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2 marzo 2016 3 02 /03 /marzo /2016 17:26
La inmortalidad del cangrejo

Santiago Rodríguez Santerbás nacido en Burgos en 1937, cuenta con una considerable obra literaria, inició su actividad creadora con varios relatos cortos entre los que se pueden mencionar: “Jorobita”,“Los perros muertos”, “El camino de las sirenas”, “La muerte bien temperada”, “Valdedios”, “Román y yo”; es autor también de una obra teatral “La doncella y el unicornio”,y de tres novelas: “Tres pastiches victorianos”, “La vuelta al mundo en ochenta días” y “La inmortalidad del cangrejo”. Ha desarrollado una importante labor traductora de obras ensayísticas y narrativas de autores ingleses (Virginia Woolf, R.L. Stevenson,.), y franceses; en su faceta periodística ha colaborado con los periódicos “El Norte de Castilla” y “Diario de Burgos” y en la revista “Triunfo”, donde realizaba trabajos de crítica artística, musical y literaria, en los que puso de manifiesto su solido conocimiento de las materias que trataba (fundamentalmente musicales y literarias), y unas dotes excepcionales para la crítica.

La inmortalidad del cangrejo es un relato narrado en primera persona por su protagonista principal, un joven profesor de geografía e historia de un instituto de enseñanza media de una ciudad de provincias, que no se nombra en ningún momento, pero que por los datos que va dando se desprende que se trata de la ciudad natal del autor, Burgos. El protagonista pertenece a una peculiar familia (Hontanar) que se caracteriza por la longevidad de sus miembros, así convive con un tío octogenario, una tía-abuela que sobrepasa los 115 años de edad, un abuelo que sobrepasa los 113 años, continuando viviendo y con bastante vitalidad, dados sus constantes viajes, su bisabuelo que cuenta con casi 150 años. El antecedente y más longevo de la estirpe de los Hontanar es D. Pedro de Hontanar, quien fue capitán de tropa de D. Juan Ponce de León, según se dice en la novela, cuando este fue despojado de su cargo de Gobernador de Puerto Rico, consiguió permiso del rey para llevar a cabo una expedición en busca de la isla de Biminí, donde decían los indios que se encontraba la fuente de la eterna juventud, el antepasado Hontanar había participado en aquellas expediciones, y aunque no descubrió la peculiar fuente en sus primeras tentativas, posteriormente después de ser apresado por los indios, debió obtener los beneficios de ella, pues se narran hechos de él que ponen de manifiesto que vivió más de 250 años, y se puede constatar en su propia lápida existente en la iglesia de San Miguel cercana a la residencia familiar.

Estos hechos que han sido dados por ciertos por la historia durante varios siglos, dado que estaban incluidos en el libro “Historia General y Natural de las Indias” (1516) de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, quien afirma que los indios engañaron a Ponce de León con la leyenda de la fuente de la eterna juventud, cuyas aguas poseían la cualidad de rejuvenecer a los indios viejos y devolverles la fuerza y pujanza de su juventud. Según el historiador J. Michael Francis de la Universidad de Florida del Sur, St. Petesburg, se trató de una invención de Oviedo, enemigo personal de Ponce de León, y con ella quería hacer pasar a este por un loco e insensato estúpido. Francis ha demostrado que no existen documentos, contratos, cartas ni relación alguna del conquistador español Ponce de León que hagan mención a la leyenda de la fuente de la eterna juventud. Lo que realmente ocurrió fue que Ponce de León aceptó la renuncia de su cargo de gobernador de Puerto Rico en 1511, después de varios años de disputas con los partidarios de Diego de Colón, y posteriormente el rey le ofreció la isla de Biminí situada según se creía en el archipiélago de las Bermudas, pero con la condición de que fuese el mismo quien encabezase la expedición; Ponce de León se dirigía a aquellas islas entonces desconocidas, y por error desembarcó en la Florida.

