En japonés hay un verbo "gambarimasu" que significa más o menos "perseverar en el trabajo, dar lo mejor de cada uno en beneficio de los demás". Desde el viernes 11 de marzo, a partir de las 14,46 horas (hora japonesa), es uno de los verbos más utilizados en esas islas, en el conjunto social de un país sometido a un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter, un tsunami apocalíptico a continuación y a partir del sábado 15, a las 15,36 horas tras la explosión del reactor 2 de la central nuclear de Fukushima, una alerta total por posibles irradiaciones radiactivas en una secuencia progresivamente destructiva que ha afectado a tres reactores más y en uno de ellos, el 4, un posible desastre de fusión nuclear que podría invadir la atmósfera con una carga letal de consecuencias imprevisibles. Más de 8.000 muertos y de 2.000 heridos, 12.000 desaparecidos y 600.000 evacuados, por el momento, en un desastre que parece tener una capacidad demoníaca de auto superación.
Pues bien en este escenario de una brutalidad que anonada, los japoneses aplican el "gambarimasu" sin cesar, se atienen a una disciplina ordenada, llena de entereza, hacen colas para recibir ayuda, se muestran solidarios entre ellos, no hay casos de pillaje o saqueos, ni de pánico o caos, los comerciantes siguen manteniendo los mismos precios en sus productos, ayudan a los soldados y funcionarios que tratan de ordenar el rescate de personas, la evacuación de ancianos y niños, la recogida de cadáveres, el reparto de alimentos y agua…en una actitud social que es el asombro internacional.
Parece como si el espíritu del "bushido", los principios del código ético del samurái, que es una de las razones de la recuperación japonesa tras el desastre de la II Guerra Mundial, un entramado de reglas en las que el afán de servicio, la honestidad, el sentido del honor, la disciplina, el respeto al otro y a la jerarquía, el trabajo como servicio (influencia también del confucionismo), se hubieran activado. Y eso produce ejemplos tan radiantes como el caso de esos 50 operarios, técnicos, ingenieros y bomberos que se quedaron, no sabemos si voluntariamente, pero no me sorprendería, en los reactores dañados tras el tsunami y las explosiones de hidrógeno, para ir bombeando de cualquier manera agua de mar para evitar que la falta de refrigeración agravara el desastre nuclear previsible. A esos 50 se añadieron otras personas más hasta conformar un grupo de 180 héroes cuyo trabajo quizá en estos momentos esté evitando ese holocausto y cuya salud estará gravemente afectada.
Un ejemplo envidiable el de este pueblo sometido a un triple castigo de una dureza impresionante. Lástima que el gobierno de Naotu Kan y los líderes políticos en general se escuden quizá en ese "silencio, disimulo y cortesía ante los problemas, de cara al público" e informan poco y mal o, se produzcan casos de estupidez malsana, como el gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, que se atrevió a decir que el tsunami "es un castigo divino". No dan la talla.
Fukushima, Tree Mille Islands (Harrisburg, 1979), Chernobil (Ucrania 1986) (sin contar, claro está, Hirsohima y Nagasaki), muestran la cara menos amable de la cuestión nuclear. Pero ese es un debate que, por respeto a Japón, deberíamos aplazar para cuando nuestra ayuda al sufrido pueblo japonés ya no sea necesaria. Mientras tanto, "Gambaru Nihon", es decir, "ánimo Japón, da lo mejor de ti, persevera en esa actitud valiente y responsable". Ojalá nos enseñes a hacerlo. El mundo lo necesita (y nosotros, perdónenme, en particular).