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27 julio 2020 1 27 /07 /julio /2020 12:50

Mauro Corona es un artista italiano, de origen humilde, autodidacta. escultor y tallador en madera, ecologista "avant la lettre" y autor de un libro asombrosamente poético, con la sencillez de un Miguel Hernández y la profundidad inteligente y crítica de un T.S. Eliot, "Fantasmas de piedra". En ese magnífico libro narra su visita y estancia en una agreste aldea alpina, Erto. Este pueblo se se hizo tristemente célebre en 1963 -en él vivía Mauro, un niño de trece años-,  cuando el monte que dominaba el pueblo, llamado Toc, se derrumbó sobre un embalse y provocó un tsunami que barrió el pueblo del valle y lo convirtió en una ruina permanente por el que deambulaban los "fantasmas de piedra"  que años más tarde escribiría ese mismo niño, convertido en escritor y artista.

Mauro tiene allí su estudio y sus huertos, vive como un ermitaño autosuficiente y modela esculturas con éxito, lee y escribe, reflexiona y se mantiene informado de la trayectoria del mundo. Fruto de esa reflexión es esta parábola terrible que es "El fin del mundo equivocado". La sencillez del estilo de Mauro, sus críticas llenas de sentido común y lógica ambiental, dan a este libro una textura de historia oral, contada al amor de la lumbre junto a la chimenea en días de nevada durante las oscuras tardes de silencio y soledad.Aunque partiendo de una situación extrema y apocalíptica que se produce de inmediato, como ocurre en los relatos mágicos, Mauro equilibra la simpleza paradójica del inicio para mostrarnos de entrada que vamos a leer el apasionante desarrollo de una parábola y que no hay que pedir más explicaciones, datos o referencias. Aceptemos el punto de partida porque se basa en lo posible, no en lo probable. Ni falta que hace al lector. Todo se desarrolla como en una pesadilla realista. El comienzo hace posible la coherencia y ésta es plausible, creíble, convincente. Lo que nos interesa es el relato nada fantasioso de las consecuencias. Y ahí está el poder de este libro: nos pinta un mundo atroz de una forma convincente y coherente con el desastre que lo inicia: "Pongamos por caso que un día el mundo se despierta y descubre que se han agotado el petróleo, el carbón y la energía eléctrica."

El libro fue escrito en 2010 y  publicado en 2012, (hace diez años que Mauro hizo su devastador análisis) y es asombrosa la perspicacia y observación certera de Corona en sus descripciones del caos. Siempre que no olvidemos que el escritor es un artista, no un filósofo o un ensayista o un científico. Lo que me empujó a traerles este libro a colación en estos momentos es, justamente, el paralelismo relativo pero deslumbrante que se establece entre el planeta agónico que nos describe Mauro y el mundo que conocimos a partir de enero de 2020 cuando se empezó a hablar del COVID19.  La lección que se deriva de la lectura de esta parábola distópica se puede resumir en el párrafo final del libro (página 174): "Hasta que el hombre no desaparezca del planeta, hará de todo y pondrá todo su empeño en procurar su mal y en estar mal. Y al final acabará extinguiéndose. Pero la culpa será solo suya. El hombre será el único ser viviente que se auto extinguirá por estupidez. Amén".

FICHA

EL FIN DEL MUNDO EQUIVOCADO.- Mauro Corona,.Trad. Álida Ares.-Ed. Altair. 174 págs.

 

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24 julio 2020 5 24 /07 /julio /2020 09:56

El "Encomio de la Estulticia", "Morias enkomion" en griego o "Elogio de la necedad" (o de la estupidez) en castellano, fue una polémica obra publicada en 1511 por el renacentista Erasmo de Rotterdam, amigo fiel de Tomas Moro (de hecho el título en griego se puede leer también como "Elogio a Moro"). Se trata de una obra retórica, irónica y humorística contra la corrupción y descrédito de la Iglesia católica y la sociedad de la época y fue pieza fundamental para impulsar la Reforma protestante. Por eso en su libro hace que los contenidos serios y críticos se presenten de una forma lúdica e ingeniosa para atraer a los lectores que, sin apenas advertirlo, los integrarán en sus mentes para que germinen en una indagación propia. 

Erasmo afirmaba que una cultura eficaz y valiosa se basa en establecer una pedagogía exigente, atractiva, rigurosa y basada en los valores esenciales del ser humano. Y la cultura es la única defensa que tenemos frente a la barbarie. Si a ello unimos su defensa de la paz y la tolerancia como instrumentos de una sociedad europea avanzada y progresista, se perfila la resonancia del erasmismo en la posible instauración de una Europa más justa y unida tras la pandemia.

¿Puede ser actual, eficaz, útil, provechosa una obra publicada en el siglo XVI? Invito al lector de La Comarca a que acceda a esta obra de Erasmo (está libremente disponible en Internet y en abundantes ediciones económicas) y comparta el pasmo y la interesante sorpresa de ver cómo se dibuja un retrato burlesco pero bastante exacto de muchos de los males sociales, políticos y económicos que nos afligen en esta era de "anormalidad progresiva" en los "felices 20" del siglo XXI. 

¿No se percibe la diosa "Moria", la insensatez, necedad y locura, en ese gobernante que está llevando a su comunidad al desastre sanitario pero sólo se ocupa de presentar demandas contra un monarca cesante y otro en ejercicio de una manera insensata e ilegal, cuando en su propia casa debe aceptar y justificar una corrupción mayor en un expresidente anterior y otros gobernantes que medraron bajo la misma bandera?

¿No se perciben las presencias del cortejo de Moria, Adulación, Molicie, Pereza y Codicia en bastantes de las actitudes y escándalos que van surgiendo de las filas de los políticos y los altos funcionarios? Si asisten a las sesiones del Congreso de Diputados, de algunos Gobiernos autonómicos o las obras de ciertas instituciones o empresas privadas o multinacionales, ¿no ven pasear muy ufanos entre ellos a los amigos de Moria, Philautias (el narcisismo), Leteo (el olvido de lo que hiciste mal y luego lo censuras en el contrario), Tryphe (la irreflexión, en el habla y el argumentar o peor en el insultar), Komos (la intemperancia en actos, palabras y obras)?

