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19 octubre 2014 7 19 /10 /octubre /2014 16:56
Las dos caras de enero

La historia: En 1962 una adinerada pareja norteamericana viaja por Europa. En su visita a Atenas conocen a un guía turístico que, atraído por su estilo de vida, acepta cenar con ellos, quedando sus destinos ligados a partir de ese momento.

Puntos Estrella:

-Patricia Highsmith. La autora de la novela en la que se basa la película. Tiene en su haber la saga de Tom Ripley y Extraños en un tren, que adaptó Hitchcock.

-Viggo Mortensen como gran protagonista de la película consigue darle a su personaje un tono de caballero y/o sinvergüenza, según sea necesario.

-El estilo: ese rollo de americanos en Europa en los años 50/60 viviendo su particular dolce vita siempre resulta muy chic.

-El vestuario: es elegante y sencillo y refleja perfectamente ese cálido calor mediterráneo. Viggo Mortensen y Kirsten Dunst aparecen especialmente atractivos. ¿Por qué no una nominación al Óscar a mejor vestuario?


Puntos Estrellados:

-Kirsten Dunst está correcta, sin más. Pero es que está correcta casi desde que hizo Entrevista con el vampiro. En su carrera tiene una variedad de papeles interesantes pero siempre está correcta, sin más. Para mí es la Leonardo DiCaprio femenina.

-El tercero en discordia, ese guía turístico, interpretado por Oscar Isaac de forma plana tirando a anodina, es la pata coja de ese triángulo. Y ya, cuando se pone su sombrerito cae lo ridículo. Y pensar que es el interesante protagonista de Inside Lewyn Davis de los Coen. Ha sido como Sansón, quedarse sin pelo (al afeitarse) y perder toda su fuerza (fílmica).

-La historia. Comienza bien pero, poco a poco, y como si te montaras con ellos en un autobús al interior de Grecia, te das cuenta de que aquello no va a ninguna parte. Y cuando acaba te dices: umm pues muy bien, ya se ha acabado esta historia, emm a ver si no me caigo bajando las escaleras del cine...y seguirás pensando en tus cosas.

“Las dos caras de Enero” es una película correcta en muchos aspectos, que destaca entre tanto thriller vulgar y de poca monta que habitualmente nos llega, con una modesta pero buena ambientación, con una fotografía que capta exóticos paisajes y que, por fortuna, nunca llega a caer en una promoción turística descarada, buenas interpretaciones de todos los actores y sobre todo, una destacable banda sonora de Alberto Iglesias, con rastro de anteriores trabajos e influencias de Bernard Herrmann. La historia que se nos cuenta es material de Patricia Highsmith y, si no se es muy torpe, con semejante base, ayuda a que el resultado final nos inclinemos más por apoyarla que a desaconsejarla. Y digo esto porque a pesar de todo lo dicho, lo menos destacado es su dirección, que es correcta pero en ocasiones algo inexperta, aunque es un trabajo digno, sin duda, pero en manos más experimentadas, o quizás más retorcidas, hubiera lucido más. Antes dije que la historia era buena, pero su adaptación, aunque mayormente conseguida, falla sobre todo en las escenas íntimas donde los personajes, aún sin mostrar todas sus cartas, hubiera sido necesario una mayor implicación entre ellos, para ser conscientes como espectadores, sobre todo con el personaje femenino, eje central de la historia, insisto, bien llevado por Dunst, de lo que puede llegar a provocar inconscientemente al resto de sus compañeros. Además, aunque la mayoría de la elipsis están bien utilizadas, con el fin de preservar el suspense, las vinculadas al personaje de Colette (Dunst), no benefician ni a la comprensión de su personaje ni a las motivaciones del resto. Es donde la película más se podría resentir pero, vuelvo a lo mismo, su resultado final agrada, o al menos a mí. En cuanto a su factura varios comentarios han señalado que era parecida a, por ejemplo, “El paciente inglés”, con “sabor a cine clásico”. Y en buena medida lo tiene, tanto en atmósfera como en su ritmo, que también se agradece, de hecho el film está dedicado, como se puede ver en los créditos, a Anthony Minghella y Sydney Pollack. Quizás “Las dos caras de enero” no vaya a suponer para muchos nada del otro mundo, pero al menos me resulta placentero ir al cine y que me muestren películas que rescaten un estilo de cine alejado de modas, del tufillo “telefílmico” o de la mera utilización de los últimos efectos digitales, es un cine más adulto y personal sin dejar de ser comercial. Para los tiempos que corren no es poco. Y aunque no sea spoiler he dejado para el final del comentario una anécdota, o no sé cómo calificarla, pero bueno, así que si no la has visto o no quieres que posibles sorpresas que no ocurren en la película te la destripe debes dejar de leer aquí. Pero tal y como se produce el encuentro de los personajes, las miradas de Oscar Isaac, lo que comenta Viggo Mortensen a su pareja, mostrando no sólo interés, si no sentado mostrando paquete al otro personaje… llegué a pensar que empezarían enrollándose entre ellos y que Dunst estaba en la luna sin coscarse de nada. Y no creo que haya sido influencia por haber visto recientemente “El desconocido del lago”, si no por una planificación, al menos en esa escena, algo confusa.

