Siguiendo las huellas del gran Epicuro, el antropólogo Santiago Beruete establece el jardín como pretexto para filosofar. El griego proclamaba a su comunidad fraternal del Jardín una ascesis rigurosa y una ética exigente. Beruete está más cerca del Thoreau del Walden con su vertiente sociológica, pero en todo momento nos acaba sugiriendo la vida buena epicúrea, la busca de la felicidad y la tendencia sana hacia lo placentero. Incluso nos cita el proverbio chino, ligeramente cínico, que te recomienda: "Si quieres ser feliz una hora, bebe un vaso de vino; si quieres serlo un día, cásate; si quieres que sea para toda la vida, hazte jardinero". Y es que el jardín es el paradigma del espacio utópico, el lugar donde se domestica a la Naturaleza en nombre de la estética y del placer sereno de conjugar la visión bella con el olor agradable y el silencio sólo aliñado con el piar de los pájaros y el zumbido de los insectos.
En ese espacio utópico todo invita al recogimiento, al moroso entrar en la paz que se esconde en el fondo de la mente, en la reflexión y el florecimiento del pensamiento filosófico que persigue el bienestar profundo por encima de riquezas o poder. Pero también se convierte en una escuela de paciencia y humildad, de observación y perseverancia, laboriosidad y capacidad de relajamiento, generosidad y otras virtudes asociadas al ejercicio de la jardinería, al cuidado de plantas y flores y a una cierta comunión con la meteorología, ese mirar hacia el cielo que es gesto automático en la gente del campo y en los cultivadores de jardines. El libro de Beruete hace un erudito recorrido por la existencia de los jardines desde su aparición "en el creciente fértil de las tierras de aluvión de los grandes ríos creadores: Tigris, Éufrates y Nilo", pasando por las culturas griega y romana, el enclaustramiento de la Edad Media y las aperturas del Renacimiento y la Ilustración, hasta nuestros días.
Hace falta conocer la filosofía cartesiana para entender la simetría artificiosa de Versalles y a Francis Bacon para ver la afición británica hacia lo natural y aparentemente espontáneo o el pragmatismo utilitarista de los huertos concienzudamente cultivados en pequeños espacios de las casas unifamiliares de la clase media inglesa; o a Rumi, Lao Tse, los maestros japoneses del arte del bonsái o el ikebana o Rabinadrath Tagore para situar en su contexto los vergeles orientales.
Beruete filosofa sobre la interacción entre el jardín y el jardinero, la planta y el ser humano y acaba sugiriendo que hay un proceso de complementación entre ambos, algo que obliga a las dos partes en cualquier momento del proceso, a veces " a favor" del jardinero y a veces de las plantas o el terreno o el clima. También se habla de la "mala conciencia" naturalista de la actual sociedad capitalista que trata de "compensar" su escasa sensibilidad hacia la Naturaleza con la creación abundante de "espacios naturales" domesticados y convenientemente diseñados para dar al ciudadano la idea de una Naturaleza que, por otro lado, están destrozando. Y es que no se debe olvidar un aserto inconmovible a través de los tiempos: "La única manera de controlar la Naturaleza es obedeciéndola". Y para ello debes conocer el código, el "lenguaje" de plantas y flores. En una palabra: para mantener un jardín y no sólo disfrutarlo tienes que saber de jardinería y involucrarte en el toma y daca que supone esa relación. Y si no estamos preparados para ello (¿para cuándo una educación en la que se estudien asignaturas de relación práctica con la Naturaleza, desde el jardín al bosque, desde el huerto a los montes, desde las fuentes al océano?) terminaremos causando el fin del jardín o el huerto.
Debemos ser conscientes de las implicaciones sociales y ecológicas de nuestras actividades en el medio natural. Y al mismo tiempo valorar los efectos beneficiosos para el hombre y su salud del contacto y el trabajo en lo natural. A condición de que establezcamos el respeto como norma y el aprendizaje como método para gozar de lo natural. No se trata de domesticar, imponer, sino de "crecer y florecer juntos", cada cual a su manera.
Beruete analiza la dimensión ética, social y política que tienen los espacios verdes para el ciudadano del siglo XXI, en el que el ansia y la codicia depredadora del ser humano y su sociedad post capitalista está tocando techo en su relación con la Naturaleza. Su libro es una proposición fresca y sugestiva de la necesidad de un cambio en la sensibilidad, percepción y comportamiento del ser humano frente a la Naturaleza, empezando por lo más cercano, nuestros jardines.
El libro, de una erudición nada incómoda se complementa con un "Glosario" de términos empleados, entre el tecnicismo y la curiosidad histórica, un listado de "dramatis personae" dando historia biográfica de las personajes y personalidades que se citan, una voluminosa bibliografía y el cuerpo, no exagerado, de notas a pie de página ampliando las citas. Excelente libro para enriquecer cualquier biblioteca.
FICHA
Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines. Santiago Beruete. Turner. Madrid, 2016. 536 páginas. 29 euros.