¿No hay un espejo deformante de la estupidez en esos grandes líderes de naciones extranjeras que aconsejan ignorar una pandemia a pesar de estar causando muertes incesantes? ¿Y los que recurren a juego sucio e invaden los espacios virtuales de otras naciones en defensa de intereses ocultos? ¿No se aplicaría el "Elogio a la estupidez" en esos ciudadanos que anteponen sus caprichos, diversiones y apetencias al respeto y seguimiento de las mínimas reglas de salud pública en tiempo de virus pandémico? Erasmo cree, con Sócrates, que la naturaleza tendente al mal en el hombre se debe a la ignorancia, la falta de instrucción y la inexistencia de valores éticos. Quizá sea, después de todo, un buen momento para releer a Erasmo. 

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

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21 julio 2020 2 21 /07 /julio /2020 19:04

Buscar siempre un culpable, mejor "de fuera"; nombrar una supuesta "amenaza exterior"; demonizar al Gobierno central con fines independentistas; designar "culpables" -sin derecho a réplica- a los de una ideología contraria; convertir a un virus en un ente demoníaco instrumentalizado por oscuras conspiraciones; ver cómo los órganos ejecutivos y legislativos de una nación y algunos diputados se comportan como "trileros" de bolsillos codiciosos, mientras los males se extienden y los ciudadanos se acostumbran a desconfiar y a medrar solo por sus propios intereses con la convicción de tener todos los derechos y pocas obligaciones aceptadas.  Mientras el SARS vuelve a manifestarse en 160 brotes nuevos en el territorio hispano, mientras la gente en Cataluña comprueba que la gestión de la Generalitat es aún más peligrosa que el virus en sí mismo, más errática que la que Torra denunciaba al principio mientras aseguraba que si tuviera el poder en "su" Comunidad no habría muertos. Y ahora no sabe cómo decirle a los barceloneses que tendrían que quedarse en casita. En el resto del país, los ciudadanos ven en la política el problema no la solución. Y, por su parte, siguen viviendo la falacia de la "nueva realidad" sin percatarse que son ellos mismos, los que se lanzan a las carreteras porque "nadie les puede fastidiar las vacaciones" después de lo que "han pasado". Esta inconsciencia es la gran aliada del virus.

Un amigo catalán (leridano a más señas) me ha enviado una foto clarividente: es en blanco y  negro, antigua, y muestra a un soldado -parece francés de la época de Argelia- que lleva en su espalda un burrito pequeño. Junto a él hay otros soldados que avanzan por una pradera llena de hierba y un texto comenta: "Igual así se entiende mejor el confinamiento: este soldado lleva un burro sobre sus hombros. No lo hace porque ama a los burros, sino porque el área está minada. Si el burro se mueve libremente hubiese hecho estallar las minas y todos hubieran muerto. Mantener controlados a los burros es vital en estas circunstancias". Aunque esos mismos covidiotas denuncien con envidiable simplicidad que son víctimas de una dictadura y los populistas o la derecha extrema les aplauda con tanta determinación que se olvidan de dar alguna idea mejor para evitar que el Covid vuelva a apoderarse del país. Todo esto suena a algo que no es nuevo: la dictadura del pánico. El miedo sin soluciones a la vista se convierte en pánico y es cuando cuando las personas pierden de vista la moderación, la solidaridad y la ecuanimidad, buscan "culpables mágicos" es decir responsables de todos los males, incluidos los que ellos producen.

La ensayista norteamericana Martha C. Nussbaum, en uno de sus ensayos antipopulistas más conocidos diagnostica el tipo de sociedades en los que los populismos triunfan, la democracia se hunde, aparecen los "salvadores de la patria" cuanto más intolerantes y estúpidos mejor. Y las gentes les siguen como rebaños de corderos destinados al matadero.¿ La alternativa? Hay que dar una oportunidad a la esperanza, la cooperación, la solidaridad y el esfuerzo de todos. Gobiernos de Unidad nacional y objetivos claros y firmes: la salvación del país y sus ciudadanos. Después hablaremos de política. Aunque esta es la verdadera política. Al modo aristotélico: la "areté", la virtud, la justicia, la igualdad como comportamiento del hombre que se dedica a la "polis" el gobierno de la ciudad, el "zoon politicon", el animal político.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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16 julio 2020 4 16 /07 /julio /2020 07:01

En 1882 el dramaturgo noruego Ibsen  estrena un nuevo y polémico drama: “Un enemigo del pueblo”. Antes había convulsionado a los públicos conservadores y victorianos de media Europa con “Espectros” o “Casa de muñecas”. El protagonista del “Enemigo…” es el Dr. Stockmann, un hombre vitalista, fuerte, de firmes convicciones que ejerce como jefe médico del balneario de la ciudad. Un mes antes de empezar la temporada de baños, en la que está cifrada todas las esperanzas económicas de la ciudad, el médico informa a las autoridades de que acaba de descubrir - y ha hecho confirmar por unos laboratorios de la capital- que las aguas del balneario están envenenadas por unos vertidos tóxicos y hay que cerrar el establecimiento y desviar los vertidos mefíticos para recuperar la bondad de esas aguas termales. Mantener el balneario abierto era más que una temeridad, era un crimen para los clientes del balneario. Cerrarlos y cambiar el sistema de tuberías y la fuente de procedencia, significa la ruina de algunos y el endeudamiento del pueblo.

A resultas de esa noticia todas las “fuerzas vivas” de la comunidad, encabezadas por el alcalde, celoso e infatuado hermano del doctor, el periódico local y los comerciantes y al final la población entera se unen en la repulsa al doctor al que nombran “el enemigo del pueblo”. ¿No les resulta familiar esa anécdota en estos tiempos de virus? La figura del martirizado profeta de la verdad, desde Sócrates, Jesús o el magnífico Jean de Florette de Marcel Pagnol, hasta el simbolismo -¡ay, tan reiterado! de “matar al mensajero”-, es una constante trágica de la recalcitrante estupidez humana en cuanto concierne al dinero,  el cargo funcionarial o político y la simple supervivencia que entra en liza con la rectitud de propósito, el altruismo, la honestidad o en suma eso tan devaluado que se llama ética. Dejando aparte las referencias teatrales o literarias, es obvio que  de un tiempo a esta parte, proliferan los “enemigos del pueblo”, no sólo en el escenario político sino en este guirigay que es la histérica e insultante vida pública española del momento.

