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12 mayo 2024 7 12 /05 /mayo /2024 11:40

OBSERVATORIO POLÍTICO INTERNACIONAL

EL “GRAN HERMANO” DEL SIGLO XXI

La ‘tecnodictadura’ es la mayor amenaza real contra la paz, la libertad, la democracia y el progreso en el mundo.

 

George Orwell (Eric Arthur Blair) dibujó un terrible futuro ‘distópico’ en su novela “1984”, publicada en 1949 y que ahora, 75 años más tarde, se relee con toda su fuerza simbólica, reflejada en algo tan cercano y cotidiano que da escalofríos pensar...que se quedó corto. Es decir, la realidad socio-política, económica, ecológica, bélica, inmigratoria, destructiva y genocida de los angustiosos años 20 del siglo XXI, supera con creces la mayoría de las suposiciones imaginativas del escritor inglés (nacido en India en 1903 y fallecido en Londres en 1950) que luchó en nuestra guerra civil en el lado republicano.  Orwell pretendió con esta novela y con “Rebelión en la granja” mostrar las características del régimen de Stalin –o de Hitler, en el otro extremo- y fantasear con las consecuencias de su implantación en cualquier país. Y eso que no llegó a conocer a Pol Pot, Mao y tantos otros “tiranos” del siglo XX (sin olvidar a Putin, Bolsonaro, Kim y Trump en el XXI) Sin embargo lo que cambió en los últimos años es que ya no se trata de regímenes totalitarios fascistas o neonazis, sino que son los países con gobiernos democráticos los que  se ven sometidos a los efectos perniciosos de la “tecnodictadura”,  ya que el poder político (y el económico, por otras causas) comienzan a estar sometidos a las exigencias y auge de los bulos, las campañas digitales y una despolitización creciente provocada por la polarización suicida del espectro político. Unan a esto el estilo de vida que el nuevo capitalismo impone, la aceleración, la pérdida del sentido social a favor del individualismo, unido a un nacionalismo xenófobo, el consumo histérico, la exacerbación del odio al “distinto otro” y a la diversidad, y la relativización de la verdad en la comunicación. Todo ello crea el caldo de cultivo apropiado para el crecimiento del poder del “Gran Hermano” tecnológico. La censura, la manipulación y la desnuda falsedad, más la selección o condena de las personas, ideas o actos, ya no procede del poder político enteramente, sino del poder oscuro, sin nombre ni rostro, que emana de las multinacionales y se realiza en las pantallas de los móviles y los ordenadores, con el eco complaciente (a la fuerza) de los medios de comunicación y el rechazo minoritario de algunos medios independientes pero, y eso es lo grave, con la aquiescencia inconsciente del ciudadano, cegado por las ofertas de entretenimiento, de consumo y de relaciones.

Como muestra un botón: el caso español. Los dos partidos en liza por el poder se han ido turnando en acusaciones de “manipulación de la democracia”. El famoso “Procedimiento de Actuación contra la Desinformación”, de 2020, (el gobierno monitorizará las redes a la búsqueda de noticias falsas y tendenciosas, a las que se dará una “respuesta política”) no vale en este momento ni el precio del papel donde se ha impreso. Como el asunto proviene del PSOE, el PP le acusa de intentar convertirse en un orwelliano “Ministerio de la Verdad”. “Un ataque intolerable a la democracia”, olvidando su papel anterior en el tema y su uso negativo de los medios digitales a su disposición. Pero los pseudomedios o “máquina del fango”  hacen leña del árbol caído, a decir verdad, ya sea el PSOE o el PP, (a propósito evito entrar, por simple decoro, en la dinámica del resto de partidos y sus Comunidades). Así que seguimos igual, o mejor dicho creciendo en ese conocido diagnóstico social: aumento de la polarización, crispación en alza en el mundo político y una desconfianza ciudadana de la que se aprovechan los extremos políticos de siempre. Lo cierto es que en Europa ya se nos considera uno de los países más vulnerable a la desinformación digital. La cual procede demasiado a menudo de la misma clase política que padece sus efectos. Todos usan en la red montajes que siguen, según un grupo de expertos en manipulación digital, modelos muy conocidos: el de “sesgo cognitivo” (forzar la predisposición a creer determinadas cosas y no otras, independientemente de su veracidad); la “jajaganda” (hacer humor grueso para ridiculizar a instituciones o personas); “algoritmitis” (los motores de búsqueda y las redes filtran contenidos de impacto y usan algoritmos para llamar la atención del ciudadano y decantar opiniones, rechazos o adhesiones). La única diferencia con el “Gran Hermano” televisivo de Orwell, es que detrás de esas pantallas no hay un dictador con su propio programa “político” hegemónico, sino que hay varios aspirantes al cargo, políticos o económicos, enfrentados entre sí, pero con la cuota de poder suficiente como  para tener acceso a alguno de los “motores” de desinformación global que el “Sistema” tecnológico pone a su disposición (al precio que sea).

Distinguir a los “pseudomedios” de los que no lo son y tratan de canalizar una información veraz, pasa por algo tan obvio como proponer una ley que obligue a todos los medios, cadenas y plataformas a hacer públicas sus fuentes de financiación. Y el segundo punto, en el que insistimos una y otra vez los que escribimos sobre estos temas, es un problema de educación general, de alfabetización digital del ciudadano y de exigir a éste ampliar los principios éticos en los que se debe fundar la convivencia y las relaciones sociales (también las familiares) y el respeto hacia la diversidad. Solo esa educación puede enseñar al individuo a distinguir y contrastar fuentes y medios. Y así evitar por principio los contenidos falaces y de odio, se vistan como se vistan.

Es conveniente saber, por ejemplo, que los pseudomedios y las campañas de desinformación, no son productos creados por el azar, la tendenciosidad  o la evolución política provocada por las circunstancias. Son creaciones específicas y dirigidas a un sólo objetivo: manipular los procesos y la convivencia democrática a través de la distorsión de la realidad y  la difusión de noticias falsas. Es una herramienta de uso político, pero no hay una ideología detrás, sino un afán mercenario: se vende al mejor postor. En su manera de actuar siguen un cierto tipo de pautas. Los forenses digitales hablan de “contenidos inauténticos”. Es decir no los han producido ellos mismos, sino que roban contenidos a otros medios, los manipulan para distorsionar el mensaje y los sirven gratuitamente. Con la aparición de la IA y sus modelos generativos la cuestión de la falsificación ha crecido exponencialmente. Ya no es preciso utilizar un burdo montaje fotográfico para falsear la realidad, como Stalin hizo con Trotsky, en la célebre foto de la parada militar en Moscú. Recuerden también que el famoso Photoshop (1986), llevó hasta los particulares el arte de la manipulación fotográfica.  Pero fíjense, ahora sería posible difundir un mensaje del Papa Francisco en persona, con su imagen y su voz, pidiendo que alguien lance la bomba Atómica contra Palestina, contra Ucrania o contra el mismísimo Vaticano. Es la falsificación de lo real llevada a un extremo incontrolable, ya que los creadores de tal dislate sabrían también convertir el mensaje en viral. Y las actividades falsificadoras de la IA ya están influyendo para llevar a Trump de nuevo a la Casa Blanca o convertir a Putin en un héroe. Son campañas de videos falsos a favor del líder que convenga: aparece en todas partes y suele afectar más de lo que parece dado lo burdo del sistema.  Podrían  afectarán los resultados electorales en Europa y Estados Unidos de una forma impredecible. Esto lleva a la larga a una grave  erosión de la solidez y firmeza de la democracia.

La pregunta es: ¿Qué hay que hacer? O, más bien, ¿qué se puede hacer? , ya que lo que hay que hacer, suele estar reñido con lo que se puede hacer. Las democracias necesitan un ecosistema mediático que se defienda y extirpe ese cáncer informativo: en caso contrario el escepticismo, la incredulidad y el odio subsiguientes terminarán con ella y los pueblos volverán a estar bajo el poder de los Calígulas de turno. La única manera de obtener esa vacuna democrática sería la unión honesta y transparente, por encima de ideas y partidos, de toda la clase política, las empresas tecnológicas, las plataformas y las empresas de comunicación y marketing. Y en tanto se llega a esto (si fuese posible, cosa que está por ver) utilizar los medios reactivos y coercitivos legales para blindar a los ciudadanos, las instituciones y el sistema político democrático -de una forma pecuniaria y penal-  frente ante todos los daños que sufre el sistema en su conjunto a causa de la utilización mendaz  y tendenciosa de la información.

Con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa (el 3 de mayo), las Asociaciones de Prensa de España compartieron un manifiesto titulado “Sin periodismo no hay democracia”. Se trata de regular la prensa, establecer el punto clave entre la censura y la libertad de expresión, frenar las mentiras incontroladas y distinguirlas de las críticas saludables e identificadas. Pero para eso, en primer lugar, ha de equilibrarse el comportamiento personal de los políticos del país, serenar los debates y mantener una escrupulosa y educada pulcritud y cortesía en las discusiones públicas y una conciencia clara de dos elementos: dónde empieza y termina la opinión y el carácter insobornablemente veraz de la información. Debe acabar el bailoteo impúdico de medias verdades y de medias mentiras para arrimar el ascua a la propia sardina. Ese es cometido de trileros, no de políticos que viven del erario público.

Hay que tener en cuenta cómo los discursos de odio, las conspiraciones y la violencia en las calles están relacionados entre sí. Deberíamos preguntarnos quiénes salen ganando con la creciente agresividad en las Redes, en las tribunas políticas y en los medios. En esencia lo que sí sabemos es quienes salen perdiendo: el resto, seguramente una mayoría, de ciudadanos pacíficos y razonables que pueden dialogar sin insultos y sin descalificaciones, con ese ingrediente cada vez más ignorado que se llama ‘respeto al otro’, sobre todo  cuando opina de manera distinta a nosotros. Hay que hacer notar la constante presencia de movilizaciones callejeras de trasfondo político. Con pocas excepciones, convocadas por la ultraderecha y la derecha, con un desarrollo común de signo bastante agresivo. Quizá sea ya un síntoma de la deriva polarizadora y del auge derechista en Europa.  O, tal vez, sea más bien el efecto disgregador y vírico del “síndrome del Gran Hermano” que –siguiendo la estela literaria de la novela de Orwell- está difundiendo y al tiempo disfrazando la amenaza real y letal del dominio de la ‘tecnodictadura’. De manera que, a cambio de la “comodidad” y el “entretenimiento” que ofrece a nuestra decadente sociedad, exige que nos comportemos como miembros de un rebaño sumiso, obediente a las consignas del poder. Dentro de un escenario donde se nos hace creer que somos libres, se respetan nuestros “derechos” y vivimos en una “democracia”.-ALBERTO DÍAZ RUEDA

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2 mayo 2024 4 02 /05 /mayo /2024 16:05

 

¿Cómo podríamos combatir a esa dictadura del consumo, la banalidad de la prisa y el trabajo sin límites? Tal vez sería necesaria una mentalización individual, personal, íntima, de cultivar el respeto y el goce del instante, en cualquier momento, cada día, sin permitir que la prisa instituida nos devore. Aunque también es precisa una toma de conciencia social –global- y una educación basada en el amor y el respeto a la existencia humana, sus valores y principios, sus tradiciones familiares y una ética insobornable donde sea más importante ser que poseer y donde el extraño, el distinto, el otro, sea integrado en las comunidades en igualdad de condiciones y respeto, sea cual sea el color de su piel, sus creencias y sus orígenes. Y donde el conocimiento convierta el utilitarismo en un producto secundario y no en algo esencial. Quizá sería el comienzo de la desaceleración existencial en busca del placer y el provecho. Parece un mensaje utópico pero, en realidad, ha sido evocado por pensadores de nuestro tiempo, siglos XX y XXI, del fuste de Hannah Arendt, el coreano-alemán Byung-Chul Han, Hartmut Rosa, Primo Levi, Günther Anders, Joan Carles Mèlich, Zygmunt Bauman, Heidegger, Giorgio Agamben, Sloterdijk...y otros muchos más del pasado, como Nietzsche o Cicerón.

