Una película griega de 2003, "Politiki koucina", estrenada en España con el título "Un toque de canela" y dirigida por el director y guionista griego Tassos Boulmitis, me pasó inadvertida en su momento y la he recuperado casualmente hace unos días tras su pase en una de las cadenas nacionales, sin las molestas interrupciones publicitarias y en el encanto inexpresable que da una tarde de relax, en la soledad del hogar, con un libro en las manos que dejó de interesarme ya desde las primeras escenas. Esa es la magia del cine: de pronto abre una caja de sorpresas en las que la delicadeza argumental, la gracia expositiva, unos actores desconocidos en estado de gracia y un afortunado tratamiento visual nos reconcilian de pronto con el mensaje básico del cine: permitirte abrir una ventana más en tu vida y llenar tu alma y tu sensibilidad de mensajes eternos, sin pretensiones, sin excesos, con la naturalidad y la belleza de las cosas cada día, de los dramas banales y tiernos de la gente, con la casi imperceptible perfección de los sentimientos y las emociones en estado puro.
Quizá, como casi siempre en este tipo de experiencias, hay un mensaje oculto que concierne a tu propia vida y que reverdece con las imágenes y lo que ocurre en la pantalla. La vida de una familia de griegos residentes en Estambul entre los años cincuenta y sesenta y la forma como los acontecimientos políticos, la guerra greco-turca a causa de Chipre, las deportaciones de los griegos de Turquía y la separación entre dos comunidades hermanas por motivos políticos ajenos a ellos, la dictadura de los coroneles griegos, van modelando los cambios a veces dramáticos en la familia protagonista. (Esta es la conexión, con mi propia vida: en los sesenta yo visité profesionalmente y viví temporalmente en la apasionante Turquía de los sesenta y setenta). A este contexto externo se añade la perfecta definición de los personajes en la trama: una clásica familia griega cuya vida gira en torno al abuelo, una figura sólida y entrañable, comerciante de especies para cocinar que tiene una filosofía edonista de la vida, simple y eficaz: la cocina como motor de unión y como fuente de placer y de amor.
Estas películas gastronómicas, al estilo de "Como agua para chocolate" o "Deliciosa Martha" o "Julia y Julie" o "Chocolat" tienen un poso de sabiduría nada desdeñable, que hacen de la vida un lugar más amable y reconfortante.
Se trata de una historia inicática que concierne al nieto de ese sabio anciano, cuya afición por la cocina y la labor de las especies va prestando a las imágenes una poesía y una fuerza poco común. El chico será un astrófísico de una universidad griega y nos narra su infancia, su amor de adolescencia y su vida de adulto, siempre con la sombra benéfica del abuelo y sus consejos en su vida. Esta va siendo movida y conmovida por los cambios politicos y sociales pero hay una corriente subterránea que permanece, una especie de ética de la cocina que une al astrónomo con el gastrónomo en un maridaje perfecto.
La correspondencia entre las especies y las emociones y sentimientos que pueden despertar son un tratado de filosofía del sabor y la sensibilidad, alentada por imágenes y secuencias de una fuerza poética, incluso humorística de primer orden. Me sorprende que una película tan eficaz, bella y sencilla haya pasado poco menos que inadvertida. Quizá sea por esas mismas razones. La pimienta, dice el abuelo, es como el sol, está en todas partes, da calor y sienta bien a las comidas, la canela es como las mujeres, dulce y amarga a la vez, la sal es la vida, la tierra, la existencia y aunque nunca se ve está en todo lo que vive.
Las injusticias y atropellos que la situación política provoca en las sencillas gentes, la separación, el abuelo queda en Estambul y se ve incapaz de abandonar "la ciudad" por antonomasia, su amor por ella es demasiado grande, va impulsando una trama de renuncias y encuentros. Cuando el abuelo está muriéndose, el joven astrofísico que va a despedirle, reencuentra a su amor de niñez pero, como suele suceder en la vida, esta sigue su curso y parece impedir el final feliz, pero el director resuelve el nudo con una secuencia final magistral: ese universo recreado en la vieja tienda de especies abandonada, con algunas pizcas de sal, pimienta en fruto, pimentón, cardamomo, canela, ya que el joven astrónomo reune las piezas en una sola visión, un mensaje recibido en su infancia de parte del abuelo: estés donde estés, estés como estés, nunca olvides de mirar las estrellas, y el magia del cine permite que todo gire con pausada belleza, con perfecta sintonía, como un universo estrellado, un planetario natural, donde los planetas, las semillas y los rojos frutos de la pimienta, giran en un polvo estelar de harina, polvo y sal. Inolvidable. Recupérenla.
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