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30 julio 2013 2 30 /07 /julio /2013 07:30

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Si el lector es capaz de buscarse en los dvdclubs las dos películas anteriores de esta trilogía del director Richard Linklater, es decir, "Antes del amanecer" (de 1995) y "Antes del atardecer"  (de 2004) y después ir al cine para ver la última recién estrenada "Antes del anochecer", tendrá el privilegio de asistir a un proceso creativo brillante y sugestivo, cuya característica principal, el transcurso de la vida en una pareja, un joven norteamericano y una muchacha francesa está tan magistralmente presentado que convierte a las tres películas en un documento humano y psicológico de primer orden.

La maestría de Linklater está bada en un cine discursivo y dialogante, férreamente negado al tópico, con una cámara casi permanentemente enfocada a sus dos protagonistas y que juega sus bazas de realismo --diálogos interesantes, divertidos y agudos-- con el romanticismo de unas imágenes y una música que dan el contrapunto a la narración. Un estilo cinematográfico que bordea el sentimentalismo, la agresividad, el sarcasmo, la nostalgia depresiva o los excesos sin caer jamás en ellos, superándolos con un guiño dirigido al espectador y con los gestos y miradas de dos actores en estado de gracia, sobre todo Ethan Hawke, con una algo histriónica respuesta de Julie Delpy.

La posibilidad de ver las tres seguidas nos ofrece un magnífico ejemplo de coherencia fílmica y literaria: desde la vitalidad y el encanto romántico de dos jóvenes de veinte años, pasando por el pesar nostálgico de los mismos con algo más de treinta, pero aún con algunos sueños pendientes y un hijo de él con matrimonio-obstáculo, hasta configurar en la última,a los dos cuarentones, ya formando pareja y con dos hijas, en ese espacio difícil y peligroso que amenaza las relaciones, la agónica llamada de lo posible, del cambio, antes de la renuncia de la madurez excesiva. La crisis de los cuarenta como desafío irónico afrontado por dos personas aún jóvenes que comienzan a sentir el aliento en la nuca de lo irremediable, del fin de los sueños y la posibilidad inocente de equivocarse.

Todo esto a través de conversaciones de los protagomnistas, entre sí y con terceras personas, en las que ambos se desnudan con humor e ironía, con sus contradicciones y sus temores, con sus asignaturas pendientes y sus carencias. Buen elenco de secundarios en las tres películas y la elección acertada de sus lugares de acción: Viena en la primera, Paris en la segunda y Grecia en la tercera. Lugares emblemáticos para ofrecernos un auténtico tratado en formato de comedia de los avatares, intereses, encuentros, pérdidas, hallazgos y contradicciones entre una pareja rabiosamente actual.

Evidentemente las películas pueden verse por separado y "Antes de anochecer" tiene entidad y valía suficiente para ser disfrutada sin ocuparse de las dos anteriores (de hecho, en estas tercera --cosa que no ocurre en la segunda, que usa imágenes de la primera-- las referencias al pasado son sólo dialogadas y bastante vagas, como si se hubiera producido un relativo olvido de lo ocurrido. La sensación de fresca autenticidad en todo cuanto dicen o hacen esas dos personas, es el valor que comparten y destilan por igual las tres cintas. Y ese detalle es sólo privativo de grandes directores (como Howard Hawks, Allen, Leo McCarey o Lubitsch, cuyas sombras se adivinan en muchas secuencias de esta trilogía). Tanto es así que cuando Julie Delpy ha dirigido varias de sus películas a imitación de Linklater (sobre todo "Dos días en París" y "Dos días en Nueva York") el resultado, partiendo de idénticos presupuestos argumentales y de estilo, resulta de lo más banal, irritante y aburrido.

En "Antes del anochecer", Linklater lleva su sabio equilibrio a los extremos más osados. Demuestra su dominio de la cámara en los diálogos, la de tipo coral en secuencias de grupo, la del pausado movimiento del paseo o la algaraza de un juego, y siempre logra resolver la secuencia sin que se produzca ningún momento de desmayo, de vacío, de banalidad. Todo nos interesa y sabe hilar secuencias como una tejedora prodigiosa que nos ofrece al final un fresco que engloba tres modestas obras de arte de la comedia romántica y realista. No se la pierdan. O mejor, no renuncien a la pequeña travesura de ver las tres seguidas. 

 

 

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