Miradla con atención. Observad esa sonrisa franca, generosa. La nariz firme y poderosa que denota un carácter férreo pero dúctil, una cierta obstinación que desmienten los dos surcos que enmarcan los labios, finos y sensibles. Los ojos fueron verdes y ahora tienen un color amistoso e indefinido. La mirada, ah la mirada, eso es harina de otro costal. No encontraréis una mirada tan atenta, tan lúcida, tan traviesa y juguetona, capaz de acariciar y un segundo más tarde ponerte firmes y obligarte a musitar "si señora, lo que usted mande" con un simple enarcamiento de cejas. Preguntad a mis hermanas sobre la tajante autoridad de esa mirada cuando, siendo pequeños, nos extralimitábamos en las reglas de la buena educación. Pero pasemos a la frente amplia, redondeada, contundente y feliz. No veréis arrrugas en ella. ¿No tuvo preocupaciones? Oh, sin duda, sin duda. Hemos sido testigo de ello. Pero su espíritu es firme e indomable, como un águila, como un jabalí, como una leona, como una estrella y a estos seres las arrugas no le dejan huellas. Pasan por su frente tan limpiamente como por su alma: la mami hace camino al andar y marcha ligera de equipaje. Sus cejas, dos arcos perfectos sobre el mundo abierto de su mirada son como signos protectores del tesoro interior que refleja su mente, en esa mirada profundamente humana e inteligente. El cabello blanco le redondea la cabeza y da un aire de halo como de santa seglar al rostro sonriente, en el que la abundante edad ha cincelado una dignidad insobornable y un afecto difuso que la hace resplandecer. La papada bajo la barbilla redonda, de buena persona, le da una solidez matricia, una especie de tronco sólido que sostiene la perfecta promesa de esa cabeza tan prometedora y tan entrañable.
Es la mami, ¿qué más os voy a contar? Basta charlar con ella cinco minutos, diré más, basta cruzarse con ella y mirarla para comprobar qué calidad de ley, qué brillo profundo de humanidad y de calor afectivo emanan de la anciana dama, una señora en el sentido más bello de la palabra, señora nuestra por sus méritos, por su amor, por su historia personal, por su simple presencia reconfortante.
La mami ha cumplido noventa años y si os encontráis con ella por la calle, caminando despaciosa, apoyada en su bastón, arreglada como para ir de boda, los ojillos perspicaces y limpios observándolo todo, la sonrisa presta a surgir como un rayo de sol en un dia nublado, si la veis, por favor, deteneos un minuto, miradla a los ojos y decirle: "señora, no tengo el gusto de conocerla, pero si conozco a sus tres hijos y tenía curiosidad por ver a la persona que ha unido tanto amor en torno a ella. Ahora lo comprendo, señora. Me basta mirarla. Déjeme que le diga algo: Gracias por existir, gracias por haber nacido, gracias por ser como es."