El historiador inglés Tom Holland con su obra “Dominio” (2020) y su colega, el irlandés Peter Brown, con “Por el ojo de una aguja” (2016), abordan desde ópticas diferentes pero complementarias y algunas semejantes, el nacimiento de un nuevo paradigma religioso, social y económico: la desaparición de la cosmovisión de la cultura grecolatina y sus influencias orientales y la eclosión de un fenómeno, en principio localmente enraizado en Oriente Medio, pero que se expandiría de una forma asombrosa gracias a vehicularse a través del imperio, romano, al principio en oposición, violentamente rechazada, para más tarde, poco antes de la caída y desmembramiento del Imperio, convertirse paradójicamente en una desoladora, inclemente, codiciosa y cruel maquinaria de poder: la Iglesia cristiana, con una vocación irreprimible de expansión. Y de aquellas cañas estas lanzas. El cristianismo fue el huevo de la serpiente del poder político y militar, a veces en connivencia con él y a veces dominándolos a todos bajo un mismo yugo “espiritual” con sólidas bases financieras y militares y el entramado fantasioso y falaz del premio o castigo en la “otra vida”.
Es muy difícil comprender la historia de occidente e incluso la mundial de los últimos dos mil y pico años sin tener muy claros los fundamentos históricos que dieron carácter y peculiaridades específicas a unas culturas relacionadas dialécticamente con dos elementos que parecen dispares y que, sin embargo, la historia ha convertido en elementos fijos de un proceso cambiante: Dios y el Dinero o, para ser más exactos, el uso del dinero como fundamento del Poder y la utilización del pretexto de una supuesta vía preferente hacia Dios, la Iglesia cristiana, en sus múltiples manifestaciones. ¿Cómo se unen esos dos elementos tan radicalmente diferentes y pertenecientes a dos niveles conceptuales y existenciales distintos? Sencillamente, como una y otra vez nos demuestran Holland y Brown, a través del “matrimonio del Cielo (Dios) con el Infierno (Dinero)”, como diría el poeta y visionario inglés William Blake. Blake escribiría en su libro, “las prisiones son construidas con las piedras de la Ley, los burdeles con los ladrillos de la Religión”. Para Blake, existía una relación dinámica entre un Cielo pleno de leyes y directrices morales y un Infierno donde las energías más creativas campan libremente.” La tentación de analizar comparativamente la obra de Blake con las dos obras que nos ocupan es grande, pero por motivos de espacio debe ser rechazada. Invito al lector a hacerlo una vez leído el presente artículo.
Los libros que nos ocupan tienen el foco motor en la codicia como elemento dinamizador de la historia de los pueblos en sí y de las relaciones internacionales que van, a través de la codicia, gestionando unos patrones de poder que van cambiando circunstancialmente pero que en esencia responden a tres elementos básicos: la sal y las especies, el hierro, el oro, el petróleo en tiempos modernos y el auge contemporáneo del oro nuevamente (según mi amigo Iván, un erudito búlgaro doblado en agricultor ecológico). La iglesia gestiona con gran habilidad el más permanente de esos elementos en la geoeconomía histórica: el oro. Y aquí es donde Peter Brown y Tom Holland van desarrollando sus argumentos.
Pero no limitándose a “reconstruir lo que pasó” (lo cual en el fondo roza la conjetura a pesar de documentos y testimonios, como lo es argumentar sobre un previsible futuro) sino a plantear razonables especulaciones que articulan lo documental y lo “monumental” (los vestigios arqueológicos) que provocan una interpretación de los hechos que parecen dar validez a las consecuencias que conocemos. Se recrea el pasado y se hurga en las diversas interpretaciones que nos ofrecen los datos y las referencias de otros historiadores. Todo es material de construcción.
