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16 junio 2017 5 16 /06 /junio /2017 08:55

Cuando aún eran bebés en sus cunas, los que más tarde serían escritores británicos de familia burguesa, y no digamos de la clase alta, en general solían recibir mezclados con la leche materna fragmentos del Gran Bardo  que las mamás y los papás de aquellos niños solían recitarles de memoria, más o menos desde el siglo XIX cuando, gracias al romanticismo, la fama y el prestigio de Shakespeare --superando la fama teatral en el XVI y el relativismo del XVII y XVIII- comenzó a pasearse por toda la sociedad inglesa desde algunas, pocas, chozas o granjas, a bastantes mansiones o palacios.

Pues bien está muy claro que Ian McEwan es uno de esos bebés. Shakespeare suele ser citado directa o indirectamente por McEwan en sus novelas, pero en este su último libro el escritor coge un fragmento de "Hamlet" en el que el príncipe caviloso menciona una metáfora brillante: el útero femenino es como una nuez que guarda en el interior, rodeado por la cáscara, el fruto, su bebé: "Oh, Dios, podría estar encerrado en la cáscara de una nuez y sentirme rey del infinito espacio...de no ser porque tengo malos sueños"

Con increíble osadía  McEwan crea su historia a partir de la metáfora y convierte en narrador a un bebé que ya sabe que su joven mamá es una adúltera y abomina de los actos sexuales que se ve obligado a vivir desde lugar tan cercano y del fornicador que está humillando a su padre protegido por su falsedad y villanía. Es imposible escapar del humor sesgado, irónico y a veces cruel que la historia permite y McEwan no sólo no lo hace sino que crea páginas de un sarcasmo y una mordacidad brillantes. Ese feto es un hijo no deseado que lee a Joyce, descubre el adulterio de su indiferente madre Trudy, lamenta la debilidad de su padre John y aborrece la vulgar banalidad de su tío Claude en una narración memorable llena de críticas repartidas como sartenazos contra una sociedad y una cultura capaces de engendrar tales carencias de la más simples  inteligencia o moralidad.

Ya desde la primera página este novelista sagaz y bastante osado despierta a gritos al lector: "Asi que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer. Aguardo con los brazos pacientemente cruzados, aguanto y me pregunto dentro de quién estoy, qué hago aquí...mis pensamientos al igual que mi cabeza están muy ocupados...Escucho, tomo  notas mentalmente y estoy preocupado. Oigo conversaciones intimas sobre un designio mortífero...porque están planeando un acto atroz" . En unas pocas páginas el autor ha logrado vencer la irrealidad de la propuesta y atendemos entre divertidos y conmovidos o irritados el monólogo de un bebé que asiste al drama criminal que han puesto en marcha su madre y el hermano de su padre ("un patán de pocas luces"), al que dedica una invectiva humorística aunque patética: "No todo el mundo sabe lo que es tener a unos centímetros de la nariz el pene del rival de su padre". La víctima, es un poeta editor, un hombre grande de corazón blando que es engañado por su propio amor desesperado a su mujer.

Elegancia narrativa, humor en las metáforas y en las imágenes, un estilo contundente y austero que sabe remansarse y volverse vitriólico en la mirada crítica del feto narrador que analiza con rigor de cirujano los sentimientos abyectos y las emociones patéticas de tres personas adultas sometidas a su escrutinio, entre copas de vino exquisito saboreadas por delegación con la cultura y sensibilidad de un somelier nonato. Todo ello se convierte en una lectura tan divertida como inteligente, tan sarcástica como conmovedora y al mismo tiempo un discurso que reprueba y tritura la catadura moral de la sociedad occidental actual. Eso sin olvidar la amena e informativa forma de contarnos científicamente los más pequeños detalles médicos y orgánicos de la relación feto-madre, de la genética y el parentesco, hasta del "yo" como entidad orgánico-psíquica que logran hacer "verosímil" el principio básico argumental de la novela: el feto narrador desde el vientre de su madre.

Buena novela con un sorprendente final que no desvelo (aunque me ha sorprendido la impertinencia de cierto detalle gore y fantasmal, que dejo a juicio del lector). A cambio les doy un dato curioso: Ese argumento básico de la novela de McEwan, es original aunque no es la primera vez que se utiliza en la historia de la literatura. Recordemos que en el Mahabhrata,  el príncipe Abhimanyu oye desde el vientre de su madre una conversación importante de su padre Arjuna con ella, que será vital para el futuro del príncipe.

FICHA

Cáscara de nuez. Ian McEwan. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama, 2017. 217 páginas. 18,90 euros

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13 junio 2017 2 13 /06 /junio /2017 09:50
 

Siguiendo las huellas del gran Epicuro, el antropólogo Santiago Beruete establece el jardín como pretexto para filosofar. El griego proclamaba a su comunidad fraternal del Jardín una ascesis rigurosa y una ética exigente.  Beruete está más cerca del Thoreau del Walden con su vertiente sociológica, pero en todo momento nos acaba sugiriendo la vida buena epicúrea, la busca de la felicidad y la tendencia sana hacia lo placentero. Incluso nos cita el proverbio chino, ligeramente cínico, que te recomienda: "Si quieres ser feliz una hora, bebe un vaso de vino; si quieres serlo un día, cásate; si quieres que sea para toda la vida, hazte jardinero". Y es que el jardín es el paradigma del espacio utópico, el lugar donde se domestica a la Naturaleza en nombre de la estética y del placer sereno de conjugar la visión bella con el olor agradable y el silencio sólo aliñado con el piar de los pájaros y el zumbido de los insectos.

