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2 mayo 2011 1 02 /05 /mayo /2011 16:57

Estamos en León. El albergue municipal para los peregrinos ha sido invadido, justo cuando llegábamos, por unas hordas juveniles de aspecto poco guerrero pero una vitalidad adolescente a prueba de bombas. Los profesores han repartido habitaciones y la muchachada se ha difuminado entre los pisos y las grandes salas dormitorios, entre algunos gritos y carcajadas estentóreas de signo masculino-juvenil.

Como es procedente dada nuestra edad y gobierno, hemos accedido a una habitación para dos, gracias sin duda a la previsión de mi amigo Jaime,  que ejerce de maestro de ceremonias en esta primera etapa. Mañana madrugaremos un poco, no demasiado, no estamos en la alta montaña (como en anteriores viajes con este amigo)  ni en pleno verano, y uno puede permitirse darse calma y tiempo. Mañana caminaremos unos 21 kilómetros, es una etapa suave y nos llevará desde León al pueblecito de Villar de Mazarife, no exactamente en el sendero tradicional que lleva a Villadangos del Páramo, sino uno habilitado hace algún tiempo que evita la caminata junto a la N-120 y se desvía a la izquierda por caminos de campos y labranzas por Oncina de la Valdoncina, Cozas de Abajo y Villar.

Me encantan los nombres que voy apuntando en mi Moleskine. Santa Olalla de Bureba, La Puebla de Arganzon, Torquemada (de rancia memoria histórica), Sahagún y Santas Martas.

El tren de alta velocidad permite disfrutar de un viaje rápido por espacios naturales de belleza calma y pueblecitos más o menos intuidos que parecen narrar viejas historias de estas tierras antiguas. Pero nada más salir, en el tren que atravesaba desde Sants hacia Tarragona y Lérida, una señora de acento inglés o alemán, esbelta a pesar de la edad, cabello blanco y grandes ojos azules de mirada inocente, nos informaba que iba a hacer el Camino e inquería cuál era nuestra intención, dando por supuesto que estábamos en la misma nave. Nos aclara que el año pasado hizo la Ruta de la Plata y que le pareció bello pero sumamente solitario. "Y claro, dijo, el Camino se hace para conocer gente, para compartir cosas con los demás, ?no? " La miré asombrado. Para mí el Camino es, como escribí ayer, un ejercicio de soledad, si acaso breve y amablemente compartida si se da el caso, poco más que "¿Qué tal vas? y el archiusado "Buen Camino" en cualquier idioma que uno conozca. Como en la vida, en el Camino hay gente para todo. NO hay reglas absolutas.

En el tren, voy mirando el paisaje y lo alterno con la lectura del libro de Douglas Harding "Vivir sin cabeza", un clásico de la literatura zen. Las fechas nos ofrecen un recital de campos verdes, arboles florecidos y colores de una vitalidad rabiosa. El vaivén de mis miradas van envolviéndome en un ambiente de plácida serenidad que en algún momento turba el sonido de los móviles y  el desagradable atentado contra la intimidad que supone escuchar a un sujeto contandole a su interlocutor cuestiones que sólo deberían interesarle a ellos dos. ¿No dice nada de los móviles en público las normas de educación y civismo? Pues debería hacerlo.

La entrada en tierras navarras cambia el paisaje, el color de las tierras, arcillosas, rojas, con montículos aterrazados, largas extensiones de grano, árboles en manadas irregulares. El Padre Rio fertiliza el paisaje, rodeado de un cielo dificilmente azul asediado por nubes blanas de vientre negruzco.

Psaamos por Olite y me qudo prendado unos segundos con la silueta de su castillo y su torre de punta trangular o en Tafalla, el campanario de una iglesia o monasterio, cuadrado, sólido, pardo sobre tejados rojos.

Al atravesar hacia Pamplona, en Izurdiaga, el tren pasa bajo los picachos dentados de una sierra que parecen precipitarse hacia la via, en el fondo, un rio serpentea con aguas turbias socavando la base de la montaña. A partir de allí se levanta una especie de muralla natural, con riscos hasta media altura y el resto bosque espeso. Parece como una inmensa meseta de la que solo vemos el muro que da al valle.

Miranda de Ebro, nudo ferroviario, atrae mi curiosidad, Viejos vagones iluminados por ese arte tan contemporáneo que es el grafitti, los hay de todos los estilos. Mas que un museo de viejos vagones y maquinas, parace el museo del grafitti.

Entramos en las planicies castellanas por Burgos-Rosa de Lima, esa bella ciudad desbordada por un urbanismo excesivo. Palencia se cruza en un santiamén y uno viaja por el páramo, donde la inmensidad verde con toques ocres de vez en cuando, parece unirse en una linea finísima con un cielo preñado de nubes, en las que abre de vez en cuando un tajo el sol. Contados árboles y postes de electricidad que semejan signos de admiración.

De Sahagún me deja boquiabierto--cosa de segundos, claro--la torre cuadrada entrevista sobre el caserío. Una maravilla con cuatro pisos de ventanas ojivales, señorial y poderosa como un samurai.

Con una puntualidad asombrosa (aún guardo el recuerdo vivo de los viajes en Renfe de hace treinta años) el tren hace su entrda en la nueva estación de Leon, estrenada hace dos meses.

Tras tomar contacto con el refugio, Jaime y yo nos permitims un rato de descanso y de escritura por mi parte. El Refugio ofrece gratuitamente el uso de internet. Maravilloso. Luego daremos un paseo por esta bella ciudad surcada por dos rios. Y mañana será otro día.

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