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4 marzo 2023 6 04 /03 /marzo /2023 15:49

 

UN NUEVO PARADIGMA PARA SALVAR A LA TIERRA

 

(Publicado en la revista Compromiso y Cultura, marzo de 2023

En 2015 una escritora norteamericana llamada Elizabeth Kolbert, especializada en temas científicos, publicó un libro “La sexta extinción” (Ed. Crítica) por el que recibió el Premio Pulitzer. En él, Kolbert se hacía eco de una denuncia de los biólogos del mundo entero contra la extinción continua y masificada de un gran número de especies. Es la sexta gran extinción que está sufriendo el planeta según los científicos, biólogos, zoólogos, antropólogos y geólogos, pero ésta tiene dos características diferenciales: está ocurriendo ahora y la especie humana es la única responsable. Y no se trata de la desaparición de organismos diminutos, esporas o líquenes, sino de especies más complejas y fundamentales para el bio-equilibrio. Usando datos cruzados entre los diversos centros científicos, para finales del siglo XXI, Kolbert pronostica la desaparición de casi la tercera parte de todas las especies vivas que existían en la tierra. La lectura de este libro y también el de Bill Gates sobre “Cómo evitar un desastre climático” (Plaza Janés, 2021)  me han servido de contrapeso argumental para valorar una serie de libros publicados por Kairós, “Vivificar” -2022,2016) de Andreas Weber, “Así habla la Tierra”(2022) de Jordi Pigem, el venerable “Gaia” (1987-89) de un grupo de científicos (Lovelock, Bateson, Varela, Maturana…) y el clásico “Diálogos con científicos y sabios” (1986-90) de Renée Weber, en la editorial Libros de la liebre de marzo.

Se trata como habrán podido suponer ustedes de presentar unos análisis competentes de la gravedad del momento bio ecológico que vivimos, no sólo denunciando los múltiples problemas que pueden acabar con nuestro mundo, sino facilitando puntos de vista que trabajan en pro de encontrar soluciones o caminos alternativos, incluso de nuevos paradigmas…todos ellos remando en la misma dirección: la integración de las especies en el Todo al que pertenecen, sin preeminencia ética o vital de ningún tipo, sino abogando por la causa de la interelación como fundamento de una ecología integrada y en definitiva el único camino que tendría efectividad. Curiosamente un camino que nunca ha sido seguido más que por unas minorías marginadas de las sociedades económico-depredadoras que han usurpado el poder en el planeta desde la Revolución Industrial hasta el aciago siglo XX y mucho más acá (todos los conflictos bélicos actuales, desde África hasta Ucrania, tienen un vergonzoso y evidente componente de ansia hegemónica de poder económico y de ambición depredadora).

La multicrisis que afronta nuestro mundo en esta época decisiva han formado una especie de “tormenta perfecta” que incide en aspectos tan peculiares como la energía, la alimentación, la salud humana, las sequías, todas bajo un paraguas de cuestiones económicas, como si fuera el oro de Midas. Todas están conectadas y como pregona Gates “requiere una respuesta conjunta que dé prioridad a la cooperación, solidaridad e innovación mundiales”. La guerra en Europa está agravando los síntomas de la debacle mundial: encarecimiento de la energía y los alimentos (con hambrunas en África) y la pandemia de la covid no nos ha enseñado una verdad palmaria: ningún país en solitario puede resolver los problemas globales. El hambre, la sed, la sequía, la escasez de alimentos y energía, la potencial aparición de nuevos virus, deberían reforzar la idea de la solidaridad y la cooperación como el tejido de un nuevo orden mundial que afronte todas las amenazas que parecen esperarnos a la vuelta de la esquina. Pero el tiempo pasa y la tendencia es la contraria: exacerbación de los nacionalismos y las brechas de tipo racial, sexual, económico, sumadas a  ideologías fascistas que defienden la estrechez de fronteras, de ideas y de razas. Existe una tecnología suficiente y en dinámica de crecimiento-  para garantizar un futuro, pero hay fuerzas contrarias a ello y con la miopía necesaria para defender egoísmos nacionalistas o raciales.

Por todas estas razones los libros del biólogo y filósofo alemán, Andreas Weber, “Vivificar” y del filósofo español Jordi Pigem, “Así habla la Tierra”, inciden en un nuevo paradigma que defiende la integración de los seres vivientes como una forma de desarrollo equilibrado. Ambos proponen una poética  de la vitalidad, una suerte de “ecosofía” (escucha de la filosofía de la Tierra, en los árboles, las montañas, los ríos o el océano). Como dice Pigem, “no estamos solos. Cada forma de ser es una forma de sentir. Tendemos a ignorar eso, fascinados por la tecnología y las múltiples exigencias y supuestos “dones” de la existencia actual”. El medio natural, nos recuerda Weber, es parte de nosotros y deberíamos vivir en una permanente interconexión con él. El momento actual es un rotundo mentís a ese mensaje y estamos arrasando le Tierra con nuestro espíritu depredador y sus caballos de batalla: la economía y la falsa superioridad antropocéntrica. Weber propone un nuevo paradigma, una relación de simbiosis creativa del ser humano con la Naturaleza. Eso es “vivificar”. Noble término para un presente opuesto a él: estamos matando al planeta. El mensaje de Weber y Pigem suena utópico, pero también profundamente razonable. Debemos trascender el pensamiento racional, dice Weber, - -y evitar el pensamiento “nazional”, añado yo--, y reconsiderar  la vida y la vitalidad con una perspectiva diferente: considerarnos parte intrínseca de la naturaleza y actuar en consonancia con el Todo, reconciliándonos con el mundo natural, liberándonos de nuestro antropocentrismo y creando un sistema de valores en el que se integra todo lo que vive. El ser humano no es viable de una forma aislada  -nuestra identidad se construye a través de la relación con otros seres humanos- y debe superar la lucha de todos contra todos como forma de supervivencia, oponiendo la solidaridad de todos con todo, como la única forma de progreso. Como decía uno de los ecofilósofos pioneros, Aldo Leopold: “Hay que pensar como una montaña. Es decir no pensar desde el punto de vista del individuo, sino desde una forma de vida creativa y productiva; solo así podemos comprender lo que hay más allá de nuestra limitada imaginación”.

Weber nos recuerda que se han descubierto sentimientos en otros seres no humanos y hasta ahora poco considerados. La vida, nos dice, se encuentra en el núcleo íntimo de la experiencia emocional…las plantas cooperan entre sí, se comunican y sienten dolor…las abejas se deprimen y las arañas sueñan, los delfines tiene sentido del humor y capacidad de reírse, los orangutanes comparten un 95% de nuestro genoma, los perros y los gatos tienen emociones…vivimos en el seno de una biosfera sensible, ¿cómo sostener la presente, supuesta e irreal superioridad de la especie humana? Y Weber propone “tenemos que dejar de tratar al resto de los seres vivos como objetos”. Ya que, en sí mismo, el ser humano no es un individuo, somos ecosistemas formados de trillones de microbios y moviendo hilos que ni siquiera sabemos que existen y que se comunican y relacionan con otras colonias de seres vivientes. Ya sean personas o flores, árboles o animales. Pero ignoramos esta vitalidad entrelazada. “Vive tu vida de manera que nutra la vida”. Esa idea forma parte del nuevo paradigma que podría salvarnos a los humanos y de paso salvar al planeta y las miríadas de seres vivos que existen en él. “El intercambio metabólico es siempre significativo. Es una revelación poética del Todo a través de transacciones particulares”, añade Weber.

En el delicioso libro de Pigem, donde todas estas ideas está incluidas en los aportes poéticos de ríos, desiertos, montes, selvas y océanos que toman la palabra para  mostrar su mensaje al lector, hay una cita de Coleridge que resume un poco la ecosofía que anima a muchos de los autores citados: “Recuerda que todo lo que es, vive/ una cosa absolutamente inerte es inconcebible/ excepto como un pensamiento, imagen o fantasía/ en algún otro ser”. Y otra de su maestro, Raimon Panikkar: “La vida no es un accidente que se adhiere a la materia/ La Tierra es un ser vivo; el universo es un ser vivo/ el cosmos entero está vivo/…es decir, la realidad está viva”

 

Los últimos avances de la neurobiología y el estudio científico de la conciencia avalan de alguna manera las intuiciones y reflexiones de muchos de estos estudiosos y sabios, físicos y practicantes de la nueva biología que tratan desde hace años de ofrecer un enfoque diferente e integrador de la ecología, con otras disciplinas científicas y sociales.En 2015 se celebró en Tucson (Arizona) una Cumbre internacional sobre Ciencia postmaterialista, Espiritualidad y sociedad, en la que se consensuó un manifiesto que de alguna forma resume mucho de lo trabajado por los autores que hemos citado, el famoso Proyecto Gaia e investigaciones sobre “cuestiones cuánticas” formuladas  por clásicos de las ciencias físicas como Heisenberg, Einstein, Pauli, Schrodinger, Plank o Eddington. Los puntos esenciales de la teoría alternativa propuesta, eran:

. La mente es un aspecto de la realidad tan esencial como el mundo físico. No puede derivarse de la materia ya que sólo algunos aspectos de la mente son el resultado de procesos fisiológicos. La conciencia es causal y la realidad física es su manifestación. La conciencia se extiende más allá del cerebro, lo trasciende y es capaz de existir independientemente de él.

. Todas las cosas en el cosmos están interconectadas a nivel cuántico, de manera que se influyen unas a otras. Todas las cosas son una en la gran urdimbre de la creación. Existe una interconexión profunda entre la mente y el mundo  físico. Forman una red de vida a la que informa e influye y es informada e influida a su vez por dicha red.

. Algunos aspectos de la conciencia no están limitados por el continuo espacio-tiempo y tampoco se originan enteramente dentro de la neuroanatomía de un organismo.

. El bien de uno y el bien de los muchos son simbióticos: se trata de la afirmación de la antigua sabiduría que podemos ser tan fuertes como nuestro eslabón más débil.