Quién roba a un ladrón, tiene cien años de perdón. Parece un refrán salido de la pluma de Patricia Highsmith, una misántropa escritora llena de turbiedad e inquina que ha retratado como nadie la deshonestidad y los peligros que viven agazapados en la cotidianidad más luminosa y angelical del ser humano. Que las apariencias engañan lo aprendemos a base de traspiés y equivocaciones, pero nadie como ella para reflejar los monstruos e infamias que pueblan el plácido devenir de nuestros semejantes. Y si bien sus novelas parecen pasto fácil para el cine, pocas veces se ha logrado trasladar ese tóxico mundo de dobleces y añagazas con éxito al celuloide. Y ahora nos llega esta clásica historia de engaños, muerte, lujo y embelecos que acierta en casi todo.

Una Grecia colorista, unos protagonistas lozanos y atractivos, una facilidad y cortesía en el trato humano, la sensación de que todo es posible y tenemos derecho a ser felices y gozar de la vida, ningún remoto nubarrón sobre el horizonte… y, sin embargo, basta un nimio percance para transformar el disfrute en angustia y huida, en torbellino de desasosiego y mal fario. El mundo reconocible se encoje y trastoca, todo se vuelve opaco y siniestro, no sabemos a quién acudir ni los intereses soterrados que cada cual alberga. Fugarse parece el único refugio, poner tierra de por medio, evadirse para evitar a la policía y el temor a ser reconocido y apresado. ¿En quién confiar? ¿De quién sospechar? La luz se vuelve temible y las sombras amenazantes.

Hacen falta pocos elementos pero bien dosificados y ensamblados para armar una película de suspense. El exceso lo vuelve todo inverosímil y la carencia deja insatisfecho. Por eso es de alabar la certera combinación de piezas que componen este rompecabezas fatídico que aboca a sus protagonistas a una pérdida constante de la seguridad y la calma y los arrastra hacia el abismo de lo inseguro y falaz. Y para que funcione sin fisuras es imprescindible un reparto atractivo y eficaz, que sepa der el toque necesario de guapura y doblez, que haga desconfiar al espectador sin perder por ello su simpatía. El trío protagonista juega sus bazas con maestría y gusto, ofreciendo todas las gamas necesarias de seducción, traición y desapego que configuran el minucioso baile perverso.

No es una gran película pero sí una buena cinta policiaca, que se ve con agradecido interés y que culmina en un desenlace irrevocable y diestro, que cierra con sagacidad todas las piezas del fatídico laberinto que ha tocado recorrer. Recomendable.

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