El abuelo Hüseyin, un jubilado turco que vive y trabaja en Alemania desde los años sesenta, con una familia muy integrada en la forma de vida alemana, pretende volver a sus orígenes, Anatolia, y recuperar sus raíces culturales con su familia nacionalizada alemana. Para ello compra una "casa" en el pueblo de donde salió cincuenta años antes y pide a su familia que le acompañen durante las vacaciones de verano a fin de "arreglarla" y disponer toda la familia de un lugar propio donde impedir que se difuminen las señas de identidad turca.
Entre renuencias y rechazos, el abuelo se lleva a su reticente familia a Turquía. En el camino, una de sus nietas --embarazada de un inglés, vade retro Satanás-- va contando la historia de la familia a otro nieto más joven, para que comprenda el empeño del abuelo en que todos sigan considerándose turcos, aunque vivan en Alemania y ya bajo la ley sean alemanes.
Es un poco como aquellas películas, tipo "Vente a Alemania, Pepe" y todas las que protagonizó el inefable Alfredo Landa, un estereotipo de hispano, no ya feo, catolico y sentimental como el marques de Bradomin de Valle Inclán, sino en versión cutre "bajito, inculto y obsexo". Aunque en aquéllas solía brillar, más por carencias que por presencias, cierta mala uva crítica disfrazada de humor de trazo grueso. En la que ha dirigido Yasemin Sindereli se trata más bien de un producto buenista y complaciente, con aspiraciones sentimentales, a la manera de la francesa "Bienvenidos al norte" o de la clónica italiana "Bienvenidos al Sur".
No hay intención crítica alguna en la película turca, que recurre a los tópicos y clichés de nacionalismos, racismos desvaídos, tipismos varios y floklores de la parte más exótica (la vida rural turca en Anatolia y las paradojas que nacen en su contacto con una sociedad avanzada) aunque por vida del humor infantil nos hablen de "un pueblo sádico que adora a un hombre torturado hasta la muerte, come carne de cerdo y veranea en Mallorca", un pueblo disciplinado, sucio, grande y que los domingos hacen ritos de antropofagia comiéndose trozos del "cuerpo de Cristo".
Todo ello da para secuencias memorables, como el sueño lisérgico de uno de los niños. hijos del abuelo cuando era papa joven, en un paraiso de coca-colas y asaltado por un horripilante crucificado sediento de venganza. Hay una voluntad de conciliación e integración que llega a su cumbre con ese acto de homenaje a los antiguos inmigrantes en presencia de la canciller Angela Merckel. Esa voluntad positivista y un poco ingenua va contagiando toda la película de un buenismo que se abre por parte de los turcos a un deseo de integrarse y forzar una trasculturización sincrética poco probable. Asuntos como el embarazo no deseado, el trabajo de las mujeres o su independencia, la unión sexual con sujetos de otras etnias, no ya alemanes, mal menor, sino etnias tan rechazables historicamente como la inglesa para los turcos, van siendo reducidas a anécdotas ingenuas y sin malicia crítica, con la suavidad respetuosa que refleja la inculturación navideña, cuando los niños turcos piden a sus padres que celebren la Naviudad con un arbol navideño y la llegada del papa Noel.
Como en "La pequeña Miss Sunsine" un acontecimiento luctuoso ocurrido durante el viaje familiar en el pequeño bus alquilado por el abuelo, deberá reorientar toda la acción, las actitudes de los personajes y sus ideas frente a lo que fue y a lo que es o será. Ese cambio, positivo, tendrá su reflejo en la foto familiar con la que se cierra la película, en la que cada personaje adulto se encuentra con su réplica joven (a los dos los hemos conocido con los tres grandes flash back que va configurando la narración de la joven nieta) durante una fiesta que se celebra en la "casa" comprada por el abuelo en el pueblo de Anatolia, que apenas es más que una fachada con el interior, sin paredes, abierto hacia un paisaje idílico y bellísimo.
El simbolismo, tan apreciado por esta directora turca (no en vano está filmando su propia historia familiar), se completa: la casa, el hogar por construir entre todos, dados los muros y la tierra y el lugar y la confluencia armónica y coherente entre el pasado, el presente y el futuro que se debe construir desde la única realidad sólida que existe: la familia. Lo demás, el hogar de acogida, el buenismo con el que se contempla la autocomplacencia prepotente alemana (a años luz de la dureza del humorista judío Sacha Baron Cohen, en "Borat", fustigador de los estereotipos transnacionales). Todo en "Almanya" es políticamente correcto, incluso un poco untuosamente correcto.
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