Pero ese cambio de paradigma es una parte de la solución del problema.  Es preciso señalar con claridad y urgencia las posibles medidas que pueden evitar el desastre climático, como hace Bill Gates en su libro, de forma bien pragmática. Hay soluciones científicas y tecnológicas a las brutales amenazas que nos vienen encima. Pero no son varitas mágicas que las resuelven de golpe.  Es una tarea titánica y requiere de algo fundamental que es menos probable que logremos: un consenso global (que está lejos de existir) y unas medidas políticas que favorezcan esa transición (a un precio de responsabilidad individual y social más utópico aún: requiere sacrificios y alejarnos de ciertos lujos y comodidades). Escribe Gates: “necesitamos que el sistema energético prescinda de todo aquello que hace daño al planeta y conserve lo que nos interesa. Es la cuadratura del círculo: que el sistema energético cambie por completo y que a la vez las ventajas de su uso permanezcan parecidas.” Estamos lanzando 51.000 millones de toneladas de gases de efecto invernadero cada año. Eso nos lleva al suicidio colectivo, ante el que la ciencia y la tecnología tienen muy poco campo para gestionar. Se trata de cambiar un estilo de vida en  la sociedad opulenta. Y eso requiere un cambio de manera de pensar que el ciudadano de tales sociedades no está dispuesto a asumir. La cómica paradoja del asunto es que sólo a causa de una pandemia mundial como la COVID-19 se logró bajar sustancialmente dicha emisión.

Es obvio que nuestro género sólo aprende a base de jarabe de palo. ¿Estamos asistiendo al réquiem por un planeta difunto? Como saben ustedes, el mismo réquiem nos concierne a los seres humanos. Sólo una decidida apuesta por el paradigma unificador que hemos comentado podría añadir algo de esperanza al problema. Pero como escribió Thomas Kunh los paradigmas tienen la mala costumbre de luchar denodadamente entre sí, a través del paso de lustros y decenios, para permitir que el más nuevo prevalezca. Y, desgraciadamente, no nos queda mucho tiempo.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

Libros recomendados: “Vivificar” de Andreas Weber; “Así habla la Tierra” de Jordi Pigem; “GAIA” de varios autores; Todos ellos editados por Kairós. “Dialogos con científicos y sabios” de Renée Weber, Ed. Libros de la liebre de marzo; “Cómo evitar un desastre climático” de Bill Gates, Ed. Plaza Janés; “La sexta extinción” de Elizabeth Kolbert, Ed. Crítica

 

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12 enero 2023 4 12 /01 /enero /2023 16:03

LOGOI 284

CHATGPT-HAL9000

Publicado en La Comarca el10012023

¡Menuda ensalada de siglas y números! Los aficionados al cine ya estarán a la expectativa. Han reconocido en Hal9000 la computadora obstinada y letal de la película de Kubrick, “2001, una odisea espacial”, basada en un relato de Arthur Clarke. El célebre autor profetizó la existencia de computadoras que, aunque facilitaban grandemente el trabajo humano y nos sustituían con eficacia en las actividades rutinarias, podrían llegar a convertirse en un problema agudo que cuestionaría si debían seguir siendo usadas o desconectadas.

Como en tantas ocasiones ocurrirá en el mundo de las nuevas tecnologías, eso ya ha sucedido. La ChatGPT es un “chatbot” creado por la empresa OpenAI (Inteligencia artificial en abierto) que mantiene conversaciones con los humanos, realiza tareas escolares, crea textos, simula trabajos de examen y da respuestas rápidas a las preguntas y dudas que se le consultan. Genial para cualquier estudiante que no quiera esforzarse demasiado. ¿Cuál es el problema? Varios, en realidad. Desde que dificulta la generación y desarrollo del pensamiento crítico en el alumno, hasta que da respuestas fáciles pero erróneas, la corrección de los contenidos generados no es segura, ni la privacidad del usuario tampoco.

Las autoridades educativas de la ciudad de Nueva York han sido las primeros en prohibir el uso del ChatGPT en los centros de enseñanza porque “incentiva el abuso, la falsedad y la desinformación en los alumnos y tiene un impacto negativo en el aprendizaje, ya que puede generar una información incorrecta, tendenciosa o falsa”.

El periodista de La Vanguardia, Enric Sierra, ha preguntado al robot si  considera los riesgos de su uso. Éste respondió que admitía la posibilidad de producir desinformación, contenido inapropiado y problemas de privacidad. Pero que no debía prohibirse su uso, sino más bien fomentar la educación en los usuarios en la que se les aleccione sobre el uso responsable de esta tecnología, con medidas de seguridad adecuadas. Sin olvidar la ética precisa, principios y valores humanos que exige el interactuar con una máquina. No le falta lógica a ChatGPT.

Quizá va siendo hora de   que los expertos diseñen un código deontológico para regir no sólo las relaciones entre los individuos y las máquinas, sino la responsabilidad de los seres humanos en el uso de la tecnología informativa y performativa (que induce a una acción determinada) de las Redes y Sistemas, las cuales ya nos influencian de múltiples maneras a través, por ejemplo, de logaritmos.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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5 enero 2023 4 05 /01 /enero /2023 18:37

OBSERVATORIO POLITICO INTERNACIONAL

 

“…Y DIOS PARECÍA DORMIDO.”

Los que nos dedicamos a analizar el pulso vital de nuestro mundo no nos ponemos de acuerdo, como suele suceder. Hay quienes, no sin motivos, hacen sonar las trompetas del  “Armageddon”  apocalíptico; están los profesionales del optimismo humano-tecnológico,  que reconocen  la cosa va mal, pero que hay que confiar en el “efecto resiliencia” humano y en la “varita mágica” de la alta tecnología. Y quedan los que llevamos décadas usando los razonamientos de Pirrón, el escéptico, para intentar comprender el alcance y efectos de la deformación más común y visible en los asuntos humanos, la estupidez.

Este comentarista es poco dado a entrar en cuestiones eclesiásticas y religiosas, pero con  Benedicto XVI, el recién fallecido Papa emérito, se produjo - “a posteriori” de su renuncia- un “descubrimiento” de la calidad humana y ética del estricto obispo alemán. Una significativa frase de su escrito de renuncia me parece  adecuada para definir el pasado 2022: “Hubo días de sol y ligera brisa, pero muchos otros en los que las aguas bajaban agitadas, el viento soplaba en contra  y Dios parecía dormido”. El caso es que a tenor de lo que se nos anuncia para este 2023, “Dios parece seguir dormido”. Y está claro que cuando los dioses duermen, los humanos hacemos locuras.

Recordemos aquello que decía John M. Keynes, “Lo inevitable nunca sucede y lo inesperado ocurre constantemente”. Y si no que se lo pregunten a los directores de grandes medios de referencia, como el “Financial Times”, el “The Economist” o el “Washington Post”. En sus predicciones sobre 2022, la realidad ha sido más catastrófica que sus pronósticos: desde la guerra de Ucrania, considerada improbable por sesudos analistas, que simplemente aplicaban el sentido común, (claro que Putin se guía por otro tipo de sentidos),  hasta la invasión de las criptomonedas o que la covid  sería controlada y no habría mutaciones mortales del virus. Lo que sí ha quedado claro es la vulnerabilidad y escasa eficacia de las instituciones internacionales para prever y hacer frente a los grandes desastres, sean económicos, bélicos o naturales.

La conferencia por la crisis climática de Egipto demostró que no se respeta la regla de oro de la economía política internacional: los riesgos son mensurables y es preciso prevenirse contra ellos en cuanto empiezan a ser evidentes. Se apuesta por la “varita mágica” de la tecnología, olvidando lo que repetía a menudo el filósofo y científico Karl Popper cuando le hablaban de los grandes avances técnicos en su rama de conocimientos, “los  avances no pueden predecirse pues, de ser así, los próximos inventos ya se habrían inventado”. Puro sentido común. No hagamos pues previsiones. Examinemos sin ánimo exhaustivo algunos de los problemas que tenemos planteados este 2023, un año con cierta “mala sombra”.

La crisis climática es uno de los mayores fracasos de la gestión política internacional de la ecología ambiental. Nos acercamos inexorablemente al límite del aumento de temperaturas, aunque incluso los niños de primaria saben lo que puede llegar a suceder: se ha priorizado la lógica capitalista del beneficio y se trata de evitar el enorme desafío social, económico y político que supone cambiar el estilo de consumo sin límites al que nos han acostumbrado en los últimos decenios a los ciudadanos de las sociedades “que cuentan”, es decir, la de los países del occidente rico, a los que ya se unen China y la India, por ejemplo.

No hablemos pues de hambrunas, de las veinte y pico de guerras locales que siguen desatadas, de los millones de refugiados,  de la brutal contaminación de mares y ríos. Pasemos de refilón por la peligrosísima y enquistada  guerra de Ucrania. Con tan posible solución y tan difícil arreglo: aplicar una lógica política y territorial del “todos perdemos algo” e imponer unos acuerdos y seguridades donde se ceda por las partes en conflicto (Rusia y Estados Unidos, los verdaderos rivales, la UE y Ucrania) y se olviden las rivalidades hegemónicas (China), en un concierto común para afrontar los problemas de todos. ¿Política ficción?  Tal vez. Pero piensen que desde 1945 nunca una guerra ceñida a un único Estado ha tenido tantas y variadas repercusiones negativas para el resto del planeta: todos los problemas existentes ya antes, se han agravado y…por añadidura, se pueden agravar más o, en un salto al vacío, hacer intervenir la baza nuclear.

Ya estamos padeciendo aquello que “The Economist” ha calificado con el neologismo de “permacrisis”:  “un prolongado período de inestabilidad e inseguridad” en todos los sectores. Parece que Dios, más que dormirse, se ha ido de vacaciones, hastiado del griterío ensordecedor de los humanos, rabiosos y asustados. Debe articularse un nuevo orden mundial que ponga las piezas en su sitio: lo malo es la poca clase que tienen los líderes que padecemos.

