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11 febrero 2011 5 11 /02 /febrero /2011 16:52

IMG_1428.JPGDesde Beceite y como una nueva variante a la excursión a Penyagalera, se deben visitar los parajes magníficos de la Mola de Lino que nos permitirá conocer toda la bellísima ribera del Ulldemó, el tercer gran río de la zona, con el Matarraña y el Algars.

Para ello se sigue la pista pavimentada que lleva desde las afueras de Beceite en los altos de cementerio, en dirección a la Pesquera, donde acompaña el río practicamente hasta el punto desde donde se inicia el sendero de subida a la Mola. Unos 10 km.

Para evitarnos el paso por Beceite, que bien merece una visita pero esa no es hoy nuestra prioridad, al salir del pequeño túnel que en la carretera que viene del Valderrobres cruza el puente sobre el rio, se coge, a la izquierda, inmediatamente la pista asfaltada que se aleja del pueblo. Esta pista nos lleva de nuevo a cruzar el barranco del coll d'en Selma más arriba y se llega la bifurcación que lleva a   Arnes a la izquierda y tuerce de nuevo a la derecha hacia Beceite, opción que seguimos. Justamente a la altura del cementerio (k.2,6) se vuelve a girar a la izquierda hacia La Pesquera y ya se sigue acompañando el cauce del Ulldemó, que allí forma una garganta  que se extiende por  diez kilometros, plena de grandes pozas y lugares de baño y esparcimiento. IMG_1332.JPG

En el km. 4,9, se ve a mano izquierda el cartel indicador del sendero a Peñagalera. Seguimos por la pista hasta el km. 6,5 donde hay un mirador de una zona especialmente bella por las formaciones rocosas que al otro lado del río crean una pared peculiar de grandes masas tubulares.

Mas o menos en el km. 7, se termina el asfalto y aunque se puede seguir bien en el coche, recomiendo que se aparque en uno de los numerosos lugares idóneos, para no molestar a los que prefieren evitarse caminatas, y seguir a pie. Son tres kilómetros de pista de montaña, cómodos de caminar por el escaso desnivel ya que a partir de ahí, superadas  las alturas, se acompaña al rio casi a nivel de cauce.

En el km. 8,3 la pista atraviesa el cauce del rio y el camino cambia de ribera. Siguiendo la pista por ese otro lado, dejando el rio a la derecha se atraviesan parajes bellísimos de agua y verdor. En unos minutos, se llega a una planice redondeada donde acaba la senda y los que van en coche pueden dejarlo.

A la izquierda de la plazuela natural sube empinado el sendero señalizado que lleva a la Mola de Lino. Unas dos horas de subida permanente por lugares de auténtico arrobo paisajístico, con presencia ocasional de cabras montesas y una arboleda de cuento de hadas y gnomos.

Antes de llegar a la mole blanca y alargada de la Mola de Lino se encuentra los Masets de Lino que es un pequeño caserío con cabañas remozadas que forman un idílico lugar de reposo (de propiedad particular). Frente a las casitas se yergue la Mola de Lino. Una subida de veinte minutos nos lleva a las alturas (1208 m) donde se encuentra una Cova del Maquis que, por cierto, no supe hallar.

La bajada, en algunos puntos muy fuerte, con piedras pequeñas y suelo desgastado en algunos tramos, se puede hacer sin problemas en  una hora y media.

En total, tres horas y pico la parte de ida a la Mola (contando con la pista) y dos horas y media hasta llegar al punto donde dejamos el coche. Unas seis horas sin prisas.

Algo mas de la mitad si llegamos con el coche hasta el punto de arranque del sendero.IMG_1325.JPG

Las vistas desde la Mola de Lino son soberbias y permiten una visión casi aérea de los valles del Ulldemó y del Matarraña, con los arracimados caseríos dorados de Vallderrobres, Cretas, Calaceite, Arnes y Horta de San Juan, en las azules lejanías.

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9 febrero 2011 3 09 /02 /febrero /2011 17:28

Los aficionados al teatro saben que el nuevo teatro Goya de Barcelona, dirigido por Josep Maria Pou, suele ser cita y ocasión de disfrutar con las artes escénicas. Desde hace unos días, el coquetón teatro remozado ha dado vida en su escenario a un clásico: John Boynton Priestley y una de sus obras más aclamadas: "Llama un inspector" (1946), que fue llevada al cine en 1954.pou.jpg

Priestley, que nació en  Bradford en 1894 y murió en 1984 en Stratford -upon-Avon, fue escritor, periodista, locutor de radio, dramaturgo y guionista de cine, amén de activista político de izquierdas, de talante liberal, antiarmamentista, pacifista combativo y critico total de la nuclearización militar (con 64 años llegó a encabezar una marcha antinuclear de 85 kilómetros) y, no obstante, era respetado por su participación en la primera guerra mundial, donde fue herido en tres ocasiones.

Con algo más de 30 años logró un éxito espectacular con su novela "Los buenos camaradas" (1929) (que sería representada en teatro) y una serie de obras teatrales con el proceso del tiempo como leith motiv que lograban éxitos escandalosos, como "Esquina peligrosa" o "El tiempo y los Conway". Uno de esos éxitos fue "Llama un inspector" (1946) que se sigue representando regularmente desde su estreno y siempre con éxito. Y es que esa es una de las características de este autor inglés: su idoneidad para constituir una apuesta segura para las compañías teatrales.

No sólo la perennidad de su éxito se ha desgajado de la carga del tiempo --sus obras se mantienen actuales a pesar de las décadas transcurridas y los cambios sociales habidos-- sino que para los actores es un agradecido primer premio: hasta el menos importante de los personajes en la trama tiene un papel tan elaborado  que asegura el lucimiento del actor. Sus obras tienen una estructura redonda, muchas veces en el sentido estricto  de la palabra, ya que algunas son circulares (la presente, lo es: acaba como empieza) o van viajando entre el presente y el pasado ("El tiempo y los Conway", por ejemplo). Priestley admiraba las teorías de J.William Dunne sobre la premonición de los sueños y la percepción del tiempo que no se ajusta a ninguna linealidad y permite "viajes" inesperados por el entramado secuencial del tiempo.

En todas sus obras, las situaciones están perfectamente perfiladas, los personajes claramente definidos, la trama interesante, los diálogos incisivos, un aliento poético susurrando de vez en cuando y un muy británico sentido del humor que, casi de sorpresa, emana de alguna frase o incluso de un gesto.

