


El maestro George Steiner (nacido en Paris en 1929 y fallecido en 3 de febrero de este año, con 91 años) fue uno de los pensadores más lúcidos y complejos del siglo XX. Tras leer la mayoría de sus libros, desde la aparición de "Lenguaje y silencio" publicado por Gedisa el año 82 y del que aún conservo el ejemplar que me envió la editorial para su reseña, profusamente subrayado, se convirtió a través de los años en un compañero sugestivo y sugerente, del que envidiaba y admiraba la consistencia intelectual y su irónica osadía en manifestar opiniones que le convertían en un incómodo crítico que no admitía componendas. Filósofo contestatario en todo momento, autor incansable, figura discutida e impertinente en Princeton, Stanford, Ginebra o Cambridge. Steiner era hijo de judíos vieneses refugiados del nazismo en París y luego en Nueva York . Llama la atención su curiosa y combativa no-práctica del judaísmo que resulta muy fastidiosa para la comunidad judía mundial y para el estado de Israel en particular, rechazo que le convierte en una figura tan controvertida para el judaísmo como Spinoza o, en el otro extremo, como Woody Allen o Einstein . Más irónico que humorista, define al judío como un hombre que lee los libros con un lápiz en la mano porque piensa que los puede escribir mejor. En 2001 recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades donde se resaltaba su talante polémico y su defensa de lo universal y global contra los nacionalismos y las fronteras; no en vano es un políglota que domina inglés, francés, alemán e italiano, conoce el castellano y el portugués, sin contar las "lenguas muertas" (tan rabiosamente vivas en la cultura occidental, el latín y el griego). Pero, curiosamente, no hablaba hebreo y en Israel se comunicaba en inglés o en sefardí. Steiner era además un comentarista crítico, a veces provocativo o sarcástico, hacia la política, la economía o el futuro planetario, el cometido de la ciencia y el declinar de la razón, la religión y la democracia.
En su libro “Errata” (El examen de una vida), Steiner analiza algunos episodios de su infancia y juventud, aunque de una manera poco rigurosa y dejándose llevar por las temáticas que desarrollaba, más que por sus implicaciones en las fechas de su vida. Sin embargo son muy reveladores algunos de los comentarios que escribe. Por ejemplo y de cara a su actitud hacia el judaísmo dice (refiriéndose al de su padre): “El orgulloso judaísmo de mi padre estaba, como el de Einstein o del de Freud, teñido de agnosticismo mesiánico. Destilaba racionalidad, promesa de ilustración y tolerancia. Le debía tanto a Voltaire como a Spinoza”. Como ven, se retrata a sí mismo en la figura amada de su padre que le acostumbró a la compañía vitalicia de
Ataca, a mi parecer muy consecuentemente, el post estructuralismo y al deconstruccionismo, que alteraron la visión de la teoría literaria a partir de los setenta del pasado siglo. También analiza el papel del traductor y de la traducción, la enseñanza secundaria francesa (que recibió durante su estancia de adolescente en Nueva York), su amor temprano a Shakespeare y sus “asignaturas pendientes” de esa época: aprender ruso y árabe.
En su libro "Diez razones para la tristeza" nos propone las razones para justificar esa tristeza del pensamiento y con irónica franqueza las pone entre paréntesis, mostrando la base especulativa que le impulsa. Así nos habla de la forzosa necesidad de pensar equiparable a la de respirar ya que no podemos dejar de pensar ni siquiera en sueños. De ahí nace la identidad del ser con el pensar como ya apreció el lejano Parmérides, por el siglo IV aC. Una de las razones citadas es la incapacidad de aprehender la naturaleza del pensamiento. Otra de las razones de tal tristeza estriba en el lenguaje. la "casa/prisión" del lenguaje, la materia prima del acto de pensar , "en soliloquios de pensamiento oculto o no deseado que recorren sus anárquicos caminos por debajo del habla articulada".
En otro lugar nos habla de su estancia en
En cuanto a la “cuestión judía”, hace una lectura revolucionaria que le aleja de la comprensión del Estado de Israel: “…la mayor verdad es que el judaísmo sobrevivirá la ruina de Israel. Lo conseguirá si su elección es la de vagar, la de enseñar a los hombres a darse la bienvenida, sin lo cual nos extinguiremos en este pequeño planeta…los conceptos, las ideas no necesitan pasaportes”.