Pero volviendo a las amenazas vigentes con componentes catastróficos, escojamos una, por falta de espacio material: la falta de agua. Un célebre analista francés escribió  en “L’Express” un profético artículo sobre un tema que entonces –años 70 del pasado siglo- podía considerarse una especulación de ficción futurista: las próximas guerras no serían por el dominio de los pozos petrolíferos de Oriente medio o Asia, sino por la supremacía en el control de un recurso vital: el agua. En aquellos años nadie imaginaba –a no ser en pesadillas- que la contaminación de los gases con efecto invernadero llevaría a una crisis climática. Y que uno de los efectos de dicha crisis serían olas de calor tan duraderas y arrasadoras que extenderían la sequía por zonas cada vez más amplias en los cinco continentes.  ¿Quién podía pensar entonces que veríamos derretirse los glaciares y los hielos ancestrales del polo Norte? Los pantanos se vacían. Las cosechas se pierden y de vez en cuando se producen lluvias torrenciales que devastan cultivos y arrasan infraestructuras.

La crisis hídrica es otro de los fantasmas que –como en el “Cuento de Navidad” de Dickens—nos visitan para recordarnos que somos unos Scrooge  sin conciencia planetaria y nos merecemos lo que nos viene encima. Aunque la Asamblea General de la ONU propone que el año 2023 sea declarado Año del Agua y convoca para los días 22 al 24 de marzo una Conferencia Mundial del Agua. Dado lo visto en Conferencias internacionales anteriores, no es precisamente algo esperanzador. En la de Egipto sobre el Cambio Climático se reunieron miles de delegados que llegaron al país desde todo el mundo en casi 500 contaminantes aviones, para discutir hasta la última madrugada un acuerdo que aplazaba de nuevo cualquier medida efectiva sobre control de emisiones de gases nocivos –como los de los aviones y automóviles-  hasta la próxima reunión.

Es preciso comprender algo que desde los egipcios y los griegos antiguos se consideraba una de las verdades básicas para la supervivencia humana: todo está conectado. Decía Heráclito que “todo está lleno de dioses” y, por tanto, debemos  respetar el agua, el suelo, el aire, los animales, los vegetales, las montañas y las profundidades de la tierra y los océanos. Por tanto, la crisis climática, la energética, la alimentaria, las guerras que libramos, las agresiones a los bosques, las aguas y sus peces, los animales todos, incluidos pájaros, insectos y hasta lombrices y gusanos, forman parte de la agresión a un Todo que arrasamos con nuestras actividades y nuestra codicia. Ello supone que ese Todo y nosotros formamos parte de un mismo sistema en red, tan interrelacionado entre sí, que cualquier devastación de cada uno de esos elementos de la Naturaleza, repercute de una manera directa o indirecta, aunque difícil de evaluar en muchos casos, en el resto, causando aniquilaciones de especies enteras, como en un desolador efecto dominó de demolición planetaria. Si falta agua y hay sequía, disminuirá la energía hidráulica, producirá falta de alimentos, hay que recurrir a las energías fósiles que agravan el problema climático. Y si la sequía se agudiza, habrá dificultades progresivas de acceso al agua potable de poblaciones enteras. Comprendamos que urgen medidas de optimización de infraestructuras y saneamientos (es escandalosa la pérdida diaria de millones de litros de agua potable debido a malas canalizaciones urbanas y rurales)  y un control riguroso de los acuíferos y aguas subterráneas para evitar su contaminación y mal aprovechamiento.

Ante un panorama como el que les he mostrado –sin analizar otros problemas, por falta de espacio y de ánimo- hablarles de las expectativas de este lamentable Patio de Monipodio que es la política española, sería un poco masoquista, por lo que seré breve. Además de los males propios de nuestra catadura política y su mala educación y agresividad, están los problemas sobrevenidos por las anteriores crisis analizadas. El señor Sánchez habla de un 2023 “intenso”, no sólo por la suma de elecciones en el país, municipales, autonómicas y generales, sino por el hecho de que existe una descalificación total mutua entre el Gobierno y la oposición (a río revuelto, ganancia de los pescadores ultras). Y se puede objetar racionalmente que las más de 190 leyes y 3 presupuestos aprobados no nos aseguran más eficacia operativa, aunque sí más demagogia populista y acoso y derribo en el Congreso. Y eso a pesar de que con dos acontecimientos como la pandemia y la guerra de Ucrania, el país está aguantando bastante bien, si no fuera por el sobresalto permanente al que se somete a menudo a la democracia en España: desde la reforma por la malversación, el vergonzante caso del Constitucional o los “arreglos” que no han deshecho el nudo gordiano de Cataluña y su fallido “procés”, que aún colea. Eso sin mencionar el asunto de la valla de Melilla o del “donde dije digo, digo Diego…” del Sáhara. Y para aumentar el despropósito político, sin  que exista una oposición digna de ese nombre, dedicada a labores de derribo y descrédito, en lugar de diseñar y presentar una alternativa lógica, preparada y racional, sin insultos ni descalificaciones, para hacer política de verdad dentro de un marco institucional democrático y respetuoso, sin rupturas de la cohesión del país y sin cataclismos políticos y sociales. ¡Vaya con el 2023! Quizá éste logre despertar a Dios.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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30 diciembre 2022 5 30 /12 /diciembre /2022 13:06

OBSERVATORIO POLÍTICO  INTERNACIONAL

 

Son muchos los pensadores de finales del siglo XX y de la primera mitad del actual que, seducidos por el rápido e imparable progreso tecnológico digital que nos está cambiando la vida cotidiana, apostaban por el fin de las guerras, al menos las generalizadas. Y que el complejo bélico que llevamos en los genes se iría apagando ante el limpio, aséptico, rico  y entretenido mundo que se vaticinaba, a tenor de los avances tecnológicos. Claro que los problemas que genera o agudiza esa tecnología se han enquistado en forma de cambio climático, escasez de determinados productos, contaminaciones de aguas y tierras en todo el globo, sequías y hambrunas sobrevenidas, movimientos de personas que abandonaban sus países por el ansia de mejorar sus vidas o incluso de sobrevivir. Y la eclosión generalizada de una forma de vivir en la que habían desaparecido las viejas, quizá defectuosas pero efectivas, jerarquías de valores familiares, sociales y generales. Ellas disminuían  la sensación de aislamiento, fortalecían los lazos de familia, pueblo, vecindad, relaciones entre sexos y entre clases, con aquellas obsoletas fórmulas que se basaban en la cortesía, el respeto, la educación, la  moralidad y el sentido ético entre las personas (con todos los fallos, errores o excesos inevitables).

Pero lo que no ha desaparecido -y en algunos sectores  se ha agudizado- es la estupidez que es, como se sabe, una de las mayores fuerzas destructivas existentes en el género humano y tan repartida y subestimada que es imposible encontrar a una persona que, en algún momento de su vida –los menos-, y de forma generalizada –los más-, no tengan a la estupidez, en una u otra de sus múltiples formas, apareciendo en sus actos, palabras o motivaciones. Naturalmente los  efectos de dicha estupidez generalizada aumentan  exponencialmente cuando se trata de líderes políticos, empresariales o mediáticos  (incluso los más racionales de entre ellos acaban haciendo alguna cosa muy estúpida). Ya sea que los catalizadores de esa estupidez sea el poder o la codicia (sin olvidar la vanidad, el orgullo, la mezquindad o la simple maldad). Y todas ellas disfrazadas de algún concepto noble y elevado: ya sea la nación, la raza o la supuesta seguridad: la estupidez es la fuerza motriz de la historia.

En 2022 se exacerbó esa estupidez compleja, con tantos frentes abiertos,  que nos han dejado su herencia de desequilibrio mundial y sistémico: lo menos apropiado para afrontar  el año 23 de este siglo, el  XXI, al que creíamos el inicio de la mejora de una Humanidad  hastiada por la violencia y el horror del siglo anterior. Pues bien, me temo que el año que nace este domingo, vamos a vivirlo “peligrosamente”. Resulta algo inoportuno (no les quiero amargar el fin de año), hacer de Casandra, la pitonisa infausta que anunció la ruina de Troya y no fue creída. Así que analicemos por encima la situación, sin  cargar las tintas.

El 24 de febrero de este año, cuando aún coleaba en algunos lugares  la demoledora pandemia de la Covid 19 y comenzábamos a  sacarnos la mascarilla y a darnos la mano y a difundir por todas partes  el “carpe diem” del sobreviviente, al señor Putin se le ocurre la muy calculada (sólo los tontos o los fanáticos adoctrinados  piensan que Putin es un psicópata)  pero poco realista idea de invadir Ucrania, llenando de estupor al mundo. Comenzaron las huidas de refugiados y los bombardeos a ciudades. Desde 1945 no se había visto algo así en Europa. Con ello se inicia una previsible cadena de efectos negativos que atañen no solo a rusos y ucranianos, sino que se expande como otra mortífera  pandemia por el resto del planeta, agudizando brutalmente los problemas sistémicos que la Covid  había despertado y añadiendo otros nuevos. Como decían en mi tierra “éramos pocos y parió la abuela”.

Pero como al aprendiz de brujo, a Putin le ha salido mal la atrevida jugada, no  ha medido bien reacciones y consecuencias y ha entrado en una dinámica donde ya es posible la psicopatía. Ahora es difícil y arriesgado hacer predicciones: el arco de posibilidades va desde un tiempo más o menos largo de inseguridad bélica con acuerdo final (costoso para todos) hasta, en el otro extremo, que a alguien se le afloje el gatillo nuclear y abra para la Humanidad un regreso desde los misiles a la garrota y la honda de pedruscos (más o menos al estilo del Kubrick de “¿Teléfono rojo?  Volamos hacia Moscú”).