Priestley es una fiesta para el espectador y una gratificación extra para el actor. Por ello, la versión que puede verse en el Goya de Barcelona, con un Josep Maria Pou en estado de gracia, manteniendo el gesto austero y la interpretación contenida, moderada por una especie de fuerza interior, tiene una réplica magnífica en Carles Canut, que compone un Arthur Birling, empresario conservador y clasista, digno del inspector Pou. El duelo de estos dos personajes se va enriqueciendo con la fria aportación de la esposa de Birling, que compone -eficazmente- Victoria Pagès y todos ellos secundados Por Paula Blanco y David Marcé como los hijos del industrial y Ruben Ametllé, como el prometido de la joven Birling. ¿La trama? Una fiesta de compromiso de una familia de la alta burguesía inglesa es interrumpida por un inspector de policía que viene a indagar sobre la muerte de una joven de 24 años que se ha suicidado bebiendo lejía. Ante la sorpresa primero y la consternación de todos los comensales el inspector va desgranando los elementos que convierten a la joven desconocida en alguien que ha tenido mucho que ver con todos y cada uno de los miembros de la familia Birling. Una durísima crítica social se va perfilando cada vez con más amargura.

No contamos más, aunque suponemos que para muchos es esta una obra conocida. En todo caso y por ese mecanismo mental que premia la repetición ocasional de algo que produce satisfacción y placer estético, revisitar la obra produce casi un placer semejante a visitarla por vez primera.

Por tanto, créanme vayan a ver a Pou y su incisivo y misterioso inspector.

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8 febrero 2011 2 08 /02 /febrero /2011 16:07

1001-nightsTodo comenzó en el café de Al Nofara (que algunos escriben Náufara) que es fácil de encontrar junto a la puerta este de la Gran Mezquita en Damasco. Bajo una gran cubierta de parra los hombres fuman parsimoniosos y concentrados su narguilé, emanando perfumadas volutas de humo azul entre el burbujeo insomne del agua de las pipas y el acre residuo del carbón sobre la cazoleta. Algunos turistas languidecen consumiendo café espeso o refrescos. Corrían los años 90 y yo descansaba de una dura labor de reportero político en un viaje que giraba en torno al poder omnímodo del presidente Affed El Assad. Sin embargo mi visita al apacible café popular tenía un objetivo concreto: quería ver en acción a Raheed el Hallack, un "hakawati", un cuenta cuentos (story teller, en inglés) que tocado con un fez rojo, la amplia hopalanda blanca con lineas horizontales, su bigote marxista (de Groucho más que de Karl) y sus gafas de montura metálica cabalgándole en precario equilibrio sobre la nariz, reunía en torno suyo a una multitud de fieles y curiosos y algunos turistas, que no entendían nada de lo que decía con voz cambiante, pero se sentían fascinados por los gestos y la pantomima gestual y oral que adornaba los pasajes del cuento (incluso esgrimía una espada de latón con la que ensartaba dios sabé qué demonios o infieles). La experiencia fue gratificante. Tomé mis notas  y dejé en barbecho el recuerdo hasta que la lectura del libro "La princesa de jade", de Coia Valls, me lo devolvió tan fresco como aquél lejano día de junio de 199o y pocos.

¿Es que Coia habla de cuentacuentos en su libro? Solo de pasada. Los menciona en dos o tres ocasiones, en un mercado o en una caravaanar (lugar de reposo de las caravanas que hacían el legendario recorrido de la Ruta de la Seda. Es el estilo narrativo, el ritmo, los excursos que se permite, el tipo de lenguaje utilizado, los diálogos muy literarios o filosóficos a veces, la descripción de los personajes, la trama. La petición de una moribunda Teodora de Bizancio  justifica el motor de desarrollo literario con el objetivo de la búsqueda del secreto de la seda, tras armar una expédición dirigida por un militar, un tejedor y un monje nestoriano y las vicisetudes de tal empresa por los difíciles caminos de la Ruta de la Seda´.

Es un viaje iniciático para todos los protagonistas, como suele suceder y es tradición en el género y también como suele suceder, el camino es lo que realmente importa, no la búsqueda del misterio de la seda para fabricar el preciado tejido y evitar los abusos de los persas, que monopolizan su comercio. Hay que averiguar cómo se hace la seda. Y ese es el onjetivo marcado. En ese proceso se genera el cambio de los personajes, su maduración, a veces la consecución de deseos ocultos que justifican a la postre toda la aventura.

El joven Úrian, fascinado con su sueño de amor, encarnado por la princesa Yu, su padre, Xenos, el tejedor, Lysippos el militar, el monje nestoriano Rashnaw y las dos mujeres, Najaah y Yu que a mitad de la novela una y otra practicamente al final, dan el contrapunto femenino a una historia de hombres, forman un entramado de personajes que se hacen familiares al lector durante el ameno y peligroso viaje. Y este acabará con el héroe disponiéndose a partir de nuevo, ya liberado de la sombra del padre, libre y disponible para nuevas aventuras.

Coia ha realizado una obra bien documentada que trata de sugerir muchas cosas, entre la historia, la filosofía, la mística, las leyendas y los mitos.

Y como los "halaiquíes" de Jemaa el Fna en Marraquech, nos deja su historia casi como un relato oral. Ese "hasta luego" o "mañana más" que desde el califa Haroun el Raschid y  Sherezade, la bella narradora de "Las mil y una noches", ha fascinado a sus oyentes (y a los lectores).

Como complemento a esta lectura sugiero la novela de Baricco, "Seda".

 

 

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6 febrero 2011 7 06 /02 /febrero /2011 18:15

Uno de  los últimos fenómenos editoriales del vecino país, Francia, no es una novela con modos de best seller, ni lo último del premio Nobel, ni la osadía de un joven autor que se pone de moda en los elitistas círculos literarios de la heterodoxia, no. El éxito que asombra a propios y extraños es obra de un anciano de 93 años, ex miembro de la resistencia contra la ocupación nazi (de los de verdad, no los fraudulentos), tiene una extensión de 32 páginas y el estilo, modo y maneras de un panfleto político de los que hacían furor en los “felices” setenta. Se titula Indigned vous!, cuesta tres euros y va dirigido a los jóvenes, a los que alecciona con contundencia pidiéndoles que digan 'basta' a la dejadez y la comodidad, a la aceptación de actitudes, comportamientos y modas sociales que preconizan el “¿para qué protestar?”, los “no vale la pena” y el socorrido “mientras llegue a fin de mes, lo demás no me concierne”.  Detrás de esa filosofía a la que se le endosa el epígrafe derrotista de “posibilismo” está la enmascarada pero visible y creciente tendencia social a aceptar la injusticia y la merma de las libertades como un “signo de los tiempos” y “algo inevitable”.