En ese espacio utópico todo invita al recogimiento, al moroso entrar en la paz que se esconde en el fondo de la mente, en la reflexión y el florecimiento del pensamiento filosófico que persigue el bienestar profundo por encima de riquezas o poder. Pero también se convierte en una escuela de paciencia y humildad, de observación y perseverancia, laboriosidad y capacidad de relajamiento, generosidad y otras virtudes asociadas al ejercicio de la jardinería, al cuidado de plantas y flores y a una cierta comunión con la meteorología, ese mirar hacia el cielo que es gesto automático en la gente del campo y en los cultivadores de jardines. El libro de Beruete hace un erudito recorrido por la existencia de los jardines desde su aparición "en el creciente fértil de las tierras de aluvión de los grandes ríos creadores: Tigris, Éufrates y Nilo", pasando por las culturas griega y romana, el enclaustramiento de la Edad Media y las aperturas del Renacimiento y la Ilustración, hasta nuestros días.

Hace falta conocer la filosofía cartesiana para entender la simetría artificiosa de Versalles y a Francis Bacon para ver la afición británica hacia lo natural y aparentemente espontáneo o el pragmatismo utilitarista  de los huertos concienzudamente cultivados en pequeños espacios de las casas unifamiliares de la clase media inglesa; o a Rumi, Lao Tse, los maestros japoneses del arte del bonsái o el ikebana o  Rabinadrath Tagore para situar en su contexto los vergeles orientales.

Beruete filosofa sobre la interacción entre el jardín y el jardinero, la planta y el ser humano y acaba sugiriendo que hay un proceso de complementación entre ambos, algo que obliga a las dos partes en cualquier momento del proceso, a veces " a favor" del jardinero y a veces de las plantas o el terreno o el clima. También se habla de la "mala conciencia" naturalista de la actual sociedad capitalista que trata de "compensar" su escasa sensibilidad hacia la Naturaleza con la creación abundante de "espacios naturales" domesticados y convenientemente diseñados para dar al ciudadano la idea de una Naturaleza que, por otro lado, están destrozando. Y es que no se debe olvidar un aserto inconmovible a través de los tiempos: "La única manera de controlar la Naturaleza es obedeciéndola". Y para ello debes conocer el código, el "lenguaje" de plantas y flores. En una palabra: para mantener un jardín y no sólo disfrutarlo tienes que saber de jardinería y involucrarte en el toma y daca que supone esa relación. Y si no estamos preparados para ello (¿para cuándo una educación en la que se estudien asignaturas de relación práctica con la Naturaleza, desde el jardín al bosque, desde el huerto a los montes, desde las fuentes al océano?) terminaremos causando el fin del jardín o el huerto.

Debemos ser conscientes de las implicaciones sociales y ecológicas de nuestras actividades en el medio natural. Y al mismo tiempo valorar los efectos beneficiosos para el hombre y su salud del contacto y el trabajo en lo natural. A condición de que establezcamos el respeto como norma y el aprendizaje como método para gozar de lo natural.  No se trata de domesticar, imponer, sino de "crecer y florecer juntos", cada cual a su manera.

Beruete analiza la dimensión ética, social y política que tienen los espacios verdes para el ciudadano del siglo XXI, en el que el ansia y la codicia depredadora del ser humano y su sociedad post capitalista está tocando techo en su relación con la Naturaleza. Su libro es una proposición fresca y sugestiva de la necesidad de un cambio en la sensibilidad, percepción y comportamiento del ser humano frente a la Naturaleza, empezando por lo más cercano, nuestros jardines.

El libro, de una erudición nada incómoda se complementa con un "Glosario" de términos  empleados, entre el tecnicismo y la curiosidad histórica, un listado de "dramatis personae" dando historia biográfica de las personajes y personalidades que se citan, una voluminosa bibliografía y el cuerpo, no exagerado, de notas a pie de página ampliando las citas. Excelente libro para enriquecer cualquier biblioteca.

FICHA

Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines. Santiago Beruete. Turner. Madrid, 2016. 536 páginas. 29 euros.

 

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10 junio 2017 6 10 /06 /junio /2017 14:39

 Empecemos de forma contundente: este es un magnífico libro. Soberbia idea la del periodista leonés Emilio Gancedo que con apenas cuarenta años se ha puesto las botas de caminar y ha afinado su perspicacia y empatía para recorrer el país recabando testimonios históricos relativamente recientes de la vida que llevaron personas en su juventud, hoy ancianos, la mayoría habitantes del olvidado y menospreciado mundo rural, sobre todo cuando realmente lo estaba, a principios y mediados del pasado siglo. En la actualidad la cosa está tomando un sesgo diferente debido a la aparición de cierta conciencia ecológica y el aprecio a formas de vida más naturales y plácidas que las habituales en la vida urbana de ciudades grandes y megalópolis.

Durante los meses de febrero a abril de 2013, Gancedo "emprendió una expedición  hacia delante en el espacio y hacia atrás en la memoria que acabó llevándolo por todo el país en busca de las huellas de la vida y los paisajes del recuerdo, esos que se van evaporando como niebla al sol, de manera imperceptible pero imparable...(para) rescatar y exponer...existencias veteranas que hablasen con el más claro de los idiomas...nombres encallecidos y fibrosos...avecindados por todo el territorio... (pues) desde el tramo final de sus vidas, estas gentes hacen historia de sus propias historias".