Holland nos narra la historia de una compleja fascinación por el cristianismo en toda Europa como forma de vida religiosa, manera de vivir y enriquecerse, acceso al poder y a la dominación: en las familias tradicionales hasta hace relativamente poco tiempo en Europa los hijos se repartían en base a la primogenitura: el primer hijo, el “hereu”, el heredero de hacienda, hogar y familia. El segundo, la carrera eclesiástica, el tercero al Ejército y los demás, si podían, al funcionariado. Pero de todos ellos el que más influencia tenía en el arco social era sin duda, el eclesiástico: el cristianismo forma parte de la sedimentación cultural, social, política y económica de la historia de Europa, como un impulso o dinámica revolucionaria y evolutiva. Como apunta en su libro, es fácil hallar las huellas cristianas en el lenguaje popular, el culto, los prejuicios sociales y costumbres y por activa o pasiva, a favor o en contra en las obras de sus mentes más ilustres. Holland apunta con acierto que la cruz, la muerte humillante y atroz de Jesucristo, se convirtió por los siglos en el símbolo máximo y eficaz de los débiles contra los fuertes y “una de las razones por las que el mensaje del cristianismo tiene tanta fuerza”.
La característica más asombrosa del cristianismo y una de las razones de su poder y significación, es su enorme vocación sincrética desprejuiciada, expansiva y ambiciosa, cómo fue asimilando, disfrazando, manipulando los más antiguos y diversos aportes religiosos, simbólicos, filosóficos y lingüísticos en una extraordinaria labor de siglos para configurar un corpus doctrinal cada vez más inflexible y normativo, represor y enfocado en su absoluta potencia a un solo objetivo: el poder y la riqueza, que son las dos caras del mismo “Dios”. Holland nos lleva desde la Grecia asediada por los persas, las religiones de origen asiático en la Roma y la Jerusalén o la Alejandría de los primeros siglos cristianos, de la solidificación del poder cristiano, las guerras de religión, de Cruzadas y Herejes en la Edad Media hasta la modernidad, los conflictos sociales y políticos del siglo XIX y XX, y The Beatles, “El señor de los Anillos”…para confesar casi al final de su libro que “la revolución cristiana tuvo lugar, sobre todo, en el regazo y junto a las rodillas de las mujeres”. La educación legendaria y constante de las madres sobre sus hijos y la aquiescencia de los padres que sabían reconocer dónde estaba el poder en la tierra y la salvación de sus almas, según esas otras madres, las suyas, les habían enseñado. Como asegura el autor, “No somos conscientes de que la mayoría de las palabras que empleamos están cristianizadas de base. Cuando nos referimos al judaísmo, pocos saben que es un concepto creado por los cristianos en el siglo II. Antes de eso no existía una religión en sí llamada judaísmo, pues los propios judíos no tenían un sentimiento de pertenencia a una misma religión. Había algunos que creían en un Dios únicamente de Israel y otros que hablaban de un Dios que lo había creado todo... Judaísmo y cristianismo, no son padre e hijo, sino más bien hermanos.
Holland desmonta también el mito de la oscura Edad Media. Muy al contrario, pregona y no sin argumentos que es un término creado por la Reforma protestante y manipulado por la Ilustración para cargarlo de connotaciones negativas. Para el autor, “No hubo un decrecimiento de la cultura. Tenemos la construcción de las grandes catedrales, como la de Santiago, y tenemos a grandes escritores como Dante. La Europa de la Edad Media fue la primera gran civilización de nuestro mundo y de donde surgieron las demás. La actual Europa no es heredera de Roma y Grecia, sino de la Europa medieval. Occidente nació entonces”. ¿Y cuál fue el instrumento de esa cultura? La iglesia, con sus construcciones, sus monasterios, sus copistas y sus “falsos mártires” (según Holland, Galileo no fue condenado por la Inquisición por su teoría del heliocentrismo sino por otras razones más debidas a cuestiones de rivalidades de poder.
