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13 junio 2012 3 13 /06 /junio /2012 09:58

 

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Salimos de Palas del Rei por la ermita de San Tirso, de escaso interés artístico y bajamos las escaleras que llevan hasta la carretera N-547 a la que acompañamos unos 100m y nos desviamos a la derecha, cruzamos el rio Ruxan y pasamos por Carballal por una corredoira que se extiende sinuosa bajo el palio de los árboles hasta llegar a San Xulian del Camiño. El día amenaza lluvia y el camino oscila entre corredoiras umbrías o andaderos protegidos por setos de la carretera, a pistas de cemento o barro endurecido entre sembrados y casas humildes, cruzando aldeas pequeñas y solitarias. La Galicia rural parece recogerse en sí misma, como signo de respeto ante la grandeza de Santiago.

 

En Leboreiro dejamos la provincia de Lugo y entramos en la de A Coruña. Santiago está como quien dice a la vuelta de la esquina, que en términos de caminantes es bastante más trabajoso.

 

En Casanova decidimos buscar un lugar para desayunar , llevamos dos horas y pico de caminata, caen gotas aisladas y nos apetece comer algo. Desechamos un figón con rótulos en alemán e inglés por exceso de parroquianos y nos aposentamos en un albergue de muy buen aspecto llamado Somoza. Nos sirven unos huevos con panceta y a la hora del café nos obsequia con sendos trozos de tarta de santiago.

 

Algo repuestos llegamos a Leboreiro donde disfrutamos del pórtico románico de la Iglesia de la Virgen de las Nieves y el original "cabeceiro", hórreo minúsculo con forma de cesta de mimbre, hechos con ramas. Después pasaremos junto a un polígono industrial, con unas curiosas placas de roca con nombres grabados en bronce de los caballeros de la Orden de Santiago y sus capítulos celebrados en los últimos dos siglos, hasta bajar hacia el rio Furelos que atravesamos sobre un bellísimo puente románico de cuatro ojos, que nos llevará a Melide.

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El camino discurre por un bosque de pinos, robles y eucaliptos, hasta cruzar el rio Barreiros. Castañeda, Doroñas y Ribadioso, entre carreteras y tajos, hasta llegar a Arzúa, nuestro final de etapa. Han transcurrido más de ocho horas, treinta y un km, de los cuales más de dos gastados en cruzar el pueblo bajo una lluvia fina y persistente, porque el hotel escogido está muy a las afueras de un pueblo particularmente extenso. Llegamos empapados y bastante cansados.

 

La jornada ha sido agotadora pero interesante desde un punto de vista histórico y artístico. Hemos pasado a pocos kilómetros del famoso Pazo de Ulloa, inmortalizado por la novela de Emilia Pardo Bazán, pateado las venerables losas romanas de la calzada de Cornixa, y en Boente vemos en la iglesia una imagen de Santiago en majestad, lo cual solo acontece en Compostela. El camino ha oscilado entre desniveles no excesivos pero si continuos y nos ha dado ocasión de atesorar en el desván de la memoria a personajes como el hospedero de Boente, Mariano Dios, escalador, fotógrafo y aventurero (conocido por los montañeros del Pirineo con su sobrenombre escrito en los libros de casi todas las cumbres: "El Yeti") que vino a hacer el Camino y quedóse en él. El hombre parece un motorista de Harley de los sesenta, como salido de la banda de Marlon Brando en "Salvaje", reciclado en orondo y feliz hotelero. Y la otra imagen, la de una anónima mujer madura con la cabeza canosa y aspecto y figura de gran dignidad que, sentada en una roca junto al rio Iso, con los pies descalzos sumergidos en el agua, parecía absorta en la contemplación del bello recodo del puente románico. Una bella estampa bucólica llena de delicadeza y poesía, y que cuando se dio cuenta de que la mirábamos nos sonrió y agitó la mano diciendo; "buen camino". Claro que aún quedaba el paso bajo la lluvia de Arzúa con 31 kms en las piernas.

 

De Arzúa a Lavacolla transcurrirá la siguiente jornada, en la que nos quedamos en las inmediaciones del Monte del Gozo desde donde los peregrinos podían contemplar las torres de la Catedral de Compostela, entre rezos y emociones de fervor y alivio: el objetivo quedaba cumplido y uno había sobrevivido a miles de penalidades hasta llegar al anhelado sepulcro del apóstol amado por Cristo.

 

Pero de momento salimos con la amanecida del hotel Suiza, con Arzúa un par de kms. Atrás, con cielos despejados y pronóstico bueno de tiempo. Hoy no nos regarán, nos dicen. Primera subida por carretera hasta enlazar con el camino que se interna en el bosque por una de esas corredoiras, senderos anchos rodeados de arboles centenarios con ramas profusas que se extienden de los dos lados para unirse a muchos metros por encima de la cabezas de los peregrinos (suelen ser eucaliptos enormes y robles increíblemente fornidos y retorcidos). En esta jornada irán turnándose los paseos bajo palio vegetal con andaderos junto a las grandes vias o caminos estrechos que atraviesan aldehuelas cada vez más juntas entre sí, sin apenas servicios ni iglesias románicas que han abundado hasta aquí, pero quizá por la cercania con Santiago, ya nadie se atreve a rivalizar.

