrillo todo ladridos y furia liliputiense, me da cortésmente los buenos días. Le dejo pensativo mirando, a la sombra de un gran ciprés, hacia las lejanas chimeneas de refrigeración de la central térmica de Andorra, dos signos de exclamación en una llanura inmensa festoneada de verde y marrón. Ha sacado un largo y fino cigarro y lo fuma con tranquilo porte. Pienso que resulta una figura anacrónica pero reconfortante. ¿Quizá es un indiano que ha vuelto de las Américas al terruño y siente nostalgia de las grandes llanuras de su tierra de juventud? Me despido, pero el hombre no se vuelve, quizá no me ha oido, quizá no está allí. Aprieto el paso por la pista de bajada hacia el pueblo. Casi una hora bajo el sol. Busco el coche del caballero y no lo veo. ¿Habrá venido andando desde el pueblo? Lo dudo. Me vuelvo y miro de nuevo hacia la ermita, que ha desaparecido entre los árboles. Tampoco veo al caballero. El sol calcina el paisaje y, a lo lejos, distingo la silueta de mi coche, bajo un árbol.

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1 agosto 2013 4 01 /08 /agosto /2013 07:54

180px-Carl_Spitzweg_021.jpgLibros a cientos, miles, en paquetes polvorientos, acumulados en las baldas en filas de a tres en fondo, llenando maletas, armarios, cajones, sobre los muebles, en el cuarto de baño, en el garaje, en el cuartillo del sótano, más y más estanterías rebosantes, desbordándose como matorrales, arboles y arbustos en un bosque cerrado o en una selva, en realidad una metáfora perversa, quizá los libros, papel en definitiva y por tanto madera, han recuperado un gen prehistórico de su origen y se creen, en un sueño enloquecido, volver a ser planta viva, rama, hoja y sobre todo árbol y hacen lo que les es propio, invadir el hábitat que no desean compartir con nadie más, su reino vegetal. Me imagino que algún virus inconcebible ha "despertado" el pasado remoto de mis libros y les ha insuflado una energía nueva y devastadora, permitiéndoles vencer la prisión de las letras y la más profunda de historias y conceptos para volver a la esencia que fueron, vida vegetal. Y todo se complicaría un poco más si algunos de ellos pudieran arrogarse la historia, la idea, la belleza del libro que fueron y así sería posible ver a un enorme castaño de tronco retorcido susurrando con la ayuda el viento y el roce de sus hojas el drama histórico de "Guerra y paz" o la tragedia de "Romeo y Julieta" con la que responde un tilo o la dura poesía de "El idiota" recitada por un álamo. Pero ahora hay cosas más urgentes de la que ocuparse, la selva andante de mis libros ya ha cubierto el salón, el pasillo y avanza hacia el dormitorio. Yo me he encerrado en mi estudio y no puedo hacer más que esperar, como en el cuento de Cortázar, aunque yo se muy bien quién me acosa. De hecho los libros de mi estudio ya han cegado las ventanas y están a punto de impedir que entre el postrero rayo de sol. Junto a mi cuerpo, las obras completas de Galdós van cubriendo mis piernas. Frente a mí, Balzac y Verlaine, es decir sus libros, compiten con Baudelaire y Chesterton para cubrir mi cabeza. Una paz casi vegetal me invade. Todo está bien como está. Me miro las manos. La transformación sigue. La derecha se está convirtiendo en "La conjura de los necios" y la izquierda en "El mito de Sísifo". O,Toole y Camus se rien. Deben encontrar cómica la situación. Yo también río, abro la boca y la risa dice "En un lugar de la Mancha..."

 

Foto: "El ratón de biblioteca".Pintado en 1850 por el pintor-poeta Carl Spitzweg. Siempre me he sentido identificado con él.

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1 agosto 2013 4 01 /08 /agosto /2013 07:50

La-verdad-sobre-el-caso-Harry-Quebert-1.jpg

 

Uno tiene la tentación de titular este artículo "La verdad sobre el caso Joël Dicker". Eso, además de pretencioso me parecería alarmista. Puesto que se trata de "deconstruir a Harry" al estilo de Woody Allen, seguramente lector del filósofo francés Jacques Derrida. La novela del joven escritor suizo, que aún no cumplió la treintena, ha sido glorificada en exceso y está viviendo una apoteosis que, irónica y singularmente, había profetizado el mismo Dicker en la novela que nos ocupa. Lo cierto es que mi amigo Serret me pasó la novela en cuanto le llegó a su librería. "Parece que está teniendo mucho éxito", me dijo. Con cierta renuencia acepté el libro y el encargo de leerlo para ustedes: demasiadas páginas y demasiado éxito instantáneo. Pero lo abrí al azar y leí:"...La vida tiene poco sentido...Y escribir da sentido a la vida" (pág.271).Y un poco antes (pag.255): "Los escritores que se pasan la noche escribiendo, enfermos de cafeina y fumando, son un  mito, Marcus. Debe ser disciplinado, exactamente igual que los entrenamientos de boxeo. Hay horarios que respetar. Ejercicios que repetir. Conservar el ritmo, ser tenaz y respetar un orden impecable en sus asuntos...". Se trata también de una novela sobre escritores --una disección del oficio realizada con bastante agudeza--, editores y libros. Ya me sentía ganado por su lectura.