El libro trata el tema de la eterna juventud de la que gozan los miembros de la familia Hontanar, lo que da pie a las extravagantes teorías sobre las causas que provocan tal fenómeno, a las que el tío Camilo se dedica con gran ahínco. Así con ayuda de numerosas fuentes elabora su teoría sobre la situación definitiva de la fuente de la eterna juventud; y otra sobre los beneficios que sobre la familia está produciendo el cangrejo que se encuentra representado en el escudo heráldico familiar, animal que ha sido asociado por algunas culturas con los ritos para la obtención de la lluvia; o como símbolo del signo zodiacal de Cáncer (primero de los signos acuáticos), siendo por tanto la fuente de la vida que se esconde bajo su caparazón.

En el caso de los Hontanar esta perenne juventud les había sido dada, no se trata por tanto del mito de Fausto desarrollado por Chistopher Marlowe en 1592, aunque existen otros antecedentes literarios, y posteriormente por Goethe en los años 1806 (primera parte), y 1832 (segunda parte); ambos casos con algunas variantes tratan de la cuestión ética del hombre frente a su Creador, de la lucha constante que debe mantener la conciencia humana entre el bien y el mal, así el doctor Faustus decide vender su alma al diablo con el objetivo de obtener la sabiduría infinita, incluso por encima de la que posee el creador, decidiéndose por el camino del mal.

El tema sirve al autor para reflexionar sobre las posturas que adoptan los distintos miembros de la familia Hontanar ante el hecho insólito de la eterna juventud; así algunos de ellos aceptan su destino y aprovechan su longevidad para dedicarse a desarrollar sus estudios y habilidades, como es el caso del abuelo Félix y el tío Camilo: el primero en su condición de músico puede dedicar todo el tiempo necesario a sus composiciones musicales, las cuales como en el caso de la opera sobre el Doctor Faustus, gozan de la característica de reunir diversos estilos musicales dado el largo periodo de tiempo que ha dedicado a su composición; y el segundo dedica todos sus esfuerzos intelectuales en descubrir la causa de la anomalía que afecta a la familia; mientras que otros como el bisabuelo Guillermo y la tía abuela Margot sienten la necesidad de demostrar, cada uno a su modo, que se encuentran en los años de mocedad y desarrollan incesantemente actos que son más propios de tal condición.

Por su parte el protagonista principal tras una reflexión sobre el fenómeno, lo encuentra más un problema que una ventaja, y rechaza esa falsa experiencia de la eterna juventud, pues considera que lo que realmente caracteriza el estado juvenil, más que el cuerpo físico no se deteriore con el paso del tiempo, es la inexperiencia ante las distintas situaciones que nos van dando en la vida; inexperiencia que perdemos precisamente con el poso que nos van dejando los distintas vivencias; y así lo expresa: “No quiero ser eternamente joven. Si pronuncié esas palabras, esa súplica negativa a nadie dirigida, fue porque, desde hacía años, sabía que no es lo mismo ser joven que poseer una juventud efectiva, pero artificial. Ser joven era gozar de la inexperiencia y sufrir por ella, descubrir día a día las perturbadoras primicias del bien y del mal, presentir que todo lo que sucediera habría de ser absolutamente nuevo, y que, una vez acaecido, no volvería jamás a repetirse, porque la repetición equivalía a la madurez, a la experiencia, al desencanto y a la muerte”.

La lectura se hace ágil pese a que el lenguaje en ocasiones resulta un poco rebuscado, no obstante, el autor domina los recursos literarios para conseguir un mayor realismo y dinamismo de la acción descrita, como es el caso de la utilización de las onomatopeyas en el improvisado concierto de las seis carracas y dos matracas: toc, toc, crrac, crrac; toc, toc, crrac, crrac. Ese mismo recurso es utilizado en las entrevistas del protagonista con el director del instituto para profundizar en su apariencia física, el constante palmoteo mientras habla: clap, clap.