Todos sufrimos de una forma creciente una distorsión, una ‘disincronía’ que ha atomizado el tiempo. Cuando ésta se incrusta en la vida del ciudadano de la sociedad avanzada, provoca que tengamos la  sensación de que el tiempo y con él la vida se han acelerado. Envejecemos sin “hacernos mayores”, como si la senectud fuese un indeseable y corto paso inmediato a la muerte. Los abuelos de antaño han desaparecido de la ajetreada vida urbana (sólo en el mundo rural más aislado se mantienen las viejas tradiciones ligadas a la vejez) y también el respeto y el cuidado de los ancianos. Cada vez más las familias no tienen ni tiempo ni lugar para sus ancianos y se les encierra en lugares donde no molesten hasta que desaparezcan. Vivimos bajo  el imperativo del trabajo, con el  tiempo crono limitado bajo la demanda utilitaria y el pragmatismo del rendimiento y el consumo adyacente. El filósofo germano-coreano Byung Chul-Han ofrece una posibilidad de superación de esta carrera hacia un solo final verdadero: “La crisis temporal solo se superará en el momento en que la vida activa acoja de nuevo la vida contemplativa en su seno”. Es decir, la capacidad de aceptar la demora,  desterrar la prisa establecida como estilo de vida y volver a ajustarnos al tiempo de las estaciones naturales, a la tranquilidad y a las tradiciones en las que todo tenía un ritmo sosegado y un respeto sacralizado. Lo malo es que todo el sistema tecnocapitalista en el que vivimos está montado en una doble constante que se fagocita mutuamente: la producción incesante y el consumo creciente, estimulados por un intervencionismo digital publicitario e informativo permanentes. Somos solo “ser libres para la muerte” decía Heidegger. Todo lo que nos ofrece la vida de posibilidades, de bienestar, queda anulado por una fragmentación del tiempo condicionada por una masificación y homogeneidad cada  vez mayores. El presente se reduce a picos de actualidad, las cosas envejecen muy rápido y se vuelven obsoletas, se trata de consumir más y más rápido, sin continuidad posible. Las cosas han perdido su prestigio y con él su valor. Nadie conserva nada y cuando alguien lo hace pretextando  “cuestiones de tradición y recuerdo” se le mira con prevención y se le juzga senil de inmediato.

En el siglo II a.C. el comediógrafo romano Plauto escribió: “Que los dioses maldigan al primer hombre que descubrió cómo señalar las horas y maldigan a aquél que erigió aquí un reloj de sol para cortar y despedazar de forma tan infame mis días en pequeños trozos”. A menudo quien esto escribe –admirador de Plauto- añora a los inuit (unas tribus que habitan todavía en el Ártico oriental canadiense) que tienen una lengua en la que no existe el concepto de tiempo y lo miden por los ciclos naturales y los movimientos de las estrellas. En el libro del bioquímico Carlos López Otín, se analiza la función del tiempo en el envejecimiento y la longevidad. Se nos explica con una prosa empática e ilustrada que el flujo del tiempo podría ser una percepción ilusoria de nuestra mente, pero que nuestros cuerpos reciben de forma fáctica el paso del tiempo, somos en nuestro interior biológico relojes celulares y, de una forma evidente, recibimos, respondemos y, como estamos viendo, nos afecta de manera grave ese tiempo inasible pero no rechazable. La visión científica, médica y filosófica de López Otín logra ofrecernos un relato apasionante sobre el recorrido cultural del concepto tiempo en la historia. Especial interés tiene la descripción de los intentos históricos de comprender, ordenar, medir, dominar, ignorar, olvidar y asesinar al tiempo (como en la época de la Comuna francesa, en la que se disparaba contra los relojes públicos parisinos) y también los estudios crecientes sobre la longevidad y las enfermedades asociadas  a la pérdida de la noción del tiempo. Una de las pruebas evidentes del impacto de la noción de “tiempo” en la cultura es la enorme cantidad de películas, novelas y libros dedicados a él. Este cultísimo autor adjunta en el epílogo una lista de piezas musicales, novelas, obras de arte y películas dedicadas al tema. Recuerden: “Interestelar”, “El curioso caso de Benjamin Button”, “Regreso al futuro”, “Atrapado en el tiempo” (“El día de la marmota”), “39 escalones”, “Fahrenheit 451” o “Horizontes perdidos” o “La máquina del tiempo” o “Los viajeros del tiempo”. Como muestra del estilo de este admirable libro, les adjunto un párrafo del epílogo: “El tiempo nace con el cosmos en un instante singular de un día sin ayer, atraviesa como una flecha invisible el universo, se erige en fuerza motora de la Gran Historia, rechaza a los viajeros que quieren acelerarlo o revertirlo, se deja medir por los humanos para luego dominarlos, elimina  a los rebeldes que quieren menospreciarlo y se infiltra en los seres vivos, creando relojes biológicos que se vuelven imprescindibles para sobrevivir...”. Insuperable.

Lo cierto es que ya a principios del siglo XX, E.M. Cioran clamaba: “¿No ha llegado la hora de declararle la guerra al tiempo nuestro enemigo común?” El filósofo rumano-francés erraba el tiro: el tiempo no es nuestro enemigo. Lo es el sistema que hemos aceptado instaurar, responsable de haber convertido el tiempo en una herramienta capitalista de explotación. Y el auténtico enemigo –mortal de necesidad- de lo humano es la aceleración: es como el hámster haciendo girar interminablemente la rueda sin desplazarse jamás, nos dice Luciano Concheiro en su obra ”Contra el tiempo”. Vivimos en una época de inmovilidad frenética. Y es que el tiempo es un concepto difícil e intrincado. Agustín de Hipona, el agudo santo pensador, decía “Si nadie me pregunta, sé lo que es el tiempo; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé; pero sin vacilación afirmo saber que si nada pasase no había tiempo pasado; si nada hubiera de venir no habría tiempo futuro y si nada hubiese, no habría tiempo presente”. 

Pero en nuestra sociedad actual, se produce una aceleración histérica de la sucesión de acontecimientos parciales que se extiende a todos los sectores de la vida cotidiana. La omni-información, servida de inmediato sin razonamiento o explicación a través de los móviles y las redes sociales, se relativiza, no llega a entrar en nuestra sensibilidad y mucho menos en nuestra capacidad de análisis y razonamiento. No hay tiempo. De ahí la creciente potencialidad de las noticias falsas o exageradas de forma tendenciosa: es el reinado de lo emocional, de las exclusiones de lo otro o lo distinto, es el creciente poder de las ideas totalitaristas, neofascistas y neonazis sobre una “clientela” cada vez más joven y menos formada: desmoronamiento de las tradiciones  familiares, las sociales –la cortesía, el respeto, la buena educación-  y también las políticas y las económicas. Todas caen bajo el nuevo estilo: la prisa, la utilidad inmediata, el consumo y el placer huidizo pero exigente y poderoso.  Eso crea una falta de sentido a la vida, una vez se la desliga del  presente continuo, sin memoria y sin objeto, en una aceleración continua y una paralización interna: “cuando no es posible determinar qué tiene importancia, todo pierde importancia”.

El sociólogo alemán Helmut Rosa percibe tres tipos de aceleración: la de los desarrollos tecnológicos, la de los cambios sociales y la del ritmo de la vida diaria. Y en este último apartado que es el que más nos concierne, podemos ver –si abrimos los ojos- el tipo de subjetividad que produce: individuos dispersos, ansioso, deprimidos, adictos a todo tipo de sustancias estimulantes, encerrados en la falsa comunidad digital de sus móviles y ordenadores, devoradores compulsivos de series televisivas, de relaciones insatisfactorias, sexualidad fetichista y desviada al acto pornográfico y la brutalidad de la cosificación femenina...

Vamos hacia una sociedad muy parecida a la de dos distopías literarias conocidas: la del “Mundo feliz” de Aldous Huxley y la de “1984” de George Orwell. Pero aún las hemos “mejorado” en efectividad y deshumanización crecientes. Zygmunt Bauman nos dice que ya no hay ritmos ni ciclos sociales estables, el individuo es “libre” para seguir forzosamente su camino marcado, aunque le falta orientación y le sobra velocidad por lo que no puede demorarse, única forma de pensar en el camino, observar  y orientarse, en lugar de avanzar de forma atolondrada. Le sostiene “el miedo a perderse cosas valiosas” que  intensifica el ritmo vital ya que el sistema le asegura el “disfrute de las opciones del mundo”, experiencias, viajes. En definitiva, dice Bauman, el sujeto tiene una vida plena si logra vivir con más rapidez y aumentar el número –no la calidad- de las vivencias. Y así un viaje exótico no importa nada de forma sensible o experiencial, pero sí lo hace cuando uno envía “selfies” a todas sus amistades. Uno no se divierte en una fiesta si no “demuestra” en las redes que se “está divirtiendo”. Uno no vive su vida si no  transforma sus vivencias en instantáneas para que los otros lo atestigüen. Y la red es un espacio sin caminos, por eso se surfea o se explora, no deja poso ni recuerdo. Es de uso y disfrute instantáneo. Conceptos como la verdad y el conocimiento no tienen sentido en la red pues remiten a la duración. Y nosotros “vamos haciendo zapping por el mundo y la vida a tenor de esto”. Hemos perdido el aroma del tiempo, la duración, decía Proust. Y ese aroma no es narrativo, algo que comunicar de inmediato, sino contemplativo.

En esa línea Concheiro propone una “resistencia tangencial” al estado de cosas que, aunque no puede transformar la realidad circundante, nos permita aminorar los efectos negativos de la aceleración. Y no se trata de la simple lentitud de acción, (el movimiento slow) que no tiene poder frente a la lógica acelerativa, sino en una suspensión voluntaria y dinámica del flujo temporal. Concebir y crear el ejercicio de valorar, percibir y cercar al instante. Ese fragmento de no-tiempo que definía Wittgenstein de forma magistral: “Si tomamos la eternidad no como la infinita duración temporal, sino como la intemporalidad, entonces la vida eterna pertenece a aquellos quienes viven en el presente”. Es decir, en el instante. En el siglo anterior, el XIX, el gran Lewis Carroll, en su “Alicia en el país de las maravillas” esboza la misma idea en un célebre diálogo paradójico entre la niña y el Conejo Blanco: “¿Cuánto dura la eternidad?” pregunta Alicia y el sabio conejo responde “a veces sólo un segundo”.

Decía Heidegger que vivimos con “desasosiego distraído” y “falta de paradero”. Hoy diría que vivimos “zapeando” por el mundo. Y él murió en 1976, por lo que sus palabras resultan más que actuales que entonces. En ausencia de la  duración, la aceleración se impone. Y aún más, en “Ser y tiempo” su obra cumbre, asegura que el ser “está disperso en la multiplicidad de lo que pasa diariamente. Está perdido en la presencia del hoy...este “no tener tiempo es un mayor perderse  a sí mismo que aquél desperdiciar el tiempo, que deja tiempo.” El pensador alemán –mucho más interesante cuando se le despoja de ciertos aspectos político-históricos de  su biografía- recomienda transformar el “no tengo tiempo para nada” en un “siempre tengo tiempo” como una estrategia de la duración para recuperar el dominio perdido sobre el tiempo.

