El escritor francés Philippe Claudel se decide por un thriller cargado de referencias literarias y cinéfilas. Un personaje, el neurocirujano (perfecto, como siempre, Daniel Auteuil, obligado a pasarse de tuerca en algún momento por el guión) que se ha construido una existencia impecable pero previsible, rutiunaria y aburrida, al que le aparece un oscuro objeto del deseo (Leila Bekti) encarnado cómo no en una joven misteriosa de conducta errática y extraña. El perfecto matrimonio del neurocirujano con la gélida pero efectiva Kristin Scott Thomas, una relación cómoda, previsible y educada entre silencios, reservas y fría cortesía, será dinamitado por un ingrediente que no acaba de motivar al espectador, mal definido y poco explicado sin llegar a ser misterioso: la joven dama en cuestión.
Con estos mimbres se construye un triángulo inquietante que ya hemos visto muchas veces en la pantalla y en algunas, mucho mejor resuelto. Y aquí está el problema de esta película: un comienzo prometedor dentro de la modestia y un progreso en esa modestia hasta el final en el que ni siquiera llega a ser coherente. Crisis de madureces que no apasiona a nadie, cine francés semiteológico en modos y semitransgresor en intenciones. Poca chicha, amigos, pero eso sí muchas pretensiones intelectuales y elegancia formal. Casi parece de Antonioni o de Godard, al menos en lo que respecta a su "vejez" de estilo.
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