Holland. que es un provocador nato, sostiene que no hay un declive desl cristianismo, sino que “vivimos una etapa de oro del cristianismo”, aunque no en Europa aparentemente (lo cierto es que parece que el cristianismo sigue vivo aunque sea “a la contra” y de forma inconsciente en las costumbres y los ritos, valores e ideas preconcebidas. En algún sitio Holland tiene la osadía de comparar al cristianismo con el coronavirus, “Empieza en un lugar muy concreto, muta y se extiende a todo el mundo”. Lo cierto es que es una metáfora bastante exacta.
En cuanto a “Por el ojo de una aguja”, es un ejemplo brillante de un tipo de estudio histórico que muestra detalladamente lo que fue un determinado pasado y al tiempo interpreta dichos datos con una decidida voluntad de darle un sentido coherente que pueda integrarse en una visión conjunta del momento histórico estudiado. Son más de mil páginas en las que Peter Brown nos abruma con datos de todo tipo, interpretaciones eruditas y artísticas de la dinámica de expansión y dominio que sigue el cristianismo desde la conversión de Constantino y el comienzo en el siglo XV de la llamada Edad Media. Coincide con Holland en que fue la época en que se gestó lo que llamamos Occidente.
A partir de ahí Brown sigue una pista distinta: la de las donaciones cristianas, realizadas durante una época en que el Imperio Romano de Occidente se caracterizaba por su opulencia. Allí nace, gracias a las donaciones de los ricos la acumulación de riquezas que todavía sostiene el inmenso poder económico y espiritual de la Iglesia. Nos cuenta que la renunciación cristiana perseguía consumar una gigantesca transferencia de riqueza, del mundo al cielo.
Brown nos demuestra que la tan utilizada noción de la humanitas, la conducta de una persona hacia otra por la razón de una naturaleza humana compartida, es una herencia cristiana y que esa idea está en el seno de las donaciones antiguas. De manera que no podían calificarse de limosnas sino como una acción de rango místico que aseguraba un privilegio en la otra vida.
Según Brown. La espiritualidad romana cambió con el influjo del cristianismo y con ella la noción de riqueza. Y la idea hegemónica de que el dinero y las posesiones debían supeditarse a una meta de tipo espiritual. Eso supuso el enriquecimiento de la Iglesia a consecuencia de las donaciones masivas. Para garantizar la administración de esas riquezas se gestó la aparición del clero como una clase sujeta a supuestas obligaciones (vida humilde y abstinencia sexual). Para fortalecer esa visión la Iglesia publicitó enormemente a los monjes, hombres y mujeres santos que se encerraban en condiciones de austeridad extrema en monasterios y conventos para rezar por la salvación de todos los seres humanos. (Todo ello con las excepciones de rigor que la Iglesia siempre ha disimulado y “comprendido”).
La idea clave de la Iglesia, dice Brown, es concebir la riqueza como un medio para la salvación y no sólo un excedente lujoso al modo romano, sólo que regida por principios morales, esa riqueza se volvió improductiva para tornarse en pobreza.
A pesar del optimismo de Holland respecto al futuro del Cristianismo, la lectura de ambos libros deja en el lector, al menos así lo hizo en mi caso, una curiosa sensación de “ocasión perdida” de la historia del género humano de lograr una forma de cosmogonía socio cultural, política y económica basada en la “humanitas” que hubiese cambiado radicalmente la historia global de horrores permanentes que hemos producido y seguimos sufriendo. Y eso cierra el círculo por donde habíamos empezado: la codicia, la crueldad, la soberbia y el orgullo del racismo, le tentación absoluta del poder absoluto, la estupidez agresiva del animal “dotado de razón”, los instintos más primarios y desalmados hicieron imposible una “teoría” religiosa que, como le ocurre al comunismo original con el que guarda ciertas semejanzas, podría haber salvado a la humanidad del desastre (dejando al margen la corrupción de la Iglesia que fue el comienzo del fin de una buena idea estropeada por una fea realidad).
ALBERTO DÍAZ RUEDA
Escritor