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30 noviembre 2012 5 30 /11 /noviembre /2012 17:32

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Unas niñas leen ante las cámaras de televisión unas informaciones sobre el desplome del mercado financiero por la situación de la deuda de Abu Dabi. Su padre las ve en el televisor de la prisión donde se encuentra entre otros muchos delincuentes financieros. En "La hoz y el martillo" uno de los relatos del libro "El ángel Esmeralda" del escritor neoyorquino Don DeLillo, se nos muestra la perplejidad que causa la desinformación que invade nuestro mundo actual, el agobio de la percepción sometida a unos cambios incesantes, casi siempre brutales, que constituye una de las lacras en las que vivimos los ciudadanos de las llamadas sociedades desarrolladas. Los datos de la inseguridad económica que la niñas recitan sin saber su significado dan una espectral imagen del desconcierto de nuestra época sometida a fuerzas cuyo control se nos ha escapado. Hay algo siniestro en la imagen de que sean niñas pequeñas, como si jugaran, las que reflejan el estado de inconsciente irresponsabilidad que se ha apoderado de los que influyen en la situación financiera de nuestro mundo.

DeLillo es uno de los escritores más respetados --y no muy conocidos popularmente-- de la literatura norteamericana actual. No hay concesiones en este intelectual cuya prosa tiene la contundencia y el encanto de un híbrido entre las fulgurantes imágenes de un Faulkner, la firmeza de un Hemingway y la elegancia expresiva de un F.S.Fitzgerald.

Nueve cuentos forman el libro editado por Seix y Barral (facilitado a este crítico por el providencial Serret de Valderrobres)  en los que este multipremiado novelista --desde que en 1985 se llevó el prestigioso National Book Award por "Ruido de fondo"--, nos ofrece una selección (realizada por él mismo) de sus mejores cuentos escritos entre 1979 y 2011.

Después del 11-S, DeLillo escirbió "El hombre del salto" que era una metáfora paralela a "Ruido de fondo" de 1985. Si en ésta se nos cuenta la odisea de una familia que huye de una nube tóxica entre la desinformación y el caos, en la primera se nos habla de un equilibrista que poco después de la tragedia de las Torres Gemelas se pasea por un cable tendido entre altos edificios, siempre cabeza abajo, rememorando la icónica fotografía o filmación de los sujetos que se lanzaron de las ventanas del World Trade Center en llamas. En ambos casos se repite un mensaje habitual en las novelas de este escritor inquieto: la crítica al efecto demoledor que la sobreinformación y la sobrecarga tecnológica está produciendo entre las personas. Cómo se deforma el mensaje de la vida, sus valores y su equilibrio debido a la manipulación bastarda que el estilo de vida de las sociedades avanzadas difunde como un producto inevitable. Eso explica el absurdo de que los personajes de De Lillo traten siempre de reducir el conflicto social y económico del momento a unos parámetros inmediatos, visibles, que nos permitan creer que sabemos quiénes son los causantes del desastre que vivimos y  de esta forma calmar nuestro superticioso temor.

Los relatos de "El ángel Esmeralda" van reincidiendo en esa visión desencantada y mítica de la condición humana. Hay una metáfora global que encuadra a los personajes de De Lillo y la cuidadosa y detallista descripción del vacuo desconcierto de sus vidas. En el relato que da nombre al presente libro, dos monjas que trabajan en el Bronx neoyorquino son forzados testigos de la salvaje muerte de una niña y de un fenómeno que hace creer a los fatigados y enojados vecinos de la zona que se ha producido un milagro y que la niña muerta aparece como símbolo de cualquier cosa maravillosa. El sobrio relato va despojando al lector de expectativas: no hay nada que esperar de una sociedad capaz de crear individuos como los que bullen en ese barrio marginal del país más próspero y poderoso del mundo.

Otro relato "Momentos humanos en la III Guerra mundial" nos cuenta la experiencia de dos pilotos espaciales, que circunvalan el planeta en una nave con la misión de disparar contra objetivos señalados por la base, como si fueran parte de una gigantesco juego del que no saben sus consecuencias. Relativizada la tragedia bélica por la distancia espacial desde donde intervienen. En este contexto, los astronautas escuchan  por la radio emisiones radiadas hace más de 50 años que siguen flotando en el éter. Uno de los personajes reflexiona: "Olvida la medida de nuestra visión, el barrido de las cosas, la propia guerra, la terrible muerte. Olvida el arco de la noche que nos cubre, las estrellas como puntos estáticos, como campos matemáticos. Olvida la soledad cósmica, el flujo hacia arriba del pasmo y el miedo reverencial".

En "La acróbata de marfil", una norteamericana nos cuenta sus desazonantes experiencias durante un terremoto que sacude Atenas. La mujer vuelve a ser una metáfora de esa actitud humana que refleja De Lillo en muchos de sus personajes, una espera paciente y educada de unos acontecimientos que te superan aunque trates civilizadamente de darles una explicación y un significado. En "Creación" nos habla de una pareja de turistas que ha quedado detenido en un pequeño aeropuerto de una isla de las Barbados, el miedo y la trivialidad de la desesperanza y la vulnerabilidad en el seno de una sociedad opulenta que cree tenerlo todo controlado. En "El corredor", es el secuestro de un niño el elemento que distorsiona la apacibilidad del ejercicio de un joven que corre deportivamente por la ciudad. La búsqueda de un sentido a un hecho violento que conmueve, un sentido que lo "normalice" y lo haga aceptable, es la lucha del propio De Lillo por mostrarnos la vulnerabilidad de nuestra época, tan creída de sí misma.

Como dice uno de sus personajes "Hay cierto consuelo en creer lo peor, con tal de que sea el convencimiento imperante". De Lillo busca en la confluencia social de la alarma o el temor, o el simple terror a lo que ocurre y a lo que puede ocurrir, una suerte de catarsis que tranquiliza al ciudadano, no en cuanto no vaya a ocurrir la desgracia que se anuncia sino en que no va a estar solo ante ella, va a compartirla con los demás y en ese anonimato del número encuentra una especie de triste consuelo.

Para dar un valor suplementario a esta prosa, De Lillo nos sorprende muy a menudo con fulgurantes frases en las que brilla una extraña poesía. Y así, por ejemplo, describe a un personaje como "un hombre formalmente ausente de su menor gesto o palabra" (pag. 165) o en "Baader Meinhof" escribe que una mujer que mira una serie de fotografías en una sala de exposiciones sobre la mítica banda terrorista alemana, siente " una intimación detrás de ella, un leve desplazamiento de aire y así supo que habia alguien más en la habitación". (pág.119)

Relatos para leer al menos dos veces. Como en el cuento de Cortázar "Las babas del diablo" siempre hay algo que se nos escapa en una primera visión. Un detalle primordial. De Lillo suele generar muchos de esos detalles. Su lectura es una gozada.

 

FICHA: EL ÁNGEL ESMERALDA.- Don DeLillo.-Ed. Seix Barral. Biblioteca Formentor. Traducción de Ramón Buenaventura.235 págs.19 euros

 
   
   

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