 

Raido, Preguntoño, Calzada, Outeiro, Boavista, Salceda, otra Brea más del Camino (Brea es "vereda" en gallego) y el Alto de Santa Irene donde hacemos parada y refuerzo, queso de Arzúa (excelente) cerveza fría, una buenísima ensaladilla rusa y croquetas de la casa. El amigo Jaime me presta una aguja para pinchar una ampolla en el empeine y una tirita para protegerla. Un barbado y maduro peregrino nos confiesa que es la octava vez que cumple con el Apóstol. Dos mujeres de media edad lo contemplan con admiración y brindan a su salud con el fuerte vino del lugar.

 

En un riachuelo cercano, el que esto escribe moja sus pies con agua helada, y reposa bajo una sombra agradable (el sol vuelve a reinar en el Camino) y una paz solo turbada por el paso incesante de peregrinos por el pequeño puente (algunos peregrinos hacen el camino en estentórea conversación, gritos y carcajadas, como si se tratara de una etílica romería pueblerina; la mayoría, gracias a Dios, van a lo suyo, caminan con mayor o menor soltura y siguen un itinerario interior que solo ellos conocen: no hay lugar para conversaciones superficiales o gritos y carcajadas.).

 

Burgo, Arca, Pedrouzo, donde si uno quiere comer entre muchas opciones debe dejar el camino y desviarse por la carretera unos150 m. Nosotros seguimos. Nuevo recorrido bajo los árboles en San Anton y tras Amenal, una subida que nos lleva bajo la cabecera de pista de despegue del aeropuerto de Santiago (paradoja de épocas: camino espiritual, esfuerzo y recogimiento frente a la metáfora del avión, el ruido, la época de la velocidad y la neurosis) . La atravesamos por detrás y subimos otra colina hasta conectar nuevamente con la carretera nacional. Un desvio nos lleva a Lavacolla (o Labacolla) donde nos espera el hotel. Han sido un par de km menos de lo esperado (confusión de la guía que da motivos de bromas e ironías entre los dos peregrinos).

 

A la salida de Salceda tomo nota de un modesto monumento ( una hornacina con un par de botas de bronce, lleno de estampas, recuerdos, fotos y flores) dedicado a Guillermo Watt, un peregrino de 69 años fallecido allí mismo en 1993 a una jornada de llegar a Santiago. La verdad es que las tropelías urbanísticas de los gobiernos gallegos sucesivos han convertido esta última etapa en un tortuoso desbarajuste de carreteras de circunvalación, estudios de televisión, fábricas de madera, urbanizaciones a cual más hortera, horrores varios arquitectónicos que, por ejemplo, han destrozado el Monte del Gozo, donde los peregrinos siguen llorando pero no por ver al fin las agujas de la Catedral, sino por el destrozo del antaño bello monte repleto de arbolado, ahora convertido en un inmenso receptáculo de peregrinos con ocasión del Año del Jubileo compostelano y la visita del Papa Juan Pablo II, en 1992. En fin, cosas de la reputada sensibilidad espiritual de próceres y munícipes de todas las épocas. Decepcionante.

 

Como dato peculiar, sabed que en Lavacolla, junto al rio del mismo nombre (hoy, apenas un riachuelo), los peregrinos medievales y hasta bien entrada la modernidad, solían lavar en esas aguas sus ropas y cuerpos para presentar algo mejor aspecto en la entrada a la ciudad y la visita a la Catedral y venerar al Santo.

 

La llegada a Santiago es paisajística y culturalmente decepcionante, y aunque parte del personal andariego mostraba ciertos síntomas de histerismo entre religioso y deportivo, la mayoría de los caminantes oscilaba entre el ensimismamiento que produce el cansancio de muchas jornadas de desollarse los pies o la alegre y ruidosa inconsciencia de los que esperan una jornada más de cuchipandas e ingestas etílicas de mayor o menor grado, que de todo hay en las viñas de mi señor Santiago Matamoros.

 

En algo más de dos horas, entre un trasiego incesante de peregrinos, algunos ciertamente tocados, caminamos por carreteras secundarias, pasamos ante el enorme camping de San Marcos. Todo va sonando a supermercado espiritual a mayor honra de la Iglesia católica. El ambiente es decididamente premioso y con expectativas del muy cercano final. La gente, no se sabe por qué, pone el turbo (los que pueden) y pasan presurosos como si Santiago se les fuera a escapar trotando monte arriba. Se empieza a barruntar la excitación del apoteosis aunque aún no se vislumbra ninguno de los grandes edificios de la ciudad o las torres de la catedral.