Y bien que ha cumplido su cometido Emilio Gancedo, con un estilo literario sembrado de localismos, de hablares populares, de idiomas fraternos, de una rara poesía terrenal, de un ingenio y una fuerza patética y conmovedora que convierte a casi todas las entrevistas en un formidable retablo popular lleno de dolor, sufrimiento, alegría de vivir pese a todo, un sentido del humor extraordinariamente sagaz y deliciosamente  irónico y una sabiduría pragmática y sencilla que hace renacer a Séneca, Epicuro o Sócrates con boina y pantalón de pana o vestido negro remendado aunque limpio.

Extremeños, gallegos, aragoneses, navarros, catalanes, castellanos, historias al por menor con gentes, personas, de sorprendente calidad humana, un frente tormentoso de antiguas miserias y crueldades, narradas con un lenguaje vivo, palpitante, formidable en su sencillez y su propiedad, personajes dignos, humildes y socarrones o ingenuos, valerosos...el escenario donde se pronuncian esas palabras mayores de personas mayores deja un regusto amargo pero vivificante, todo el genio de la Hispania de siempre tan alejada del pastiche de cartón piedra y tecnología punta en la que la hemos convertido.

Dice el autor en alguna parte que su libro "es un viaje hacia el sentido común, la sabiduría y la memoria de unas generaciones irrepetibles". A fe que es mucho más que eso, aun siendo eso, mucho y muy valioso. Es un motivo de reflexión, es un dictamen libre de retórica sobre algo que nos importa mucho conservar a los de aquí y a los de ahora: una filosofía de vida basada en la dignidad, la sencillez y el decoro, el trabajo y la fidelidad a ciertos principios éticos que no demonizan a nadie y que buscan concordia y mutuo respeto.

Este es un libro que debería leerse en las escuelas y analizarse en la Universidad.¡¡ Pero no caerá esa breva!! Por de pronto, felicidades amigo, permíteme llamarte así, por haberlo escrito y trabajado. Y para todos, copio: "El autor ha abierto una página web, libropalabrasmayores.com con toda la información sobre el libro, fotografías de 22 personas entrevistadas por todo el país, mapa y fragmentos escogidos de las entrevistas".

FICHA

PALABRAS MAYORES.-UN VIAJE POR LA MEMORIA RURAL.- Emilio Gancedo.- Pepitas de calabaza.- 22 euros. ISBN: 9788415862376

 

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8 junio 2017 4 08 /06 /junio /2017 09:23

Woody Allen decía de Sócrates que "tenía la costumbre de cepillarse a jóvenes griegos", "resumiendo" de esta manera cómica y atrabiliaria su aparente conocimiento de la figura de Sócrates. Pero sabemos a Allen vendería su alma por un buen chiste. El profesor Juan Antonio Rivera nos ofrece un divertido -y pedagógico- libro sobre lo que Sócrates podría contestar a Allen, aunque en realidad sólo habla del irreverente cineasta neoyorquino a propósito de "Hanna y sus hermanas" y "La rosa púrpura de El Cairo". El título del libro es un "McGuffin" o pretexto llamativo para hablar de otras cosas. El resto del libro es un gozoso viaje a través de la filosofía tomando como pretexto el cine, diversas películas, grandes filmes, que justifican por algún motivo el planteamiento de temas filosóficos. Así:

Para ilustrar que la voluntad no puede ser el motor para conseguir un tipo de bienes como la felicidad, la serenidad, la inteligencia, la astucia y muchos otros, usa películas como "El coleccionista", la citada "Hanna y sus hermanas" o "Ciudadano Kane"; cómo se crean fobias, "La Naranja mecánica"; el aburrimiento y la maldad, "Calle Mayor"; cómo combatir la fakta de voluntad, "El hombre del brazo de oro"; la preferncia ética por vivir en un mundo real, "Matrix" o "El show de Truman"; la decisión vital, "Qué bello es vivir", etc.

Desde el éxito planetario de Jostein Gaarder El mundo de Sofía, (de 1994, digamos una obviedad: "parece que fue ayer", y el Más Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff (este del 2000) a los que hay que unir los éxitos de la cantera nacional, Savater, Marina y otros muchos, entre ellos el benemérito autor del libro que comentamos, la filosofía se ha convertido en un artículo con vocación de uso y continuidad (mientras en los institutos y la Universidad, languidece como asignatura). En realidad la fiebre de los libros de autoayuda se han alimentado más o menos subrepticiamente de la filosofía de todos los tiempos, aunque en realidad caen en el oxímoron que denunciaba en el siglo XIX el economista y filósofo inglés John Stuart Mill: "...la felicidad es la prueba de todas las reglas de conducta  y el fin que se persigue en la vida...pero este fin solo puede lograrse no haciendo de él la meta directa. Solo son felices los que tiene la mente fijada en algún objeto que no sea su propia felicidad".

Dividido en dos "bobinas", intituladas "Cuestiones psicológicas" y "Cuestiones éticas", Rivera nos hace pasar momentos muy divertidas con su afinado análisis de las películas y el sagaz engarce que hace con las escenas o los personajes o la trama con el motivo filosófico que le parece más adecuado.

Acaba el libro, con avispado ingenio, con las últimas escenas de Casablanca. Desde los personajes de Ilsa Laszlo (Ingrid Bergman), Rick Blane (Humphrey Bogart) y Victor Laszlo (Paul Henreid) Rivera nos habla de enamoramiento y del amor, usando las teorías de Stendhal.