Otros temas de Steiner: su amor a la música, la belleza y el misterio de las lenguas, “la condición de políglota ha sido mi mayor fortuna”, al papel de la ciencia, su instrumentalización y mal uso y las víctimas que produjo a lo largo del siglo XX.
Especialmente evocadoras son las menciones que en varios de sus libros hace Steiner de sus maestros y de los lugares que con su “genios loci” llegaron a constituir referencias personales en su vida.
Steiner habla de su obra que “he desperdigado y por tanto derrochado mis fuerzas”. Se muestra descontento con “Lenguaje y silencio” uno de sus primeros libros, donde hay muchas preguntas y pocas respuestas: por ejemplo “¿cómo podemos comprender…la capacidad de los seres humanos para amar a Bach o a Schubert por la noche y torturar a otros seres humanos a la mañana siguiente?” o “¿Cómo reconciliar el mensaje esencial del judaísmo con un Estado-nación armado y rodeado de enemigos implacables?”. En un repaso al filo del final de su vida Steiner se lamenta de haber abandonado el dibujo, de no aprender el hebreo, de la necesidad de su ateísmo que le brinda el poder conocer la tolerancia y de la obscenidad de las “guerras santas”, la manipulación del ADN o el enigma de la conciencia…
Aquí Steiner vuelve a sus temas recurrentes en relación con el judaísmo, el Holocausto, el estado de Israel, el conflicto de Oriente Medio, la religión o la existencia de Dios, el lenguaje -sobre el que es un erudito- los libros, la música, el amor y el sexo, la muerte, grandes temas que han motivado muchos de sus libros. En éste, Steiner con gran madurez y audacia matiza sus opiniones y expone sus reflexiones o acepta sus propias contradicciones motivadas por la evolución intelectual de su pensamiento y por la dinámica de la historia que vive intensamente y con crítica lucidez. Sus palabras y sus opiniones, muy bien estimuladas por la periodista, muestran -a pesar de que estemos o no de acuerdo con lo que dice-- la agudeza de la mente de este hombre singular. Y, en todo caso, provocan de una forma refleja la reflexión del lector.
Lo más interesante de este libro es la figura real que las preguntas de la periodista consiguen hacer aflorar sobre los esquemas y tópicos personales del gran pensador que es Steiner, sus contradicciones, sus filias y fobias y el curioso sentido del humor (tan judío) sobre todo a la hora de arremeter contra figuras tan señeras como la Arendt o Simone Weil. La excelente foto de portada nos ilustra, esa sonrisa pícara, esa mirada chispeante, irónica, levemente burlona, incide sobre un aspecto de Steiner que, a mi al menos, me había pasado inadvertido, la complejidad emocional del pensador, capaz de articular un mensaje magnífico sobre la mayoría de los temas y, al mismo tiempo, dejar "escapar" un juicio contundente y demasiado subjetivo sobre cualquier asunto al que le aplica el bisturí de la duda o el rechazo por pura emocionalidad. Y parece justificarse con una frase que pronuncia ante la periodista: "En los juicios estéticos siempre hay algo efímero, profundamente efímero". Y más adelante añade: "El lenguaje es infinitamente servil y no tiene- a eso se debe el misterio- límites éticos". Y esa es la complejidad de un hombre que no cesa de repetir la frase de Heidegger "somos los invitados de la vida" y es machacado por su anti sionismo en su propia patria, Israel. O le pasa el rodillo ético al capitalismo actual y dice: "Hay quien pone a diez mil personas de patitas en la calle y se va con una prima de cinco millones tras haber arruinado a la empresa o al banco que dirigía, ¿es ese el ideal de libertad humana?".
El libro acaba con un canto a la eutanasia y una reflexión sobre la vejez, "Dejadme dormir el sueño de la tierra" dice, citando a Vigny. Y se despide con un canto de amor a su perro y una reflexión: "Ya se que deberíamos sentir un gran amor hacia los seres humanos. Pero a veces me resulta muy difícil". Steiner tenía cuando pronunció estas palabras 87 años. Descanse en paz, el maestro.
FICHAS
ERRATA.- El examen de una vida. Siruela. Trad. Catalina Martinez.-218 págs.
LA POESÍA DEL PENSAMIENTO.- Del helenismo a Celan.- Siruela.-Trad. María Cóndor.-231 págs.
UN LARGO SÁBADO.-Conversaciones con Laure Adler.- Siruela.-Trad.Julio Baquero.
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