Mientras el país tiembla ante una casi bíblica maldición de ruina empresarial, miseria familiar, desempleo y desconcierto e ineficiencia ante las ayudas europeas y sus destinos preferentes, nuestra clase política ignora los llamamientos a la unidad y, de espaldas a la historia,  dan un mísero espectáculo de garrotas y marionetas vociferantes mientras se arremeten unos a otros colocando el baldón de “enemigo del pueblo” a cualquiera que trate de insinuar algo con sentido común, una medida honesta aunque impopular (en un país ya bastante dominado por el populismo más vulgar, vandálico e inculto). ¿Qué mal virus agresivo ha inundado nuestros televisores, algunos periódicos y la enloquecida trama hipnótica de los móviles y su constante derroche de bulos y campañas de una simpleza siempre violenta? Vivimos los tiempos de las “fake news”, de las falacias ignorantes, de los falsos profetas, de los líderes irrazonables y soberbios. No sólo en España, este país siempre desgarrado por el símbolo goyesco y grotesco de dos energúmenos atizándose con garrotas, en el resto del mundo (donde se genera un abominable genocidio en los sectores más pobres y desdichados de esos países) se produce el mismo fenómeno: grandes masas de personas y sus gerifaltes califican de “enemigos del pueblo” a otras grandes masas y sus líderes que, a su vez, devuelven el cumplido con palabras muy semejantes. Al margen de ese  panorama de horrores hay una mayoría silenciosa y  amedrentada (en todos y cada uno de los países del planeta) que parece resignada a ser pasto de bárbaros o carne de cañón. Parece que haya más “enemigos” que “pueblo”. Pero no es así. El pueblo de verdad no quiere ver enemigos por doquier sino soluciones a los problemas, remedios a las necesidades, sentido común y honestidad en sus gobernantes.

Los llamados “enemigos del pueblo” (no los que en verdad lo son) tienen una tipología bastante semejante sin que importe su procedencia. Se  ha  corrompido el concepto pero su esencia es la misma que en el teatro o la literatura clásicas: toda persona que trabaja por el bien común antes que por sus propios intereses (pues sabe que si se extiende el bien-común, formará parte de él) rechaza el corto-placismo populista pues entiende que las cosas precisan un tiempo de trabajo y sazón para prosperar, comprende las limitaciones temporales y cree en el trabajo honesto y el esfuerzo de todos (separando de entrada a los aprovechados, los vagos y los tramposos)…en suma, para no extendernos, admiten el principio ético como motor universal de las relaciones humanas. –

ALBERTO DÍAZ RUEDA, escritor y periodista

 

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14 julio 2020 2 14 /07 /julio /2020 11:59

Los anglosajones tienen una especial habilidad en crear expresiones claras, sencillas y contundentes que en inglés -idioma práctico y expresivo- suenan muy bien y al ser traducidas al español pierden parte de su "mordiente" popular y cotidiana. "Cancel culture" es una de ellas y muy actual. La traducción literal es "cancelar cultura" o "cultura de la cancelación". En el universo mediático de internet la "cancel culture" es la cancelación por asfixia, acoso y derribo de cualquier persona, idea, acto, pensamiento u obra de arte, literaria o filosófica en nombre de una corriente hegemónica que defiende ideas o colectivos que se consideran injustamente atacados en el momento actual y en el pasado, del más remoto al más cercano. Es decir, en base a la legitimidad de una postura defensiva sexual, de raza o credo. Se trata de auténticas campañas de desacreditación y humillación pública orquestadas desde colectivos con posturas legítimas pero con una praxis violenta y sin asomo de ética. Es semejante a las campañas de desinformación y "fake news", dirigidas por los rusos contra la Clinton y a favor de Trump o las que manipularon el "proces" en Cataluña. En estos momentos cualquier persona. monumento, institución o hecho histórico relacionado directa o indirectamente con algo que moleste a las feministas de MeToo o a los colectivos negros del BlackLivesMatter (o a TRump, a Putin, a Torra, Bolsonaro y otros personajes mediáticos del exceso), son objeto de las iras de los poderes oscuros de las Redes que se autoerigen en la "ortodoxia" y el victimismo vengativo.

Es lo que en castizo castellano se llamaba "poner en la picota", "colgar el sanbenito" y en la lengua del actual Imperio, someter al "online shaming" (vergüenza pública online"), arruinar una reputación o condenar sin derecho a réplica ni apelación en juicio virtual sumarísimo a cualquiera que sea considerado reo por la nueva Inquisición Mediática. Como decía una carta de intelectuales norteamericanos publicada hace unos días, empezamos a padecer la imposición de "un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar las normas de debate abierto y la tolerancia a favor de una supuesta hegemonía ideológica que utiliza el juego democrático para crecer y fortalecerse pero que es abiertamente antidemocrática, populista y autoritaria e impone un estilo propio de tipo dogmático y coercitivo". Estos son los mismos que en nombre de lo que ya no tiene remedio derriban estatuas, condenan obras de arte, queman libros y prohíben películas que, según ellos, justifican los atroces hechos que les hicieron formar sus grupos reivindicativos. Y, paradójicamente, colocándose con sus actos al mismo nivel ético de lo que denuncian. Todos los siglos del pasado han tenido su particular "caza de brujas". El XXI, siglo de la globalización, será el de las pandemias, ya sean víricas, climáticas o éticas. Francamente, no tenemos remedio.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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10 julio 2020 5 10 /07 /julio /2020 18:33