Relacionar el cine con la filosofía es un acierto de Rivera, aparecido (2003) más o menos al mismo tiempo que un libro inglés de Gregory Bassaman y Eric Bronson sobre "El señor de los Anillos y la Filosofía" . Y aunque nos parezcan (ambos) intentos un poco forzados, lo importante es la "dignificación intelectual" que el cine recibe de la filosofía y el enriquecimiento de viejas películas con ese aporte de la inteligencia.

Recupero para ustedes una deliciosa lista de frases de Allen con "sabor filosófico": 
“¿Podemos en realidad ‘conocer’ el universo? ¡No perderse en Chinatown ya es bastante difícil!”
“El universo consiste en una sustancia a la que llamamos átomo o mónada. Demócrito la denominó átomo. Leibniz la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida”.
“Es imposible vivir la propia muerte con objetividad y, además, cantar una canción”.
“La nada eterna está muy bien si vas vestido para la ocasión”.
“¡Ojalá viviera Dionisios! ¿Dónde comería?”



FICHA

LO QUE SÓCRATES DIRÍA A WOODY ALLEN.- Juan Antonio Rivera.- Ed. Espasa.-Booket.- ISBN 9788567037722
         

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6 junio 2017 2 06 /06 /junio /2017 08:28

Amor a los libros. Esa pasión inevitable, absorbente y embrujadora  que suele durar tanto como la existencia del sujeto contagiado. Porque la lectura es un virus contagioso. No se nace amando los libros, aunque sí con una cierta tendencia que lo facilita. Félix de Azúa es uno de los compañeros vitalicios del selecto Club de los adictos a la lectura.

En este libro, que complementa las "Lecturas compulsivas" del autor publicado en 1998, se recopilan en cuatro apartados temáticos: poesía, bajo el título de "El fuego celeste", novela, cuentos, memorias, en "El mundo desencantado"; ensayos en "La era de la teoría" y por último en "La lectura hoy", temas relacionados con la existencia de los libros y el discurso de ingreso en la RAE del autor.

Particularmente me he sentido atraído por los dos apartados centrales  y especialmente por los trabajos dedicados a Proust (la relación de la obra y la vida del autor con el tiempo es particularmente brillante), a Hemingway, McEwan y Pron, así como respecto a los ensayos los de Montaigne, Jünger, Orwell, Trías, Savater y Unamuno. La lectura que hace Azúa de estos autores tienen su "sombra" o reflejo en otras obras del autor como "Autobiografía sin vida" y "Autobiografía de papel".

Se trata de artículos publicados en periódicos y revistas, conferencias, prólogos a otros libros y algún material que no había sido publicado con anterioridad. Ello redunda en una cierta falta de uniformidad de estilo e incluso de profundidad analítica, que el autor compensa con su facilidad para encontrar engarces de ideas y sugerencias inteligentes a obras y autores de los que parece no se puede decir nada nuevo.

Reconozco haber leído este libro con una predisposición favorable, ganado entre otras cosas por una frase que Azúa redacta en su prólogo: "He vivido siempre entre libros, con libros, ante libros, contra libros, rodeado de libros, enterrado en libros", recorrido vital circunstancial que reconozco como propio y sometido a la misma fascinación que él por el lenguaje, esa "potencia exclusiva del  humano o su exclusiva cárcel" y la afición a "infectar" a los demás con "esa enfermedad tan a contracorriente, tan rebelde, tan intempestiva, como es la lectura".

Quizá el mensaje de este libro estriba en el deseo del autor de "enseñar" a leer, de sugerir una disciplina casi espiritual, una especie de zen de la lectura, inmersión a fondo en el libro, buscando su raíz, sintiéndolo "desde dentro" y en el centro de una percepción despierta y alerta. Y no leer cualquier cosa sino ofrecer una especie de "farmacopea", de remedios librescos para enseñar a ejercer esa atención. Más que decirnos qué leer, Azúa nos dice cómo leer, con el corazón abierto, de mente a mente, del lector al autor. Y, eso sí, que no falte una buena ración de clásicos, antiguos o modernos. Hacer nuevos compañeros de viaje.

 

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4 junio 2017 7 04 /06 /junio /2017 11:59

Josep Conrad tenía ese aspecto de caballero de aspecto cansado,  que podría pasar quizá por inglés, por el bombin, irremediablemente centroeuropeo por la tristeza del rostro trabajado, la contundencia de las arrugas, el ligero descuido de una barba que un lord seguramente no se permitiría, el ajado abrigo en el que se permite la travesura delicada de un pañuelo blanco, traicionada la posible elegancia por la corbata mal anudada sobre el cuello duro y, sobre todo, la tristeza de la mirada, quizá acomplejada por lo terrestre en un ser que amó y vivió el mar y los océanos de una forma tan sólo equiparable a un Homero, a un Stevenson o a un Melville. Demasiado humano para ser un capitán Acab a la busca de la ballena blanca, pero si muy cercano al retrato vencido de un ya viejo protagonista del viaje al corazón de las tinieblas en busca y posterior asesinato del caótico Kurtz. Quizá como suele suceder en algunos escritores, Conrad se trasmutó en ese personaje suyo y se ha ido convirtiendo con los años y los sufrimientos en otro Kurtz que musita "el horror, el horror" como testigo del convulso tiempo que le tocó vivir, en una Europa devastada por la I Guerra Mundial, cuando aún se creía que la humanidad no llegaría más allá en el horror (cosa que como sabemos dejó pronto de ser así, y el resto del siglo XX fue una orgía de sangre inocente derramada y destrucción).

