Un Paul Auster de nuevo en todo su esplendor. Tras las debilidades y sutilezas de las últimas obras, el autor norteamericano vuelve al reducto donde consigue reflejar todo su encanto como escritor y ser humano, la autobiografía. Como Miller, Auster brilla considerablemente más cuando fabula -o no, nunca lo sabremos-- en torno a sí mismo. Hemingway, Henry Miller, Proust o Roth nunca son nunca tan interesantes como cuando escriben de y sobre ellos mismos.
En "Diario de invierno" Auster nos cuenta algo de sí mismo que ya habíamos percibido tras la vieja lectura de su "A salto de mata" (la publicó en el 97) o "La invención de la soledad" (las relaciones con su padre) 1982, su vida es una continua y permanente batalla en la que hay unas constantes decisivas, su relación con el dinero como elemento que le permite dedicarse a escribir y a vivir con ciertas comodidades, su relación con su propio cuerpo establecida en términos jocosos pero con contenidos preocupantes en forma de enfermedades y/o accidentes y sus relaciones familiares, incluidos su tierno amor y admiración hacia su bella esposa Sirin y los traumáticos amores hacia sus padres.
En "Diario de invierno" nos hace partícipes de su propia historia interior --hasta el límite y el nivel que él considera oportunos, claro está-- y lo hace con su mejor prosa, su humor incombustible y su ironía combativa. Ya en la primera página escribe: "Habla ya antes de que sea demasiado tarde y confía luego en seguir hablando hasta que no haya más que decir. Después de todo se acaba el tiempo. Quizá ses mejor que de momento dejes tus historias a un lado y trates de indagar lo que ha sido vivir en el interior de tu cuerpo...una fenomenología de la respiración". Y aquí introduce Auster un nuevo elemento en su plantel de motivaciones literarias: la conciencia del paso del tiempo, la percepción angustiada de su edad (65 años) y de la continua caida de granos de arena en la clepsidra de su vida. ¿Cuánto tiempo me queda? Y entonces se sienta ante su máquina de escribir y escribe mientras furma sus "Camel", uno tras otro.
En "Diario de invierno" asistimos al accidente de automóvil que en 2002 estuvo a punto de costarle la vida, junto a su esposa, su hija y su perro. En ese año ha enterrado a su madre, ha tenido percances serios con su salud y comprueba horrorizado que su cuerpo ya no tiene la resistencia y el vigor de unos pocos años antes. "¿Cuantas mañanas me quedan?" se dice tras un divertidísimo conteo de las actividades más comunes que ha repetido durante años. Eso es "Diario de invierno", la contabilidad desternillante de un hombre que repasa su vida y trata de imaginar, es imposible saberlo, el numero de veces que ha hecho actividades personales, como si ese debe y ese haber de detalles irrelevantes como cepillarse los dientes, ducharse o hacer el amor, le dieran la constatación de que su vida ha valido la pena.
En "A salto de mata" es un hombre aún relativamente joven el que recuerda sus comienzos de escritor, su enorme fe en el arte de contar historias, sus dudas, sus errores y el principio de su carrera. Ahora en este libro, su mediada sesentena le hace rebobinar y plantearse la panorámica general de su vida, desde su azarosa vida sexual hasta sus tres matrimonios, dos fallidos y uno, el actual, longevo y feliz, los lugares unidos a su existencia, las casas y pisos habitados, sus charlas con su esposa, Siri, los libros que escriben cada uno, su manera de planificar la vida hogareña... todo esto se desprende, sin orden ni concierto, también a salto de mata, según su inspiración o los motivos o hechos que la mueven, en un texto nostálgico, valiente, creo que bastante sincero, lleno de humor y de condescendencia, el retrato del hombre que fue, narrado y descrito, sin acritud pero sin complacencia, por el hombre que es. Hay párrafos en los que esa acritud se vuelve bastante má dura, nos deja entrever un fondo de amargura, de rencor contra una vida que no siempre ha estado a la altura de lo que deseaba y un rechazo vehemente de "los problemas" que su organismo ha ido dándole en los momentos más inesperados.
El libro deja un regusto agrio a pesar de sus pinceladas de humor y ese detallismo original de Auster que saca punta a todo con una agilidad mental no exenta de cierta infantil ingenuidad, como cuando rememorando la inesperada muerte de su padre (hace mas de treinta años, lo sigue teniendo muy presente) escribe "cuando asumiste el hecho de su inesperada y subita muerte, te quedaste con una sensación de asunto inacabado, la hueca frustración de palabras no dichas, de oportunidades perdidas para siempre". (pág, 37) Y quizá sea eso lo que mueve al Auster actual a escribir esta especie de memorial testamentario, no dejarse pensamientos, palabras y vivencias en el gris purgatorio del olvido. Como escritor de raza que es, exige un reflejo literario de ello...quizá para vivir lo más posible en la memoria de los libros, quizá para sobrevivir a ese hombre de 65 años, "precario y dolido...que lleva una herida en su interior desde el principio...¿por qué sino, te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?" (pág. 21). Ya que está "siempre perdido, equivocándote siempre de dirección al tomar un camino, siempre sin llegar a parte alguna" (pag.64).
Es obvio que Auster al menos no se equivocó en una dirección: la de escribir. Y también lo es que ha llegado más o menos feliz y entero a una parte concreta: a sus 65 años, con todos los achaques que no ha podido evitar, fumando sus puritos y cigarrillos o bebiendo un buen vino de vez en cuando. Y con un nuevo libro en los anaqueles de éxitos de las librerías de medio mundo. Bueno...no está mal.
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