Federico Luppi y Norma Aleandro, son dos actorazos argentinos que transmiten una naturalidad sin fisuras. Los disfrutamos en aquella delicia que se tituló "El hijo de la novia" y ahora volvemos a verlos juntos dando un recital de sensibilidad y buen hacer, de vis cómica y seducción emotiva, en una palabra, de dignidad profesional y profundidad humana. Se trata de "Cuestión de principios" que dirige Rodrigo Grande, sobre un guión que firma él mismo y Roberto Fontanarrosa, basado en un relato corto de éste último, un buen escritor ya desaparecido, apodado "el negro".
Un relato sencillo de esas situaciones laborales y humanas que son el pan nuestro de cada día en muchas empresas. Recuerda la película del expresionismo alemán, "El Último", en la que los avatares e injusticias de una empresa hotelera en crisis que dejan fuera del trabajo a un empleado modélico, un portero con un uniforme de gala, causa una toma de partido penosa del pobre individuo con tal de preservar su castigada dignidad humana. En fin, no hace falta contarles más. Como dice el título de la película, se trata de una cuestión "de principios". De una cuestión de dignidad, por encima de dinero y poder, tan difícil de preservar en una sociedad donde priva la ganancia por encima de todo y la convicción denigrante de que todo tiene un precio, que todo se puede comprar y que el que no se ajusta a esto principios amorales es un pardillo y un idiota que no merece más que la humillación y el desarraigo.
Sin embargo lo notable de esta película es que trata de huir del maniqueísmo simplón, ni el tiburón ejecutivo es tan desalmado e inhumano como marca el estereotipo (de hecho tiene los pies de barro, en forma de una ex y de una niña, su hija) ni el íntegro currante medio jubilado es madera noble y sin nudos: de hecho bordea la frontera estúpida de la obstinación innecesaria.
Tal vez mi único "pero" tenga que ver con el final, innecesario sello de moralina discurseada al mejor estilo Frank Capra, soledad del malo y premio al bueno, feliz y contento con su victoria. Es una comedia que toca elementos tan sensibles y profundos que acaba molestando la simplicidad maniquea de su desenlace. Pero bueno, esto son manías de purista. Y muy subjetivas. Lo cierto es que el espectador pasará casi dos horas --demasiado tiempo, hay que reconocerlo-- de a menudo placentera convivencia rioplatense con una matrimonio envejecido pero dinámico y una lucha, entre el viejo empleado y el nuevo y joven director gerente de la empresa (magnífico y convincente Pablo Echarri). Un cierto defecto de ritmo, hace pensar que un montaje menos despacioso, un poco mas de nervio e intensidad narrativa, y el adelgazamiento de ciertas escenas un poco superfluas, hubiese redundado en un producto más redondo. Dignidad y principios siempre causan una simpatía especular en los espectadores: todos nos sentimos concernidos, a todos nos emociona la persona que pierde o corre peligro de perder algo valioso por tal de defender su dignidad. Pero como dice el amigo izquierdista de Luppi, "los principios son un reflejo condicionado. Los mantienes por los demás. Aprovecha la ocasión y olvídate. Saca lo que puedas". Pero no es tan fácil llegar a un compromiso tan obvio socialmente cuando hay un buen guionista por medio. Y asi puede suceder que cuando el moralista cede, su sacrificio no le sirve de mucho y así pierde dignidad y precio al mismo tiempo. O no. Y en esa vuelta de tuerca es donde anida mi queja. ¿Era necesaria?
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