Conrad nació en Berdyczow, población de la actual Ucrania (antes Polonia), el 3 de diciembre de 1857 y murió en Bishopsbourne, Inglaterra, el 3 de agosto de 1924, a las 66 años de edad. En la foto, su rostro avejentado nos habla sobre todo de inteligencia, la triste lucidez de un escritor que amaba al ser humano a pesar de saber perfectamente que como dijo Jonathan Swift, el de Gulliver, "pertenece al género de los bichos más dañinos de todos los que existen en el planeta tierra". En sus novelas, principalmente en "El negro del Narciso", "El corazón de las tinieblas", "Lord Jim"  "Tifón", "Nostromo", "La línea de sombra", "El pirata" o "El espejo del mar", ese amor y fascinación respetuosa por el mar alcanzan cotas de eficacia literaria y lirismo rara vez logrados con la excepción de los autores antes mencionados.

Pero lo que trae a Conrad a estas páginas no es sólo la admiración por el novelista que nos fascina con su estilo y su temática y sus personajes de una pieza, también la del pensador, la del estudioso de la narrativa, la del hombre sensible que se responsabiliza de su arte y de su tiempo y se duele por la deriva histórica de sociedades y naciones. Pero principalmente llaman la atención los artículos-relatos dedicados a sus experiencias como capitán o segundo en el mando de buques de la marina mercante y algunos de pasajeros al final de su carrera.

Para ello es preciso leer, por ejemplo, una recopilación de trabajos, no de ficción, de Conrad, editados por Miguel Martínez -Lage en Ediciones Siruela, Madrid 2009. Se trata de una refundición de dos ensayos publicados por el escritor polaco-inglés en 1920 "Notas de vida y letras" y  póstumamente, en 1926 "Ultimos ensayos".  Uno de los textos contenidos en este segundo volumen, "Fuera de la literatura" da nombre a la edición de Martínez-Lage. Desde reflexiones sobre su ultima visita a Polonia, la creacion literaria y los libros, el Titanic, el placer contradictorio de viajar, las travesías oceánicas y su irremediable decadencia hasta su homenaje al Torrens el único barco de pesajeros que gobernó como capitán durante dos años, el libro que hoy recomiendo no tiene desperdicio y complementa la imagen austera de este novelista de prosa compleja y descripciones de poeta, que parecen dictadas desde el "gran miroir / de mon desespoir". en palabras de  Baudelaire que sirven de entrada a "La línea de sombra".

Pero vaya todo este comentario como celebración del primero de los ensayos que se leen en este volumen, el que Conrad dedica a los libros, a los que califica de "parte imprescindible de la humanidad y en cuanto tales, en su imparable y turbulenta proliferación, son dignos de respeto admiración y compasión". Compasión porque comparten la gran incertidumbre que envuelve el destino de los hombres: "se nos parecen sobre todo, -dice Conrad- en la precariedad con la que se aferran a la vida". Hace falta ser escritor y haber publicado libros con poca fortuna para comprender dolorosamente lo que Conrad señala para casi todos ellos, con escasas y bien celebradas excepciones coyunturales.

El destino de los libros y sus autores es precario, si n duda, incluso de los que en un momento histórico determinado fueron considerados poco menos que divinos, ¿quién lee ahora la "Eneida" de Virgilio, que el emperador de Roma calificó de "joya eterna" o "La Divina Comedia" o "Gargantúa y Pantagruel" o las maravillas escénicas de Lope de Vega o la "Novelas ejemplares" de Cervantes o las obras de Goethe considerado un príncipe de la inteligencia por sus contemporáneos o, sin ir más lejos, a la mayoría de los premios Nobel de literatura o los creadores de best-seller románticos del siglo XIX...? Vanitas vanitatis et omnia vanitas...Como nos dice en la página 28: "El buen artista no debe esperar ningún reconocimiento por su trabajo y esfuerzo, ni debe contar con ninguna admiración por su genio, porque su trabajo y su genio difícilmente se podrán valorar como es debido".

Conformémonos con leer con pasión y satisfacciones sin cuento a todos aquellos gigantes que el tiempo reduce a placer de minorías, estudiosos o fanáticos de la literatura. Mientras haya alguien que lee con atención fascinada a Esquilo, a Sófocles, a Stevenson o a Swift, a Cervantes y a Chaucer, a Boccacio y a Hesíodo, esos autores nunca morirán, aunque no lleguemos al sugestivo desastre que evocó  Ray Bradbury en "Fahrenheith 451", cuando la única manera de conservar los grandes libros era dedicar a una persona a memorizar "Guerra y paz", a otra "Moby Dick" y la de más allá "Grandes esperanzas" y a ese otro, "El Quijote". Y así con todos los grandes títulos. Una lírica y dramática conjunción Libros-lectura igual a Libertad, es decir una manera de luchar contra las dictaduras que matan las libertades.  Aterrador pero hermoso, ¿verdad?

