Bueno, con la excepción de la primera de esta trilogía innecesaria (en el que la novedad de los personajes del Museo Metropolitano de Nueva York tomando vida, llama la atención y causa secuencias de bastante humor) la reincidencia en una tercera visita a las tribulaciones de un Ben Stiller que parece tomarse a broma todo el asunto, no aporta nada nuevo y si provoca cierta cansina reincidencia en bromas ya sin gracia como la manía mingitoria del repugnante mono o vergüenza ajena por ver de qué manera tan escasamente lucida se despide del cine y de la vida aquel gran cómico que fue Robin Williams. Si uno va a verla sin esperar nada nuevo y aún de divierten las payasadas de los mini romanos o mini cowboys o sonríe con el monolito parlante de Pascua o el dinosaurio esquelético, pues bueno, muy dueño es. Esta tercera parte puede irritar a algunos y seguir encandilando a los aficionados al cine de humor grueso de los 80 y 90 y a los fans del impertérrito pero eficaz Ben Stiller. Algunas secuencias revelan que a los guionistas y al director no se les ha secado el cerebelo, así la presencia del sir Lancelot o la secuencia en el cuadro del laberinto de M.C. Escher. Nos sobran las relaciones paterno filiales de Stiller con su hijo, un pegote pseudo emocional innecesario y no nos sobra la divertida escena de Hugh Jackman. Comedia barata con algunas, pocas, pinceladas de cierta calidad.
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