Desde el final de la II Guerra Mundial no se había producido un enfrentamiento de tal magnitud entre grandes potencias que se disputan la hegemonía. Con el agravante de que se ha destruido el viejo orden bipolar, con un tercero en discordia, China,  y el reforzamiento de regímenes problemáticos como Turquía, India, Arabia, Saudí, Irán o Israel.  Envueltos en una, digamos, “ideología” que no tiene muchas diferencias entre sí. No se trata de socialismo- comunismo y de capitalismo más democracia. Sino de capitalismo “democrático” o capitalismo “autoritario y dictatorial”  y en los márgenes, los regímenes teocráticos. El resultado es el mismo: en todos los casos el poder lo ejerce una minoría económica, con una clase operativa muy bien pagada. En unos, esa clase está formada por políticos y funcionarios y se permiten las elecciones. En los otros, está formada por miembros del poder, jerarquizados. Y el brazo militar o policial está al servicio de dicha clase. Y, en un bando aparte, los Estados fanatizados religiosos.  La malla de seguridad de los sistemas capitalistas está formada por los ciudadanos, las poblaciones, subyugadas por la tecnología, las comunicaciones digitales y un cierto bienestar y seguridad, que es un subproducto del capitalismo, excepto en casos de crisis total. Para las dictaduras religiosas ni siquiera eso: lo cual significará su fin. La libertad y la opinión crítica, son entelequias para uso de intelectuales, a los que en algunos países se les permite ejercer de tales, en la creciente seguridad de que casi nadie les entiende y lo que es peor, a casi nadie les interesa. Y en los demás se les silencia o elimina.

El problema del incierto porvenir que nos espera en 2023, es que si nadie detiene la sangría Rusia-Ucrania (pero sin humillar a los rusos, por favor), los autócratas y líderes populistas de muchos otros países sentirán que se ha abierto la veda y las guerras de conquista de territorios vecinos vuelven a ser toleradas. Se habrá destruido ese débil pero creciente estado de opinión que consideraba a la larga más fructífera la paz y destinar parte de los abultados presupuestos de defensa de otros tiempos, a la Sanidad, la Enseñanza y el progreso científico, como estaba ocurriendo a principios del XXI. Ahora las naciones vuelven  a rearmarse y no hay dinero para hospitales, escuelas e investigación. La vulnerabilidad se convierte en una sensación global. Los populistas y los extremos políticos alientan un nacionalismo corto de vista: el patriotismo no consiste en odiar a los extranjeros, sino en amar a tus compatriotas; no consiste en amar tanto a tu terruño que debas odiar a muerte y poner fronteras a los de al lado, sino en llegar algún día a comprender que el único patriotismo válido es el de la Humanidad y el cuidado del planeta que habitamos.

Un hogar cósmico  donde sin unos valores éticos básicos universales y unas instituciones globales no será posible afrontar las enormes y titánicas dificultades que se han ido formando durante siglos por desconocimiento, ignorancia, mala voluntad, codicia, tendencia a la agresividad y a la violencia a través del  racismo, guerras de religión, depredadores económicos, inconsciencia ecológica, abusos, genocidios y guerras absurdas que pierden mucho más de lo que creen ganar. Como apuntaba Yuval Harari en un artículo donde se quejaba de que estábamos perdiendo el logro humanitario de este siglo: “teniendo en cuenta las guerras civiles, las insurgencias y el terrorismo,  sus víctimas han sido bastante menores que las que suman los suicidios, los accidentes de tráfico o las enfermedades cardíacas o producidas por el exceso alimentario.”  Las guerras no eran útiles para nadie y sí una pérdida brutal en vidas y bienes.

 Sólo en el capítulo bélico piensen que la guerra de Ucrania está rompiendo un estado de equilibrio en el mundo que era un freno efectivo a favor de la paz gracias a la contención de las armas nucleares que evita un suicidio colectivo. Pero aunque la guerra en Ucrania copa la atención política mediática por su importancia geoestratégica y económica, el resto del mundo no está en seráfica paz. Decenas de millones de personas están viviendo en condiciones espantosas afligidos por conflictos  con parecido impacto humano brutal, aunque sin la amenaza del Aramagedon nuclear.

En Etiopía, que había firmado una paz precaria en su guerra civil de dos años –cientos de miles de muertos y millones de desplazados- , se comienza a luchar en otra zona, la de Oromia.  En Yemen, una de las mayores crisis humanitarias del mundo, pueden recomenzar en cualquier momento unas hostilidades que ya han costado 400.000 muertos, un 60% por hambre, sed y falta de médicos y medicinas. En Siria, siguen los bombardeos turcos. En Congo, rebrota la guerra del Sahel con décadas de lucha, tras la retirada de las fuerzas francesas en Mali. En Sudán del Sur y Somalia siguen los combates contra el grupo yihadista Al Shabaab. Hay bombardeos israelíes contra objetivos sirios con presencia militar iraní, mientras los sirios a su vez atacan esporádicamente una zona del país, Idlib, en manos de grupos rebeldes. La ONU calcula que 15 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente en Siria para sobrevivir.

En un mundo tan afligido por las guerras, las amenazas que se ciernen en un futuro cercano, impulsadas por el cambio climático, la contaminación, la crisis económica, las epidemias con vocación pandémica y la desorientación profunda del ser humano ante unas tecnologías que lo superan, configuran el escenario en el que , decíamos, vivimos peligrosamente. Sólo nos queda confiar en la resiliencia humana.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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13 diciembre 2022 2 13 /12 /diciembre /2022 12:41

Versión completa del articulo publicado

Si en su teatral Dinamarca, Shakespeare glosaba la podredumbre que emanaba de un magnicidio que infestaba al país entero, en la España de nuestros días huele a podrido por otro magnicidio, injusto e incluso estúpido: el asesinato vil y cotidiano de la noble lengua española, una de las más hermosas del orbe, cuyo poder poético, evocativo, enaltecedor, cortés, ajustable, imaginativo, pícaro, amoroso, irónico y sugestivo, al tiempo que afilado como un estilete, capaz de metáforas crueles y de insultos llenos de ingenio, ha dejado huellas indelebles en la historia de la literatura. ¿Y dónde se perpetra ese asesinato diario, sin sangre pero con extremo dolor, vergüenza ajena e indignación sin remedio? Además de en la televisión, las tertulias, las redes digitales y la vida callejera (que tendría un pase, aunque no un perdón)…en el sitio donde más se debía respetar y obligar a que se respetase. En uno de los espacios políticos más nobles de la nación: el Congreso de los Diputados. Me niego a pensar que es el signo de unos tiempos marcados por la incontinencia verbal, en los que la iracundia oral y la dialéctica del puño y las pistolas sea invulnerable ante la ley y jaleada de forma tabernaria por, supuestos, señores y señoras protegidos por la inmunidad parlamentaria  y que además, qué dislate, son los representantes elegidos por millones de votantes españoles.

Quizá opinen algunos que se nota que el autor de estas líneas peina canas, que hay algo antiguo, obsoleto, desusado y algo mohoso en su discurso. Podría ser un elemento cuya ausencia apenas parece inquietar sino a unas pocas personas: educación, cortesía, respeto, corrección, no sólo gramatical y sintáctica, también con cierta estructura argumental que trata de cumplir con las normas de la retórica lógica y comunicativa.

Algo hay podrido en España, no sólo entre los políticos, las tertulias y las programas más populares, allá donde interviene el  llamado “pueblo llano” (que llanos somos todos, igualados por el género animal al que, con mas o menos propiedad  pertenecemos) sino que ha infestado también lo que debería salvarnos de ellos: la educación, desde la guardería a la Universidad, en nombre de una igualdad democrática (no censurable) y de un sesgo tecnológico, utilitarista y miope que ha desdeñado (eso sí es censurable) el preciso y precioso equilibrio de las nuevas tecnologías con  el amor y respeto a la lengua, la comunicación correcta, la cortesía y la educación cívica, el juego limpio en lo social, lo laboral  y lo político.

La podredumbre se genera, se expansiona y se contagia en las dos direcciones, desde la familiar y educativa, a la social, laboral y política. Y la lengua, el lenguaje vehicular corrompido, es el agente infeccioso que la expande. La libertad de expresión no tiene nada que ver con la esencia de lo que exponemos. En todos los ambientes, pero principalmente en el político por ser el reflejo especular de lo que es y debería ser el social, educativo y familiar, todo se puede decir y sugerir, pero hay que tener la preparación para hacerlo, con un poco de ingenio y siempre el debido respeto a las reglas de la cortesía parlamentaria.

Señores políticos, pertenecen ustedes a una tradición venerable de personas que hicieron del discurso un arte y les aseguro que incluso podían ser más duros, eficaces y críticos que con  los vociferados insultos de hoy. Cánovas del Castillo, Práxedes Sagasta, Echegaray, Salmerón, Pi y Margall, Canalejas, Azaña. Y más atrás, Séneca, Ciceron, Pericles, Demóstenes…Y  más acá, Lincoln, Gandhi, Kennedy, Luther King o Churchill. Y no se ahorraban críticas acerbas, excepto en  olvidar el respeto a las formas. Recuerdo haber leído en las Memorias de Churchill una réplica que éste tuvo a un ataque feroz de Lady Astor contra su política. La dama acabó su diatriba con la frase: “Si yo fuera su esposa, le pondría veneno en el té”, A lo cual Churchill, sin inmutarse y con una sonrisa, respondió: “Y si yo fuera su marido, me lo bebería”. Constaten la irónica malicia de la respuesta. Responde a una invectiva con una inventiva feroz pero elegante. Con una corrección  impecable e ingeniosa, ya que no sólo lo dicho parece una cortesía, sino que es una crítica mordaz y global a la persona a la que se le dice, en realidad, que no es sólo insoportable en lo personal, sino censurable en lo político. Ninguno de los políticos de hoy, extremistas en expresiones y en supuesta ideología –de esas ya no hay, murieron todas en el siglo XX- son capaces de comprender que no tiene más razón el que más grita, insulta, amenaza o patalea. Sino tiene el mismo tipo de “razón” que el que se expresa –Dios no lo quiera-  con palizas, pistolas y sangre.