En un ensayo reciente, dedicado a analizar las revueltas sociales del siglo XXI , encontré una observación muy sagaz: "Lo que incita a hombres y mujeres a la rebelión no es el sueño de liberación de sus nietos, sino el recuerdo de sus antepasados oprimidos". Es una reflexión cínica pero realista que podría desmontar el pretexto pro-futuro de casi todas las revueltas socio políticas desde la revolución francesa, la rusa, la cubana, o incluso la norteamericana. Esos revolucionarios urbanos del siglo XXI, en su mayoría instalados en sociedades más o menos permisivas, más o menos democráticas, con un bienestar cercano y asequible con trabajo y tiempo, no se lanzan a las calles,  a menudo violentamente,  por el futuro de sus hijos o nietos, sino que reivindican a sus colegas que en el pasado, más o menos remoto, sufrieron determinadas opresiones por razón de sexo o de raza. Es un intento absurdo, casi demencial, de modificar la historia, a través de la condena y eliminación de obras de arte, literarias y figuras históricas, en su tiempo veneradas y hoy consideradas condenables y extinguibles por esta nueva Inquisición de lo supuestamente correcto. Lo que interesa es provocar cambios en las leyes y las costumbres que les aproveche a ellos mismos, aunque con un salto hacia el absurdo: la exclusión del pasado por decreto "moral". ¿Qué indica esto? Que las situaciones que denuncian han sido relativamente "normales" (no permisibles desde luego, siempre censurables) hasta épocas recientes o siguen ocurriendo. Pero piden algo sorprendente, no tanto que dejen de producirse, sino que lo que fue no conste más en nuestro legado histórico. Como si no hubiera ocurrido. En "1984" de George Orwell (en realidad Eric Arthur Blair), se instituye la neo-historia: cambiar la historia día a día para que se ajuste a lo "correcto" que ordena el Gran Inquisidor. Y así se derrumban estatuas y monumentos, condenan al ostracismo a actores o escritores del pasado o de los de ahora, los que aún viven, la mayoría ancianos, por algo que ocurrió supuestamente (o no) hace treinta o cincuenta años.

Resulta interesante comprender que tres de los movimientos sociales reivindicativos recientes en occidente, el "Me Too" de las actrices, el "BlackLivesMatter" de la negritud y el Movimiento en defensa de la comunidad gay, transexual y otras especialidades sexuales (LGTBIQ), parecen obedecer a una causa psicológico-social común -la creencia en la viabilidad operativa de una condena moral de épocas pasadas a partir de los cánones de la actual- que constituye en sí misma un síntoma alarmante de desequilibrio y confusión éticas del sistema político y de los ciudadanos: es como un virus global, una pandemia que empieza en las culturas occidentales y orientales del bienestar y que subyace bajo la mayoría de los regímenes y las ideologías, sin importar mucho su sesgo político. Desde la iconoclastia feroz y obsesiva ("comprensible" pero no razonable ni lógica) de los que destruyen monumentos, bustos y estatuas, hasta la  sexual "caza de brujos" o las exigencias  quizá respetables pero innecesariamente insólitas del colectivo LGTBIQ (lesbiana, gay, transexual, bisexual, intersexual, queer). Los tres movimientos articulan una demanda común: se pide atención, derechos, respeto y...venganza absurda del pasado. Parten de una falacia argumental: destruyamos el pasado porque así estamos justificados para cambiar el futuro. Se apoyan en causas admirables: la igualdad de sexos, el final del racismo, para a continuación perder su credibilidad y sus razones al destrozar monumentos a Cervantes  (Dios mío, sólo hace falta leer a don Miguel para ver cuán injusto es esto), Cristóbal Colón, tal vez a Mark Twain, a Nabokov, a Lawrence...crear una infantil pero pavorosa "mala conciencia" que prohíba películas como "Lo que el viento se llevó" o quizá "Matar un ruiseñor" o tal vez "Casablanca" por el pianista negro; arrojar a los leones de una crítica casi pornográfica a actores vetustos, cantantes de ópera o escritores y poetas que no trataron a negros, lesbianas, gays  o mujeres con el respeto debido; quizá se condene el Coliseo de Roma o la Gran Muralla o la Alhambra y la Mezquita de Córdoba porque hubo esclavos entre los operarios y se prohíba la lectura de Séneca, Marco Aurelio o Cicerón (¿por qué no "Las mil y una noches"?) por el uso de mujeres y esclavos de una manera poco respetuosa con los cánones del siglo XXI. 

Nadie discute la legitimidad de lo que defienden (y acusan) tales movimientos. Se discute y rechaza la banal, torticera, hipócrita y nada legítima barbarie destructiva, estúpida y contraproducente, que llega al exceso y como suele suceder alimenta  a los extremistas de todos los signos y banderías para desorientar y desequilibrar aún más una serena, lógica y razonable ética global social y política. Francamente, con la que está cayendo, todo esto parece no sólo banal sino estúpido e innecesario.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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9 julio 2020 4 09 /07 /julio /2020 11:49

La singularidad del título del excelente libro de Peter Brown es que la cita del Evangelio de San Lucas, en la que dice Jesús que "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios", refleja de manera simbólica directa, el objetivo del libro: narrarnos de una forma altamente documentada y convincente el papel de la riqueza en la construcción del cristianismo en occidente desde el 350 al 550 d.C.

La historia que nos cuenta Brown de manera fascinante - más de mil páginas, casi siempre de una amenidad sorprendente- es la de un compromiso muy alejado de la advertencia de Jesús, según Lucas, claro. A través de una abrumadora documentación histórica y de una erudición llena de rigor y una ironía analítica a veces bastante divertida, se nos habla de cómo la Iglesia abre las manos y recibe, sin muchos problemas, las aportaciones de esos ricos cuyas fortunas engrosaban las arcas de la Iglesia a cambio de una promesa explícita de que alcanzarían al fin de sus vidas el privilegio de la Vida Eterna en el Paraíso cristiano.

Claro que un "camello" en arameo (la lengua usada por Jesús, según se cree, traducida al griego por Lucas) no sólo se refiere al resistente animal jorobado, sino también un tipo de soga de gran grosor. La Iglesia (administradora y manipuladora del mensaje fundacional cristiano que se atribuye  a una figura más simbólica que real, Jesús de Nazaret) es experta en deshilachar complejos mensajes en forma de soga para hacerlos pasar por el ojo literal de una aguja, si conviene a sus intereses. Ya que al final de la cita del camello y la aguja, el mensaje hiperbólico de advertencia se convierte en un mensaje conciliador al añadir Jesús (según el apóstol)  que "nada hay imposible para Dios".

