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24 enero 2011 1 24 /01 /enero /2011 19:06

Si  nos  observamos a nosotros  mismos podremos llegar a conocer la realidad directamente y podremos aprender a manejarla, a gestionarla, de una manera positiva y creativa para desarrollar nuestro autentico potencial y canalizarlo en provecho propio y ajeno. Esa es la esencia operativa de la meditación Vipassana que significa en pali, “visión cabal”.

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¿Cómo se articula esta técnica meditativa? No es difícil ni requiere nada especial, ni cánticos, ni mantras, ni difíciles sentadas meditativas en silencio y en perfecto no-movimiento, ni largas oraciones o jaculatorias. Aunque nada de esto le es ajeno. Pero para empezar hay un punto clave que aparentemente no cuesta nada. Hay que estar atento a cómo estás y a lo que haces. Generalmente, sin darnos cuenta,  repartimos nuestro sufrimiento, nuestra tensión, nuestro agobio, nuestra impaciencia entre los demás. Y asi observamos que alrededor de cada persona infeliz la atmósfera se va cargando de inquietud, de tal forma que todo el que se aproxima a ese entorno  termina también sintiéndose agitado e infeliz.

 

Para ello hay que seguir una disciplina, pero no a cualquier maestro o técnica. Buda recomendó Vipassana y aseguró: “ sed cada uno de vosotros vuestra propia isla. Sed vuestro propio refugio, no hay ningún otro refugio. Haced que la verdad sea vuestra isla, que se vuestro refugio. No hay ningún otro”. Ya que el único refugio verdadero de la vida, el único terreno sólido sobre el que asentarse, la única autoridad que puede guiarnos y protegernos adecuadamente es la verdad, el Darmma, la ley de la naturaleza, experimentada y verificada por uno mismo.

 

Por eso la única forma de resolver nuestros problemas es viendo nuestra situación tal y como es realmente, aprendiendo a reconocer la realidad aparente y superficial y también yendo más allá de la apariencia para percibir realidades más sutiles: y sólo podemos hacerlo directamente  mirando hacia dentro, observándonos. En esa observación radica el descubrimiento de que somos juguetes de fuerzas internas que nos condicionan, reacciones y prejuicios, tensiones inconscientes (pero descubribles) que hemos ido acumulando y que nos hacen sentirnos inquietos y desdichados, por lo que renovamos constantemente  nuestros errores, sin percatarnos de que estamos obedeciendo y siguiendo plantillas de comportamientos equivocados, reacciones automatizadas que generan errores y sufrimiento..

El camino para llegar a descubrir esto no es difícil pero requiere un trabajo constante y un esfuerzo sostenido. Ese camino es el Damma, el arte de vivir, que aumentará nuestra felicidad y el bienestar de quienes nos rodean, creando relaciones armoniosas y serenas con ellos y sobre todo con nosotros mismos.

 

El camino de la meditación Vipassana es un proceso de descondicionamiento, ya que se elimina de la mente las cualidades perjudiciales y los automatismos del pasado  que agravan y mantienen las visiones erróneas de la realidad y la tendencia inherente al sufrimiento. Al ir eliminando de la mente lo que hay de negativo se va descubriendo la naturaleza básica de la mente pura. Por supuesto al ir eliminando esa fuente de tensión mental se produce una mejora por correlato de las enfermedades psicosomáticas que causa la tensión. Evidentemente hay una condición esencial: no se puede seguir el camino con el objetivo principal de lograr resultados de curación física. Las mejoras son  resultados secundarios y no buscados de la meditación.

 

Los interesados en este tema u otros de alcance espiritual-operativo podéis darme noticia de ello en los comentarios de este mismo blog. Es bueno mantener una red de buscadores. Nunca se sabe lo suficnete y las experiencias ajenas honestas sirven de guía y consuelo. Animo...

 

 

 

 

 

 

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23 enero 2011 7 23 /01 /enero /2011 12:08

Primero hay una alteración en la carga genética del bebé. Puede ser una alteración en el cromosoma 15 o quizá que exista un cromosoma 47, uno más de los habituales 46. Según esa lotería terrible, el bebé puede presentar las características del síndrome de Prader-Willi o las del Down. Ese niño o niña crecerá con muchas limitaciones o discapacidades. Menos diferentes entre sí, que las diferencias existentes entre la mal llamada "normalidad" y ellos.

La editorial Milenio (Lleida) ha publicado el libro de relatos "La Nena y el Sol" con textos de Gaspar Arcís, Salvador Bolet, Célia Zurita, Jordi Balcells y Eduardo E.Rosenzvaig. En ellos las voces de sus autores nos hablan de un universo paralelo, el mundo y la existencia de personas que sufren esas discapacidades psíquicas y físicas y que  quizá para compensar, nos ofrecen un grado de sensibilidad, empatía y capacidad de amar que sorprende a los que no han convivido nunca con ellos. Y mucho más en el progresivo universo de discapacidad y minusvalía emocional en que vamos 1025_La-20nena-20y-20el-20sol.jpgconvirtiendo nuestro entorno. Los relatos son textos premiados en el Primer peremio Crisálida para personas con discapacidades del tipo citado.

En el relato "Tu" de Célia Zurita, el narrador, un joven gamberro que es obligado por su padre a hacer una suerte de servicio social en una asociación de ayuda a discapacitados, trata de ayudar a una chica con el sindrome de P-W. En el epílogo del emocional relato, el protagonista dice "Gracias Laura, porque me ayudaste a descubrir el amor", es decir la facultad de amar y la manera de ejercerla de verdad, por encima de las emociones baldías de enamoramientos y amores hormonales.

A través de vicisitudes, prosas filopoéticas, esa enternecedora retórica de quien no domina la técnica literaria pero es un puro nervio de autenticidad y emoción, lleva al lector ocasional a disfrutar más que de la galanura literaria de lo que lee, de la hondura psicológica y sentimental (más cerca del sentimiento que de la emoción) de esos seres cuya capacidad de amar y "entender" el alma es objeto de asombro para el que se acerca ex novo a ellos (vencida la primera y enevitable tendencia a colocarlos en los estantes perceptivos de lo distinto, lo diferente, que resulta siempre inconscientemente  amenazador).