Ese “basta ya” que aconseja el autor del opúsculo, Stéphane Hessel, podría parecer una muestra más del buenismo retórico de la izquierda, que pone bellas palabras para adormecer la conciencia de la acción adecuada, si no estuviera avalado por los hechos revolucionarios y  espontáneos recientes en países tradicionalmente “atrasados” en materias sociales y políticas, como los del Mogreb. Ese “indignaos” de Hessel ha tenido su materialización inesperada y sorprendente en la revolución “del jazmín” que desde Túnez ha prendido como un reguero de pólvora en Egipto, Libia, Yemen, Arabia Saudí, Argelia y Marruecos, desbordando los límites del Magreb. Y así lo que empezó con una revuelta por el pan se ha transformado instantáneamente en una revolución social por la justicia y la libertad.

Decía Quevedo que las revoluciones sociales se hacen “por el huevo,  no por el fuero”. Pero en estos tiempos ya sabemos que empiezan por el “huevo” y terminan por el fuero. Es decir por el rechazo a una situación social insostenible en la que el fuero, la ley y el poder, avalaban y mantenían injustamente (por medio de la corrupción y la represión) a la falta  de “huevo”, es decir el trabajo y la justicia que permiten que el ser humano tenga cubiertas, mínimamente al menos,  la supervivencia y el disfrute de una vida digna. ¿Y qué es lo que hizo posible la gestión y el nacimiento del poder social de indignarse y decir basta? Pues una forma subsidiaria de “cultura”, la de los conocimientos y extensión de uso de los medios de la red social, internet, facebook, twitter, los iphone, los móviles, el youtube, las webs de información más o menos libre.

¿No les parece obvia la imbricación, las relaciones de causa-efecto, entre los elementos básicos cuya defensa apunta Hessel y todos los sujetos que deseen realmente la mejora de la situación social de los más desfavorecidos?

Y ese escenario se repite no sólo en el mal llamado Tercer Mundo, sino en los países industrializados, en los del club de los más ricos y poderosos, en los del círculo del euro. En todos, de manera más o menos evidente y notoria, se dan las circunstancias, muy enmascaradas por un supuesto bienestar económico y social egipto.jpgque, poco a poco, ya no es tal bienestar. Aquí mismo, basta con analizar la situación de los jóvenes, incluso la mayoría de los muy bien preparados, para ver cómo la desidia y corrupción políticas, la incuria de los que mantienen las estructuras financieras y bancarias y un pueblo cada vez menos culturalizado y más adormecido por unos usos sociales que premian la inmediatez de la ganancia, la falta de esfuerzo y una cultura de lo ramplón y lo escandaloso (véanse  muchos  programas de televisión y los personajes que encumbran ) agravan la crisis,  en lugar de proponer y exigir unas medidas que procuren una formación adecuada, unos salarios justos y una filosofía del esfuerzo y el trabajo.

No se trata de pedir a los jóvenes, a la sociedad, que se indigne. La indignación por sí sola no da para mucho. Es flor de un día y de un gesto. Pidamos una educación eficiente, una educación social basada en principios éticos, una educación familiar e individual en la que vuelva a estar de moda el respeto, la urbanidad, la conciencia de que a los derechos exigibles se contraponen los deberes correspondientes. Y eso sería una gran revolución. Y entonces,  si no se dan los pasos adecuados, ¡indígnense y salgan a la calle!

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5 febrero 2011 6 05 /02 /febrero /2011 21:56

yoes-1192.JPGA finales de los noventa, hace pues más de diez años, escribí una novela "El árbol de los condenados" que suponía una variación sustancial de estilo y temática en mi novelística. Fue un parto largo e inquieto. En contra de mis precipitaciones literarias habituales, en esta ocasión mi oficio como periodista habia sido dejado a un lado. Por primera vez buceaba en lo más profundo de mi psique, sacaba el limo que protegia el fondo y analizaba y proyectaba sentimientos, vivencias, reflexiones, en una trama novelística en la que también se reflejaban historias y caracteres de gentes conocidas e imaginadas, posos de lecturas, inquietudes intelectuales, grandes dudas y pocas certezas, momentos brillantes y frustraciones y dolores que la vida proporciona a todo el que la trata de vivir sin mirar mucho lo límites.

Mi vida profesional me habia llevado a conocer gentes y paises que fueron, una vez condensados y aquilatados por la reflexión --y la imaginación literaria que todo lo aprovecha-- a una decantación que se hacía relato y nutría las páginas de esa novela intimista y bastante despiadada.

En el interín llevaba años estudiando psicología y psicoanálisis, me había sometido a un psicoanálisis didáctico con una profesional junguiana y preparaba mi tesis doctoral sobre el análisis lacaniano.

Cuando terminé la novela, puse el ansiado "fin" sobre la última página y revisé el volumen mecanoescrito, me entró una desazón inusual. En mis anteriores obras, al fin le sucedía un rápido envío a una editorial, los contactos pertinentes y la publicación, casi sin  solución de continuidad. En este caso, "El árbol de los condenados", en los que se vertía parte de mi ser y se extrapolaba el dolor de muchas personas y la desorientación y los errores de mis personajes (espejo y reflejo de los propios) había una cierta desgana en seguir el proceso anteriormente descrito. Quería trascender el deseo de verla publicada con el más legítimo objetivo de descubrir de qué se trataba: si era una novela importante para mi desarrollo como escritor y persona,  o era otra coartada de la vanidad, la facilidad creativa y el sentido de la oportunidad (heredado de mi condición de periodista).

Lo mejor, pensé, es buscar un  editor al que respete por su capacidad intelectual, su trayectoria personal y su prestigio en  el mundo de los libros. Escogí a Mario Muchnik. Me entrevisté con él (había escrito algún articulo sobre sus libros y eso me sirvió de carta de presentación) y le hablé de mi novela y de mi deseo que la publicara él si le parecía digna de ello.

Comenzó entonces una relación epistolar en la que ambos hablábamos de los pormenores de la novela, personajes, situaciones, filosofía y estilo. Jamás antes me había sentido tan cómodo y tan sorprendido al tiempo, de encontrar un interlocutor cuya inteligencia estaba hermanada por la agudeza y el instinto.

La cosa quedó frenada en un momento dado y terminó colapsándose de mutuo acuerdo. Hubo un intercambio de posiciones encontradas sobre temas éticos y decidimos por el momento dejar en suspenso la publicación . Yo no insistí y acepté la postura de Mario. Debía analizar lo ocurrido y plantear una revisión acorde con nuestras posturas divergentes. Pero no lo hice. Me asaltó ese demonio inquietante llamado "duda", tan poco operativo cuando va encima de un falso orgullo. Guardé la novela en un cajón y me dejé llevar por las exigencias de las dos profesiones que ejercía, el periodismo y la psicología. Avatares personales de distinto signo me ocuparon durante mucho tiempo y olvidé la novela y la frustración de no haber peleado por ella.