A través de la labor de Pablo  de  Tarso o San Ambrosio, según Brown, el cristianismo logró que su interpretación de la realidad se convirtiera en una realidad hegemónica en el contexto social y cultural en la época  hasta su hundimiento a mediados del siglo VI.  Y hay una constante, un hilo conductor del trabajo apostólico de la época, la riqueza como ayuda operativa. El concepto de riqueza había ido cambiando desde los orígenes ascéticos y de renuncia, de amor a la pobreza y enaltecimiento de la humildad material, al concepto prevalente  y utilitarista de que la riqueza no es una condena en cuanto tal sino un don divino que puede apuntar a un fin espiritual: mantener la hegemonía de la Iglesia . Los teólogos de la Iglesia buscaron una fórmula conciliadora que ayudara a promover en los siglos V y VI d.C. una ampliación  de la riqueza de la Iglesia, administrada por la clase clerical que, como intercambio ante el pueblo, se sometía voluntariamente a una serie de aparentes obligaciones y renuncias  (vestimenta, abstención sexual, ritualización de la vida,  supuesta "pobreza", encierros monacales...).

Brown logra mantenernos gozosamente interesados en la voluminosa obra ya que no se limita a conseguir el logro básico de una historiografía positivista (de moda durante el final del siglo XX) mostrándonos su versión de lo que "efectivamente pasó" sino que amplía las aportaciones de los "documenta et monumenta", es decir los textos y los vestigios de la arqueología  a base de una visión intuitiva, especulativa y profundamente racional que se vuelve activa interpretación (cosa mal vista por los padres de la historiografía moderna), pero que en esencia hace más plausible y considerablemente más divertido el texto resultante.

Pero que nadie suponga que eso resta fortaleza y racionalidad histórica lo que se nos cuenta, Brown procesa y analiza un ingente caudal de datos y todo tipo de referencias de múltiples y contrastadas fuentes sobre la vida cotidiana, el pensamiento, la historia social, el arte, el lenguaje  y la crítica religiosa de los primeros siglos de la era cristiana, desde Constantino hasta el siglo V y VI, ya en plena edad media.

La idea base de esta obra trata de explicar por qué a partir de una determinada época, las personas con riquezas se convierten en donantes voluntarios de sus riquezas a cambio de un lugar en el cielo y crean la base económica que asegura el poder terrenal a la Iglesia (más que la idealizada eliminación de la pobreza y la miseria que buscaban los primeros padres cristianos). A partir de ese momento de largo recorrido histórico se ponen las bases del occidente cristiano y de la Europa medieval.  A través de los textos de Agustín, Ambrosio y Jerónimo, el historiador analiza la paulatina influencia de ideas como la renuncia a la riqueza, la virtud de la pobreza, la limosna o la caridad, que fueron popularizándose entre los estamentos más modestos del Imperio en crisis hasta desbancar a las antiguas formas de filantropía tan arraigadas en el mundo romano.

FICHA

Por el ojo de una aguja. Peter Brown. Traducción de Agustina Luengo. Acantilado, 2016. 1.232 páginas. 48 euros

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7 julio 2020 2 07 /07 /julio /2020 09:44

Está claro que no aprendemos de la historia. O no tanto como deberíamos. Seguimos anclados en la dialéctica de las dicotomías. Bueno y malo. Bello y feo. Progres y fachas. Humilde y prepotente. Inteligente y estúpido. La experiencia y la psicología nos dicen que a lo largo de la vida, o en el simple curso de un solo día, podemos transitar por uno de los dos extremos alternativamente sin que nuestro mundo se desgarre por falta de coherencia.

A pesar de lo que sufrimos en el siglo XX y de lo que nos aflige en estos "felices 20" del siglo XXI, observamos un recrudecimiento de las polarizaciones políticas hacia los extremos del espectro: da igual el nombre que les pongamos o las siglas o las pretendidas ideologías.Todo se reduce (y soy consciente de estar simplificando, para entender mejor a qué nos enfrentamos) a quienes viven y medran en torno al Dinero y a los que en roman paladino se llama "la puta base", con sus desconcertados políticos, sus supuestas mejoras de vida y sus ingenuas expectativas de futuro, gente que cree en el progreso y la igualdad (aunque a menudo no lo parece). 

El Club de los ricos  posee legiones de servidores fieles y fanáticos que creen que vivirán mejor  a la sombra del poder y del dinero y les da igual si es en forma de dictadura, democracia neoliberal o populismo de porra y pistola.  Ellos viven en una torticera imitación de la Caverna de Platón, dirigidos desde las alturas por "dioses" (las grandes corporaciones), trileros disfrazados de políticos y altos funcionarios. Debajo, la masa,  los de la fuerza bruta, contundente y vociferante, sentados en los bancos, mirando hacia una pared donde se reflejan las sombras de lo real, símbolos y títeres que hablan de Patria, seguridad, armas, peligros y amenazas, falacias ecologistas y el subsiguiente negacionismo. Las sombras les conminan a creer que no hay una forma de vida mejor que la que tienen y que deben defenderla lo más duramente posible. Y en eso están, a pesar de datos, números y pruebas.

En esa dualidad dialéctica entre los de la caverna y los progres se dibuja hoy una desventaja estratégica para éstos últimos, los de "la izquierda". El problema es que no se trata de compartimentos estancos (nunca lo han sido) pues hay filtraciones circunstanciales de uno al otro lado, junto a la irrebatible realidad de que el Dinero o el Capital (y sus organismos, Davos, Banco Mundial, FMI...) ya está infiltrados en el supuesto poder político progresista. La desventaja estriba en que los representantes descarados de la Caverna global, Trump, Bolsonaro en Brasil, Putin en Rusia, Modi en la India, Orban en Hungría, Netanyahu en Israel y tantos otros, llevan trajes democráticos y agitan banderas populistas y nacionalistas excluyentes...se comunican entre sí, forman alianzas mas o menos secretas, intercambian información, técnicas y métodos más o menos inspirados por el gurú de Trump, Steve Bannon, que busca formar una Internacional derechista, nacionalista, de inspiración judeocristiana, en torno a un modelo capitalista salvaje con disfraz neoliberal y partidarios del autoritarismo y la violencia del "si no estás conmigo, estás contra mí".

¿Y la progresía? Dividida hasta la atomización, manipulada por el Capital, errática y con una ineficacia operativa complicada por la mala conciencia histórica de la incoherencia. Creo que desde la Ilustración y los intentos frustrados de Marx, Lenin, Trotsky y Willy Brandt, la llamada "izquierda humanista" se ha diluído en la confusión de las siglas, los nombres y los caudillistas de circunstancias. No hay unidad, programa común, objetivos claros y viables...el poder y el dinero ha corrompido por doquier.

