En mayo del 68 en las calles de París aparecieron pintadas gloriosas. Una de ellas decía: "Seamos realistas. Pidamos lo imposible". The Beatles triunfaban y los Rolling arrasaban entre los más progres. La teoría del "decrecimiento" que está volviendo a pegar en las redes y en algunos periódicos fuera de toda sospecha, parece haber surgido de las mentalidades jóvenes, rebeldes y utópicas de aquella manipulada revolución. Pero ahora el motor de combustión lo provoca el Covid y la plantean economistas de renombre, científicos y filósofos. De una manera u otra los que reflexionamos y escribimos sobre la actual tesitura estamos muy cerca de esa teoría que sólo puede echar a perder una fea realidad que aparece más o menos emboscada en el futuro cercano: el advenimiento de los fascismos y cierto tipo de dictaduras "constitucionalizadas" que podrían surgir sustituyendo a gobiernos democráticos sumidos en la desesperación.
¿En qué se basa esa teoría que todos los instalados en Dinerilandia temen como a la bruja del cuento? Básicamente en algo que todas las personas con un poco de sentido común y cierta relación realista con el mundo que nos rodea ha pensado cada día más a menudo. Si no reducimos el consumo progresivo e irresponsable y, paralelamente, no se reduce el nivel encadenado de producción (la razón por la que se nos ofrecen tantos bienes que consumir) los elementos básicos o recursos en los que se fundamenta esta desaforada oferta-demanda (el orden clásico está cambiado hace tiempo: la demanda es un producto de markéting y economía de mercado que obedece casi automáticamente a la oferta sobredimensionada) no son infinitos y por consiguiente se irán acabando no sin antes llevarse de paso la salud del planeta. Y ese frenazo a la actual y suicida situación tratar de hacerlo sin provocar un desastre financiero y económico global.
Medidas concretas: Cambiemos el indicador de la marcha de la economía y no lo basemos en el PIB sino en cálculos que indiquen mejoras del bienestar social y el medio ambiente.- Instauremos una renta básica que alivie la situación de las personas más necesitadas (y sus familias), con unos canales y medios de distribución equitativos, eficaces, seguros e inmediatos (de 500 a 600 euros, que se podrían financiar aumentado el IRPF a los tramos más altos de ingresos).-Reducir la jornada laboral a 40 o 30 horas semanales, acompañado de medidas de incentivación fiscal a las empresas para contrataciones e impuestos más bajos a los salarios reducidos.-Nacionalización de los servicios de salud como prioritarios socialmente y control de precios a las empresas que cubren necesidades básicas, agua, luz, comunicaciones.- Gestionar internacionalmente los niveles de deuda a través de un Banco Central Mundial, con todas las garantías legales y agilizar las ayudas a través de auditorías no politizadas.- Establecer como prioridad absoluta la devolución al planeta de un medio ambiente equilibrado y tratar de restablecer la biodiversidad. Para ello es preciso encontrar entre todos los países sistemas alternativos de movilidad, rediciendo drásticamente los movimientos turísticos en masa, los desplazamientos sin límites, la degradación de los lugares emblemáticos del planeta. ¿Numerus clausus? ¿Por qué no? La libertad democrática también ha de tener límites, cuando un bien superior está en juego. El asunto está en cómo se haga.