El dramaturgo y poeta Peter Handke se pregunta “¿por qué nunca se inventó un dios de la lentitud?”. Ya que el pleno disfrute del tiempo no sugiere acontecimientos ni cambios, sino simplemente duración. Y es que el hombre que pierde toda capacidad contemplativa se reduce a un “animal laborans”. Más allá de tiempo laboral, solo queda “matar el tiempo”. En esa labor se produce la contradicción entre el consumo y la duración: el ciclo de aparición y desaparición de las cosas es cada vez más breve por imperativo el capitalismo que acorta el plazo de producción y el de consumo. Vivimos en una sociedad compulsiva en la que el trabajo, la producción y el consumo, se convierten en una norma  de obligado cumplimiento. Cronos devora a sus hijos.

Nietzsche dejó escrito “Si creyéseis más en la vida, os lanzaríais menos al momento. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante contenido para la espera. Y ni siquiera para la pereza.” Y así la inquietud hiperactiva, la agitación y el desasosiego de la vida no permiten el libre recurso del pensamiento, la calma y la demora de la observación acompañada por la reflexión y la amabilidad de permitir que las cosas sucedan sin intervenir, sólo contemplar. Pero no hay tiempo para esa “especie de lujo en la cabeza” como lo llamaba Kant. Y Nietzsche aseguraba que “Por falta de sosiego nuestra civilización desemboca en la barbarie”. El propio Marx definió al capitalismo como “un apetito insaciable de ganar”, de incrementar la riqueza. Por tanto la aceleración es esencial en el sistema: cuanto menor sea el tiempo en que se complete el ciclo Dinero-Mercancía-Dinero, mayor es la ganancia. Ese dinamismo voraz e incansable impulsa la sucesión permanente de innovaciones técnicas y tecnológicas encaminadas a acelerar los tiempos de producción y de circulación: la máquina no sólo no puede detenerse sino que debe acelerarse... ¿hasta dónde y hasta cuándo? Nadie –y menos los que rigen el sistema- se hace esa pregunta de una lógica aplastante. La voraz máquina devora personas, fortunas, tiempo; los inventos se fagocitan unos a otros; todo acaba volviéndose obsoleto, caduco y reemplazable. Pero el sistema ha logrado lo que siglos de filosofía no lograron: dar un “sentido de la vida” al ciudadano de las sociedades avanzadas: vivimos consumiendo y consumimos para sentirnos vivir y en esa rueda el deseo nunca puede ser saciado, pero tampoco nos causa ninguna satisfacción permanente. Las cosas obedecen a una exigencia del mercado: la planificación deliberada del ciclo de vida útil de una mercancía. Todo se vuelve mercancía mensurable y explotada: desde nuestros datos más íntimos a la permanente aparición de “actualizaciones” de los sistemas y herramientas digitales, que ya constituyen una extensión de nuestros cuerpos y cerebros. No podemos escapar de los algoritmos, que ya gobiernan diferentes aspectos de la vida personal y de los negocios (como la “high-frecuency trading”, la computarización de los intercambios financieros, en la que ya no intervienen los humanos sino la IA).

¿Adivinan ustedes cuál podría ser la trompeta del juicio final?: un “gran apagón” planetario, producido por alguien o por algo o por simple sobresaturación de demanda de energía que nos volviera a la edad media de un solo plumazo.

Pero volvamos a los efectos secundarios de la aceleración. Ya nadie tiene en casa una enciclopedia o libros de historia. Y el llamado “efecto Google” comienza a preocupar a los neurólogos y psicólogos. Nadie tiene tiempo para consultar manuales y enciclopedias. Todos nos vamos directos a la pantalla. La memoria, la capacidad de recordar, empieza a ser problemática a todos los niveles. Desde los niños a los jóvenes y menores de 60 años, han supeditado su memoria a la “ayuda” cada vez mayor de la información “en línea”. Dependemos crecientemente de la “memoria externa”. Y eso nos lleva a un doble problema, como todos los que conciernen a lo digital, casi “invisible”: el primero, una creciente falta de memoria, no sólo de datos, también episódica y nominal (¿cuántos números de teléfono puede memorizar usted? ¿Cuántos memorizaba hace veinte años?). El segundo,  una falta de narrativa: la velocidad con que nos bombardea la aceleración de noticias y ofertas es tal que es casi imposible estructurar una trama que dé sentido a los hechos y nos permita urdir una trama coherente. No hay manera de tener una visión de conjunto que de sentido a lo que está pasando. Las noticias, vertiginosas, se solapan unas a otras y queda una sopa sin sentido con la que no es posible sacar conclusiones...ergo nos dejamos llevar por las emociones que nos suscitan. No hay tiempo para reflexionar. Somos fáciles pasto para los demagogos  (de ahí el auge de la extrema derecha, por ejemplo) y aquél estado de cosas en lo público que Giorgio Agamben calificaba de “vivir en un umbral de indeterminación entre democracia y absolutismo”  o lo que define como “un estado de excepción permanente”.

Todo lo que antecede tiene unos efectos visibles en las personas. Miren las estadísticas de consumo de fármacos “situacionales”: tranquilizantes, insomnio, calmantes y otros productos más o menos adictivos para controlar los efectos casi globales de esa aceleración en los organismos de quienes la sufren: un cansancio orgánico y psicológico en todos los ámbitos que adopta nombres diversos: neurastenia, fatiga crónica, ansiedad, ‘burnout’ laboral, o el que llama la OMS “encefalomielitis miálgica”. Usted mismo o muchos de los que le rodean sufren alguno de estos síntomas: agotamiento físico y mental durante largos ciclos, pérdida de memoria, desconcentración, y desasosiego, insomnio o dificultades para dormir, dolores musculares o articulares y todo tipo de disfunciones digestivas o sexuales desde la diarrea al estreñimiento crónico y la impotencia. Y los que no recurren a la farmacia, buscan el remedio –otra vez la prisa- en las drogas o el alcohol, más “efectivos” a corto plazo. Un panorama desolador.

Para luchar contra eso, hay que instituir, nos dice Concheiro,  “una nueva concepción del tiempo que desencadene otra forma de estar en el mundo, otra manea de relacionarse con los otros –sean objetos o individuos – que permita otro estilo de existencia”. Pero es difícil encontrar un medio que pueda resistirse a la fuerza dinámica de la aceleración en todos los órdenes de la vida. Uno de los autores de libros de autoayuda que popularizó el “movimiento slow”, la lentitud como forma de vida,  dijo al presentar uno de sus libros: “La ironía más grande de publicar un libro sobre la lentitud es que tienes que ir promocionándolo muy rápidamente...todo el mundo quiere saber cómo frenar...pero quieren saberlo de manera muy rápida”. La lentitud en sí se vuelve una mercancía.

Quizá por eso la apertura al instante que sugieren algunos de los autores citados, sea el camino individual, personal, una experiencia que nadie puede tener por nosotros, que suele ser incomunicable y difícil de lograr, Requiere, como todo acto de profundo conocimiento, un trabajo reiterativo, una conciencia-de-sí  intensa y profunda, ya que el instante es efímero y requiere un enorme esfuerzo de atención y energía para mantenerlo. Pero es la única forma de escapar a la vorágine de la aceleración. Y debe ser  un ejercicio reiterado, consciente y frecuente que se relaciona con momentos y detalles de una gran simplicidad. Son acciones de atención cotidiana y contingentes. Nada especialmente místico y menos esotérico (aunque algunas tradiciones orientales o místicas occidentales pueden facilitar el camino).  Es aprender a “dejarse ir”  en el disfrute del “tiempo cero”, cuando no advertimos el paso del tiempo, cuando no podemos medirlo”, como decía el compositor Christoph Wolff.  “Es el arte de esperar que las cosas se revelen, que el tiempo de detenga”. “Lo primordial –escribe Concheiro-  es hacer surgir una temporalidad que disloque la aceleración: lograr experimentar el instante, en el que los minutos dejan de transcurrir, en el que la velocidad sea algo imposible”.

Y para terminar, un volumen interesante y práctico escrito por expertos en la psicología del tiempo. “La paradoja del tiempo” de Zimbardo y Boyd. El punto de vista de análisis de ese limitado recurso del tiempo es innovador, divertido, ameno y práctico, con una base científica bastante sólida. Los autores escriben sobre las diversas maneras de concebir y tratar con ese fenómeno universal desde el pasado, la memoria, el hoy (ese instante en el que todo es real), el mañana y la trascendencia de la muerte. Muy interesantes y prácticos son los capítulos dedicados a enseñarnos cómo hacer que el tiempo trabaje a nuestro favor. Y como guinda nos ofrece una serie de consejos sobre “la perspectiva temporal ideal” que pasa por “poner a cero el reloj psicológico”. Punto en el que conecta con el texto que están ustedes leyendo y su valoración del “instante”. Para terminar les cito un párrafo final de este libro: “Buscamos sin cesar conocimientos nuevos, conjugando la gratitud por los que hallamos ayer, el asombro ante los que hallamos hoy y la esperanza en lo que hallaremos mañana.”

LIBROS RECOMENDADOS

EL AROMA DEL TIEMPO.- Byung-Chul Han. Ed. Herder.-CONTRA EL TIEMPO.-Luciano Concheiro.- Ed. Anagrama.-EL SUEÑO DEL TIEMPO.-Carlos López Otín y Guido Kroemer.-Ed. Paidós.-SER Y TIEMPO.-CAMINOS DEL BOSQUE.- Los dos de Heidegger.- Trotta y Alianza.-LA PARADOJA DEL TIEMPO.-Philip Zimbardo y John Boyd.- Paidós

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6 agosto 2023 7 06 /08 /agosto /2023 18:28

EL FUTURO QUE LLEGA: “TERRITORIO DESCONOCIDO”

Este artículo fue publicado en La Comarca el 040823

La expresión que acaban de leer no ha sido utilizada por un redactor  de reportajes apocalípticos o un escritor de ciencia ficción, sino que pertenece a un informe oficial de una de las agencias de la ONU  (Copernicus) que estudian el cambio climático. Se informó –para noticia de pocos y alarma de los menos- que este mes de julio, el más caluroso que se conoce, se  rebasó el límite del calentamiento global de los 1,5 grados centígrados de aumento global en comparación con los niveles preindustriales, establecido en el Acuerdo de París de 2015.Antonio Guterres, secretario general de la ONU, lo dejó bien claro: “para los científicos no hay duda, los seres humanos y nuestro estilo de vida somos responsables de ello”. Tanto las temperaturas globales como la de los mares han batido records y eso lleva al planeta a un “territorio desconocido”.

Justamente, el pasado 2 de agosto, se dio la noticia de que el planeta entraba en “déficit ecológico”. Es decir que estamos consumiendo más recursos naturales de los que el planeta es capaz de renovar. Este año ya hemos agotado el presupuesto de que disponemos para no tener que hipotecar la capacidad de los ecosistemas de regenerarse. Se trata de un contador digital que la sociedad Global Footprint Network ha diseñado para visualizar la deuda creciente que los humanos tenemos con el planeta, a fin de concienciar a los poderes económicos  para que respeten los límites naturales de la Tierra. El ordenador baraja los datos actuales de la huella ecológica (demanda de recursos) y la capacidad regenerativa de los sistemas (biocapacidad)  --gracias a los datos de180 países monitorizados-- sobre un calendario, a fin de señalar el día en que hemos consumido los recursos de los que disponíamos para todo el año. Cada país entra en déficit en fechas diferentes, oscilando entre un Qatar, en febrero, Estados Unidos en marzo o España en mayo. La media aritmética de todos los países nos da la fecha del 2 de agosto.