En 1918, Ortega calificaba la grosería en las formas, en algunas intervenciones políticas, como “plebeyismo” o ausencia de la cortesía y las buenas maneras y consideraba que era una consecuencia del rencor impotente de los hombres sin estilo contra los hombres capaces de estilo. Decía que muchos creían que el mal de España es su mala política y sus malos políticos. Ortega no acepta ese diagnóstico y dice: “la política más que engendrar los destinos nacionales no es más que su consecuencia…la fisonomía política de un pueblo  es sólo el resultado de lo que ese pueblo es en el resto de su existencia, de lo que piensa y de lo que siente, de sus amores y de sus odios, de sus ambiciones y de sus inercias…”.  Es decir, el tono general de nuestra sociedad, de la educación, del comportamiento de muchos jóvenes, de los festejos excesivos en las formas y costumbres, de la comunicación tecnológica, de los ambientes familiares y los tratos parentales…se carece en general de ese estilo cortés y educado, tolerante y respetuoso de cuya ausencia nos dolemos. Más de un siglo después, esas palabras de Ortega siguen siendo actuales. Y eso es lo lamentable.

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA 

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29 noviembre 2022 2 29 /11 /noviembre /2022 12:03

Logoi 280

SEÑORÍAS, ¡A LA ESCUELA!

Nuevo bochorno parlamentario. Cada vez parece más evidente que estamos en un estado de desecho, no de derecho. Tenemos un ejemplo en las broncas infectas, groseras, insultantes y muy alarmantes y peligrosas que sus señorías del  Congreso se empeñan en protagonizar. Dirán ustedes que eso comienza a ser el pan nuestro de cada día en muchos Parlamentos de nuestro mundo actual. Es un triste signo de que la democracia se pudre por exceso de permisividad, por falta de educación y cortesía política, por instigación de los nostálgicos de dictaduras y totalitarismos populistas. La ley debería sancionar las menciones y llamadas a la violencia, a las pistolas y gestos de matones. No hacerlo, no es por  virtud de la libertad de expresión, sino algo peor que un defecto del sistema: un error involutivo. Vuelve la mierda conspirativa a ensuciarlo todo; en muchos medios y en la red, vuelve el bárbaro “si no estás  conmigo, estás contra mí”, vuelven los insultos soeces, las consignas eliminatorias y en la multiplicidad cotidiana de pantallas las palabras queman con amenazas de muerte y discursos de odio y exclusión, racismo, sexismo cavernario, ninguneo humano de razas y creencias.

¿Es que aún no hemos tenido bastante de todo eso?  Un poco de memoria, humor y amor. Gila llamaba al enemigo por teléfono: “Oiga, ¿es el enemigo? Que se ponga. Oiga, que he pensado que porqué no paramos la guerra y nos vamos esta tarde a la escuela. Dan una clase de urbanidad, cortesía y educación que es la monda. Me dicen que hace reír a todo el mundo. Y ya nos irían bien unas risas, que está la cosa muy chunga. Todos los de nuestros partidos van a venir, tráigase usted  a los suyos. Después habrá un buen vino y chorizo de primera.”

Aristóteles  pedía que los que se dedicaran a la política estudiaran el arte de la retórica y supieran hilvanar discursos como obras de arte de la convicción y la razón (en los que estaban prohibidos insultos, amenazas y groserías). Deberíamos exigir a nuestros gobernantes que antes de jurar el cargo pasaran un curso obligatorio de ética política, oratoria, cortesía y lógica argumental. Y que se expulse  a los que trasforman las Cámaras en asambleas  tabernarias. Los políticos son el reflejo especular de nuestra sociedad. Dijo Churchill, “un político se convierte en estadista, cuando piensa y actúa por y para las próximas generaciones y no por las próximas elecciones”. La política es cuidar del presente de manera que evolucione hacia un futuro mejor.

 

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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25 noviembre 2022 5 25 /11 /noviembre /2022 17:07

OBSERVATORIO POLÍTICO INTERNACIONAL

NO HAY VOLUNTAD POLÍTICA NI ECONÓMICA DE FRENAR LA CRISIS CLIMÁTICA

 

Los manifestantes pedían en sus carteles: “No nos falléis”. El mundo consciente de la crisis dice hoy, “Nos habéis fallado, una vez más”

 

Hasta altas horas de la madrugada del domingo 20 de noviembre, los delegados de los 198 Estados participantes trataban de encontrar un acuerdo unánime, una decisión ómnibus, que les permitiera “salvar la cara” ante el presumible fiasco de la 27º Conferencia de las Partes (COP27), órgano superior de la Convención Marco de las N.U. sobre el Cambio Climático, celebrada en el enclave turístico egipcio de Sharm-El-Sheikh. Los asistentes lograron un acuerdo de última hora, pero no sobre la necesidad de reducir la emisión de gases y arrinconar los combustibles fósiles para limitar el incremento  de la temperatura global por encima de los fatídicos 1,5 º Celsius, sino para crear un futuro fondo de “pérdidas y daños” para los países en desarrollo que padecen los efectos y no generaron las causas. Por lo tanto el cartel de los jóvenes manifestantes en  Sharm el Sheij, “Don’t fail us” (No nos falléis) debería sustituirse  por otro que dijera “You have failed us, once again” (Nos habéis fallado, una vez más).

El acuerdo de la COP27 –y aún gracias-  sólo recogía la creación de dicho fondo. Mientras, Estados Unidos, la UE, China, India o Brasil  aplazarían las precisas y urgentes medidas de dejar de contaminar –y calentar- más y mejor al planeta. La deuda histórica de Occidente en la crisis climática no parece pesar lo más lo más mínimo en la toma de decisiones…y el reloj entrópico sigue su marcha, mientras occidente –y los países de la OPEP- miran hacia la una merma de los beneficios del capital en lugar de aceptar la necesidad perentoria de restringir al máximo la emisión de gases de efecto invernadero. Recordemos que se han celebrado 26 COP desde 1990 y, a pesar de ello, las emisiones han aumentado un 50%. En esta cumbre, más de 600 representantes de los lobbies de los combustibles fósiles han torpedeado un supuesto consenso político hasta en los pasillos. Mientras los negacionistas,  alimentados por los petro o gaso-dólares,  o por la ignorancia y la estupidez, siguen “creyendo” que lo del cambio climático es una “fake news” como lo es la redondez del planeta e ignoran las olas de calor en pleno otoño, los incendios que arrasan miles de hectáreas, las inundaciones  bíblicas como la de Pakistán o la sequía brutal del sur de Europa y África, como si  fueran desastres cíclicos “naturales”.

Y, sin embargo, como diría  un cínico usando la frase atribuida a Galileo Galilei, la cosa “e pur si muove”, la lucha contra la crisis climática, a pesar de todo, sigue avanzando, lenta, inútil,  pero perceptiblemente. Y así seguirá hasta que una catástrofe brutal de alto nivel planetario nos castigue a justos y réprobos y muestre que la Naturaleza no se anda con bromas. Entonces todo será correr y echar mano del bisturí. Lo habitual en la Naturaleza es que tarda muchísimo en saturarse --incluso, antes va poniendo algún que otro remedio natural-- pero cuando lo hace, no le vayas con remedios de larga duración o con parches: exige soluciones totales e inmediatas y se cura con gran lentitud. En ese proceso se abarcan muchísimas generaciones de humanos, en condiciones muy precarias, caso de que queden algunos.

 

Por eso debemos destacar que el Plan de Implementación de Sharm-el-Sheikh  reconoce el derecho a un medio ambiente adecuado en el planeta que irónicamente proclamó la Asamblea General de la ONU del pasado 28 de julio. También cuantifica en 4 billones de dólares anuales la inversión necesaria para el despliegue de renovables hasta 2030, a fin de lograr emisiones netas cero en 2050, además de casi 6 billones de dólares para que los países en desarrollo apliquen planes de acción climática. Eso no deja de ser un avance contable, el único proceso multilateral que existe, siquiera sea teórico por  el momento,  para hacer frente al desastre climático. Sumemos a ello el fondo para pérdidas y daños. Es una forma de reconocer internacionalmente que Occidente es bastante responsable de lo que ocurre. También en otros foros internacionales y, sobre todo, en sectores de la sociedad civil  de casi todos los países, se impulsa una acción planetaria para evitar la catástrofe climática. Apuntemos todo esto como algo esperanzador.

Bien, las intenciones son buenas. Pero pongamos hilo a la aguja. ¿Qué países contribuirán, cuánto cada uno de ellos, cuándo y cómo se distribuirán esos fondos para que sean eficaces y no se pierdan entre la corrupción y la inoperancia, quiénes vigilarán y cómo esa distribución, qué objetivos perseguirán y cómo se controlará la corrección y eficacia práctica de esos aportes en lugares concretos? ¿No ahogaremos al recién nacido con la peste burocrática de propios y ajenos?

 ¿No les parece que dentro de unos siglos los observadores –si los hay- que busquen en la historia del pasado la razón de los errores cometidos, nos colocarán a todos los gobiernos y ciudadanos  occidentales de la primera mitad del siglo XXI  a la misma altura de inconsciencia  de aquéllos congresistas de la Viena de un siglo antes, que no supieron ver el alcance de los horrores que les esperaban (la II Guerra Mundial),  al doblar la esquina de los años 30 del siglo XX?

Aún así, seamos justos. En Sharm el Sheij se ha mejorado algo, al menos sobre el papel. Ese acuerdo, aún en mantillas, al que hacemos referencia. Que los países pudientes hagan un gesto y dediquen unos fondos para paliar los desastres que ellos mismos han creado, es un gesto notable aunque una ética elemental  no lo calificaría de generosidad sino de justicia. Es como paliar algunas consecuencias antes que al arreglo de lo que las provoca. Así que, punto positivo al hecho, no al problema, aún sin solución pactada. Como dijo la propia presidenta de la UE, Ursula von der Leyen “No hemos dado ningún  paso hacia delante. Tratamos un  síntoma, pero el paciente sigue con fiebre”. Cada año mueren siete  millones de personas por la contaminación del aire. Y va en aumento, en un arco de edades que va desde los bebés a los ancianos.