Ahora, años después, de una forma casual, fortuita, ha entrado de nuevo en  mi vida. La novela apareció, polvorienta, pero incólume, en uno de mis cajones de originales. La tengo junto a mí y he decidido volver a ella.

He sentido la necesidad acuciante de volver a ella, tras meditar un tiempo sobre las razones ocultas que me llevaron en su día a guardar mi novela más prometedora bajo las siete llaves del sepulcro del Cid. Una vez aclarado este escenario, ay, tan poco halagueño para mi propia inteligencia, sólo queda el reto de entrar en ella con el buril y el martillo dispuesto a tirar lo que no sirva y adecentar lo que se mantenga. La estructura y los cimientos están bien, creo recordar, y eso es lo que hace viable una construcción. Todo lo demás es cuestión de tabiques. Mientras respete las paredes maestras y la cimentación, todo lo demás puede ser cambiado, alterado, remozado. Vamos, pues, a ello. 

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2 febrero 2011 3 02 /02 /febrero /2011 19:08

De vez en cuando Hollywood arremete con eficacia, belleza y claridad contra la prepotencia del poder político en su propio país y el resultado es tan desasosegante y al tiempo clarificador y valiente que equilibra los habituales despropósitos megalomaníacos de esa industria. Desde "Todos los hombres del presidente" (sobre el Watergate) a "Los dias del condor" (sobre la CIA) o "En tierra hostil", "Tres reyes" y tantas otras saludadas por la crítica y el público como obras documentales que no tienen empacho en presentarnos las zonas oscuras que tiene ese país, precisamente por esas actitudes, envidiable. El cine como conciencia fílmica del pasado político e histórico, adquiere toda su grandeza en un contexto en el que la hipocresía y la inmoralidad de muchos políticos, gente poderosa en uno de los paises más poderosos, produce hechos y conflictos en los que se juegan la vida y hacienda miles de personas.caza-a-la-espia2.jpg

Viene lo que antecede a cuento con la película "Caza a la espía" (no deja de asombrarme la incuria de los tituladores de las versiones españolas de algunas películas extranjeras). Se trata de "Fair game" que significa, objetivo fácil, para ser vencido o ridiculizado. Justamente de lo que trata de la película.

Dirigida por Doug Liman (el del agente Bourne) que, curiosamente fue director de los filmes de la campaña de Obama, está interpretada por una intensa Naomi Watts y el siempre austero Sean Penn. Ambos dan vida a dos personajes reales, Valerie Plam y su marido Joseph Wilson. El argumento se centra en una agente encubierta de la CIA, Valerie, cuya identidad es descubierta publicamente por Robert Novak,  jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney --presidente, el inefable Bush junior-- a fin de desacreditar al marido de ésta, un ex embajador norteamericano que se ha atrevido a hacer público que la política oficial de la Casa Blanca en el supuesto caso de armas nucleares iraquíes está equivocada y que no hay tal proceso de fabricación.

Este bochornoso caso (que acaba con la destitución y encausamiento de Novak, tras una bochornosa campaña de descrédito y asedio de l matrimonio protagonista) ocurre en 2002. A pesar de que la Casa Blanca debe tragar el sapo, el ambiente es tan tórrido (ya se ha producido el desastroso 11 de setiembre y hay un ambiente paranoico en el país) que pasa casi inadvertido. El 16 de marzo del 2003 se reúne la patética "cumbre de las Azores" con nuestro Aznar como lamentable consorte del triunvirato y tres dias más tarde la vergonzante "coalición de la voluntad" comienza los ataques a Bagdad y la invasión de Irak. Todos saben como acabó la aventura y lo más lamentable: la sensación vergonzosa de haber sido engañados: no hubo nunca armas de destrucción masiva en Iraq, Saddam era un fantoche sanguinario que no guardaba ningún as en la manga y en definitiva, todo fue una farsa a fin de desplegar en el país a las compañías norteamericanas e inglesas de armamento, petróleo e infraestructuras.caza-a-la-espia-fair-game

¿Cuanto miles de personas han pagado con su vida y la miseria la inmoralidad flagrante de toda esa clase política bajo el paraguas de Bush, Blair o Aznar, los "tres grandes" que, todavía hoy, hacen protestas de veracidad? ¿Por qué no hay otro Nuremberg para ellos? Buena pregunta, aunque demasiado ingenua y bochornosa para ser contestada.

A finales de los 90 mi periódico me envió a Bagdad, respondiendo a una invitación del Consejo de la ONU para el programa "petróleo por alimentos". Allí tuve ocasión de vivir "in situ" los problemas y las miserias que padecía el pueblo iraquí y la represión feroz que ejercía Saddam. Pero también fui testigo y mantuve entrevistas con gentes diversas y científicos del país en las que con una unanimidad absoluta y no imputable a presiones del Gobierno nos demostraron que Iraq no tenía ni los elementos, ni la preparación ni los instrumentos para esconder las presuntas armas de destrucción masiva. Eso era un invento interesado y lo estaba pagando el pueblo iraquí, no su gobierno.

 

Valerie escribió un libro con el título "Fair Game" y su marido otro titulado "The politic of Thruth", la camarilla belicista, financiera y de marcachifles que prosperó bajo el mandato de ese César corrupto llamado Bush,cuyo rostro desconfiado y ladino, desprovisto de inteligencia y bondad no fue suficiente obstáculo para evitar que fuera uno de los peores presidentes de la gran nación. Le película es trepidante y, aunque algo confusa, sobre todo al principio por el aporte de informaciones, cautiva por su carga humana, desde la desolación de ser "un objetivo fácil" y tener que ser condenado por gente que miente y se escuda en la barra y las estrellas.

La secuencia de una supuesta "periodista" insultando y avergonzando a Sean Penn en público, en una cafetería, con acusaciones falsas y desvergonzadas es un modelo de mensaje implícito: hace que el espectador del filme se solidarice de inmediato con el protagonista. ¿Saben por qué? Por la inmensa sensación de verdad e injusticia que desprende la secuencia. Y todos fuimos testigos de esa barbarie elevada a una guerra absurda y devastadora.