El calentamiento extremo captado en el hemisferio norte,  ha causado olas de calor en América del norte, Asia, África y Europa, impactando en la salud de las personas, la economía y la epidemia de incendios que ha arrasado zonas del Mediterráneo y ha causado efectos en el fenómeno de calentamiento cíclico del Niño, que nace en el Pacífico Ecuatorial e impacta en el resto del planeta.  Los científicos destacan un factor lógico  aunque inesperado: la velocidad del cambio. La subida de temperaturas en el Atlántico norte está alarmando  de manera especial: en la Antártida  el área cubierta por hielo marino ha disminuido  en una superficie comparable a 10 veces el tamaño del Reino Unido.

Dos investigaciones independientes han coincidido con un  informe de expertos de la ONU:  la principal corriente oceánica que regula el clima, el sistema circulatorio del planeta, un conjunto de corrientes oceánicas que lleva inmensas cantidades de agua de los mares tropicales a los de norte, la llamada circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC en siglas en inglés) se está debilitando, debido al aumento de la cantidad de agua dulce creada por el deshielo, (al ser menos densa que la salada se hunde menos, por lo que interfiere en el circuito). La AMOC es la responsable del trasporte de calor casi a escala planetaria, así que la corriente enfriaría la mayor parte del hemisferio norte y calentaría la ya de por si calientes aguas ecuatoriales.

Otro informe consultado (publicado en la revista científica Nature) que establece los limites climáticos, naturales y de contaminación que permitiría la supervivencia, asegura que ya han sido vulnerados siete de los nueve umbrales que permiten la vida humana sobre el planeta. Destaco una frase del informe: “los seres humanos somos parte del sistema Tierra, somos gran parte del problema y debemos ser gran parte de la solución. Pero los problemas y las soluciones no afectan a todos por igual y unos pocos generan problemas para muchos y suelen ser los únicos que se benefician”. Eso es insertar un concepto ético, la justicia, en una cuestión científica. Las emisiones de gases de efecto invernadero proceden del 10% más rico de la población. Igualdad y justicia distributiva se dan la mano en el planteamiento de un problema cuya solución nos concierne a todos.

Los umbrales violados van desde los que atañen directamente al cambio climático, hasta el de mantener mayores superficies del planeta sin ganadería, agricultura, minería y cualquier otra interferencia humana. También se han vulnerado los límites de nutrientes usadas en los cultivos, como el nitrógeno o el fósforo, que afecta la calidad y el uso del agua superficial o subterránea (éstas extraídas en exceso).

También se estudian los problemas de acidificación de los océanos, la acumulación de plásticos en gigantescas islas flotantes, los microplásticos, la presencia de productos químicos y antibióticos en las aguas, la pérdida de la biodiversidad. Se sabe que  superar los límites de esos ámbitos reduce la fuerza del planeta para hacer frente a las crisis que nos amenazan. Los océanos absorben y acumulan el calor, ya que la vida marina se encarga de recoger el carbono de la superficie y almacenarlo en las profundidades. Sin eso nuestra atmósfera contendría un 50 % más de dióxido de carbono lo cual eliminaría la vida en la Tierra.

 

Como muestra un botón: las aguas del Mediterráneo  llegaron a alcanzar los 30 º C. el pasado mes y está subiendo su temperatura un 20% más rápido de la media mundial. Eso tiene un efecto destructivo del ecosistema marino ya que las especies habituadas a unos rangos de temperatura migran de las zonas calentadas para poder sobrevivir. Cando no lo hacen, mueren, como ocurre con especies que viven en rocas o en arenas (navajas, almejas y mejillones). El proceso afecta a las aves marinas que pierden sus alimentos habituales. Incluso los bosques de posidonia del fondo del Mediterráneo - que almacenan un 20% más de CO2 que los terrestres-, están siendo afectados. Toda la cadena alimentaria se resiente, llegando hasta los humanos.

Las predicciones científicas evitan en lo posible el alarmismo apocalíptico, pero insisten en hacer lo necesario para evitar que esos picos de exceso se conviertan en tendencia y creen una nueva normalidad donde los desastres naturales sean la norma y no la excepción. Pero pasemos a otro de los elementos de la ecuación humanidad-planeta- supervivencia: la ignorancia del “bípedo implume” (el hombre según Platón), acompañada por la codicia, la agresividad y la estupidez.  Y no me estoy refiriendo sólo a los negacionistas climáticos ni a los terraplanistas, que se vuelven más agresivos en relación directa con la mayor idiotez de sus argumentos-  sino al ciudadano medio normal, aquellos que creen que todo esto “no va con ellos”.

Lo cierto es que el goteo incesante de informes científicos sobre el mundo causa sin duda brotes de “ecoansiedad”, es decir la desazón  y angustia  de cuantos nos preocupamos por un  mundo que amenaza en convertirse en un “territorio desconocido” debido a visibles y crecientes crisis climáticas y medioambientales, con efectos nocivos para los países y las personas, la economía y la supervivencia. ¿Cómo podemos afrontar de una forma útil y positiva un problema acuciante y global sin precedentes? Tal vez deberíamos empezar por enseñar en las escuelas y en todos los niveles de enseñanza a encarar y explorar el mundo que nos viene de una manera más reflexiva: un paso más de las modestas acciones de reciclar, consumir racionalmente o montar en bicicleta. Educar en clave sostenible, mostrar la necesidad de los pequeños detalles, controlar y no expandir las basuras y desechos,  ahorrar el agua potable, extremar precauciones para evitar los incendios, respetar las diversidades, cultivar la cortesía con el otro, racionalizar el uso de móviles, tv. y tablets, regresar a los juegos y relaciones presenciales entre niños y jóvenes, cuidar el cuerpo y rechazar los abusos, recuperar viejas tradiciones de trabajos manuales, reparar antes que tirar o sustituir, cuidar los espacios comunes como algo propio, revitalizar parques y jardines… en suma, no aceptar la fatalidad del “no podemos hacer nada”. Si se puede. Cada uno a su nivel personal puede contribuir a hacer un mundo más empático, cordial y austero. Y comprender que no nos queda más remedio que ajustarnos a las necesidades que vendrán. Crear, en suma, un estado de rebelión ciudadana contra un sistema de vivir erróneo. El “territorio desconocido” no es más que la casa común, okupada por los intereses en la sombra del capitalismo consumista salvaje que, como el rey Midas, acabará muriéndose –y matando-  de hambre, al convertir todo lo que nos rodea en supuesto oro.

La solución ya no consiste en levantar murallas y alambradas para evitar que nada ni nadie entre en nuestros países (como Europa frente a la creciente llegada de migrantes desesperados). Los muros no preservan nuestros cielos, nuestras aguas, las costas y los ríos. Afrontamos un problema global  que exige olvidar los egoísmos nacionalistas. Hay que estar ciegos de vanidad, soberbia y codicia, para no comprender que no tenemos capacidad alguna para evitar que la salud pública, la salud de los ciudadanos comience de una manera evidente pero ignorada a recibir los efectos nocivos de la crisis climática: el calor extremo, los rayos del sol poco filtrados, sequías o inundaciones y enfermedades con ambición de pandemia como el Covid. De momento no hay una búsqueda realista de soluciones que se adecúe al multiproblema. Ya que hay que diseñar un sistema de visión conjunta, global, poliédrica, que una a los expertos en ámbitos sanitarios y sociales, con economistas, educadores, legisladores, urbanistas, empresarios…pues todas esas facetas tiene la amenaza en ciernes. Unir a ello los informes de meteorología de Aemet, Protección Civil, el CSIC o los Centros de investigación sobre energía y medioambiente, sin olvidar los aportes de la Tecnología. En España se ha creado el Observatorio de Salud y Cambio Climático (OSCC) que se supone estará en comunicación fluida con otros centros semejantes en el mundo.

Pensemos, en fin, que el brutal incendio de los bosques de Canadá o los de Grecia, Argelia y Túnez y otros que han ensombrecido este verano, provocan inmensas corrientes de aire que dispersa cenizas microscópicas por todo el orbe. Ya no se trata de vivir acomodados en que “eso” es algo que les sucede a los otros. Nunca como hasta ahora lo “nuestro” es, el mundo que nos rodea. No hay fronteras para el mal, el sufrimiento y la peste. Y ahora el planeta nos recuerda que somos vulnerables, que tenemos que plantar cara, juntos, a una catástrofe global sin paliativos. ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

 

 

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17 marzo 2023 5 17 /03 /marzo /2023 19:08

Publicado en "Heraldo de Aragón", 170323

En 1928 Stefan Zweig escribía: “Ya no cabe el mito en lo terreno, ni aún en las estrellas…es a sí mismo donde el espíritu siempre ansioso de saber tendrá que dirigirse: es a su propio misterio donde se verá arrastrado por la atracción de lo desconocido… así que el descubrimiento de sí  mismo, el propio conocimiento, ha de ser el tema del futuro…ahora, un enigma irresoluble para la humanidad”.  El yo ha sido un enigma que ha preocupado a. filósofos, psicólogos y pensadores espirituales de todas las disciplinas desde la antigüedad y siguen en ello con la ayuda de los neuro científicos de hoy.

Durante siglos, el Yo y la conciencia ha constituido para todos los que buscaban situarlos y definirlos,  una permanente pregunta, corrosiva e irresoluble, a pesar de aplicarse en la investigación secular todas las técnicas posibles, empeñados en la busca de una imagen sencilla y comprensible (y comunicable, claro está) de su naturaleza huidiza. Ha sido preciso dar con la nueva neurología –los años 20 del siglo XXI – para comprender que el Yo es una respuesta, no una pregunta. No “la” respuesta, sino “una”. Una corriente especulativa como el “pansiquismo”, trató de hallarla por un proceso de unión, considerando la conciencia, propiedad esencial del universo, como la velocidad de la luz o la fuerza gravitatoria. La conciencia, según dicen, está presente en todas las cosas,  en diferente medida y cualidad, por supuesto.

Parece que no nos movemos de la especulación, la física, la biología y el elemento espiritual y seguimos estancados. Pero no es así, puesto que las neurociencias han enriquecido radicalmente el escenario y aportan los elementos de una concepción nueva. Entre otras teorías, hipótesis y descubrimientos  asociados al redivivo paradigma de la relación profunda entre todos los seres vivos y la superación de la dicotomía cartesiana del cuerpo-mente en los humanos, he indagado en la bibliografía  de neurólogos y filósofos, desde un clásico como Daniel Dennet con “La conciencia explicada” (Paidós) o el reciente y clarificador texto de la neuróloga Nazareth Castellanos, “Neurociencia del cuerpo” (Kairós), o el fílósofo cognitivista del libre albedrío, John R. Searle, a las obras de Spinoza, Nietzsche, Hume o Epicuro.  El proceso de comprensión del yo y su naturaleza, es problemático. Como decía David Hume, “cada vez que penetro en lo que llamo ‘mí mismo’ tropiezo en todo momento con una u otra percepción física, orgánica…nunca puedo atraparme a mí mismo sin una percepción y nunca puedo observar otra cosa que la percepción”. ¡Y Hume nos decía esto en 1739, en su “Tratado de la naturaleza humana”! El pensador escocés se situó frente a Descartes e influyó en Kant con su empirismo lógico que sostenía que la experiencia es la fuente de todo conocimiento humano, ya sea a través de los sentidos o auto experiencia. El cuerpo pasaba a ser una vía cognitiva preferente, aunque Hume no llegó a sospechar los elementos que la actual neurociencia ha descubierto.

