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4 abril 2021 7 04 /04 /abril /2021 09:17

(VERSIÓN AMPLIADA DEL TRABAJO PUBLICADO EN LA REVISTA "COMPROMISO Y CULTURA" DE ABRIL DE 2021)

Algunos colegas, benditos sean, han saludado como una novedad absoluta la solemne y hermosa edición de Acantilado de las entrevistas literarias de una de las revistas en inglés más famosa del mundo, “The Paris Review”. Son 2.800 páginas en dos tomos con estuche. Cien entrevistas escogidas de casi todos los grandes escritores del siglo XX. Hay muchísimas más. La revista, creada en París por un grupo de jóvenes norteamericanos, licenciados en Harvard y Yale, con George  Plimpton a la cabeza, se editó desde 1953 a 2012 y lo que comenzó siendo una ingeniosa manera de lograr grandes firmas para la revista –las entrevistas-  se convirtió con los años en un punto de referencia literaria  y una señal de distinción y calidad periodística: No estaban todos los que eran, pero eran todos los que estaban. Grandes de la literatura, la poesía, el teatro y algún cineasta como Billy Wilder. Entre todos ellos, españoles como Cela, Marías o Vila-Matas y hispanoamericanos como García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz o Julio Cortázar.

Déjenme decirles que aunque imprescindible y oportuna, la edición por Acantilado de esas cien entrevistas y la promesa de sacar muchas más en otros volúmenes, no debe ocultar el recuerdo a otras ediciones en España de esas entrevistas que hoy celebramos y algunas que no están, aunque sin duda estarán más adelante. En mi biblioteca, desde el año 1980 se mantiene, supervivientes a todos los traslados y purgas, un ejemplar de Kairós “Conversaciones con los escritores” y otro de 1981 de la misma editorial, “Hablan los escritores”. De 2007 proviene una edición de Ignacio Echeverria para El Aleph, directamente titulada con el nombre de la revista. Entre los tres libros hay muchas repeticiones y algunas novedades. La edición de Acantilado cuenta con cuatro traductores de excepción y una edición lógicamente más homogénea que las antiguas ediciones comentadas. La selección de las entrevistas fue realizada por la editora Sandra Ollo y ha sido un proyecto desarrollado durante ocho años.

Pasemos a comentar estos dos libros que constituyen una riqueza enorme para todos los que aman la narrativa y  a los grandes escritores, sus rituales, sus tics, muchas vetas de su carácter, su manera de enfocar la creación, sus reacciones ante la crítica, sus pequeñas vanidades, el ejercicio práctico de la escritura, sus confesiones, su ironía o su humor, su impaciencia o su bondad y cortesía. Sus salidas de tono y sus excentricidades. Es como poder acceder a la intimidad de sus hogares –o en habitaciones de hoteles o dando un paseo por lugares cercanos a sus residencias- y verlos trabajar con ropa cómoda de estar por casa y con las pantuflas en los pies.

 

Empezaron en junio de 1952,  con E.M. Forster, el autor inglés de, entre otras grandes novelas, “Pasaje a la India” y la entrevista fue tan profunda y original que creó escuela. El novelista William Styron anunciaba en el primer número, 1953, que la revista estaba destinada a hablar de “los buenos escritores y los buenos poetas, aquellos que no siguen la corriente y no empuñan el hacha. Siempre y cuando sean buenos”. Y a fe que lo consiguieron. No hay periodista en ciernes, al menos en la época en que yo mismo me inicié, que no considere modélicas las entrevistas que publicaba y no aprendiera de ellas. Pero no sólo periodismo, también los que ansiábamos el estatus de escritor bebíamos de los detalles que se nos descubrían de los autores que admirábamos y los humanizaba hasta saturarnos de ingenio y de humor.

Desde la entrañable ternura y humildad de Simenon, hasta las manías de Lawrence Durrell que escribía como un monje medieval en su celda, la hospitalidad de Pasternak, el sarcasmo de Julian Barnes, los despistes de Houellebeck, el humor surrealista de Cortázar, el ingenio enciclopédico de Bradbury, la cazurrería dialectal de Cela…Kundera, Nabokov, algo irritable, la anécdota de Joan Didion que escribió la entradilla de la entrevista porque la periodista que la había entrevistado había fallecido semanas antes de publicarla… Y también Heinrich Böll que buscaba todo tipo de excusas para no ponerse a escribir hasta que los plazos con el editor le obligaban sin remedio.