El primer elemento a tener en cuenta es la capacidad de fagocitación y de mimesis del jovencísimo narrador. La novela --escrita en francés y traducida por Juan Carlos Durán Romero con sobrada habilidad-- es un habilidoso calco del estilo y el tipo sociológico y ambiental de la narrativa norteamericana semiurbana del siglo XX. Es un thriller psicológico que debería poder optar --si Joël hubiese nacido en New Hampshire-- a ese cíclico y poco creíble galardón de "La Gran Novela Americana". Pero no es sólo eso, un thriller sobre el asesinato de una joven de quince años y el baile de personajes de un pequeño pueblo norteamericano que podrían ser los autores, a pesar de que desde el principio el narrador de la novela trata de demostrar que el famoso escritor Harry Quebert, el principal sospechoso, es inocente. No, es algo más.

Se trata también de una novela iniciática, la historia de la relación de dos hombres de distinta edad, uno el propio narrador --que ha escrito un best seller y tras una etapa de sequedad, se da de boca con "el caso", en el que se involucra a su mentor-- y éste, Harry Quebert, hombre maduro que se hizo famoso con su libro sobre la muchacha asesinada. Y quizá ese elemento, los consejos y observaciones literarias sobre el oficio de escribir que ambos hombres comparten, es el que da un toque de calidad a la novela. Aumentado por una gran pericia técnica literaria de Dicker en la forma de desarrollar la trama e ir atrapando al lector de forma adictiva durante ¡¡660 páginas!!.

Personajes bastante sólidos, un argumento endiabladamente bien desarrollado, tensión sabiamente graduada, algún brote de humor socarrón e irónico: "El amor es un truco que se inventaron los hombres para no tener que lavar la ropa" (pag.431). La novela, a pesar de su excesiva extensión se lee muy bien, gracias a una rara habilidad para dosificar sus puntas de interés. Pero hay un punto que a mi parecer resta ese empujoncito de calidad que convierte a un best seller en una buena o gran novela: todo el esencial asunto de los sentimientos amorosos, clave en el argumento de "La verdad...", chirría de puro adocenamiento, una cierta cursilería y olor a tópico. Quizá sea debido, creo yo, a la corta edad del autor, o a su exceso de lecturas de los románticos de la literatura popular francesa, inglesa y norteamericana. Principalmente dos. Aunque hay muchísimo de  John Irving (incluso ambos escogen New Hampshire como localización, cosa que en Irving es lo adecuado ya que es de allí), y por eso he hablado de "fagocitación" al principio, Dicker no consigue imitar la habilidad  sarcástica de Irving para tratar los temas amorosos y sentimentales, esa mordacidad sin escarnio, una ironía más socarrona que cínica. Y ahí es donde pincha nuestro "genio literario" en ciernes. Lo demás está muy bien  aunque uno sigue viendo la alargada sombra de Irving, incluso en la afición por el deporte del protagonista y su mentor (boxeo y correr, como en Irving la lucha grecoromana y correr). Por tanto ¿en quién se basa Joël para describir esos momentos sentimentales y románticos? Es casi de cajón. ¿No les dice nada "Lolita"? ¿Qué es Nola Kellergan sino una Lolita cortejada por un escritor que tambien ha sido profesor? Así tenemos al segundo autor fagocitado con indudable talento: Vladimir Nabokov. Si vuelven a leer la obra magnífica del ruso que escribía en inglés, reconocerán los quejumbrosos y lúbricos sentimientos de Humbert-Humbert hacia Lolita en los de Harry hacia Nola.

Quizá también hay que destacar la enorme y bromista honestidad de Dicker. Parece saber perfectamente cuál es la calidad de lo que hace y por qué lo hace. En la página 389, el narrador, Marcus Goldman, habla con su agente, que le compara con Harry Quebert, el acusado del asesinato de la joven de quince años. "Harry es un escritor magnífico" . ¿Y yo qué?, dice Marcus --personaje trasunto del autor, Joël Dicker; ¿quizá Harry lo sea de Irving? --. "Tu eres un escritor, digamos...moderno. Gustas porque eres joven y dinámico...Y estás de moda. Eres un escritor de moda. Eso es. La gente no espera que ganes el Pulitzer, les gustan tus libros porque estás en boga, porque les entretienen y eso también está muy bien". Pues bueno, pues eso.

 

FICHA.-

LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT.- Joël Dicker.-Editorial Alfaguara. Traducida por Juan Carlos Durán Romero.- 663 págs.

 

 

 

 

   
 

 

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