Empezar a comprender la naturaleza operativa del Yo, aislándolo de los fantasmas adheridos a él por la historia personal, la educación y la memoria, es un trabajo complejo que desborda el objetivo de este artículo. Pero es interesante señalar algunos datos que aportan los neurocientíficos,  que vienen a confirmar, gracias a las nuevas tecnologías, muchas intuiciones filosóficas. Digamos que el cerebro, la conciencia y el yo, de la mano de los neurólogos, aprovechan una vía amplia de comunicación neuronal, molecular, electroquímica y enzimática de dos direcciones, desde las vísceras, la piel, el estómago, los intestinos, los pulmones…subiendo a una velocidad de vértigo hacia el corazón y el cerebro y volviendo incesantemente a repetir los viajes, hasta cuando dormimos.

En esa maraña de autopistas, carreteras, pistas y senderos, que forman el Sistema Nervioso Autónomo, viajan los mensajes –en hormonas que son paquetes de información-  ante la ignorancia supina de la mente. Y el evasivo yo,  que cree saberlo todo y sólo conoce los efectos de lo que ocurre en la cocina del cuerpo, con un chef encaramado al piso superior, el cerebro y su gemelo en el corazón –a veces ayudando y  a veces estorbando- para que todo funcione bien. Recordemos que la serotonina, una de las llamadas “hormona de la felicidad” (junto a las dopaminas y oxitocinas), se sintetiza en su mayor  parte en el intestino, como también la histamina.

En el cerebro es donde “se produce” el fenómeno de la mente -y sus contenidos-: ambos son distinguibles…pero inseparables. Y sus conexiones, casi instantáneas, con el resto del cuerpo, estimulan o inhiben nuestras reacciones, nuestras actitudes, comportamientos y en otro orden o nivel, nuestras creencias, ideas o reflexiones. El yo y su esquiva sombra es, como decía Churchill de la Rusia de 1939, “un acertijo envuelto en un misterio, dentro de un enigma”. Pero hay algunas claves…

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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7 marzo 2023 2 07 /03 /marzo /2023 20:06

Este texto fue publicado en La Comarca, el martes 070323

El pasado sábado día 4 de marzo, en la madrugada del domingo, se ha firmado – ¡al fin!-  en la sede de la ONU en Nueva York, un tratado, conocido como el “30x30”, en el que se declara y promete cumplir con el objetivo de proteger al 30 % de los océanos del mundo, creando zonas de protección para especies marinas, para antes de llegar al 2030. Ha costado cerca de veinte años llegar a un acuerdo, dados los inmensos intereses económicos involucrados en la explotación –yo diría “arrase” y “depredación” – de los fondos marinos y las especies destruidas por técnicas invasivas de pesca, las búsquedas energéticas en el mar y en las zonas costeras y las agresiones de la minería submarina.

De todas formas, aunque es una gran noticia, debemos considerar que es un acuerdo o tratado que debe ser ratificado formalmente por los casi 200 países interesados, antes de entrar en vigor plenamente. Es preciso no dilatarlo y comenzar a trabajar en esa defensa, de forma justa y equitativa entre las naciones implicadas. Y detrás de esos Estados y Gobiernos está el Capital, los beneficios y la ceguera habitual y reiterada displicencia de los poderes económicos hacia las “amenazas” ecológicas que conlleva el cambio climático. En ese Tratado también se dirimirá el espinoso tema del reparto de beneficios de los recursos genéticos marinos futuros en esa zona internacional.

Las áreas protegidas serán creadas en zonas de los océanos que no pertenecen a ningún país (de ahí lo del 30%), es decir el espacio marino situado más allá de las 200 millas desde la costa que controla cada Estado (zonas económicas exclusivas). En esos espacios “nacionales” y que forma casi el 50 % de las aguas oceánicas del planeta, no hay normas internacionales que protejan la biodiversidad marina que actualmente está disminuyendo a un ritmo catastrófico, según los científicos. Las ONG (hay 40, entre ellas “Greenpeace”) unidas en la “Higs Seas Alliance”  han tenido un papel importante en el logro de este pre-tratado. Hasta el secretario general de la ONU, Antonio Guterres declaró en la Conferencia, “Ya no podemos ignorar más la situación de peligro del océano”.

Es un acuerdo histórico para proteger las aguas que no son de nadie porque son de todos, mientras que el 50m % restante de la superficie marina, aguas que son de algún país costero, siguen siendo explotadas  a una velocidad e intensidad depredadora que augura un futuro lastimoso.

El límite del 30% protegido antes del 2030, deja fuera a más de un 20% que podría ser un objetivo adicional para después del 2030 (caso de que el acuerdo sea ratificado formal y operativamente). Paradójicamente si en ese 30 % los recursos genéticos marinos son justa y equitativamente distribuidos –y los “grandes” aceptan ese reparto- podría aparecer una posibilidad de salvación para los océanos. Pero la codicia es el primer motor de nuestro sistema económico global. Es difícil ser optimista.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

 

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4 marzo 2023 6 04 /03 /marzo /2023 15:49

 

UN NUEVO PARADIGMA PARA SALVAR A LA TIERRA

 

(Publicado en la revista Compromiso y Cultura, marzo de 2023

En 2015 una escritora norteamericana llamada Elizabeth Kolbert, especializada en temas científicos, publicó un libro “La sexta extinción” (Ed. Crítica) por el que recibió el Premio Pulitzer. En él, Kolbert se hacía eco de una denuncia de los biólogos del mundo entero contra la extinción continua y masificada de un gran número de especies. Es la sexta gran extinción que está sufriendo el planeta según los científicos, biólogos, zoólogos, antropólogos y geólogos, pero ésta tiene dos características diferenciales: está ocurriendo ahora y la especie humana es la única responsable. Y no se trata de la desaparición de organismos diminutos, esporas o líquenes, sino de especies más complejas y fundamentales para el bio-equilibrio. Usando datos cruzados entre los diversos centros científicos, para finales del siglo XXI, Kolbert pronostica la desaparición de casi la tercera parte de todas las especies vivas que existían en la tierra. La lectura de este libro y también el de Bill Gates sobre “Cómo evitar un desastre climático” (Plaza Janés, 2021)  me han servido de contrapeso argumental para valorar una serie de libros publicados por Kairós, “Vivificar” -2022,2016) de Andreas Weber, “Así habla la Tierra”(2022) de Jordi Pigem, el venerable “Gaia” (1987-89) de un grupo de científicos (Lovelock, Bateson, Varela, Maturana…) y el clásico “Diálogos con científicos y sabios” (1986-90) de Renée Weber, en la editorial Libros de la liebre de marzo.

Se trata como habrán podido suponer ustedes de presentar unos análisis competentes de la gravedad del momento bio ecológico que vivimos, no sólo denunciando los múltiples problemas que pueden acabar con nuestro mundo, sino facilitando puntos de vista que trabajan en pro de encontrar soluciones o caminos alternativos, incluso de nuevos paradigmas…todos ellos remando en la misma dirección: la integración de las especies en el Todo al que pertenecen, sin preeminencia ética o vital de ningún tipo, sino abogando por la causa de la interelación como fundamento de una ecología integrada y en definitiva el único camino que tendría efectividad. Curiosamente un camino que nunca ha sido seguido más que por unas minorías marginadas de las sociedades económico-depredadoras que han usurpado el poder en el planeta desde la Revolución Industrial hasta el aciago siglo XX y mucho más acá (todos los conflictos bélicos actuales, desde África hasta Ucrania, tienen un vergonzoso y evidente componente de ansia hegemónica de poder económico y de ambición depredadora).

La multicrisis que afronta nuestro mundo en esta época decisiva han formado una especie de “tormenta perfecta” que incide en aspectos tan peculiares como la energía, la alimentación, la salud humana, las sequías, todas bajo un paraguas de cuestiones económicas, como si fuera el oro de Midas. Todas están conectadas y como pregona Gates “requiere una respuesta conjunta que dé prioridad a la cooperación, solidaridad e innovación mundiales”. La guerra en Europa está agravando los síntomas de la debacle mundial: encarecimiento de la energía y los alimentos (con hambrunas en África) y la pandemia de la covid no nos ha enseñado una verdad palmaria: ningún país en solitario puede resolver los problemas globales. El hambre, la sed, la sequía, la escasez de alimentos y energía, la potencial aparición de nuevos virus, deberían reforzar la idea de la solidaridad y la cooperación como el tejido de un nuevo orden mundial que afronte todas las amenazas que parecen esperarnos a la vuelta de la esquina. Pero el tiempo pasa y la tendencia es la contraria: exacerbación de los nacionalismos y las brechas de tipo racial, sexual, económico, sumadas a  ideologías fascistas que defienden la estrechez de fronteras, de ideas y de razas. Existe una tecnología suficiente y en dinámica de crecimiento-  para garantizar un futuro, pero hay fuerzas contrarias a ello y con la miopía necesaria para defender egoísmos nacionalistas o raciales.

Por todas estas razones los libros del biólogo y filósofo alemán, Andreas Weber, “Vivificar” y del filósofo español Jordi Pigem, “Así habla la Tierra”, inciden en un nuevo paradigma que defiende la integración de los seres vivientes como una forma de desarrollo equilibrado. Ambos proponen una poética  de la vitalidad, una suerte de “ecosofía” (escucha de la filosofía de la Tierra, en los árboles, las montañas, los ríos o el océano). Como dice Pigem, “no estamos solos. Cada forma de ser es una forma de sentir. Tendemos a ignorar eso, fascinados por la tecnología y las múltiples exigencias y supuestos “dones” de la existencia actual”. El medio natural, nos recuerda Weber, es parte de nosotros y deberíamos vivir en una permanente interconexión con él. El momento actual es un rotundo mentís a ese mensaje y estamos arrasando le Tierra con nuestro espíritu depredador y sus caballos de batalla: la economía y la falsa superioridad antropocéntrica. Weber propone un nuevo paradigma, una relación de simbiosis creativa del ser humano con la Naturaleza. Eso es “vivificar”. Noble término para un presente opuesto a él: estamos matando al planeta. El mensaje de Weber y Pigem suena utópico, pero también profundamente razonable. Debemos trascender el pensamiento racional, dice Weber, - -y evitar el pensamiento “nazional”, añado yo--, y reconsiderar  la vida y la vitalidad con una perspectiva diferente: considerarnos parte intrínseca de la naturaleza y actuar en consonancia con el Todo, reconciliándonos con el mundo natural, liberándonos de nuestro antropocentrismo y creando un sistema de valores en el que se integra todo lo que vive. El ser humano no es viable de una forma aislada  -nuestra identidad se construye a través de la relación con otros seres humanos- y debe superar la lucha de todos contra todos como forma de supervivencia, oponiendo la solidaridad de todos con todo, como la única forma de progreso. Como decía uno de los ecofilósofos pioneros, Aldo Leopold: “Hay que pensar como una montaña. Es decir no pensar desde el punto de vista del individuo, sino desde una forma de vida creativa y productiva; solo así podemos comprender lo que hay más allá de nuestra limitada imaginación”.

Weber nos recuerda que se han descubierto sentimientos en otros seres no humanos y hasta ahora poco considerados. La vida, nos dice, se encuentra en el núcleo íntimo de la experiencia emocional…las plantas cooperan entre sí, se comunican y sienten dolor…las abejas se deprimen y las arañas sueñan, los delfines tiene sentido del humor y capacidad de reírse, los orangutanes comparten un 95% de nuestro genoma, los perros y los gatos tienen emociones…vivimos en el seno de una biosfera sensible, ¿cómo sostener la presente, supuesta e irreal superioridad de la especie humana? Y Weber propone “tenemos que dejar de tratar al resto de los seres vivos como objetos”. Ya que, en sí mismo, el ser humano no es un individuo, somos ecosistemas formados de trillones de microbios y moviendo hilos que ni siquiera sabemos que existen y que se comunican y relacionan con otras colonias de seres vivientes. Ya sean personas o flores, árboles o animales. Pero ignoramos esta vitalidad entrelazada. “Vive tu vida de manera que nutra la vida”. Esa idea forma parte del nuevo paradigma que podría salvarnos a los humanos y de paso salvar al planeta y las miríadas de seres vivos que existen en él. “El intercambio metabólico es siempre significativo. Es una revelación poética del Todo a través de transacciones particulares”, añade Weber.