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1 febrero 2011 2 01 /02 /febrero /2011 13:58

Conan Doyle (el creador de Sherlock Holmes) escribió una novela deliciosa y llena de vigor que fue "El mundo perdido". Su descripción de la meseta aislada en el profundo Amazonas en la que por un fenómeno biológico y geológico se conservan animales y seres prehistóricos, protegidos del entorno por su inaccesibilidad, resonaba continuamente en mi mente al ver la silueta tabular de La Caixa (también llamada Peña de Aznar Lagaya), que es fácilmente visible casi desde cualquier parte del territorio que la rodea desde Vallderrobres a Beceite o el embalse de Pena, que extiende sus aguas calmas de un azul esmeraldino a sus pies.

Por supuesto que se trata de una hermana minúscula de la legendaria "Tierra de Maple White" de Doyle y en su cima no se encuentran pterodáctilos o dinosaurios, sino a lo sumo cabras monteses, pero el encanto de esa "mesa" gigante y su entorno justifica las poco menos de cuatro horas que dura su ascenso y descenso, en ruta circular.PICT8331.JPG

Para iniciar la subida se parte de Beceite (577m) por el trazado del GR8, una pista asfaltada que nos lleva en algo más de media hora (tres km) hasta un collado (675m) donde se encuentra el punto de acceso (señalizado con un poste y un cartel explicativo) a la derecha de la pista que ya enfila directamente hacia La Caixa (en ese lugar, no visible). Es el sendero PR-TE 152, que tras cruzar la Solana de La Caixa comienza un ascenso abrupto, pedregoso y soleado, con escaso arbolado y mucho matorral, que parece dirigirse hacia la cumbre del Perigañol (1033 metros) dejando la gran mesa a la izquierda y ofreciéndonos, según subimos, vistas espectaculares no sólo de esa montaña sino del soberano macizo de Els Ports, azulados en la lejanía, las bellísimas tierras cultivadas del valle, la superficie recortada en azul del embalse y el caserío de Beceite al fondo y a la izquierda.

Despues de cruzar un bosquecillo y una balsa o abrevadero de arcilla, llamada la basa del Quinto, el sendero nos lleva al Perigañol en una subida constante. Proponemos una variación circular: dejaremos la subida al Perigañol para después y nos vamos a la izquierda siguiendo la senda hacia el oeste que nos llevará, en 20 minutos, un delicioso paseo entre bosques, a rodear por su derecha el escarpe, paredes verticales sin acceso alguno, e ir a buscar la elevación al extremo oeste que permite la subida.PICT8348.JPG

Allí hay que extremar la prudencia pues sólo hay un acceso a la cumbre (1023m) con una fácil grimpada para los más expertos y la ayuda de una cuerda elástica de nudos montañeros para los menos atrevidos, que permite la subida sin demasiada dificultad, aunque no recomendable para quienes padecen vértigo. En la cima de la meseta se puede disfrutar de un paisaje circular verdaderamente asombroso, una paz y silencio increíbles y si hay suerte y somos silenciosos, ver a unas cabras paciendo y mordisqueando los escasos arbolillos y la hierba rala de la superficie azotada por el viento y el sol, por cuyo cielo surgen y desaparecen los majestuosos vuelos de los buitres.

Después se deshace el camino de la cresta y se sube al Perigañol, donde hay una caseta de vigilancia de incendios. Una vez allí, se sigue hacia el este (mirando a Beceite) por una senda ligeramente señalizada, que nos devuelve a la pista de acceso, pero a escasos metros de la población.

 

 

 

Despiece 1.-HISTORIA

 

 

 

Despiece 2.- Comer y dormir

En Beceite, lugar de encanto, hay varios lugares muy recomendables para pernoctar y comer. Entre ellos, La Font del Pas, un molino papelero del siglo XVIII, rehabilitado, a la entrada del pueblo, el Racó del Toscá (una antigua herrería de la fabrica de papel) o el hotel vinculado a la empresa de turismo activo Senda, La Fábrica de Solfa, junto al río Matarraña. Excelente cocina en un entorno idílico.

.

 

 

 



 

 



 

Esta montaña tiene una historia legendaria que se remonta a los iberos, algunos de cuyos restos fueron encontrados en su cima. Su importancia estratégica queda de manifiesto ya en época de la dominación musulmana y su nombre oficial proceden, según dicen, del conde Aznar Galindo, fundador del condado de Aragón, que la convierte en bastión militar desde el que dirigir sus ataques a los musulmanes. Lo de "Lagaya" se cree que es una deformación del vocablo medieval que describe una caja. Y el nombre viene de un documento de donación de Alfonso II al obispado de Zaragoza, acabada la reconquista. Abundan las leyendas de tipo popular sobre usos mágicos y rituales de la meseta

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31 enero 2011 1 31 /01 /enero /2011 18:08

El cine tiene estos detalles magnífictcrown2.jpgos involuntarios: ofrecernos un recital de actuaciones, de modos, técnicas de dirección e interpretación, estética general, referencias sociales y artísticas de la época, al permitirnos contemplar una misma historia con 31 años de diferencia y asi brindarnos la posibilidad de disfrutar de una lección sociológica y de estética cinematográfica.

Se trata de las dos versiones de "The Thomas Crown affair", una de 1968 dirigida por Norman Jewisson e interpretada por Steve McQueen y Faye Dunaway y la segunda de 1999, dirigida por John M. Tiernan y las actuaciones de Pierce Brosnan y Rene Russo (esta titulada en español "El secreto de Thomas Crown": siempre me sorprende la muy frecuente incompetencia  de los productores españoles para titular películas extranjeras, cuando no se limitan a traducir).

Las diferencias argumentales son episódicas pero se convierten en esenciales para diferenciar ambas versiones. (Tampoco apoyo el ejercicio de estilo que supone copiar la película origen casi fotograma a fotograma, como hizo Gus van Sant en el 98 con la "Psicosis" de Hitchcock y se llevó el Razzie al peor director).

Ambas tratan de sugerir un mundo de elegancia y sofisticación que suele asociarse a la vida personal y cotidiana de los multimillonarios (en la realidad dista mucho de ser así en la mayoría de los casos). Pero lo que en la primera versión se mantiene en un agradable y discreto plano, en la segunda llega un momento en que suena excesivo, chillón y casi de mal gusto (tipo complejo de nuevo rico, snob -sine nobilitas-), por ejemplo los modelitos de la Russo. Si a ello añadimos la elegancia natural de Queen enfrentada a la acartonada de Brosnan  y la sensualidad profunda de la Faye al desenfreno sensual de la señora Rene se comprende porqué Jewison nos invade de erotismo solo con gestos y miradas durante una partida de ajedrez y Tiernan recurre casi a la pornografía velada para lograr bastante menos excitar al espectador y desde luego nada a las espectadoras (cosa que la pareja Mc Queen y  Dunaway consiguen sin despeinarse...ni desvestirse).

