Luis Mateo Díez es un narrador de fuste, un cuentista , en el buen sentido de la palabra, con dominio magistral de las distancias cortas del relato breve, enjundioso y algo teorizante, es de una fértil creatividad en el dibujo de personajes y en el planteamiento de tramas posibles o surrealistas, telúricas o de una magia socarrona o irónicamente ingenua. En la obra que hoy recomendamos juega su doble juego pertinaz y sabrosón, la ficción centrada en los parroquianos de un café "que alineaba con igual determinación las penumbras horarias y en el que no se percibía transición meteorológica del discurrir del tiempo...uno de esos cafés que igual semejan una cueva insondable que un salón desarticulado...una suerte de refugio parasitario". Y, también, por otro lado un "recuento", "Un callejón de gente desconocida" donde el lúcido talante ensayístico del maestro se explaya para hablarnos de los intríngulis del arte de ficcionar, crear personajes, lidiar con el hecho de escribir y sobrevivir a los mil y uno fantasmas que los novelistas suelen alimentar con sus obsesiones. Sagaz híbrido entre la narración costumbrista y las elucubraciones profesionales de un buen escritor, este libro se lee con agrado y un poco de impaciencia, como una relectura en clave hispano provincial de un Pessoa al que la amargura es destilada por la ironía cachazuda de un Baroja.
Don Luis nos propone un juego de espejos en el que la ficción, el arte y la práctica, tienen su reflejo sagaz en las dos partes del libro. La primera a través de unos sujetos de reflexiones viperinas y lenguaje crítico que se reúnen cada mañana para desayunar en el Café Borenes junto al novelista Angel Ganizo, "al que se le iba la olla, aunque volvía a encontrarla" y que recordaba con pánico su pasado de mal estudiante, al que un catedrático calificó de "Baldón de la jurispericia". Los contertulios, Cremades –“el menos locuaz-”; Vericio, “el lacónico” o Lezama, “el cerebro" el lector avezado nos dan entre otros la radiografía de la literatura y el libro de nuestra época, ahogados entre el comercialismo y la crisis económica.
Alguno de esos personajes sueltan frases tan brillantes como ésta : “A veces tenemos la impresión –sostiene Ganizo- de que cada día abundan más las novelas que no son novelas, y que están escritas por novelistas que no son novelistas para lectores que no leen.” O, el lúcido Lezama, que dice: “Ficción autista y complaciente. La complacencia contribuye al descrédito...Todo lo que no suponga una cerrada defensa de la ficción, desde el único frente en que el narrador sabe batirse, que no es otro que el de la ficción misma, es un desvío y una renuncia, por muy fácilmente justificables que sean esa renuncia y ese desvío".
En el siguiente texto, Luis Mateo nos va endosando reflexiones, algunas banales, pocas, la mayoría interesantes e inteligentes y alguna magnífica sobre novela y literatura. Como cuando resume, "la ficción es un espejo de la vida, un espejo que tiene a la imaginación y la memoria como elementos desencadenantes y a la palabra como elemento constitutivo". O, sorprendentemente en este autor, afirma: escribir novelas siempre me ha parecido, con el esfuerzo y sufrimiento que se quiera predicar, una aventura profundamente higiénica, vitalista, mucho más beneficiosa para la salud que escalar montañas o correr un maratón" (pág. 107).
Libro indispensable para seguidores de la narrativa de Mateo Díez, interesante para profesores de literatura y cordialmente lúcido para lectores con afición a indagar en la trastienda de la creación literaria.
FICHA
LOS DESAYUNOS DEL CAFÉ BORENES.- Luís Mateo Díez.- Galaxia Gutemberg.-174 págs. 17,5 euros.
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