El relato que da nombre al volúmen, "La Nena y el Sol", escrito por Eduardo Rosenzvaig, o el didáctico y entrañable "La superación de Flora", de  Arcís y Bolet, nos describen la vida de personas en diferentes grados de discapacidad pero unidas todas por un elemento común: la real capacidad de superación personal en aras no de un objetivo más o menos quimérico sino de un elemento esencial que está en sus vidas y que les mueve y conmueve: el amor, la enorme ternura que son capaces de irradiar.

Particularmente emotivo es el guión para cortometraje que cierra el volúmen,  "Yo tengo el sindrome de Down" que firma  Jordi Balcells. La autenticidad de esa voz que narra su experiencia vital, sus limitaciones, sus desafíos y sus temores y alegrías, resulta  emocionante. Se convierte en una suerte de aprendizaje emocional para quienes no conocen nada de ese mundo.. Y como dice el autor:  "La gente que no me aprecia es porque no sabe apreciar la vida".

La lectura de este libro es recomendable por razones que esta vez no conciernen al crítico literario sino a la persona que lee y siente. La persona que quiere conocer ese mundo paralelo y apenas conocido de esos seres humanos de excepción.

 

 

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14 enero 2011 5 14 /01 /enero /2011 16:55

Existe, sin duda, una consideración del tiempo, de la edad,  que tiene que ver con el hábito de la lectura, ese vicio delicioso y acaparador que nos abre las puertas y ventanas del espíritu a la complejidad de la vida. Lo digo porque he llegado a una edad en la que el lector que hay en el centro de mi alma deja de complacerse demasiado en las novedades, inabarcables hoy, que nos ofrecen las editoriales y vuelve, al tiempo que se mantiene mas o menos al día de los recién llegados, a los clásicos que un dia nos llenaron de gozo y del orgullo de lo óptimo recién descubierto. Me refiero al encuentro con un ejemplar de esa entidad literaria a la que el consenso universal llama "clásico" y que a pesar de la ambición y rigor con que fueron asi bautizados por la opinión pública enterada de lo literario,  tienen también, como todo en la vida de ,los hombres desde que el mundo es mundo libresco, su aurora, su esplendor y su cénit. Su ciclo de esplendor y olvido, sus eventuales renacimientos y sus ostracismos a tenor del vaivén de esa dama caprichosa e injusta a la que llamamos "moda". 200px-Thomas Mann 1937

Pues bien, mi relación con la obra cumbre de Thomas Mann, "La Montaña Mágica" sigue una trayectoria curiosa, un poco al margen de la existencia llena de éxitos y olvidos de una novela paradigmática de su autor y reflejo acertado de una época que ya nos queda un poco lejos, principios del siglo XX.  La aparición de la novela es en 1924, cuando ya Mann es uno de los referentes vivos de la mejor literatura de habla alemana, y por extensión europea y, al cabo de los años, universal. El escritor se basa en una experiencia personal: en 1911 a su esposa se le declara una afección respiratoria que obliga a ingresarla en un sanatorio de Davos-Platz, en el cantón suizo de los Grisones, en los Alpes. Allí nace la idea fundacional de una novela , que tras doce años de trabajo se convertiría en "La montaña mágica"  y llevaría a su autor, cinco años mas tarde, a recibir el Premio Nobel no sólo por el conjunto de su obra sino especialmente por esta.

 A partir de los cincuenta y en los años esperanzados pero cerrados de los sesenta y setenta, Mann va siendo postergado a objeto de estudiosos y teóricos. Luego entra en el panteón ilustre pero polvoriento de los clásicos contemporáneos, del que sale brevemente a casua de su muerte en 1955 o por causas indirectas, la versión cinematográfica de "Muerte en venecia" por Luchino Viscont, con un Dick Bogarde en estado de gracia como el profesor de edad madura que pierde la cabeza por un joven de rara belleza andrógina.

Pero el instinto lector de cada persona va variando con la edad y las circunstancias. Mi primera lectura de "La montaña mágica" viene de la época juvenil, quizá mas cerca de la adolescencia, en el verano en que debía decidirme por la carrera universitaria que quería cursar. Dos libros fundamentales leí en aquellos meses de verano: "La montaña mágica" y "La historia de Axel Munthe". En ambas prima el ambiente médico, una por su escenario y la otra por ser la obra de un prestigioso médico psiquiatra alemán-suizo que se enriqueció tratando de neurastenia a miembros de la alta sociedad europea de finales del XIX y principios del XX. Así que acaricié seriamente la opción de estudiar medicina y concretamente psiquiatría. Sin embargo la vida, la presión familiar y otras variables, terminaron por decantarme hacia el derecho y el periodismo.

Pero volvamos a "La Montaña mágica". En aquellos días juveniles me fascinó literariamente. Me sentía otro Hans Castorp: aunque rechazaba el excesivo "nerviosismo" del protagonista y sus claudicaciones, me sentía cerca de él en sus actitudes  un poco grotescas, algo pedantes y muy apasionadas. Sin embargo, y aquí está lo curioso, esta segunda lectura me ha confirmado un fenómeno que se suele repetir en muchos clásicos revisitados: la lectura de hoy es distinta, esencialmente diferente. La anécdota, los personajes, son los mismos, pero la garra que hunden en nuestra sensibilidad cambia de intensidad. Ahora, toda la morbosidad, en el aspecto médico de la palabra, que rodea al personaje central de la novela, la tuberculosis y sus efectos sobre hombres y mujeres, la presencia omnímoda de la muerte, la glorificación de lo sensual como desafío, adquieren en esta lectura una significación propia que cambia el sentido profundo de la novela.

Este cambio, que en el colmo de lo grotesco, parecía infundir un estado vacilante, febril, de realidad cambiada, "mágica",  a mi propia persona (quizá encubaba cuando ocurrió algun catarro fuerte; mi reacción contra ese "contagio" fue tan inmediata como drástica, ejercicio físico y la lectura de un libro corto de Wodehouse sobre Jeeves). Una vez pasado ese pequeño espejismo contagioso, volvía las páginas de la peripecia vital de Hans Castorp en el balneario donde vida y muerte bailan la Danza medieval escogiendo a sus horrorizados danzantes entre los enfermos del sanatorio de Davbos-Platz.