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Subimos por carretera al Monte do Gozo, desde cuya vertiente occidental antaño se distinguía perfectamente el caserío de la ciudad y las torres catedralicias. Superamos las monstruosas instalaciones construidas en 1992 con ocasión de la visita del Papa y el año compostelano jubilar. En la cima, a mano izquierda, se levanta el pretencioso mojón gigante del monumento al Papa y al Camino. Los peregrinos se fotografían ante él . El gozo que vemos en los caminantes no parece nada religioso, sino mas bien deportivo. Cruzamos por un puente con piso de madera la autovía, el rio Sar y la via férrea. Luego el barrio de dos Concheiros (hace cientos de años se instalaban allí los comerciantes que vendían conchas de mar, símbolo del Camino y objetos piadosos a los que entraban en entonces amurallada ciudad. Llegamos a la Porta del Camiño (donde estuvo la puerta de entrada del Camino Francés, (hoy simbolizada por una tasca-pulpería con ese nombre) y por la Rua das Casas Reais y das Animas (donde está la iglesia de ese nombre, con un delirante frontispicio donde se nos muestran varios personajes desnudos (muy disimulados) entre llamas coloreadas de rojo) hasta la Plaza de Cervantes. De allí por la Rua de Azabachería (donde vendían los dijes de azabache con la imagen del Santo) y la Via Sacra hasta entrar por la entrada lateral trasera de la Catedral y por una rua con arco a la inmensa planicie del Obradoiro.

 

Un gaitero ameniza la continua arribada de peregrinos, las masas de turistas trotando tras un sujeto o sujeta con una pértiga con banderola o los ciclistas pertrechados que acaban allí su pedalear. Todo se despliega ante los asombrados ojos del caminante. Hay abrazos en grupo, gente mohína con una rara sonrisa en los labios, jóvenes que expresan sus emociones de forma estentórea aunque algo contenida y una legión de bien alimentados pedigueños de carnet que montan guardan sedente junto a todas las puertas de entrada de la catedral, como oscuros buitres al acecho. Todos piden de forma mas o menos vehemente que les auxilies con tu dinero y algunos presentan carteles con sus necesidades escritas...en varios idiomas.

 

Tras una somera visita al Santo y la frustración por no poder extasiarme --como siempre había hecho en la media docena de ocasiones anteriores en que fui a la bella ciudad-- ante el Portico de la Gloria del maestro Mateo, hoy rodeado de lonas y andamios. Hay una versión virtual de pago que me negué a ver por coherencia personal. Ni siquiera pude darme un coscorrón con el "Santo dos croques" o meter los brazos por los agujeros ad hoc que rodean su busto, ni pasar los dedos de mi mano por la desgastada y pulimentada huella de millones de manos anteriores aplicadas en el alabastro por los siglos de los siglos. Amén.

 

En la Oficina del Peregrino, unos metros más abajo, la cola de caminantes comenzaba en el patio interior y subía por las escaleras hasta el piso donde media docena de funcionarios del Obispado sellaban y garantizaban con la "Compostela" que habías cumplido los requisitos de la larguísima peregrinación de casi ochocientos km o su modalidades más cortas, con tal de que superes los 300 km seguidos. Con ella en la mochila (antiguamente era un pergamino con sello episcopal, hoy es un titulillo a dos colores donde ponen a mano ( el burócrata que me tocó la tenía vacilante y deficiente como la de un niño de preescolar y creo que aun peor) tu nombre y apellidos y te despiden tras hacerte rellenar un formulario con datos de tu viaje, incluida la motivación, "religiosa", "religiosa y otras", "otras". El. cachondo que fue atendido antes que yo, había escrito en letra menuda, "y bueno, tenía unos días y no sabía qué hacer".

 

Jaime y yo decidimos cerrar el viaje como está mandado por la tradición: alquilamos un auto y nos fuimos a visitar la "barca de la Virgen" de Muxía, un lugar junto al mar que vive de la fama de las enormes rocas que hay a la orilla del mar frente a la Iglesia de la Virgen, una de las cuales tiene la forma de una barca y se dice que la Virgen fue en ella a ese lugar para apoyar la misión evangelizadora de Santiago. Y de allí, tras un arroz memorable en casa Rosa, a Finisterre, la Finis-terrae medieval, donde los peregrinos cierran el épico viaje contemplando el mar infinito y dejando o quemando junto a la cruz algún objeto personal que les ha acompañado durante el Camino: símbolo de la precariedad de los asuntos humanos. Disueltos en humo o abandonados. Yo dejé mis trotadas zapatillas, con las suelas medio deshechas. ¿Te hace distinto, o mejor, el Camino? Quizá te hace más paciente, más sufrido, más tranquilo. La pregunta es: ¿y eso te dura mucho? Pero en el fondo piensas que ha valido la pena.

 

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