Henry Miller ha sido, desde que lo descubrí en los años 70 en una edición carísima de una editorial sudamericana, argentina creo, uno de mis escritores más tentadores y sugerentes, cuya simple lectura me sumía en un estado febril creativo: era un chute de pura literatura y pura sensualidad vital todo en el mismo viaje. Leí los "Trópicos", "El coloso de Marusi" --este en una edición española-- y más tarde los tres tomos de "La cruxifición rosada" en francés (en la España de Franco resultaba problemático conseguir obras de este autor, considerado unánimemente obsceno y superficial). Lo cierto es que la carga de filosofía, misticismo, sexo libre, lleno de alborozo y naturalidad, inteligencia razonadora y puro entusiasmo de existir reflejado por un estilo esplendoroso, alegre, pleno de originalidad, energía y lucidez, convertía cualquier lectura de Miller en una experiencia rebosante. Puedo afirmar sin ambages que Miller, junto a Faulkner, Hemingway y Durrell, fueron los padrinos de mi vocación de escritor.
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