Pero no todo es más malo en la segunda versión. Las diferencias argumentales caen del lado de ella por encima de la delincuencia descarada de Steve. Brosnan nos atrae con sus robos de arte mucho más que Steve tratando de emular a los gángsteres gafados de Kubrick. Las referencias culturales del remake son muy superiores a las escasas que nos ofrece la primera. Particularmente me pareció muy acertada la extrapolación del cuadro de Magritte "El hijo del hombre" como clave para resolver el climax de la película, usando Brosnan y sus compinches la vestimenta, bombin, abrigo gris, maletín que muestra el cuadro,  para confundir a la policía.tcrown1

Por lo demás, el uso en el remake de la célebre "Windwikks of your mind" cantada por Sting que se llevó el oscar a la mejor canción en la primera versión y la actuación de Faye Dunaway como psiquiatra de Brosnan en la segunda, son guiños al aficionado al cine que hay que agradecer.

La elección del cuadro de Monet "San Giorgio Maggiore durante un crepúsculo" como objeto del primer robo de Brosnan, me parece un acierto estético y nos define al personaje mejor aún que lo que nos cuentan de él.

Detalles como la quema del supuesto Renoir en la secuencia de la isla es innecesario y no nos dice nada- bueno- del personaje que interpreta, excesiva y poco convincente, la Russo, excelente actriz que en esta ocasión ha patinado por intentar demasiados equilibrios.

Un último detalle para aficionados al arte escénico: en la secuencia en la que el protagonista se juega un dineral en una apuesta absurda por intentar sacar  con el stick una pelota de golf enterrada en la arena, que se repite en las dos versiones, obsérvese la diferencia abismal entre los gestos de Brosnan y McQueen. Y no digo más. Sutil diferencia pero significativa.

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30 enero 2011 7 30 /01 /enero /2011 11:55

 

trenvz2.png--¿Está seguro de que no tendría mejor acomodo en el museo de Renfe?

Antonio torció el gesto, se ajustó la corbata en un gesto maquinal y revisó que la chaqueta de Armani no le hiciera ninguna arruga.

--Vamos, Ortiz. Ya sabe usted que lo que nos sobran son locomotoras viejas. Y esta ni siquiera es un modelo único. Ya hay otra semejante que estuvo en servicio en una línea de  las minas del Pirineo leridano, en Sant Maurici.

--Ya, señor ingeniero, pero ésta tiene una historia muy especial, estuvo sirviendo la línea del  famoso  tren “sarmentero”  desde 1939 hasta 1971 entre Alcañiz y Tortosa. Ha visto mucha historia este trasto. Y además…

Antonio se envaró, a la defensiva,  y clavó en el funcionario una mirada helada. “Y además qué?”.

--Bueno, señor…el otro día estuvo por aquí el padre de usted, don  Rafael . Me contó que había sido el maquinista precisamente de…

--Si, ya sé –Antonio arrastraba las palabras con cierto sarcasmo-- ¿Y cree usted que porque mi padre hubiera sido maquinista y este trasto como usted  dice, fuera su instrumento de trabajo, debemos cargar a la Compañía con él? Ese detalle es irrelevante, Ortiz. No estoy en el puesto que estoy para tomar decisiones sentimentales y arbitrarias.

--Perdone, señor ingeniero. Lo que usted diga. Yo solo pensé…

--Ortiz, déjenos a nosotros la tarea de pensar.  Ahora vaya a la oficina y haga las gestiones para que se tomen las medidas adecuadas para sacar este trasto de aquí. No tiene ningún valor. No perdamos más tiempo. Me esperan en la dirección general en Zaragoza. Y estamos en el culo del mundo –se percató del gesto de enojo y contrariedad de su subordinado, que lo miraba con ojos vidriosos y un gesto duro en los labios—vaya, perdone Ortiz. No quiero ofenderles. Ya sabe que pasé toda mi infancia aquí. Me gusta mucho la zona, pero ahora la vida sigue y debo atender mi trabajo en escenarios más lejanos y seguramente más estresantes.

--Desde luego, señor Foz. No hay color en la comparación. Aquí sólo somos unos provincianos. –y Ortiz dio media vuelta y salió del hangar sin aguardar respuesta.

Antonio se encogió de hombros, miró con disgusto la pátina de polvo  que cubría sus brillantes mocasines Dumas y consultó el reloj de pulsera, Supont, oroblanco y acero, que le ofreció su imagen confortable y plena de seguridades y estatus.

Cuando se disponía a salir del hangar los grandes focos del lejano techo se apagaron con un ruidoso chasquido. Eran las seis de la tarde de un día frío de invierno y un manto de neblina y obscuridad parecía caer desde el cielo. Por los altos ventanales entraba una claridad difusa que iba desapareciendo poco a poco. Antonio maldijo a Ortiz y se prometió a si mismo que le pondría en dificultades por haber tenido la desconsideración y la falta de respeto de apagar las luces generales del hangar antes de que saliera él. En algún rincón de la enorme nave entraba una luz indirecta por unos ventanales pequeños  que apenas iluminaban un reducido círculo cercano y parecían acentuar las sombras a su alrededor.tren-vz-copia-2.png

La indignación que sentía  fue subiendo de nivel y el maduro ingeniero se dispuso a salir con precipitación y con tan mal pie que tropezó con una traviesa de la vía de servicio y cayó al suelo. Mientras lo hacía se percató que las gafas habían saltado del puente de su nariz y se precipitaban hacia el cemento sucio. Antonio hizo un gesto brusco con los hombros para tratar de alcanzarlas, lo que aumentó su inestabilidad e hizo que su cuerpo diera media vuelta para caer de espaldas. En unas décimas de segundo, como en una secuencia  cinematográfica a cámara lenta, el hombre sintió el golpe en sus caderas al impactar contra el suelo, su mano derecha alcanzar y cerrarse en torno a las gafas y al tiempo, la izquierda  fallar en un intento de disminuir la  fuerza del impacto agarrándose a un estribo de la locomotora. Justamente la  máquina que acababa de condenar al desguace,  y por tanto recibir en la espalda el doloroso contacto con el suelo de cemento y  a continuación un brusco  tirón de su cuello y su cabeza hacia la  izquierda, golpeándose  ésta contra el estribo enrejado que corría a lo largo del flanco de la locomotora.  Sintió un dolor agudo en alguna parte de su cabeza, un silencio abrupto que se imponía en su mente, envolviéndole como un sudario, y un salobre gusto amargo y metálico en la boca. Respiró profundamente y con un gemido se dejó caer por una pendiente absurdamente iluminada de rojo, como si las calderas oxidadas de la locomotora se hubieran encendido mágicamente y le envolvieran en el calor y el color de su vientre incandescente.

