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7 mayo 2021 5 07 /05 /mayo /2021 16:35

Siempre hay un idiota en cualquier recodo de nuestra mente, dispuesto a tomar el control y hacer valer sus "derechos" cuando menos te lo esperas. Con la particularidad, usted se habrá dado cuenta, de que los idiotas van en pareja: uno de ellos es ajeno a usted y el otro, es  o podría ser, perdóneme, usted mismo. La diferencia es que uno es real e inmediato y el idiota que hay en usted -inevitablemente, es cosa de la cultura en la que vivimos- está en potencia, dispuesto a aparecer al reclamo del otro. Un profesor francés, especialista en Spinoza, Maxime Rovere, propone tres principios básicos a tener en cuenta cuando uno afronta el problema de la idiotez: 1, siempre somos el idiota  de alguien; 2, Las formas de idiotez son infinitas y 3, el más importante idiota de todos los que conocemos está en nuestro interior esperando manifestarse (lo normal es que no se lo permitamos, pero intentarlo, lo intenta). En cuanto nos relacionamos con un idiota, de una forma automática, lo que hay de idiota en nosotros, vibra por simpatía energética  y se siente atraído por el/la persona que nos estimula, anula el pensamiento crítico, desvirtúa nuestro sentido común y nos impulsa a un comportamiento semejante. Normalmente uno logra evitar ese contagio. ¿cómo? Tratando de usar su capacidad de comprensión y, si es posible, de empatía. No hay otra salida. Un rechazo frontal es una trampa que provoca la entrada de alguna forma de idiotez, ya sea en forma de reacción inapropiada o de ironía agresiva o de calificativo insultante.

Lo cierto es que el idiota entra en tu círculo interactivo y crea una dinámica perversa. Cualquier cosa que digas o hagas puede ser usada en contra tuya. Si pretendes razonar con él/ella, asistirás a un choque letal entre formas distintas de entender la vida, por tanto es posible que el sentido, contenido y valor de las palabras que intercambiéis sean diferentes y a veces opuestos. Es conveniente analizar la situación, anular respuestas precipitadas y frenar con cortesía el desarrollo. No se puede convencer al idiota, hay que aplacarle y buscar algún punto de contacto no beligerante. El problema se agudiza cuando el idiota es nuestro jefe o dependemos de él de alguna manera. En esas ocasiones hay que estar atento a encontrar una vía de escape que cause el menos daño posible. A veces hay que gestionar, como inevitable, cierta cantidad de efectos negativos.

Gracias a internet la cantidad de idiotas ha crecido exponencialmente: nunca en toda la historia de la humanidad tantos tontos han podido decir tantas idioteces a tantas personas y tan pocas personas han podido librarse de ellas sin pagar el impuesto de pasar por tontos o por víctimas de desuelle público, injusto, anónimo e inmune. La única actitud racional que puede aliviar la carga negativa que suele  contagiar el idiota es acordarse de Sócrates o de Pirrón (lo más ilustrados),  y más sencillamente escuchar con benevolencia y paciencia, haciendo un sincero esfuerzo por entender la argumentación, si la hay, y procurar no perder la compasión ni el control. La ira, el rechazo, la violencia, hace que nuestro  idiota interno tome las riendas de inmediato. En algunos casos, la huida es una victoria. Pensemos que el virus de la idiotez o estulticia es sumamente contagioso y no tenemos mas antídotos que la razón y la ecuanimidad. Y. en última instancia, la vacuna, que no siempre está disponible: poner tierra de por medio entre el/los idiotas y uno mismo (y, por supuesto, "nuestro" propio idiota).

La interacción es el caldo de cultivo del idiota. Y esa herramienta social es básica e inevitable. Los consejos éticos al uso no sirven para lidiar con la idiotez. Porque la actitud, las palabras o las acciones de los idiotas suelen atacar la base ética de la sociedad, no como una acción  destructiva del signo que sea, ni como una ideología del caos, sino con la "inocente", corrosiva y disparatada seguridad del que cree obrar como debe ser (según un código personal al que no tenemos acceso y que no es coherente con la ética al uso).  Pero lo más peligroso de esa pandemia es que encumbra a los "mejores" idiotas a puestos de poder ya que son el reflejo exacto de la mediocridad que subyace en nuestra cultura adocenada y se extiende y fructifica gracias a los medios digitales y su globalización (caso Trump o Bolsonaro, sin ir más lejos, ni más cerca, la política nacional da excelentes ejemplos de la idiotez corrosiva de algunos).

Como dijo alguien muy amargado por estas cuestiones, los idiotas no son mayoría, pero la mayoría casi siempre es idiota. Ya que al ser un virus interactivo, el contagio prolifera con la cercanía y el contacto social. Si estás rodeado de idiotas es muy difícil que no surja el idiota que genéticamente alojamos en la mente. Sólo nos queda estar con ojo avizor, rogar a los dioses que no nos aumenten la dosis de idiotas que nos corresponde estadísticamente y controlar el orgullo herido del que llevamos dentro, siempre empeñado en demostrar a otro idiota que es aún más idiota que él.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

ficha

¿QUÉ HACEMOS CON LOS IDIOTAS?.- Maxime Rovere.-Trad. Núria Petit.- Ed. Paidós. 138 págs.

 

 

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