FICHA

FUERA DE LA LITERATURA.- Josep Conrad. Trad. y edición de Miguel Martínez-Lage.- Siruela, ISBN 9788498412598

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2 junio 2017 5 02 /06 /junio /2017 09:32
Ciertamente el humor inglés es algo tan característico de ese país y la muy especial (y en alguna forma admirable) educación que reciben que, dejando al margen cierta rigidez clasista, protocolo excesivo, represión y delicadeza rayana en el bochorno, son responsables del florecimiento de humoristas tan excelsos como Jerome K. Jerome, Chesterton, Amis, Wodehouse et tantti altri, que todo queda justificado.
Lo más chocante del libro de Adrian Stephen sobre "La inocentada del acorazado" es que en esa broma típicamente inglesa y también de los miembros de Universidades como Oxford y Cambridge y Colegios como el de Eton y Harrow, intervinieron varios miembros del Círculo de Bloomsbury, entre ellos y aquí viene la sorpresa, la mismísima Virginia Woolf, al que cualquier lector aficionado a esta escritora jamás la vincularía a una broma pesada contra la Armada inglesa y el Almirantazgo. Los demás bromistas del grupo que formaron la "delegación oficial abisinia" con el emperador Maaken a la cabeza  y un intérprete interpretado por Adrian Stephen, hermano de Virginia, fueron el atleta de Harrow Anthony Buxton, como emperador,  el pintor Duncan Grant primo de Lytton Strachey, Guy Ridley, hijo de un magistrado, como séquito, Virginia Woolf como Príncipe Ras Mendax.
El diez de febrero de 1910, el vicealmirante William May, que ostentaba el mando de la escuadra británica fondeada en Weymouth, recibió la anunciada (por telegrama) visita de una delegación abisinia con el emperador a la cabeza. Se les rindió honores militares y se les mostró el buque insignia de la Armada. Dias después el Express y el Mirror dieron noticia de la inocentada en primera página. El escándalo fue mayúsculo , hubo interpelaciones en los Comunes y se habló de "tomar medidas" y exigir a la Armada más seguridad en sus comunicaciones y actos internos. La cosa no llegó a tanto y quedó en varias advertencias oficiales a los incorregibles bromistas y , a dos de ellos, visitas "anónimas" de oficiales de la Armada exigiendo un ejemplar castigo físico a base de bastonazos (que fueron propinados de forma simbólica pero igualmente humillantes).
El "¿porqué?" de la broma es más o menos aclarado en este pequeño librito de Valdemar que recoge también las aportaciones de Quentin Bell en su prólogo a la "Inocentada" descrita por Adrian Stephen y un enjundioso prólogo de Dámaso López García. Se añade el relato "La sociedad" escrito por la Woolf inspirándose (supuestamente) en la "razón" aducida sobre la broma: un acto singular que deje en evidencia los rituales absurdos de las instituciones que detentan el poder en Inglaterra y el excesivo respeto que se les brinda, en esta ocasión a la Armada británica.
El valor literario de esta obrita (incluida la corta narración de Virginia Woolf) es bastante escaso pero su valor metaliterario es enorme. Vale la pena comprarse el librito de Valdemar, deliciosamente editado en su colección "El Club Diógenes" (por cierto, nombre del Club ficticio al que pertenecía  Mycroft Holmes, el hermano del gran Sherlock) como curiosidad literaria histórica (las fotos son impagables y sorprende la caracterización de una jovencísima Virginia Woolf con barba, rostro ennegrecido y turbante).
FICHA
LA INOCENTADA DEL ACORAZADO.-Adrian Stephen y Virginia Woolf.- Ed. Valdemar. Trad. y prólogo de Dámaso López.-138 páginas.- 7,80 euros.
 
 
 
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1 junio 2017 4 01 /06 /junio /2017 08:52

Quizá Chantal Maillard sigue la dinámica filosófica de la poetisa y filósofa María Zambrano ( a la que ha dedicado varios estudios) cuando recurría al "ensimismamiento" que analizaba Ortega como forma de entenderse a sí mismo y a su través, al mundo. Estos  diarios de dos años que titula "Filosofía en los días críticos", tiene mucho de este estado de percepción atrofiada en uno mismo. Un peligro que denunciaba Ortega y minimizaba su discípula rebelde, la Zambrano. Una hipertrofia sensitiva agravada, en este caso, por la referencia a los "días críticos" que le hace escribir: "toda excesiva atención y repliegue sobre el yo produce enfermedad, heridas que únicamente se curan con la despreocupación de lo propio" (pág.220).

El psicoanálisis previene y aconseja máxima cautela en esos ejercicios de auto profundización que suelen agravar los síntomas más que indicar el camino de la curas, si el proceso se hace sin dirección o ayuda o conocimientos adecuados para prevenir la irrupción de elementos psíquicos  poco controlables.

Maillard no recurre a la sabiduría clásica  (estoicos o epicúreos) que aconseja la relativización de los pesares y tristezas. El diario trata de suavizar con referencias algo banales o superficiales las durezas y escollos de la interrogación del yo y sus temores y rechazos. pero el trabajo es duro y austero. En los "días críticos" de la mujer, la Maillard no desdeña convertir la menstruación, y sus secuelas psicosomáticas, en un tema de reflexión y un original vehículo para filosofar e incluso psicoanalizar esa periódica situación que recuerda el proceso de vivir desde la niña a la mujer.

Chantal Maillard, nacida en 1951 en Bruselas, es de nacionalidad española. y ha publicado obras como Aproximación a la estética india (1993), La sabiduría como estética. China: confucianismo, budismo y taoísmo (1995), La razón estética (1998) o Diario de Benarés (2001). es también Premio Nacional de Poesía, en 2004 por su poemario Matar a Platón. Así mismo, ha publicado diarios y ensayos.