El "contagio" psicosomático que provocó en mí la lectura de la novela de Mann tuvo otra consecuencia, ésta positiva: hizo crecer mi interés por la obra, no sólo por el simple  placer de  le lectura, sino como lectura crítica. Fruto de ello será otra reflexión que estoy hilvanando a tenor de lo que voy leyendo, sobre la comparación entre el tempo de esta novela y otra en la que el tempo y el tiempo como entidad abstracta que condiciona al ser humano tienen similar importancia y trascendencia: "En busca del tiempo perdido" de Proust. Así pues, seguiremos reflexionando sobre ello.

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9 enero 2011 7 09 /01 /enero /2011 18:48

Vedlo. Ese aspecto de caballero de aspecto cansado,  que podría pasar quizá por inglés, por el bombin, irremediablemente centroeuropeo por la tristeza del rostro trabajado, la contundencia de las arrugas, el ligero descuido de una barba que un lord seguramente no se permitiría, el ajado abrigo en el que se permite la travesura delicada de un pañuelo blanco, traicionada la posible elegancia por la corbata mal anudada sobre el cuello duro y, sobre todo, la tristeza de la mirada, quizá acomplejada por lo terrestre en un ser que amó y vivió el mar y los océanos de una forma tan sólo equiparable a un Homero, a un Stevenson o a un Melville. Demasiado humano para ser un capitán Acab a la busca de la ballena blanca, pero si muy cercano al retrato vencido de un ya viejo protagonista del viaje al corazón de las tinieblas en busca y posterior asesinato del caótico Kurtz. Quizá como suele suceder en algunos escritores, Conrad se trasmutó en ese personaje suyo y se ha ido convirtiendo con los años y los sufrimientos en otro Kurtz que musita "el horror, el horror" como testigo del convulso tiempo que le tocó vivir, en una Europa devastada por la I Guerra Mundial, cuando aún se creía que la humanidad no llegaría más allá en el horror (cosa que como sabemos dejó pronto de ser así, y el resto del siglo XX fue una orgía de sangre inocente derramada y destrucción).conrad-1.jpg

Conrad nació en Berdyczow, población de la actual Ucrania (antes Polonia), el 3 de diciembre de 1857 y murió en Bishopsbourne, Inglaterra, el 3 de agosto de 1924, a las 66 años de edad. En la foto, su rostro avejentado nos habla sobre todo de inteligencia, la triste lucidez de un escritor que amaba al ser humano a pesar de saber perfectamente que como dijo Jonathan Swift, el de Gulliver, "pertenece al género de los bichos más dañinos de todos los que existen en el planeta tierra". En sus novelas, principalmente en "El negro del Narciso", "El corazón de las tinieblas", "Lord Jim"  "Tifón", "Nostromo", "La línea de sombra", "El pirata" o "El espejo del mar", ese amor y fascinación respetuosa por el mar alcanzan cotas de eficacia literaria y lirismo rara vez logrados con la excepción de los autores antes mencionados.

Pero lo que trae a Conrad a estas páginas blogueras no es sólo la admiración por el novelista que nos fascina con su estilo y su temática y sus personajes de una pieza, también la del pensador, la del estudioso de la narrativa, la del hombre sensible que se responsabiliza de su arte y de su tiempo y se duele por la deriva histórica de sociedades y naciones.

Para ello es preciso leer, por ejemplo, una recopilación de trabajos, no de ficción, de Conrad, editados por Miguel Martínez -Lage en Ediciones Siruela, Madrid 2009. Se trata de una refundición de dos ensayos publicados por el escritor polaco-inglés en 1920 "Notas de vida y letras" y  póstumamente, en 1926 "Ultimos ensayos".  Uno de los textos contenidos en este segundo volumen, "Fuera de la literatura" da nombre a la edición de Martínez-Lage. Desde reflexiones sobre su ultima visita a Polonia, la creacion literaria y los libros, el Titanic, el placer contradictorio de viajar, las travesías oceánicas y su irremediable decadencia hasta su homenaje al Torrens el único barco de pesajeros que gobernó como capitán durante dos años, el libro que hoy recomiendo no tiene desperdicio y complementa la imagen austera de este novelista de prosa compleja y descripciones de poeta, que parecen dictadas desde el "gran miroir / de mon desespoir". en palabras de  Baudelaire que sirven de entrada a "La línea de sombra".Fahrenheit_451-714395-full.jpg

Pero vaya todo este comentario como celebración del primero de los ensayos que se leen en este volumen, el que Conrad dedica a los libros, a los que califica de "parte imprescindible de la humanidad y en cuanto tales, en su imparable y turbulenta proliferación, son dignos de respeto admiración y compasión". Compasión porque comparten la gran incertidumbre que envuelve el destino de los hombres: "se nos parecen sobre todo, -dice Conrad- en la precariedad con la que se aferran a la vida". Hace falta ser escritor y haber publicado libros con poca fortuna para comprender dolorosamente lo que Conrad señala para casi todos ellos, con escasas y bien celebradas excepcions coyunturales.

El destino de los libros y sus autores es precario, si n duda, incluso de los que en un momento histórico determinado fueron considerados poco menos que divinos, ¿quién lee ahora la "Eneida" de Virgilio, que el emperador de Roma calificó de "joya eterna" o "La Divina Comedia" o "Gargantúa y Pantagruel" o las maravillas escénicas de Lope de Vega o la "Novelas ejemplares" de Cervantes o las obras de Goethe considerado un príncipe de la inteligencia por sus contemporáneos o, sin ir más lejos, a la mayoría de los premios Nobel de literatura o los creadores de best-seller románticos del siglo XIX...? Vanitas vanitatis et omnia vanitas...

Conformémonos con leer con pasión y satisfacciones sin cuento a todos aquellos gigantes que el tiempo reduce a placer de minorías, estudiosos o fanáticos de la literatura. Mientras haya alguien que lee con atención fascinada a Esquilo, a Sófocles, a Stevenson o a Swift, a Cervantes y a Chaucer, a Boccacio y a Hesíodo, esos autores nunca morirán, aunque no lleguemos al sugestivo desastre que evocó  Ray Bradbury en "Fahrenheith 451", cuando la única manera de conservar los grandes libros era dedicar a una persona a memorizar "Guerra y paz", a otra "Moby Dick" y la de más allá "Grandes esperanzas" y a ese otro, "El Quijote". Y así con todos los grandes títulos. Una lírica y dramática conjunción Libros-lectura igual a Libertad, es decir una manera de luchar contra las dictaduras que matan las libertades.  Aterrador pero hermoso, ¿verdad?

