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3 diciembre 2014 3 03 /12 /diciembre /2014 10:15
Gato negro

Culebrón histórico a la argentina con toques oníricos resueltos con no demasiada maña y pegotes melodramáticos que alteran dramáticamente una historia voluntariosa casi documental sobre una época de la historia argentina y un personaje que refleja los claros y las sombras , sobre todo las sombras, de la deriva de una sociedad en la que la "plata" --cuanto más dulce, es decir no trabajada y sudada, mejor-- se convierte en el barómetro del triunfo social.

Casi al ritmo de uno de los tangos que recitan los personajes de vez en cuando, la historia del pequeño Tito (o Cabeza como le llama su fantasmal padre y sus amigos) desde su infancia en el Tucumán de los años 50 hasta su madurez bien entrados los ochenta, conforma una especie de fresco nacional argentino que desazona y atrae. La miseria, la escalada delictiva como forma de progreso personal y el supuesto triunfo para llegar a la caída brutal del personaje es como un símbolo y una metáfora de cierto crecimiento argentino histórico entre el fraude, la violencia y la hipocresía, Endebles cimientos para una estructura que ciclicamente se va a tierra.

Quizá lo más interesante desde un punto de vista docuemnatl e histórico sean las secuencias de infancia y juventud del protagonista con su deriva por los ingenios azucareros que conformaron una cierta riqueza y la consiguiente explotacion laboral en la primera parte del siglo XX. En esos inicios de la historia, el personaje tiene ramalazos de una cierta actitud correcta con su afán por el trabajo bien hecho, para muy pronto derivarse hacia las zonas de sombra de la delincuencia de "guante blanco", el fraude y el robo a gran escala. Con ello crece la ambición y a su sombra la osadía delictiva. Aquí comienzan a aparecer los elementos del cine politico más conocido en los años 90 en Argentina, la corrupción de los mandos militares del país y la pareja corrupcion burocratizada de la recien llegada "democracia". Pero también comienza la deriva de la película hacia las secuencias sin hilación, demostrativas, la falta de ritmo, la apariencia improvisada y desorganizada de lo que se nos ofrece entre lugares comunes y tópicos, imagenes con moralina y todo rodado de la forma más boba hasta un final previsible y simple que se nos presenta casi como el final de la moraleja. Secuencias como el atraco al banco son casi de aficionado y la reiteración de esquemas de las secuencias sexuales muestran una redundante falta de imaginación.

Protagoniza Luciano Cáceres, un papel al que le pone fuerza, energía, convicción, pero que no logra empatizar en ningun momento, ni siquiera en las horas bajas, con el espectador. No con-mueve, solo mueve, altera. Pero todo se queda en la imagen, no llega al corazón. Y eso no solo es un defecto del guión o la interpretación, sino principalmente del director, Gastón Gallo, que no obstante hace un trabajo digno de verse, aun con sus defectos clamorosos.

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