Para Maillard, este "ejercicio de egocentrismo" , están articulado en forma de fragmentos directos, intimistas, reflexiones al hilo de lo inmediato, de los estados de ánimo en días difíciles en que hay que tomar decisiones, en que hay que afrontar temores o recelos, entre el desapego de la conciencia y la exigencia del acto. Los fragmentos, hasta 343, están no sólo numerados sino marcados con letras con las que se intena definir lo expuesto de forma que aclaren de entrada al lector lo que se propone la autora. Y así,  la H corresponde a historias personales; H/S historias entretejidas de sueños y recuerdos; FC corresponde a la "filosofía del yo o de la conciencia"; M , los contenidos mentales; M/K símbolo de Kālī, diosa de la destrucción; AM trama amorosa; la F filosofía; PC escritos en días de menstruación para "una teoría de la escritura femenina"; P, contemplación poética; E, escritura en general.

Como dice la autora, "este libro forma parte de unos cuadernos que empecé a escribir en 1993.
Definiré estos escritos como un ejercicio de egocentrismo... lo cierto es que uno siempre habla y escribe desde sí, desde esos fragmentos de vida que des-doblamos y mostramos re-flexionados en la escritura... El sentido que la escritura le otorga a la vida, ese sentido que viene dado por la reflexión... es fragmentario, adviene por sacudidas; la naturaleza de todo hacer y de todo pensar es la interrupción. Para darle sentido a una vida, pues, habremos de dar cuenta de las sucesivas re-flexiones que irrumpen y se interrumpen. Lo demás (el argumento, el desarrollo, las conclusiones) es escenificación o encuadre, estetización, artificio."

FICHA

FILOSOFÍA EN LOS DÍAS CRÍTICOS.- Chantal Maillard.-ISBN: 84-8191-418-5.-Formato: 19x13 cm.-Páginas: 260
 

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29 mayo 2017 1 29 /05 /mayo /2017 15:46
De vez en cuando conviene requerir de nuestra biblioteca un clásico que nos serene un poco, nos contagie de ingenio y pensamientos saludables y nos despierte la inteligencia a aldabonazos de crítica auténtica,  honesta y rigurosa. Y si no le tenemos acercarnos a una buena librería y rogarle al librero que nos lo proporcione.
Eso ocurre con "Los Caracteres" de La Bruyére. Una lectura amena, divertida, juiciosa y pedagógica  sin aburrir, sino más bien tan irónica e inteligente que no tardamos en reir a carcajadas mostrando con ello la completa justeza de la definición de "clásico" que esa obra merece: aunque escrita en el siglo XVII, en la Francia de Luis XIV, en la que brillaban escritores como La Fontaine, Boileau, Racine o Fenelón. Sin embargo Jena de La Bruyere, autor de "Los Caracteres", hombre modesto y poco cortesano, con el paso de los siglos ha superado a esos compañeros de generación (aunque, fuerza es decirlo, en estos días que vivimos, tan acelerados, pocos tienen el acierto de leer su libro, más por ignorancia que por otra cosa).
"Los caracteres" de La Bruyère es un mosaico de retratos psicológicos inspirados en personajes conocidos de su época que analiza desde una perspectiva moral. Esos retratos estaban concebidos con una profunda capacidad de observación, sin demasiada acidez pero con tanto ingenio y galanura en el decir que los convertía más que en tipos efímeros en arquetipos universales (de ahí su rabiosa actualidad). Aunque nació como una obra modesta añadida a la traducción de "Los Caracteres" del griego Teofrasto, llegó a convertirse en una obra de culto, cuyos lectores reclamaban impacientes nuevas ediciones aumentadas con más capítulos y más retratos. Con su estilo ágil, conciso e incisivo, su influencia literaria fue reconocida por Flaubert, Balzac, Proust o Guide.
Este libro sugestivo y sumamente sugerente es una asombroso retablo de retratos y caricaturas de burgueses, cortesanos, príncipes, reyes, consejeros, hombres vulgares, y un sinfín de personajes que se articulan en una crítica global a la frivolidad y a los vicios de la sociedad francesa de la época, pero que por el milagro de la buena literatura se convierten en espejos de todas las épocas, incluida la nuestra.

Estructurada en forma de narraciones cortas de aire moralizante, el estilo es tan rico y variado como sus descripciones son rigurosas, precisas y amenas. No hay lector de Proust  (y de Balzac y muchos otros)que ante "Los caracteres" no enarque las cejas con ironía y murmure, "ahora sé de qué fuente literaria han bebido éstos". Conservador a macha martillo, es el retrato de un pensador amable, picante a veces, ácido pocas, pero siempre honesto y dotado de una percepción inigualable de los defectos, las ridiculeces, vanidades, obsesiones y vicios de las personas que le rodean, pero no desde la altura supuesta de un moralizador sino de la cercanía de quien comprende y compadece pues él mismo comparte mucho de lo que expone,  desde el arte, al mérito personal, la espiritualidad, las mujeres, la fortuna, el amor o el arte de la conversación…

Se trata de una lectura que uno ha de realizar sin prisas, incluso leyendo un poco cada día, con el libro sobre la mesita de noche o en un lugar accesible de la biblioteca, saboreando la sabiduría práctica, cotidiana y humilde, como si fuera un libro taoísta o las máximas de Marco Aurelio, Epicteto o Epicuro o incluso Montaigne (que murió un siglo antes de que falleciera él). Tiene algo de todos ellos, pero es más cercano a nosotros. Y como muestra, algunas de sus reflexiones: El esclavo tiene un solo amo; el ambicioso tiene tantos como personas útiles a su encumbramiento; No vivimos bastante para aprovechar la lección de nuestros errores. Los cometemos durante todo el transcurso de nuestra vida; No hay camino demasiado largo para el que anda despacio y sin impaciencia; ninguna meta (es) demasiado lejana para quien va hacia ella con paciencia (este suena a Lao Tse).

