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3 diciembre 2018 1 03 /12 /diciembre /2018 09:08

Desde los Pitagóricos y Sócrates a los epicúreos, de Marco Aurelio a Epicteto, de Wittgenstein a Kant, desde Foucault a Onfrey, pasando por Ortega, María Zambrano o Emilio Lledó y haciendo una parada en Unamuno, Nietzsche, Sloterdijk, Pierre Hadot  o François Jullien, incluidos Kierkegaard o Schopenhauer, en algún momento de todas estas lecturas, tan diferentes entre sí, a veces francamente opuestas o contradictorias, hay una mención al sí mismo, a la perentoriedad ética y pragmática del "Nosce te Ipsum" ("Conócete a tí mismo") y como  complemento dinámico esencial, la premisa conductual de que uno debe esculpir el propio si-mismo: es una obligación moral, es la coherencia absoluta con el pensamiento más noble de la filosofía que todos ellos practican. En todos, raramente a la misma edad o periodo de la vida, casi con preferencia cuando uno navega ya por los mares menos tormentosos de la madurez y la vejez se insinúa con la merma del vigor y la presencia aguda y maliciosa del cansancio y el escepticismo, en todos hay huellas del desaliento de saberse lejanos de los modelos que alguna vez ansiaron personificar. Sin hablar de filósofos, extendiéndonos a personas corrientes, aquéllas con una cierta lucidez y honestidad, las que buscan o ansían una "metanoia", un cambio interior, un retorno a un sí mismo original, equilibrado y sabio, se dan los mismos síntomas de desaliento pues dudan poder esculpir esas características en el cansado yo. Un yo que siente continuamente el pesar de no haber obrado en su vida hacia  la "aristós", la excelencia,  esa virtud ejecutiva que solo aparece tras la acción correcta y desinteresada. Es la nostalgia del ser que no es deudo de sus pasiones o de sus carencias, del ser que sólo supieron implementar, llevar a cabo, y en contadas ocasiones, los más afortunados.

Viene esta reflexión ante la sorprendente cita de unos versos de Quevedo que encabezan un capítulo de "El surco del tiempo" de Emilio Lledó: "Reina en ti propio, tú que reinar quieres//pues provincia mayor que el mundo eres". El jocoso don Francisco sabía usar el estilete estoico con la pericia de un cirujano de almas. El dominio de sí no es un juego de celda monástica o de torre filosófica. Es un desafío cotidiano...pero desmesurado, pues nuestra mente tiene la complejidad y la "extensión" de un mundo. Y al tiempo, es un empeño de lo más noble que anida en el ser humano.

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