Dos jóvenes expertos en informática, acompañados por la novia de uno de ellos, van a la caza de un "hacker", especialmente misterioso. Rastrean la señal hasta un lugar remoto, perdido en mitad de la nada. Hay una casucha abandonada y ruinosa en la que, al estilo de la Bruja de Blair, cámara al hombro, se agudiza el misterio y se saborea el miedo. Giro imprevisto de tuerca: no vamos a ver truculencias "gore". Entramos en una trama de ciencia, de laboratorios impolutos, de científicos con trajes de presurización aislante futurista, de cibernética, de política oculta y disciplina militar. Ya tenemos el área oculta de los Estados Unidos, la célebre zona secreta 51, relacionada con los fenómenos extraterrestres. El realismo nos va abandonando y entramos en la ficción futurista. A partir de aquí la trama se hace confusa, algo incoherente y en cierto modo previsible, hasta que el afán por sorprender hace añicos la verosimilitud.
Laurence FIshburne, tan buen actor como siempre parece que no acaba de sacarse de encima el "Morfeo" de la saga Matrix, cosas de las películas alimenticias (nominación que reciben las que fallan estrepitosamente en algún apartado técnico, aquí el guión). La cosa se dispara por lo absurdo y excesivo, pero la cinta ya acaba y nos deja buen sabor de boca. Es vistosa aunque no sea buena. Notable producción artística y de postproducción.
Su director, William Eubank, aprovecha las limitaciones del rodaje en un bunker científico, un entorno hostil, pero lo hace con la brillantez necesaria, basándolo en una fórmula de thriller de huidas y persecuciones hasta su poco relevante final. Me ha encantado el guiño a Kubrick de muchas imágenes, incluida el cartel promocional del filme. Sus efectos especiales fueron premiados en Sitges'14.
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