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23 agosto 2012 4 23 /08 /agosto /2012 09:44

 

 

Juan Villoro es uno de los escritores hispanoamericanos más brillantes de esta última generación que sigue a aquélla que tiene como maestros indiscutibles a los que vivieron el  famoso "boom", Vargas Llosa, García Márquez, José Donoso, Carlos Fuentes y tantos otros. Villoro está más cerca de nuestro hoy literario, como Volpi, por ejemplo. Goza de un estilo irreprochable, una inventiva deslumbrante y un dominio del idioma que aumenta nuestro amor por la palabra escrita y las provocadoras posibilidades de nuestra lengua, el español, en torno a las ubres generosas del idioma cuando fructifica allende Europa, al otro lado del océano. A ese respecto permítanme recomendar a la editorial de Villoro, Alfaguara, (defecto no tan visible en los libros de Volpi u otros hispanoamericanos) que no sea tímida y añada a las ediciones que se venden en España unas simples notas a pie de página para aclarar ciertos modismos mexicanos, giros y frases hechas que sumen al lector de aquí en perplejidades innecesarias. Esas aclaraciones enriquecen el idioma, no lo desvalorizan. No siempre uno se entera de lo que lee cuando, por ejemplo, se enfrenta a "huicholes siguiendo a su maracame"  o "se adentró en un terreno de mezquites y huizaches" (págs, 73 y 74). Podrían decirme que para eso están los diccionarios de americanismos, pero ¿cuesta tanto facilitar al lector que entienda lo que lee y pueda seguir absorto en las páginas de "La casa pierde"?

Porque realmente este libro de relatos engancha. Uno rastrea el inconfundible regusto literario de un Faulkner o un Hemingway (aun siendo tan distintos, notamos su benéfica y común influencia en Villoro) en los endurecidos y desvalidos, vulnerables, personajes de  este escritor mejicano (al parecer de origen aragonés, ¡y del Matarraña para mayor abundamiento!) que suele usar de un estilo directo, áspero a veces, con un sutil sentido del humor sin contemplaciones pero donde suele resonar esa compasión difícil que guardamos para los eternos perdedores, hombres y mujeres que mantienen el gesto adusto pero digno, casi nunca lloran o se quejan y viven hasta el fin tratando de no traicionarse demasiado.

El libro que comentamos es una reedición del premiado en el 2000 y que afianzó la carrera de este escritor. Y no es para menos, qué riqueza de personajes, de escenarios, situaciones, argumentos, estilo. Reconozco que me fascina más la faceta de escritor de relatos de Villoro que la de novelista (cosa que me ocurre también con Faulkner y con Hemingway). La condensación dramática y estilística del relato, su forzada brevedad y su economía de medios hace verdad la frase de Bloom sobre el mayor grado de exigencia y perfección que exige el relato sobre la novela. Y Villoro juega en la Liga de Campeones (perdonen la metáfora deportiva, tan queridas a este escritor que no puede --ni quiere-- disimular su historial de periodista deportivo).

"La casa pierde" es, a mi gusto, uno de los mejores relatos del libro y da título al volúmen. La fuerza evocativa de "Terrales" el lugar donde nadie quiere estar, el pueblo de paso, junto  a la dramática presencia del protagonista, el Radio, y la larga descripción de una partida de cartas ruinosa, con su secreto añadido, tiene momentos de una sencilla y contundente aspereza realmente magistrales.

  Le sigue a este relato en calidad "Campeón ligero". En él, Villoro nos habla del boxeo, del periodistas que viven a la sombra de los campeones, del enrarecido ambiente de ese deporte y en concreto de un campeón que sólo lo es por ser un fajador que se autocastiga en el ring por un crimen que no cometió. Tanto en este relato como en "Corrección", un agudísimo retrato del mundo literario, el narrador nos habla de su envilecimiento a través de la amistad extraña, compleja, con otro hombre (el boxeador en el primero, un escritor de talento, en el segundo). También en "El domingo de Canela" se da ese recurso de Villoro hacia unas  indefinibles amistades masculinas, tensas, duras, llenas de oscuridades y malentendidos, mientras que permite que veamos las interioridades de ciertos amores y relaciones sentimentales que transitan por caminos de pérdidas y de soledad.

En muchos casos, un tipo de amor violento, vampírico a veces (lean "La estatua descubierta" o "El anillo de cobalto") en otras engañoso, casi en clave de comedia o triste vodevil ("La alcoba dormida") permiten calibrar la escéptica y desencantada visión realista del escritor sobre el fenómeno amoroso y sus variables formas. Otros relatos, "Coyote" o "El extremo fantasma" sugieren mundos muy concretos, el viaje iniciático al desierto en busca de peyote (parece una parodia del Castaneda de los setenta) en caso del primero y el cerrado circuito de un equipo de fútbol y los intereses que le condicionan, en el segundo. Dos relatos con un disgregadora técnica común; en el primero es la lucha del protagonista contra un coyote en la soledad del desierto, y en el segundo, la misteriosa singularidad del lugar donde se desarrolla, esa Punta Fermin, seguramente el origen del "resort" mexicano de la última novela de Villoro, "Arrecife".

Para acabar, "Planeta prohibido", en el que Villoro aplica su irónica y acerada crítica al ambiente universitario norteamericano  visto por un desorientado profesor hispano, así como en "La estatua descubierta" parodia el ambiente diplomático y los tópicos que rigen en ese mundo hacia Hispanoamérica.

Libro muy justificadamente recuperado en la obra de Villoro y un racimo de relatos recomendables que dejan clara la valía de este escritor.

 

FICHA

"La casa pierde". Juan Villoro. Alfaguara, 2012. 295 páginas. 18 euros. 

 

 

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