Mientras tanto el mundo se desboca: pandemia, crisis económica, calentamiento global, la UE en fratricida enfrentamiento, desastre medio ambiental, contaminación, brechas crecientes entre clases, razas, credos y niveles de renta...en ese escenario de inseguridad y precariedad, la Caverna impone sus suicidas criterios uniformes y cientos de millones de personas les rinden pleitesía. Son tantos que los zarpazos del negado virus, no les hacen mella.

Una frase del Fausto de Goethe y una noticia leída en la prensa me han dado un poco de esperanza en este incierto escenario: "Merecer la libertad y la vida es algo que debe conquistarse de nuevo cada día...En esta conquista recibe la vida el sentido que sólo el hombre es capaz de darle, y en eso consiste no su felicidad, pero si la dignidad que le es característica". Y la noticia es la, por el momento, débil articulación de una Internacional Progresista de todo el arco político de izquierdas, partidaria de un "New Deal Global", de coordinar la cooperación internacional por medio de una política de expansión fiscal y la reactivación económica mundial, condonación de la deuda de los países pobres, adoptar un modelo sostenible de crecimiento, mundializar la Sanidad, dedicar fondos del FMI, el BM y nacionales a promover el cambio de modelo energético (una economía de emisión O en CO2) y la preservación medioambiental . En dicha Internacional hay intelectuales como Naomi Klein o el lingüista Chomsky, políticos como el inteligente ex ministro griego, Yanis Varufakis, economistas como la hindú Jayati Gosh o la primera ministra de Islandia Katrin Jacobsduttir, entre otros... Hace falta que les apoyemos...los "otros" ya están organizados.

 

 

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3 julio 2020 5 03 /07 /julio /2020 15:58

En psicología, uno de los índices diagnósticos que se analiza en ciertas estructuras de personalidades con características  poco o deficientemente equilibradas, es su mayor o menor tolerancia de la frustración. Es un problema complejo ya que sus elementos causales son muy variados y se les supone procedencias que tienen relación con la educación recibida, el trato familiar (de donde procede el infravalorado "aprendizaje vicario": la influencia ejemplarizadora de las creencias y comportamientos de la familia y el entorno en el individuo), la situación política del país donde vive el sujeto, las costumbres sociales, el nivel económico, la religión o la propia madurez psíquica e intelectual de la persona.

Por ejemplo a los niños menores de diez años con problemas de comportamiento  se les puede someter a un sencillo test nada invasivo: El psicólogo muestra al niño un tarro lleno de caramelos y le dice: "Puedes coger uno. Pero escucha, Si  ahora no coges ninguno  y esperas a que acabe esta entrevista y te vayas, te dejaré coger cuatro como regalo de despedida. Si coges uno ahora sólo tendrás ese."Muchos niños no pueden esperar y cogen el caramelo (y más tarde, al terminar la entrevista se enfadan porque el psicólogo no les permite coger ninguno más). Curiosamente muchos padres tampoco llevan bien el test, consideran que es una refinada muestra de sadismo y que todo eso no demuestra nada porque "los niños son niños, ya se sabe". La tolerancia a la frustración de un deseo que requiere inmediatez de gratificación, es uno de los indicativos psicológicos de una cierta madurez mental de comportamiento.

Admitir que nuestros deseos no siempre pueden tener una inmediata gratificación y que es preciso comprenderlo para no provocar consecuencias negativas no solo en nosotros sino en nuestro entorno, es lo que nuestros abuelos llamaban "lección de vida". La intolerancia a la frustración de nuestros deseos es un indicativo claro de que se trata de un individuo relacionalmente inmaduro y cuando es una característica sistémica en una sociedad  dada, es el síntoma flagrante de una defectuosa educación familiar y pública que puede afectar y afecta al país entero. La exigencia de un cortoplacismo permanente en nuestra satisfacciones, al precio que sea, pero siempre de la forma más inmediata posible sin tener en cuenta posibles circunstancias objetivas que lo desaconsejan, denota una sociedad en la que el beneficio propio y el precio han sustituido a la valoración intrínseca, a la razón y al bien común.

Si extrapolamos el esquema de la intolerancia a la frustración a algunos episodios ocurridos desde que se desató la pandemia llegaremos a una conclusión preocupante: vivimos en una sociedad con una cantidad asombrosa de personas que presentan claros síntomas de ese problema de percepción y de reflexión. Nos ceñiremos a una parte de esa masa, bastante universal, me temo, de la que sacamos a los niños y a los jóvenes hasta los veinte años, quizá porque en ellos esa intolerancia es más disculpable gracias a la educación y el ejemplo que han recibido de sus mayores y de los medios de distracción, tele, películas e internet. Pasemos a los que engrosan la supuesta edad adulta hasta los que rozan los setenta. Observen: desde los negacionistas a los que temían al virus, pero pasaban de confinamiento o de medidas sanitarias, la enorme cantidad de denuncias policiales contra la violación de tales medidas, y cuando se levantó el estado de alarma, la escapada multitudinaria del "todos fuera de casa" en unos  días en los que se han celebrado fiestas sin reparos, aglomeraciones en zonas de baños, protestas contra Ayuntamientos de pueblos invadidos porque no se han abierto las piscinas, absoluta dejadez en mantener las distancias físicas y en llevar adecuadamente las mascarillas. Y aún queda agosto y setiembre y la OMS se desgañita pidiendo prudencia.

A pesar de la interminable información que se facilita de los efectos catastróficos de la pandemia en el mundo, en España y en Aragón,  que prueba que no "hemos superado ya" el problema, esa gran masa contestataria considera que sería intolerable que se les prohibiera la inmediata gratificación de sus "derechos" a divertirse, relacionarse, bañarse o viajar y desparramarse en alegres grupos reivindicativos por una Naturaleza que estaba empezando a regenerarse. No parece inquietarles lo más mínimo que están favoreciendo la aparición de "rebrotes" que podrían llegar a provocar nuevos confinamientos (con letales consecuencias en las personas y también en la economía). Para esa masa no reflexiva, "ya han sufrido suficiente" con los meses de encierro obligado y "se merecen" desquitarse al precio que sea. Como el niño del test y sus padres, todo lo que evita eso es una prueba de sadismo innecesario. Enseñamos a los niños la intolerancia a la frustración y alimentamos una cadena que termina convirtiéndose en una conducta social "aceptable". Y los que no la siguen o la tratan de evitar, son de inmediato tildados de "fascistas", "alarmistas" o siervos de oscuras maquinaciones del poder político y el capital.