Max

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La pena de ver que se acaba.- Por Blanca Doble.

La inmortalidad del cangrejo aborda el tema de la longevidad impuesta a una familia y la distinta reacción de cada uno de sus miembros. Así, mientras el bisabuelo Guillermo viaja sin parar en casa salvo un día al año, el día de su propio cumpleaños, en pos no se sabe bien de qué, el tío Camilo se queda quieto en la casona familiar buscando una razón que justifique esa extraña anomalía familiar que consiste en que todos los miembros de la familia cumplan un montón de años conservando una apariencia juvenil. El abuelo Félix dedica todo su tiempo a escribir música, en concreto una ópera sobre el mito de Fausto, en la cual hay influencias musicales de todas las épocas que ha vivido su autor. Por su parte, la tía abuela Margarita se limita a ver pasar los años disfrutando del pipermín y ocasionalmente del champán (en Nochevieja) mientras trata de seducir y a veces lo consigue a jovencitos de los que podría ser abuela. Sarastro, el gato coetáneo de las guerras napoleónicas, y también afectado por la extraña singularidad familiar, lleva su vida de gato normal y corriente.

El narrador, joven de 45 años, que decide dejar de dar clases en un instituto de enseñanza media para dedicarse al consumo, si no desenfrenado al menos excesivo, de cosas que realmente no le hacen falta, va contándonos la vida familiar a lo largo de un año, de una nochevieja a otra, de una forma desenfadada y pormenorizada, con un punto de humor estupefacto al contemplar la singular vida tanto de los normales como de los longevos.

La novela es literatura en estado puro que se lee de un tirón porque las peripecias de cada uno de los personajes son interesantes y además están muy bien contadas. Cuando la novela acaba te quedas con ganas de más, de mucho más, tanto que necesito buscar más obras del autor para seguir leyéndole. Y esto tiene su mérito pues es un tipo de redacción en que los párrafos de 7 o más páginas no son raros, lo que normalmente configura una narrativa densa y difícil. Pero no es el caso. Es ágil y fácil de leer.

¿Qué nos quiere decir Santerbás con esta novela? Para mí trata de un tema profundo: las distintas maneras de reaccionar ante la vida que tenemos los seres humanos, cómo la vivimos cada cuál y qué responsabilidad tomamos. Hay gente que siempre va de un lado a otro, con prisa, sin llegar nunca a ningún sitio porque quizá huye de algo a lo que no se quiere enfrentar. Su vida se malgasta, no es capaz de vivirla, sino de huirle. Hay otros que consagran con mejor o peor fortuna todo su tiempo a una idea, un quehacer, una obsesión. Los hay también que pretenden ser jóvenes siempre y lo que suelen hacer es el ridículo, pues realmente la juventud se identifica con la capacidad de asombro que el vivir, lamentablemente, hace ir perdiendo. Hay quien no se siente nunca satisfecho de su vida y en lugar de encauzar ese sentimiento hacia quehaceres más gratificantes o útiles, sienten tan enorme vacío que caen en una depresión o ponen fin a su vida. Y así podríamos identificar a muchos más tipos humanos. Esta vida es como un zoo, hay de todo y podemos verlo si somos capaces de sentarnos a mirar.

Considero que es una buena novela e invito a leerla a cualquier lector.

Blanca Doble

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“Si jeunesse savait, … (Por Pi)

...si vieillesse pouvait”, es un antiguo aforismo francés, cuya segunda parte resucitó no hace mucho Doris Lessing como título de una de sus últimas novelas. Y en él me ha hecho pensar la lectura de esta curiosa novelita de Santiago R. Santerbás, pues lo que podríamos llamar la idea descollante de la misma, que Max consigna en cita literal al final de su comentario, es precisamente lo contrario de lo que ese aforismo un tanto melancólico expresa.

