Desde Rabanal a Molina Seca, una etapa repleta de subidas y bajadas, caminos de sirga jacobea de lo más hermoso y andaderos en las márgenes del asfalto o en pleno asfalto que acaban dañando, espero que transitoriamente, mi castigada rodilla izquierda.
Además, el bautismo de agua del Camino. Una tormenta que nos va persiguiendo monte Irago hacia arriba y luego de bajada hasta El Acebo, a cuatro horas de la salida, donde paramos a tomar un bocado. Rompe a llover justo en el momento del café.
Son en total unos 26 kilómetros de constantes desniveles, en siete horas y media, una etapa montañera de belleza espectacular, a pesar de la lluvia, a pesar de las nieblas y el desfile de nubes amenazadoras. Para mi gusto la etapa más bonita y variada, que no hubiera supuesto demasiado esfuerzo en condiciones fisicas normales, pero ha sido un tanto fastidiosa por los cantes de la dichosa rodilla de San Menisco de los Dolores, patrón del gremio de los pinchazos senderistas.
Pero bueno, pasemos a cosas más serias. Salimos de Rabinal a las ocho sonantes en la iglesia de Santa María y comenzamos a subir desde los mil y pico metros de este pueblo hasta los 1515 de la Cruz de Ferro, por un sendero montañero, intercalado con trozos de asfalto, entre autenticos macizos de flores silvestres, amarillas, lilas, blancas con centro dorado, el olor de la retama y el espliego y de vez en cuando manadas de árboles escuálidos, con ramas sin hojas y escuetos troncos invadidos por la lepra de liquenes y musgos en cabellera. Tenía una suerte de belleza patética. Al fondo los Montes de Leon, con sus laderas llenas de verdor. El agua hacia brillar todo como si estuviera recién estrenado.
Al fin, la cima del Camino Francés. La cima más alta que se debe superar. La Cruz de Ferro, una cruz ensartada a una larga pértiga sobre un montículo en el que los peregrinos, en lugar de las tradicionales piedras o cantos rodados, lleva unos pocos años dejando cosas variopintas e inverosímiles que convierten la zona en un estercolero, con perdón. Desde botas viejas a calcetines, monederos vacios, sombreros, pañuelos, unas bragas, carnets, papeles, dibujos, paquetes de tabaco y encendedores usados, pèines, gafas rotas...por favor. Frente a ella la ermita de Santiago, pequeña y oscura, llena de candor y quizá de fervor. La niebla invade el lugar y algunos peregrinos , extranjeros of course, descansan bajo el portalón de la ermita.
Inciamos pronto la bajada hacia Manjarin, un pueblo abandonado, como muchos de esta zona que ha renacido gracias a la moda del Camino y sus multitudes. En este pueblo hay una comunidad de seguidores modernos de los templarios y un elemento medio hippy que regenta una especie de pequeña cueva santuario de tipo laico, con el habitual mezcla de mensajes desde la cultura de la autoayuda hasta las disciplinas orientales. Una especie del David ya mencionado, pero más sujeto a las leyes del marketing. Junto a la mesa de aguas, tes y galletitas, la mención "todo es gratis" y un poco mas lejos otro cartel recordando que el lugar se mantiene gracias a la generosidad voluntaria de los peregrinos.
Aun hemos de pasar por otra cima coronada por una larga antena de comunicaciones pero vedada al caminante por ser terreno militar. Comienza entonces la bajada, en la que menudean los tramos de carretera y por tanto mis cantos en arameo. Llegamos a El Acebo una hora más tarde. Otro pueblo abandonado hasta hace poco al que la corriente de personas y dinero del Camino ha revitalizado.
Despues vendra uno de los tramos más puramente montañeses en el que la cerretera corre no muy lejana pero no invasiva. Se baja al valle del arroyo de Prado Mangas y minutos mas tarde, entre castaños, por la vega del rio Pretadura. Jaime fotografía macizos de flores como regalo visual para Ana, su mujer. Entre flores vamos dando término al recorrido por el monte Irago, que según viejas cronicas del siglo XI, era "tierra áspera, pantanosa y espesa" muy afectada por bandoleros, atracadores, ladrones de todo fuste y demas gentes de mal vivir. Ahora el recorrido no necesita de los hombres de buena voluntad que los Concejos de la zona ponian a disposición de los caminantes para que les guiaran por ella.
Desde los tiempos de la Baja Edad media el Camino no habia recuperado la caracteristica de ser motivo y ocasión de desarrollo y riqueza para toda la zona. Y ahora, desde hace unos años, como hemos tenido ocasion de comprobar y narrar, hay muchismos pueblos que han renacido de sus cenizas gracias a los peregrinos. Como Foncebadon que hemos cruzado hace unas horas y aun presenta las ruinas de lo que fue un gran pueblo medieval y llevaba decenios sin vida. La recuperacion comercial se hace evidente en los establecimientos jalonan la antigua calle mayor.
En El Acebo hemos entrado en la comarca del Bierzo, una miniregión bella y pacífica, con un microclima muy agradable, de sólo sesenta kilómetros de peculiaridad y tradiciones propias. La entrada en Molina Seca, nuestro fin de etapa, desde lo alto del monte, es muy satisfactoria y nos vemos agradablemente sorprendidos por el precioso trazado del puente románico sobre el rio Meruelo, que baja pleno de aguas y la suntuosidad del Santuario de las Angustias y la señorial clase de una calle Real, que nace tras pasar el puente y tiene un trazado corto festoneado de casa nobiliarias, escudos y bellísimas balconadas de madera.
En el centro cívico del pueblo, una amable encargada, Nati, me facilita información y me da acceso libre e ilimitado a internet. Los niños del pueblo invaden la sala -biblioteca e internet, media docena de ordenadores de ultima generacion- y son invitados a dejarla pronto con lo que se me regala la paz y la concentración precisas para dar cima a este escrito. Asi que hasta mañana.