Unos poderes ocultos que son los culpables de "frustrar" las legítimas aspiraciones lúdico-recreativas de un personal engañado y explotado que padece los errores de un mundo siniestro que sólo vela por sus propios intereses. Y aquí se produce la paradoja:  los "intolerantes" a la frustración no soportan verse aleccionados por los "tolerantes" que tratan de devolver la "normalidad" al ciudadano a base de pedirles que sean prudentes, razonables y solidarios. Y si sacan la autoridad, ante la evidente indiferencia de esa gente a las normas, es que "vivimos en una dictadura". Por favor, el SARS-CoV-2 ha matado a más de medio millón de personas en el mundo y ha contagiado a más de diez millones. No es algo que no les concierne. Lo demás es una ridícula pataleta de niños mal educados.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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2 julio 2020 4 02 /07 /julio /2020 18:56

El historiador inglés Tom Holland con su obra “Dominio” (2020) y su colega, el irlandés Peter Brown, con “Por el ojo de una aguja” (2016), abordan desde ópticas diferentes pero complementarias y algunas semejantes, el nacimiento de un nuevo paradigma religioso, social y económico: la desaparición de la cosmovisión de la cultura grecolatina y sus influencias orientales y la eclosión de un fenómeno, en principio localmente enraizado en Oriente Medio, pero que se expandiría de una forma asombrosa gracias a vehicularse a través del imperio, romano, al principio en oposición, violentamente rechazada, para más tarde, poco antes de la caída y desmembramiento del Imperio, convertirse paradójicamente en una desoladora, inclemente, codiciosa y cruel maquinaria de poder: la Iglesia cristiana, con una vocación irreprimible de expansión. Y de aquellas cañas estas lanzas. El cristianismo fue el huevo de la serpiente del poder político y militar, a veces en connivencia con él y a veces dominándolos a todos bajo un mismo yugo “espiritual” con sólidas bases financieras y militares y el entramado fantasioso y falaz del premio o castigo en la “otra vida”.

Es muy difícil comprender la historia de occidente e incluso la mundial de  los últimos dos mil y pico años sin tener muy claros los fundamentos históricos que dieron carácter y peculiaridades específicas a unas culturas relacionadas dialécticamente con dos elementos que parecen dispares y que, sin embargo, la historia ha convertido en elementos fijos de un proceso cambiante: Dios y el Dinero o, para ser más exactos, el uso del dinero como fundamento del Poder y la utilización del pretexto de una supuesta vía preferente hacia Dios, la Iglesia cristiana, en sus múltiples manifestaciones. ¿Cómo se unen esos dos elementos tan radicalmente diferentes y pertenecientes a dos niveles conceptuales y existenciales distintos? Sencillamente, como una y otra vez nos demuestran Holland y  Brown, a través del “matrimonio del Cielo (Dios) con el Infierno (Dinero)”, como diría el poeta y visionario inglés William Blake. Blake escribiría en su libro, “las prisiones son construidas con las piedras de la Ley, los burdeles con los ladrillos de la Religión”. Para Blake, existía una relación dinámica entre un Cielo pleno de leyes y directrices morales y un Infierno donde las energías más creativas campan libremente.” La tentación de analizar comparativamente la obra de Blake con las dos obras que nos ocupan es grande, pero por motivos de espacio debe ser rechazada. Invito al lector a hacerlo una vez leído el presente artículo.

Los libros que nos ocupan tienen el foco motor en la codicia como elemento dinamizador de la historia de los pueblos en sí y de las relaciones internacionales que van, a través de la codicia, gestionando unos patrones de poder que van cambiando circunstancialmente pero que en esencia responden a tres elementos básicos: la sal y las especies, el hierro, el oro, el petróleo en tiempos modernos y el auge contemporáneo del oro nuevamente (según mi amigo Iván, un erudito búlgaro doblado en agricultor ecológico). La iglesia gestiona con gran habilidad el más permanente de esos elementos en la geoeconomía histórica: el oro. Y aquí es donde Peter Brown y Tom Holland van desarrollando sus argumentos.

Pero no limitándose a “reconstruir  lo que pasó” (lo cual en el fondo roza la conjetura a pesar de documentos y testimonios, como lo es argumentar sobre un previsible futuro) sino a plantear razonables especulaciones que articulan lo documental y  lo “monumental” (los vestigios arqueológicos) que provocan una interpretación de los hechos que parecen dar validez a las consecuencias que conocemos. Se recrea el pasado y se hurga en las diversas interpretaciones que nos ofrecen los datos y las referencias de otros historiadores. Todo es material de construcción.

Holland nos narra la historia de una compleja fascinación por el cristianismo en toda Europa como forma de vida religiosa, manera de vivir y enriquecerse, acceso al poder y a la dominación: en las familias tradicionales hasta hace relativamente poco tiempo en Europa los hijos se repartían en base a la primogenitura: el primer hijo, el “hereu”, el heredero de hacienda, hogar y familia. El segundo, la carrera eclesiástica, el tercero al Ejército y los demás, si podían, al funcionariado. Pero de todos ellos el que más influencia tenía en el arco social era sin duda, el eclesiástico: el cristianismo forma parte de la sedimentación cultural, social, política y económica de la historia de Europa, como un impulso o dinámica revolucionaria y evolutiva. Como apunta en su libro, es fácil hallar las huellas cristianas en el lenguaje popular, el culto, los prejuicios sociales y costumbres y por activa o pasiva, a favor o en contra en las obras de sus mentes más ilustres. Holland apunta con acierto que la cruz, la muerte humillante y atroz de Jesucristo, se convirtió por los siglos en el símbolo máximo y eficaz de los débiles contra los fuertes y “una de las razones por las que el mensaje del cristianismo tiene tanta fuerza”.