Y como sello distintivo, el hecho de que las entrevistas no mantenían una estructura fija, ni temporal, ni de ubicación, ni temática. Podían realizarse a plazos, de una tirada, en un hotel, en el cuarto del escritor, en el jardín o paseando por París, en un restaurante (como la de Isak Dinesen). Estas conversaciones no suenan a verborrea ocasional, tienen la reconfortante serenidad de los clásicos. Uno disfruta con los guiños y procacidades llenas de ingenio de algunos escritores excelentemente captados por los ojos agudos y críticos de los periodistas. Me hubiera encantado escuchar a Greene hablando del “onanismo” que suponen las reuniones entre escritores o ver los esfuerzos de Hemingway por dar continua muestra de su viril sarcasmo y condenar premonitoriamente las visitas y el teléfono como algo letal para el trabajo serio de un escritor. Pero, entendámonos, en estas entrevistas nunca hay un enfrentamiento de egos, una crítica solapada, alguna burla disfrazada de ironía: son trabajos honestos y respetuosos sin llegar en ningún momento a ser laudatorios, aunque en algunos casos se trasluce la enorme admiración por el entrevistado. Lógico. Además existe un laborioso trabajo de repaso, corrección y filtrado, arreglo y edición de los textos parciales unidos tras varias citas y para llegar a un texto definitivo, se trabaja conjuntamente durante semanas o meses.

Los más inteligentes de entre los entrevistados acaban dándose cuenta de que todo ese entramado acaba por “sacarles” algo propio, íntimo, que ellos en principio no habían pensado o querido decir o enfatizar un aspecto inédito, lejos de su “figura pública” que les humaniza y que parece asombrar al propio sujeto. Para que ocurra esto es preciso una especie de “encantamiento mutuo” entre el entrevistado y los que le preguntan. Y el lector se percata de ello y el disfrute de lo leído es aún mayor.

Son particularmente atractivas las representantes del “género femenino” que, casi sin excepción, reniegan del tópico “punto de vista femenino” en sus obras y lo consideran reduccionista y un poco humillante. De hecho de los más de 400 autores entrevistados a lo largo de la existencia de la revista, sólo 87 son mujeres. Aún teniendo en cuenta que pertenecen a una época anterior a la nuestra, las quejas suenan vergonzosamente actuales. La crítica de Susan Sontag que coordina el hecho de que se considera a las mujeres como ella, parte de una “minoría”, y que por tanto a las minorías se les suele suponer un punto de vista unitario, es una manera de desmontar la falacia de que el sexo determina de forma esencial la creatividad literaria. Desde luego sí lo determina en el coste personal que se exige a hombres y mujeres literatos. Todos los escritores masculinos dependen de rutinas creadas por y para ellos mismos. Las escritoras, si tienen hijos por ejemplo, deben compaginar la escritura con el cuidado de los hijos y del hogar. No es una cuestión de genética femenina o masculina sino de roles sociales y culturales admitidos como verdades absolutas (cretinez en decadencia en estos días, aunque aún hay reductos masculinos donde se mantiene como una verdad bíblica). La gran Marguerite Yourcenar desprecia que se pongan etiquetas de género a la literatura y mi admirada Iris Murdoch desdeña que se la considere una creadora de “literatura femenina”. Y universaliza el cometido de la literatura, como también hace Doris Lessing, como un regalo para la humanidad sin hacer distinciones de género, raza o clase social.

La lectura de estos dos volúmenes constituye una experiencia  casi sensual, desde la satinada delicadeza de las páginas, la excelente edición y por encima de todo, las abundantes ocasiones de deslumbramiento intelectual que esos hombres y mujeres nos proporcionan a través de sus reflexiones y respuestas a las preguntas. Déjenme citar un párrafo de la entrevista realizada al inteligente y culto escritor judío  George Steiner (una de las mejores de esta colección). Cuando al gran autor de ensayos y novelas, profesor de selectas universidades, políglota y erudito en literatura y filosofía le preguntan por sus maestros, cita con gran ternura a varios y añade un dicho judío: "ojalá tuviera el coraje y la energía para hacer descalzo el largo viaje hasta cualquier hombre o mujer que pueda enseñarme algo. Estoy eternamente agradecido a mis maestros". Ese hombre, recientemente fallecido fue un dechado de inteligencia, ingenio y humildad.

Fichas.

1-THE PARIS REVIEW, ENTREVISTAS (tomo I: 1953 a 1983 y tomo II, 1984 a 2012).  2.819 págs. Trad. M.Belmonte, J. Calvo, G. Fernández Gómez y F. López Martín). Ed Acantilado 2020

2-THE PARIS REVIEW. Edición de El Aleph de 2007, recopiladas por Ignacio Echeverría.

3- HABLAN LOS ESCRITORES.-Edición de Kairós de 1981.

4- CONVERSACIONES CON LOS ESCRITORES”.- Edición de Kairós en 1980.

 

 

 

 

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