Así que la Cumbre del Clima ha sido casi irrelevante. El famoso e inconcreto  fondo pasa a ser estudiado por un Comité que presentará los detalles de adopción en la próxima Cumbre en 2023 (en los Emiratos Árabes) “con vistas a hacer operativos los acuerdos y arreglos de financiación” (nadie sabe quién o cómo financiará). Por lo tanto nada de impuestos a empresas energéticas o al sector de la aviación. No habrá recortes de emisiones de CO2 pero “seguirán los esfuerzos para no sobrepasar el límite de 1,5º” (proyecto vital que ha sido relegado al gabinete de Ciencia, en lugar de ser el primero en Política y Economía, como en Glasgow). Ni mención al abandono del petróleo y el gas como fuentes de combustibles fósiles. Inversiones futuras en despliegue de renovables y simple recordatorio a los países implicados de que en 2020 se prometió movilizar 100.000 millones de dólares para frenar el CC y que aún nadie ha hecho un mínimo desembolso. La inversión necesaria para cubrir los objetivos  de financiación climática no llega ni al 30 % de lo previsto.

Como ven  no es para echar las campanas al vuelo. Hay que reconocer que la confluencia de crisis sistémicas, desde la epidemia Covid, a las crisis energética y alimentaria, altos niveles de inflación y deuda, desastres como sequía, hambrunas y catástrofes naturales, aumentadas por la guerra de Ucrania y el papel de “invitados de piedra” de China, India, Arabia Saudí y Emiratos, no permiten ser optimistas  en una cuestión crucial para el género humano, pero no prioritaria para el capital y los populismos, como es el Cambio Climático. Sin olvidar lo que pueda ocurrir en este próximo y dudoso futuro  tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2024, (¿se mantendrá el Pacto Verde?), o quién será el inquilino de la Casa Blanca (con la sombra ominosa de Trump), qué deriva tomará la guerra de Putin y con qué triunfos jugará el impasible e imprevisible Xi Jinping (que, por el momento, se niega incluso a participar en el fondo de ayuda y en reducir emisiones de gases). Un conjunto de incógnitas que podrían agravar aún más este letal pulso que nos mantenemos los humanos con el planeta. No hay solidaridad, ni visión de futuro sino prevalencia de intereses nacionales y capitalismo renuente a colaborar. El mundo en desarrollo ha impuesto sus demandas económicas de justicia a las necesidades perentorias del planeta que, una vez más, quedan  en el limbo. Como dijo un alto cargo de la UE: “Para hacer frente al cambio climático es necesario que todos los flujos financieros apoyen la transición hacia una economía baja en emisiones de carbono: en la UE…estamos decepcionados por no haberlo conseguido”. Todos estamos decepcionados. 

 

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25 noviembre 2022 5 25 /11 /noviembre /2022 16:28

La infocracia, como la ha llamado Byung-Chul Han, es un sistema político que ha construido un nuevo paradigma sostenido por los herederos directos de la digitalización. En este nuevo modelo de organización social, el individuo -entre otras cosas- respondería a los estímulos de la información como el galgo de la fábula. Un ser que, por instinto, va en busca de la noticia, pues siente, de manera casi vital, que eso lo conecta con el mundo. Despojado, en la sociedad digital, de las cadenas analógicas, el neo-informado percute compulsivamente las patas para lanzarse cavernícolas a la caza de información. Luego, una vez entre sus fauces, no se le ha enseñado a despellejarla y desvestir la sabrosa carne. La abandona, una vez alcanzada, dejando atrás la razón y, como el lebrel, inquieto (aunque, al menos para sí mismo, no confuso) salta en busca de la siguiente presa.

En los albores de la posmodernidad, antes del estallido de la red, hablábamos, como hacían Habermas o Manuel Castells, de mediocracia. La mediocracia, entendida como el poder de los medios, se caracterizaba por una imposición del relato desde las atalayas de los medios de comunicación tradicionales. Principalmente, los televisivos; la comidilla previa a la aparición del periodismo digital y las redes, eran los párrocos de la verdad. Con el ligero problema de que, como decía Kapuściński, el “telespectador de masas, al filo del tiempo, no conocerá más que la historia telefalsificada y solo un pequeño número de personas tendrán conciencia de que existe otra versión más auténtica de la historia”. A eso podemos añadir la capitalización de dichos canales de comunicación por el ocio y la perpetua búsqueda del entretenimiento. Algo que, para Habermas, entraba en conflicto directo con la existencia de un discurso racional.

En la infocracia, dirigida desde los nuevos canales de datos, el objetivo en los individuos es similar, la consecución de un placer, pero abandonado el terreno de la performance televisiva y analógica, este se encuentra en el autoadoctrinamiento y el narcisismo ideológico. En este recién estrenado sistema político, el big data y el reinado del algoritmo, ¡oh, algoritmo! ¡Ojo del Futuro, Destino Manifiesto de la Verdad!, proporcionan a los consumidores un relato antropofágico de sus deseos. En busca de información, el sistema los devuelve constantemente a aquello que los reafirma. Como dice Han, el macrodato sustituye la narración por lo numérico. Al ser lo numérico un absoluto sin discurso, nace una coreografía de la unilateralidad. Un onanismo de la noticia distanciada del hecho fáctico y arropada por el sentimentalismo, el oportunismo y la superficialidad.

La información ya no se divulga, se poliniza. Empleada como esperma mental, necesitamos de su alto contenido en actualidad para sentirnos parte de la vida. Estamos educados para creer que, sin avalanchas de datos, se nos escapa la existencia, cuando lo que se nos escapa es la razón, y lo que se nos brinda es una verdad como la de Goebbels; amartillada por constantes mentiras. Esto radica en que la catedral sobre la que reposa el peso de la civilización digital se alimenta del culto a la sobredosis. Cuanto más, mejor, se nos hace creer (cómo siempre ha defendido el capitalismo) y, sin embargo, no hay peor ignorancia que la que se cree sabia. Una brillante forma de economía vital ante la que los consumidores se pliegan vanagloriándose, como fanáticos que sólo han leído el Corán, en los divinos conocimientos sobre los que conocen el titular, pero sobre el que no han razonado ni dos minutos. Y es que, más fácil que domesticar un pueblo inculto, es dominar uno desinformado.

En esta línea, si regresamos a la infocracia de Han, el filósofo ve una evolución respecto a los viejos regímenes. En el antiguo, el espectáculo visibilizaba la dominación. Los sometidos eran conscientes de su sumisión a través de las representaciones populares del poder. En la Era Moderna, existía una mirada cargada directamente contra el ciudadano, lo que lo motivaba a cubrirse bien en la metafórica ducha de la sociedad para que los voyeurs dominantes no se regalasen la vista con sus pudores. Ahora, el régimen de la información nos regala un impoluto habitáculo; pulcro, de exquisita composición luminosa y cristales opacos, donde nos sentimos tan cómodos que lucimos los colgajos sin reservas. Poco importa que, al otro lado de la difusa mampara, el poder nos observe libremente.

Gozamos de ello como si nos hiciesen un final feliz mientras nos roban la cartera y la identidad. ¡Manipulación reglada de nuestros secretos! ¡Violación del autodesconocimiento! Porque al partir en roadtrip por las nuevas autopistas de la comunicación, dejamos una estela de transparencia tras nosotros con la que los algoritmos se ponen las botas de datos que, acto seguido, les permiten asfaltar el camino que habremos de recorrer. La infocracia explota nuestra libertad para optimizar el control, al que rendimos pleitesía con la eucaristía del like.

Otros, como Pierre Levy, han visto en esta nueva vía de comunicación la posibilidad de una “democracia virtual” o “ciberdemocracia”. La potencialidad de alcanzar una democracia directa, en la que los ciudadanos tendrían mayor acceso y decisión sobre instituciones, públicas y privadas, a fin de lograr un escenario óptimo para el intercambio de ideas y propuestas. Y, ¡he aquí un punto vital! Si bien parece que esta nueva forma de divulgación, de control y de adaptación beneficiosa de la verdad, se justificaría en la estructura tecnológica, Han, como otros -incluido servidor-, no focaliza la culpa del crimen en el arma, sino en el móvil. Los macrodatos no han hecho más que alimentar la crisis narrativa existente. 

En la guerra de la información se ha producido una quiebra del “pensamiento discursivo” que, para filósofos como Hannah Arendt, se sostiene en la necesaria existencia de un otro presente, capaz de rebatir las ideas. Se ha impuesto, paulatinamente, toda una ergonomía basada en el pensamiento unilateral y autista que impide la acción democrática. El orden comunicativo se ve mutilado de progreso al condenarlo, irremediablemente, al conflicto, esquivando la posibilidad de que haya desviaciones del discurso en un sentido positivo. No es la tecnología la que enferma la comunicación y el orden democrático, sino la desaparición del otro como sujeto de cuestionamiento.

De ahí que las líneas entre verdad y mentira sean cada vez más difusas, hasta el punto de que no se promueve la falsedad, ya que eso justificaría la existencia de una verdad no presentada, sino la construcción de nuevas verdades basadas, no en los hechos, sino en el sentimentalismo y el beneficio mercantil. Una información menos compleja, que despacha rápidamente la inseguridad, y a la que, como el galgo, los habitantes de la infocracia se lanzan sin remedio con el objetivo de satisfacer sus impulsos. Luego nacen las tribus, gregarias radicales y sectarias, que se vanaglorian en ese nihilismo de la verdad en el que todo es mentira, salvo aquello que les conviene.

Pero, como no hay análisis sin síntesis, existe una posibilidad; liviana, sutil e individual, de paliar este torbellino crítico. En primer lugar, no cayendo, como borrachos a la calzada, en el bombardeo algorítmico de propuestas que se nos lanzan cada vez que navegamos por la red. Así es, ese bolso que miraste una vez y ahora no para de salir en todas partes, o esa noticia escabrosa, sin ningún contenido más interesante que la satisfacción de una curiosidad cotilla, son territorios a esquivar. En segundo, y esta sería la más relevante, promoviendo, sobre todo en nosotros mismo, la posibilidad de ser autocríticos, de favorecer los canales de la discusión y, sobre todo, no negando la otredad, sino abriéndose a su enriquecedora existencia incluso con el temible riesgo de hacernos cambiar de opinión. En definitiva, aprender a desmenuzar la caza, no siendo un galgo doméstico, sino uno libre.  