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6 enero 2011 4 06 /01 /enero /2011 17:04

..."con quien tanto quería", decía Miguel Hernández ante la muerte de su amigo Ramón Sijé. La elegía de M.H. reflejaba la sorpresa trágica y el dolor del poeta ante la inesperada muerte del amigo. Quizá la muerte de mi amigo José Casán Herrera no pueda calificarse de inesperada, de trágica sorpressa, llevaba años en un decreciente estado de mala salud férrea, pero sí  puede ser calificada de brutal la noticia porque te acostumbras- por error muy humano-- a pensar que nunca dejarás de "tener" a tu amigo del alma al alcance de una llamada o una visita.

Pero la ley de vida, que es ley de muerte, ha cerrado su ciclo y ha hecho cumplir su ley inexorable: Casán ha muerto, mi viejo amigo Pepe Casán, "con quien tanto quería". No sólo "al que tanto quería", sino "con". Es decir,  el compartir cosas amadas de una forma semejante, común, enraizada en la misma virtud. En este caso lo que con-queríamos Casán y yo  era la literatura, los libros, algunos autores y algunas obras determinadas y por ende una manera de comprender la vida, en suma, un estilo de vida como diría Ortega.

Le conocí a finales de los años sesenta en la redacción de La Vanguardia, en la sección de Internacional que dirigía otro gran amigo recientemente fallecido, Carlos Nadal. Era un época de silencios y penurias, pero uno tenía veinte años y hambre de pluma, de libros, de noches eternas en la redacción, de amigos inteligentes, de historia en movimiento, de esperanzas y sueños. Y todo casi por estrenar.

Fue un "flechazo" intelectual y una simpatía personal casi desde el momento en que Santiago Nadal, el hermano de Carlos, entonces subdirector del diario, presentaba al joven auxiliar de redacción al jefe de sección. Era mi primer día de trabajo y era el primer jefe al que me presentaban, un señor de aspecto quijotesco, alto y desgarbado,con grandes bigotes, gafas de montura de pasta y ojos azules vivísimos e inteligentes que escrutaban al neófito con bondad e ironía.

Cuando lanzó la mano sobre la mesa para estrechar la mía tropezó con el recipiente de cola (entonces pegábamos los recortes de teletipos sobre papel de rotativa para enviar a las linotipias, una vez corregidos y titulados) que desparramó su contenido viscoso sobre la mesa. "Menudo desastre" comentó riéndose y escuchó cómo el novato, con una sonrisa le respondía: "pero más se perdió en Cuba". El resto de los compañeros de sección que luego irían siendo mis amigos con el tiempo, Miriam, María Dolores, Luis Permanyer, Pepe Guerrero, se chancearon a modo del episodio provocando unas comentarios burlescos de Casán proferidos con voz campanuda y con referencia a dichos de don Quijote o Sancho o dicterios de otros clásicos, alguno de los cuales reconocí y terminaron por robarme el corazón de la amistad hacia el histriónico y culto jefe que el destino me deparaba.

Desde entonces y sin solución de continuidad por más de veinte años José Casán fue mi mentor, mi amigo, mi compañero de fascinaciones literarias, lecturas y busca de libros, el corrector y consejero de cuantas aventuras literarias o periodisticas osaba yo acometer. Con él las largas noches de guardia se convertían en inacabables y sugerentes charlas sobre Picwick, Goethe, Maurois, Proust o Galdós. Fue la primera persona que conocí capaz de leer dos veces "La recherche" de Proust completa o todos los Episodios Nacionales de Galdós. Y, para mi mayor encanto y fascinación, el hombre que leía y amaba El Quijote tanto o más que yo mismo.

Cuando se jubiló me quedé sin interlocutor literario (sólo consolado por la presencia de Carlos Nadal, con quien las confluencias eran casi universales: literatura, filosofía, ética, vida personal...) y nuestra relación se volvió más esporádica. Luego las exigencias del diario me separaron de internacional y comenzó un largo exilio personal que me alejaría de él (aunque no de Carlos, mi alter ego personal, lo cual palió la sensación de horfandad que me acometía cuando pensaba en don Pepe).

La noticia de su muerte me ha llegado hoy mismo, hace unas horas, con la tajante brutalidad del hachazo del que habla  Miguel Hernández. Y de pronto todo ese mundo del recuerdo y la nostalgia me han invadido. He repasado mentalmente nuestra maravillosa relación de amistad y el hueco que, sin darme cuenta, se habia hecho tristeza larvada que renacía cada vez que me planteaba el "silencio interior" que provoca la ausencia de "hermanos del alma". La muerte de Carlos, hace un año, ya despertó esa nostalgia polvorienta pero luminosa de los amigos imperecederos, de los encuentros que los dioses del azar te regalan para toda la vida.

Ahora, la noticia de su muerte parece cerrar un capítulo que ya condenó la desaparición de Carlos. Ahora me siento más solo y más triste, sin esas dos figuras paternales en el sentido espiritual del término. Miro a mi alrededor y compruebo que excepto con muy contadas y queridas personas, desde mi mujer al gran D.M. con algun que otro sujeto esporádico, el mundo se ha quedado más desierto y todo se va cerrando en un universo pequeño y concreto que, gracias a Dios, mantiene las grandes ventanas abiertas de par en par hacia el universo, tal y como las tenía cuando yo era un joven periodista con ansia de saber y el gran Casán clamaba en voz tonante ante el regocijo de la sección de internacional: "hay aves que sobrevuelan el lodazal sin manchar sus plumas, y mi vuelo es de esos".

Querido Pepe Casán, descanza en paz...en mí sigues vivo, pero como dijo el poeta, no deberías haberte ido ya que...