En el delicioso libro de Pigem, donde todas estas ideas está incluidas en los aportes poéticos de ríos, desiertos, montes, selvas y océanos que toman la palabra para  mostrar su mensaje al lector, hay una cita de Coleridge que resume un poco la ecosofía que anima a muchos de los autores citados: “Recuerda que todo lo que es, vive/ una cosa absolutamente inerte es inconcebible/ excepto como un pensamiento, imagen o fantasía/ en algún otro ser”. Y otra de su maestro, Raimon Panikkar: “La vida no es un accidente que se adhiere a la materia/ La Tierra es un ser vivo; el universo es un ser vivo/ el cosmos entero está vivo/…es decir, la realidad está viva”

 

Los últimos avances de la neurobiología y el estudio científico de la conciencia avalan de alguna manera las intuiciones y reflexiones de muchos de estos estudiosos y sabios, físicos y practicantes de la nueva biología que tratan desde hace años de ofrecer un enfoque diferente e integrador de la ecología, con otras disciplinas científicas y sociales.En 2015 se celebró en Tucson (Arizona) una Cumbre internacional sobre Ciencia postmaterialista, Espiritualidad y sociedad, en la que se consensuó un manifiesto que de alguna forma resume mucho de lo trabajado por los autores que hemos citado, el famoso Proyecto Gaia e investigaciones sobre “cuestiones cuánticas” formuladas  por clásicos de las ciencias físicas como Heisenberg, Einstein, Pauli, Schrodinger, Plank o Eddington. Los puntos esenciales de la teoría alternativa propuesta, eran:

. La mente es un aspecto de la realidad tan esencial como el mundo físico. No puede derivarse de la materia ya que sólo algunos aspectos de la mente son el resultado de procesos fisiológicos. La conciencia es causal y la realidad física es su manifestación. La conciencia se extiende más allá del cerebro, lo trasciende y es capaz de existir independientemente de él.

. Todas las cosas en el cosmos están interconectadas a nivel cuántico, de manera que se influyen unas a otras. Todas las cosas son una en la gran urdimbre de la creación. Existe una interconexión profunda entre la mente y el mundo  físico. Forman una red de vida a la que informa e influye y es informada e influida a su vez por dicha red.

. Algunos aspectos de la conciencia no están limitados por el continuo espacio-tiempo y tampoco se originan enteramente dentro de la neuroanatomía de un organismo.

. El bien de uno y el bien de los muchos son simbióticos: se trata de la afirmación de la antigua sabiduría que podemos ser tan fuertes como nuestro eslabón más débil.

Pero ese cambio de paradigma es una parte de la solución del problema.  Es preciso señalar con claridad y urgencia las posibles medidas que pueden evitar el desastre climático, como hace Bill Gates en su libro, de forma bien pragmática. Hay soluciones científicas y tecnológicas a las brutales amenazas que nos vienen encima. Pero no son varitas mágicas que las resuelven de golpe.  Es una tarea titánica y requiere de algo fundamental que es menos probable que logremos: un consenso global (que está lejos de existir) y unas medidas políticas que favorezcan esa transición (a un precio de responsabilidad individual y social más utópico aún: requiere sacrificios y alejarnos de ciertos lujos y comodidades). Escribe Gates: “necesitamos que el sistema energético prescinda de todo aquello que hace daño al planeta y conserve lo que nos interesa. Es la cuadratura del círculo: que el sistema energético cambie por completo y que a la vez las ventajas de su uso permanezcan parecidas.” Estamos lanzando 51.000 millones de toneladas de gases de efecto invernadero cada año. Eso nos lleva al suicidio colectivo, ante el que la ciencia y la tecnología tienen muy poco campo para gestionar. Se trata de cambiar un estilo de vida en  la sociedad opulenta. Y eso requiere un cambio de manera de pensar que el ciudadano de tales sociedades no está dispuesto a asumir. La cómica paradoja del asunto es que sólo a causa de una pandemia mundial como la COVID-19 se logró bajar sustancialmente dicha emisión.

Es obvio que nuestro género sólo aprende a base de jarabe de palo. ¿Estamos asistiendo al réquiem por un planeta difunto? Como saben ustedes, el mismo réquiem nos concierne a los seres humanos. Sólo una decidida apuesta por el paradigma unificador que hemos comentado podría añadir algo de esperanza al problema. Pero como escribió Thomas Kunh los paradigmas tienen la mala costumbre de luchar denodadamente entre sí, a través del paso de lustros y decenios, para permitir que el más nuevo prevalezca. Y, desgraciadamente, no nos queda mucho tiempo.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

Libros recomendados: “Vivificar” de Andreas Weber; “Así habla la Tierra” de Jordi Pigem; “GAIA” de varios autores; Todos ellos editados por Kairós. “Dialogos con científicos y sabios” de Renée Weber, Ed. Libros de la liebre de marzo; “Cómo evitar un desastre climático” de Bill Gates, Ed. Plaza Janés; “La sexta extinción” de Elizabeth Kolbert, Ed. Crítica

 

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12 enero 2023 4 12 /01 /enero /2023 16:03

LOGOI 284

CHATGPT-HAL9000

Publicado en La Comarca el10012023

¡Menuda ensalada de siglas y números! Los aficionados al cine ya estarán a la expectativa. Han reconocido en Hal9000 la computadora obstinada y letal de la película de Kubrick, “2001, una odisea espacial”, basada en un relato de Arthur Clarke. El célebre autor profetizó la existencia de computadoras que, aunque facilitaban grandemente el trabajo humano y nos sustituían con eficacia en las actividades rutinarias, podrían llegar a convertirse en un problema agudo que cuestionaría si debían seguir siendo usadas o desconectadas.

Como en tantas ocasiones ocurrirá en el mundo de las nuevas tecnologías, eso ya ha sucedido. La ChatGPT es un “chatbot” creado por la empresa OpenAI (Inteligencia artificial en abierto) que mantiene conversaciones con los humanos, realiza tareas escolares, crea textos, simula trabajos de examen y da respuestas rápidas a las preguntas y dudas que se le consultan. Genial para cualquier estudiante que no quiera esforzarse demasiado. ¿Cuál es el problema? Varios, en realidad. Desde que dificulta la generación y desarrollo del pensamiento crítico en el alumno, hasta que da respuestas fáciles pero erróneas, la corrección de los contenidos generados no es segura, ni la privacidad del usuario tampoco.

Las autoridades educativas de la ciudad de Nueva York han sido las primeros en prohibir el uso del ChatGPT en los centros de enseñanza porque “incentiva el abuso, la falsedad y la desinformación en los alumnos y tiene un impacto negativo en el aprendizaje, ya que puede generar una información incorrecta, tendenciosa o falsa”.

El periodista de La Vanguardia, Enric Sierra, ha preguntado al robot si  considera los riesgos de su uso. Éste respondió que admitía la posibilidad de producir desinformación, contenido inapropiado y problemas de privacidad. Pero que no debía prohibirse su uso, sino más bien fomentar la educación en los usuarios en la que se les aleccione sobre el uso responsable de esta tecnología, con medidas de seguridad adecuadas. Sin olvidar la ética precisa, principios y valores humanos que exige el interactuar con una máquina. No le falta lógica a ChatGPT.

Quizá va siendo hora de   que los expertos diseñen un código deontológico para regir no sólo las relaciones entre los individuos y las máquinas, sino la responsabilidad de los seres humanos en el uso de la tecnología informativa y performativa (que induce a una acción determinada) de las Redes y Sistemas, las cuales ya nos influencian de múltiples maneras a través, por ejemplo, de logaritmos.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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5 enero 2023 4 05 /01 /enero /2023 18:37

OBSERVATORIO POLITICO INTERNACIONAL

 

“…Y DIOS PARECÍA DORMIDO.”

Los que nos dedicamos a analizar el pulso vital de nuestro mundo no nos ponemos de acuerdo, como suele suceder. Hay quienes, no sin motivos, hacen sonar las trompetas del  “Armageddon”  apocalíptico; están los profesionales del optimismo humano-tecnológico,  que reconocen  la cosa va mal, pero que hay que confiar en el “efecto resiliencia” humano y en la “varita mágica” de la alta tecnología. Y quedan los que llevamos décadas usando los razonamientos de Pirrón, el escéptico, para intentar comprender el alcance y efectos de la deformación más común y visible en los asuntos humanos, la estupidez.

Este comentarista es poco dado a entrar en cuestiones eclesiásticas y religiosas, pero con  Benedicto XVI, el recién fallecido Papa emérito, se produjo - “a posteriori” de su renuncia- un “descubrimiento” de la calidad humana y ética del estricto obispo alemán. Una significativa frase de su escrito de renuncia me parece  adecuada para definir el pasado 2022: “Hubo días de sol y ligera brisa, pero muchos otros en los que las aguas bajaban agitadas, el viento soplaba en contra  y Dios parecía dormido”. El caso es que a tenor de lo que se nos anuncia para este 2023, “Dios parece seguir dormido”. Y está claro que cuando los dioses duermen, los humanos hacemos locuras.

Recordemos aquello que decía John M. Keynes, “Lo inevitable nunca sucede y lo inesperado ocurre constantemente”. Y si no que se lo pregunten a los directores de grandes medios de referencia, como el “Financial Times”, el “The Economist” o el “Washington Post”. En sus predicciones sobre 2022, la realidad ha sido más catastrófica que sus pronósticos: desde la guerra de Ucrania, considerada improbable por sesudos analistas, que simplemente aplicaban el sentido común, (claro que Putin se guía por otro tipo de sentidos),  hasta la invasión de las criptomonedas o que la covid  sería controlada y no habría mutaciones mortales del virus. Lo que sí ha quedado claro es la vulnerabilidad y escasa eficacia de las instituciones internacionales para prever y hacer frente a los grandes desastres, sean económicos, bélicos o naturales.

La conferencia por la crisis climática de Egipto demostró que no se respeta la regla de oro de la economía política internacional: los riesgos son mensurables y es preciso prevenirse contra ellos en cuanto empiezan a ser evidentes. Se apuesta por la “varita mágica” de la tecnología, olvidando lo que repetía a menudo el filósofo y científico Karl Popper cuando le hablaban de los grandes avances técnicos en su rama de conocimientos, “los  avances no pueden predecirse pues, de ser así, los próximos inventos ya se habrían inventado”. Puro sentido común. No hagamos pues previsiones. Examinemos sin ánimo exhaustivo algunos de los problemas que tenemos planteados este 2023, un año con cierta “mala sombra”.

La crisis climática es uno de los mayores fracasos de la gestión política internacional de la ecología ambiental. Nos acercamos inexorablemente al límite del aumento de temperaturas, aunque incluso los niños de primaria saben lo que puede llegar a suceder: se ha priorizado la lógica capitalista del beneficio y se trata de evitar el enorme desafío social, económico y político que supone cambiar el estilo de consumo sin límites al que nos han acostumbrado en los últimos decenios a los ciudadanos de las sociedades “que cuentan”, es decir, la de los países del occidente rico, a los que ya se unen China y la India, por ejemplo.