SOBRE LA FIRMA

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31 octubre 2022 1 31 /10 /octubre /2022 18:41

ARTICULO PUBLICADO EN "COMPROMISO Y CULTURA", NOV.22

En estos tiempos digitales, los principios y los valores son monedas de escaso uso en un universo absurdo dominado  por “influencers” , por demagogos a sueldo de lo que llamamos “política”, (un producto más de mercadotecnia), una subclase ética formada por “políticos de ocasión”, mercaderes fraudulentos, iluminados varios y pseudo expertos. La mayoría de la población integra una masa manipulable, sin posibilidad  de rebelarse o redimirse porque mantiene un canon de vida basado en pasarlo lo mejor posible, trabajar lo menos posible y vivir  inmersos y aislados por sus pantallitas, sus fiestas y sus temores y angustias. Cada vez más individualizados, alejados de las reglas y costumbres de convivencia tradicionales o de emociones y sentimientos más complejos que el “coleguismo” en deportes o en botellones.

En esta sociedad virtual, triunfa la charlatanería, las noticias falsas, las mentiras más descaradas, gracias a una amplia red digital desde donde  medrar y actuar y a una afirmación más llamativa, aberrante o disparatada que la aburrida, sencilla y estoica verdad. En realidad, la mentira o la falsedad es uno de los motivos más reiterados en la historia del pensamiento, la literatura y la ciencia.  Fraudes, imposturas, falacias, fingimientos, nutren la existencia, el arte y la ciencia de los seres humanos. Y aunque existen en nuestro legado cerebral estructuras como la amígdala o el circuito cingular anterior que nos alertan para percibir en el rostro, la voz y los gestos del interlocutor las mentiras y el fingimiento, con la supremacía de las redes o la comunicación  escrita, es imposible percibirlo. Las redes despliegan entornos favorables a la manipulación, las estafas, las falsedades, la tergiversación y las más absurdas y dañinas calumnias. Y lo peor es que Facebook, Instagram, TicToc o Twitter no nos facilitan ningún detector de mentiras, algoritmo o vigilancia humana para contrastar la veracidad de lo que se dice en las redes, por lo que una noticia falsa recibe atención y difusión similar a una verdadera.

Permítanme  que les sugiera algunas lecturas para ayudarles en esta travesía de la mentira: “Verdad. Una breve historia de la charlatanería” de Tom Philipps; “Mentira, impostura, estupidez”, de Rolad Breeur; “Todo el mundo miente” de Seth Stephens-Davidowitz; “Fake News.Haters y Ciberacoso”, de Mauro Munafó.

Una de las razones profundas del actual desbarajuste político, social y humano, es que la verdad se ha convertido en algo improbable y la mentira en una banalidad. Estamos acercándonos a la pesadilla que imaginó Orwell: en todas partes parece haber un “Ministerio de la Verdad”, donde los hechos se rectifican diariamente para hacerlos coincidir con las circunstancias que rigen o que interesan en ese momento. Las reclamaciones contra la patética “posverdad” que nos venden, no tienen curso legal y son trivializadas. La propaganda, las “fake news”, la desinformación, el recurso a los “hechos alternativos” o los negocios particulares o empresariales que sostienen las teorías conspirativas, están radicalizando a la sociedad y erosionando y desacreditando las instituciones democráticas. Sólo nos falta un caudillo carismático que prometa “seguridad y claridad” a cambio de dictadura.  Un nuevo orden mundial asoma sus orejas de lobo, retorciendo y relativizando los derechos de casi todos a favor de la minoría de los de siempre.

Los libros recomendados, no sólo muestran el curso de las falsedades y la precariedad de la verdad, tan amenazadas en estos tiempos, sino que nos permitirán comprobar que toda esta situación sobre la falsedad ha existido unida desde los principios de la cultura humana, cuando había que hacer prevalecer los intereses propios contra los hechos, manipulando lo que es verdad para que se ajuste a los deseos y beneficio del interesado. En “Verdad” de T. Phillips, se nos dice “llevamos toda la historia inventando falsedades acerca de los acontecimientos sucedidos en el mundo pero también inventando disparates sobre el propio mundo, ya sea creando montañas imaginarias o países completos ficticios” y nos ha importado un rábano que se presentaran pruebas o hechos que lo desmentían. Los orates que en pleno siglo XXI reivindican una tierra plana, conforman  una prueba de esa curiosa ceguera obcecada e interesada. Como dice este autor: “Quizá la historia de los  errores de la Humanidad sea más valiosa e interesante que la de sus descubrimientos”. Ya que, “si aspiramos a ser más veraces hemos de estudiar más intensamente los inmensos y fértiles campos  del error, con el fin de conocer mejor lo que estamos haciendo mal antes de intentar hacerlo bien. Básicamente, necesitamos convertirnos en estudiosos y críticos de la charlatanería”. La mayor preocupación respecto a las mentiras, no es que la gente se crea las noticias falsas, sino que dejen de creer en las noticias reales y veraces. La gente ya no confía en los expertos porque internet y muchos medios han trivializado los saberes y han creado “expertos” por doquier. Nuestra vida diaria es una batalla permanente contra la desinformación.

Evolutivamente  se ha demostrado que un cerebro más grande implica una mayor mendacidad. Los niños empiezan a decir mentiras a partir de los dos años de edad, no mucho después de aprender a hablar. Y no es difícil creer al estudio psicológico que afirma que cada uno de nosotros miente al menos una vez al día y que, en los diez primeros minutos de conversación cuando conoces a alguien, habrás dicho un promedio de tres mentiras. A menudo no detectas que estás mintiendo ya que lo haces sin ser consciente de ello: y ello lo puedes percibir cuando casualmente hablas acerca de lo que has hecho, de lo que eres capaz de hacer o de tu vida social. Haz la prueba. Te asombrarás. Son pequeñas mentiras sin importancia, casi automatizadas… pero son mentiras. Esto evidentemente no justifica de ninguna manera las denuncias que hacemos contra la desinformación, sino que nos alerta de que la labor empieza por nosotros mismos y que el espíritu crítico es el único instrumento capaz de empezar a frenar esta pandemia de mentiras que nos asola. Para muestra, la guerra de Ucrania: ha sido un polvorín de mezcla de rumores, mitos y propaganda falaz, alimentando mentiras desaforadas e incontrolables. Por los dos lados, para mayor vergüenza de todos.

El siguiente volumen: “Fake News” de Mauro Munafó, incide en la cuestión. Eficazmente ilustrado por los dibujos de Marta Pantaleo, el texto es de una manifiesta claridad. Analiza la actividad de los haters y el ciberacoso, (de tan lamentable actualidad),  y nos aclara un poco qué intereses hay detrás de todo ese mundo líquido. Y, mucho más útil, cómo protegerse de esas trampas permanentes que la Red nos coloca delante de los ojos, a veces de forma seductora y casi siempre mendaz. Se analizan las mentiras que cabalgan por la Red sirviendo a intereses políticos, étnicos  o sobre temas de salud  y todos ellos con tendencia  conspirativa y con el apoyo de una complaciente –y falsa- pseudo ciencia. También se nos advierte sobre la necesidad de “verificar los hechos” y los canales por los que debemos hacerlo, alertando contra la tendencia a aplicar el llamado sesgo de confirmación: aceptamos fácilmente las mentiras que confirman una previa creencia nuestra, por irrazonable que sea.

Un libro que complementa estas reflexiones, desde “dentro” de la complejidad de las redes,  es el de Seth Stephens, “Todo el mundo miente”, donde se nos cuenta como Internet y los “big data” se están convirtiendo en un auténtico manual de nuestras creencias, deseos, temores. Y también de los más escondidos y secretos pensamientos y tendencias, acciones y decisiones de todos y cada uno de los simples usuarios, obsesionados por la conexión permanente a las redes. Conocen nuestros sesgos informativos, y así las empresas punteras nos controlan, utilizan y explotan.

Como dice el autor, en un día promedio en las redes se mueven ocho millones de gigabytes de datos, todos  estructurados por algoritmos cada vez más sutiles y exactos que recaban una información de lo más íntimo de cada uno de los usuarios como jamás en la historia de la Humanidad se había obtenido. ¿Y sabemos qué se hace con esa información privada, quién la controla y sobre todo quién controla a los controladores? 

El filósofo francés Roland Breeur con su “Mentira, impostura, estupidez”, cierra este paseo alarmante por la sociedad de la  “postverdad”  y los “hechos alternativos”.  El expresidente Donald Trump, cada vez que hablaba, soltaba un mínimo de 30 mentiras obvias y demostrables (según un análisis realizado por el Washington Post). Trump podría volver a la Casa Blanca, como Johnson el “brexitmaniaco” al 10 de Downing Street o Bolsonaro el “profeta” brasileño, al poder. Estos son los paradigmas políticos de la nueva sociedad de la posverdad y la falsedad descarada.

Para luchar contra ello, Breeur nos muestra los mecanismos psicológicos que se usan en la mentira y los medios de ocultación y manipulación que se usan de forma casi industrial para desbancar lo verdadero y socavar las certezas. Y así, en el actual reino de la mentira, donde la verdad languidece, se está propiciando una gran amenaza política: “la seña de identidad de los estados totalitarios es el deseo de reescribir la historia, de forma que estas falsedades históricas pueden sonar más convincentes que la realidad, pues confirman lo que queremos creer o ayudan a suprimir cosas que queremos olvidar”. La falsedad globalizada es el fin de la democracia.- ALBERTO DÍAZ RUEDA

FICHAS

VERDAD.- Tom Phillips.-Trad.Pablo Hermida.-267 págs.                                                  Ed. Paidós//FAKE NEWS.-Mauro Munafó.-Ilustraciones Marta Pantaleo.-127 págs. Ed. Laberinto//TODO EL MUNDO MIENTE.-Seth Stephens-Davidowitz.- Trad. Martin Schifino.-287 págs. Ed. Capitán Swing.//MENTIRA, IMPOSTURA, ESTUPIDEZ.- Rolad Breeur.-Tra. José María Cabezas.-109 págs. Ed.Bibliotecanueva

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29 octubre 2022 6 29 /10 /octubre /2022 14:36

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PERIÓDICO "LA COMARCA" 281022

Parece que fue Napoleón quien dijo “Cuando China despierte, el mundo temblará”. Se  necesita un talento premonitorio casi milagroso para profetizar  en aquella época algo tan escasamente probable. Pero ya en el siglo XX era más comprensible que Lenin repitiera el aforismo napoleónico. El ensayista y político gaullista francés Alain Peyrefitte, tituló con esa frase uno de sus libros en los 70 del pasado siglo, después de una visita al país en 1972. En aquellos días se sabía que algo importante iba a pasar en China. Ni idea de lo qué sería, dado el hermetismo del país, pero seguro que sería motivo de preocupación para el mundo.