 

... TENEMOS QUE HABLAR DE MUCHAS COSAS,
COMPAÑERO DEL ALMA, COMPAÑERO

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5 enero 2011 3 05 /01 /enero /2011 19:32

Uno ha visitado muchos mundos de ficción y en algunos de ellos ha reído y disfrutado lo suficiente para repetir la lectura años después y descubrir sorprendido que una y otra vez el humor inteligente y socarrón de algunos maestros de la literatura produce un efecto milagroso: excitan la carcajada aunque uno ya se conozca casi de memoria lo que acontece. Este fenómeno no es corriente y ocurre en contadas ocasiones, aparte de ser absolutamente personal: a unos lectores les ataca el beneficioso germen de la risa con unos autores determinados y escenas concretas que a otro lector, tan aficionado como el primero, apenas provoca una sonrisa. ¿De qué depende esas diferencias? Lo ignoro  pero a fuerza de pensar en ello he llegado a la conclusión de que esos autores maravillosos cuya lectura llevan hasta una risa cuajada de lágrimas o te enternecen  hasta el punto que te tragas las lágrimas sin la risa o te producen un estado de bienestar supremo cual el preconizado por algunas religiones para el estado de beatitud, el valhalla o la iluminación, tienen un efecto básico parecido en todos los buenos lectores, el afecto y la paz alborozada y unas secuelas distintas 200px-Charles_Dickens_3.jpgsegún el talante, la biografia y la formación de cada cual: a unos les excita la risa, a los otros la reflexión, a los allá la sonrisa comprensiva y a los de acá un estado jocoso y emocional donde todo es posible.

¿Creen que exagero? No. Entre mis amigos lectores, no muchos pero escogidos dentro de la grey de los lletraferits o heridos por la literatura,  he visto esas miradas brillantes del que está conmovido por lo que lee, he sorprendido carcajadas prontamente sofocadas seguidas de miradas alrededor para ver quién está pensando que estás loco o he compartido el estado de excitación que determinados autores y determinadas páginas de esos autores provocan en algunos.

Viene todo esto a cuento de que en estos días navideños, en la paz de mi hogar torrecomptino he dado en leer a uno de los tres autores que me han producido hilaridades reiterativas durante los últimos treinta años cada vez que volvía a ellos y a esas obras determinadas de las que hablo (no toda la producción de ese autor señalado tiene esos efectos, al menos en mí): Cervantes y "El Quijote", O´Toole y "La conjura de los necios" y Dickens y "Los papeles postumos del Club Pickwick".

Es este último el que provoca esta reflexión que comparto con todos vosotros. Las aventuras y desventuras del señor Pickwick y sus amigos, Tracy  Tupman, el enamoradizo, , el poético Snodgrass y el deportivo Winkle, todos ellos auxiliados por ese prodigio de serviente, Sam Weller, una mezcla de Sancho, Watson y Jeeves, de tal humanidad y enjundia que constituye en estos momentos uno de los modelos literarios más acabados de personaje secundario que iguala y a veces supera al protagonista.

450px-The_Writings_of_Charles_Dickens_v1_p130_-engraving-.jpgLos "Papeles" fueron publicados por entregas  en el Evening Chronicle desde 1836 y en unos meses provocó el aumento de la tirada del periódico desde los 400 ejemplares a los 400.000. En 1837 se publicó en forma de libro y convirtió a Dickens en una celebridad, a los 24 años de edad y con su segundo libro publicado (el primero fue una recopliación de cuentos o estampas sociales que  había publicado en la revista Monthly Magazine).

Leo la magnífica edición de Mondadori en su colección Grandes clásicos, traducción de José María Valverde (2004) donde se nos incluyen los dibujos encantadores que acompañaron la salida periodistica de estos personajes, firmados primero por Seymour  los capitulos o entregas iniciales y desde el VI, por Habilt K. Browne, "Phiz", configurando entre los dos uno de los libros ilustrados más hermosos de la literatura inglesa y también de la universal de todos los tiempos.

Como ven no estoy hablando de minucias literarias, sino de un genio y de su obra. Los "Papeles" no es la más conocida ni la más apreciada de las obras de Dickens, pero para mí es, perdónenme los ortodoxos, la mejor, la que más me conmueve y sobre todo, la que me hace reir cada vez que la leo. Reir. A carcajadas. ¿Saben lo singular, terapéutico y maravilloso que es disponer de algo que provoque tales efectos en estos tiempos desnortados y  humanamente deteriorados?

Por favor, lean  "Los papeles" de Dickens. Si no es en la magnifica edición de Mondadori, hay muchas otras, quizá más económicas pero igualmente eficaces. Les garantizo sonrisas a gogó, a no ser que toque en la fibra determinada que abre las puertas a la risa, que sea usted, lector, uno de esos, uno de los nuestros. Y rompa a reir desde las primeras páginas, con las atinadas y desternillantes observaciones de Mr. Jinkle o las descripciones del narrador de las andanzas del honorable y bondadoso Mr. Pickwick y sus amigos del Club que lleva el nombre del orondo caballero, y sobre todo las intervenciones del más Quijote de los Sanchos, Sam Weller.

Para terminar les cuento algo muy curioso: entre los tres caballeros de las letras que les he citado al principio por su efecto risueño sobre mí, hay una relación importante: Dickens era lector fervoroso de Cervantes y O, Toole lo habia sido de esos dos maestros anteriores a él.

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4 enero 2011 2 04 /01 /enero /2011 18:30

holmescine2.jpgEl amigo Joan Bosch se ha lanzado a un reto espectacular: mostrarnos cómo el campeón de los racionalistas, el hombre que elevó la observación minuciosa y el control de las emociones a un dogma de vida, el violinista que usaba la música como una droga paliativa y la cocaína como una manera de evasión hacia el aturdimiento, el detective profundamente inglés que jamás pronunció la frase "elemental, querido Watson", el misógino que sólo amó a una mujer que le superaba en astucia y siempre oponía defensas ciclópeas ante el sexo llamado débil, el gran, enorme, imperecedero Sherlock Holmes, uno de los pocos personajes de ficción que resucitó por imposición de los lectores sobre su creador Arthur Conan Doyle, que es más conocido que su autor y dispone de un museo en su londinense hogar "real" en Baker Street, visitado respetuosamente por todos los fanáticos de sus aventuras que son legión y entre los que me cuento... para finalizar, ese paradigma de los detectives, escondía en su corazón de tinta y papel la sabiduría espiritual de un maestro.