En resumen, la experiencia de la vida (de los acontecimientos que nos suceden en ella) nos da un conocimiento de las cosas, pero este conocimiento, este “tener las ideas (relativamente) claras” nos llega tarde, cuando por vejez, carente de la energía y del tiempo por delante que tiene la juventud, uno ya no puede aplicarlas a su propia vida.

El mito de la eterna (o al menos muy prolongada) juventud, que yo no confundiría con la inmortalidad, tendría, precisamente, la virtud de poder llegar con plenas fuerzas a esa experiencia de las cosas que da el paso del tiempo, no por sí mismo (hay viejos que son tan asnos como en su adolescencia), sino por las sucesivas pruebas de ensayo-error que suelen constituir el aprendizaje práctico y que precisan de un tiempo que, por otra parte, nos envejece. Y al decir eso me refiero no a que nos salgan canas o tengamos achaques físicos, sino a que las facultades intelectuales se deterioran, el empuje vital se desinfla, etc…

En ese sentido, estoy bastante en desacuerdo con las palabras del protagonista que, al parecer, querría ser joven pero siempre inexperto, ir descubriendo siempre como novedad las cosas, etc… Es ese un pensamiento tal vez original (un tanto excéntrico, diría yo), pero superficial. Es verdad que el descubrimiento de algo, esa“primera vez que” tiene un cierto encanto sentimental, pero en conjunto (y visto desde la edad provecta) la juventud incluye una colección de gansadas y tonterías que, de haber sabido (si jeunesse savait) nos habríamos ahorrado sin ningún perjuicio. Ahora bien, si para cuando logramos una relativa y siempre precaria madurez resulta que ya no tenemos el empuje y, sobre todo, el tiempo por delante, para desarrollar nuestro conocimiento práctico, se comprende el tono melancólico del aforismo antes citado. Cuando ya empiezas a saber, resulta que ya no puedes. Y lo que es peor, ves como otros jovencitos inexpertos se disponen, con el mismo entusiasmo y la misma falta de juicio que en su día nos aquejó, a repetir los mismos errores en los que incurrimos (cuando no otros peores). Si vieillesse pouvait

He tildado de superficial la idea del protagonista y quizá me precipito. Pues cabe que el mismo nos esté haciendo ver (por el revés de la trama, como si dijéramos) que la juventud conlleva, además de sus virtudes, sus defectos, que sin eso no es juventud y que ese statusde la familia Hontanar no es sino una especie de limbo irreal que se aparta de la vida tal como es (¿tal como debe ser?).

Pero, claro, esa irrealidad es el presupuesto de la ficción que se nos presenta, y lo que se deduciría de la conclusión que saca el protagonista es que la vida está muy bien como es, en realidad, y que cualquier anhelo de inmortalidad, sobre ser irreal, es un remedio peor que la enfermedad que pretende combatir. Una conclusión más que tradicional, pedestre, para la cual no hacían falta las alforjas de esta ficción, por lo demás bien trabada.

Por eso el planteamiento de la novela me parece equivocado y el suicidio del protagonista una solución superficial, como me parece bastante superficial la actividad de esos lozanos vejestrios que se entregan a los placeres juveniles sin más, desmintiendo así, en la práctica, el pensamiento del protagonista, o haciéndolo compatible con el disfrute en una forma que no se nos revela.

Cierto, la novela está bien escrita, acredita la cultura del autor, mantiene un hilillo de fina ironía a lo largo de su curso, pero, más allá de lo antedicho, no tiene nada que decir al lector, y nada dice.

No sé si en el fondo de esto hay un deseo de escribir sin tener nada que contar. Nada realmente interesante. Que no tiene por qué ser una historia, menos aún “la” Historia, sino algo realmente personal que suscite eco en quien lo lee.

Y ese defecto no se subsana porque el libro esté bien escrito, sea simpático, tenga ribetes de originalidad o esté adornado con cultura de cierta calidad. Con eso, la novela no pasa de ser un divertimento tenue, que no se hace pesado por su corta duración, pero que aporta poco al lector. Incluso como diversión.

Pi

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