No hablemos pues de hambrunas, de las veinte y pico de guerras locales que siguen desatadas, de los millones de refugiados,  de la brutal contaminación de mares y ríos. Pasemos de refilón por la peligrosísima y enquistada  guerra de Ucrania. Con tan posible solución y tan difícil arreglo: aplicar una lógica política y territorial del “todos perdemos algo” e imponer unos acuerdos y seguridades donde se ceda por las partes en conflicto (Rusia y Estados Unidos, los verdaderos rivales, la UE y Ucrania) y se olviden las rivalidades hegemónicas (China), en un concierto común para afrontar los problemas de todos. ¿Política ficción?  Tal vez. Pero piensen que desde 1945 nunca una guerra ceñida a un único Estado ha tenido tantas y variadas repercusiones negativas para el resto del planeta: todos los problemas existentes ya antes, se han agravado y…por añadidura, se pueden agravar más o, en un salto al vacío, hacer intervenir la baza nuclear.

Ya estamos padeciendo aquello que “The Economist” ha calificado con el neologismo de “permacrisis”:  “un prolongado período de inestabilidad e inseguridad” en todos los sectores. Parece que Dios, más que dormirse, se ha ido de vacaciones, hastiado del griterío ensordecedor de los humanos, rabiosos y asustados. Debe articularse un nuevo orden mundial que ponga las piezas en su sitio: lo malo es la poca clase que tienen los líderes que padecemos.

Pero volviendo a las amenazas vigentes con componentes catastróficos, escojamos una, por falta de espacio material: la falta de agua. Un célebre analista francés escribió  en “L’Express” un profético artículo sobre un tema que entonces –años 70 del pasado siglo- podía considerarse una especulación de ficción futurista: las próximas guerras no serían por el dominio de los pozos petrolíferos de Oriente medio o Asia, sino por la supremacía en el control de un recurso vital: el agua. En aquellos años nadie imaginaba –a no ser en pesadillas- que la contaminación de los gases con efecto invernadero llevaría a una crisis climática. Y que uno de los efectos de dicha crisis serían olas de calor tan duraderas y arrasadoras que extenderían la sequía por zonas cada vez más amplias en los cinco continentes.  ¿Quién podía pensar entonces que veríamos derretirse los glaciares y los hielos ancestrales del polo Norte? Los pantanos se vacían. Las cosechas se pierden y de vez en cuando se producen lluvias torrenciales que devastan cultivos y arrasan infraestructuras.

La crisis hídrica es otro de los fantasmas que –como en el “Cuento de Navidad” de Dickens—nos visitan para recordarnos que somos unos Scrooge  sin conciencia planetaria y nos merecemos lo que nos viene encima. Aunque la Asamblea General de la ONU propone que el año 2023 sea declarado Año del Agua y convoca para los días 22 al 24 de marzo una Conferencia Mundial del Agua. Dado lo visto en Conferencias internacionales anteriores, no es precisamente algo esperanzador. En la de Egipto sobre el Cambio Climático se reunieron miles de delegados que llegaron al país desde todo el mundo en casi 500 contaminantes aviones, para discutir hasta la última madrugada un acuerdo que aplazaba de nuevo cualquier medida efectiva sobre control de emisiones de gases nocivos –como los de los aviones y automóviles-  hasta la próxima reunión.

Es preciso comprender algo que desde los egipcios y los griegos antiguos se consideraba una de las verdades básicas para la supervivencia humana: todo está conectado. Decía Heráclito que “todo está lleno de dioses” y, por tanto, debemos  respetar el agua, el suelo, el aire, los animales, los vegetales, las montañas y las profundidades de la tierra y los océanos. Por tanto, la crisis climática, la energética, la alimentaria, las guerras que libramos, las agresiones a los bosques, las aguas y sus peces, los animales todos, incluidos pájaros, insectos y hasta lombrices y gusanos, forman parte de la agresión a un Todo que arrasamos con nuestras actividades y nuestra codicia. Ello supone que ese Todo y nosotros formamos parte de un mismo sistema en red, tan interrelacionado entre sí, que cualquier devastación de cada uno de esos elementos de la Naturaleza, repercute de una manera directa o indirecta, aunque difícil de evaluar en muchos casos, en el resto, causando aniquilaciones de especies enteras, como en un desolador efecto dominó de demolición planetaria. Si falta agua y hay sequía, disminuirá la energía hidráulica, producirá falta de alimentos, hay que recurrir a las energías fósiles que agravan el problema climático. Y si la sequía se agudiza, habrá dificultades progresivas de acceso al agua potable de poblaciones enteras. Comprendamos que urgen medidas de optimización de infraestructuras y saneamientos (es escandalosa la pérdida diaria de millones de litros de agua potable debido a malas canalizaciones urbanas y rurales)  y un control riguroso de los acuíferos y aguas subterráneas para evitar su contaminación y mal aprovechamiento.

Ante un panorama como el que les he mostrado –sin analizar otros problemas, por falta de espacio y de ánimo- hablarles de las expectativas de este lamentable Patio de Monipodio que es la política española, sería un poco masoquista, por lo que seré breve. Además de los males propios de nuestra catadura política y su mala educación y agresividad, están los problemas sobrevenidos por las anteriores crisis analizadas. El señor Sánchez habla de un 2023 “intenso”, no sólo por la suma de elecciones en el país, municipales, autonómicas y generales, sino por el hecho de que existe una descalificación total mutua entre el Gobierno y la oposición (a río revuelto, ganancia de los pescadores ultras). Y se puede objetar racionalmente que las más de 190 leyes y 3 presupuestos aprobados no nos aseguran más eficacia operativa, aunque sí más demagogia populista y acoso y derribo en el Congreso. Y eso a pesar de que con dos acontecimientos como la pandemia y la guerra de Ucrania, el país está aguantando bastante bien, si no fuera por el sobresalto permanente al que se somete a menudo a la democracia en España: desde la reforma por la malversación, el vergonzante caso del Constitucional o los “arreglos” que no han deshecho el nudo gordiano de Cataluña y su fallido “procés”, que aún colea. Eso sin mencionar el asunto de la valla de Melilla o del “donde dije digo, digo Diego…” del Sáhara. Y para aumentar el despropósito político, sin  que exista una oposición digna de ese nombre, dedicada a labores de derribo y descrédito, en lugar de diseñar y presentar una alternativa lógica, preparada y racional, sin insultos ni descalificaciones, para hacer política de verdad dentro de un marco institucional democrático y respetuoso, sin rupturas de la cohesión del país y sin cataclismos políticos y sociales. ¡Vaya con el 2023! Quizá éste logre despertar a Dios.

ALBERTO DÍAZ RUEDA

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25 noviembre 2022 5 25 /11 /noviembre /2022 17:07

OBSERVATORIO POLÍTICO INTERNACIONAL

NO HAY VOLUNTAD POLÍTICA NI ECONÓMICA DE FRENAR LA CRISIS CLIMÁTICA

 

Los manifestantes pedían en sus carteles: “No nos falléis”. El mundo consciente de la crisis dice hoy, “Nos habéis fallado, una vez más”

 

Hasta altas horas de la madrugada del domingo 20 de noviembre, los delegados de los 198 Estados participantes trataban de encontrar un acuerdo unánime, una decisión ómnibus, que les permitiera “salvar la cara” ante el presumible fiasco de la 27º Conferencia de las Partes (COP27), órgano superior de la Convención Marco de las N.U. sobre el Cambio Climático, celebrada en el enclave turístico egipcio de Sharm-El-Sheikh. Los asistentes lograron un acuerdo de última hora, pero no sobre la necesidad de reducir la emisión de gases y arrinconar los combustibles fósiles para limitar el incremento  de la temperatura global por encima de los fatídicos 1,5 º Celsius, sino para crear un futuro fondo de “pérdidas y daños” para los países en desarrollo que padecen los efectos y no generaron las causas. Por lo tanto el cartel de los jóvenes manifestantes en  Sharm el Sheij, “Don’t fail us” (No nos falléis) debería sustituirse  por otro que dijera “You have failed us, once again” (Nos habéis fallado, una vez más).

El acuerdo de la COP27 –y aún gracias-  sólo recogía la creación de dicho fondo. Mientras, Estados Unidos, la UE, China, India o Brasil  aplazarían las precisas y urgentes medidas de dejar de contaminar –y calentar- más y mejor al planeta. La deuda histórica de Occidente en la crisis climática no parece pesar lo más lo más mínimo en la toma de decisiones…y el reloj entrópico sigue su marcha, mientras occidente –y los países de la OPEP- miran hacia la una merma de los beneficios del capital en lugar de aceptar la necesidad perentoria de restringir al máximo la emisión de gases de efecto invernadero. Recordemos que se han celebrado 26 COP desde 1990 y, a pesar de ello, las emisiones han aumentado un 50%. En esta cumbre, más de 600 representantes de los lobbies de los combustibles fósiles han torpedeado un supuesto consenso político hasta en los pasillos. Mientras los negacionistas,  alimentados por los petro o gaso-dólares,  o por la ignorancia y la estupidez, siguen “creyendo” que lo del cambio climático es una “fake news” como lo es la redondez del planeta e ignoran las olas de calor en pleno otoño, los incendios que arrasan miles de hectáreas, las inundaciones  bíblicas como la de Pakistán o la sequía brutal del sur de Europa y África, como si  fueran desastres cíclicos “naturales”.

Y, sin embargo, como diría  un cínico usando la frase atribuida a Galileo Galilei, la cosa “e pur si muove”, la lucha contra la crisis climática, a pesar de todo, sigue avanzando, lenta, inútil,  pero perceptiblemente. Y así seguirá hasta que una catástrofe brutal de alto nivel planetario nos castigue a justos y réprobos y muestre que la Naturaleza no se anda con bromas. Entonces todo será correr y echar mano del bisturí. Lo habitual en la Naturaleza es que tarda muchísimo en saturarse --incluso, antes va poniendo algún que otro remedio natural-- pero cuando lo hace, no le vayas con remedios de larga duración o con parches: exige soluciones totales e inmediatas y se cura con gran lentitud. En ese proceso se abarcan muchísimas generaciones de humanos, en condiciones muy precarias, caso de que queden algunos.

 

Por eso debemos destacar que el Plan de Implementación de Sharm-el-Sheikh  reconoce el derecho a un medio ambiente adecuado en el planeta que irónicamente proclamó la Asamblea General de la ONU del pasado 28 de julio. También cuantifica en 4 billones de dólares anuales la inversión necesaria para el despliegue de renovables hasta 2030, a fin de lograr emisiones netas cero en 2050, además de casi 6 billones de dólares para que los países en desarrollo apliquen planes de acción climática. Eso no deja de ser un avance contable, el único proceso multilateral que existe, siquiera sea teórico por  el momento,  para hacer frente al desastre climático. Sumemos a ello el fondo para pérdidas y daños. Es una forma de reconocer internacionalmente que Occidente es bastante responsable de lo que ocurre. También en otros foros internacionales y, sobre todo, en sectores de la sociedad civil  de casi todos los países, se impulsa una acción planetaria para evitar la catástrofe climática. Apuntemos todo esto como algo esperanzador.

Bien, las intenciones son buenas. Pero pongamos hilo a la aguja. ¿Qué países contribuirán, cuánto cada uno de ellos, cuándo y cómo se distribuirán esos fondos para que sean eficaces y no se pierdan entre la corrupción y la inoperancia, quiénes vigilarán y cómo esa distribución, qué objetivos perseguirán y cómo se controlará la corrección y eficacia práctica de esos aportes en lugares concretos? ¿No ahogaremos al recién nacido con la peste burocrática de propios y ajenos?

