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10 mayo 2012 4 10 /05 /mayo /2012 07:15

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He aquí un libro para biblioerotómanos. Dícese de personas que aman los libros, los leen, los guardan y atesoran, los coleccionan, sienten extrañas afinidades con ellos, los convierten en objetos eróticos o se erotizan con su lectura o su posesión, los que rozan la psicopatología benigna del lector compulsivo, pero que no los suelen robar (bibliocleptomanía), no matan a nadie por ellos, no se los comen (bibliofagia), no sienten horror por el exceso, no son víctimas de la biblioclastia (irrefrenable pulsión de destruirlos en autos de fe o por insanía mental, a la manera nazi) y no padecen esa detestable pero generalizada manía de no devolver los libros que nos han prestado los amigos (conozco algún miserable carota que se jacta de tener una surtida biblioteca con "donaciones" involuntarias de amigos y conocidos)

 

 Jacques Bonnet es uj escritor y traductor que ha pasado, como él mismo confiesa, toda su vida enfrascado en los libros, las bibliotecas y toda esa sintomatología gozosa que configura a un lletraferit. En su ensayo Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama), juega con el doble sentido de la palabra. En francés los fantasmas de biblioteca son las cartulinas que se ponen con los datos del libro, en lugar del libro --que se ha prestado, por ejemplo-- en el correspondiente anaquel de la estantería. Esos huecos que indican la presencia fantasmal del libro con su ausencia.  Pero aun analizando la casuística que rodea a la desaparición de volúmenes, ya sea por préstamo, robo o destrucción, Bonnet se ocupa también de la cuestión contraria: cómo llegan los libros a nuestro poder, como se agrupan muchas veces por extrañas afinidades, cuáles son las circunstancias que los ha llevado a nuestra biblioteca..

El libro que les comentamos es una atractiva cita de amigos para el lector aficionado. Incluso se nos habla de los libros electrónicos y el extraño tiempo de mudanza que se avecina. O no. La lectura tiene una justificación muy por encima de las modas que la facilitan. Bonnet crea una agradable complicidad con los lectores que poseen muchos libros, con los amantes de las bibliotecas, con los que pierden la cuenta de los libros que tienen y aun asi siguen cayendo dia a dia en la tentación de adquirir más. Y por eso las célebres preguntas que todos hemos sufrido, después de los consabidos "Oooh" y la mirada bovina dirigida a los atestados anaqueles, ¿cuántos tienes?, ¿los has leidos todos? ¿como encuentras un titulo determinado entre tantos? ,¿los tienes ordenados de alguna  manera? ¿Cómo? ¿Por fechas de publicación, por géneros, por autores, en orden alfabético, por tamaño, por afinidades de tiempo, tema, escuela, siglo?¿no te agobian tantos libros? ¿cómo sabes a simple vista los que has leido y los que no? ¿te acuerdas de todos? Y así "ad nauseam".

 Uno siempre regresa al "Laberinto" de Borges, a las bibliotecas míticas, a los autores endemoniados por los libros, al "Auto de fe" de Canetti, a las perversas bibliotecas de los Mitos de Culthu, al aposento fantasmal de Don Quijote tapiado por un muro de mampostería por el Cura, la Sobrina y el Barbero, a la de la "Casa de los Libros" del autor uruguayo Carlos María Dominguez, a las maravillas ordenadas de Vargas Llosa, a todos esos laberintos personales donde la personalidad del bibliómano va reflejándose  en la estructura de su biblioteca que siempre acaba ocupando la casa a la manera de Cortázar.

Por ello uno simpatiza con Bonnet y acaba entendiendo la frase de Charles Nodier: "Despues del placer de poseer los libros pocas cosas hay mas dulces  que hablar de ellos ". O la frase antológica de Borges: "La lectura de un libro de Cervantes,  Flaubert, Shopenhauer, Dickens, Stevenson o Spinoza,  es una experiencia tan fuerte como viajar o estar enamorado".

También nos habla este autor de los libreros, esa benémerita raza de seres que tratan de ganarse la vida vendiendo libros y algunos de ellos, los que cuentan, también los aman y respetan a los autores y los cuidan. Borges, García Márquez, Auster, Chesterton, Mailer, Hemingway, Faulkner, han dedicado páginas preciosas a los que ellos conocieron y respetaron. Muchos de nosotros, los bibliofilos y escritores, hemos tenido la suerte de dar con algún especímen de librero especial. Yo he disfrutado de cuatro ejemplares: en mi juventud, Claudia, la encargada de la Librería Bosch, don Ramiro, el dueño de la Carroggio en Paseo de Gracia, el librero de viejo de Tarrades, don Luis (en el Mercado de Sant Antoni) y ahora, el amigo Octavi Serret en Valderrobres. Loor y gloria a todos ellos.

   Y como último detalle a destacar en el libro que comento y mi propia vida personal enfocada al uso y disfrute de los libros: A Jacques Bonnet y a mí nos une también una experiencia cinéfila traumática común. Ambos vimos en nuestra juventud, lógicamente en paises distintos, Francia y España, aunque en la misma  época, los setenta, un episodio de una serie de televisión llamada "The twiligth zone" ("La cuarta dimensión"), en el que un empleado de banca de media edad, furibundo lector obsesivo como nosotros, se encierra en una cámara acorazada para leer a gusto. Al cabo de un cierto tiempo logra salir, sorprendido de no haber sido interrumpido y se encuentra con que una catástrofe o una guerra nuclear ha devastado todo su mundo. Camina por una ciudad semi derruida. La gente ha desaparecido, Hay un silencio total. Los supermercados están llenos, las tiendas también. Llega a la gran biblioteca nacional. Miles y miles de libros le esperan. No le faltarán viveres ni tiempo para leer. Buscando un libro en un alto anaquel resbala y cae. Se da un golpe y rompe sus gafas. Sin ellas no puede leer. Rodeado de libros que ya no podrá gustar, el hombre llora amargamente. Solo ve sombras. Y no existe nadie que le pueda proporcionar otras gafas. Esa historia impresionó al autor de "Bibliotecas llenas de fantasmas". Y ese es el fantasma indeseado que pobló mis miedos más ocultos en la época en que vi la película. Olvidémos esa pesadilla. Y volvamos a este libro para los amantes de los libros.

 

 

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