China ya lleva años despierta, sobre todo económicamente. Son más de 1.300 millones de habitantes bajo la mano férrea del imperturbable Xi Jimping, que acaba de ampliar su tercer mandato en el XX Congreso del PC Chino, no solo fortaleciendo su figura hasta extremos solo comparables a Mao, sino enmendando la Constitución del partido para liderar la cúpula y colocar a sus fieles en los lugares de más responsabilidad y poder. Occidente no parece tener ni idea de lo que China puede hacer y no presta mucha atención a los detalles que logran traspasar la Muralla. Se ha limitado a asegurar sus inversiones en el negocio lucrativo del desarrollo imparable chino en la industria, las manufacturas, el acaparamiento de materias primas, las finanzas y los suministros a los mercados  de todo el mundo. Se ha creado una dependencia de los productos made in China y la deslocalización industrial manufacturera y de materias primas afecta ya al codicioso occidente.

¿Hay un plan de Pekin prodigiosamente activo en el tiempo, desde hace decenios, ambicioso y hegemónico, mantenido a veces a trancas y barrancas y ahora ya a toda máquina  bajo la unánime obediencia del país al nuevo Gran Timonel, inteligente y astuto? De momento Xi Jinping tiene cinco años más de liderato y todo el poder controlado, desde la cúpula del Partido a la Comisión Militar Central. Se ha movido de una manera maquiavélica en estos diez años que lleva como líder, acumulando poder y cargos, manipulando a su favor el personalismo político y sucesorio creado por Mao, vigente hasta ahora. Xi ha creado su propio liderato unipersonal y para consumo y advertencia al mundo, permitió la humillante expulsión del Congreso del ex presidente Hu Jintao, escoltado por conserjes. En China las purgas políticas se hacen en silencio y sin testigos. Pero se atreven incluso a instalar comisarías policiales ilegales y secretas en países democráticos para controlar a posible disidentes que viven en el extranjero. En España hay nueve de éstas. Con el citado incidente interno en el Congreso, frente a las cámaras del mundo, Xi parece advertir “voy a obligar a ciertas potencias a salir de la sala del poder en el mundo. Terminemos con las máscaras de amistad”. Ante esto, ¿Quiénes tienen motivos para temblar? Pues, la verdad, todos. A China no le preocupan demasiado Rusia ni Estados Unidos. Y tampoco Europa, África o Asia.

Pero para analizar lo que supone China para la actual situación geoestratégica y económica del mundo hay que empezar por no confundir la época de Mao con la actual, ni el poder potencial de la China del siglo XX con la supremacía económica del XXI,  ni ceder a la inercia y pereza mental de comparar a Xi con Mao. Aunque lo que Xi busca parece ser muy parecido a lo que ansiaba Mao: aumentar de forma absoluta el control centralizado, para lograr optimizar los recursos humanos y naturales del país sobre las demás naciones, sin problemas de oposición interna, bajo la disciplina única y jerarquizada del Partido. Pero la forma de lograrlo es prácticamente lo contrario de lo que hizo Mao, aunque más parecido al segundo gran líder moderno, Deng Xiaoping, con el cual está más cercano Xi, pero con elementos diferentes. Xi es una combinación de Mao y Deng más eficaz y ajustada a esta época: mantiene al Partido como la viga maestra del poder, el centro neurálgico de la sociedad, la milicia y la economía. No olvidemos que el Ejército del Liberación Popular depende orgánicamente del Partido. Sumen a esto que Xi rechaza todo tipo de revisionismo o crítica interna (recuerden la reciente expulsión  física del expresidente Hu Jintao de la Asamblea) ya que eso es la base de  la legitimidad del Partido: no se puede renegar de la propia historia porque eso podría ser el fin del país, como ha ocurrido en Rusia (con Kruschev, Gorbachov y Yeltsin). Y como colofón, Xi remite incesantemente al pasado glorioso de China, antes de la colonización occidental. Quieren que renazca el ancestral Imperio autónomo, temido y respetado.

Xi Jinping es un líder paciente y un buen estratega, no tiene ningún tipo de miramientos y siempre barre para casa, una casa que tiene bien controlada. Como dice el ancestral libro sagrado del taoísmo “Un buen cerrajero no necesita cerraduras/y nadie puede abrir lo que él cerró/ quien ata bien no utiliza cuerdas ni nudos/ y nadie puede desatar lo que él ató”. Xi está lejos del Mao, capaz de dejar morir de hambre a 45 millones de personas en un bárbaro y demencial “Gran Salto Adelante” (de 1958 a 1962: por un ridículo gesto de  desafío al crecimiento ruso) o de la Revolución Cultural (otro error maoísta que estuvo a punto de terminar con la tradicional pasividad de la población china ante el poder). Xi Jinping es un implacable gestor que domina con guante de hierro su enorme país, revestido con el guante de seda de la prosperidad económica y el orgullo de volver a ser un gran país en el mundo. Xi no es un revolucionario comunista como Mao. Carece de ideología o la subordina a los objetivos económicos y al poder. Es un político pragmático que aplica fórmulas occidentales, tipo Thatcher o Reagan, para vencer a occidente en su propia salsa, el capitalismo neoliberal, pero sin el obstáculo interno de la democracia. Además, en la actualidad, no hay enfrentamiento en el mundo entre dos ideologías y formas de vida opuestas; son dos formas de capitalismo, en el fondo no tan distintas, aunque en la superficie lo parezca. Ambas buscan objetivos semejantes.

 

El mensaje de Xi ha sido muy claro en el Congreso: “en décadas anteriores –la época de Hu- se han ignorado las leyes y se han permitido patrones de conducta erróneos como el culto al dinero, el egocentrismo, el hedonismo y el nihilismo”. Aviso de navegantes para los funcionarios “no tengan la tentación, la audacia o la oportunidad de volverse corruptos”, cosa que ya se está controlando desde la llegada al poder de Xi en 2012 con la temida Comisión Central de Disciplina que ha abierto más de 4,6 millones de expedientes de casos de corrupción, entre ellos el ex ministro de Seguridad Pública, Zhou Yongkang, condenado a prisión perpetua.

¿Qué criterio analítico hay que seguir? ¿El “Pensamiento Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era”, que es el ampuloso título del nuevo “Libro Rojo” de un líder chino? No. Hay que observar lo que hace el camarada Xi Jinping, más que lo que dice. Por ejemplo, eliminar el límite constitucional de dos mandatos en la Jefatura del estado. Xi tiene vocación de eternidad y el poder para acallar cualquier oposición o resistencia. El Politburó y el Comité Permanente – los seis hombres más poderosos con Xi al frente- están unidos al nuevo Gran Timonel. Ni una sola mujer en los círculos más altos del poder.

Una frase de Xi en el discurso de cierre del Congreso disuadiendo “a los separatistas que buscan la independencia de Taiwán” nos puede alertar sobre movimientos futuros. Las directrices del camino que va a seguir China están marcadas cuidadosamente hasta 2049 en que se celebrará el centenario de la República Popular. Pero no se ha filtrado ni una sola línea de tales directrices. En principio lo único que sabemos es que los Siete Grandes Dirigentes, presentados al mundo el pasado domingo,  seguirán celosamente la trayectoria política marcada para los próximos cinco años. No hay previstos “posibles sucesores” como se acostumbraba en otros tiempos. Ahora podría ser un puesto peligroso. Y más  teniendo en cuenta que Xi ha alertado de un próximo periodo “convulso” para el que el país debe prepararse. Quizá se refería a Taiwan, o lo que es más preocupante, al papel de Estados Unidos en la cuestión. Ni Hong Kong ni Taiwan deberían ser un problema: su estatuto de autonomía va creciendo y Pekin lo acepta. Pero sin provocaciones, como la visita de la Pelosi en agosto. Otra vez es Washington, “el amigo americano”, el que puede causar el estropicio.

¿Quiénes son los “Siete magníficos” además de Xi? El número dos es Li Qiang, secretario del PC de Shanghai, que será primer ministro tras sustituir al actual, Li Keqiang, en marzo próximo, en  la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular. Y ello a pesar de su mala gestión de la Covid, puesto que lo que le premia Xi es su dureza. Zhao Leji, el tercero, fue responsable de la Comisión Disciplinaria (ha eliminado a numerosos rivales de Xi). El cuarto es Wang Huning, ideólogo del régimen. El quinto es Cai Qi, secretario del Partido en Pekín. El siguiente es Ding Xuexiang,  jefe de Gabinete de Xi. Y el último Li Xi, secretario del Partido en Cantón y amigo personal de Xi, se ocupará ahora de la Comisión Disciplinaria, azote de cualquier oposición interna.

Estos hombres son los encargados de llevar a China a ser la primera potencia internacional del segundo tercio del siglo XXI. Gracias a un éxito económico sin precedentes –ahora muy dañado por la Covid y  la crisis inmobiliaria- para un país donde la disciplina más rotunda y unánime en todos los ámbitos, por encima de todo tipo de libertad y de derechos humanos, constituye la marca diferencial respecto a cualquier otro país, incluidos países autoritarios y filo fascistas como Rusia, Brasil, India, Turquía (o los EE.UU. de Trump) y algunos otros.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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