 ¿No les parece que dentro de unos siglos los observadores –si los hay- que busquen en la historia del pasado la razón de los errores cometidos, nos colocarán a todos los gobiernos y ciudadanos  occidentales de la primera mitad del siglo XXI  a la misma altura de inconsciencia  de aquéllos congresistas de la Viena de un siglo antes, que no supieron ver el alcance de los horrores que les esperaban (la II Guerra Mundial),  al doblar la esquina de los años 30 del siglo XX?

Aún así, seamos justos. En Sharm el Sheij se ha mejorado algo, al menos sobre el papel. Ese acuerdo, aún en mantillas, al que hacemos referencia. Que los países pudientes hagan un gesto y dediquen unos fondos para paliar los desastres que ellos mismos han creado, es un gesto notable aunque una ética elemental  no lo calificaría de generosidad sino de justicia. Es como paliar algunas consecuencias antes que al arreglo de lo que las provoca. Así que, punto positivo al hecho, no al problema, aún sin solución pactada. Como dijo la propia presidenta de la UE, Ursula von der Leyen “No hemos dado ningún  paso hacia delante. Tratamos un  síntoma, pero el paciente sigue con fiebre”. Cada año mueren siete  millones de personas por la contaminación del aire. Y va en aumento, en un arco de edades que va desde los bebés a los ancianos.

Así que la Cumbre del Clima ha sido casi irrelevante. El famoso e inconcreto  fondo pasa a ser estudiado por un Comité que presentará los detalles de adopción en la próxima Cumbre en 2023 (en los Emiratos Árabes) “con vistas a hacer operativos los acuerdos y arreglos de financiación” (nadie sabe quién o cómo financiará). Por lo tanto nada de impuestos a empresas energéticas o al sector de la aviación. No habrá recortes de emisiones de CO2 pero “seguirán los esfuerzos para no sobrepasar el límite de 1,5º” (proyecto vital que ha sido relegado al gabinete de Ciencia, en lugar de ser el primero en Política y Economía, como en Glasgow). Ni mención al abandono del petróleo y el gas como fuentes de combustibles fósiles. Inversiones futuras en despliegue de renovables y simple recordatorio a los países implicados de que en 2020 se prometió movilizar 100.000 millones de dólares para frenar el CC y que aún nadie ha hecho un mínimo desembolso. La inversión necesaria para cubrir los objetivos  de financiación climática no llega ni al 30 % de lo previsto.

Como ven  no es para echar las campanas al vuelo. Hay que reconocer que la confluencia de crisis sistémicas, desde la epidemia Covid, a las crisis energética y alimentaria, altos niveles de inflación y deuda, desastres como sequía, hambrunas y catástrofes naturales, aumentadas por la guerra de Ucrania y el papel de “invitados de piedra” de China, India, Arabia Saudí y Emiratos, no permiten ser optimistas  en una cuestión crucial para el género humano, pero no prioritaria para el capital y los populismos, como es el Cambio Climático. Sin olvidar lo que pueda ocurrir en este próximo y dudoso futuro  tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2024, (¿se mantendrá el Pacto Verde?), o quién será el inquilino de la Casa Blanca (con la sombra ominosa de Trump), qué deriva tomará la guerra de Putin y con qué triunfos jugará el impasible e imprevisible Xi Jinping (que, por el momento, se niega incluso a participar en el fondo de ayuda y en reducir emisiones de gases). Un conjunto de incógnitas que podrían agravar aún más este letal pulso que nos mantenemos los humanos con el planeta. No hay solidaridad, ni visión de futuro sino prevalencia de intereses nacionales y capitalismo renuente a colaborar. El mundo en desarrollo ha impuesto sus demandas económicas de justicia a las necesidades perentorias del planeta que, una vez más, quedan  en el limbo. Como dijo un alto cargo de la UE: “Para hacer frente al cambio climático es necesario que todos los flujos financieros apoyen la transición hacia una economía baja en emisiones de carbono: en la UE…estamos decepcionados por no haberlo conseguido”. Todos estamos decepcionados. 

 

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25 noviembre 2022 5 25 /11 /noviembre /2022 16:28

La infocracia, como la ha llamado Byung-Chul Han, es un sistema político que ha construido un nuevo paradigma sostenido por los herederos directos de la digitalización. En este nuevo modelo de organización social, el individuo -entre otras cosas- respondería a los estímulos de la información como el galgo de la fábula. Un ser que, por instinto, va en busca de la noticia, pues siente, de manera casi vital, que eso lo conecta con el mundo. Despojado, en la sociedad digital, de las cadenas analógicas, el neo-informado percute compulsivamente las patas para lanzarse cavernícolas a la caza de información. Luego, una vez entre sus fauces, no se le ha enseñado a despellejarla y desvestir la sabrosa carne. La abandona, una vez alcanzada, dejando atrás la razón y, como el lebrel, inquieto (aunque, al menos para sí mismo, no confuso) salta en busca de la siguiente presa.

En los albores de la posmodernidad, antes del estallido de la red, hablábamos, como hacían Habermas o Manuel Castells, de mediocracia. La mediocracia, entendida como el poder de los medios, se caracterizaba por una imposición del relato desde las atalayas de los medios de comunicación tradicionales. Principalmente, los televisivos; la comidilla previa a la aparición del periodismo digital y las redes, eran los párrocos de la verdad. Con el ligero problema de que, como decía Kapuściński, el “telespectador de masas, al filo del tiempo, no conocerá más que la historia telefalsificada y solo un pequeño número de personas tendrán conciencia de que existe otra versión más auténtica de la historia”. A eso podemos añadir la capitalización de dichos canales de comunicación por el ocio y la perpetua búsqueda del entretenimiento. Algo que, para Habermas, entraba en conflicto directo con la existencia de un discurso racional.

En la infocracia, dirigida desde los nuevos canales de datos, el objetivo en los individuos es similar, la consecución de un placer, pero abandonado el terreno de la performance televisiva y analógica, este se encuentra en el autoadoctrinamiento y el narcisismo ideológico. En este recién estrenado sistema político, el big data y el reinado del algoritmo, ¡oh, algoritmo! ¡Ojo del Futuro, Destino Manifiesto de la Verdad!, proporcionan a los consumidores un relato antropofágico de sus deseos. En busca de información, el sistema los devuelve constantemente a aquello que los reafirma. Como dice Han, el macrodato sustituye la narración por lo numérico. Al ser lo numérico un absoluto sin discurso, nace una coreografía de la unilateralidad. Un onanismo de la noticia distanciada del hecho fáctico y arropada por el sentimentalismo, el oportunismo y la superficialidad.

La información ya no se divulga, se poliniza. Empleada como esperma mental, necesitamos de su alto contenido en actualidad para sentirnos parte de la vida. Estamos educados para creer que, sin avalanchas de datos, se nos escapa la existencia, cuando lo que se nos escapa es la razón, y lo que se nos brinda es una verdad como la de Goebbels; amartillada por constantes mentiras. Esto radica en que la catedral sobre la que reposa el peso de la civilización digital se alimenta del culto a la sobredosis. Cuanto más, mejor, se nos hace creer (cómo siempre ha defendido el capitalismo) y, sin embargo, no hay peor ignorancia que la que se cree sabia. Una brillante forma de economía vital ante la que los consumidores se pliegan vanagloriándose, como fanáticos que sólo han leído el Corán, en los divinos conocimientos sobre los que conocen el titular, pero sobre el que no han razonado ni dos minutos. Y es que, más fácil que domesticar un pueblo inculto, es dominar uno desinformado.

En esta línea, si regresamos a la infocracia de Han, el filósofo ve una evolución respecto a los viejos regímenes. En el antiguo, el espectáculo visibilizaba la dominación. Los sometidos eran conscientes de su sumisión a través de las representaciones populares del poder. En la Era Moderna, existía una mirada cargada directamente contra el ciudadano, lo que lo motivaba a cubrirse bien en la metafórica ducha de la sociedad para que los voyeurs dominantes no se regalasen la vista con sus pudores. Ahora, el régimen de la información nos regala un impoluto habitáculo; pulcro, de exquisita composición luminosa y cristales opacos, donde nos sentimos tan cómodos que lucimos los colgajos sin reservas. Poco importa que, al otro lado de la difusa mampara, el poder nos observe libremente.

Gozamos de ello como si nos hiciesen un final feliz mientras nos roban la cartera y la identidad. ¡Manipulación reglada de nuestros secretos! ¡Violación del autodesconocimiento! Porque al partir en roadtrip por las nuevas autopistas de la comunicación, dejamos una estela de transparencia tras nosotros con la que los algoritmos se ponen las botas de datos que, acto seguido, les permiten asfaltar el camino que habremos de recorrer. La infocracia explota nuestra libertad para optimizar el control, al que rendimos pleitesía con la eucaristía del like.

Otros, como Pierre Levy, han visto en esta nueva vía de comunicación la posibilidad de una “democracia virtual” o “ciberdemocracia”. La potencialidad de alcanzar una democracia directa, en la que los ciudadanos tendrían mayor acceso y decisión sobre instituciones, públicas y privadas, a fin de lograr un escenario óptimo para el intercambio de ideas y propuestas. Y, ¡he aquí un punto vital! Si bien parece que esta nueva forma de divulgación, de control y de adaptación beneficiosa de la verdad, se justificaría en la estructura tecnológica, Han, como otros -incluido servidor-, no focaliza la culpa del crimen en el arma, sino en el móvil. Los macrodatos no han hecho más que alimentar la crisis narrativa existente. 

En la guerra de la información se ha producido una quiebra del “pensamiento discursivo” que, para filósofos como Hannah Arendt, se sostiene en la necesaria existencia de un otro presente, capaz de rebatir las ideas. Se ha impuesto, paulatinamente, toda una ergonomía basada en el pensamiento unilateral y autista que impide la acción democrática. El orden comunicativo se ve mutilado de progreso al condenarlo, irremediablemente, al conflicto, esquivando la posibilidad de que haya desviaciones del discurso en un sentido positivo. No es la tecnología la que enferma la comunicación y el orden democrático, sino la desaparición del otro como sujeto de cuestionamiento.

De ahí que las líneas entre verdad y mentira sean cada vez más difusas, hasta el punto de que no se promueve la falsedad, ya que eso justificaría la existencia de una verdad no presentada, sino la construcción de nuevas verdades basadas, no en los hechos, sino en el sentimentalismo y el beneficio mercantil. Una información menos compleja, que despacha rápidamente la inseguridad, y a la que, como el galgo, los habitantes de la infocracia se lanzan sin remedio con el objetivo de satisfacer sus impulsos. Luego nacen las tribus, gregarias radicales y sectarias, que se vanaglorian en ese nihilismo de la verdad en el que todo es mentira, salvo aquello que les conviene.

Pero, como no hay análisis sin síntesis, existe una posibilidad; liviana, sutil e individual, de paliar este torbellino crítico. En primer lugar, no cayendo, como borrachos a la calzada, en el bombardeo algorítmico de propuestas que se nos lanzan cada vez que navegamos por la red. Así es, ese bolso que miraste una vez y ahora no para de salir en todas partes, o esa noticia escabrosa, sin ningún contenido más interesante que la satisfacción de una curiosidad cotilla, son territorios a esquivar. En segundo, y esta sería la más relevante, promoviendo, sobre todo en nosotros mismo, la posibilidad de ser autocríticos, de favorecer los canales de la discusión y, sobre todo, no negando la otredad, sino abriéndose a su enriquecedora existencia incluso con el temible riesgo de hacernos cambiar de opinión. En definitiva, aprender a desmenuzar la caza, no siendo un galgo doméstico, sino uno libre.  

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