Pues bien, amigos lectores aficionados al gran Holmes, ese autor barcelonés, de 50 años, el ya citado Joan Bosch, que comparte con Holmes (y conmigo) la afición a los libros, a la música (él desde el grado superior de practicante) al zen y a las disciplinas psicofisicas orientales, se ha atrevido a bucear en los libros que Conan Doyle dedicó a su inmortal detective y expurgar en ellos frases y citas con las que trata de demostrarnos que Holmes era una persona profundamente espiritual, un maestro, en suma.

La elección de frases está hecha generalmente con tino, imaginación y una cierta audacia conceptual. Bosch nos muestra algo que seguramente el creador de Sherlock jamás se planteó o siquiera sospechó, convertir a su hiperracionalista e inteligente personaje en un maestro del espíritu.

Confieso que he leido el libro, editado como un manual de autoayuda y de no mucha extensión, con el arrobo y el interés que el personaje despierta en mí desde mis primeras fascinadas lecturas en los libros --cuadernos de Molino  y más tarde en la edición de Aguilar con tapas de piel y cartón y papel biblia y al final en la de la misma editorial con tapas rojas plastificadas-- y aceptando de entrada la propuesta de Bosch a pesar de sus inevitables "pies forzados" para hacer coincidir texto y mensaje espiritual.

No obstante, bien, muy bien. Servirá a los que buscan consejo espiritual puesto que lo que se ofrece es el alimento habitual de los que gustan de leer textos zen, taoístas o budistas. Servirá a los devotos de Sherlock Holmes pues añadirá un elemento más, y original, a veces intuido por los que tenemos una larga andadura en el camino o sendero del espíritu, a todos los  motivos que se nos ocurren para revisitar una y otra vez sus aventuras  y servirá de atractivo señuelo a los que, por ejemplo, aprovechando Reyes decidan prestar un servicio literario y psicológico al tiempo que hacen un regalo atractivo.

Amigo Bosch, entras en el elegante gremio de los que han buscado en el mundo sherlockiano, de forma honesta y creativa, un acicate para sus propias ideas e insipiraciones artísticas, desde el eterno Willy Wilder que hizo de Holmes una divertida parodia fílmica, "La vida privada de Shelock Holmes" o la magnífica "Elemental Dr. Freud" de Herbert Ross sobre una novela de Nicholas Meyer e incluso la última versión de 2010, modernizada pero  trepidante y fiel a la sherlock-2.jpgesencia del personaje, dirigida por Guy Ritchie,   a las decenas de escritores que han recreado a Holmes y su mundo en novelas, relatos y pastiches (incluido algunos españoles, de grata memoria).

Así pues, Joan, suerte con este libro. Y puestos a ser atrevidos, te sugeriría otro personaje que podría alimentar tu labor: el orondo, bienintencionado y divertido Mr. Picwick de Dickens y su inseparable Sam Weller o el mismísimo Don Quijote y el bueno de Sancho, muchos de cuyos decires y reflexiones podrían suscribirse sin problema a los útiles y fértiles consejos que has expurgado en Sherlock Homes.

 

Ficha: "Las enseñanzas espirituales de Sherlock Holmes", Joan Bosch, Ediciones Corona Borealis, colección autoayuda. Malaga.2010

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2 enero 2011 7 02 /01 /enero /2011 12:36

1Apenas había el fantasma de las Navidades futuras abandonado nuestra sala de estar, en Torre del Compte, cuando ya las campanas del viejo reloj del salón, con su maquinaria vetusta, que sigue su ritmo ocasionalmente pero mantiene una cristalina diafanidad en sus campanadas de carillón, dieron las nueve de la noche. ¿Qué es lo que nos depara la cocina y la suerte? le pregunta uno a su mujer, mencionando el cercano festejo de la nochevieja, cuando los espíritus del año que vence su tiempo dan la bienvenida a los energéticos jóvenes del venidero. Sardinas a la papillote, dice ella y nos sumerge en la sorpresa y las expectativas. ¿Mande? ¿Sabes los que es una papillote?, pregunta la dama. Uno se mosquea por la suposición de ignorancia gastronómica, pero contesta educadamente que conoce la papilllote pero no la habia visto asociada nunca a las sardinas. "Es un manjar muy delicado que viene pintiparado para estas fiestas de excesos alimenticios", me aclara la siempre razonable Anna. "Te reconcilia con tu estómago, es sabroso y comerás las sardinas libres de excesos de olores y con la textura del pescado sutilmente perfumada con cilantro y limón". La cosa prometía. Rodorico, el joven rey de los bayas de cuatrocientos años mal contados, que es nuestro invitado, se relame y pregunta, con tacto, si habrá suficientes para todos habida cuenta de que la gente de su raza suelen tener apetitos sorprendentes. "Por supuesto, majestad, tenemos bastante para los tres. Alberto también tiene buen diente".

Nos sentamos Rodorico y yo cabe la chimenea, pongo la séptima de Beethoven en el tocadiscos y reanudamos nuestra larga e inacabable charla sobre su pueblo. El monarca se muestra interesado por mi libro sobre el mundo baya, que descubrí en el Matarraña hace un año justo en estos días, y se queja de que llevamos un gran retraso sobre su feliz término. "Señor, el libro de los bayas es muy laborioso, no sólo porque los datos y detalles los recibo a cuentagotas, cada vez que alguno de sus súbditos se digna hacerse visible para mí y aún más, condesciende a hablar conmigo, sino porque mis otras actividades y trabajos tampoco me dejan mucho tiempo disponible. Quiero que este libro sea un éxito y debemos dedicarle más tiempo. Azulete y Bermellón, se me han aparecido un par de veces en mis correrías por el Salt de La Portellada  o los aledaños de  Peña Galera, pero necesito más encuentros. Sus súbditos son remisos a esos encuentros. Y no siempre estan de buen humor". El rey bizqueó un poco, se aclaró la garganta, escupió con tino sobre el fuego y me aclaró: "La verdad es que no estamos muy seguros, mis súbditos y yo, en hacer pública nuestra presencia. hace siglos que convivimos anónima y ocultamente aquí en estas viejas tierras del Bajo Aragón, entre vosotros, los humanos, y aunque nos apetece salir de ese silencio, no estamos seguros de que conocer nuestra existencia ayude a resolver el problema". "No se trata de resolver nada, hay demasiadas variables en esta difícil situación. Se trata de hacer consciente a todos de vuestra presencia y de su mensaje implícito: hay que salvar la naturaleza, mejorar la existencia de bosques, ríos, montañas, puesto que de todos ellos dependemos en más sentidos de los que marca la economía o los intereses humanos" Rodorico se acaricia la poblada barba rojiza. "La verdad es que no se si ya estamos a tiempo".  Y comienza un largo discurso sobre la contaminación, el corte abusivo de arbolado, el descuido de montes y bosques, los incendios fortuitos y los provocados, el abandono de los campos y los lugares de vivienda del campesinado, el encegamiento de rios y lagos, el envenamiento de aguas subterráneas y pozos, el abuso humano del territorio y su correlativa falta de control, las urbanizaciones excesivas de lugares de gran valor natural, el cambio climático provocado por el hombre, la desaparición continua e irreversible de especies animales y vegetales, el sobrecultivo de algunas zonas y el arrase de otras... Y no sólo en el Matarraña, que podría considerarse aún un cierto oasis en la decadencia general.