--Ay, Antonio, hijo, parece que tu memoria es tan mala como tu equilibrio.— el tono guasón de la voz de su padre, le molestó profundamente. Como de costumbre en los últimos años.

--Papá, déjame en paz. ¿No pretenderás que me acusen en Zaragoza y en Madrid de que tomo decisiones porque mi padre me manipula, ¿no?

--Quiá, chico, ni lo pienses. A todo le llega su hora. Hombres y máquinas. Yo ya estoy a punto y ésta, mi vieja amiga, la Lola, pues también. Sólo que te has vuelto muy especial con tanto estudio y tanta capital. Parece que ya no te acuerdas de que cuando eras un chaval no hacías más que pedirme que te llevara conmigo a conducir a la Lola. Y cómo te reías cuando pasábamos por los túneles y todos acabábamos ennegrecidos y cuando me decías que la Lola era como una mujer vieja, toda gemidos y toses. O cuando me hacías bajar la marcha cerca de Torre del Compte para ir a darte un baño en  el Matarraña, ¿Cómo has podido olvidarlo? ¿Qué tienes, 50, 55 años? Yo tengo  86 y me acuerdo de todo como si fuera ayer. El hundimiento del túnel entre Prat del Compte y Pinell de Bray, el 19 de setiembre del 71, creo. Los  fastidiosos viajes en autobús para salvar la distancia que no podía hacer el  tren, durante dos años más. Y, sobre todo, me acuerdo del mal día en que recibí el comunicado de que se cerraba la línea, cuando todos confiábamos que se tenderían las vías sobre el trazado ya aplanado de Tortosa a San Carlos de la Rápita… dándole más vida a este tren. Llevándolo al mar…

La voz de don Rafael se había ido apagando y también  su figura, con la inseparable boina negra sobre los ralos cabellos blancos y el pitillo asomando perezosamente de sus labios, emanando humo gris  sobre las mejillas mal afeitadas. Antonio hizo un gesto para levantarse y así mejor escuchar  la voz de su padre y un inesperado sentimiento de tristeza y soledad le invadió.  Tuvo ganas de gritarle que no se marchara, que se quedara junto a él, que siguiera hablando, pero pensó que eso era una chiquillada y que el viejo era un tostón reiterativo y cansino. Inmediatamente un dolor en su costado le advirtió que sus pensamientos eran falsos, que no reflejaban ninguno de sus auténticos pensamientos y  dejó aflorar una sensación antigua que había tenido toda su infancia y que sofocó desde que fue a estudiar al internado de Zaragoza y luego a la Escuela Superior de Ingenieros  en Madrid. Comprendió que había dejado sin resolver algo, un dolor antiguo, muy profundo que lo ligaba a su padre y a su hogar en Alcañiz, a su familia y a sus viejos amigos. Todos encerrados en un baúl de los recuerdos cuya llave había perdido voluntariamente desde su juventud.

Así que cuando la vio, sentada tranquilamente en el estribo, mirándolo con ojos húmedos, inteligentes, sabios y algo irónicos, aceptó su presencia como algo natural, algo esperado. “Es como la visita de los fantasmas de la Navidad al avaro viejo Scrooge  del libro de Dickens”, se dijo a sí mismo, admitiendo sin  más la realidad de lo que estaba ocurriendo. “Si es un sueño, se dijo con lucidez, mejor que sepa de qué va todo esto. Si no lo es, aún es más interesante. Al fin y al cabo no tengo otra cosa  que hacer” Y no analizó nada más, mientras contemplaba tranquilamente su cuerpo desmadejado sobre las vías, sin temor y sin aprensión, como si fuera un objeto más y mucho menos real que aquella anciana sonriente que le miraba con atención y una pizca de humor.

--Bueno y usted quien es –preguntó con amabilidad, asombrándose de que se encontrara  tan bien y tan tranquilo en la extraña y curiosa circunstancia que vivía-- ¿Es amiga de mi padre? Debe ser de su época, ¿no?

--Oh, no, pequeño. Yo soy mucho más vieja. Y sí, soy amiga de tu padre. En realidad nos hemos querido mucho. Me bautizó él, si así puede decirse. Me llamó Lola, aunque mi nombre real es mucho más complicado, letras y números, y soy inglesa, creo, ya todo se me borra y más desde que me he enterado que mi acta de defunción ya se ha decidido. –sonrió con ironía—y si no me equivoco, tú has tenido algo que ver. –hizo un gesto con las manos—oh, no creas que te lo reprocho. En realidad estoy de acuerdo contigo. ¿Para qué seguir con esta existencia ya tan aburrida? Los viejos hemos de desaparecer. Tu padre, yo…-- señaló delicadamente a Antonio—y dentro de unos pocos años, tu. Es ley de vida. Los viejos no gustamos a los jóvenes y menos aún a los adultos pre-ancianos. Y yo tengo demasiados sueños y pesadillas en la cabeza. Mejor olvidar y pasar a la fundición para luego formar parte de otras máquinas y otros sueños.

--¿De qué sueños me habla usted, señora? Usted era…. —iba a decir “una simple”pero          comprendió que además de insultante, sería algo falso—una locomotora. Una más en una línea que  nunca fue rentable, que llevó a la ruina a la compañía que inició el servicio en 1887 desde La Puebla de Hijar a Alcañiz,  se llamaba Compañía de los ferrocarriles de Zaragoza al Mediterráneo. A esa sucedió  desde 1899  la empresa  de Explotación de Ferrocarriles del Estado que se hizo cargo de ella durante la Dictadura de Primo de Rivera.  Todo bajo pérdidas económicas.  Eso sí, sirvió como lanzadera logística durante la guerra civil. Ya ve qué honor más sonrojante. Y después, con Franco…

La anciana suspiró tan profunda y dolorosamente que Antonio guardó silencio y miró con renovado interés a la mujer, que había sacado un pañuelo de batista y secaba dos lágrimas que empezaron a correr por las mejillas enjutas, aunquealgo iluminadas por una sonrosada luz propia, como esas muñecas de porcelana de antaño.