La característica más asombrosa del cristianismo y una de las razones de su poder y significación, es su enorme vocación sincrética desprejuiciada, expansiva y ambiciosa, cómo fue asimilando, disfrazando, manipulando los más antiguos y diversos aportes religiosos, simbólicos, filosóficos y lingüísticos en una extraordinaria labor de siglos para configurar un corpus doctrinal cada vez más inflexible y normativo, represor y enfocado en su absoluta potencia a un solo objetivo: el poder y la riqueza, que son las dos caras del mismo “Dios”. Holland nos lleva desde la Grecia asediada por los persas, las religiones de origen asiático en la Roma y la Jerusalén o la Alejandría de los primeros siglos cristianos, de la solidificación del poder  cristiano, las guerras de religión,  de Cruzadas y Herejes en la Edad Media hasta la modernidad, los conflictos sociales y políticos del siglo XIX y XX,  y The Beatles, “El señor de los Anillos”…para confesar casi al final de su libro que “la revolución cristiana tuvo lugar, sobre todo, en el regazo y junto a las rodillas de las mujeres”. La educación legendaria y constante de las madres sobre sus hijos y la aquiescencia de los padres que sabían reconocer dónde estaba el poder en la tierra y la salvación de sus almas, según esas otras madres, las suyas, les habían enseñado. Como asegura el autor,  “No somos conscientes de que la mayoría de las palabras que empleamos están cristianizadas de base. Cuando nos referimos al judaísmo, pocos saben que es un concepto creado por los cristianos en el siglo II. Antes de eso no existía una religión en sí llamada judaísmo, pues los propios judíos no tenían un sentimiento de pertenencia a una misma religión. Había algunos que creían en un Dios únicamente de Israel y otros que hablaban de un Dios que lo había creado todo... Judaísmo y cristianismo, no son padre e hijo, sino más bien hermanos.

Holland desmonta también el mito de la oscura Edad Media. Muy al contrario, pregona y no sin argumentos que es un término creado por la Reforma protestante y manipulado por la Ilustración para cargarlo de connotaciones negativas. Para el autor, “No hubo un decrecimiento de la cultura. Tenemos la construcción de las grandes catedrales, como la de Santiago, y tenemos a grandes escritores como Dante. La Europa de la Edad Media fue la primera gran civilización de nuestro mundo y de donde surgieron las demás. La actual Europa no es heredera de Roma y Grecia, sino de la Europa medieval. Occidente nació entonces”. ¿Y cuál fue el instrumento de esa cultura? La iglesia, con sus construcciones, sus monasterios, sus copistas y sus “falsos mártires” (según Holland, Galileo no fue condenado por la Inquisición por su teoría del heliocentrismo sino por otras razones más debidas a cuestiones de rivalidades de poder.

Holland. que es un provocador nato, sostiene que no hay un declive desl cristianismo, sino que “vivimos una etapa de oro del cristianismo”, aunque no en Europa aparentemente (lo cierto es que parece que el cristianismo sigue vivo aunque sea “a la contra” y de forma inconsciente en las costumbres y los ritos, valores e ideas preconcebidas. En algún sitio Holland tiene la osadía de comparar al cristianismo con el coronavirus, “Empieza en un lugar muy concreto, muta y se extiende a todo el mundo”. Lo cierto es que es una metáfora bastante exacta.

En cuanto a “Por el ojo de una aguja”,  es un ejemplo brillante de un tipo de estudio histórico que muestra detalladamente lo que fue un determinado pasado y al tiempo interpreta dichos datos con una decidida voluntad de darle un sentido coherente que pueda integrarse en una visión conjunta del momento histórico estudiado. Son más de mil páginas en las que Peter Brown nos abruma con datos de todo tipo, interpretaciones eruditas y artísticas de la dinámica de expansión y dominio que sigue el cristianismo desde la conversión de Constantino y el comienzo en el siglo XV de  la llamada Edad Media. Coincide con Holland en que fue la época en que se gestó lo que llamamos Occidente.

A partir de ahí Brown sigue una pista distinta: la de las donaciones cristianas, realizadas durante una época en que el Imperio Romano de Occidente se caracterizaba por su opulencia. Allí nace, gracias a las donaciones de los ricos la acumulación de riquezas que todavía sostiene el inmenso poder económico y espiritual de la Iglesia. Nos cuenta que  la renunciación cristiana perseguía consumar una gigantesca transferencia de riqueza, del mundo al cielo.

Brown nos demuestra que la tan utilizada noción de la humanitas,  la conducta de una persona hacia otra por la razón de una naturaleza humana compartida, es una herencia cristiana y que esa idea está en el seno de las donaciones antiguas. De manera que no podían calificarse de limosnas sino como una acción de rango místico que aseguraba un privilegio en la otra vida.

Según Brown. La espiritualidad romana cambió con el influjo del cristianismo y con ella la noción de riqueza. Y la idea hegemónica de que el dinero y las posesiones debían supeditarse a una meta de tipo espiritual. Eso supuso el enriquecimiento de la Iglesia a consecuencia de las donaciones masivas. Para garantizar la administración de esas riquezas se gestó la aparición del clero como una clase sujeta a supuestas obligaciones (vida humilde y abstinencia sexual). Para fortalecer esa visión la Iglesia publicitó enormemente a los monjes, hombres y mujeres santos que se encerraban en condiciones de austeridad extrema en monasterios y conventos para rezar por la salvación de todos los seres humanos. (Todo ello con las excepciones de rigor que la Iglesia siempre ha disimulado y “comprendido”).

La idea clave de la Iglesia, dice Brown, es concebir la riqueza como un medio para la salvación y no sólo un excedente lujoso al modo romano, sólo que regida por principios morales, esa riqueza se volvió improductiva para tornarse en  pobreza.

A pesar del optimismo de Holland respecto al futuro del Cristianismo, la lectura de ambos libros deja en el lector, al menos así lo hizo en mi caso, una curiosa sensación de “ocasión perdida” de la historia del género humano de lograr una forma de cosmogonía socio cultural, política y económica basada en la “humanitas” que hubiese cambiado radicalmente la historia global de horrores permanentes que hemos producido y seguimos sufriendo.  Y eso cierra el círculo por donde habíamos empezado: la codicia, la crueldad, la soberbia y el orgullo del racismo, le tentación absoluta del poder absoluto, la estupidez agresiva del animal “dotado de razón”, los instintos más primarios y desalmados hicieron imposible una “teoría” religiosa que, como le ocurre al comunismo original con el que guarda ciertas semejanzas, podría haber salvado a la humanidad del desastre (dejando al margen la corrupción de la Iglesia que fue el comienzo del fin de una buena idea estropeada por una fea realidad).

ALBERTO DÍAZ RUEDA

Escritor

 

 

 

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