Me siento cada vez más triste y casi convencido de que ya estamos en plen deterioro y que no hay forma de echar marcha atrás, cuando aparece Anna enfundada en delantal de cocina y una sonrisa. "Sopa de cebolla y sardinas en papillote, señores preparen la mesa y pongan copas de champán que hay una botella de "Mumm" brut, esperándonos".

Rodorico se mesa la barba florida que parece incendiada por la luz de la lámpara de pie que tiene junto a él, y pontifica: "deberíamos tratar a la naturaleza como tu mujer cocina las sardinas, a la papillote. Es decir, rodearla de una envoltura de protección y dejarla que se cocine, que se haga, que se desarrolle como manjar espiritual, físico y nutritivo, a su aire, preservando su esencia y su aspecto. No está mal la metáfora, ¿verdad?" El monarca sonríe autocomplacido. Anna y yo nos miramos con una sonrisa en los labios. Rodorico está orgulloso de sí mismo y fiel a su raza inocente y expresiva da un salto sobre sí mismo y de paso derriba la lámpara y aterriza sobre el sofá muerto de risa. 

Con las sardinas a la papillote, el Mumm y las uvas de la suerte el humor de Rodorico se vuelve divertido, bondadoso  y expansivo (a veces, explosivo). Así acojemos el  2011 con esperanza,  a pesar de lo difícil y trabajosa que amenaza ser la labor quijotesca que nos disponemos a llevar a cabo.

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22 diciembre 2010 3 22 /12 /diciembre /2010 15:19

"No hay nada más escandaloso que la muerte de un niño y nada más estúpido que morir en un accidente de coche". Lo había escrito Albert Camus. Y lo repite Berta Vias Mahou, una escritora madrileña de 50 años, traductora y narradora, en su última novela "Venían a buscarlo a él", en la que logra comunicarnos la angustia, la soledad y la honestidad de ese escritor francés, premio Nobel, de pasado argelino, una de las más conocidas víctimas del desastre de la guerra de Argelia.

El 4 de enero de 1960 Albert Camus perdía la vida en un absurdo "accidente" de automóvil, en una carretera secundaria comarcal entre Sens y Fontainebleau. Berta Vias logra a través de una recreación literaria basada  en pasajes de la obra póstuma  de Camus "El primer hombre" y en retazos y citas oportunas de otras de sus obras, conferir una autenticidad y 97b812a3bdd0f07a.jpgcoherencia a su narración, que rebasa el puro andiamaje novelesco.

Compartimos ese último periodo de la vida de Camus a través de un juego de espejos en el que Jacques, el trasunto de A.C. (protagonista precisamente de la novela póstuma citada), vive la turbulenta historia de amenazas y horrores que rodea el doble terrorismo francés y argelino, un goteo inmisericorde de atentados, asesinatos y matanzas, en un contexto internacional en el que las fronteras del racionalismo y la ceguera política se entremezclan, con una izquierda incapaz de aceptar la sensatez y el pacifismo de buena ley que destila la persona y el pensamiento de Camus. Somos testigos del enfrentamiento con Sartre desde la óptica del escritor mártir, demonizado por el duro y alicorto establishment intelectual de la época. Y se nos comunica con inquietante efectividad el clima de desasosiego, temor y rectitud en el que vive Camus hasta su muerte, apresuradamente orquestada y manipulada por las autoridades francesas, por todas las elites políticas e intelectuales en el poder.

Con una versatilidad a veces desconcertante Berta Vias juega con los diferentes narradores y alterna las personas del narrador, incluso en el mismo capítulo, acercándonos a las figuras claves del drama: el joven argelino de madre española que es testigo indirecto de la presencia y el objetivo de los asesinos, las figuras de éstos y su trayectoria bajo el control de la FLN, el juego disparatado de intereses encontrados que decidirán la muerte de Camus y el entorno del escritor donde se introduce también la tercera columna de los que facilitan el camino a los asesinos. Dominandolo todo la presencia de Jacques-Albert, sus jornadas de escritura, sus recuerdos, algunas vivencias y relaciones que ensamblan un relato apasionate y angustioso. Desde las jornadas de sol y mar de su Argelia infantil hasta la vida en un cada vez más agobiante París que le niega el pan y la sal a causa de su enfrentamiento y coherencia en la debacle del fin del colonialismo francés.

¿Cuál podía ser la suerte de un hombre que se atreve a aspirar a una "tercera vía" en el horror argelino, empuñando las banderas de la paz, el entendimiento de los hombres y el respeto a las diferencias raciales? Una vez más es el inocente, la víctima propiciatoria de todas las partes del problema, enfangadas en la defensa a ultranza de intereses bastardos. Berta nos habla permanentemente del miedo de Camus ante los fantasmas del odio y la intolerancia. Y uno acaba por aceptar la apuesta de la autora: en ese contexto la muerte de Camus es la catarsis necesaria para el cumplimiento del horror en toda su absurda vaciedad de humanidad. Se configura como una "crónica de una muerte anunciada", con la temible exactitud trágica de un sacrificio laico a los dioses: el del inocente, odiado por igual por todas las partes en conflicto.