--En aquellos años oscuros, fríos, me trajeron a estas vías de mis recuerdos. Y me dijeron, “ahora vas a ser feliz, vas a volver a ver el mar “ ¿Sabes?  Ese era mi sueño. Sentía nostalgia de cuando era más joven, cuando corría por una línea que paseaba junto a la orilla del mar. Era una línea muy antigua y unía Barcelona y Mataró. Entonces me enamoré del Mediterráneo. Y me dijeron: en 1939 llegarás a Bot. Y en 1941 a Tortosa. Y después a disfrutar junto a tus amadas olas en San Carlos de la Rápita. Ya estamos allanando el trazado, me aseguraron.  Pero eso nunca se cumplió. Un mal día las tierras arrasaron el túnel de Pinell de Bray.  Y cuando ocurrió comprendí que jamás volvería a jugar con la arena y las olas, a lanzar mi humo en cascada sobre la dorada línea festoneada de esmeralda.

--Tiene que comprenderlo señora…--Antonio supo antes de seguir que sus argumentos eran un pobre consuelo—era una línea sin resultados económicos viables, continuas pérdidas para un trazado irregular sobre terreno inestable que provocaba muchos problemas, una población pobre y necesitada que se iba marchando del país poco a poco. –Se calló incómodo al observar que la anciana seguía llorando mansamente. Su vocecita decaída fue surgiendo cada vez más debilitada:

--Aquellos pobres hombres, los prisioneros, obligados a tender las vías en condiciones terribles…luego tanta miseria…--la voz volvió a sonar con vigor inusitado—pero trato de olvidar esas tristezas con el recuerdo de las gentes que montaban en mis vagones, los gritos de los niños, las canciones de los jóvenes, algunas historias de amor y otras de odio o rechazo, en fin, lo que es la vida más palpitante. Todo esto no se debería perder, ¿verdad?

Antonio asintió. “No se perderá. Desde hace unos años se están remozando los trazados de su tren, se vuelven a limpiar los recorridos, los túneles, los  puentes, el de Torre del Compte da gozo verlo, y se reconvierten en Vías Verdes, para que nuevamente los jóvenes rían  y disfruten por estos lugares tan hermosos…” El ingeniero guardó silencio. La vieja estaba desapareciendo,  pero él no se reconocía a sí mismo. “¿Qué me pasa?”, pensó, sin demasiada alarma. Y mientras se tendía junto a su propio cuerpo, contempló ensimismado la silueta de la vieja locomotora y puedo entrever la figura de su padre, todavía joven, al mando de su humeante máquina, dominando la vida de la traqueteante Lola, ensuciando de hollín rostros y vestimentas de gentes diversas, entre las cuales, vio a un niño que entonces era feliz, contemplando con  indisimulado orgullo la máquina “de su padre”.

Entonces oyó claramente junto a su oído:

“Señor ingeniero, ¿se encuentra bien? Ya hemos llamado al médico. Saltaron los fusibles de los focos de este viejo hangar y se quedó a oscuras. Seguramente eso provocó que usted tropezara, ¿no? Se ha dado un buen golpe”.

Antonio hizo un gesto para tranquilizar a Ortiz. Se puso las gafas y le sonrió: “Estoy bien. No se preocupe. Sí que me he dado un buen golpe. Miró la locomotora con una expresión extraña en el rostro: “Quizá ustedes tengan razón, amigo Ortiz. Miraré que puedo hacer… sería una pena que desguazaran una máquina tan llena de historias, ¿verdad?

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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27 enero 2011 4 27 /01 /enero /2011 10:32

carlos-copia-1.jpg

Carlos, amigo mio, hermano, hace un año ya. Te fuiste de la forma y manera que te era grata, con discreción, en silencio, casi sin avisar. Estábamos tan acostumbrados a que salieras de todos los males y deterioros, entero, incólume. Esta vez, hace un año justo, nos equivocamos. Durante mucho tiempo estuve esperando una llamada y tu voz, cada vez más tenue pero,exacta y clara, bromeando sobre tus males inextinguibles. Y durante meses estuve esperando sin elaborarlo, otra cita para comer y hablar, donde aparecerías quizá con la mirada más sabia y ese fondo de tristeza que anidaba en tus ojos y que se levantaba como la bruma cuando charlábamos, ajenos a todos los relojes y a todas las edades, de "nuestras cosas".

Hace unos años me escribías:

 

¡Qué cansado estoy,

querido Alberto,

de hacer como que si!

Quedan pocos nudos

por desatar. Y en las manos

me vienen a encontrar

recogimiento las últimas brisas.

Tenues y sinceras. Tan mías aún,

tan hermanadas en la cercanía del

silencio.

 

Habíamos hablado esos días, como tantos otros, del bagaje moral que era preciso para navegar en estos procelosos mares de lo cotidiano, rodeados e infectados de emociones y sentimientos, de agresiones y de invasiones. Nuestros mundos, tan diferentes y tan semejantes en lo esencial, nos sometían al asedio incondicional de lo mínimo, esa ofensiva inmisericorde que no obliga a grandes gestos ni siquiera a decisiones muy visibles, el mundo mínimo que nos impedía el austero y casi monacal disfrute de lo que realmente nos motivaba a ambos: los libros, la reflexión pausada y profunda, el pensamiento alzando el vuelo como un gavilán, la charla osada en bucear por las últimas fronteras de la psique, allí donde todo se desnuda y anidan las primeras verdades.

Los esquemas y técnicas psicológicas nos servían como referencia para encauzar al vuelo libre de tu inteligencia, de esa sabiduría que pasa por encima de los conceptos y las palabras y muestra de un trazo, enérgico y suave, la esencia de los hechos, las personas y las motivaciones. Yo aprendía junto a tí y tu me brindabas, con esa difícil generosidad del sabio, tu apoyo para recorrer juntos el camino del insigth clarificador y a veces salvador.

Ese "como sí" nació en una de nuestras charlas, como una técnica, una herramienta psicológica que nos blindaba para superar las dificultades que nos creaba la vida, sentimentales las mías, filosóficas las tuyas. Ambos buscábamos nuestro lugar correcto, ese espacio (en palabras de Castaneda) en el que uno no debe nada a nadie y a nada porque se encuentra en el lugar óptimo, en la posición certera donde la ética personal nos coloca, indiscutible e imposible de censurar. El lugar impecable.

Pero muchas veces la filosofía y la ética no lograban blindarnos lo suficiente y un cansancio de las celulas, de las entrañas, nos invadía. Entonces concertábamos otra cita. Comíamos en cualquier figón, sin prisas, cerrando el local casi. Después la charla se mantenía durante un largo paseo interrumpido por innumerables paradas en las que, ajenos a todos, en mitad de la acera, debatíamos nuestros pensamientos, nuestras intuiciones...

¿Tienes idea, querido Carlos, de cuánto y cómo te echo de menos?

Seguiremos juntos, amigo, hermano.

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