En general hay una gran capacidad de comprensión ante las miserias humanas y por ello nunca se ofrecerá a sí mismo como ejemplo de nada. Sus retratos femeninos revelan una cierta misoginia (bastante reflejo de su época), pero él mismo declara su falta de elementos de juicio personales ya que no se casó ni mantuvo relaciones conocidas con mujeres (no consta que fuese gay). Enalteció la amistad y el arte de la conversación y fustigó el poder del dinero y de la política, los arribistas y las modas tiránicas, la vanidad y el lujo absurdo. Y termina advirtiendo que "la vida es breve y fastidiosa pues la pasamos deseando constantemente sin hallar placer alguno en lo deseado; y si la vida es miserable, es duro soportarla; y si es feliz, horrible perderla. ¿Tiene esto algún sentido? Conocer la vida se paga con la propia vida y cuando las canas blanquean la cabeza se cuenta con un caudal de experiencia, generalmente útil, ya que pocas veces la podremos utilizar".

Como escribió al comienzo de su libro: "una inteligencia mediocre cree escribir divinamente, una inteligencia buena cree escribir razonablemente". La Bruyére tuvo, sin duda, una buena inteligencia.

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FICHA

LOS CARACTERES.- Jean de la Bruyère.- colección El Jardín de Epicuro .- Hermida editores.-traducción, Consuelo Berges.-páginas 480.- 24 euros.- ISBN 978-84-94015953
 
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27 mayo 2017 6 27 /05 /mayo /2017 09:10

Labordeta ha sido siempre para mí un referente de lo más sano de mi entrañable  y muy a menudo  justificadamente criticable Aragón.  Como Joaquín Costa o Buñuel u otros aragoneses de pro,  Labordeta era muy consciente del contraste entre los valores tradicionales de este país austero y recio y los defectos correspondientes de sus gentes que a veces provocan irritación y disgusto.

Fue un hombre polifacético que tuvo la debilidad de meterse en política y supo luchar contra el sarcasmo y la mezquindad de nuestro despreciable mundo político con una contundencia socrática. Su "váyanse sus señorías a la mierda" es para mí un paradigma histórico de honestidad y valor.

Cantautor, poeta, profesor, actor y director de teatro, presentador de televisión, caminante ("Un país en la mochila", para los que les guste recordar al Labordeta más feliz) y hombre de un sano  epicureísmo, poseía la mirada atenta y sensible del poeta y del filósofo natural, mirada que paseaba por estas tierras y de las que nos ofrecía, gentes y campos, montes y circunstancias, un testimonio íntegro y sincero que no deja indiferente a nadie. En el caso del libro de narraciones que nos ocupa, ""Paisajes queridos", excelentemente editado por "Los libros del Gato negro" con el apoyo de la Fundación que lleva el nombre del nuestro trovador, se trata de un conjunto de narraciones escritas a mediados del siglo pasado por Labordeta, enriquecidas por esquemáticos dibujos del autor que son "bosquejos como esquejes, simples contoneados de una situación que espera a florecer en la mente del lector...una instantánea en la que se desdibuja una circunstancia a la que se alude..." (pág. 16), como dice Antonio Pérez Lasheras en su excelente prólogo.

Son relatos que responden en esencia literaria al esquematismo simple pero no burdo de los dibujos. Historias pequeñas y tristes que parecen flotar en la atmósfera patética de la guerra y la postguerra oscura y llena de miedos y necesidades. "Una realidad dura, con lutos y silencios...un odio feroz que transmite el aire y miedo, mucho miedo...". Tres de los cinco relatos se desarrollan en ese escenario ominoso, en un Belchite sin  nombre pero evidente entre el pedregal de El Saso, el cierzo que exaspera el alma, la crueldad hiriente de los inviernos y las estampas de mujeres enlutadas, soldados oscuros de tristeza y miedo, los trabajadores en el tajo inclemente, la entrañable Margarita la tonta, andenes de estaciones polvorientas, entre el hollín y la aspereza del humo de carbón. Un mundo

La brevedad de la obra (el original son 53 páginas mecanografiadas entre 1961 y 1963) no mitiga su valor: en estos cinco relatos veremos temas, personajes y ambientes que luego informarían toda la obra posterior de Labordeta desde sus canciones, poesías, novelas o ensayos. Temática fundamentada en algo que obsesionó también a Costa y a tantos otros de los que amamos esta tierra: el abandono y la miseria de las zonas rurales de Aragón durante decenas de años. Y sin embargo, a pesar de la protesta, la crítica, el dolor que muestra Labordeta por estas gentes y estas tierras, hay una tosquedad irónica aunque tierna, un cierto lirismo sobrio, sin sentimentalismos ni tontadas, con el sello de una personalidad estoica y entrañable.

Libro, pues, para atesorar en los estantes de libros escogidos de nuestra biblioteca.

FICHA

PAISAJES QUERIDOS,. José Antonio Labordeta.- Los libros del Gato Negro.- 105 págs.

 
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