Se trata de  una excelente novela y un trabajo serio e imaginativo de recreación e interpretación de los hechos de la vida de un gran hombre.

 

FICHA. "Venían a buscarlo a él", Berta Vias Mahou.- Ed. Acantilado, Barcelona 2010. 227 páginas. 

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21 diciembre 2010 2 21 /12 /diciembre /2010 16:40

El señor Scrooge, el personaje del Cuento de Navidad" de Dickens, podría ser la imagen matriz de muchísimos ciudadanos de nuestra avanzada (sic) sociedad tecnocrática y consumista. Si pasea por las grandes arterias comerciales de nuestras ciudades verá cuantos Scrooge caminan por sus aceras carge41f3949277e2c3a.jpgados de cajas de regalos y muchos con caras de pocos amigos. Si habla con ellos no se sorprenda de recibir un "paparruchas" cuando les hable de la Navidad. Pero en su versión de 2010 Scrooge muchas veces tiene un gesto de aburrimiento. Le cansa la costumbre de los regalos, la de las cenas, la de la amabilidad como corsé. Se aburren.

Según un estudio de la Universidad de Cambridge, el día más aburrido de la historia fue un domingo, el 11 de abril de 1954.  El dato fue logrado gracias a un superordenador capaz de compulsar y comparar millones de millones de datos para encontrar una fecha donde no ocurrieron eventos de ninguno de esos tipos que dan colorismo y alcance a una fecha, casi siempre a base de sangre, catástrofes o batallas y revoluciones.

Quizá los operadores del megacerebro de Cambridge son luteranos o calvinistas y guardan cero respeto a las fiestas navideñas de nuestros lares. Introduciendo en el ordenador la variante: “fiestas navideñas en la península ibérica” el abrumador aporte de datos hubiese hecho cambiar la decisión sobre la fecha. La paz y alegría santificante con que la mayoría de los comentaristas adjetiva estos fastos decembrinos, son tan tópicos e imaginarios como la presunta tradicionalidad de estas fiestas, sus liturgias sociales y sus supuestas conmemoraciones  (con la decreciente excepción de muchos pueblos, alejados de las urbes y de su consumismo implícito, que aún conservan mucho del viejo sabor de estos festejos).

Nos convencemos a nosotros mismos de la gran carga emotiva y sentimental de las Navidades, constituyéndose una “verdad” tan omnipresente que cualquier desvío a su integridad o velada crítica a su pertinencia y naturaleza provoca excomulgaciones inmediatas y demonizaciones sociales a gogó. Recibe seguro el Vade retro, quien se atreve a criticar estos eventos ensalzados por la religión establecida y los poderes públicos más conservadores.

No importa que junto a la carga psico-religiosa que emana de la autoridad eclesial, conviva la explotación comercial más descarada, y los días festivos queden inscritos en las cuentas de las tarjetas de crédito como realmente dignos de encomio y alborozo (económico). Las cosas han cambiado en la vida cotidiana del agobiado ciudadano urbanita del siglo XXI, que ha sustituido las familiares fiestas por viajes a la más chic estación de esquí o a las playas de Canarias y la misa del Gallo por una visita a la discoteca más cool. En realidad constituyen un desafío al aburrimiento que el ciudadano trata de paliar con cualquier actividad lúdica, deportiva o social. Si no lo logra, por falta de recursos o de imaginación, esos días se vuelven rediles de choques o desencuentros familiares, más o menos controlados donde los únicos que parecen disfrutar de comilonas, reuniones o algarabías varias son los niños, que más tarde o más temprano terminan siendo presas de las sutiles bacterias del aburrimiento.

A pesar de eso, uno sigue  creyendo en una cierta magia navideña y no deja de leerse cada 24 de diciembre el relato de Dickens, Cuento de Navidad. El escritor inglés no vivió la desvalorización social de la Navidad, su consumismo absurdo  ni la manipulación de su mensaje. No importa que sean unas fiestas cuya cronología histórica no se sostiene por ningún lado (hasta el rey Herodes es obligado a “resucitar” para esas pretendidas fechas del nacimiento de Jesús y por tanto la matanza de los “Santos inocentes” seguramente no ocurrió jamás (aparte de las masacres habituales en la época y en las posteriores, casi ininterrumpidas).  La Iglesia mantiene la fecha como algo simbólico, ya que no puede negar los daos históricos que demuestran que las navidades cabalgaban otras fiestas en las mismas fechas de tradición romana (el dios Mitra) y que, casualmente, tenían la misma parafernalia religioso-social de las navidades cristianas. Ni siquiera los reyes magos tienen el rancio abolengo de la tradición secular, sino que  pertenecen a una iconografía muy alejada de la época romana,  la tardo medieval , y es una leyenda que procede de los Evangelios apócrifos, mientras que el mito simbólico del nacimiento en Belén proviene del siglo XVIII.

Pero en realidad, qué más da. En muchos hogares y para muchas personas, entre los que me cuento, las fiestas navideñas tienen un algo, un elemento mágico personal, íntimo, que tiene que ver con la psique del sujeto. Tiene que ver con aspectos nostálgicos positivos del propio pasado y la tendencia muy humana a reverdecer lo bueno que pasó, ante el presente inseguro o problemático y el futuro inexpugnable y desconocido. Y sobre todo a compartir  esa positiva percepción con las personas cercanas a uno.

Pero para otros, me temo que una mayoría inconfesa, estos fastos, o son una excusa para la evasión, el consumismo y  la huida del trabajo o la familia, o, --no por citarla en último lugar sea la consecuencia menos importante--, están sujetos a un aburrimiento larvado, descreído y persistente que es “capaz de engullir al mundo en un bostezo” como califica Baudelaire a esa pasión del alma, el aburrimiento,  en “Las flores del mal”. Y a estos ciudadanos  no les debería molestar que uno desvelara las contradicciones de estos fastos infaustos entre los habitantes de la mayoría de las grandes ciudades. Pese a todo,  me quedo yo con los “felices fiestas” deseado a los vecinos de mi pueblo mientras en el silencio y el frío de la Nochebuena uno se dirige a la iluminada iglesia para compartir, si no otra cosa, la buena voluntad y la sonrisa amable, elementos ambos tan necesarios y escasos en estos tiempos críticos.

 

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